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Migraciones internacionales

versión On-line ISSN 2594-0279versión impresa ISSN 1665-8906

Migr. Inter vol.2 no.2 Tijuana jul./dic. 2003

 

Reseña bibliográfica

 

Clandestinos. Migración México-Estados Unidos en los albores del siglo XXI.

 

María Eugenia Anguiano Téllez *

 

Jorge Durand y Douglas S. Massey, Universidad Autónoma de Zacatecas/Miguel Ángel Porrúa, 2013

 

* El Colegio de la Frontera Norte

 

Jorge Durand y Douglas S. Massey son, sin duda, dos autores imprescindibles en el estudio de la inmigración de mexicanos a los Estados Unidos. Este nuevo libro suyo confirma su bien ganado sitio entre los académicos de ambos países, resultado no sólo de dos décadas de colaboración conjunta, continua y tenaz, sino también de una reflexión acuciosa y constante que ha acompañado su trabajo de investigación y su extensa trayectoria. Los seis capítulos que integran el libro son apenas una muestra de ello.

El primer capítulo es una versión resumida de un texto ampliamente conocido y difundido, publicado tanto en inglés como en español, sobre los enfoques teóricos para explicar la migración internacional de finales del siglo XX:

... un régimen migratorio complejo que involucra flujos de población de economías en proceso de industrialización hacia economías maduras, una diversidad de orígenes y de destinos, con costos de traslado considerablemente reducidos, comunicaciones más rápidas y menos costosas, intervención gubernamental más activa y mayor circulación de flujos (p. 14).

Por la extensa difusión que este texto ha tenido en publicaciones previas, quiero destacar solamente sus recomendaciones expresadas en términos de los desafios que el resurgimiento de una migración masiva global plantea a científicos sociales, diseñadores de políticas y la sociedad. Para los investigadores empíricos, el reto consiste —nos dicen los autores— en "diseñar estudios más estrechamente relacionados con la teoría... [y formular] diseños de investigación capaces de poner a prueba sus principales planteamientos" (p. 41) Pero el desafío crucial será el que enfrentarán los ciudadanos y los diseñadores de políticas en los países de origen y destino, atendiendo el respeto a los derechos humanos, las libertades civiles y la dignidad humana,

superando las concepciones decimonónicas de territorio y ciudadanía para acoger los espacios transnacionales que se están formando en el mundo como resultado de la migración circular masiva (p. 42).

En el segundo capítulo, titulado "El núcleo básico de la migración México-Estados Unidos. Premisas para entender y explicar el proceso", los autores desarrollan una interesante propuesta analítica para distinguir la migración mexicana de otras que han llegado a Estados Unidos, destacando su historicidad, masividad y vecindad.

Ninguna otra corriente migratoria a Estados Unidos procedente de un solo país ha durado más de cien años, salvo el caso mexicano; no existe un flujo migratorio mayor que el proveniente de México, y sólo la migración de México y la muy secundaria de Canadá pueden considerarse un fenómeno verificado entre países vecinos (p. 45).

Sobre la historicidad, los autores destacan no sólo la antigüedad centenaria sino la continuidad única de la inmigración mexicana y sus manifestaciones durante las cinco etapas que acontecieron en el siglo XX. La fase del "enganche" (1900-1920), caracterizada por la combinación de tres procesos: un sistema de contratación de mano de obra privado y semiforzado, la secuela de emigrantes ocasionada por la Revolución Mexicana y el ingreso de Estados Unidos a la Primera guerra Mundial, que limitó la inmigración europea y alentó la inmigración de jóvenes trabajadores mexicanos. Una segunda época, marcada por sucesivas deportaciones masivas (1921, 1929-1932 y 1939) y por la creación, en 1924, de la Patrulla Fronteriza. El periodo "bracero" (1942-1964), cuando la segunda guerra Mundial hizo apremiante la contratación de trabajadores mexicanos y el auge económico de la posguerra hizo posible cubrir esa demanda con jóvenes, migrantes temporales de origen rural y mayoritariamente empleados en el sector agrícola norteamericano. La era de los "indocumentados" (1965-1986), período en que los convenios de contratación de trabajadores temporales fueron sustituidos por un control del flujo migratorio que dificultó y limitó el libre tránsito, acompañado de la promulgación del sistema de cuotas por país y de una deportación sistemática de trabajadores e inmigrantes sin documentos. La última del siglo XX, una etapa de legalización promovida por la immigration Reform and control act (IRCA), que, contradictoriamente, posibilitó la legalización y establecimiento de más de 2.3 millones de mexicanos indocumentados y generó un proceso paralelo de inmigración clandestina. No obstante sus variantes históricas, la relación estructural entre los dos países se ha materializado en un mercado de trabajo binacional. a diferencia de las migraciones europeas que llegaron a poblar, la mexicana es una migración laboral que se inserta en un mercado de trabajo secundario, estacional y flexible, y en un contexto de vecindad. La vecindad presenta también características que distinguen a la migración mexicana. En primer término, Estados Unidos, al igual que Canadá, es un país de inmigrantes, mientras que México lo es de emigrantes que casi en su totalidad (98%) tienen como destino a su vecino del norte. En segundo lugar, la región fronteriza mexicana de finales de siglo XX se ha convertido en un destino de primer nivel en la migración interna del país, lo que imprime a la vecindad un dinamismo muy intenso. Finalmente, por su magnitud, la inmigración mexicana a los Estados Unidos es un fenómeno masivo de dimensión única, por los 20.6 millones de personas que en el 2000 se identificaron como hispanos o latinos de origen mexicano, lo que "coloca al fenómeno en el campo de la política y las preocupaciones permanentes" (p. 60) de los dos países.

En los capítulos tercero y cuarto, los autores sistematizan y estructuran argumentos que han venido desarrollando a lo largo de su trabajo de investigación y presentado en publicaciones anteriores. Respecto a las regiones de origen de los emigrantes mexicanos, en el tercer capítulo, luego de una revisión crítica de las fuentes de información y de una descripción breve de las regionalizaciones de otros estudiosos, proponen "una regionalización que articula criterios geográficos y migratorios, y subdivide el territorio mexicano en cuatro grandes regiones: histórica, fronteriza, central y sureste" (p. 71). A partir de esta propuesta, analizarán histórica y numéricamente el comportamiento de cada una de las regiones y sus fluctuaciones y participación en el conjunto, destacando los aportes de autores que han realizado investigaciones sobre ellas o sobre las entidades que las conforman. La región histórica se distingue por su antigüedad, dimensión masiva y condición legal de sus emigrantes, rasgos que otorgan madurez a sus redes sociales y complejidad a sus circuitos y rutas migratorias y que permiten hablar de una "cultura migratoria" con más de un siglo de experiencia continua. La región fronteriza sigue las pautas marcadas por el contexto de su vecindad geográfica con los Estados Unidos, por la amplitud de su territorio, por sus niveles de bienestar y por ser polo de atracción de migración interna. La región central modificó su característica condición de receptor de migración interna a la de participante reciente en el flujo internacional. Masivamente, la migración desde el centro del país dio inició en la década de los ochenta y se desarrolló en los noventa. En la región sureste, con una amplia población indígena, altos niveles de marginalidad y una participación escasa en el flujo internacional, ha empezado a destacar la emigración del estado de Veracruz, con indicios de que puede incrementarse la participación del conjunto regional.

Sobre las regiones de destino, en el capítulo 4 los autores realizan un análisis a la vez geográfico, histórico y numérico basado en series censales del siglo XX, que complementan con información del amplio acervo generado por el Mexican Migration Project. Tras una breve revisión de los patrones de concentración y dispersión y una explícita adaptación de los planteamientos de la teoría de la centralidad o lugar central, desarrollan una interesante propuesta analítica sobre la distribución geográfica de la migración mexicana en los Estados Unidos, iniciando con el estudio de los patrones de concentración con base en una tipología de las capitales migratorias de tres niveles. En primer lugar, están las capitales migratorias o ciudades emblemáticas, que se distinguen étnica, racial y lingüísticamente por su gran concentración de migrantes, que pueden acceder a un mercado de trabajo amplio y diversificado. Estas ciudades son un punto de referencia para migrantes y no migrantes. Los Ángeles es el mejor ejemplo para los mexicanos, Miami para los cubanos y Nueva York para los dominicanos. Las capitales regionales de segundo nivel son ciudades con alto grado de concentración de migrantes pero con una carga simbólica menor, se reconocen como centro de referencia para una región que puede incluir varios estados, operan como núcleo redistribuidor de los trabajadores mexicanos migrantes y aglutinan la prestación de servicios en un ámbito regional. Entre los mexicanos, Chicago ocupa este nivel. En un tercer rango, las capitales provinciales tienen como punto de referencia la delimitación estatal —incluso, pueden existir una o varias capitales provinciales en un mismo estado— y un mercado de trabajo más o menos amplio, pero no tan diversificado ni consolidado étnicamente como el de las capitales regionales. Dallas, El Paso y San Antonio operan como capitales provinciales en Texas. El patrón de dispersión también tiene distintos niveles: las comunidades dispersas, los grupos itinerantes y la población dispersa. En la segunda parte del capítulo, los autores desarrollan un interesante y bien documentado análisis histórico de la distribución geográfica de la migración mexicana que les permite establecer cuatro grandes regiones de destino: dos de carácter permanente (Sudoeste y Grandes Lagos), una de carácter histórico (Grandes Planicies) y otra en proceso de formación (Costa Este). La región Sudoeste comprendió inicialmente los cuatro estados fronterizos de los Estados Unidos con México (California, Arizona, Nuevo México y Texas) y después, en su expansión, los estados de Nevada, Oregon, Washington, Idaho y Utah. La región de los Grandes Lagos se articula alrededor de Chicago, el polo de desarrollo urbano, financiero, industrial y de comunicaciones más importante del medio este, y comprende Illinois, Indiana, Michigan, Wisconsin y Minnesota. Las Grandes Planicies se enlazaron en torno de Kansas, que "articulaba un racimo de centros ferroviarios", y al parecer es una región en proceso de reconstrucción como destino migratorio. Finalmente, el corredor de la Costa Este se extiende de Florida a Connecticut, con marcados patrones de dispersión en Georgia, las Carolinas, Pensilvania, Nueva Jersey y Nueva York. El capítulo termina con un recorrido histórico en que los autores identifican seis grandes etapas de concentración y dispersión migratoria, y con un examen de lo que consideran ha sido la migración en bloque.

En el capítulo 5, bajo el sugerente título de "El imperio dependiente. Mano de obra agrícola en Estados Unidos" y con el apoyo de una extensa y detallada información cualitativa y cuantitativa, Durand y Massey realizan un excelente análisis de la evolución geográfica e histórica del sector agrícola norteamericano y de la participación en él de los trabajadores mexicanos durante el siglo XX, y encuentran tres características determinantes: una relación de dependencia entre la agricultura estadunidense y la mano de obra mexicana, la mexicanización e indigenización de la mano de obra agrícola y la invisibilidad de los trabajadores agrícolas. Respecto de la mexicanización, afirman:

La predominancia mexicana se debe fundamentalmente a seis condiciones básicas, que otros grupos de trabajadores no pueden cumplir: bajo costo, temporalidad, juventud, capacitación, movilidad y ser indocumentados (p. 154).

En relación con el proceso de indigenización, aunque los autores advierten que "Es difícil estimar el grado de indigenización de la mano de obra agrícola en Estados Unidos", aseveran que "es cada vez más perceptible la participación de migrantes de la región central, en especial de Oaxaca, Puebla e Hidalgo" (p. 160), entidades mexicanas con gran cantidad de población indígena. En este proceso habría que sumar la presencia de pequeños grupos de indígenas guatemaltecos en California y Florida. A la idea de los autores de que "Los trabajadores agrícolas son los menos visibles de todos los migrantes", me permitiría agregar: y los más vulnerables por sus condiciones generales de trabajo y de vida.

En el último capítulo, "Una nueva fase migratoria", recuperando la propuesta desarrollada en un trabajo anterior de los autores, postulan la relación analítica, pero también histórica, entre modelo, política y patrón migratorio. A cada una de las etapas históricas desarrolladas en el segundo capítulo se vincula un modelo migratorio de tipo teórico para analizarla y caracterizarla, una política migratoria (que es el marco legal en el que se desarrolla el modelo), cuyo resultado determina un patrón migratorio. Este interesante análisis lleva a los autores a sugerir la existencia de un nuevo perfil del migrante mexicano:

Hoy se requiere una docena de rasgos y una gama de colores y matices para delinear un perfil que se aproxime a la realidad: ha cambiado la composición legal, la duración de la estancia, la distribución por sexo y edad, el origen social y cultural, la distribución geográfica de origen y destino, los puntos de cruce fronterizo, el mercado de trabajo, la participación de la comunidad mexicana en ambos países, los principios de nacionalidad y los patrones de naturalización (p. 171).

Relevante inventario que dibuja líneas de investigación por desarrollar en el siglo XXI, atendiendo otra recomendación estimulante de Durand y Massey:

Hoy se recomienda la complementariedad de enfoques para el análisis, del mismo modo que ha empezado a ser costumbre entre los académicos, que no entre los políticos y periodistas, hacer distinciones entre diferentes grupos o tipos de poblaciones.

Las reflexiones expresadas en las conclusiones inspiran el provocativo título del libro: Clandestinos. Migración México-Estados Unidos en los albores del siglo XXI. El proceso de legalización de indocumentados que se verificó en los Estados Unidos a finales del siglo XX (IRCA, 1986), con el que se regularizó la situación de 2.3 millones de indocumentados y se les abrió la oportunidad de una mejor y mayor inserción en la sociedad estadunidense, también dinamizó procesos que han afectado a los migrantes, entre ellos la creciente migración indocumentada y la generación de una serie de leyes y actitudes represivas y discriminatorias contra ellos. La IRCA —afirman los autores— dio lugar a tres procesos problemáticos: en primer término, una mayor inmigración legal e indocumentada; en segundo, apoyado por un cuantioso presupuesto, un control fronterizo ineficiente que ha causado un alto costo en vidas humanas y el crecimiento de mafias que trafican con migrantes. Finalmente, la penalización a los empleadores estimuló el crecimiento del sistema de subcontratación y reactivó, como nunca antes, al crimen organizado y a las mafias falsificadoras de documentos.

La legalidad se ha convertido en una especie de fenómeno nobiliario, en donde el estatus o la calidad migratoria se puede comprar con unos cuantos billetes. Más que indocumentado, el trabajador migrante del siglo XXI, con papeles falsos o irregulares, ha pasado a ser un migrante clandestino (p. 185; subrayado mío).

El excelente y detallado recuento sociohistórico, geográfico y numérico que Jorge Durand y Douglas S. Massey realizan de la migración mexicana a los Estados Unidos a lo largo del siglo XX y de sus perspectivas para el nuevo siglo es también un inventario resumido de su amplio trabajo y larga trayectoria de investigación, resultado no sólo de la ejemplar colaboración de dos académicos de reconocido prestigio internacional, sino también de una ideal complementariedad de enfoques, disciplinas, intercambios con colegas y estudiantes, e incluso —y aunque parezca anecdótico— de domicilios y estancias alternadas de ambos investigadores en los dos países.

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