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Latinoamérica. Revista de estudios Latinoamericanos

versión On-line ISSN 2448-6914versión impresa ISSN 1665-8574

Latinoamérica  no.44 Ciudad de México ene./jun. 2007

 

Reseñas

Friedrich Katz, Nuevos ensayos mexicanos, México, Era, 2006, 473 pp.

Felícitas López Portillo* 

* CCYDEL-UNAM, México.

Katz, Friedrich. Nuevos ensayos mexicanos. México: Era, 2006. 473p.


El profesor de la Universidad de Chicago es uno de los más eminentes mexicanólogos de la actualidad. Sus vastos intereses académicos están representados en este libro: desde un análisis comparativo de los imperios inca y azteca de los tiempos prehispánicos hasta el tema que más le apasiona, los movimientos sociales manifestados en las rebeliones y revueltas campesinas de nuestro país y sus caudillos, como su biografiado Francisco Villa. También se interesa por la historia oculta, la de los espías y los teje manejes de los servicios secretos, que tuvieron en la ciudad de México uno de sus principales destinos, y sobre el papel que la violencia y el terror generados por las revoluciones rusa y mexicana dejaron en estos acontecimientos. Pero, austriaco de origen como es, también ha estudiado la influencia que la Alemania imperial y nazi pretendió ejercer en América Latina, intenciones que chocaron de manera inmediata con el creciente poder hegemónico de Estados Unidos.

Sin embargo, como él mismo lo señala, en las primeras décadas del siglo pasado los principales países sudamericanos aún estaban ligados económica y culturalmente a Gran Bretaña, Francia y Alemania; con esta última especialmente en el aspecto militar. No fue sino hasta después de la Primera Guerra Mundial, y sobre todo a partir de 1945, cuando la influencia de la República imperial fue incontestable en todo el hemisferio occidental. El intento más serio de la cancillería alemana de influir en la política interna de un país americano sucedió en México, cuando trataron de convencer al líder constitucionalista Venustiano Carranza de desatar una guerra contra el poderoso vecino del norte, con la promesa de apoyar la recuperación de los territorios perdidos en la guerra del 47. Con ello buscaban asegurar la distracción del ejército norteamericano en su frontera sur, situación que neutralizaría su intervención en Europa. “O sea, México hubiera sido arrastrado a una guerra suicida contra Estados Unidos y después probablemente hubiera sido abandonado a su suerte” (p. 316). En un principio el káiser Guillermo buscó la participación de los demás países europeos en sus afanes de conquista, como lo ejemplifica el bloqueo naval a las costas venezolanas por parte de Francia, Alemania e Italia en 1902, intervención rechazada inmediatamente por Estados Unidos, que después de la guerra contra España en 1898 venía por sus fueros y no iba a permitir la injerencia de ninguna otra potencia en lo que consideraba su natural zona de influencia.

Los avances alemanes en Latinoamérica tuvieron oportunidad de prosperar, sobre todo si consideramos que el sur de Brasil estaba habitado por una importante colonia de este origen, y que el intercambio comercial con esta agresiva potencia capitalista era por medio de trueque: a cambio de las indispensables materias primas para su industria armamentista proveía maquinaria y equipo industrial, los que eran bienvenidos dados los afanes industrializadores que surgieron en Latinoamérica a partir de la crisis de 1929. Pero las labores de propaganda y de proselitismo, aunque exitosas en algunas ocasiones, no dieron los frutos deseados. No supieron, o no comprendieron, el terreno que pretendían conquistar, amén de la rápida respuesta de Estados Unidos bajo el liderazgo de Franklin D. Roosevelt, quien diseñó la política del Buen Vecino para desactivar los afanes imperialistas de las potencias rivales y preparar el terreno para la guerra que se avecinaba. Las ambiciones eran grandes, como se evidencia en estas declaraciones de Hitler hechas a su canciller en 1934:

Aquí crearemos una nueva Alemania -dijo refiriéndose a Brasil-, aquí tenemos todo lo que necesitamos [....]. Por cierto, tenemos derechos en este continente. Los Fugger y los Welser han establecido aquí relaciones. Nosotros debemos reparar el daño causado por nuestra dispersión, el que no hayamos podido conservar aquí, como en todas partes, lo que hemos poseído [....]. México es un país que requiere una gerencia hábil. Bajo sus actuales amos está degenerando. Alemania podría ser grande y rica con los tesoros del subsuelo[...]. Con unos cuantos cientos de millones se podría conseguir todo ese México. ¿Por qué no hacer con México una alianza, un pacto monetario, una comunidad aduanera¨? (p. 325).

Afortunadamente el presidente Lázaro Cárdenas y la política exterior que instrumentó pusieron un dique a estas pretensiones. El general siempre manifestó su rechazo a la ideología fascista que predominaba en Europa, a despecho de las simpatías que por toda Latinoamérica -nuestro país incluido- despertaba el nazifascismo, visto por importantes sectores de las élites políticas y de las fuerzas armadas como un valladar a la hegemonía norteamericana. Con su apoyo irrestricto a la España republicana, y su posición contraria a la invasión italiana de Etiopía y a la anexión de Austria por Alemania, logró que la decisión de nacionalizar los recursos naturales fuera respetada por el presidente Roosevelt, quien sabía que contaba con un aliado confiable en su lucha contra el totalitarismo fascista. Sin embargo, junto con los principios se actuó con pragmatismo, pues ante el boicot de las empresas petroleras norteamericanas e inglesas se firmó un convenio para proporcionar crudo a las potencias del Eje.

El profesor Katz dedica un ensayo a la labor humanitaria y diplomática de Gilberto Bosques, quien rescató a innumerables españoles de los campos de concentración franceses donde habían sido confinados después del triunfo de la facción nacionalista comandada por Francisco Franco. Pero su labor no se concretó a esta tarea, ya que también buscó la salida de personas de otras nacionalidades, perseguidas por motivos religiosos o étnicos. En este sentido, el autor hace un reconocimiento a la política de asilo seguida por nuestro país durante el siglo XX, hecho significativo que no tiene parangón en casi ningún otro país. “Millares de refugiados políticos, la mayoría de ellos de izquierda, encontraron asilo en México. Era gente que por su pasado político y su ideología nunca hubieran encontrado refugio en Estados Unidos. México no sólo les dio la bienvenida, sino que también les permitió actuar políticamente, aunque no en política mexicana” (p. 471). Esta actitud formaba parte del juego político mexicano: mientras la política interior se inclinaba más hacia la derecha, lo que ocurrió a partir de 1940, más empeño se ponía en aparecer en el exterior como un país respetuoso de los principios del derecho internacional y que simpatizaba con todas las causas progresistas, en una especie de esquizofrenia tan cara a nuestra idiosincrasia.

Por último, sólo resta recomendar la lectura del libro reseñado por su enorme información, sus agudos análisis y su lectura amena y erudita. Sin embargo, es lamentable que los editores no advirtieran al calce que algunos de los trabajos aquí reunidos ya habían sido publicados anteriormente, como es el caso de “La República Restaurada y el porfiriato”, que aparece en el número 9 de la Historia de América Latina compilada por Leslie Bethell y editada por la Universidad de Cambridge, el cual data de 1992. En ese sentido, no se trata precisamente de Nuevos ensayos mexicanos, sino que es una compilación de estudios ya publicados, lo que debió aclararse con mayor precisión.

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