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Migraciones internacionales
versión On-line ISSN 2594-0279versión impresa ISSN 1665-8906
Migr. Inter vol.3 no.3 Tijuana ene./jun. 2006
Artículos
Destino Italia: nuevas pautas migratorias
Carlos Iván Mendoza
* Consulado General de México en Italia.
Fecha de recepción: 14 de noviembre de 2005.
Fecha de aceptación: 2 de marzo de 2006.
Resumen
Italia es una de las naciones europeas con una comunidad extranjera residente en su territorio de mayor magnitud; parte significativa de los emigrantes ha llegado en años recientes, lo que plantea crecientes retos tanto a la sociedad civil -poco habituada a la convivencia con otras comunidades- como a las instituciones políticas. La investigación estudia las causas y características del fenómeno de la inmigración en Italia; describe el panorama actual de la corriente migratoria, analiza la condición que guardan las comunidades extranjeras más significativas numéricamente, revisa los nichos ocupacionales que los extranjeros captan, su papel en la economía italiana, y describe el marco legal en la materia. El autor plantea que la magnitud del flujo migratorio está convirtiendo a Italia en un país multicultural, como ha sucedido con otros países de la Unión Europea.
Palabras clave: Italia, migración, multiculturalidad, integración, legalidad.
Abstract
Italy is one of the European countries with a broad and numerous foreign residents in its territory; a very important part of the immigrants has recently arrived, which sets forth increasing challenges for the society in generalnot accustomed to live with other communitiesas well as political institutions. This research focuses on Italy's cause and characteristic immigration phenomenon; it outlines todays migratory current scene, it analyses the most significative foreign communities condition, it reviews the labor ways that the foreign obtain and its roll in the Italian economy and its legal frame. The author explains that the quantity of the migratory flow is transforming Italy in to a multicultural country, following what is happening all over the European Union.
Keywords: Italy, migration, multicultural, integration, legality.
Introducción
La actividad migratoria aparece prácticamente junto con el hombre, ya que a las necesidades iniciales de búsqueda de refugio, de animales de caza y de zonas para recolección de semillas y frutos paulatinamente se fueron agregando diversos elementos y condicionantes que hacen de la migración un fenómeno complejo, permanente y en continua expansión. Desde hace varios siglos el continente europeo se ha caracterizado por su decidida vocación emigratoria; ejemplos de ello son el período colonial, la expansión cultural europea en el mundo y la existencia de amplias comunidades de origen europeo en diversas zonas del planeta, que incluso han llegado a ser el sustrato mismo de la conformación inicial de algunas naciones, como Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Argentina y Uruguay, entre otras.
No obstante, el fin de la Segunda Guerra Mundial y la consecución de la independencia formal de diversos países africanos, asiáticos y caribeños marcan el inicio de un fenómeno contrario: poco a poco Europa se fue convirtiendo en un imán para crecientes flujos migratorios, provenientes en un principio de las ex colonias hacia sus respectivas antiguas metrópolis. Este proceso se agudizó cuando las naciones del occidente europeo fueron recuperándose y se consolidaron económicamente, lo que acrecentó la atracción ejercida en personas cuyas perspectivas de lograr una existencia digna, e incluso de solamente sobrevivir, se veían seriamente amenazadas al habitar en un entorno deprimido, con hambrunas recurrentes, con crisis políticas y económicas o con conflictos bélicos generalizados. Las naciones que hoy conforman la Unión Europea (UE), con su creciente integración en todos los ámbitos y con su fortaleza económica, se caracterizan por la presión que en ellas ejercen flujos migratorios provenientes de todo el mundo, revirtiendo así la condición tradicional de Europa y convirtiéndola de emisora en receptora de migrantes. Esta transformación es evidente al considerar que, "si de 1901 a 1910 el 94 por ciento de la corriente migratoria mundial partía de Europa, de 1981 a 1990 el porcentaje descendió al 12 por ciento. Con una población de inmigrantes de alrededor de 20 millones, la Unión Europea constituye hoy el segundo polo de atracción mundial, después de Norteamérica"* (Atlante Geopolitico Mondiale, 2002:58).
En este escenario, el caso de Italia presenta varias particularidades, comenzando porque, debido a la estructura económica del país, por varios decenios fue proveedor de migrantes hacia otras latitudes, tanto de América como de Europa, y porque su consolidación como destino migratorio es más reciente que la del resto de los países del occidente europeo. Asimismo, otro elemento que reforzó esta condición fue que, a diferencia de naciones vecinas como Francia, Reino Unido, los Países Bajos y Bélgica, Italia no llegó a consolidar una posición de dominio de tipo colonialista en otras latitudes (a pesar de tentativas para lograrlo en lugares como Albania, Etiopía, Eritrea, Somalia y Libia), pues es indudable que el estatus colonialista coadyuvó para que en las primeras naciones se desarrollara una ulterior consolidación de circuitos migratorios entre las metrópolis y sus territorios.
En la presente investigación nos proponemos analizar las causas y características del fenómeno de la inmigración en Italia, y para ello hemos trazado un panorama actual de los flujos migratorios que se dirigen al país, estudiado la condición que guardan las comunidades extranjeras más significativas numéricamente que residen en él y revisado el marco legal en la materia. Se plantea comprobar que, ante la reciente intensidad de la corriente migratoria en Italia y por la multiplicidad de los lugares de proveniencia, el destino del país a mediano plazo es convertirse en una sociedad multiétnica y multicultural, a pesar de los esfuerzos tanto políticos como de grupos sociales por preservar los "valores tradicionales nacionales", como el de ser un país de sólida vocación católica.
El fenómeno migratorio en Italia -como en el resto de la UE- responde también directamente a una necesidad económica de las propias estructuras de los países comunitarios, que requieren de los inmigrantes para preservar su viabilidad económica, sobre todo si consideramos que en un entorno como el de la UE, en el que prácticamente la totalidad de los miembros tiene bajos porcentajes de crecimiento demográfico, Italia es precisamente la que acusa las menores tasas, lo que hace que los requerimientos de fuerza de trabajo para mantener viable la economía se vean parcialmente satisfechos por los inmigrantes ante la imposibilidad de ser cubiertos por la población local.
Por otra parte, es evidente que los países de origen del caudal migratorio "facilitan" el cumplimiento del ciclo, ya que sus crisis económicas recurrentes, un entorno deprimido, falta de perspectivas económicas y carencia de instituciones sólidas, tanto políticas como sociales, son el escenario perfecto para que un considerable porcentaje de su población desee abandonar sus comunidades y buscar mejores horizontes de vida en latitudes lejanas. En este ciclo, la existencia de comunidades de connacionales de los respectivos países fuera de sus fronteras ejerce una evidente fuerza de atracción. De esta manera, los turcos van preferentemente a Alemania, siguiendo una ruta trazada con la recuperación económica de la posguerra en Alemania occidental; los argelinos van a Francia, mientras que indios y paquistaníes se dirigen hacia Gran Bretaña. En el caso italiano, hasta hace pocas décadas no se contaba con comunidades extranjeras significativas, por lo que la conformación de estos colectivos ha sido vertiginosa, partiendo casi "de la nada".
Italia como receptora de migrantes
Tradicionalmente, Italia ha sido un país de alta incidencia emigratoria. La diáspora italiana, particularmente intensa a fines del siglo XIX y principios del XX pero que a lo largo de ese último siglo perduró y que incluso al inicio del siglo XXI sigue presentándose, ha producido extensas comunidades1 en diversas latitudes: Estados Unidos, Brasil, Argentina, Canadá, Australia, Uruguay, Venezuela, Alemania, Suiza, Bélgica y otros países. Las condiciones del desarrollo italiano, con un norte industrializado y rico, mientras que el sur y las dos grandes islas (Sicilia y Cerdeña) presentan aún considerables rezagos económicos y productivos, posibilitan que, a pesar de ser Italia un país desarrollado e incluso miembro del grupo de los siete países más ricos del mundo (el llamado "G-7"), alrededor de la segunda mitad del siglo pasado fuera considerada el proveedor principal de mano de obra para naciones vecinas como Alemania, Francia, Suiza y Luxemburgo. Es así que
La Europa devastada por la guerra se reconstruyó gracias, en parte, a las ayudas económicas del Plan Marshall y a la mano de obra, en un primer momento, de los desplazados y refugiados de guerra y, después, de los emigrantes del sur de Europa y de otras regiones periféricas. Entre 1958 y 1973, los seis países de la cee de entonces emitieron ocho millones de permisos de trabajo a nuevos inmigrantes, en un proceso esencialmente intraeuropeo, de ingente transferencia de mano de obra desde el periférico sur hacia el norte industrializado (Baganha, 2000:188).
Entre estos trabajadores se encontraban españoles, portugueses, griegos y, por supuesto, italianos. Además, en Italia la migración desde el sur -el llamado "Mezzogiorno"- hacia el desarrollado norte es un fenómeno continuo. No obstante, con la recuperación económica del país en la segunda posguerra y su incorporación al grupo de firmantes de lo que sería el germen del proceso integrador europeo -el Tratado de Roma de 1957-, paulatinamente la nación se iría transformando de emisor en receptor neto de migrantes.
Así, este fenómeno, en comparación con naciones europeas como Alemania, Francia y Reino Unido, reviste en Italia la condición de ser relativamente "novedoso", y aun cuando el caudal inmigratorio se ensancha cada vez más, dista aún de presentarse en las magnitudes en que se manifiesta en los países vecinos o en otros más pequeños, los que en términos porcentuales tienen comunidades extranjeras más numerosas. Si no hay un comienzo propiamente dicho del fenómeno, en la primera mitad de los años setenta del siglo pasado empezó a ser evidente la presencia de comunidades foráneas en el país, y "es en 1973 cuando por primera vez, después de cientos de años de emigración en masa, el saldo migratorio del país resultó positivo en el confronto con los países europeos, y dos años después también con los países extraeuropeos" (Corti, 2003:125). Por esos años tuvo lugar la instalación en Sicilia de grupos de tunecinos y otros magrebíes, así como se hizo habitual que muchas familias acomodadas tuvieran empleadas domésticas extranjeras, sobre todo de las Filipinas, Eritrea (que por entonces aún formaba parte de Etiopía), América Latina -sobre todo de El Salvador- y Cabo Verde. Además, la reconstrucción tras un terremoto en la zona de Friuli motivó la contratación de trabajadores yugoslavos, abriendo así una ventana a un nuevo influjo.
A partir del último cuarto del siglo XX tanto los números absolutos como la composición relativa de la inmigración en Italia han sufrido múltiples variaciones, y "hacia el fin de los años 80 se podía observar una fuerte presencia de marroquíes, que en la actualidad representan el grupo más numeroso, y una presencia de senegaleses muy relevante" (Macioti y Pugliese, 2003:30-31). En el inicio de los noventa, debido al colapso de la URSS y del bloque encabezado por ella, surgió la oleada migratoria proveniente del este europeo, sobre todo de Albania. En esos años la prensa internacional difundía masivamente la imagen de embarcaciones atestadas de albaneses que arribaban a los puertos del sur del Adriático italiano en busca de mejores perspectivas de vida. Ese período ve consolidar la llegada de contingentes de Europa del Este, que hasta la actualidad constituyen los principales afluentes. De hecho, actualmente sería difícil precisar si existe alguna nación que no contribuya a ensanchar el amplio crisol étnico que paulatinamente se está formando en el país, sobre todo en su parte septentrional.
Flujos migratorios en Italia
Es difícil determinar el número de inmigrantes que residen en Italia (como en cualquier otro país), ya que muchos de ellos se encuentran en situación irregular. Algunos cálculos -Istituto Nazionale di Statistica (Istat)- arrojan poco más de 2.51 millones de personas como número total, incluyendo a extranjeros con estancia legal y a los que residen en territorio italiano de manera irregular o clandestina. En cuanto a los extranjeros que se encuentran en el país con estancia amparada bajo la normatividad italiana, a inicios del 2000 los extranjeros residentes en Italia dotados con el documento conocido como "permiso de estancia" (en italiano, permesso di soggiorno) eran alrededor de 1 340 000 (Istat), en su mayor parte provenientes de países pobres o "de alta presión emigratoria", que sumaron aproximadamente 1 112 000 personas. De los extranjeros con estancia legal en el país, 62 por ciento adquirieron el permiso para trabajar, mientras que 25 por ciento lo obtuvo por motivos de reunificación familiar.2 Por su magnitud, en términos porcentuales los inmigrantes "representan una cuota a nivel nacional equivalente al 2.5% de la población, lo que se eleva a 3.7% en la zona norte del país" (Regione Lombardia y Sistan, 2003:34), que son tasas muy por debajo de las que presentan otras naciones europeas. Si se considera la población extranjera total estimada, el porcentaje se eleva aproximadamente a 4.3 por ciento de la población total, aún por debajo del promedio de la Unión Europea, de alrededor de 5 por ciento, y menos de la mitad de lo registrado en Alemania, Austria o Bélgica. Lo que distingue a Italia es el vertiginoso aumento en los niveles de captación migratoria legal, pues de 1988 a 1998 el incremento fue de 93.8 por ciento (OCDE),3 al contar en el primer año con 645 mil residentes legales y en el segundo con 1 250 000. En lo relativo a los orígenes nacionales,
a diferencia de los otros grandes países europeos de alta inmigración, Italia presenta una pronunciada fragmentación de la proveniencia geográfica, por lo que ningún grupo étnico o religioso prevalece de modo evidente sobre los otros; los primeros diez países de origen totalizan apenas el 49 por ciento del número de inmigrantes. En el caso de los primeros dos países (Marruecos y Albania, con el 11.7 y el 9.2%, respectivamente), prevalece el criterio de la proximidad geográfica, mientras que para otros países con alta incidencia numérica, como Filipinas y China, esta condición no opera (ispi, 2002:354).
Otros países con amplias comunidades asentadas en territorio italiano son Rumania, Túnez, Serbia y Montenegro, y Senegal.
En cuanto a su distribución geográfica, los grupos foráneos se distribuyen así: "el 52.2% se concentra en el norte, el 29% en el centro y el 18.8% en el sur" (IlSole24 Ore, 11 de marzo de 2003, p. 35), resultado del mayor dinamismo económico del norte italiano, mientras que en lo relativo a la composición por género las mujeres son un poco menos de la mitad del total, con un aumento significativo en los últimos años. Esto es probable que se deba a que el mercado laboral italiano tradicionalmente empleaba a las mujeres tan sólo de manera marginal o en sectores específicos considerados "típicamente femeninos", situación que en muchas naciones europeas había sido superada desde tiempo atrás. En cuanto el espectro laboral italiano, éste se vio ampliado con el ingreso masivo de mujeres para desempeñar actividades remuneradas. El contingente de mujeres inmigrantes también amplió su incidencia porcentual en los flujos migratorios totales y ha empezado a conseguir autonomía en la dinámica migratoria. Por otra parte, como suele suceder en casos parecidos, en la inmigración predominan los individuos en edad laboral, por lo que la estructura por edades es muy diferente a la de los ciudadanos italianos, pues la existencia de ancianos en los flujos es sumamente escasa y definitivamente minúscula en comparación con los indicadores locales. En el rango opuesto, es claro que los extranjeros establecidos en el país tienen tasas de fecundidad superiores a las del resto de los habitantes.
En el ámbito de la preparación, contra lo que se pensaría en primera instancia, los inmigrantes en Italia no tienen, por lo general, bajos niveles educativos, pues "los movimientos de migrantes provenientes de las regiones urbanas de los países del sur están en parte constituidos por directivos y por libreprofesionistas, víctimas de las políticas de adecuación estructural, y aquellos provenientes de Europa Central y del Este presentan igualmente un nivel de cualificación relativamente elevado" (Comune di Milano, 2002:65). Por ejemplo, en el caso de los avecindados en la capital del país que tienen en su registro datos sobre su escolaridad, tenemos que "de los 80 mil extranjeros residentes en Roma, los que poseen un título universitario son 15,600, equivalentes al 19.4% del total, mientras que 4,700, apenas el 6%, tienen la formación primaria o menos: en general, los dos tercios de los inmigrantes en la capital tienen una escolaridad media-alta" (Il Corriere della Sera, 25 de marzo de 2003, p. 37). Es evidente que, de cualquier manera, los extranjeros residentes en Italia tienen porcentajes educativos más altos que el término medio de sus respectivos países de origen, y también más elevados que los observados entre los italianos que desempeñan sus mismas labores, ya que, como suele suceder en muchos países, entre otros elementos, "la incapacidad de dominar el lenguaje local quizá no condene a los inmigrantes al desempleo, pero sí los canaliza hacia nichos ocupacionales particulares y limitando sus oportunidades" (Silver, 2003:13), aun cuando su preparación sea satisfactoria.
Aunque la comunidad marroquí es la más grande en números absolutos en territorio italiano, en los últimos años no ha registrado un incremento sustancial de afluencia, que en cambio sí presenta el colectivo de países de Europa del Este, que se ha consolidado como la zona de la que proviene la mayor parte de la corriente migratoria actual. Como antecedentes, tenemos que a inicios de los años noventa, con el colapso de la Unión Soviética y la desintegración del bloque socialista, se decía que "La enorme disparidad económica entre la Unión y el antiguo Comecon, de no solucionarse, amenaza con despertar una migración masiva de este a oeste" (De Olloqui, 1994:94). Incluso, se consideraba que la magnitud del flujo alcanzaría niveles históricos: "las barreras físicas no podrán frenar estas nuevas migraciones de desesperados que ya se perfilan como las mayores de este siglo en el continente europeo, al margen de las deportaciones forzosas de Stalin antes y después de la Segunda Guerra Mundial y la emigración al Nuevo Mundo" (Villanueva, 1994:64). Si bien el país que más temía el cumplimiento de este fenómeno era Alemania, la condición de Italia como uno de los miembros de la Unión Europea fronterizo con el este continental la situaba en condición precaria ante una eventual "embestida humana". No obstante, las predicciones no se cumplieron, al menos en la magnitud vaticinada, y "los cambios políticos no han producido el temido traslado de más emigrantes de los países pertenecientes al bloque controlado por la ex Unión Soviética. Desde los primeros años de los 90 la emigración de los países del este europeo, aunque no detenida, ha ido disminuyendo" (Caritas di Roma, 2001:38).
Tras el fin de la Guerra Fría, algunos de los países de la llamada Europa Oriental (hoy más comúnmente denominada Europa del Este) fueron acercándose cada vez más a sus vecinos occidentales, y el 1 de mayo de 2004 ocho4 de ellos se integraron a la UE, mientras que Bulgaria y Rumania lo harán en 2007 o 2008. En este contexto, a iniciativa de Alemania y Austria, dos de las naciones que más migrantes captan, "los actuales miembros de la UE han insistido en un período de siete años antes de que haya un libre movimiento de trabajadores" (The Economist, 7-13 de diciembre de 2002, p. 31) para los países que se vayan integrando a la unión. Por otra parte, ante la perspectiva de su integración en la "familia comunitaria", se observa un fenómeno paralelo en los países candidatos: la transformación de algunos de esos próximos nuevos socios en meta de migrantes de países más deprimidos, pues "Los nuevos países serán fortalezas de un imperio, con todas las consecuencias que ello implica en cuanto a su papel en la división del trabajo. Esto es, los países de Europa Central y del Este que se incorporen a la UE tendrán entre sus funciones cuidar las fronteras y detener la migración del oriente" (Antal, 1999:336). En este panorama, la peculiar situación de Italia también va experimentando modificaciones, ya que "de país frontera Italia se ha transformado en un país bisagra entre las dos mitades de Europa que se reunifican" (Relazioni Internazionali, julio-septiembre de 2002, p. 12). Tras Albania, Rumania y Serbia y Montenegro, las naciones con los grupos más numerosos son Polonia, Macedonia, Croacia y Bosnia.
Otra comunidad que rápidamente ha aumentado su número en Italia es la latinoamericana, pues
en los últimos años la inmigración de los latinos ha superado todo lo conocido y está convirtiendo a América Latina en una tierra de emigrantes, cuando décadas atrás se caracterizaba por acoger inmigrantes. Según datos oficiales difundidos por Caritas, en Italia habita cerca de 1,600,000 extracomunitarios legales, el doble que diez años atrás. Se calcula que uno de cada 10 migrantes es sud o centroamericano, por lo que se estima que en todo el país habrá unos 160,000 latinos regulares. Pero según proyecciones que realizó una consultoría privada para la firma Wireless Digital Contents, se calcula que serían unos 500,000 los latinos, entre legales e ilegales, que viven en toda la península itálica. Hay casos en los que se puede observar toda una explosión migratoria, como el del Ecuador, que junto con China aparece como el país de mayor crecimiento en la cantidad de inmigrantes que llegan a Italia (Villalonga, 2003:38).
De hecho, "Desde 1997 al día de hoy, la emigración ecuatoriana en Italia ha crecido ni más ni menos que el 1,750 por ciento" (Villalonga, 2003:4445). El incremento explosivo de estas corrientes ha tenido su impacto normativo, puesto que "frente a esta realidad, que afecta no sólo a Italia sino a otros países, especialmente España, la Unión Europea resolvió requerir el visado a todos los ecuatorianos que soliciten entrar en su territorio" (Pérez, 2003:46).
De esta manera, si bien no es la comunidad con más miembros presentes en territorio italiano, la colectividad latinoamericana
es una de las que ha demostrado un mayor crecimiento en Italia en los últimos años. Sobre todo, observamos mucho más peruanos, ecuatorianos y hasta argentinos. Pero los números de hoy quedarán chicos dentro de tal vez un año o menos, ya que en la última sanatoria que lanzó el gobierno se ha presentado una gran cantidad de latinos que serán legalizados y que sin duda convocarán a sus familiares, gracias al mecanismo de reagrupamiento familiar (Sánchez, 2003:40).
Es por ello que en la actualidad es cada vez más frecuente escuchar grupos de personas hablando español en la mayoría de las ciudades italianas. Otras comunidades menos extensas son la de África subsahariana (además de Senegal, destacan Ghana, Nigeria y Somalia), así como la asiática, en la que, además de Filipinas y China, se encuentran nacionales de Sri Lanka, India, Bangladesh y Pakistán.
Condiciones demográficas en Italia
En coordinación con un fenómeno presente en la mayoría de las naciones desarrolladas, desde hace algunos años, al mismo tiempo que la elevación de los indicadores económicos y de la expectativa de vida, los porcentajes de crecimiento demográfico en Italia han ido descendiendo rápidamente hasta presentar uno de los niveles más bajos de la UE y del mundo. En la actualidad, la tasa de fecundidad por mujer es de 1.2,5 mientras que la esperanza de vida es muy alta, de 81.4 años para los hombres y de 88.1 años para las mujeres. Las cifras son contundentes, pues "Eurostat atribuye a Italia el segundo lugar en la clasificación de la UE en longevidad, después de Francia y Suecia" (Il Corriere della Sera, 7 de abril de 2003, p. 22).
Las consecuencias económicas de este "envejecimiento" de la estructura social son muy graves, ya que, como sucede en prácticamente toda Europa,
El número de trabajadores jubilados y pensionados aumenta cada año, así como los recursos destinados a ellos, mientras la cifra de nacimientos disminuye, lo que está a punto de llevar a una severa crisis demográfica y financiera. (...) La relación numérica entre población activa y jubilados empeora cada día; de continuar las actuales tendencias, dentro de 50 años habrá cuatro jubilados por cada persona en función laboral (El Universal, 25 de febrero de 2003, p. 32).
Estos bajos índices provocaron que,
en el cuadrienio 1999-2002, los ciudadanos italianos disminuyeran en 200 mil unidades, pasando de 56,500,000 a 56,300,000. En el centro-sur cada año los muertos son más numerosos que los que nacen. Este saldo negativo viene compensado por la continua llegada de ciudadanos provenientes del Mezzogiorno (más de 50,000 al año). El sur, en cambio, pierde población autóctona (Dalla Zuanna, 2003: 9).
Por si fuera poco, debe sumarse aún otro factor: la emigración italiana al extranjero, ya que "la maleta lista no ha sido jamás abandonada: al contrario, aún ahora parece ser una de las más fieles compañías en la vida de los italianos. Y no es cosa que pertenezca sólo al pasado. Basta pensar que en los últimos diez años han partido del sur, para transferirse al norte del país o a otras naciones del extranjero, 700 mil personas" (IlJSole 24 Ore, 18 de enero de 2003, p. 10). Si a la situación se agrega que "el problema al que Europa se ve enfrentada cada vez más es el de un sistema de prestaciones sociales excesivamente oneroso que está socavando la vitalidad económica europea" (Brzezinski, 1998:67), el escenario se complica más todavía, pues se requiere una entrada constante de trabajadores al mercado laboral para mantener el Estado de bienestar, lo que cada vez es más complicado, ya que, de hecho,
Italia es el país más viejo del mundo, con el 24.5% de la población con más de 60 años (datos del 2001). Relegado al segundo lugar queda el notoriamente longevo Japón (24.3%), al que sigue Alemania (24%), Grecia (23.9%), Bélgica (22.3%), España (22.1%), Portugal (21.1%), Gran Bretaña (20.7%), Ucrania (20.7%) y Francia (20.5%). En los Estados Unidos, los de más de 60 años son el 16% de la población y en la populosa China el 10%. Al último lugar se encuentra Nigeria con un 3% de ancianos (Boncinelli, 2003:22).
Es por este contexto que el influjo migratorio cobra más importancia en un país que, sin ese caudal humano, vería año tras año disminuir consistentemente, no sólo su población total, sino también su población económicamente activa.
Un estudio de la ONU titulado Replacement Migration determinó que para mantener constante a la población italiana en el nivel alcanzado en el 2000 sería necesario tener un saldo migratorio positivo anual de 235 mil personas entre 1995 y 2050, cifra que alcanzaría las 357 mil personas en caso de que el objetivo fuese mantener inalterado al grupo de personas en edad laboral. El papel fundamental que los emigrantes juegan en la economía en general es especialmente importante en el caso del sistema de pensiones, que es preservado con la contribución vía impuestos de los inmigrantes.
De hecho, el propio envejecimiento poblacional por sí solo representa un factor inequívoco de atracción migratoria, ya que frecuentemente la población de edad avanzada requiere atención personal de quienes se ocupan de ellos, actividad que en la gran mayoría de los casos recae en extranjeros, por lo general mujeres. Por supuesto que el envejecimiento de la población en Italia es una dinámica irreversible, al menos durante varios decenios, y
aunque la inmigración no puede por sí sola equilibrar completamente las dinámicas estructurales determinadas por una caída rápida e intensa de la fecundidad como la que se ha registrado en Italia, su contribución a reducir y retardar los efectos es de gran relevancia. Sin la variable migratoria, los cálculos respectivos mostrarían una estructura por edad aún más elevada que, por lo tanto, sería una fuente potencial de problemas aún mayores (Caritas di Roma, 2001:62).
El carácter económico de la inmigración
Al comenzar el fenómeno migratorio en Italia, los recién llegados se insertaban prevalentemente en labores ligadas a la industria y como trabajadores domésticos o de servicios básicos; pero la dinámica de la economía italiana ha ido modificando su estructura, por lo que actualmente, aunque presentes en muy diversas actividades laborales, la mayoría de los extranjeros radicados en el país se emplea en el sector terciario de la economía, sobre todo en servicios que no requieren gran especialización. Por otra parte, un segmento no desdeñable de los nuevos inmigrantes se integra a actividades laborales en la economía informal o "subterránea", pues
si bien es exagerado afirmar que la disponibilidad de fuerza de trabajo extra proporcionada por la inmigración extiende el área de la actividad subterránea, ciertamente se puede decir que la demanda de trabajo irregular se ve satisfecha por la nueva oferta de trabajo representada por los inmigrantes. Es así que el trabajo clandestino parece ser la condición predominante para los inmigrantes, y la forzada clandestinidad en la que frecuentemente se encuentran ha consolidado este modelo (Macioti y Pugliese, 2003:57).
Sin embargo, al paso de los años, "paralelamente al fuerte crecimiento de la ocupación regular, se reduce mucho, aun siendo elevado, el porcentaje de inmigrantes que trabajan de manera irregular. Las labores irregulares de los inmigrantes tienden a cambiar de manera natural, asemejándose cada vez más a aquellas de los italianos" (Primo Rapporto sull'Integrazzione degli Immigrati in Italia, 2000:119).
En cuanto a los nichos de trabajo que los extranjeros van ocupando en el espectro laboral, destaca el de los trabajadores domésticos, generalmente mujeres, que tienden a concentrarse en las grandes ciudades. En la fase inicial este tipo de labores tienen la ventaja de que no se requiere conseguir un lugar donde habitar, pues se puede residir donde se prestan los servicios. Las labores domésticas generalmente son ocupadas por filipinas, así como por cingalesas y latinoamericanas. Un elemento que favorece este tipo de labores es la estructura poblacional del país, pues,
con el progresivo envejecimiento de la población y la carencia de servicios sociales respecto a la demanda siempre creciente, el recurso al mercado de servicios de asistencia a personas mayores se ha estado convirtiendo cada vez más importante y significativo. A la camarera y baby sitter de los años 70 y 80 las han ido sustituyendo con un rol siempre más relevante las cuidadoras de ancianos (Macioti y Pugliese, 2003:74).
Las actividades de comercio ambulante son ejercidas preponderantemente por inmigrantes musulmanes de sexo masculino, ya sean magrebíes o del África subsahariana, con prevalencia de Senegal. Es frecuente observar en prácticamente todas las ciudades italianas a grupos de hombres de raza negra ofreciendo por la calle artículos que imitan las creaciones más recientes de reconocidos diseñadores italianos, a un precio minúsculo en comparación con el de los productos originales. Otras actividades de servicios, como despachadores de gasolina, cargadores de mercancías y obreros en compañías de limpieza, etcétera, tienden a ser ocupadas principalmente por inmigrantes recién llegados de todas las nacionalidades.
Por otra parte, un segmento significativo de los extranjeros establecidos en el país cuenta con sus propios negocios, y entre ellos destacan los de algunas comunidades. De esta manera,
una investigación de la Confederación Nacional del Artesano de Italia (cna) evidencia una "carta alternativa" sobre los extranjeros en Italia, que no son solamente fuerza de trabajo, sino creadores de trabajo y de riqueza para el país. La cna ha censado 17,008 empresas artesanales administradas por inmigrantes, cerca del 1% del total de las italianas (...) Entre los países de proveniencia de estos emprendedores, los primeros puestos los ocupan China, 2,597 empresarios, y Albania, 2,595, que solos cubren el 35% del total. Siguen las empresas de Marruecos (1,697), Rumania (1,516) y Túnez (1,461). Entre los inmigrantes de Sudamérica los emprendedores mayoritarios son los peruanos (293) y los brasileños (220) (Expreso Latino, marzo de 2003, p. 15).
Algunos grupos nacionales tienen bien definidos las áreas de operación de sus empresas, como los chinos, que se especializan en los sectores textil y del cuero y en la restaurantería; los peruanos, en empresas de transporte; los marroquíes, en centros telefónicos que después derivan en centros de servicio más completos, con fotocopiado, transferencia de dinero, internet, etcétera.
En la agricultura, que no es de los nichos que capta más inmigrantes en Italia (a diferencia de países como Estados Unidos), se emplea a los extranjeros en especial en el centro y sur del país. El mayor porcentaje en el sector es de trabajadores de África del Norte, seguidos por los africanos subsaharianos. Junto con el ramo de los "vendedores ambulantes", la agricultura es considerado el sector más precario y marginado, pues en él prevalecen condiciones laborales muy difíciles. Existen algunas ocupaciones más focalizadas y de menor importancia numérica, como la de pescadores, de los que parte significativa son tunecinos, ocupados en el sur del país, particularmente en Sicilia. Un nicho laboral que en los últimos años ha sido ocupado mayormente por inmigrantes es el de la construcción, en el que los magrebíes han sido rápidamente sustituidos por los este-europeos, encabezados por rumanos y albaneses, seguidos por ucranianos, rusos, polacos, ex yugoslavos y moldavos.
Asimismo, no puede dejar de reconocerse que en Italia el ejercicio de la prostitución está muy vinculado con los inmigrantes, comenzando porque una parte del tráfico clandestino de seres humanos es captado por extranjeros que ejercen la llamada "trata de blancas", muchas veces coludidos con italianos. Se estima que actualmente una parte significativa del comercio sexual en Italia es controlado por grupos de albaneses y ex yugoslavos de origen kosovar. En cuanto a las "sexoservidoras" en el escenario europeo, "la policía considera que las extranjeras, muchas de las cuales son inmigrantes ilegales, en la actualidad representan más del 60% de las prostitutas" (The Economist, 9-15 de noviembre de 2002, p. 32). En Italia, una parte considerable de las mujeres que ejercen la prostitución son originarias de Europa del Este, Sudamérica y África (en especial Nigeria). En el ámbito de las actividades delictivas organizadas y el tráfico de sustancias ilícitas, resulta controvertido establecer una vinculación directa con el tema migratorio; sin embargo, tanto fuentes oficiales como medios de comunicación frecuentemente asocian ambos fenómenos. Así, un estudio de la policía italiana determina que
el espacio que ocupan las organizaciones criminales extranjeras crece día a día, y éstas se estructuran casi siempre sobre base étnica para ocuparse de varias actividades ilícitas, como tráficos internacionales e importación de sustancias estupefacientes a nuestro territorio nacional (...) este fenómeno, ya presente en el pasado, en particular con la cocaína, ha aumentado notablemente también con la heroína y la mariguana, y el tráfico y la importación en territorio italiano son organizados por grupos (...) de albaneses y de otras nacionalidades, como serbios, croatas, checos, tunecinos, marroquíes, nigerianos, senegaleses y, por último, italianos (Questura di Milano, 2001a:3-4).
Por lo anterior, es obvio que existe la implicación de extranjeros en ese tipo de actividades, y se señala que, comparativamente, éstas son ejercidas también por italianos de manera marginal.
Respecto a los ingresos, es claro que en general los extranjeros cuentan con percepciones menores que las correspondientes a los asalariados italianos, pero, como sucede en el resto del mundo, al transcurrir los años y ya avecindados en el país los inmigrantes consolidan su estabilidad económica. Esto no pasa desapercibido para las empresas, que cada vez prestan más atención a ese grupo de consumidores en ascenso, a los que se ha llamado target emergenti, que
son todos aquellos extracomunitarios presentes en Italia desde hace algunos años, que tienen un trabajo fijo y un ingreso "digno", que viven con su cónyuge y tienen hijos que van a la escuela. Son, en resumen, los extranjeros que han superado la primera fase de la migración, la más dolorosa, y no planean regresar a su patria si no es de vez en cuando, de vacaciones. A ellos ven con creciente atención un considerable número de empresas italianas que, más velozmente que otras, han intuido que los 2.6 millones de inmigrantes extracomunitarios presentes en Italia son también una categoría especial de consumidores y usuarios de servicios (...). Gracias a ellos el mercado de la construcción de viviendas, un tiempo estancado, se ha vuelto a activar, abriéndose a una nueva clientela (Meyer, 2003:6-7).
Sería erróneo subestimar la situación económico-productiva de los nuevos residentes y considerar que solamente ingresan al sistema económico como empleados o en labores irregulares, pues "en tiempos de globalización la presencia de extracomunitarios en Italia crece, y se hace sentir también en el sector empresarial: de hecho, son ya más de 120 mil las empresas individuales de ciudadanos extracomunitarios a finales de 2002, creciendo 14.4% a partir de principios de ese año" (EthnolandNews, enero de 2003, p. 28).
El panorama tan vasto en que se desarrollan las diversas actividades de los migrantes en todo el planeta tiene una gran relevancia en los recursos económicos que fluyen en el circuito migratorio mundial. Incluso,
según algunas estimaciones, los flujos anuales (...) de las transferencias de los emigrantes a los países en desarrollo superan la cifra total de la ayuda oficial al desarrollo. Para muchos países, las transferencias efectuadas por los emigrantes representan una importante contribución a la balanza de pagos y constituyen una fuente considerable de divisas (Comisión de las Comunidades Europeas, 2002:14).
En el caso italiano, este elemento es más significativo de lo que en primera instancia pudiera considerarse, ya que, sorprendentemente, "después de Estados Unidos, de hecho, Italia es el segundo mercado para la transferencia de dinero al extranjero de parte de los inmigrantes (1,200 millones de euros en 2001)" (Meyer, 2003:7). Muchas veces esos recursos son considerados como "un ancla de larga cadena", ya que su instalación en el país de origen de los trabajadores es un aliciente para emprender el camino de regreso y reinstalarse ahí, pues los fondos exportados son frecuentemente empleados para adquirir bienes inmobiliarios, que no están expuestos al riesgo de la inflación y son adaptables a fin de asegurar al emigrado una certeza en el futuro.
Es por demás evidente que los trabajadores nacionales de los países desarrollados han ido abandonando paulatinamente las tareas duras y mal pagadas, dejándoselas a los recién llegados; sin embargo, hay quienes consideran que "los empleadores de trabajadores ilegales crean una demanda de migración laboral irregular. El factor que sirve como imán para migrar ilegalmente se debilitaría si fuera difícil encontrar un trabajo y ganar dinero. Este nexo causal justifica que se tomen medidas efectivas con considerables consecuencias financieras" (Comisión de las Comunidades Europeas, 2001:2425). Por lo contrario, otro punto de vista tiene en cuenta que el fenómeno es una respuesta natural a las condiciones estructurales de la economía capitalista y que la solución a la problemática no sería articular una legislación restrictiva, ya que
la inmigración no es un fenómeno inexplicable ni sobrevenido, sino el reflejo inevitable de la desregulación de los mercados financieros y de la liberalización parcial del comercio mundial en el mercado internacional del trabajo. En este sentido, no son leyes de extranjería más duras las que necesita Europa para preservar su modelo de convivencia, sino un nuevo consenso que, a diferencia del de Washington, y por oposición a él, reintegre el mercado de trabajo en el análisis económico internacional y trate de buscar un equilibrio entre los flujos de capitales, bienes y trabajadores (Ridao, 2002:2).
Actualmente, tanto en Italia como en el resto de la UE existe un reconocimiento del importante papel que los extranjeros residentes desempeñan en la economía. Inclusive, la Comisión Europea ha determinado que
la migración no debe considerarse únicamente como un problema sino también como un fenómeno esencialmente positivo que ha existido siempre en el mundo y que genera tanto nuevos desafíos como nuevas oportunidades. Es un hecho que los países industrializados, incluida la Unión Europea, se benefician considerablemente de la migración y seguirán necesitando inmigrantes en el futuro, independientemente de su nivel de cualificación (Comisión de las Comunidades Europeas, 2002:6).
Factores raciales y culturales
Hasta hace algunas décadas, Italia parecía permanecer al margen de las tensiones derivadas del asentamiento de comunidades extranjeras, situación que era frecuente en algunos de sus países vecinos. Sin embargo, con su consolidación como destino migratorio, paulatinamente ha habido un cierto decremento en la armonía con que esas comunidades se integran en el panorama nacional. De esta manera, en consonancia con lo que sucede en el panorama mundial, donde "la imposición de valores y principios supuestamente universales ha provocado la reafirmación de las identidades entre los diferentes pueblos, manifestándose en nacionalismos exacerbados, racismo y xenofobia" (Mendoza, 2001:105), si bien es cierto que el país tradicionalmente ha mantenido la condición de ser "amigable y hospitalario", el creciente influjo extranjero no siempre es bien interpretado por los ciudadanos italianos, que al parecer también entrarían en la esquematización que considera que "la mayoría de las personas en el Norte están literalmente aterradas ante la idea de abrir las fronteras" (Wallerstein, 1998:162).
La escena europea no es la excepción, e inclusive "la reaparición de los fantasmas de la intolerancia, el racismo y la xenofobia parecen ser el principal obstáculo que la Unión Europea tendrá que franquear y complican la integración social y económica de los inmigrantes en las sociedades receptoras" (Porcel, Chanona y Domínguez, 2000:464). Es así que, "Aunque las leyes de los países anfitriones prohíben de forma oficial la discriminación, existe un claro prejuicio nativo contra las comunidades de inmigrantes (... ) La raíz de tales tensiones es la extraneidad o, para usar otra palabra, la raza" (Kennedy, 1996:66-67). De esta forma, "en la tarea de creación de la identidad nacional hay un último elemento crucial que no debemos olvidar: el racismo. El racismo une a la raza considerada como superior. La une dentro del Estado a expensas de las minorías" (Wallerstein, 1998:137).
Este escenario resulta campo fértil para que las plataformas políticas con tintes conservadores aprovechen el descontento y capten el apoyo de los ciudadanos en busca de preservar lo que consideran sus valores. Es por ello que
el peligro de la pérdida de identidad cultural o religiosa, junto al miedo a la delincuencia, aderezado con un rechazo a la construcción europea por temor a una reducción de la soberanía nacional, ha constituido la columna vertebral de los discursos de dirigentes ultraderechistas. "Holanda está llena", lema de Fortuyn, o "los extranjeros son el gran problema de Dinamarca", de Kjaersgaard, han hecho mella en unas ciudades europeas que ven año tras año cómo surgen barrios enteros, en ocasiones en los centros históricos, bajo control absoluto de los inmigrantes; esos discursos se han traducido en demasiadas ocasiones en ataques mortales a inmigrantes o a centros de refugiados (ElPaís, 8 de noviembre de 2002, p. 3).
De esta forma, "el avance de la derecha y la extrema derecha en el viejo continente ha tenido el resultado que se esperaba: la promoción del odio racial y el endurecimiento de las políticas sobre inmigración" (ElFinanciero, 27 de junio de 2002, p. 38). En el caso italiano, el éxito de políticos como el xenófobo Umberto Bossi, propulsor de la "Liga Norte", depende en parte de un discurso contra los extranjeros y a favor de la preservación de los valores netamente italianos, o más bien noritalianos, al invocar entre sus planteamientos la separación de la región norte del país para formar la entidad política denominada Padania.
Este panorama ya es presentado como sombrío por diversos intelectuales, como Anthony Giddens, quien
aboga por un mundo cosmopolita, pues ante la actual polarización de la política, reflejada en el auge que han tenido la extrema derecha y la extrema izquierda en Europa y otros países del mundo, vislumbra tiempos negros cimentados en dos características comunes a estas dos tendencias: la intolerancia ante la expansión de las relaciones económicas entre las naciones, así como la resistencia a la idea de compartir la cultura propia con la demás gente (Nexos, julio de 2002, p. 88).
Al parecer, esta concepción de un mundo cosmopolita no es tan popular, ya que "no sólo uno de cada dos europeos cree que los núcleos de extranjeros son una fuente de inseguridad, sino que el porcentaje sube hasta el 80% en Grecia, roza o supera el 60% en Francia y Bélgica, y desciende al 37% en España y al 26% en Suecia" (ElPaís, 8 de noviembre de 2002, p. 2). Por supuesto que no solamente los políticos son responsables por esta situación, sino que también se debe a las condiciones socioeconómicas. La situación es grave, pues "Un 33% de los europeos se considera 'muy' o 'más bien' racista y el Eurobarómetro considera que las razones para este aumento de la xenofobia se deben principalmente al temor al paro y la seguridad en el futuro y a un malestar generalizado ante las políticas gubernamentales y las condiciones sociales" (El País, 10 de noviembre de 2002, p. 4). Un estudio llevado a cabo en diversos países europeos en 2002 (OCDE y ONU, citado en Casillas, 2002:34-35) acerca de la actitud que los ciudadanos de los respectivos países tienen hacia las minorías étnicas determinó que 68 por ciento de los entrevistados en Italia se declararon "tolerantes", 21 por ciento "ambivalentes" y 11 por ciento "intolerantes". Estos resultados posicionan a Italia como el sexto país europeo (entre los 14 que incluyó el estudio) menos intolerante, posición compartida con los Países Bajos.
En el caso italiano, la poca experiencia en convivir con comunidades diferenciadas actúa en detrimento de la situación, pues, "a pesar de que Italia es un país de emigrantes, no tiene experiencia en cuanto a la acogida de inmigrantes. En el sentido intercultural, no es una sociedad madura. El italiano no se ha habituado mentalmente a la presencia de una cultura diversa" (Villalonga, 2003:48-49). Incluso, en algunos ámbitos las condiciones del país son peores que en varias naciones aparentemente más intolerantes, pues, por ejemplo, "según un estudio del Observatorio Europeo sobre el Racismo, Italia es el país europeo que tiene el mayor número de sitios internet de fanáticos del futbol con trasfondo racista y xenófobo. El 32% de los sitios analizados presenta contenidos racistas, lo que convierte a Italia en el país con la tasa más elevada" (CityMilano, 28 de febrero de 2003, p. 11). Para empeorar el escenario, hay que leer las contribuciones de autores como Oriana Fallaci6 -la escritora italiana contemporánea más leída en el mundo-, quien continuamente lamenta cómo "las hordas musulmanas" amenazan corromper el espíritu de Europa, y focaliza su discurso en lo que sucede con los inmigrantes establecidos en Florencia, ciudad en la que habitaba antes de radicar en Estados Unidos.
En este sentido, es loable que otros autores contribuyan a matizar la situación recordando a los italianos que en el pasado reciente sus antecesores viajaron por el mundo en búsqueda de mejores condiciones de vida. Así, Stella considera que "No hay estereotipo reprochado a los inmigrantes de hoy que no se nos haya ya reprochado hace poco más de un siglo" (Stella, 2002a:28). Y para reforzar lo anterior:
La imagen negativa ha pesado, naturalmente, sobre nuestros emigrantes. Basta hojear las crónicas de los periódicos norteamericanos y argentinos, alemanes, suizos o franceses, para confirmarlo: se decía que llegaban los italianos a robar el trabajo, a difundir enfermedades y delincuencia, a corromper sus costumbres, a contaminar la raza. "Atención a la horda de oliva", alertaban los pensadores australianos. El racismo era muy utilizado contra nosotros. Stella hace bien en comparar con inteligencia de observador las frases más ominosas de políticos y voceros de otros Estados con aquellas que hoy son usadas aquí, en Italia, contra árabes y albaneses (Calabró, 2002:32, en referencia a Stella, 2002b).
Difundir este tipo de reflexiones puede coadyuvar a que los italianos no olviden que hace no mucho tiempo ellos mismos o sus predecesores se encontraban en la situación que ahora experimentan los extranjeros en Italia. De cualquier manera, aun cuando la intolerancia siga ganando adeptos, las condiciones económicas que impelen a emigrar seguirán siendo las determinantes, ya que "el rechazo hacia los inmigrantes, que sólo unas campañas de información y educación vendrán a paliar, no evitará que la necesidad de recursos humanos se imponga y que los flujos migratorios continúen" (Porcel, Chanona y Domínguez, 2000:464).
Marco legal
Hasta 1987 Italia no contaba con una legislación capaz de afrontar el problema de las políticas de ingreso y de frontera. Por muchos años, la inmigración en Italia estuvo regulada por el Texto Único de Policía, de 1931, que básicamente se limitaba a imponer un control sobre los extranjeros presentes en territorio nacional. Es así que los primeros ingresos al país, en la década de los sesenta, se verificaron sin programación alguna y fuera de toda normativa, por lo que, si bien esos extranjeros no estaban en condiciones de ilegalidad, en realidad se encontraban bajo una "alegalidad". Con la intensificación del fenómeno, en los años ochenta y principios de los noventa se incrementa la actividad legislativa en materia migratoria. De tal manera, en 1987 se tiene la primera ley sobre inmigración, la Ley 943, que tiene una visión tradicional del fenómeno, al considerar que los flujos están representados por trabajadores destinados a labores asalariadas, por lo general en grandes empresas. Es decir, esa ley refleja una concepción reduccionista que no toma en cuenta las condiciones reales del momento, además de que considera a los inmigrantes solamente como "trabajadores", por lo que los elementos relativos a la seguridad social solamente se cumplirían en caso de que cubrieran dicho precepto.
En 1990 se verifica un avance en la materia, pues aparece la Ley Martelli, que significó un considerable esfuerzo por incluir aspectos sociales en el tratamiento de las comunidades foráneas establecidas en el país. Bajo esta ley se asienta la política migratoria italiana de los noventa, que además de lo referente a trabajadores inmigrantes incluye también lo relativo a los refugiados.
La ley sucesiva es la Turco-Napolitano (Ley 40 de 1998), que resulta ser tan variada y extensa como compleja por su objetivo de integrar en un solo instrumento legal todo lo relativo a la migración. Esta ley avanza en el tratamiento de cuestiones sociales para los inmigrantes, en un esfuerzo por instrumentar un cuadro de integración de los mismos en la sociedad italiana, si bien en otro vértice marca los lineamientos para reprimir y tratar de reducir la inmigración irregular. Después de su promulgación se produjo el Texto Único de las Leyes de Inmigración, que compendia y unifica la legislación en la materia y que, de hecho, se encuentra en vigor actualmente, aunque ha experimentado significativas modificaciones. En lo relativo a las políticas de control, que es el tema dominante en los años noventa en toda Europa, la Ley Turco-Napolitano crea un centro de permanencia temporal, en el que son detenidos los inmigrantes destinados a la expulsión, ya sea por haber ingresado clandestinamente o por no contar con el permiso de estancia requerido.
Por otra parte, no debe soslayarse que el ordenamiento también provee avances en el tratamiento a los inmigrantes, pues establece un "proceso de no discriminación y de reconocimiento y respeto a las diferencias (...) con la intención constante y cotidiana de tomar en cuenta principios universales y particulares, para así prevenir situaciones de marginación, fragmentación y 'ghettización', que amenazan el equilibrio y la cohesión social" (ISMU, 2002:48-49). En términos de extensión de derechos sociales a los inmigrantes, es indudable el papel positivo de la ley, pues les otorgaba acceso a beneficios del sistema sanitario nacional, e incluso al sistema de bienestar vigente para los ciudadanos de Italia.
En parte, es por ello que en el ámbito político italiano el tema del control y represión de la inmigración, especialmente la clandestina, ha despertado intensos debates en años recientes. En este entorno destaca la confrontación entre los grupos de centro-derecha y de derecha, que tildan al gobierno actual de ser "demasiado laxo" al respecto y no abocarse a controlar la presencia de inmigrantes clandestinos y su implicación en actividades delictivas (realizando una inmediata correlación entre ambos fenómenos). En este contexto es que surge la Ley Bossi-Fini, aprobada en 2002, que intenta limitar los ingresos legales -impidiendo la posibilidad de hacerlo por motivos de búsqueda de empleo- y, sobre todo, reducir la presencia de extranjeros irregulares y clandestinos en Italia. Estos objetivos los pretende lograr mediante dos mecanismos: "la introducción del llamado 'contrato de estancia'7 (que limita la permanencia en Italia a la estricta duración del contrato de trabajo con un solo empleador) y la mayor severidad en el proceso de expulsión de los irregulares" (Macioti y Pugliese, 2003:101). Debe resaltarse que la Ley Bossi-Fini no representa un ordenamiento legislativo independiente, sino que es una instrumentación o corrección integrada tanto al Texto Único como a la Ley Turco-Napolitano, que siguen siendo la esencia legal.
La Ley Bossi-Fini ha suscitado muchas críticas de diversos sectores, ya sea porque consideren que "es una ley contradictoria, porque amenaza la expulsión de los inmigrantes pero quiere garantizar al mismo tiempo fuerza de trabajo a las familias bienestantes" (Expreso Latino, marzo de 2003, p. 1), o porque vayan más allá y determinen que con el nuevo ordenamiento el requisito de contar con el "contrato de estancia" limita sustancialmente la situación de los inmigrantes, al requerírseles contar con un determinado empleo, con un determinado empleador, en una determinada zona, pues, como han hecho notar diversos empleadores, "en un mercado de trabajo dinámico es difícil para una persona permanecer ligada a un trabajo específico" (Zincone, 2001:251). Lo más grave es que, al separarse por cualquier razón del empleo bajo el cual obtuvieron el contrato di soggiorno, los inmigrantes pierden también el permiso di soggiorno, debiendo abandonar el país o permanecer bajo condición irregular, y por lo tanto exponerse a peores condiciones en caso de encontrar otro trabajo.
Por otra parte, existe un mecanismo que determina las cuotas de extranjeros que cada año podrán ser aceptados en condiciones amparadas bajo la normatividad para desempeñar labores remuneradas. Así, en reconocimiento de la necesidad que el país tiene de proveerse de trabajadores, cada tres años
el gobierno, con la cooperación de los entes y de las asociaciones nacionales más activas en la asistencia e integración de los inmigrados, y de las organizaciones de trabajadores más representativas a nivel nacional, prepara un documento que, para determinar una estrategia de política general sobre inmigración, establece los criterios de los flujos de ingreso, considerando la oferta global de trabajo, los recursos financieros del Estado y también todos los elementos que permiten una integración social adecuada del ciudadano extranjero (...) Las elecciones indicadas en el documento programático, junto con la demanda de mano de obra que procede del mundo productivo, cada año llevan a una provisión del gobierno llamada "decretos-flujos", en la que se indica el número máximo de trabajadores no pertenecientes a la ue que Italia puede acoger (Questura di Milano, 2001b:5).
Estas condiciones no operan para los ciudadanos comunitarios, quienes no tienen restricciones para establecerse en territorio de otro Estado miembro.
Un elemento que actúa en detrimento de los inmigrantes establecidos en Italia lo constituyen las leyes de nacionalidad y naturalización vigentes en el país, que limitan seriamente las posibilidades de adquirir la nacionalidad italiana, pues,
de hecho, Italia, junto con Alemania, es el único país europeo que continúa teniendo como ley fundamental de la nacionalidad la relativa al "derecho de sangre" del ius sanguinis, que es exactamente un principio de nacionalidad que es antiético en un país que quiera transformar a los inmigrantes extranjeros en ciudadanos. El problema de los hijos de los inmigrantes de segunda o tercera generación es una cuestión muy seria que debe ser afrontada a tiempo antes de que explote (Comune di Milano, 2002:174).
De esta manera, los inmigrantes radicados en el país desde hace mucho tiempo, o los hijos de éstos, ven cómo las personas, por el solo hecho de haber tenido algún padre o abuelo de nacionalidad italiana, cuentan con condiciones más favorables para adquirir la nacionalidad italiana, aun cuando lleven un tiempo limitado radicando en el país. Esto, por no mencionar a los nacionales de los otros países de la Unión Europea establecidos en Italia que en virtud de la normatividad comunitaria gozan una serie de beneficios de que carecen muchas otras personas nacidas en territorio italiano.
Conclusiones
La migración que tiene por destino Italia desde hace varios años no deja de incrementarse; sin embargo, aún presenta dimensiones "modestas", si se compara con la que se dirige a países de la Unión Europea similares en población a Italia, como Francia y el Reino Unido, y muy lejos de la situación que vive Alemania. De la misma manera, otros socios de la Unión Europea, como Austria, Bélgica y los Países Bajos, cuyo peso demográfico es muy inferior al italiano, presentan porcentajes relativos de extranjeros residentes muy superiores a los de Italia.
Asimismo, la estructura económico-productiva nacional, con un norte industrializado y con grandes requerimientos de servicios, mientras que el sur -el "Mezzogiorno"- y las dos grandes islas -Sicilia y Cerdeña- aún padecen grandes rezagos económicos, provoca que gran parte de los caudales migratorios se establezcan en el norte del país, con la excepción de la ciudad de Roma, situada al centro-occidente de la península, que al ser la capital nacional y el más grande centro poblacional del país es, de hecho, la zona urbana con más extranjeros en términos absolutos.
En el imaginario colectivo italiano no es raro encontrar que se culpe a los extranjeros -a quienes se les da aquí el apelativo de "extracomunitarios" para diferenciarlos de los provenientes de otros países de la UE- de algunos problemas nacionales, sobre todo los relacionados con la inseguridad y los actos delictivos. De hecho, para algunos estratos de la sociedad italiana los gentilicios "albanés" o "marroquí" tendrían su equivalencia en términos como "malhechor" y "peligroso" o, en el mejor de los casos, "ilegal" e "irregular".
Los medios de comunicación tienen su parte en ello, y no es difícil observar que en la prensa habitualmente se resalten los hechos delictivos cometidos por "extracomunitarios". Asimismo, algunos grupos políticos aprovechan el relativo descontento con los foráneos para captar adeptos en las urnas, promoviendo esquemas como el de la separatista "Liga del Norte". Una revisión de los países de origen del flujo migratorio establecido en Italia nos indica que la mayoría de los inmigrantes son de carácter económico, y no resultado de inestabilidades políticas o conflictos armados, y de igual manera, que en su mayoría no provienen de naciones de bajos ingresos, sino de países con ingresos medios-bajos o con "economías en transición".
Actualmente, la situación de Italia en el circuito migratorio internacional puede parangonarse con la que viven naciones como Grecia y España, las que, al ser los "nuevos ricos" y estar situadas geográficamente en zonas periféricas de la Unión Europea (UE), presentan evidentes condiciones para ser imanes de atracción migratoria. Asimismo, algunos de los recién llegados utilizan al país como plataforma para después establecerse en terceros países de la UE. En este sentido, la existencia del "Espacio Schengen" les facilita la tarea, al no requerir sino el visado del país miembro en el que efectúan la primera entrada a territorio de los firmantes.
A pesar de que la UE presenta problemas graves, como alto desempleo, baja productividad y envejecimiento poblacional, con frecuencia en las campañas electorales en varios de los países miembros los partidos optan por utilizar el asunto de la inmigración como parte de su plataforma política, estableciendo en ocasiones paralelos entre este fenómeno y la delincuencia. Este panorama se enfrenta con una realidad que determina que los inmigrantes en la escena europea, incluida Italia, constituyen un sector insustituible en numerosos ámbitos de la economía; lamentablemente, la contribución de estos grupos no siempre es correspondida como debiera. No obstante, actualmente parece haber un reconocimiento inobjetable de la importancia que los emigrantes representan en el seno de las comunidades de acogida.
Parte del rechazo que tanto plataformas políticas como el ciudadano común de Italia, así como de otros países, experimentan frente a los inmigrantes se debe a factores étnico-culturales, más que a elementos de consideración económica, pues en este aspecto, salvo escasas excepciones, los migrantes no "compiten" con los trabajadores locales en el ámbito del empleo, al cubrir estratos de trabajo que difícilmente son cubiertos por los ciudadanos locales. Como en el resto de las naciones de la UE, ese rechazo no opera en el caso de los nacionales de terceros países miembros de la UE establecidos en Italia.
A pesar de los signos catastrofistas promovidos por diversos grupos, en realidad la UE no capta los flujos desmedidos de inmigrantes que suele creerse: según datos de la ONU, los migrantes del mundo rondan los 150 millones de personas, de las cuales apenas 20 millones se encuentran en países de la UE. En este entorno, en Italia se encontrarían alrededor de 2.6 millones de personas, que si bien es un número modesto con relación a otros países comunitarios de población similar, tiene la peculiaridad de que su crecimiento porcentual ha sido de los más elevados en el escenario europeo reciente. De hecho, con Alemania, Francia, el Reino Unido y España, Italia es uno de los cinco miembros de la Unión Europea en los que los extranjeros residentes superan el millón de habitantes.
Asimismo, otra peculiaridad es la alta fragmentación del origen de tales flujos, fenómeno que no se presenta en la mayoría de los países europeos, lo que acentúa el carácter multicultural que poco a poco se está consolidando en el país. Debido a ello es posible confirmar el planteamiento inicial, relativo a que por el acentuado incremento inmigratorio que ha registrado durante los últimos años, aunado al carácter multinacional de la corriente migratoria y a las bajas tasas de crecimiento demográfico del país, el futuro de Italia a largo plazo es convertirse en una sociedad crecientemente multicultural, a semejanza de lo que ha ocurrido en otras naciones europeas, como los Países Bajos, el Reino Unido y Francia.
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* Nota del editor: todos los textos escritos originalmente en otro idioma fueron traducidos por el autor del artículo.
1 El Ministerio del Exterior italiano consideraba en 1995 que había 58.5 millones de "oriundos" o personas radicadas en otros países de origen italiano -superior a la población residente en Italia, que en enero de 2003 llegó a 58 045 443 habitantes, según estima el Istituto Nazionale di Statistica (Istat) de Italia-: 38.8 millones en América Latina, 16 millones en América del Norte, dos millones en Europa y 500 mil en Oceanía. Para el 2000 la cifra se calculó entre 60 y 70 millones, con un aumento de entre 3 y 20 por ciento. En ese mismo año se registró que 3 930 499 personas son aún ciudadanos italianos residentes fuera del país.
2 Otros conceptos con menor incidencia son los estudios, los motivos religiosos y médicos, el asilo, etcétera.
3 En la Unión Europea, solamente Finlandia (347.4%), Austria (114.2%) y España (100%) tuvieron aumentos porcentuales superiores a los de Italia.
4 Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, República Checa y Polonia.
5 Una tasa de fecundidad de 2.0 hijos por mujer es la mínima para garantizar el reemplazo poblacional.
6 Al respecto, su libro La rabbia e lorgoglio (La rabia y el orgullo), entre otros aspectos, constituye una decidida crítica contra los migrantes árabes establecidos en Europa y alerta sobre los riesgos que implica el fundamentalismo musulmán en el terrorismo mundial.
7 En italiano, contrato di soggiorno.
Información sobre el autor:
CARLOS IVÁN MENDOZA AGUIRRE es licenciado en relaciones internacionales por la UNAM y maestro en estudios diplomáticos por el Instituto Matías Romero, cursó la especialidad en integración europea en el ITAM y posee un diploma en European Affaires por el Istituto per gli Studi di Politica Internazionale, de Milán, Italia. Es miembro de la rama diplomático-consular del Servicio Exterior Mexicano y actualmente se desempeña como cónsul de protección y encargado de asuntos económicos en el Consulado General de México en Milán. Ha sido profesor en la UNAM y se ha especializado en temas de integración europea y movimientos separatistas en Estados nacionales. Sus más recientes publicaciones son "La ampliación de la Unión Europea: retos y oportunidades para México" (Estudios Políticos, núm. 35, enero-abril de 2006) y "Quebec and Canada: a Definitive Union?" (Voices of Mexico, núm. 70, enero-marzo de 2005). Dirección electrónica: ivanmendoza@mexico.it.