Cuento, para comentar el libro de María Rosa Palazón, con algunos años dedicados a lecturas sobre el nacionalismo. Aunque esto no es decir mucho -porque bien se sabe que el tema ha suscitado en los últimos veinte años cascada de teorizaciones y estudios de caso, que lo convierten en inabarcables aun para especialistas reconocidos- tal frecuentación con el material básico me permitió abrir el libro con expectativa y confianza, sólo para percatarme rápidamente que la clave en la que está escrito no es la que ya me había acostumbrado a escuchar: los capítulos, la bibliografía, las citas, eran otros; la conocida jerga sobre “invenciones”, “construcciones”, “comunidades imaginadas”, las referencias a la formación de un público lector y a una burocracia moderna no ocupaban lugar prominente en sus páginas. Al tratarse de un libro sobre los nacionalismos escrito por una filósofa no encontraba las referencias que conocía y que me daban comodidad, las que suelen hacer historiadores y sociólogos. Fue la primera comprobación que me hizo bajar de cierta altura de suficiencia a la que me habían encaramado las lecturas antes citadas.
Como historiador de formación bastante conservadora, en el fondo sigo pensando, aunque trato de refutarlo siempre, que la filosofía es una especie de madre de las disciplinas, con éstas en el papel de hijas serviciales dedicadas a aportarle los materiales para la reflexión. Creencia reforzada por el carácter arcano que dicha madre sigue teniendo para mí. Además, no se trataba de la primera obra filosófica sobre los nacionalismos a la que me enfrentaba. La había precedido Sir Isaiah Berlin, quien acostumbraba matizar sus magníficos ensayos sobre los orígenes del nacionalismo moderno declarando que él no es historiador ni sociólogo, mintiéndonos que de esto él no entiende, en un tono de modestia que más bien creo es la posición de quien está diciendo que se dedica a lo importante, no a minucias. Con mucho respeto, pues, me he acostumbrado a acercarme a los filósofos, temiendo que la mayoría de sus afirmaciones me resulten ininteligibles.
Sin embargo, enseguida se ve que María Rosa no habla desde el Olimpo. Su ubicación es, en varios sentidos, sobre la tierra. Desde la tierra. Digo en varios sentidos porque expresan este ubi consistam todas las características de su tratamiento, empezando por un aprecio universal de los saberes: basta recorrer su bibliografía, el uso de las fuentes, para comprobar dicha actitud que sin cesar aconsejo y que trato de hacer mía en cada momento, la de querer aprender de todos. De Hegel, pero también de Fernández de Lizardi (viejo conocido de ella desde varios ángulos, como editora que fue de sus obras, antes de convertirlo en protagonista de una biografía novelada que escribió hace unos años), también del periódico, también de las novelas y los mitos.
Asentado en tales autoridades, el libro se estructura en capítulos constituidos por parágrafos numerados que siguen una argumentación cerrada. Tal ordenamiento es el de conocidas obras filosóficas muy fundamentales que la han antecedido, ya que como esquema didáctico es eficaz, lo que aquí se complementa mediante un avance en círculos concéntricos sobre las afirmaciones más abstractas, las de más difícil comprensión, y que son explicadas desde distintos ángulos y punteadas de ejemplos. Más que ejemplos a veces son ilustraciones, o quizá recursos para distraer la lectura y hacerla llevadera. Confieso que a veces me atrajeron más que el argumento principal, y seguramente van a ser los más recordados (una señora pidió a Ortega y Gasset, quien usaba en sus conferencias de recursos parecidos, que alguna vez les dedicara toda la conferencia). También aquí la autora sigue un criterio ecléctico: sus ejemplos provienen de la historia consagrada del Viejo Mundo, la clásica y la bíblica, pero también de lugares más recónditos: hay una predilección, que creo que tiene razones familiares, por el área catalana. Y se aventura inclusive en territorios que nadie suele hollar cuando de nacionalismo se habla: los indígenas americanos.
Tratamiento y fuentes ofrecen la pista para descubrir la diferencia con el otro filósofo antes citado, con Isaiah Berlin. La obra de aquel gran pensador se centra en la tradición ilustrada continental y británica: el gran amor que le tiene sólo es comparable a su conocimiento sobre ella. Ve la historia moderna como el de su azaroso avance, acechado por los enemigos que conforman no una tradición sino un conjunto amorfo ligado a la irracionalidad. El nacionalismo, por lo menos la mayoría de sus manifestaciones (digámoslo claramente, las situadas más abajo del Atlántico norte), es una de sus manifestaciones. Este ideario de Isaiah Berlin, que llega a ser un instinto, se origina en una vieja posición conservadora anglosajona todavía muy vigente, que en el terreno de la crítica al nacionalismo dio origen a las brillantes páginas de Elie Kedourie y es retomada por cantidad de tratamientos menores, que catalogan al nacionalismo, o toda otra forma de identidad comunitaria, como avatar de la irracionalidad que acecha al mundo. Como un retorno al pasado, una negación de la lógica histórica cosmopolita, que es real y verdadera por más que no nos guste. Tales han sido los carriles del enjuiciamiento que se ha hecho a movimientos como el afrocentrismo, el panislamismo, los diversos indigenismos. Carriles bien asentados, bien lubricados, sobre los cuales ha sido fácil conducir razonamientos. A veces ha bastado simplemente reproducir los argumentos contrarios con una pizca de ironía.
Quienes así ironizan, ellos o sus imitadores locales, suelen descuidar el fondo de injusticia y frustraciones que a veces florece en las formas identitarias que abominan. Como su ubicación es distinta, María Rosa Palazón nos ofrece otra versión de la historia, de los nacionalismos enjuiciados y de los enjuiciadores. Comienza con lo más elemental y universal, no con una tradición de pensamiento que pocos comparten: la fraternidad, las necesidades físicas y psicológicas, centralmente las relaciones familiares, la sociabilidad como una conquista humana, y de ahí el nacionalismo como forma defensiva que aquélla asume ante las distintas variedades de dominio. Fraternidad y dominio son así los dos polos de su interés, los que dan nombre al libro, y también los dos campos en que se han ubicado los nacionalismos y sus defensores.
No es inútil ofrecer el listado de los capítulos (tras la introducción) en vez de una simple enumeración de los temas: como se verá, la elección misma de los nombres y la aclaración entre paréntesis de cada uno es ya todo un programa: “Sociabilidad y alianza (Esbozo de antropología y ontología)”; “Comunidad y sensus communis (Los ordenamientos familiarizantes)”; “Filiación, referencia y tabúes (Los derechos y las obligaciones)”; “Identidad ipse y mismidad (Identidad e identificación)”; “Poder y defensa (El dominio y la rebelión)”; “Racismo y eugenesia (La ofensa y el genocidio como principios)”; “Espacio, hogar e internacionalismo (El espacio vital)”; “Estado nacional (La utopía traicionada)”; “Globalización y crisis mundial (Las perplejidades pesimistas)”; “La utopía (Conclusiones y ampliación)”. Hay un índice de nombres y un analítico, que unidos a la estructura muy ceñida del libro permiten la fácil ubicación de temas.
Dos campos. Por un lado, se nos mencionan las modalidades del dominio. Un capítulo, el sexto, está dedicado al racismo y la eugenesia, es decir, dos formas culturales del mismo. No debemos olvidar que las teorías que allí se elencan fueron en su momento consideradas producto de la ciencia más racional por los antecesores intelectuales de los críticos actuales del nacionalismo. Por otro lado, se habla también de sentimientos, del corazón, del vestido, de la cocina. Términos todos que, cuando han sido usados por los teóricos, lo han sido como descriptores y no como categorías. Pero que están en el habla cotidiana de la mayoría de los seres humanos. A partir de ellos se han apuntalado formas de convivencia y solidaridad que evocan nostalgia en las sociedades cada vez más “post” y se reciclan en modalidades que han suscitado la atención mundial.
Libro difícil de citar, de usar como referencia, de colocar en la nota a pie de página de un artículo académico. Más bien un libro para pensar en los avatares multiformes de la fraternidad y dominio con los que diariamente nos topamos.