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Migraciones internacionales

versión On-line ISSN 2594-0279versión impresa ISSN 1665-8906

Migr. Inter vol.1 no.2 Tijuana ene./jun. 2002

 

Artículos

 

La migración internacional desde una perspectiva sociocultural: estudio en comunidades tradicionales del centro de México

 

Mónica Gendreau* y Gilberto Giménez**

 

* Universidad Iberoamericana.

** Universidad Nacional Autónoma de México.

 

Resumen

El artículo presenta los resultados de una investigación realizada en el Valle de Atlixco, Puebla, entre 1997 y 1999, cuyo objetivo central fue conocer los efectos de la migración internacional en las identidades tradicionales del México rural. El estudio se funda en una aproximación multimetódica (entrevista por cuestionario en cinco municipios, realización de entrevistas en profundidad y trabajo etnográfico en cuatro localidades). Los resultados muestran las dimensiones del sentimiento de pertenencia socioterritorial (amplitud, intensidad y estructura motivacional) que se articulan a partir de dos elementos "sangre y tierra". La migración internacional, lejos de diluir o desmembrar las comunidades, está favoreciendo la revitalización del sentimiento de pertenencia comunitaria y local. Esta región inicia un proceso de modernización desde la tradición que implica la resistencia cultural y social (a partir del profundo arraigo a la tierra), al tiempo que propicia la dinamización y generación de nuevas posibilidades de desarrollo mediante la inserción de los paisanos en el mercado laboral de Nueva York.

Palabras clave: migración internacional, identidad, antropología cultural, Valle de Atlixco, Puebla.

 

Abstract

The article presents results of research done in Valle de Atlixco, Puebla, from 1997 through 1999. The study's central objective was to understand the effects of international migration on traditional identities in rural Mexico. The study was based on a multi-methodological approach (survey interviews in five municipios and in-depth interviews and ethnographic work at four locations). The results show the dimensions (breadth, intensity, and motivational structure) of the sentiments of socio-territoriality, expressed through two elements, "blood and land." International migration, far from diluting or dismembering communities, is favoring the revitalization of a sense of belonging to a community and a place. This region is initiating a process of modernization against a tradition of cultural and social resistance (based on deep bonds with the land) at the same time that the insertion of its members into the New York labor market favors the dynamization and generation of new development possibilities.

Keywords: international migration, identity, cultural anthropology, Valle de Atlixco, Puebla.

 

Introducción

Presentamos un avance de la investigación realizada en la región de Atlixco, en el estado de Puebla, cuyo objetivo central fue conocer los efectos de la migración internacional sobre las identidades tradicionales del México rural.1 El propósito del trabajo ha sido estudiar algunos de los efectos observables del proceso de modernización y globalización desde una perspectiva cultural y en la óptica de las comunidades periféricas.

En este trabajo pretendemos sentar las bases para la discusión en torno a los rasgos de la globalización en las comunidades periféricas, desde una perspectiva que niega que los procesos sociales y culturales hayan sido desterritorializados a raíz de la "deslocalización" de la población, al entrar ésta en contacto con ámbitos tan amplios que "diluyen" o hacen pasar a segundo término el apego al territorio (Giménez, 1996). Por el contrario, nosotros encontramos la revitalización del sentimiento de pertenencia regional y local a raíz, precisamente, de la migración internacional.

El trabajo cuenta con tres grandes apartados. En el primero definimos algunos de los conceptos clave desde los que realizamos el estudio. Partimos de la discusión acerca del sentimiento de pertenencia territorial y hacemos una propuesta para estudiar la relación entre territorio y cultura, todo ello enmarcado en una construcción de la región bajo diversos criterios (geográfico, económico, histórico). En este apartado también describimos los principales rasgos de nuestra región de estudio, echando mano a las aportaciones que desde diversas ópticas y disciplinas han realizado otros estudiosos de la región.

En el segundo apartado revisamos algunos resultados del estudio en torno al proceso migratorio y sus efectos sobre el sentido de pertenencia. Sabemos que la migración, como todo proceso social, se caracteriza por ser abierto e impredecible, por lo que no siempre conduce a la disolución social y cultural. Revisamos las dimensiones del sentimiento de pertenencia socio-territorial en las poblaciones rurales del Valle de Atlixco, en cuanto a su amplitud, intensidad y motivaciones más importantes, mostrando que se encuentran articuladas por las nociones de "sangre y tierra".

El estudio fue realizado mediante una aproximación multimétodo, derivado en buena parte de la aproximación teórica. Así, para describir la región en términos geográficos y económicos, recurrimos a fuentes secundarias, es decir, a trabajos ya realizados bajo esta óptica por geógrafos y economistas. Igualmente, para reconstruir la historia económica y cultural del área considerada, recurrimos a fuentes históricas y a historias de vida destinadas a explorar la memoria colectiva de los habitantes.

Por lo que toca a la descripción de la cultura regional concebida en términos ecológicos y etnográficos, recurrimos a los métodos antropológicos habituales de la observación participante y la aplicación de entrevistas a informantes seleccionados en las localidades elegidas como representativas y dotadas de mayor "densidad cultural". No obstante, como la identidad no es un fenómeno directamente accesible desde la posición del observador externo, fue necesario buscar un método en el que los propios actores sociales exterioricen y manifiesten discursivamente su sentido de pertenencia socio-territorial. En nuestro caso, y debido a la amplitud territorial de nuestro objeto de estudio, procedimos a aplicar una entrevista por cuestionario (survey) a una muestra aleatoria de individuos que habitan los cinco municipios que conforman la región de Atlixco.

En el tercer apartado, la información generada ofrece elementos para sustentar la hipótesis de que las comunidades bajo estudio, lejos de perderse o "diluirse" por el proceso migratorio, manifiestan una revitalización de la cultura local característica de la región. La migración, al vincularse con las estructuras de sobrevivencia de las familias campesinas (Arizpe, 1985), permite contar con un flujo de recursos económicos imposible de generarse localmente, y ha propiciado nuevas formas de participación y decisión comunitarias. Ambos efectos son importantes para iniciar un proceso de desarrollo endógeno centrado en las necesidades y proyectos locales, pero sin perder su relación con el ámbito global. Es decir, en esta región empieza a tener lugar un proceso de modernización desde la tradición que implica, por un lado, la resistencia cultural y social a través de la permanencia de los campesinos en sus tierras gracias a un sentido profundo de pertenencia territorial; por otro lado está la dinamización y generación de nuevas posibilidades de desarrollo, gracias a la inserción de los "paisanos" en el mercado laboral de una de las ciudades globales de mayor importancia mundial como lo es Nueva York (Sassen, 1988).

 

El sentimiento de pertenencia territorial

En el conjunto de las ciencias regionales, la reflexión en torno al sentimiento de pertenencia territorial ha sido un aspecto poco estudiado por la sociología, la economía o la historia, desarrollándose como un tema secundario en la geografía y la ecología humanas del siglo XX. En la presente investigación estudiamos algunas de las manifestaciones y consecuencias de la migración internacional (que forma parte del proceso de globalización de la economía) en el sentimiento de pertenencia territorial. Esto obedece al objetivo de incluir la dimensión cultural a la proyección del desarrollo local y regional, aspecto por demás olvidado en la mayoría de este tipo de propuestas. Buscamos profundizar la relación entre el sentimiento de pertenencia y la movilidad territorial en sus diversas manifestaciones, desde los movimientos pendulares (desplazamientos continuos entre dos puntos), las salidas frecuentes a los centros regionales para el intercambio, la migración estacional regional o intranacional y, por último, la migración internacional.

El territorio es uno de los nombres con los cuales las ciencias sociales se refieren a la dimensión físico espacial de la realidad social. Dimensión evidentemente ubicua y necesaria si admitimos que la sociedad no es solamente un constructo mental. Inicialmente el territorio es concebido como elemento o "ente territorial" del Estado o la comuna; en la geografía y la geopolítica se lo hace coincidir con el "espacio"; en urbanismo se lo utiliza en la contraposición campo/ciudad. Sin embargo, proviniendo de diferentes tradiciones encontramos raíces verbales muy diversas para evocar esta dimensión (lugar, espacio, geo-, región, eco-, entre otras). De manera que el sentimiento de pertenencia territorial podría atribuirse a diferentes ámbitos (local, regional, nacional o internacional) y, siguiendo una tradición de la geografía fenomenológica, podríamos hablar incluso del "sentimiento de lugar" o "topofilia" (Yin Fu Tuan,1982).

La pertenencia, por su parte, es un concepto central de la teoría sociológica en tanto criterio de definición del sistema y de la posición y status que guardan sus elementos; además, como criterio de definición de la personalidad del individuo y, por tanto, de su relación con el sistema socio-cultural (Pollini, 1987). La identidad, en el sentido en que la empleamos, corresponde al ámbito de la cultura, concebida ésta como la dimensión simbólico expresiva de las relaciones sociales, por oposición (analítica) a su dimensión instrumental (Geertz, 1973). La identidad es la internalización peculiar y distintiva de la cultura por los actores sociales como matriz de unidad (adintrá) y de diferenciación (adextra) (Gendreau y Giménez, 1998b).

Por tanto, cuando hablamos de pertenencia social del sujeto pensante y con sentimientos, el sentido o sentimiento de pertenencia (identidad, identificación) es un hecho subjetivo tanto como objetivo. Al hablar de pertenencia socio-territorial nos estamos refiriendo específicamente al sentimiento de pertenencia territorial compartido por un grupo humano, con un sustrato cultural, económico y demográfico específicos. A partir de aquí se construyen el cuestionario y las guías de entrevista y de observación, de manera que se consideren ambos aspectos: el objetivo (sociodemográfico, económico, propiedad de la tierra, movilidad social y espacial, amplitud y destino de la migración) pero, fundamentalmente, el subjetivo (representación y valoración de los aspectos espaciales de la zona o región de pertenencia, redes sociales y familiares, por ejemplo).

El estudio del sentido de pertenencia socio-territorial, que para nosotros se identifica conceptualmente con la autopercepción de una identidad regional, requiere de una serie de distinciones teóricas que es necesario precisar aquí. Pertenencia, etimológicamente, se refiere tanto al hecho objetivo de ser parte de alguna cosa como a la conciencia subjetiva de este hecho. Robert K. Merton (1972) distingue varios criterios en la definición de perte objetiva (evaluada por la frecuencia estable de interacciones), subjetiva (por autodefinición o autopercepción) e intersubjetiva (que implica la definición de otros). Ello nos permite tener una concepción dinámica del sentido de pertenencia que cambia en el tiempo tanto en amplitud, como en intensidad y orientación (Strassoldo y Tessarin, 1992:37).

En la tradición sociológica, como señala Pollini (1987), se tiende a considerar el territorio no como objeto directo de apego (afección, identificación, pertenencia) sino como símbolo y mediador de la pertenencia social. Uno se siente ligado y perteneciente a un territorio no en si mismo sino en cuanto a que en él vive el grupo que es el objeto real de aquel sentimiento. En todo caso, el territorio es el símbolo metonimico (por contigüidad y asociación) del grupo que en él vive.

Autores como Park y Hawley, representativos de la escuela de ecología humana, señalan que la sociedad humana podría funcionar solamente al nivel "biótico" de una comunidad "ecológica", de manera no diferente a aquél que se encuentra en la naturaleza donde los individuos interactúan sólo sobre la base de intereses competitivos y la única cosa que comparten en común es la base territorial. En esta acepción, la "commmunity" no tiene las características de cohesión y solidaridad que le atribuye la tradición tóennesiana (Gemeinschaft), sino al contrario, es el reino del individualismo y del conflicto. Un ejemplo sencillo de una relación simbiótica sería el mercado, en cuanto a que en él tienen lugar intercambios de tipo instrumental, pero que no implican contagio cultural ni una relación de identificación.2 Esta distinción es importante ya que para pasar de la mera "colocación ecológica" al sentimiento de pertenencia social es necesario que medie el proceso de socialización, que implica la "incorporación [...] de elementos simbólico-culturales compartidos: costumbres, tradiciones, creencias". Según Vargas (2001) la concepción ecológica de la comunidad puede explicar ciertos aspectos de la sociedad moderna, como su funcionamiento y expansión en aparente carencia de valores y símbolos compartidos.

 

La relación entre territorio y cultura

Los conceptos que nos permiten estudiar el sentimiento de pertenencia socio-territorial en una región determinada, provienen de desarrollos recientes en la sociología de la cultura. Bourdieu (1979) afirma que "el capital cultural" de toda sociedad podría presentarse de tres maneras: en estado incorporado, es decir, como habitus, en estado objetivado, es decir, en forma de "bienes culturales" como el patrimonio artístico y monumental, pinturas, libros, por mencionar algunos; y en estado institucionalizado, por ejemplo, la cultura escolarizada legitimada por los títulos y los rituales educacionales). Podríamos reducir esta tríada a una simple dicotomía, denominando los dos últimos estados formas objetivadas de cultura y el primero "forma subjetivada o internalizadá' de la misma. Desde luego que existe una relación dialéctica entre estas dos formas de cultura. La cultura objetivada o materializada solamente tiene significado si es apropiada y permanentemente reactivada por los individuos a través de un "capital cultural incorporado" (habitus) que permite leerla, interpretarla y evaluarla. De otra manera se convertiría en algo similar a lo que llamamos una "lengua muerta".3 Bajo esta perspectiva, como hemos señalado en otros trabajos (Gendreau y Giménez, 1998a), la relación entre territorio y cultura presenta tres dimensiones a ser estudiadas.

En la primera dimensión, el territorio constituye por sí mismo un "espacio de inscripción" de la cultura y en este sentido es equivalente a una de sus formas objetivadas. De hecho sabemos que no existe ningún territorio "virgen" que se presente como tabula rasa, sino solamente territorios "tatuados" por la historia, la cultura y el trabajo humano. Aquí nos encontramos la perspectiva de la geografía cultural que desarrolla, entre otros, el concepto de "geosímbolo". Éste se define como "un lugar, un itinerario o un accidente geográfico que por razones políticas, religiosas o culturales reviste una dimensión simbólica a los ojos de algunos pobladores o grupos sociales, y por eso mismo alimenta y refuerza su identidad" (Bonmaison, 1981, p. 256).

Desde este punto de vista, los llamados "bienes ambientales" como las áreas ecológicas, los paisajes rurales, las poblaciones urbanas, las aldeas, los sitios pintorescos, las peculiaridades del habitat, los monumentos, las redes de caminos y veredas, los canales de irrigación y, en general, cualquier elemento de la naturaleza "antropizada", podrían considerarse como un bien cultural y, por definición, como una forma objetivada de la cultura.

En la segunda dimensión, el territorio sirve como área de distribución o de difusión de instituciones y prácticas culturales específicas a partir de un centro. En éste las formas culturales ya no están intrínsecamente ligadas con el territorio, como en el caso anterior, por más de que el territorio les sirva de marco. Se trata siempre de formas objetivadas de la cultura: patrones de conducta distintivos, maneras de vestir, celebraciones anuales y ferias, rituales característicos que acompañan el ciclo de la vida -aquellos que se refieren al nacimiento, matrimonio y muerte, por ejemplo- danzas folklóricas, cultura gastronómica, formas lingüísticas o sociolectos locales y regionales, entre otros. Como este conjunto de rasgos es de tipo etnográfico, se puede denominar cultura etnográfica (Gouchard, 1994).

En la tercera dimensión, el territorio puede ser apropiado subjetivamente como objeto de representación y apego afectivo y, sobre todo, como un símbolo de identidad socio-territorial. En este caso, los sujetos (individuales o colectivos) se apropian del espacio integrándolo a su propio sistema cultural. Con esto pasamos de un territorio que llamaríamos "exterior", culturalmente marcado, a otro "interior" y no visible, resultado de una "filtración" subjetiva del primero, con el cual coexiste. Esta dicotomía -que reproduce la distinción entre formas objetivadas y subjetivadas de la cultura- es fundamental para comprender que los desplazamientos físicos en un territorio no implican automáticamente una "desterritorialización" en términos simbólicos y subjetivos. Es posible abandonar físicamente un territorio sin perder las referencias simbólicas y subjetivas que se reactivan a través de la comunicación a distancia, los recuerdos y la nostalgia. Cuando se emigra a tierras lejanas, frecuentemente se lleva "la patria adentro". Es precisamente la geografía de la percepción la que toma en cuenta esta dimensión cultural y subjetiva del territorio haciendo referencia al proceso de formación de la identidad.

Por último, existe un nexo no solamente etimológico entre pertenencia y participación. La primera indica el "sentirse parte de"; la segunda, el "ser parte de" o "tomar parte en". La primera connota un matiz sentimental y estático. La segunda presenta un aspecto práctico y dinámico. Como afirman Berelson y Steiner (citados por Strassoldo y Tessarin, 1992), "la interacción genera integración", lo que es una manera de expresar que la pertenencia genera participación y viceversa. Estudiar la pertenencia es, por tanto, estudiar uno de los presupuestos de la participación. Este es uno de los objetivos más importantes de la investigación, ya que "sin participación no hay ni libertad ni democracia".

Finalizamos esta sección mencionando algunas de las preguntas conductoras de nuestra investigación que se relacionan con la problemática arriba enunciada: ¿Cómo, en qué medida y con qué intensidad el individuo se siente pertenecer a diversas entidades socio-territoriales: familia, comunidad, región, nación? ¿Existe un sentimiento de pertenencia regional? ¿Cuáles son sus rasgos o características? ¿Cómo éstos se han visto afectados por la migración internacional? ¿Cuál es la importancia relativa de los aspectos socioculturales y territoriales para el grupo? ¿Cuáles son las proyecciones socioculturales (valores, fiestas, tradiciones) e instrumentales (formas de trabajo, intercambio, organización) de su sentimiento de pertenencia territorial y de identidad local-regional? Todas estas interrogantes tienen importancia, no sólo en términos de la teoría sociológica sino también de la praxis social, en el sentido de que la organización del espacio debe tomar en cuenta los sentimientos de los habitantes: su sentido de pertenencia, sus valores, sus proyectos, su voluntad de desarrollo y de participación (Bassand, 1990).

 

El Valle de Atlixco: la región como hipótesis de trabajo

En esta sección trataremos brevemente el ámbito del estudio espacial. De entrada partimos de la tesis de que la región no es un concepto apriorístico sino una construcción que parte de criterios específicos, entre ellos el geográfico, económico, político administrativo, histórico y cultural. Por consiguiente, cualquier región debería ser considerada más como una hipótesis a ser probada, que como un dato empírico (Van Young, 1992). En este sentido, el Valle de Atlixco constituye una microrregión que forma parte de una región más amplia que estaría conformada por el estado de Puebla y la región central de México.

Para la construcción de la región del Valle de Atlixco consideramos las dimensiones histórica, cultural, social, poblacional y económica que nos ofrecen una aproximación multidisciplinaria en la descripción y delimitación de la región de estudio. Partimos de la hipótesis de que la región ecológica, económica e histórico social constituye el sustrato idóneo para la conformación de la región cultural.

Desde el punto de vista geoecológico, el Valle de Atlixco conforma una región natural caracterizada por un clima que va del semicálido a cálido, con lluvias en el verano en casi toda la región. La parte más cercana al volcán presenta clima semifrío y subhúmedo. El suelo es fértil gracias a los numerosos arroyos que la atraviesan y que forman parte del río Atoyac. Geográficamente está delimitado hacia el sureste por la región Mixteca y hacia el noroeste por el volcán Popocatépetl.

Históricamente, la región de Atlixco ha sido considerada como una zona de importancia económica y de alta densidad cultural y religiosa. Así lo demuestra el asentamiento de numerosos grupos indígenas desde la época prehispánica, como los olmecas, los xicalangas y los teochichimecas.4 Estos últimos aportan elementos culturales que llegan a extenderse hasta la sierra de Puebla (Landa Abrego, 1962). Todavía se conservan en la actualidad algunas costumbres e instituciones indígenas a pesar de que la lengua náhuatl se ha extinguido casi totalmente (menos del 20% de la población es bilingüe). Sin embargo, persisten algunos elementos culturales comunitarios ligados a la organización de las fiestas patronales y rituales ligados al ciclo de la vida y la muerte que continúan siendo un factor importante en la integración de la región cultural.

Desde el punto de vista religioso, en el municipio de Atlixco y, posteriormente, en los municipios aledaños, se destacan los asentamientos de la orden franciscana que desde el siglo XVI realiza una obra importante de evangelización y construcción de iglesias y conventos que todavía configura hasta nuestros días los rasgos etnográficos regionales más relevantes. La celebración de las fiestas patronales así como la continuidad del sistema de cargos relacionado con el cuidado y mantenimiento de los ritos y los templos, constituyen un elemento importantísimo de articulación de la identidad pueblerina tradicional.

En el ámbito económico se pueden destacar de manera general cinco periodos ligados a lógicas productivas diversas que influyeron en la integración económica de esta región, que remite como polo de atracción y crecimiento económico a la ciudad de Atlixco. De acuerdo con la abundante historiografía de la región central del Valle de Puebla, el Valle de Atlixco se asocia al crecimiento de la ciudad de Puebla, ya que ésta se considera uno de los primeros asentamientos urbanos españoles del siglo XVI (de hecho la segunda ciudad de la Nueva España) y el Valle de Atlixco nace como un sitio de "laboreo agrícola" y producción de trigo para las ciudades de México y Puebla. En 1542 se da el primer reparto de tierras en el valle y se funda un asentamiento poblacional importante en la ciudad de Atlixco (denominada Villa de Carrión).

La extensión y amplitud del valle, su clima templado y agua abundante, favorecen la práctica intensiva de la agricultura durante todo el periodo colonial. Entre los siglos XVII y XIX tiene lugar un proceso continuo de concentración de la tierra y de establecimiento de un sistema hacendarlo de importancia que continúa hasta finales del siglo XIX. Las 52 haciendas del valle establecen una relación de dominación e intercambio con las poblaciones indígenas que no desaparecen del todo, sino que se repliegan hacia las faldas del volcán y hacia las tierras sin irrigación.5 Estas poblaciones ofrecen mano de obra abundante para cubrir los ciclos de producción triguera, por lo que son consideradas un recurso importante. La economía de valle estuvo ligada a los vaivenes del mercado harinero en la Nueva España y del México independiente, por lo que pasa por periodos muy largos de crisis productiva y financiera.

Hacia 1877 se inicia el desarrollo de la producción textil en el Valle de Atlixco. En este año se registra la primera fábrica moderna, ubicada en el municipio del mismo nombre. En 1902, Atlixco llega a ocupar el segundo lugar en importancia en el estado de Puebla en lo que se refiere al número de fábricas textiles, apenas superado por la ciudad de Puebla y seguida por Huejotzingo, Cholula, Tecali y Tehuacán. En el desarrollo de la industria del valle atlixquense fueron de vital importancia los afluentes fluviales como fuente de energía. En 1899 ya existían cinco plantas hidroeléctricas que alimentaban a estas fábricas y que sustituyeron de manera más eficaz a las antiguas plantas de vapor (Gamboa, 1985). Otro beneficio del crecimiento industrial de esta zona fue la instalación y construcción de sistemas de comunicaciones y transportes entre los que destaca, en esa época, el ferrocarril.

Con la irrupción de movimientos armados en la región, entre 1914 y 1918 la producción triguera y textil en Atlixco disminuyó notoriamente provocando el cierre de varias fábricas. En estos años, muchos de los peones retornaron a sus tierras y a sus comunidades para poder sobrevivir.6 Aunque 1925 y 1926 se pueden calificar como años prósperos, ciertamente las intensas luchas obrero patronales e intergremiales provocadas por el surgimiento de la CROM y la CGT (Confederación General de Trabajadores), así como la corriente conformada por obreros libres, causó graves daños a la industria, hasta llegar a una total debacle a mediados de los años sesenta (Gamboa, 1985).

La reforma agraria que tuvo lugar en esta región fue sumamente intensa. Entre 1925 y 1933 se repartieron las tierras de la gran mayoría de las haciendas, destruyendo por completo el sistema hacendarlo previo y estableciendo un nuevo patrón agrícola de explotación a partir del sistema ejidatario, aunque se conservaron algunas propiedades privadas (ranchos y granjas) de menor tamaño que las haciendas, dedicados a la agricultura comercial y a la cría de ganado (Parada Mújica, 1997).

Por último, en la actualidad la región económica se articula desde dos lógicas diferentes. Por un lado, continuamos encontrando las comunidades rurales dedicadas a la agricultura de subsistencia tradicional -ligada al mercado local (ciudad de Atlixco)- base de sustentación de la población que habita las pequeñas localidades de la región. Una proporción creciente de los recursos de la familia extensa proviene de las remesas enviadas por los migrantes, gracias a los cuales la vida campesina en el valle continúa reproduciéndose. Por otro lado, encontramos una lógica productiva y de asentamiento urbano mucho más ligada al mercado nacional e internacional (agricultura de exportación: flores, principalmente) y al hecho de que la zona de "los solares" en torno a la ciudad de Atlixco se desarrolla como centro vacacional y de turismo de fin de semana de la población proveniente de las ciudades de Puebla y México, D.F.

Desde una perspectiva periférica, la integración del valle a la economía mundial se realiza a través de dos vías: la migración internacional hacia el área de Nueva York, que se torna masiva desde los años ochenta y el establecimiento reciente de maquiladoras -principalmente de la rama de la confección- que elaboran prendas para el mercado estadunidense. El desarrollo de esta industria está teniendo un impacto importante en la organización familiar e imponiendo formas inéditas en las relaciones laborales de las que participan gran número de miembros de familias campesinas.

Como puede apreciarse en el mapa 1, el Valle de Atlixco se encuentra bien comunicado con el resto de las grandes ciudades del estado de Puebla (principalmente las ciudades de Puebla e Izúcar de Matamoros), pero asimismo se encuentra enlazado con las carreteras interestatales que conectan la región con el Estado de México, Morelos, Guerrero y Oaxaca. Su localización intermedia entre el gran mercado de la ciudad de México y el Puerto de Veracruz, jugó un papel importante en las decisiones de localización de la actividad económica en la región. Recientemente se ha concluido la construcción de la autopista que conectará la ciudad de Puebla y Atlixco con la Autopista del Sol, que llega al Puerto de Acapulco, lo que está abriendo la posibilidad para establecer un parque industrial de gran envergadura -gracias a su localización entre los dos grandes puertos del Pacífico y del Golfo.

En cuanto a las características sociodemográficas, los cinco municipios del valle tienen una población de más de 164 mil habitantes. Casi el 50 por ciento de éstos vive en la ciudad de Atlixco, y el resto se encuentra ubicado siguiendo un patrón sumamente disperso de menos de 2 mil 500 habitantes, que conforman una enorme variedad de localidades rurales (INEGI, 1990). La población urbana de la región tuvo un fuerte incremento durante la década de los cincuenta -cuando se registra un rápido crecimiento de las zonas urbanas de todo el país como resultado de las políticas implementadas- y durante la década de los setenta (INEGI, 1930-1990). La tasa de crecimiento poblacional empieza a reducirse durante los años ochenta -a excepción de los municipios de Tianguismanalco y Tochimilco (1.59 y 1.62 respectivamente), que presentan un ligero crecimiento en la población-. La tasa de crecimiento promedio regional pasa de 1.72 entre 1950-1960 a 1.39 entre 1980-1990.

Desde el punto de vista político administrativo, el Valle de Atlixco se encuentra ubicado en la parte centro-poniente del estado de Puebla, en el centro de la República Mexicana, y está integrado por los municipios de Atlixco, Atzizihuacán, Huaquechula, Tianguismanalco y Tochimilco. Con excepción de la ciudad de Atlixco, la cual presenta una estructura económica diversificada, la economía regional se basa fundamentalmente en la agricultura campesina. El promedio de dotación de tierras por campesino fluctúa entre 1.5 y 5 hectáreas, muchas de éstas de temporal. No obstante, la diferenciación económica no se sustenta tanto en la extensión de la tierra como en el acceso al agua y el tipo de cultivo que esto facilita, ya que permitiría el cultivo para el mercado nacional (verduras, flores, entre otros). Por otra parte, el sector terciario ha tenido en los últimos años un fuerte crecimiento, sobre todo a partir de la década de los setenta. Éste se ha concentrado principalmente en el comercio al menudeo.

Resulta sumamente interesante tomar en consideración que la mayor parte del intercambio agrícola se realiza en el mercado de Atlixco, que es de tipo semanal, al cual asiste cerca del 90 por ciento de la población, de acuerdo con la encuesta, y que reúne una enorme variedad de productos (maíz, variedades de frijol, lenteja y chícharo), legumbres (cebolla, calabaza, zanahoria, lechuga, etcétera), flores (gladiolas, nubes, rosas, gerveras, cempasúchitl, por mencionar algunas), todo tipo de ropa y zapatos, aperos de labranza, abarrotes, jarciería, entre otros. El mercado de Atlixco es el tercero del estado, después del de San Martín y Tepeaca, ya que congrega a más de cinco mil comerciantes, muchos de ellos dedicados al mayoreo.7 No obstante, la agricultura comercial se destina al mercado nacional, principalmente a través del mercado de la ciudad de México (Mercado de la Merced), hacia el cual también acceden los pequeños productores organizados. Como mercados secundarios de la región encontramos los de Izúcar y Cuautla, en Morelos, a donde concurren los productores con mucho menor frecuencia.

La agricultura, que en otros tiempos fue suficiente para garantizar el sustento de la familia campesina, en la actualidad ha encontrado una frontera física y natural tornándose escasa para garantizar la subsistencia de la familia campesina, y ha forzado a la población joven a buscar otras alternativas de empleo. La comercialización de algunos de los productos, así como el empleo como jornaleros en las zonas cañeras aledañas a la región, o como empleados en la rama de la construcción (en las ciudades de Puebla y Atlixco), fueron alternativas hasta hace unas décadas. Pero las agudas y recurrentes crisis económicas vividas en México desde inicios de los años ochenta lanzaron a los atlixquenses hacia una búsqueda de oportunidades en el mercado laboral estadunidense.

 

La región de Atlixco desde la dimensión cultural

Gracias al trabajo etnográfico y a los continuos recorridos por la región, podemos dar cuenta de las manifestaciones de las dos primeras dimensiones de la relación entre territorio y cultura, éstas que son accesibles desde el punto de vista de un observador externo. En la primera dimensión, el territorio constituye un "espacio de inscripción" de las manifestaciones culturales. Pudimos constatar que el Valle de Atlixco cuenta con un patrimonio ecológico ambiental definido: el Popocatépetl y la sierra del Tenzo, el cerro de San Miguel, el Cruztépetl, como geosímbolos reverenciados y puntos de referencia permanente;8 el paisaje irrigado por los numerosos brazos de los ríos Cantarranas y Nexapa, además de la abundancia de agua, manantiales, acequias y pozos como lugares sagrados;9 las áreas de cultivo bien definidas desde la época colonial y la red de caminos rurales que delimitan y comunican a los diversos pueblos entre sí. Encontramos además un abundante patrimonio arquitectónico que nos habla de las diferentes etapas de la vida económica y social en el valle: ex conventos franciscanos y una profusión de iglesias en cada una de las comunidades con sus santos patronales distintivos; viejos cascos de hacienda; plantas textiles con sus zonas de habitación obrera; construcciones recientes en colonias periféricas, entre muchos otros elementos.

En la segunda dimensión, el territorio es el área de origen y de distribución en el que se asientan las instituciones y prácticas culturales que constituyen la cultura etnográfica. Hemos podido comprobar que el Valle de Atlixco conserva todavía algunas costumbres y rituales prehispánicos, dentro de los que destacan la lengua náhuatl, fuertemente vinculada a los ritos del matrimonio; la institución del padrinazgo y el compadrazgo (Muñoz Cruz y Podestá Siri, 1994); los bordados autóctonos -que se emplean en algunas prendas de uso diario celosamente escondidas bajo la ropa urbana-; los ritos relacionados con la continua renovación del sistema de cargos y las mayordomías, algunos ritmos y danzas, entre otros. El antropólogo Raymond Estage Noel ("Cayuqui" para los lugareños), quien realizó desde inicios de los sesenta una tarea de rescate de danzas y trajes rituales, puede distinguir tres subregiones etnográficas: la región del volcán, la de los solares (al centro, con las mejores tierras de cultivo) y la tierra caliente, colindante con la zona cañera de Izúcar de Matamoros.

Hay que señalar también la presencia fuertemente extendida de la organización comunitaria a través del sistema de cargos, ligado a la conservación de tradiciones dentro de las que destaca la celebración del Día de Muertos, que presenta variantes regionales muy interesantes (Lemus Muñoz, 1998, y Vargas Espinoza, 2001).10 Bajo esta perspectiva, Huaquechula se está convirtiendo en incipiente atractivo turístico del estado de Puebla.

El arraigo del catolicismo popular, producto de la inculturación religiosa, es un elemento fundamental en la cultura regional. Éste integra la visión indígena y la española en una síntesis dinámica y articulada de elementos de ambas culturas (Maurer Ávalos, 1999). La religión tradicional indiscutiblemente es un elemento esencial de la cultura rural y pueblerina. Ésta gira alrededor del culto al santo patrono, ya que, es el campo donde el indio se siente libre y donde afirma su identidad. Los misioneros consagran cada poblado a un santo patrono, poniendo a su servicio una cofradía a quien corresponde honrarlo, no sólo mediante el culto espiritual como la misa, oraciones etc., sino con el culto visible: bailes, ágapes, saludos, oraciones, procesiones, etc. [...] De esta manera los misioneros introducen en el culto un elemento netamente cristiano, que sin saberlo ni pretenderlo ellos, casaba muy bien con el culto audiovisual indígena, y reconciliaban el mundo español con el indio. (Maurer, pp. 8-9).

En muchos casos, el santo patrono fue escogido por pueblos indios asentados en el valle (Paredes Martínez, 1991), para ser honrado con exclusividad a cambio de su protección especial. Resulta sumamente interesante notar la persistencia de las fiestas patronales a pesar de los esfuerzos laicizadores del Estado mexicano desde el siglo XIX. Este culto, exclusivo de los indios, permanece en la población mestiza como parte del "México profundo" del que nos habla Bonfil Batalla (1990). Hoy podemos constatar en los nombres de las poblaciones, la persistencia del culto al santo patrono: San Jerónimo Coyula, San Pedro Cuauco, La Magdalena Yancuitlalpan, La Soledad Morelos, entre otros. Las fiestas patronales (re)actualizan las relaciones y alianzas entre los pobladores de la región. A ellas asisten no sólo los lugareños sino que se invita a todos los habitantes de las poblaciones colindantes en un sistema de festividades marcadas por el santoral y que marcan el retorno de los migrantes.

La cultura etnográfica presenta otros rasgos visibles como la familia extensa y patrilocal, la existencia clara y diferenciada de elementos vestimentarios y culinarios propios de la región. Desde hace 28 años se realiza anualmente el Atlixcáyotl, festividad que se lleva a cabo en el Cerro de San Miguel (colina que domina todo el valle) y en el que participan más de 25 pueblos, que presentan una enorme variedad de ritmos y danzas locales.11

Los elementos anteriores conforman parte del sustrato mínimo para hablar de una región cultural desde el punto de vista del observador externo y considerando la inscripción de la cultura en el espacio y las prácticas sociales -cultura objetivada- (Bourdieu, 1979). No obstante, para poder hablar de la existencia de una región cultural desde el punto de vista del apego subjetivo, de los procesos de identificación y de pertenencia, resulta indispensable tomar en cuenta el punto de vista de los actores sociales -cultura subjetivada- Y es aquí donde requerimos de una aproximación metodológica distinta que nos permita dar cuenta de esta dimensión subjetiva y valorada de la cultura.

En las secciones anteriores hemos dado cuenta de la dimensión diacrónica de los procesos ecogeográfico, económico y sociopolitico con sus diferentes lógicas y temporalidades que, imbricadas en el entramado regional, constituyen el telón de fondo que nos permite realizar una doble aproximación a la región. Por un lado, realizamos un detallado trabajo etnográfico en tres localidades seleccionadas que nos permitió obtener información cualitativa, detallada y profunda sobre los procesos de conformación de la identidad socio-territorial; sin embargo, ésta no puede extrapolarse a toda la región. Por otro lado, la realización de una entrevista por cuestionario, aplicada a una muestra representativa de la población asentada en el valle, nos permitió aplicar un método de análisis multivariado a la vez que generalizar los resultados hacia el ámbito regional. De este último daremos cuenta a continuación.

 

El proceso migratorio en Atlixco: ampliación de la comunidad (trans)local

El interés por el estudio del proceso migratorio se enmarcaría en la hipótesis de que la movilidad territorial tanto como la experiencia migratoria influencian la conformación de la identidad regional. Construimos un modelo multivariado en el que establecemos que el sentido de pertenencia se encuentra influenciado por variables de contexto (como el crecimiento urbano y poblacional medido a través del tamaño de la localidad); variables individuales (género, escolaridad, estado civil), y "variables intervinientes" (como la participación social e integración comunitaria), las que se expresarían en la amplitud, intensidad y motivaciones que conforman la identidad socio-territorial. La migración es estudiada desde la perspectiva de las familias y comunidades expulsoras, considerada como variable interviniente en el proceso de construcción de la identidad socio-territorial y que daría cuenta de la orientación sociocultural en las sociedades campesinas.12

Como en todas las áreas rurales, y Atlixco no es la excepción, la migración interna que tiene lugar en nuestro país ha sido un proceso estacional continuo. Los pobladores de las regiones rurales emigran hacia las ciudades o hacia otros centros agrícolas en las épocas del año en que su trabajo agrícola no demanda de su presencia. Ésta ha sido una más de las estrategias de sobrevivencia de las familias campesinas.

Sin embargo, la migración en México no se ha limitado a movimientos poblacionales de un municipio a otro o de un estado a otro. Desde la década de los veinte, en México se han registrado migraciones internacionales sobre todo a Estados Unidos, país que en algunos momentos ha facilitado e incluso motivado la contratación de trabajadores mexicanos.13

El caso del estado de Puebla lo podemos calificar como de migración reciente, en el sentido de que los movimientos masivos se empezaron a registrar a partir de la década de los ochenta, aun cuando encontramos migraciones incipientes desde los cuarenta (Pries, 1997). Claramente podemos ubicar dos regiones expulsoras importantes: la región de la Mixteca poblana y la región del Valle de Atlixco e Izúcar de Matamoros, de allí la importancia de este trabajo.

De acuerdo con los especialistas, el proceso migratorio internacional de esta región empieza relativamente tarde, ya que el reparto agrario que tiene lugar en estas zonas del centro del país facilitó el arraigo campesino a sus localidades. Es por ello que las migraciones son de tipo pendular y generalmente se realizan hacia las ciudades grandes del centro del país (áreas metropolitanas de la ciudad de México y Puebla, ciudades de Izúcar de Matamoros y Cuautla, entre las principales). Según los datos sobre migraciones internas, el estado de Puebla se ha caracterizado por ser una zona de expulsión poblacional, más que de atracción (INEGI, 1994).

No contamos con información precisa en torno a la emigración internacional desde el estado de Puebla, menos aún desagregada por localidades. No obstante, contamos con dos medidas indirectas que nos permiten ver cuál ha sido su manifestación en la conformación poblacional de los municipios estudiados.

En primer lugar, el índice de masculinidad nos habla de la proporción de hombres por el número de mujeres. Como la migración internacional se ha venido dando de manera selectiva no sólo en nuestra región de estudio sino en la mayoría de las regiones del país, ésta abarca primordialmente a la población masculina que se encuentra entre los 16 y 40 años de edad. El índice de masculinidad menor a 90 indica la ausencia de la población masculina que generalmente se encuentra en edad productiva. Ello nos podría hablar de un fenómeno de "expulsión" poblacional ligado a la crisis agrícola e industrial en la región. No obstante, también contamos con localidades con índices de masculinidad elevados (entre 110 y 120), lo que nos indica que, en la misma región, aquellas localidades dedicadas a la agricultura comercial ligadas al mercado nacional (legumbres, flores) o internacional (flores), han desatado una dinámica de crecimiento y atracción poblacional. Sin embargo, esto no es generalizable a toda la región, sólo se presenta en contadas localidades ubicadas primordialmente en la región de "los solares", que concentran las tierras mejor irrigadas y con mayor fertilidad de suelos y en donde localizamos algunos centros de producción agropecuaria intensiva y agrícola comercial.

En segundo lugar, las pirámides de edad por sexo nos permiten dar cuenta de movimientos migratorios importantes. Según información censal desagregada por municipio es posible identificar, sobre todo en los rangos de edad productiva (16 a 45 años), un menor número de hombres con respecto al de mujeres. Estos cambios son fácilmente observables en los municipios con mayor expulsión poblacional: Atzitzihuacán y Atlixco.

El 66.2 por ciento de la población entrevistada14 aseguró contar con al menos un familiar en el extranjero. De éstos el 100 por ciento se encuentra radicando en Estados Unidos, y de ellos el 69.5 por ciento en la ciudad de Nueva York, 9.7 por ciento en Los Ángeles y 7.1 por ciento en Nueva Jersey, seguido por las ciudades de Chicago y Boston. Si consideramos el área de Nueva York -Nueva Jersey como una misma zona (de hecho varios migrantes señalaron vivir en Nueva Jersey y laborar en Nueva York) el total de migrantes del Atlixco que viven en el área ascendería a 79.2 por ciento, lo que le da un peso considerable.

Cuando desagregamos estos resultados según las variables de sexo y edad, encontramos una composición muy interesante. Del total de migrantes, las mujeres representan casi el 20 por ciento. De éstas, el grupo más numeroso (19.2%) tiene entre 16 y 30 años de edad. En cuanto a los hombres, que representan el 80.2 por ciento del total de familiares radicados en el extranjero, el grupo más numeroso (75.8%) se encuentra entre los 16 y 30 años de edad; seguido por los que cuentan entre 31 y 45 años (19.7%). El impacto que la ausencia de hombres y mujeres jóvenes tiene en la vida familiar y comunitaria de la región, ha sido detallado por los estudios etnográficos, ya que el cuestionario no puede, ni busca, ahondar en este ámbito de las relaciones interpersonales.

Los migrantes, sin embargo, son considerados miembros de la familia y de la comunidad, debido a que de algún modo se encuentran siempre presentes. De diversas maneras mantienen un contacto estrecho y una comunicación cotidiana con sus familiares, aún muchos de ellos contribuyen al diario sustento familiar. Del total de familiares en el extranjero, el 93.5 por ciento (1 mil 205 personas) mantiene alguna forma de comunicación con su familia. Ello nos habla de la extensión de la comunidad local a partir de las redes sociales de parentesco. La mayor parte de los migrantes son hermanos del entrevistado (30.4%), hijos (14.2%) y en mucho menor proporción esposos (4.1%), esposas, padres o madres. Sin embargo, merece la pena señalar que aún los familiares secundarios (tíos, primos, nueras, yernos) son mencionados como "familiares que viven en el extranjero", resaltando en esta categoría la de los hombres (38.9%), con un valor superior incluso al de los hermanos. La estructura de la familia extensa se refleja en este hecho.

Los migrantes, por su lado, mantienen una relación fluida con la familia y la comunidad, debido a la cobertura de los medios de comunicación y, recientemente, a una red de servicios que vincula a los paisanos en ambos contextos (local y con la ciudad global). El teléfono es el medio de comunicación más utilizado por la población (40.9%) y la comunicación es generalmente semanal. El envío de remesas, que puede o no ser frecuente y regular, ligada a otras formas de comunicación (dinero, carta y dinero, teléfono y dinero, combinación de tres o más) conformarían otro 40.8 por ciento de las respuestas. Es decir, cerca del 82 por ciento de los migrantes del valle mantienen una interacción frecuente y directa con sus familiares, lo que nos permite hablar de una migración orientada hacia el retorno, y que juega un papel importante en el arraigo y sentido de pertenencia de los migrantes (de primera generación) de la región. Como nuestro interés no se centraba en ahondar más en torno al envío de remesas, no podemos precisar cuestiones relacionadas con el monto, la frecuencia y la forma de envío.15

Por lo que toca a la migración, el contar con familiares en el extranjero es una de las maneras en que esta variable podría presentar alguna manifestación en la manera de percibir la relación con el territorio y la extensión e intensidad de la identidad local. Será en próxima sección donde ahondaremos estas cuestiones. Por ahora basta señalar que no se trata de un fenómeno secundario o de poca envergadura. Abarca un porcentaje muy elevado de familias en la región, se concentra precisamente en los varones en edad productiva (16 a 35 años) que establecen un fuerte lazo entre los paisanos ubicados primordialmente en el área Nueva York-Nueva Jersey, donde cuentan con toda una red de familiares y paisanos que facilita el desplazamiento, la habitación, la búsqueda de empleo y la protección ante el hostigamiento por parte de las autoridades migratorias estadunidenses, por el hecho de ser migrantes indocumentados. Si la migración se inicia por un problema de búsqueda de oportunidades laborales ante las limitaciones en el campo, ésta se ve reforzada y ampliada por las redes sociales que se mantienen entre "los norteños" y sus familiares en el Valle de Atlixco. La migración internacional (como otrora la migración interna) constituye una estrategia de sobrevivencia de la familia campesina tradicional y favorece la ampliación de la comunidad hacia un ámbito transnacional. Es una forma en que los países y áreas periféricas entran en un proceso de globalización "desde abajo".

 

Fisonomía del sentido de pertenencia socio-territorial

Una condición necesaria para que se desarrolle el sentido de pertenencia es la que se relaciona con la continuidad de la residencia y las razones invocadas para justificar el cambio de ésta. En la muestra de estudio pudimos observar una enorme permanencia en el lugar de origen, lo que nos habla de una elevada autoctonía ya que el 83.5 por ciento de la población vive en la misma localidad en que nació, y el 91 por ciento vive en el mismo municipio de origen. El fuerte arraigo y estabilidad de la población rural, como rasgo característico de esta región, no significa que no se hayan producido desplazamientos migratorios a los centros urbanos en el curso del siglo XX. Lo que sucede es que esta población es la que ha "resistido" a las fuerzas que pugnaban por desarraigarlos (oferta laboral, movilidad social, mejoría de las condiciones de vida, servicios educativos y de salud). Es también la población que ha afrontado durante siglos el proceso depauperizador que ha sido crónico en estas zonas rurales. Ello explica la valoración profunda de la tierra y la familia extensa (biológica y simbólica), así como también el arraigo profundo y la intensidad del apego socio-territorial. El arraigo en el lugar de origen se ve reforzado por el hecho de ser también el lugar de nacimiento de los padres y el lugar donde se trabaja. En efecto, el 94.8 por ciento trabaja en el mismo municipio en el que vive, es decir, ni siquiera encontramos movimientos pendulares significativos que obedecieran motivos de estudio o de trabajo.

Cuando ha sido necesario desplazarse, los motivos que se arguyen son, en orden de importancia: motivos de trabajo, motivos familiares y motivos de estudio. Para aquellos que expresaron haber cambiado más de una vez de domicilio, la importancia de los motivos de trabajo adquiere un peso relativo mucho mayor. Estos resultados habremos de complementarlos al revisar la evaluación que se da al hecho de moverse, ya que solamente se justifica por motivos de trabajo o familiares. Los demás motivos que pudieran invocarse: superación personal, independencia, mejores oportunidades, por ejemplo, que serían mucho más de corte urbano, económico y "racional", no se justifican para una población rural como la que estudiamos.

Como complemento a la información anterior, al preguntárseles sobre el lugar donde han vivido, mencionan en primer lugar el área conurbada de la ciudad de México (30.3%); en segundo lugar otro municipio de la región o dentro del estado de Puebla (17.2% en cada caso) y en cuarto lugar mencionan el área Nueva York-Nueva Jersey (11%). Esto ya nos empieza a dar una idea general de la importancia de la migración internacional en el área de estudio, así como de su localización geográfica en el área Nueva York-Nueva Jersey.

Al interrogar a nuestros entrevistados sobre el municipio donde trabajan, resulta que el 94.5 por ciento de la población realiza sus actividades productivas en el mismo municipio donde vive, lo que nos habla de una profunda estabilidad habitacional-laboral. Como dijimos más arriba, ni siquiera pudimos detectar un movimiento pendular importante. Aunque los desplazamientos de la población por motivo de trabajo o de estudio muestran que existe movimiento, éste es considerado secundario, dado que cuando se les interrogó a los entrevistados sobre el lugar donde trabajan, éstos señalaron con toda precisión que en el mismo municipio donde viven, por lo que los desplazamientos a otros lugares muy probablemente sean secundarios o estacionales. Esto también nos habla de la persistencia de las actividades del campo en sus localidades, no obstante el enorme deterioro agrícola nacional desde la década de los años sesenta.

Finalmente, cuando se les preguntó si tenían salidas frecuentes por razones de trabajo o de estudio, el 32.8 por ciento respondió afirmativamente. Es decir, aunque la actividad principal se realiza en el municipio donde viven, las actividades complementarias se realizan fuera de éste, abarcando a casi una tercera parte de la población. Esto no contradice su situación de campesinos, ya que el hecho de desarrollar actividades complementarias a la agricultura de subsistencia es común entre los campesinos tradicionales. Las salidas para realizar compras abarca al 92.5 por ciento de la población mientras que las visitas a familiares al 64 por ciento, lo que habla de una integración regional en términos de redes sociales.

 

Las razones de la pertenencia

Como pudimos apreciar en el apartado teórico, el apego es un sentimiento pero también un acto reflexivo que se apoya en la cosmovisión de los individuos y en su relación con un grupo de pertenencia, en este caso territorialmente localizado. Sin embargo, hemos aceptado que podría existir una cultura regional en el sentido ecológico y etnográfico, sin que ello implique la existencia de una identidad regional desde el punto de vista de la cultura subjetivada. Hemos podido apreciar la existencia de las dos primeras dimensiones culturales en la región, pero fue necesario aplicar un método interrogativo para abordar la dimensión subjetiva de la pertenencia.

Adaptamos una guía de cuestionario desarrollado para el noreste de Italia (Strassoldo y Tessarín, 1992) con la finalidad de abordar las características del vínculo territorial de los habitantes del valle. Al preguntarles sobre el lugar al que se sienten más ligados, un 17.7 por ciento mencionó el barrio y otro 60.7 por ciento mencionó su pueblo, lo que en conjunto da un porcentaje de 78.4 por ciento de apego localista (diagrama 1). Independientemente de las variables sexo, edad, experiencia migratoria o conocimiento de otros lugares de México, éste es un porcentaje considerablemente elevado que podría explicar la permanencia y el arraigo de la población en el Valle de Atlixco. El apego al municipio (4.2%), al Valle de Atlixco (6.6%) y al estado de Puebla (1.5%) presentan porcentajes realmente bajos. Ni qué decir de México como país, que representa sólo el 5.3 por ciento. Ello nos da un indicio claro de la representación espacial profundamente ligada a la vida cotidiana y a las redes primarias de socialización (familia, barrio, pueblo) que no han sido permeadas por las políticas educativas ni por el discurso nacionalista del Estado mexicano desde inicios de los años veinte. Estos resultados nos indican claramente que la identidad tradicional se construye a partir de un grupo de referencia cercano e implica interacciones de tipo "cara a cara". Llama la atención el hecho de que el espacio definido por el poder, como el municipio y la nación, y los ámbitos mayores (Estados Unidos, América Latina, el mundo) no sean objeto de un sentimiento de lealtad e identificación por parte de los moradores de la región.

Al hacer la pregunta inversa, es decir, cuál es el lugar al que se sienten menos ligados, en el diagrama 2 resaltan el estado de Puebla (11.9%), México como país (12.4%) y Estados Unidos (33.8%). Ello es la contraparte del sentimiento localista, que en nuestro caso excluye el sentimiento de apego a un ámbito mayor.16 Cabría señalar aquí que esta población eminentemente localista parece no percibir un ámbito territorial más amplio. En el estudio antropológico pudimos constatar que la mayoría de la población ni siquiera tiene clara la idea de frontera política. Al hablar de los migrantes genéricamente como "norteños", no perciben claramente dónde empieza o acaba el territorio nacional. Sin embargo, sí identifican con precisión las ciudades hacia las cuales emigran sus parientes (Nueva York, Nueva Jersey y Los Ángeles). Es decir, siempre tienen una percepción centrada en el ámbito local (la ciudad, la comunidad de paisanos). Encontramos en una barda la leyenda: "Nueva York, 1 kilómetro", que parece expresar la representación del espacio como continuo y próximo. Aunque esto merece una discusión más detallada, queremos plantear la hipótesis de que la migración, lejos de propiciar la constitución de un espacio transnacional (Glick Siller, etal., 1992),17 sienta las bases para la ampliación de la comunidad hacia el exterior, de una comunidad "multilocalizada", pero que mantiene su referencia al grupo ya la cultura de la localidad de origen.

Los paisanos de Nueva York, además de estar poco integrados social y culturalmente a la sociedad receptora -con la que se vinculan sólo en términos instrumentales- mantienen entre sí una red viva de relaciones y generan representaciones que corresponden a la comunidad tradicional. Siguiendo el planteamiento de Polini (1984), los paisanos establecen con los estadunidenses de Nueva York un vínculo puramente simbiótico, en el sentido ecológico del término, pero su integración social y su sentido de pertenencia seguirían determinados fundamentalmente por la comunidad de origen (Gendreau y Giménez, 1998b). Desde luego que haría falta estudiar este proceso de manera longitudinal, evaluando los cambios que se dan en la segunda y tercera generaciones, además de realizar un estudio con los migrantes que residen en la ciudad de Nueva York con una perspectiva de no retorno. Hoy nuestro estudio se centra en el papel que la migración internacional empieza a jugar en la conformación de la identidad socio-territorial de las comunidades expulsoras.

Ahora bien, como señalan Strassoldo y Tessarin (1992), lo cercano y lo conocido son valorados positivamente. Los entrevistados valoran enormemente los sitios religiosos y naturales. Se trata de una región natural de enorme riqueza ecológica y con un fuerte arraigo religioso. La iglesia del pueblo es un símbolo identitario por excelencia. Con los recursos de los migrantes, las iglesias han sido las primeras en ser restauradas. La participación comunitaria gira en gran medida en torno a la organización de las fiestas patronales, indicio de la presencia de una religiosidad tradicional hondamente vivida.

Cuando describen el lugar o territorio al que se sienten más ligados, nuestros entrevistados lo hacen siempre empleando términos valorativos y expresivos. Generalmente se refieren a la localidad de origen, de la cual no han salido y se refieren al barrio o al pueblo: "este es el lugar donde nací", "aquí me gusta porque soy libre, hago lo que quiero", "me gusta el olor del campo", "el clima, la comida... son cosas que extrañaría".

Sin embargo, reconocen que el lugar más importante de la zona es la ciudad de Atlixco (55.1%), seguida por otra localidad del municipio (17.6%) y la ciudad de Puebla (7.0%). La centralidad regional de la ciudad de Atlixco, a cuyo mercado regional acude, todos los sábados, más del 90 por ciento de los habitantes, es reconocida por la población. Su importancia es económica (mencionada por el 60%) y política (9%). Sin embargo, hay que advertir que se acude a dicho mercado como si fuera también una feria, lo que quiere decir que el desplazamiento de la población y de sus productos agrícolas en vista del intercambio va más allá de lo puramente mercantil, y cumple también una función de socialización y reconocimiento regional.

Por último, cuando se pregunta a los entrevistados los motivos de su apego local, encontramos las razones que se exponen en el cuadro 1.18 En ella encontramos las dimensiones señaladas por Strassoldo y Tessarin (1992) como parte central de la pertenencia socio-territorial: en primer lugar un elevadísimo familismo (94.4%), ya que ésta es una razón suficiente y fuerte que da cuenta del sentimiento de pertenencia. Se trata de una lealtad a la familia campesina extensa considerada no sólo como la familia biológica (abuelos, tíos, primos) sino también simbólica: los compadres, corresponsables de las mayordomías, los ahijados, por ejemplo.19 En segundo lugar, la propiedad, el apego a la tierra (88.4%) y el arraigo en el lugar de origen (82.6%) representan, como hemos visto, un porcentaje muy alto. Esto tiene raíces históricas ancestrales. Hemos señalado la permanencia de los pueblos indios ("naciones") en el valle desde la época de la colonia. Estos pueblos establecieron relaciones de intercambio y subordinación con el sistema hacendarlo hasta principios del siglo XX. El sentimiento de arraigo a la tierra se refuerza aún más gracias al reparto agrario que otorga a los pueblos la posesión de la tierra tan anhelada por varias generaciones. Por eso decimos que la "sangre" y la "tierra" son los motivos más importantes y persistentes en la definición de la pertenencia en estas sociedades tradicionales. En tercer lugar se encuentran la presencia de redes sociales (tener amigos, que todos lo conozcan a uno, 82.8%) y el compartir la vida y la cultura (ideas y costumbres, 82.3%) de sus comunidades. Esto indica el sentido de pertenencia a una Gemeinschaft en el sentido töeniesiano del término, lo que se corrobora por la enorme participación en la fiesta patronal y la persistencia del sistema de cargos en el que participa más del 60 por ciento de la población, incluso los ausentes. Pudimos detectar varios casos en los que los migrantes cumplen con sus obligaciones comunitarias "mandando pagar la fiesta". De este modo ocupan un lugar simbólico en su comunidad, aunque se hallen físicamente ausentes.20

Podemos afirmar, finalmente, que en esta región existen sentimientos de apego familiar y comunitario sumamente fuertes, pero que ello no inmoviliza a la población, ya que ésta manifiesta una actitud suficientemente abierta a la migración. En efecto, los entrevistados consideran que la migración ayuda a que las personas se valgan por sí mismas (83.7%), permite ampliar su conocimiento de lugares y amigos (82.1%) y es un camino para mejorar (69.9%). El sentimiento de apego local permite a los habitantes "salir permaneciendo", mediante el contacto continuo y profundo con la familia y la comunidad. El abandono del lugar de origen, objeto de apego y de un profundo sentimiento de pertenencia, se justifica solamente por "ser una necesidad" (85%).

 

A modo de conclusión: perspectivas del desarrollo regional

En una época de enorme desarrollo de las comunicaciones (avión, fax, teléfono celular, televisión por cable, informática, etc.), muchos autores avizoraron la formación gradual de un sustrato cultural compartido por toda la humanidad. Algunos comunicólogos hablaron incluso de la conformación de una "aldea global" (McLuhan). Desde otra perspectiva, la globalización de los mercados y el predominio del capital parecían conducir a la homogeneización del consumo y, a través de éste, de los estilos de vida y de la cultura. En el caso de nuestro país, la firma del TLCAN parecía significar nuestra inserción en este mundo globalizado e incluso en el primer mundo de los países más desarrollados. Sin embargo, los resultados de investigaciones como la nuestra impiden generalizar de modo simplista éstas y otras afirmaciones semejantes.

Contrariamente a los supuestos de la teoría de la modernidad, que preveían la preeminencia de un "cosmopolitismo" cada vez mayor debido a los desplazamientos poblacionales, el sentido de apego territorial continúa siendo muy fuerte entre los pobladores de las localidades de la región de Atlixco. El apego local y familiar permite a los migrantes salir fuera de sus comunidades sin provocar un cambio drástico en sus cosmovisiones, en sus identidades y en la expresión de su lealtad hacia las comunidades primarias. Si bien la región de estudio depende económicamente y en una proporción cada vez mayor de los ingresos de los migrantes, la relación que se establece con la nación extranjera y con la ciudad global (como es Nueva York) es, como dijimos, de tipo predominantemente "ecológico", ya que no implica un contacto cultural profundo ni una "asimilación estructural" en el sentido de Milton Gordon.

Sin embargo, habría que estudiar la evolución del fenómeno migratorio en el mediano plazo. En este estudio estamos dando cuenta únicamente de la primera generación de migrantes, no así de la segunda ni de la tercera generación. Sabemos que las migraciones que se han producido en el occidente de México son mucho más antiguas y han provocado transformaciones sociales mucho más profundas.

Del análisis de los resultados de nuestra encuesta regional podemos extraer, de manera aún preliminar, las siguientes conclusiones:

1. La conformación de la región desde el punto de vista económico es reconocida por los pobladores que asisten al mercado de Atlixco semanalmente. Es allí donde tiene lugar la mayor parte de los intercambios de productos locales y regionales, pero se trata también de un espacio de convivencia regional, ya que allí acuden con ethos festivo los diferentes miembros de la familia de todas las localidades estudiadas.

2. Si consideramos la región desde el punto de vista cultural, es decir, si tomamos en cuenta el sentido de pertenencia de los pobladores, encontramos rasgos muy interesantes.

En primer lugar, los pobladores presentan una elevada autoctonía (83.5% vive en la localidad de origen). Ello pone de manifiesto una dimensión del arraigo y de estabilidad de la población rural como rasgo característico de la región. A pesar de que la mayoría trabaja en el mismo municipio donde vive, la población registra movimientos pendulares considerables (cerca del 30% de la población) hacia la ciudad de Puebla y municipios vecinos para trabajar o estudiar. Esto significa que la región considerada se encuentra integrada a otra mayor, como es el área central del estado de Puebla.

En segundo lugar, la ampliación de las redes familiares a través de la región es considerable, sin dejar de lado el hecho de que las redes familiares se extienden a municipios vecinos a la ciudad de Puebla y el Distrito Federal. Ello posiblemente da cuenta de emigraciones que tuvieron lugar en años anteriores hacia el interior del país y que han servido de sustento para las familias rurales.

En tercer lugar, el sentimiento de pertenencia se centra fundamentalmente en la localidad (78.4%), la cual es valorada en términos afectivos y expresivos, y se explica fundamentalmente por el apego a la familia (94.4%), por la propiedad de la tierra (88.4%) y por la presencia de redes sociales (82.8%). Todo ello es característico de la vida comunitaria tradicional (Tönnies). Es decir, encontramos un sistema de pertenencia socio-territorial mediado por la pertenencia a una comunidad (Gemeinschaft) y a una cultura no sólo en su dimensión objetiva sino también subjetiva.

Por lo tanto, el Valle de Atlixco parece constituir uno de los raros casos de traslape de una región ecogeográfica, histórica, económica y cultural, lo que constituye el sustrato de una identidad regional considerable.

3. Pese a todo, este profundo apego territorial no ha provocado el encierro o la incomunicación hacia fuera de la comunidad. Por el contrario, existe un sentimiento positivo hacia la migración que se justifica por el hecho de "ser una necesidad" ya que asegura la subsistencia de la familia y de la comunidad. La migración se da para cubrir objetivos personales y familiares, y es percibida fundamentalmente como de retorno. El contacto frecuente y cercano a través de los medios de comunicación y de transporte convierte a los miembros ausentes de la familia en miembros virtualmente siempre presentes (Smith, 1994).

El influjo de recursos, las nuevas experiencias de los migrantes en el extranjero (algunos han desarrollado capacidades empresariales), la movilidad social, la organización local para mejorar la infraestructura urbana, renovar la iglesia o enriquecer las festividades patronales ampliando su duración y su convocatoria regional, dan cuenta de una revitalización de la cultura tradicional en todos sus aspectos. A simple vista, al transitar por las comunidades que cuentan con un número importante de migrantes, notamos una mejoría en diversos aspectos: han introducido luz, agua potable y drenaje; han remozado la iglesia y el Palacio Municipal; han construido canchas deportivas y han creado equipos de béisbol y básquetbol, en varias casas cuentan ya con línea telefónica, etc. En cuanto a las tradiciones y fiestas patronales, éstas se han visto revestidas de lujo y de nuevas formas de celebración. A las tradicionales misas y procesiones, "cuetes", bandas y grandes comilonas, se han añadido los jaripeos, juegos mecánicos, peleas de gallos y los grandes bailes juveniles amenizadas con varias bandas "gruperas". Encontramos numerosos indicios de renovación de las tradiciones y de rescate de otras ya casi olvidadas. El influjo económico ha permitido a las comunidades ganar autonomía en las decisiones relacionadas con el pueblo, que antes dependían casi totalmente de su relación con el poder local -priísta hasta hace una década-. Los migrantes están logrando una mejoría notoria en sus comunidades, porque el gobierno los dejó, décadas atrás, en total abandono. Incluso vemos que tierras casi abandonadas se han vuelto a sembrar con cosechas alternativas. En áreas ricas y propicias para el cultivo, los campesinos están reinvirtiendo en sus tierras y buscando sembrar cultivos comercializables. Nuestra apuesta es que presenciamos el surgimiento de nuevas posibilidades de desarrollo y modernización desde la tradición y el arraigo local.

4. Este modelo, innegablemente el más generalizado en la región de estudio, se verifica bajo ciertas condiciones que es necesario resaltar. Gracias al trabajo etnográfico pudimos comprobar en algunas comunidades de la misma región, caracterizadas por la extrema pobreza, la existencia de una cultura local "vergonzante", generadora de identidades negativas. Esta circunstancia destruye la solidaridad local, debilita las tradiciones comunitarias de lealtad y disuelve el apego a la tierra. En estos casos que han sido reportados en algunas regiones del sur del estado, como la Mixteca poblana, los migrantes han perdido por completo el contacto con su comunidad y ya no envían remesas a sus familias.

Una de las comunidades bajo estudio, San Jerónimo Coyula, ilustra bien esta situación. Los jóvenes, en particular, desprecian su comunidad y conciben su futuro fuera del pueblo y de la región. Estos casos parecen demostrar que sólo las identidades relativamente gratificantes y con una base mínima de viabilidad económica podrían ser factores de retención y alimentar un sentimiento de pertenencia. En cambio, las identidades negativas o estigmatizadas podrían generar sentimientos de inferioridad, (complejo de inferioridad), insatisfacción y crisis (Bassand, 1981:6).

Estas variaciones ilustran el carácter multidireccional e impredecible del cambio cultural e identitario. Cuando se las toma en cuenta juntamente con las incertidumbres que comportan, se podría decir que, dependiendo de la fuerza cultural del grupo identitario, el cambio puede variar entre el completo abandono y la renovación regenerativa, entre el "des-membramiento" y el "re-membramiento" (Shinar, et ai, 1990). Con otras palabras, el cambio cultural inducido por la modernización podría conducir tanto a la reactivación de una identidad colectiva anclada en paradigmas tradicionales (root paradigms) refuncionalizados a través de un "proceso reagregativo", como a la disolución de esta misma identidad por la adopción de paradigmas externos o la colisión violenta con éstos ("procesos de disolución o desmembramiento").

5. Por último, el sentimiento de apego territorial de los lugareños puede traducirse en un compromiso con sus comunidades. En el trabajo de campo pudimos constatar una mayor autonomía de los pobladores en las decisiones e inversión en obras comunitarias. Los migrantes asignan sus recursos a proyectos específicos. Por ejemplo, en la mayoría de las poblaciones se ha remozado la iglesia y la escuela, en otros, el Palacio Municipal; con los recursos de los migrantes se empiezan a cavar pozos y a introducir una red de drenaje, por ejemplo. Es decir que, en la mayoría de los casos, la migración empieza a ser un detonador del desarrollo local. Por primera vez los pueblos cuentan con recursos para participar activamente en su desarrollo. Desde 1992 ha tenido lugar un proceso de cambio electoral que se sacude una "dictadura" de 70 años de control regional a través del "líder" de la CROM. La migración se está convirtiendo, por lo tanto, en factor de cambio desde la tradición. En este caso, la modernización no implica la supresión del sentimiento de lealtad hacia la tierra, si bien lo modifica reforzándolo.

 

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Notas

1 Proyecto titulado: "Efecto del contacto con la modernidad sobre las culturas tradicionales del centro de México", financiado por el CONACYT (1997-98) y dirigido por Gilberto Giménez Montiel del IIS-UNAM. En el proyecto colaboraron de manera estrecha Marcela Ibarra Mateos, Martha Patricia Vargas, Luis Fernando Gutiérrez y Emilio Barrientes.

2 Por ejemplo, los huaquechulenses desarrollan un sentimiento de pertenencia socioterritorial profundo, marcado por la historia y la memoria social (de hecho fue uno de los centros poblacionales más importantes en época prehispánica, así como la cultura compartida (v.gr. la persistencia de ritos y tradiciones ancestrales). Al emigrar a la ciudad de Nueva York mantienen una relación intensa con su familia de origen, mientras que establecen relaciones instrumentales con los habitantes de la ciudad, necesarias para poder moverse, conseguir empleo, sobrevivir. Pero de ninguna manera construyen, al menos en la primera generación, lazos afectivos o identittarios con la población ajena a la de sus paisanos, por razones que habremos de explicar más adelante (Vargas Espinoza, 2001).

3 "En su sentido práctico, el habitus opera mediante la "reactivación" del sentido objetivado en las instituciones [...]; el habitus [...] es lo que permite a las instituciones estar habitadas, ser apropiadas de manera práctica e, igualmente, mantenerse activas, vivas y en operación; es lo que les permite substraerse continuamente al estado de letra y lengua muertas, pero al mismo tiempo, requiere de revisiones y transformaciones como contraparte y condición para este proceso de reactivación (Bourdieu, 1960:96). Esta distinción tendrá consecuencias tanto en la estrategia metodológica como en la elección de las técnicas de investigación.

4 Entre los siglos xiii y xv la región se considera una "zona de frontera" ya que era disputada, por un lado, por los señoríos de Tochimilco, Calpan-Huexotzinco en la región del volcán y, por el otro, por los mexicas, a cuyo servicio se encontraban sus aliados de Huaquechula -que realizaban servicios guerreros, como captura de hombres- y Atzitzihuacán, que se constituyen en verdaderas fortalezas. Se tienen noticias de que en el valle existían trabajos importantes de cultivo e irrigación varios siglos antes de la llegada de los españoles (Paredes Martínez, 1991).

5 Paredes Martínez (1991) elabora un mapa con la ubicación de los pueblos y señoríos asentados en el Valle de Atlixco entre 1443 y 1519. Resulta sorprendente comparar el territorio con un mapa actual donde los nombres de las localidades permanecen, a pesar de que su ubicación pudo haber variado. Nombres como Cuauco, Atlimeyaya, Atlixco, Axocopan, Huexocoapan, Coyula, Tochimilco, Tulcingo, Tetla, Cacaloxúchitl, Huilulco, entre otros, hoy aparecen ligados al del santo patrono: San Pedro, Santiago, Santa Magdalena, San Jerónimo, San Francisco... Desde el siglo XVI los peninsulares acostumbraron a llamar a los señoríos "naciones indias" y posteriormente tomaron el nombre de pueblos indios. No obstante, la persistencia en el valle de los descendientes de estos pueblos, a través de cuando menos cinco siglos, nos da indicios de la existencia de comunidades primordiales que se encuentran en la base de las actuales sociedades campesinas.

6 Morales Moreno (1999) plantea una hipótesis interesante. El proceso de industrialización de finales del siglo XIX vivido en el Valle de Atlixco no originó la "modernización" de la sociedad rural. Por el contrario, éste es un caso inédito de proto-industrialización desde el campo. Varias fábricas se localizan en las exhaciendas empleando tanto la mano de obra (son llamados "peones") como algunas obras de irrigación que se aprovechan en la generación de energía.

7 Trabajo de campo realizado por el equipo de investigación, y sistematizado por Luis Fernando Gutiérrez.

8 Existen ritos ancestrales para propiciar la lluvia tanto en algunos puntos "sagrados" del volcán ("Don Goyo", como es conocido entre los lugareños), con quien establecen una interacción como si se tratase de un humano (Glockner, 1999); y recientemente pudimos dar cuenta de varias poblaciones que asisten al Cruztépetl para presentar "ofrendas" y pedir que venga "el agua buena" (Vargas, 2001b). Las infructuosas campañas oficiales de desalojo de la población ante la "inminente" erupción del Popocatépetl se explican en gran medida por "la confianza que hacen a Don Goyo, que siempre nos ha protegido".

9 En Huaquechula existe desde tiempos inmemoriales una fiesta local: el Día de la Santa Cruz , en la que se hacen votos para que ésta proteja los pozos como fuentes que garantizan la vida humana y la producción agrícola (Vargas, 2000).

10 En la región del volcán (La Magdalena Yancuitlalpan) y la Tierra Caliente (Huaquechula), por ejemplo, encontramos diferencias notables en la elaboración y significado de las ofrendas y altares, dependiendo del tipo de muerte (por parto, por rayo, muerte violenta), de la edad del difunto (nonato, niño, anciano), de su "antigüedad" (muerto nuevo, muerto viejo), que nos muestra un paralelismo con la cosmogonía prehispánica (Lemus Muñoz, 1998).

11 El antropólogo Raymond Stage Noel ("Cayuqui" como se le conoce en la región) ha trabajado desde inicios de los sesenta en rescatar las danzas y el folclor regional. Gracias a su trabajo hoy podemos apreciar la diversidad y riqueza cultural de los pueblos de Atlixco. Es uno de los promotores de la celebración del "Atlixcayotontli", festividad en la que participan únicamente danzas de la región, y el Huey Atlixcáyotl, en el que participan representantes de las siete regiones étnicas del estado de Puebla y que se celebra anualmente el domingo más cercano a la festividad de San Miguel. Si bien reconocemos que esta festividad ha sido "expropiada" por el poder político con fines de promoción turística (folclor), tiene una capacidad de convocatoria considerable que se manifiesta en la asistencia de cientos de peregrinos a la iglesia de San Miguel al tiempo de la festividad del Atlixcáyotl.

12 La encuesta se aplica a una muestra representativa de los pobladores, muchos de los cuales no han experimentado la migración internacional, pero la viven indirectamente a través de sus familiares.

13 Entre las acciones que han facilitado la entrada de mano obra a Estados Unidos y su consiguiente contratación están los programas y modificaciones a leyes migratorias de Estados. Ejemplo de ello son los Programas Bracero (1917-1922) y (1947-1964) aprobados en Estados Unidos y que permitió la contratación de mano de obra extranjera, lo que incentivó el desplazamiento de mexicanos hacia este país (Rionda, 1992). Durante los sesenta se hicieron también importantes cambios a la ley migratoria.

14 La población de estudio se selecciona siguiendo un muestreo aleatorio estratificado que abarca los cinco municipios de la región. En una primera etapa, se seleccionaron 36 localidades según cuatro estratos de tamaño de población, dejando fuera a la ciudad de Atlixco por sus características eminentemente urbanas. En una segunda etapa se seleccionaron igual número de hombres y mujeres, respetando un porcentaje representativo de las cohortes de 16 a 65 años de edad según la pirámide de edad de la región, hasta completar 763 individuos. El marco muestral fue construido gracias al apoyo de Sergio Vargas, especialista en esta materia.

15 En el trabajo etnográfico pudimos constatar la presencia de diversos canales informales para la circulación de información, bienes y personas: además de la proliferación de casas de cambio y agencias de viajes, la institucionalización de "polleros" locales -a los que las familias confían sus hijos y, recientemente, a sus hijas, pagando hasta 1 500 dólares por el servicio-, así como personas conocidas que semanalmente acuden a Nueva York transportando ropa, comida (tamales, tlatlaoyos, chiles, tortillas, especias regionales y frutas de temporada), enseres domésticos, imágenes de santos, exvotos, dinero y cartas. Se cobran 30 dólares por cien gramos y se garantiza la entrega en el domicilio del familiar en dos días. Este servicio es pagado generalmente por los "norteños", que esperan ansiosos los envíos de sus familiares.

16 Estudios realizados sobre la identidad campesina en el siglo xix muestran que el sentimiento nacionalista pasa por el apego local y el sentimiento de lealtad a la patria chica (Knight, 1994). Sin embargo, en nuestra región de estudio existe un desconocimiento (¿rechazo?) del sentimiento e identidad nacionales, lo que nos obliga a buscar una explicación que posiblemente tenga raíces histórico políticas. En el México contemporáneo, la identificación entre gobierno y nación, la apropiación de los símbolos patrios por el partido oficial y la relación de explotación y desconfianza que guardan respecto a los representantes gubernamentales, posiblemente generaron un repliegue hacia el localismo (comunicación personal, Catalina Giménez, noviembre de 1998).

17 Glick Shiller y colegas (1992) desarrollan un planteamiento novedoso para el estudio de la migración internacional denominado trasnacionalismo, que enfatiza la emergencia de "[...] un proceso social en el cual los migrantes establecen campos sociales a través de fronteras geográficas, culturales y políticas. Los migrantes, por tanto, se describen como transmigrantes en la medida en que desarrollan y mantienen múltiples relaciones [...] Un aspecto central de esta propuesta es, a nuestro entender, la multiplicidad de ámbitos en los que el migrante se involucra tanto en las sociedades origen como de destino" (p. ix), y más adelante afirman que esta situación define identidades múltiples y fluidas arraigadas en ambas sociedades. Afirman que estos espacios trasnacionales tienen como rasgo central la "fluidez" y la "desterritorialización" de la identidad, lo que nos parece una afirmación que no sustentan empíricamente y que, estudiado a través de las tres dimensiones en la relación entre cultura y territorio, nuestro estudio contradice.

18 En su trabajo etnográfico, Patricia Vargas Espinosa (2001) muestra las experiencias de los hijos, mujeres y familiares de los hombres migrantes que viven transformaciones importantes en los roles familiares y líneas de autoridad. En la entrevista a algunos hombres de larga trayectoria migratoria (más de 13 años) y a algunas mujeres jóvenes, pudo descubrir un sentimiento de arraigo profundo, manifiesto en el hecho de que, a pesar de reconocer las ventajas económicas, comodidades y aun una mayor libertad de acción para las mujeres en Estados Unidos, todos ellos manifestaron su deseo de regresar a su casa, a su tierra, a morir con los suyos... Algunas parejas jóvenes que llegan a tener hijos residentes, en cuanto cumplen tres años los envían de regreso al pueblo para ser educados por los abuelos "porque allá no se pueden educar" y "porque esta es mi tierra".

19 En la monografía realizada sobre La Soledad, Morelos, Emilio Barrientos (2001) reporta la enorme importancia del compadrazgo como institución articuladora de la vida comunitaria y lazo de unión entre los lugareños.

20 Una viuda, en Huaquechula, recibió cerca de 2 mil dólares de sus hijos migrantes para el pago de la fiesta de la Santa Cruz, una fiesta que, asegura ella, "sería inolvidable" para todos los huaquuechulenses.

 

Información sobre los autores

MÓNICA GENDREAU es profesora investigadora en la Universidad Iberoamericana, campus Puebla. Ha venido desarrollando dos líneas de investigación: estudios sobre pobreza y evaluación de las políticas públicas y, migración e identidad. Una de sus publicaciones más recientes es "Impacto de la migración y de los media en las culturas regionales tradicionales" en Manuel Ángel Castillo, Alfredo Lattes y Jorge Santibáñez (comps.), Migración y fronteras, El Colegio de la Frontera Norte/El Colegio de México/Asociación Latinoamericana de Sociología, 1998. Dirección electrónica: gendreau@uiagc.pue.uia.mx.

GILBERTO GIMÉNEZ es doctor en sociología por la Universidad de la Sorbona (París III), investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México y miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel III. Su área de docencia e investigación es la sociología de la cultura. Entre sus últimas publicaciones se encuentra "Paradigmas de identidad", en Aquiles Chihu Amparán (coord.), Sociología de la identidad, Miguel Ángel Porrúa/Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa, 2002. Dirección electrónica: gilberto@servidor.unam.mx.

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