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Revista de El Colegio de San Luis
versión On-line ISSN 2007-8846versión impresa ISSN 1665-899X
Revista Col. San Luis vol.3 no.6 San Luis Potosí jul./dic. 2013
Notas
General Estoria. Breve panorama crítico
Belén Almeida*
* Universidad de Alcalá. Correo electrónico: belen.almeida@uah.es
Resumen
La General Estoria, de Alfonso X El Sabio, empezó a redactarse hacia la década de 1270; su importancia radica, además del interés de su contenido, en el uso de la lengua vulgar en la redacción, su complejidad, su riqueza de fuentes y su voluntad de estilo. En las siguientes páginas se hará un recorrido del camino de la obra a lo largo de los siglos y de los estudios que numerosos investigadores, de diferentes disciplinas, han realizado en torno a este importante documento que ya se considera como una de las mejores obras literarias de las letras castellanas.
Palabras clave: Edad Media, crónica, traducción, manuscritos.
Abstract
The General Estoria, of Alfonso X The Wise, was started in earlies 1270s. The importance of the manuscripts lies, besides the interest of its contents, in the vernacular writing, its complexity, its wealth of sources. In the following pages we will see the work over the centuries and studies that researchers from different disciplines have made around this important document, that is already considered as one of the best literary works of Spanish literature.
Keywords: Middle Ages, chronicle, translation, manuscripts.
La General Estoria se proyectó como una historia universal que debía abarcar desde el origen de la humanidad hasta el siglo XIII, momento en que fue redactada. El rey Alfonso X de Castilla, llamado el Sabio (que reinó entre 1252 y 1284), ordenó y dirigió su composición. La obra forma así parte de un gran proyecto político, jurídico y cultural ideado por este monarca, que incluye, como es conocido, sobre todo obras jurídicas (Partidas, Setenario, Espéculo...), obras científicas (Lapidario, Libro del saber de astrología, Libro de las formas e de las imágines, Libro complido en los judizios de las estrellas...) y obras historiográficas (Primera crónica general o Estoria de España y General Estoria).
Aunque la idea de recoger en una obra los sucesos principales de toda la historia de la humanidad no es nueva, puesto que ya existían numerosas crónicas universales, el uso de la lengua vulgar en la redacción de la General Estoria, su complejidad, su riqueza de fuentes y su voluntad de estilo la hacen descollar extraordinariamente entre las otras. El rey Alfonso X promovió la formación de equipos que tradujeron obras muy variadas desde el latín, el árabe y el francés, crearon una rigurosa organización por edades, reinados y pueblos, y redactaron las informaciones precisas sobre cada periodo combinando informaciones procedentes de diversas fuentes y añadiendo comentarios y críticas, así como observaciones sobre su propio trabajo.
La General Estoria empezó a redactarse hacia la década de 1270, aunque ya antes se habían traducido algunas de las obras que luego se emplearon en su redacción (algunas de ellas se usaron también como fuentes para la Estoria de España). En 1284 murió Alfonso X; las labores de composición de la obra no debieron continuar tras su muerte. Se habían completado hasta entonces cinco partes de la Estoria, que narraban desde la creación del mundo hasta el nacimiento de Cristo, y se estaba trabajando en la sexta. Una comparación detallada entre las diferentes partes muestra que el grado de imbricación de los diferentes materiales entre sí, un proceso muy laborioso y complejo, es mayor en las dos primeras partes que en las restantes, por lo que también puede suponerse que el ritmo de trabajo se aceleró paulatinamente, o bien que se destinaron menos recursos a la redacción con el paso del tiempo y las dificultades políticas que acompañaron los últimos años del reinado del rey Sabio. En la quinta parte, que narra desde el año 590 a. C. hasta el año del nacimiento de Cristo, parece que nunca se llegaron a combinar la historia judía y la historia gentil, que se conservan separadas en todos los manuscritos.
La obra, tal como quedó a la muerte de Alfonso X, fue muy leída en la Edad Media. Las diferentes partes se copiaron de manera independiente (incluso se llegó a copiar a veces solo el contenido bíblico o solo el gentil de una parte), y sabemos que fueron leídas por buena parte de los letrados y escritores de los siglos XIV y XV. Su influencia se aprecia en la obra de Juan de Mena, del marqués de Santillana y de Juan Rodríguez del Padrón, entre otros, que se acercaron a Ovidio o Lucano, por poner dos ejemplos, a través de las versiones alfonsíes. Algunas partes de la obra fueron traducidas al portugués. Conservamos numerosos testimonios manuscritos de las distintas partes, pero solo de la primera y de la cuarta contamos con manuscritos procedentes del scriptorium regio.
Durante el siglo XVI, la llegada del Renacimiento pleno trajo consigo nuevas traducciones y un acercamiento diferente a los clásicos, y la Contrarreforma una fuerte restricción de la lectura de textos bíblicos en lengua vulgar. La General Estoria fue olvidada, al contrario de lo que ocurrió con la Primera crónica general o Estoria de España, que, en diferentes versiones, conoció el éxito también en la imprenta.
Aunque ya Amador de los Ríos (1863) reconocía el valor de la General Estoria y lamentaba la falta de una edición de la obra, hasta recientemente la Estoria no ha conocido una valoración crítica ni una atención de los estudiosos a la altura de sus méritos. El principal reproche que se le ha hecho es considerarla una vulgar suma medieval, una recopilación deslavazada de traducciones. Así F. Flutre, editor de los Fet des Romains, comenta que la sección dedicada a los mandatos de César y Augusto, es "un résumé confus, où les différents paragraphes, tirés de Suétone, Orose, Pierre Comestor, etc., sont juxtaposés sans souci de la chronologie" (Flutre 1934: 94), e incluso tras consultar la primera parte, entonces recién editada, concluye que se trata simplemente de "histoire sainte tirée de la Bible", a pesar de que casi la mitad de esta Parte está dedicada a materia gentil; Rohland de Langbehn comenta que un autor como Santillana hubiera preferido acudir "al texto original", "a los textos legítimos", y evitar "los compendios" como la General Estoria (1997: LXI). También la calidad de esas traducciones ha sido discutida por sus "imprecisiones" y la explicitación de elementos implícitos, entre otros rasgos (v. p. ej. García Yebra 1991). Sin embargo, hoy diferentes análisis han mostrado la rigurosa estructura de la Estoria, que logra compaginar de modo armónico la importante presencia de traducciones casi literales, en general de buena calidad1, con segmentos en que se prefiere la taracea de fuentes y otros de análisis y comentario. Aquí los redactores de la General Estoria actúan de un modo distinto de los de la Estoria de España, como reconoció Fernández-Ordóñez (1992), y crean una obra mucho más variada, mucho más exhaustiva, que desde su concepción se vuelca más en el reconocimiento de las fuentes y en la reproducción fiel de aquellas que por alguna razón (con frecuencia estilística) son consideradas más dignas de atención.
El interés por los estudios medievales que se despertó en la filología española con Menéndez Pidal y otros estudiosos se tradujo en excelentes ediciones de la Primera crónica general (Menéndez Pidal, 1955) y de la primera y segunda partes de la General Estoria (Solalinde 1930 y Solalinde, Kasten y Oelschläger 1957 y 1961). La publicación del resto de la Estoria universal quedó truncada, aunque había sido prevista por Solalinde (v. p. ej. 1930: LXXX). Estas ediciones de la General Estoria siguieron, según se declara en los estudios introductorios (1930: XLVIII; 1957: LXIV), el principio del mejor manuscrito, por el cual se edita en cada caso el texto del manuscrito que mejor conserva la parte de que se trate, sin intentar establecer un texto crítico tomando en consideración toda la tradición manuscrita. No se renunció, sin embargo, a modificar las lecturas del mejor manuscrito cuando se consideró necesario2. En ambos casos, un generoso aparato da cuenta de las principales divergencias textuales de otros manuscritos respecto del manuscrito elegido como optimus y por tanto base del texto.
El resto de la General Estoria (partes tercera, cuarta, quinta y un fragmento de la sexta) siguió inédito durante décadas. En los años 80 del siglo XX comenzaron a aparecer algunas ediciones parciales. Pilar Saquero y Tomás González Rolán publicaron en 1982 el segmento de la cuarta parte dedicado a la vida de Alejandro Magno; Benito Brancaforte publicó, años después, todos los segmentos de la primera, segunda y tercera partes que traducen las Heroidas y las Metamorfosis de Ovidio; Pedro Sánchez-Prieto y Bautista Horcajada editaron (1994) los libros bíblicos atribuidos a Salomón, recogidos en la tercera parte.
También se han publicado segmentos de la General Estoria (en general procedentes de las ediciones de Solalinde, y posteriormente de las transcripciones del Hispanic Seminary of Medieval Studies, de las que hablaremos más adelante) en diversas antologías. El propio Antonio García Solalinde publicó una Antología de Alfonso X el Sabio (primera edición de 1941), que recoge fragmentos de obras poéticas, históricas, legislativas y científicas, y sólo incluye de la General Estoria fragmentos de la primera y cuarta partes, "por conservarse de éstas dos manuscritos salidos de la cámara real". Carmen Castro publicó en 1946 otra antología, que incluye cinco capítulos de la primera parte y uno de la cuarta. Margarita Peña publicó en 1973 una Antología de Alfonso el Sabio, y otra Alejandro Bermúdez en 1983; ambas se basan en la de Solalinde. La conmemoración del séptimo centenario de la muerte de Alfonso X (1284) propició la publicación de estas obras. Incluye fragmentos de todas las partes la antología de Benito Brancaforte (1984). El mismo año apareció también una antología de Villar Rubio, que recoge capítulos de todas las partes salvo la quinta y la sexta. En 1985 Francisco Javier Díez de Revenga publicó otra antología en la que recoge capítulos de la primera, segunda y tercera partes.
Algunos capítulos aislados de la obra han sido publicados en artículos de revistas por Herrero, Morreale, Rubio y otros.
Varias tesis doctorales se dedicaron a la edición de otros segmentos de la General Estoria, como la de J. Pérez Navarro (1988), del libro del Eclesiástico; la de María del Carmen Fernández López (1997), del libro de Isaías; la de Belén Almeida (2004), de la sección gentil de la quinta parte, la de Elena Trujillo (2009), de la sección judía de la quinta parte, o la tesis de licenciatura de Verónica Gómez (2009) de los Salmos.
El Hispanic Seminary of Medieval Studies publicó, primero en microfichas y más tarde en soporte informático, transcripciones paleográficas de distintos manuscritos de partes de la General Estoria, que, a falta de ediciones críticas de muchas de las partes, cumplieron un papel importante en la divulgación de la obra entre los especialistas. Concretamente se publicaron transcripciones de los manuscritos regios de la primera (Biblioteca Nacional de España ms. 816) y cuarta (Biblioteca Vaticana, Urb. lat. 539) Partes (Ll. A. Kasten y J. Nitti, 1978) y de la primera mitad de la segunda parte (la única conservada en el manuscrito BNE 10237), de la sección gentil de la quinta parte (el contenido que copia el manuscrito escurialense R-I-10) y del segmento de la sexta parte (manuscrito 43-20 de la Biblioteca y Archivo de la Catedral de Toledo).3 Estas transcripciones pueden consultarse actualmente también en línea en la página web del Hispanic Seminary of Medieval Studies (http://www.hispanicseminary.org).
También se recoge parte de la General Estoria en el corpus en línea CORDE de la Real Academia Española: la primera parte (en edición crítica de Pedro Sánchez-Prieto), la primera mitad de la segunda parte (en transcripción de Sánchez-Prieto del manuscrito BNE 10237), algunos segmentos de la tercera parte (Cantar de los cantares, Proverbios, Sabiduría y Eclesiastés, en edición crítica de Sánchez-Prieto y Horcajada4), la cuarta parte (en transcripción de Sánchez-Prieto del manuscrito Urb. Lat. 539), la sección gentil de la quinta parte (en transcripción de Sánchez-Prieto del manuscrito Escurialense R-I-10) y el fragmento conservado de la sexta parte (en transcripción de Sánchez-Prieto del manuscrito 43-20 de la Biblioteca y Archivo de la Catedral de Toledo. Estos mismos textos forman parte también del corpus, igualmente accesible en línea en <www.rae.es>, del Nuevo Diccionario Histórico del Español (CDH). Las características de estos dos corpus impiden una recuperación del texto completo, pero permiten la búsqueda por formas o incluso por lemas (CDH).
En 2001 se publicó5 la edición crítica de la primera parte, preparada por Pedro Sánchez-Prieto, y en 2009 aparecieron en la misma editorial las partes restantes y una reedición de la primera, con un nuevo estudio introductorio. Llevar a buen término esta tarea fue posible gracias a la colaboración de varios especialistas (Pedro Sánchez-Prieto, coordinador del proyecto, editó, además de la primera, la tercera parte6 y el segmento conservado de la sexta; Belén Almeida, la segunda y la sección gentil de la quinta; Elena Trujillo, la sección de historia judía de la quinta parte, e Inés Fernández-Ordóñez y Raúl Orellana, la cuarta) y también merced a la generosa ayuda de la Fundación José Antonio de Castro.
La publicación de la primera parte por Solalinde en 1930 propició un interés crítico por la obra que se tradujo en la aparición de estudios sobre diversos aspectos,7 entre los cuales destacan la identificación de fuentes y el estudio de la relación entre fuentes y texto de la Estoria (y el análisis, por tanto, de la originalidad o fidelidad de aquellos fragmentos que son traducción o adaptación de fuentes identificadas), y también, aunque en menor medida, el método de trabajo en los talleres alfonsíes (Catalán, Fernández-Ordóñez), la relación con otras obras alfonsíes (Almazán, Fernández-Ordóñez 1992, Almeida 2004) y la influencia de la obra en autores posteriores. La ideología de la obra ha recibido también atención en las últimas décadas.
La identificación de fuentes fue uno de los primeros campos en que la General Estoria excitó el interés de los especialistas y continúa siendo uno de los que más contribuciones tienen, en general acompañadas de un análisis del modo en que la estoria utiliza determinada fuente o fuentes. Desde varios artículos de Antonio García Solalinde o uno fundamental de Eisenberg hasta la reciente tesis de Irene Salvo García (2012), decenas de fuentes de la estoria han sido identificadas y estudiadas. Aunque la General Estoria es mucho más detallada y rigurosa que, por ejemplo, la Estoria de España al mencionar sus fuentes, los distintos títulos con los que se conocían las obras en la Castilla medieval, la escasa circulación posterior de algunas y la falta de detalle (en ocasiones buscada) en la mención de otras, o incluso su ocultamiento deliberado (como ocurre con algunas obras francesas), hacen que aún no tengamos, ni de lejos, la nómina completa de fuentes empleadas por los redactores alfonsíes. Además, las investigaciones se han reducido durante muchas décadas en general a las dos partes publicadas por Solalinde y sus colaboradores, por lo que muchas fuentes de otras partes, sobre todo de la tercera (especialmente de la sección hasta hace unos años desconocida), quedan aún por identificar. Durante los últimos años, algunos trabajos han hecho hincapié en la utilización por los alfonsíes de diversos corpus de glosas a varias obras, tanto la Biblia como obras de la latinidad clásica (Ovidio, Lucano). Incluso cuando ya se puede hablar de fuentes identificadas, investigaciones posteriores están refinando esos datos y precisando las versiones o ramas de las obras (en tradiciones textuales muchas veces muy complejas) a que los redactores alfonsíes recurrieron. A esta labor contribuyen decisivamente expertos en la tradición de determinada obra o materia, que buscan huellas en un amplio abanico de obras medievales, como Herrero Llorente (que, examinando para su tesis doctoral sobre Lucano en España traducciones de Lucano consideradas prerrenacentistas, identificó varias como testimonios de la traducción alfonsí inserta en la quinta parte) o Casas Rigall, que estudia la materia de Troya en España.
La modalidad de traducción, o relación entre el texto de la fuente y el de la General Estoria, así como el análisis del alcance estético y ético de sus modificaciones, ha excitado también gran interés entre los especialistas. Los certeros análisis de María Rosa Lida (1958 y 1959-60) fueron pioneros en esta línea, que han proseguido, entre otros, Fraker, Impey y Rico. Extraordinariamente populares para este tipo de análisis se han mostrado las obras de Ovidio, tanto las Metamorfosis como, aún más, las Heroidas. Diez de estas cartas ficticias de heroínas clásicas a sus amantes aparecen insertas en la General Estoria (una más en la Estoria de España), y las particularidades de su traducción las han hecho protagonistas de numerosos estudios, desde artículos hasta tesis doctorales (como ejemplo citamos los trabajos de Impey, Ashton, London y Leslie, Cuesta Torre, Puerto Benito, Salvo García). También la utilización de la Biblia como fuente ha atraído la atención de numerosos estudiosos (Morreale, Fraker, Sánchez-Prieto, González Casanovas), así como la versión alfonsí de Lucano (Solalinde, Almazán, Almeida, Herrero). La utilización de dos obras historiográficas francesas medievales, la Histoire ancienne jusqu'à César y los Fet des Romains, ha sido objeto de varios trabajos en los últimos años (Gracia, Fraker, Almeida). En relación con la estilística de la obra, podemos destacar distintos trabajos sobre norma retórica, creación de discurso o tradiciones orales y escritas en la General Estoria (Rico, Montoya, Almeida, Seniff).
La incardinación de la obra en el proyecto cultural y político alfonsí y su relación con otras obras compuestas en el mismo círculo han sido otro potente foco de interés, especialmente durante las últimas décadas. Estudiosos como Inés Fernández-Ordóñez, Fernando Gómez Redondo y Georges Martin, entre otros, han defendido que los elementos ideológicos que resultaron decisivos en la redacción (y modificaciones) de la Estoria de España y de las obras jurídicas también son fundamentales para el análisis de la General Estoria. También son relevantes a este respecto los trabajos de Leonardo Funes.
En este sentido, el estudio de aquellos segmentos donde los redactores alfonsíes exponen su visión de la obra y sus ideas sobre la historia es ideal para la comprensión de su mentalidad y del fin que se perseguía con la redacción de la Estoria. Estos contenidos, aunque se encuentran en pinceladas a lo largo de toda la obra, se concentran en los prólogos y capítulos iniciales de segmentos importantes; por ello, el estudio de los prólogos ha ocupado también con frecuencia a distintos especialistas (Jonxis-Henkemans, Cano Aguilar, González Casanovas).
La discusión sobre el género de la General Estoria ha ocupado también muchas páginas. La preponderancia de la Biblia como fuente y la subordinación (al menos teórica) de los contenidos gentiles a los bíblicos han llevado a muchos autores a defender que la General Estoria es una Biblia historial, como su fuente la obra de Pedro Coméstor (Solalinde, Lida, Morreale); otros, en cambio, disputan que pertenezca a este género (Rico) argumentando la enorme importancia que, al contrario que en las biblias historiales, adquiere en la General Estoria la materia gentil (llega a suponer más de la mitad del contenido en la segunda y en la quinta partes).
Una tarea fundamental en el proceso de revalorización de la obra ha sido la investigación en archivos y bibliotecas que ha dado como resultado el descubrimiento de nuevos manuscritos de la General Estoria y la identificación de otros ya conocidos como testimonios de esta obra. Este último proceso ha sacado a la luz, por ejemplo, cinco manuscritos de la sección gentil de la quinta parte que Solalinde aún no conocía;8 uno de ellos, hasta entonces considerado una traducción de Lucano del XV y que perteneció a la biblioteca de Osuna, parece ser el ejemplar manejado por el marqués de Santillana, a juzgar por la relación textual con sus obras (Almeida 2006). Otro testimonio de la traducción alfonsí de Lucano muestra modificaciones textuales y de organización para transformar el texto en una traducción anotada en los márgenes (Almeida 2003). En el caso de la tercera parte, se ha descubierto recientemente un manuscrito (hasta entonces en manos privadas, fue comprado por la Biblioteca Nacional de España tras la identificación como testimonio de la Estoria) que contiene secciones hasta entonces no conocidas de la obra, por ejemplo la historia de la fundación de Roma (Sánchez-Prieto, 2001; Fernández-Ordóñez, 2002).
La influencia de la General Estoria en obras posteriores ha sido señalada en numerosos artículos (Lida, Parker, De Nigris, López Estrada, Almeida, 2004) que apuntan a las huellas existentes en autores como Mena, Santillana o Rodríguez del Padrón, pero también en Pero Guillén de Segovia, en el Prologus Baenensis, en la Floresta de filósofos atribuida a Fernán Pérez de Guzmán, o en las Bienandanzas e fortunas, de Lope García de Salazar.
El estudio de la lengua de la General Estoria (muchas veces como parte de un corpus mayor de textos medievales o alfonsíes, v. p. ej. Elvira, 1993-1994) se ha limitado, en bastantes aspectos, a la primera y la cuarta partes, limitación natural si se piensa que sólo estas dos partes se conservan en manuscritos copiados en el escriptorio regio de Alfonso X. De la primera mitad de la segunda parte y la sección bíblica de la tercera conocemos también testimonios antiguos, aunque no regios, en los que se puede suponer que el estadio de lengua se asemeja al castellano alfonsí, pero de otras partes sólo tenemos manuscritos de fines del XIV o incluso del XV.
Todas estas líneas de edición e investigación han contribuido poderosamente al conocimiento y valoración de la General Estoria. Sin embargo, no sería justo dejar de destacar dos libros que, aún más que otros trabajos, han dado a conocer la obra: Las estorias de Alfonso el Sabio, de Inés Fernández-Ordóñez, y, aún más, los sugerentes estudios recogidos en Alfonso el Sabio y la "General Estoria", de Francisco Rico (1972). Hoy, puede decirse que la General Estoria es una obra bien conocida y valorada entre los medievalistas e incluso en general entre los estudiosos de la literatura española (superados ya ciertos prejuicios, de algunos de los cuales hablamos antes), de consulta habitual en cualquier estudio sobre literatura medieval.
Por último, y aunque ello abre un campo que es imposible abordar en estas páginas, hay que apuntar que contenidos de enorme interés para comprender la General Estoria se encuentran insertos en obras como las de Procter, Callaghan o Linehan, entre otros, dedicadas, bien a la historiografía medieval, bien a la vida y obra de Alfonso X.
La edición completa de 2009 ha sido realizada, como se ha dicho, por un equipo de cinco filólogos coordinados por Pedro Sánchez-Prieto. Todas las partes han sido preparadas siguiendo los mismos principios ecdóticos y de presentación del texto crítico. Por una parte, se trata de ediciones críticas que tienen en cuenta toda la transmisión manuscrita conocida y someten todas las lecciones a la duda ecdótica, incluso las de los manuscritos procedentes de la cámara regia, pues se considera que todo manuscrito contiene errores que lo separan de la intención autorial; se acude para ello a una revisión del concepto de original (Sánchez-Prieto, 2001). Por otra parte, para las secciones que son traducción de una fuente identificada se ha utilizado en la edición el recurso al texto subyacente (v. Morreale, Sánchez-Prieto). Se ha buscado en cada caso conocer el texto latino concreto de que el traductor dispuso, la forma en que lo manejó, incluyendo las variantes textuales, como ayuda fundamental para la determinación de lecciones correctas e incorrectas. Cada parte está precedida por un amplio estudio introductorio.
La publicación de la obra completa, unida a la popularidad que la obra ha adquirido entre los estudiosos e incluso parte del público lector, hace esperar que en los próximos años los trabajos sobre la obra sigan iluminando los aspectos citados y otros muchos, y que la General Estoria sea por fin generalmente reconocida no sólo como la mayor empresa historiográfica de la Edad Media europea, sino también como una de las mejores obras literarias de las letras castellanas. Para ello, aún queda por lograr, como ya indicaba hace años González-Casanovas (1997), un mayor conocimiento de la obra entre estudiosos no hispanistas de la literatura y la cultura medievales. La publicación de trabajos sobre la Estoria en inglés, especialmente en conjunción con trabajos dedicados a obras cronísticas, historiográficas o desde algún punto de vista comparables en otras lenguas (v. Fernández-Ordóñez, 2010), y quizá la preparación y traducción de una antología de segmentos (propuesta que ya avanzaba el autor citado), deberían suponer un gran avance en este sentido.
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1 Pero con otros principios rectores de los que son hoy reconocidos para las traducciones.
2 A pesar de que en general la crítica considera muy fieles al manuscrito optimus las ediciones de Solalinde y de Solalinde, Kasten y Oelschläger, lo cierto es que la intervención de los editores es bastante frecuente. (V. Almeida, en prensa).
3 Transcripciones debidas a Lloyd Kasten y Wilhelmina Jonxis-Henkemans (segunda parte; 1993) y a Wilhelmina Jonxis-Henkemans (quinta y sexta partes; 1994 y 1993).
4 Reproducción de la edición de Gredos de 1994.
5 Madrid, Fundación José Antonio de Castro, 2001.
6 En la edición de esta tercera parte, Pedro Sánchez-Prieto contó con la colaboración de María del Carmen Fernández López, Verónica Gómez Ortiz y Bautista Horcajada Diezma.
7 Los comentarios que siguen no pretenden ser una bibliografía ni cercanamente completa, sino algunas indicaciones de grandes líneas seguidas por la investigación sobre la General Estoria desde la publicación de la primera parte por Solalinde (1930). Así nos limitamos a citar, por poner un ejemplo, uno o dos de los artículos de Paloma Gracia sobre la relación entre la General Estoria y la Histoire ancienne.
8 Solo cita el manuscrito escurialense R-I-10 como testimonio de esta sección de la obra.