En 2019, el sello editorial argentino de inspiración arguediana Katatay publicó un trabajo del peruano Javier Morales Mena. Esa investigación, titulada La representación de la literatura en la ensayística de Mario Vargas Llosa, es una propuesta crítica de encomio y reverencia dirigida al escritor arequipeño. Dicho de manera específica y conclusiva, Morales Mena afirma que las ideas literarias de los ensayos vargasllosianos son (e incluso deben ser) insumos hermenéuticos plenamente válidos. Confiesa el autor que esa investigación tiene origen en su tesis de maestría de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y que, además, es un anticipo de un “trabajo más amplio” (Morales, 2019: 15) sobre la ensayística de Vargas Llosa. Es, en otras palabras, una versión editorializada de su tesis de grado. En este texto, no realizaré un sumario de los contenidos ni un protocolar listado de halagos. Por el contrario, procuraré llevar a cabo una lectura crítica de su trabajo.
Paratextos 1
En la investigación literaria, los paratextos son la denominación que reciben los enunciados (de variado tipo) que acompañan al texto vertebral. Algunas veces lo acompañan para potenciarlo, es decir, con el fin de otorgarle mayor riqueza interpretativa. Algunas otras veces lo debilitan, en otras palabras, su presencia perjudica el objetivo principal. En cada uno de los tres capítulos del libro de Morales Mena hay epígrafes estratégicamente pensados y metodológicamente colocados. Estos paratextos inauguran cada sección y, con ello, fortalecen la tesis que su ensayo defiende. En resumen, son contenidos que le conceden densidad argumentativa al libro. Esos registros paratextuales, observados distributivamente, evidencian a personalidades literarias de naturaleza diversa: crítica, teórica y creativa. Los epígrafes del investigador peruano trascienden lo decorativo para inscribirse en la línea argumentativa de la tesis defendida por el autor. Los leeré en esa dirección.
A Ángel Rama, José Miguel Oviedo y Mabel Moraña les corresponde la autoría del primer bloque de epígrafes de la “crítica”. Estos registros son la apertura del capítulo primero, nombrado “La recepción crítica de los ensayos de Mario Vargas Llosa (1972-2015)”. Tomados en conjunto son enunciados argumentativos por oposición. Es decir, son razonamientos que Morales Mena muestra y exhibe para deslegitimarlos o, en otras palabras, con el fin de vaciarlos de significación. Deseo subrayar de los epígrafes tres términos: 1) subjetivismo (Rama), 2) testimonio (Oviedo), 3) omnipresencia (Moraña). El sujeto a quien se dirigen los referidos términos, evidentemente, es Mario Vargas Llosa. Destaco esas tres nociones porque califican sintéticamente el trabajo ensayístico del autor peruano. Pero más aún, lo caracterizan negativamente pues desean desestimar su escritura. En este sentido, que los ensayos vargallosianos sean subjetivos, testimoniales y aspiren a la omnipresencia, no hace más que abonar a la idea de que no son instrumentos hermenéuticos universales o, expresado honestamente, válidos. Morales Mena se encargará de “desenmascarar” las limitaciones de tales razonamientos.
Jacques Ranciere, Derek Attridge, Terry Eagleton y Jonathan Culler son los responsables de los epígrafes correspondientes al capítulo segundo. El objeto protagónico de esta serie de paratextos es la literatura o, de modo preciso, la idea que esos teóricos tienen de ella. En realidad, no se trata en sentido estricto de una definición ni mucho menos, sino de un esbozo de lo que es la práctica literaria para los referidos teóricos. Un detalle no menor de la selección teórica propuesta por Morales Mena es que corresponde casi íntegramente a reflexiones del siglo XXI (salvo la de Ranciere, que pertenece a las postrimerías del siglo pasado). Este otro gesto del investigador peruano tampoco es gratuito: el autor anhela matricular la ensayística vargasllosiana en la actual, la más reciente, teoría literaria del hemisferio norte (de las academias anglosajonas y francesas). Se trata, por supuesto, de una particular elección de un canon de textos que Morales Mena ha leído. Aunque se cuide mucho de que su selección no parezca arbitraria, lo es en tanto resulta producto de un criterio modulado por él mismo. El conjunto de epígrafes de la “teoría”, a diferencia de los anteriores, son enunciados de argumentación por afirmación: presentan las ideas defendidas por el investigador peruano. Morales Mena, a partir de sus teóricos, quiere decir que la práctica literaria desborda los marcos estructuralistas, formalistas o inmanentistas. En otras palabras, desea sostener que la teoría actual define a la literatura como una indefinición.
A Mario Vargas Llosa le pertenecen los últimos tres epígrafes. Como es natural, son extractos de sus ensayos sobre literatura que, bajo la orquestación de Morales Mena, sintetizan las ideas del nobel arequipeño respecto de la práctica creativa. La particularidad de esos registros paratextuales se encuentra en su investidura o hábito; en otras palabras, en cómo abordan la noción de literatura. La investidura o hábito con que Vargas Llosa envuelve sus razonamientos se caracterizan por su acento lírico y su definición romántica. De esta manera, la literatura es fuego, inconformismo, rebelión, contribuye al perfeccionamiento humano y participa en la vida. La imagen de la literatura que procrea el escritor peruano se encuentra bendecida por argumentos surgidos de la esencia misma de su experiencia. Vargas Llosa le asigna a la práctica creativa una condición de omnipotencia, con la capacidad de revolucionar el mundo. Lo realmente llamativo aquí no son las palabras del arequipeño, sino la atrevida tentativa de Morales Mena: equiparar esos razonamientos con los lejanos presupuestos teóricos de la asentada academia literaria.
Los tres tipos de paratextos (crítico, teórico y creativo) utilizados por el autor son también argumentos destinados a defender su anhelo: “los ensayos de Vargas Llosa serán los primeros referentes que se emplearán para modelar una idea de literatura vinculada con la sociedad y con el desarrollo de la dimensión de lo posible” (Morales 2019: 152). En este sentido, y retomo el primer párrafo de esta reseña, su libro es una propuesta de encomio y reverencia destinada a la ensayística vargasllosiana. La lectura detenida de esos diez epígrafes demuestra ya la razón de ser del libro. En otras palabras, dichas registros paratextuales condensan la exposición mayor de cada uno de los capítulos. Por ende, son un adelanto argumentativo que permite predecir el sendero que tomarán las ideas del investigador peruano.
Paratexto 2
Elegí los epígrafes del trabajo de Morales Mena para presentar sólo incoativamente el trazo mayor de la tesis del investigador. Evité seguir la disposición natural de todo texto, es decir, comenzar por la introducción, pues me interesó ver que las referidas marcas paratextuales regulan el contenido global del ensayo. Tomaré ahora el hilo de lectura tradicional para situar la mirada en la introducción del trabajo. Para materializar su introducción, Morales Mena emplea una escritura protocolar que resume cada uno de los tres capítulos. A grandes rasgos los paratextos de los epígrafes y el paratexto introductorio mantienen una relación de reciprocidad y de concordancia en sus contenidos. En otras palabras, no desentonan en su conexión con el objetivo principal de Morales Mena. Sin embargo, existe una fisura entre los epígrafes de la “crítica” y el resumen del capítulo primero que el autor presenta en su introducción. En este capítulo, el investigador peruano habla de los tres tipos de tesis (los tres modos) que se han aproximado a la ensayística del nobel arequipeño.
Los nombres de esas denominadas tesis son los siguientes: el vacío epistemológico, la autorrepresentación y la homologación conceptual. A partir de ellas, Morales Mena se refiere, asimismo, a quienes las alentaron: Ángel Rama, José Miguel Oviedo y Sara Castro-Klarén. Las relaciones de correspondencia entre la introducción y los epígrafes tienen un desencuentro cuando se observa la omisión de Castro-Klarén en el listado de epígrafes. En su lugar, como se ha visto, se muestra a la crítica uruguaya Mabel Moraña. Esa omisión, sin embargo, resultaría insignificante si no se comprendiese cabalmente que el propósito del grupo de epígrafes “críticos” es condensar un monolito argumentativo: las ideas literarias de Vargas Llosa son meramente subjetivas y testimoniales. Morales Mena decide no colocar ningún epígrafe de Castro-Klarén, porque él mismo conducirá su trabajo sobre la tesis “provocativa” de la estudiosa de origen peruano. La apropiación de la que se vale el autor, entonces, adquiere relevancia si se concluye que pretende “homologar conceptualmente” a Vargas Llosa con los teóricos recientes.
El razonamiento presentado en la introducción es simple y claro. Su autor da las pinceladas justas que explicitan sus argumentos, expresan su hipótesis, y manifiestan sus conclusiones. No obstante, buena parte de estas pinceladas se apoyan en lo que considero “preargumentos”. Los preargumentos de Morales Mena son, precisamente, las dos tesis que quiere rechazar (vacío y autorrepresentación) y la que procura alentar (homologación). Son preargumentos, también, porque no son útiles para la demostración sino más bien para el pretexto: sin la existencia de ellas el autor no podría dirigir su propio trabajo, ya que son el abono y la fermentación de su tesis. Por esta razón, Rama, Oviedo y Castro-Klarén (entre otros pocos a quienes Morales Mena recurre) son la justificación del libro. El autor desenreda una a una sus ideas bajo el manto de la reconstrucción expositiva. Así pues, presenta el detalle de cada tesis con una escritura claramente posicionada. Para el investigador peruano, la reproducción es un concepto-gesto que sirve para entender el impacto diverso de cada una de ellas. Comentaré este último concepto-gesto en el siguiente apartado.
Escritura
Las propuestas de Rama y Oviedo han sido artífices “de las lecturas que repiten acríticamente las tesis de vacío epistemológico y de la autorreferencialidad” (Morales 2019: 11). Sin duda alguna, estas palabras exteriorizan el posicionamiento negativo de Morales Mena. Los trabajos posteriores, inspirados en Rama y Oviedo, han reproducido de modo automático las mentadas dos tesis. El éxito que ambas han tenido angustia al investigador peruano a tal punto que él mismo desea reproducir otra: la de la homologación conceptual. Esta última, mucho menos aclamada, es justamente la máxima de la pleitesía académica tributada por Morales Mena, inspirado a la vez por Castro-Klarén. Él se encarga de enunciar positivamente la propuesta de la estudiosa: “sugerente propuesta” (10). No obstante, a renglón seguido, se ocupa por no concederle más de lo necesario: “Aunque con tibieza, su lectura homologa los conceptos esbozados por Vargas Llosa” (39). Este es un gesto sobresaliente del investigador, pues le permite limpiar el terreno (o al menos hacerlo más transitable) para reproducir la tesis “homologadora”.
Su escritura sólo le da importancia a la tesis de Castro-Klarén en la medida de que es pretexto y motivo de exposición en el capítulo primero. Luego de allí, Morales Mena marcha por sí mismo. La reproducción de la tesis de homologación, por ende, es también un gesto escritural de atrevimiento académico. Busca desmontar las tradicionales aproximaciones que se han realizado sobre los ensayos vargasllosianos. En particular, pretende desmoronar los razonamientos del vacío epistemológico y de la autorreferencialidad desde sus creadores (aunque ellos no los hayan bautizado de esa manera) hasta sus actualizadoras (Ewa Kobylecka-Piwonzka y Mabel Moraña). La escritura de Morales Mena posee aliento de ironía y de pretensión académica cuando expone los puntos clave de cada tesis. Es así porque ha pensado minuciosamente que ese camino es errado y debe ser desandado en beneficio de su propia reproducción “homologadora”:
Desde que Rama formuló la tesis del vacío epistemológico hasta la actualización que Moraña hace de esta, por lo menos, pasaron cuatro décadas. ¿Por qué se continúa leyendo la ensayística de Vargas Llosa apelando directa o indirectamente a la tesis del vacío epistemológico y de la autorreferencialidad?, ¿por qué se continúa repitiendo acríticamente los mismos juicios y argumentaciones?, ¿es que no hay otra forma de aproximarse a esta producción crítica que no sea exigiéndole casi automática y mecánicamente el cumplimiento del protocolo científico? (Morales 2019: 51-52).
En la serie anterior de preguntas se halla el meollo propositivo del trabajo de Morales Mena. La recriminación de por qué se continúa leyendo repetidamente de un modo acrítico da paso a la interrogante que sugiere una salida hermenéutica alternativa. Precisamente esa otra forma de aproximación es la suya o, mejor dicho, la insinuada por Castro-Klarén. A cuenta gotas, el investigador peruano recrea verbalmente la tesis de la homologación conceptual a partir de la ya aludida Castro-Klarén, pero también de los “provocadores” Raymond Williams y Belén Castañeda. Estos dos últimos nombres, sumados a los de Kobylecka-Piwonzka y Mabel Moraña, integran el acápite del capítulo primero nombrado “La proyección de las tres tesis sobre la ensayística vargasllosiana (1990-2013)”. De cierto modo esta proyección de actualización temporal es la clausura de los preargumentos, los pretextos de sembrío ensayístico empleados por Morales Mena.
Su escritura resulta, además, interesante si se lee no sólo como surgimiento del pretexto “homologador”, sino sobre todo si se observa qué otras defensas argumentativas hallamos en ella. Obviamente, esto ya lo adelanté, el autor luce varias cualidades académicas, de las cuales destacaré su concepción minuciosa y pertinente de su trabajo. En otras palabras, procura erigir un monolito argumentativo que no pueda ser fisurado fácilmente. De esta manera, tapona los agujeros críticos de su encomio académico a Vargas Llosa: expone cinco publicaciones teóricas en la línea de su razonamiento (71-109), explora la naturaleza subjetiva del género ensayístico (115-118) y homologa siete muestras ensayística vargasllosianas con las ideas de la teoría que había expuesto previamente (118-153).
Sintetizaré los rasgos de la teoría presentada en el trabajo del peruano a partir del término “diseminación”. Esta palabra tiene un campo semántico que incluye las ideas de expansión y de esparcimiento. Si se le agrega la perífrasis adjetival “de la literatura”, se tiene un arco significativo que puede indicarse más o menos del siguiente modo: la expansión del concepto “literatura”. Para consolidar este presupuesto, Morales Mena ya ha desmantelado el imaginario teórico de la práctica literaria: “Después de estas vueltas de tuerca, es poco frecuente hallar la simplificación metodológica de la literatura cifrada en formas, estructuras, gramáticas, funciones, sintaxis y combinatorias” (105). En sus palabras, la expansión del mentado concepto incluye un “reposicionamiento de la dimensión sensible del sujeto (ético), la invocación de lo humano en el espacio de la literatura” (105). El reposicionamiento del que habla el autor tiene, por un lado, su razón de ser en el entramado teórico que expone, y por otro lado posee su punto de anclaje en Vargas Llosa (o para ser estricto, en sus pensamientos literarios).
Los rasgos que deseo anotar son los siguientes: la literatura como acontecimiento, la literatura como confluencia entre lector(a) y escritor(a), y la literatura como acto performático. Estas tres anotaciones son la expresión del ensanchamiento de la idea de literatura que esboza Morales Mena. La literatura es acontecimiento porque se entiende como “una estrategia que está estructurándose constantemente como un acto en proceso” (101). Es, con otras luces, una experiencia única que debe ser aprehendida con las pasiones humanas que bordean esa práctica: “ya no se describen solamente las formas y estructuras, también se reflexiona por los elementos que circundan el proceso de producción y de recepción del texto (106). La literatura es confluencia pues recupera la complejidad del acto comunicativo entre quien escribe y quien lee. Este último no es un agente inerte sino activo participante que evidencia una forma de aproximación hermenéutica alternativa: “se reconduce la mirada hacia sujetos y elementos otrora excluidos de la reflexión: el autor, el contexto y la historia social, cultural y literaria que envuelven a la literatura (104). La literatura es acto performático debido a que tiene una intencionalidad, busca movilizar o alentar una respuesta: “incita, apela y produce modelos mentales y empuja a los lectores a realizar acciones” (99). De todo lo anterior se concluye que la literatura (el ensayo incluido) exige una escritura pasional, intensa y afectiva. Dicho con las palabras del investigador peruano: “una que articule la fuerza conceptual que fluye por las arterias de la razón y el corazón” (10).
La escritura del acápite que titula “El pensamiento teórico contemporáneo” se caracteriza por ser un contrapunto entre su exposición sobre los teóricos y sus comentarios acerca de esas mismas nociones. Si Morales Mena realiza una selección de su canon de teoría literaria, vuelve a elegir sólo las ideas útiles de los ya mencionados pensadores de la teoría. La concepción previa, el esbozo anterior, es la condición necesaria para entender el motivo de dicha elección. El investigador peruano mantiene siempre en vitrina el propósito máximo de erigir su monolito argumentativo. La alocución de Morales Mena en su capítulo segundo es amplia y detallada. Su objetivo es debilitar los razonamientos provenientes de Rama (vacío epistemológico) y de Oviedo (autorrepresentación) desde la legitimidad y la autoridad respaldadas por la academia hegemónica de la literatura. Llama y trae a mención, por lo tanto, a Jacques Ranciere, Derek Attridge, John Carey, Tzvetan Todorov y Terry Eagleton. Esta “diseminación” de nombres teóricos le posibilita expresar la excusa epistemológica para materializar su idea hermenéutica:
[L]a noción de literatura dentro del imaginario teórico contemporáneo será resultado de una reconstrucción conceptual polifónica. Esta alocución epistemológica servirá, luego, para desarrollar el trabajo de releer la producción ensayística de Mario Vargas Llosa en la línea trazada por los críticos (Castro-Klarén, Castañeda y Williams) que propusieron comparar y homologar las ideas del Nobel con las ofertas conceptuales teóricas (71).
Morales Mena bautiza su capítulo tercero con el membrete “La representación de la literatura en la ensayística de Mario Vargas Llosa”. En este último episodio, hay tanto un lucimiento notorio como un sinsabor analítico. Lo primero tiene que ver con la calidad escritural. El investigador peruano exhibe una narración argumentativa de aspiración “científica”, es decir, emplea conceptos de cuño elevado y de sofisticación teórica atractiva. Dialogismo (118-122), suspenso narrativo y biografemas (122-125), personajes conceptuales (125-132) son algunos de los conceptos que el autor luce para explicar los “elementos cognoscitivos” de la ensayística vargasllosiana. Porque se vale de una escritura aspiracional, puede afirmar sobre el Nobel arequipeño: “todos los elementos que caracterizarán su práctica ensayística posterior (biografemas, afeptos, sumarios históricos), se da forma a la presencia de una constante de tensión y conflictividad entre literatura y sociedad. Para decirlo corto, Morales Mena lee a Vargas Llosa de un modo tal que no quepa duda de su importancia conceptual literaria: la escritura científica del investigador arropa el lenguaje subjetivo y testimonial del novelista.
Lo segundo tiene que ver con la extensión escritural. Morales Mena parece agotarse cuando llega a la última sección de su libro. No le dedica la atención debida a lo que significa el meollo argumentativo de su trabajo. Acelera mucho cuando homologa las nociones vargasllosianas con la asentada academia teórica. ¿Demuestra lo que inicialmente adelanta en su introducción? Sí, por supuesto. ¿Dónde se encuentra esa aceleración escritural? De modo meridiano, la detectamos en la “diseminación” expositiva de los siete ensayos elegidos por el investigador. Hay sólo destellos de esos discursos vargasllosianos, a los cuales el autor recurre tibiamente. En ese sentido, son válidas sus propias palabras sobre Vargas Llosa para calificar sus razonamientos: “nos permitimos recordar que el registro desde el que se enuncian estas ideas sobre la literatura es el ensayístico, y el lenguaje elegido para tal fin es el afeptivo, esto es, uno que combina lo sensible con lo conceptual” (147). Las conclusiones que Morales Mena brinda son demasiado conclusivas para lo que ha mostrado primariamente de la escritura vargasllosiana. Son, por lo tanto, resoluciones argumentativas también de tipo afeptivas (otro de los conceptos que él emplea). El ensayo del investigador peruano exhibe un conocimiento metódico de la teoría literaria, una lectura ordenada de la crítica que ha abordado la ensayística del peruano. Por eso mismo, sin embargo, muestra un bagaje plagado de teoría que relega la aparición de Vargas Llosa a una instancia secundaria: no sólo es el último capítulo, sino también el más acelerado. Afirma Morales Mena que este trabajo es sólo una pieza de uno mayor sobre los ensayos vargasllosianos. Hay que aguardar con ansias, entonces, esa investigación.