El Coloquio Walter Lippmann: momento fundador del neoliberalismo
Hay que esperar hasta agosto de 1938 con el Coloquio Walter Lippmann para que el concepto de neoliberalismo adquiera una cierta visibilidad en el campo científico e ideológico con un significado completamente opuesto al utilizado a partir la década de 1970 (Audier S., 2012: 59-1990; Commun, P., 2016: 158; Solchany, J., 2015: 235).1 El Coloquio Lippmann constituye el momento fundador del movimiento de renovación del liberalismo (Dardot, Pierre/Christian Laval, 2010: 157-158), primera tentativa de creación de una “internacional” neoliberal que prefigura las organizaciones que se implementan después de 1945 (Solchany, J., 2015: 234). Dicho coloquio no hubiera sido posible sin la venida a París de un distinguido periodista americano (Audier S., 2012: 72-74)2 con motivo de la aparición de su libro The Good Society en 1937 y su traducción al francés (Solchany, J., 2015: 239).3 El libro de Lippmann comienza con el sombrío cuadro de un mundo ganado por el estatismo, el imperialismo, el proteccionismo y el colectivismo, trátese del colectivismo explícito del totalitarismo o del colectivismo gradual de la sociedad democrática gangrenada por los grupos de interés, una evolución que habría exacerbado el New Deal. El liberalismo, acusado de haber degenerado en una simple doctrina del laissez-faire, aparece como una causa de la crisis moderna. Pero la hora de la refundación habría sonado. Una retórica de la crisis doblada de una perspectiva de recuperación es el mensaje del libro The Good Society cuya traducción al francés (con el título La Cité Libre y un prefacio de André Maurois donde anunciaba “un renacimiento intelectual del liberalismo”) aparece en 1938 año del Coloquio Lippmann (Lippmann, W., 1938).
W. Lippmann, en La Cité Libre critica a los “últimos liberales” (H. Spencer y J. S. Mill). El laisser-faire sería una teoría negativa, destructora, revolucionaria que no podía guiar por su naturaleza misma, la política de los estados. Se trataría no de un programa sino de una consigna que “no había sido más que una objeción histórica a leyes superadas” (Lippmann, W., 1938: 227). Estas ideas inicialmente revolucionarias que habían permitido derribar los vestigios del régimen político y social antiguo e instaurar un orden de mercado “se transformaron en un dogma obscurantista y pedantesco” (Lippmann, W., 1938: 228). El naturalismo que impregnaba las teorías jurídico-políticas de los primeros liberales estaba bien adaptado para esta mutación dogmática y conservadora. Si los derechos naturales fueron en una época ficciones liberales que permitieron asegurar las propiedades y, luego entonces, favorecer las conductas acumuladoras, estos mitos -según Lippmann- se petrificaron en dogmas inalterables que impidieron cualquier reflexión sobre la utilidad de las leyes. Prohibiendo además la reflexión sobre su alcance, este respeto absoluto de la naturaleza confortaba las situaciones adquiridas por los privilegiados. La idea más falsa de los últimos liberales consistiría en sostener que hay dominios donde hay una ley y otros donde no la hay. Es esta creencia en la existencia de esferas de acción naturales, de regiones sociales sin derecho como lo sería, a sus ojos, la economía de mercado, lo que deformó la comprensión del curso histórico e impidió proseguir las políticas necesarias. Como lo hace notar Lippmann, la dogmática liberal se apartó progresivamente en el siglo XIX de las prácticas reales del gobierno. Mientras que los liberales discutían sentenciosamente de la extensión del laisser-faire y de la lista de los derechos naturales, la realidad política era la de la invención de leyes, instituciones, normas de todo tipo indispensables a la vida económica moderna:
Todas estas transacciones dependían de una ley cualquiera, de la disposición del Estado a hacer valer ciertos derechos y proteger ciertas garantías. Es en consecuencia no tener ningún sentido de las realidades preguntar dónde estaban los límites del dominio del Estado (Lippmann, W., 1938: 230).
Los derechos de propiedad, los contratos más variados, los estatutos jurídicos de las empresas, en una palabra todo el enorme edificio del derecho comercial y del derecho del trabajo constituían un desmentido a la apologética del laisser-faire de los “últimos liberales” quienes se volvieron incapaces de reflexionar sobre la práctica efectiva de los gobiernos y el significado de la obra legisladora. Para Lippmann, el error es incluso más profundo. Estos liberales fueron incapaces de comprender la dimensión institucional de la organización social:
Solo es reconociendo que los derechos legales son proclamados y aplicados por el Estado que se puede someter a un examen racional el valor de un derecho particular. Los últimos liberales no se dieron cuenta. Cometieron el grave error de no ver que la propiedad, los contratos, las sociedades, así como los gobiernos, los parlamentos y los tribunales, son creaciones de la ley y solo existen como partes de los derechos y los deberes cuya aplicación puede ser exigida (Lippmann, W., 1938: 230).
Lippmann analiza la evolución doctrinal del liberalismo como una degradación que se produjo entre finales del siglo XVIII (Bentham) y finales del XIX (Spencer). Para el periodista americano, los liberales tardíos manifestaron una ignorancia con respecto al trabajo de los juristas para definir, encuadrar y enmendar el régimen de derechos y obligaciones referentes a la propiedad, los intercambios y el trabajo. El naturalismo que impregnó las teorías jurídico-políticas de los primeros liberales empujó a los liberales tardíos a ver en cada disposición jurídica que no les gustaba una insoportable injerencia del Estado, una violación intolerable del estado natural. Para Lippmann, no reconocer el trabajo propio de la creación jurídica constituyó el error inaugural del principio de la retórica denunciadora de la intervención del Estado:
El título de propiedad es una creación de la ley. Los contratos son creaturas del derecho […]. Toda propiedad, todo contrato, toda sociedad solo existen porque existen derechos y garantías cuya aplicación puede ser asegurada, cuando son sancionados por la ley, recurriendo al poder de coerción del Estado. Cuando se habla de no tocar nada, se habla para no decir nada (Lippmann, W., 1938: 220-321).
Una fuente suplementaria de error consistió en ver en las simplificaciones necesarias de la ciencia económica un modelo social por aplicar. Para Lippmann, es perfectamente normal que el trabajo científico elimine las escorias y las hibridaciones de la realidad de las sociedades para extraer relaciones y regularidades. Pero los liberales consideraron estas leyes como creaciones naturales, una imagen exacta de la realidad y solo vieron en lo que escapaba al modelo simplificado y purificado, imperfecciones o aberraciones (Lippmann, W., 1938: 244). Para Lippmann, el liberalismo que encarnó el ideal de la emancipación humana en el siglo XVIII, se transformó progresivamente en un conservatismo estrecho que se oponía a todo progreso de las sociedades en nombre del respeto absoluto del orden natural. Habiendo admitido que no existían leyes sino un orden natural proveniente de Dios, los liberales sólo podían predicar, la adhesión alegre o la resignación estoica:
De hecho, defendían un sistema compuesto de vestigios jurídicos del pasado e innovaciones interesadas introducidas por las clases de la sociedad más afortunadas y más poderosas. Además, habiendo supuesto la no-existencia de una ley humana rigiendo los derechos de propiedad, los contratos y las sociedades, no pudieron naturalmente interesarse en la cuestión de saber si esta ley era buena o mala, y si podía ser reformada o mejorada. Es con justa razón que se burlaron del conformismo de estos liberales. Tenían probablemente tanta sensibilidad como los otros hombres, pero sus cerebros habían dejado de funcionar. Afirmando en bloque que la economía de intercambio era libre, es decir, situada fuera de la competencia de la jurisdicción del Estado, se metieron en un callejón sin salida […] Es por esta razón que perdieron el control intelectual de las grandes naciones y que el movimiento progresista le dio la espalda al liberalismo (Lippmann, W., 1938: 234-235).
No solamente liberalismo y progresismo se separaron sino que, sobre todo, apareció una contestación cada vez más fuerte del capitalismo liberal y de las desigualdades que engendraba. El socialismo se desarrolló aprovechando de la petrificación conservadora de la doctrina liberal puesta al servicio de los intereses económicos de los grupos dominantes. El cuestionamiento de la propiedad es para Lippmann particularmente sintomático de esta deriva:
Si la propiedad privada esta tan gravemente comprometida en el mundo es porque las clases poseedoras, resistiendo a toda modificación de sus derechos, provocaron un movimiento revolucionario que las tendió a abolir (Lippmann, W., 1938: 239).
Si bien las ideas expresadas por Lippmann no eran muy nuevas, su recepción entusiasta (Romero Sotelo, M. E. 2016: 47-49)4 precipita la movilización trasnacional de un grupo de intelectuales que toman conciencia de su misión. El Coloquio Lippmann reunió en París en el Instituto internacional de cooperación intelectual (ancestro de la Unesco y vinculado a la Sociedad de Naciones), del 26 al 30 de agosto de 1938, veintiséis de los más eminentes economistas, sociólogos, intelectuales, altos funcionarios y patrones de Europa y del Nuevo Mundo. Si bien no hay representantes de la Escuela de Chicago y Luigi Einaudi no pudo venir, cabe destacar la participación de los economistas liberales franceses Jacques Rueff y Louis Baudin, de los economistas austriacos Friedrich Hayek y Ludwig Mises y de los alemanes Wilhelm Röpke y Alexander Rüstow (conocidos por sus escritos económicos liberales y su oposición al nacional-socialismo, lo que les había valido una emigración forzada a Estambul), así como del filósofo Michael Polanyi (hermano de Karl). (Commun, P., 2016: 159; Solchany, J., 2015: 239-240). A todas estas personalidades reconocidas y personalidades del gran patronato (Louis Marlio, Auguste Detoeuf, Ernest Mercier, Marcel Bourgeois) se sumaron -algunos universitarios más jóvenes como Raymond Aron, Etienne Mantoux y Robert Marjolin. Al tomar como base de discusión el libro de Walter Lippmann, las personalidades antes citadas se reunieron con el propósito de discutir las tesis del libro referentes a la amenaza contra la libertad en la Alemania nazi y en la Unión Soviética, así como las condiciones de regreso a un orden liberal renovado, ajeno al laissez-faire manchesteriano que ya no sería capaz de darle al problema social una solución satisfactoria (Audier, S., 2013: 23).5 Las primeras cuestiones planteadas a los participantes del coloquio Lippmann fueron las siguientes: ¿Se trata de transformar el liberalismo dándole un nuevo fundamento o se trata más bien de volver a dar vida al liberalismo clásico, es decir, operar un “regreso al verdadero liberalismo” contra las desviaciones y la herejías que lo han pervertido? ¿La declinación del liberalismo es inevitable como resultado de la tendencia a la concentración de las empresas y de los capitales? ¿Se iría verdaderamente hacia las grandes unidades? ¿La concentración económica era necesaria a la evolución económica o más bien resultado de privilegios jurídicos? El mensaje del filósofo liberal Louis Rougier, organizador del coloquio, retomando una conceptualización política, importante para von Mises, no tuvo ambigüedad:
El drama moral de nuestra época es la ceguera de los hombres de izquierda que sueñan de una democracia política y de un planismo, sin comprender que el planismo económico implica el Estado totalitario y que el socialismo liberal es una contradicción en los términos. El drama moral de nuestra época, es la ceguera de los hombres de derecha que suspiran de admiración ante los gobiernos totalitarios, aunque reivindicando las ventajas de una economía capitalista sin darse cuenta de que el Estado totalitario devora la fortuna privada, mete en cintura y burocratiza todas las formas de la actividad económica de un país (Dixon, K., 1998: p. 7).
El libro The Good Society, es presentado por el organizador del coloquio como el manifiesto de una reconstrucción del liberalismo alrededor de la cual pueden reunirse espíritus diferentes trabajando en la misma dirección. La idea que anima a Rougier es bastante simple: solo habrá un regreso del liberalismo si se logra refundar teóricamente la doctrina liberal y de ahí deducir una política liberal activa que evite los efectos negativos de la creencia metafísica en el laisser-faire, que refuerce la competencia y no que la aniquile como lo hacen el colectivismo y el planismo (Dardot P./Christian Laval, 2010: 160). Para el filósofo francés se necesita “un intervencionismo liberal”, un “liberalismo constructor”, un dirigismo de Estado que convendría distinguir del colectivismo y del planismo. El intervencionismo liberal tiene por finalidad restablecer sin cesar las condiciones de la libre competencia amenazada por lógicas sociales que tienden a detenerla:
El dirigismo del Estado liberal implica que sea ejercido de manera de proteger la libertad […], de manera que la conquista del beneficio sea el resultado de la victoria de los más aptos en una competencia leal, no el privilegio de los más protegidos o de los más pudientes, como consecuencia del apoyo hipócrita del Estado (Rougier L., 1938: 84).
Para Rougier, este liberalismo mejor comprendido, este verdadero liberalismo pasa por la rehabilitación del Estado como fuente de autoridad imparcial con respecto a los particulares:
Quien quiera regresar al liberalismo deberá volverle a los gobiernos una autoridad suficiente para resistir al empuje de los intereses privados sindicados y solo les regresarán esta autoridad gracias a reformas constitucionales en la medida en que la hayan recuperado en la opinión pública denunciando los daños del intervencionismo, del dirigismo y del planismo que solo son a menudo el arte de desordenar sistemáticamente el equilibrio económico en detrimento de la gran masa de los ciudadanos-consumidores para el beneficio muy momentáneo de un pequeño número de privilegiados como se ve ampliamente en la experiencia rusa (Rougier L., 1938: 10).
Para Rougier,
ser liberal no es de ninguna manera ser conservador en el sentido de mantener privilegios resultantes de la legislación pasada. Es por el contrario ser esencialmente “progresivo” en el sentido de una perpetua adaptación del orden legal a los descubrimientos científicos, a los progresos de la organización y de las técnicas económicas, a los cambios de estructura de la sociedad, a las exigencias de la conciencia contemporánea. Ser liberal no es como el manchesteriano que deja a los coches circular en todos los sentidos, siguiendo sus caprichos con lo que resultarían embotellamientos y accidentes frecuentes; no es como el planista que fija a cada coche su hora de salida y su itinerario; es imponer un Código de la circulación, admitiendo que no es forzosamente el mismo en tiempos de transportes acelerados que en tiempos de las diligencias (Rougier, L. 1938;Dardot P. /Christian Laval, 2010: 166).
Esta metáfora del Código de la circulación es una de las imágenes más utilizadas por todo el neoliberalismo al grado de casi llegar a ser una rúbrica general. La encontramos en La Cité libre de Lippmann,6 así como en Camino de servidumbre de Hayek.
A pesar de esta aparente unanimidad, al revisar las actas de dicho coloquio, se distinguen numerosas líneas de fractura entre un ala más intervencionista y progresista de la cual Lippmann y Rougier parecen ser los portavoces y un ala más desconfiada con respecto al Estado y más vinculada a los principios clásicos del liberalismo bien representada por Ludwig von Mises. Para captar de una manera concreta en que consiste el neoliberalismo de Lippmann y Rougier, hay que referirse a su Agenda donde estos autores nos indican una serie de reformas que esperan del Estado, lo que basta para mostrarnos hasta qué punto estaban alejados de la posición del viejo liberalismo que le pedía al Estado no hacer nada en el orden económico y limitarse a asegurar el orden y la seguridad. No obstante, Lippmann y Rougier siguen siendo liberales en el sentido amplio del término. Están en el polo opuesto de la economía dirigida o del socialismo porque las medidas que demandan tomar al Estado están completamente inspiradas por la preocupación de hacer reinar la libertad económica y no reemplazarla por una organización autoritaria y una economía planificada. Lippmann y Rougier proponen en su Agenda para la reinvención del liberalismo acciones a nivel de la producción, el intercambio y la moneda (Pirou G., 1939: 38-46). A nivel de la producción, la característica del neoliberalismo es su hostilidad con respecto a la sociedad anónima por acciones. Lippmann y Rougier subrayan con insistencia los vicios. A la sociedad anónima le reprochan, sobre todo, haber disociado la propiedad y la gestión y haber permitido a los administradores, gracias a todo tipo de artificios, despojar a los accionistas de la parte substancial de los beneficios. Según ellos, el inconveniente llega al máximo cuando se crean holdings, es decir, sociedades cuya actividad se aplica no a la gestión directa de un negocio, sino al manejo de una cartera compuesta de diversas acciones. Lippmann y Rougier ven igualmente de un mal ojo la práctica de la integración industrial porque -según ellos- por ese medio se llegan a crear vastos conjuntos industriales al interior de los cuales la ley del mercado está excluida. Los diversos compartimentos del conjunto se remiten unos a otros mercancías a precios fijados por la dirección superior y no por el juego de un intercambio libre. Aquí, se ve reaparecer la preocupación dominante de los neoliberales de combatir en las formas recientes del capitalismo lo que lo aleja de las condiciones iniciales de competencia y libertad que rodeaban su auge en el siglo XIX. Lo que les parece más peligroso en estas nuevas modalidades de los grandes negocios es que son ya una prefiguración de una gestión colectivista y planificada. Frente a esta situación, Lippmann y Rougier no vacilan en preconizar una intervención de los poderes públicos que prohibiría de una manera absoluta ciertas formas de empresas o ciertos métodos de gestión. Por ejemplo, querían prohibir el autofinanciamiento, es decir, obligar a las sociedades a distribuir todos sus beneficios (más allá al menos de lo que es necesario para la amortización y las reservas de operación). El autofinanciamiento les parece tener el inconveniente mayor de sustraer los capitales a la ley del mercado y al juego de la competencia y de conducir a sobre-capitalizaciones, fuente de desequilibrios, que no se producirían si las sumas cobradas por la empresa fueran distribuidas en salarios a los obreros y en dividendos a los accionistas, aumentando así la capacidad de compra de unos y otros. A nivel del intercambio, la doctrina Lippmann propone un conjunto de medidas reglamentarias por lo que toca a las condiciones del intercambio y a la policía de los mercados. En la economía moderna, el comprador no es capaz, según Lippmann, de juzgar la calidad técnica de las mercancías que le ofrecen. Tampoco están en medida de verificar, en el momento de la compra, si estas mercancías están conformes a lo que anuncia la publicidad. Es entonces necesario que los poderes públicos lo protejan, que castiguen al vendedor cuando le da a sus mercancías una presentación engañosa o cuando le pone la misma etiqueta a mercancías de calidad diferente, etc. Incluso, el Estado debe alentar y ayudar a organizar ciertas categorías de vendedores: los campesinos y los obreros que están obligados por la naturaleza de lo que ofrecen, a vender inmediatamente y a cualquier precio, sin conocer la situación real de la oferta y la demanda. Según Lippmann, el Estado liberal, no debe permanecer neutro entre los que no tienen posibilidad de comerciar y los que pueden hacerlo demasiado fácilmente. En consecuencia, el Estado no saldrá de su papel y por el contrario cumplirá su función, cuando ayuda a las cooperativas de producción y de consumo. Es a nivel de la moneda y en particular de la política monetaria donde se encuentra la parte más sorprendente del programa neoliberal de Lippmann. Generalmente, los liberales repudian de manera enérgica las manipulaciones monetarias. La moneda dirigida les parece la forma más típica y más peligrosa de las prácticas de economía dirigida contra las cuales se pronunciaban. Deliberadamente, por lo contrario, Lippmann se pronunciaba en favor de la moneda dirigida. Para él, el Estado debe asegurar la lealtad de transacciones económicas. Cuando estas transacciones no se hacen al contado y que un intervalo más o menos largo separa la prestación provista por uno de los contratantes de la contraprestación que le será dada a cambio, la transacción solo será correcta si el patrón de medida de los valores no ha cambiado entre el momento en que se entabla la operación y el momento en que se ejecuta. Para ello se requiere que la moneda sea “neutra”. Ahora bien, Lippmann considera que la moneda de oro dejada a sí misma no cumple esta condición y que las fluctuaciones en el ritmo de crecimiento del stock de oro imprimen a la moneda variaciones de poder de compra, tanto en un sentido como en otro, lo que vicia las transacciones de cierta duración. En consecuencia, Lippmann considera no ser de ninguna manera infiel a la doctrina neoliberal, sino por el contrario permanecer en la línea lógica de su desarrollo, aprobando las manipulaciones monetarias, en la medida, claro está, que apunten a mantener tan constante como sea posible el poder de compra de la moneda en el transcurso del tiempo (Pirou, G., 1939: 58-59).7 Algunas palabras sobre el punto de vista fiscal de Lippmann, terminarán de mostrar hasta qué punto su doctrina está en ciertos aspectos alejada del conservatismo de los antiguos liberales. Al final de su Agenda neoliberal, Lippmann enumera la serie de gastos que para ejecutar su programa, el Estado debe emprender. Preguntándose donde el Estado podrá procurarse los recursos que permitirán hacerlo, propone recurrir a impuestos de sucesión muy elevados y a un impuesto sobre el ingreso rápidamente progresivo. Lippmann no disimula que esta política fiscal podrá parecer cercana a lo que preconizan los partidos intervencionistas o socialistas cuando ven en el impuesto un medio de nivelar los ingresos. Sin embargo, entre ellos y él subsiste una diferencia fundamental. La igualación de los ingresos, gracias al impuesto, le parece en sí una buena cosa, con la condición de que los impuestos extraídos a los ricos no sean destinados a dar limosna sino a reformar la situación que crea los pobres. Entre otras cosas, el buen funcionamiento de la economía requiere que el dinero del Estado se destine a combatir el monopolio y a favorecer la competencia.
La palabra importante en la reflexión de Lippmann y Rougier es la adaptación (Dardot P./Christian Laval, 2010: 175-176). La Agenda del neoliberalismo está guiada por la necesidad de una adaptación permanente de los hombres y las instituciones a un orden económico intrínsecamente variable, fundamentado en una competencia generalizada y sin tregua. La política neoliberal es requerida para favorecer este funcionamiento atacándose a los privilegios, a los monopolios y a las rentas. Apunta a crear y mantener las condiciones de funcionamiento del sistema competitivo. A la revolución permanente de los métodos y estructuras de producción debe igualmente responder la adaptación permanente de los modos de vida y de las mentalidades, lo que obliga a una intervención permanente del poder público. Esto que habían comprendido bien los primeros neoliberales, inspirados por la necesidad de reformas sociales y políticas, lo habían olvidado los “últimos neoliberales” más preocupados por el conservatismo que por la adaptación. El neoliberalismo reposa sobre la doble constatación de que el capitalismo ha abierto un periodo de revolución permanente en el orden económico pero que los hombres no están espontáneamente adaptados a este orden de mercado cambiante ya que fueron formados en otro mundo. Es la justificación de una política que debe apuntar a la vida individual y social entera como lo señalarán, después de Lippmann, los ordo-liberales alemanes. Esta política de adaptación del orden social a la división del trabajo es una tarea inmensa que para Lippmann consiste en “dar a la humanidad un nuevo tipo de vida” (Lippmann, W., 1938: 272). Para los neoliberales, la cuestión del arte de gobernar es central. Los colectivistas y los laisser-fairistes se equivocan por razones contrarias sobre lo que debe ser el orden político correspondiente a un sistema de división del trabajo e intercambio. Unos quieren administrar todas las relaciones de los hombres entre ellos, los otros piensan que estas relaciones son libres de manera natural. La democracia, según Lippmann, es el reino de la ley para todos, es el gobierno por la ley común hecha por los hombres:
En una sociedad libre, el Estado no administra los negocios de los hombres. Administra la justicia entre los hombres quienes se ocupan ellos mismos de sus propios negocios (Lippmann, W., 1938: 318).
El gobierno liberal por la ley común,
es el control social ejercido no por una autoridad superior que da órdenes, sino por una ley común que define los derechos y los deberes recíprocos de las personas y las invita a hacer aplicar la ley sometiendo su caso a un tribunal (Lippmann, W., 1938: 316).
El punto esencial en Lippmann es sin duda que no se pueden pensar independientemente la economía y el sistema normativo. Su implicación reciproca parte de la consideración de la interdependencia generalizada de los intereses en la sociedad civil. El descubrimiento progresivo de los principios de derecho es, a la vez, el producto y el factor de esta gran asociación en la cual cada uno está vinculado a los otros para la satisfacción de su interés:
Los hombres que se volvieron dependientes unos de otros gracias al intercambio de trabajo especializado en mercados cada vez más extendidos se dieron como armadura jurídica un método de control social que consiste en definir, en juzgar y en enmendar derechos y obligaciones reciprocas, y no en ordenar por decreto (Lippmann, W., 1938: 385).
Para Lippmann, el colectivismo se distingue del Estado fuerte liberal. Los colectivistas se hacen ilusiones sobre la capacidad que tienen para controlar el conjunto de las relaciones económicas en una sociedad tan diferenciada como la sociedad moderna. La experiencia de la Primera Guerra Mundial y después la revolución de 1917 hicieron creer en la posibilidad de una gestión directa y total de las relaciones económicas. Sin embargo, los hombres no pueden dirigir el orden social debido a la complejidad y al enmarañamiento de los intereses:
Mientras más los intereses por dirigir son complejos, menos es posible dirigirlos por medio de la restricción ejercida por una autoridad superior (Lippmann, W., 1938: 57).
La autoridad deberá satisfacerse con ser la garante de una ley común que gobernará indirectamente los intereses. Solo un Estado fuerte será capaz de hacer respetar esta ley común. Según Lippmann, hay que acabar con la ilusión de un poder gubernamental débil que se propagó durante el siglo XIX. Esta gran creencia liberal en el Estado discreto y superfluo ya no opera desde 1914 y 1917. Esta tesis del Estado fuerte lleva a los neoliberales a reconsiderar lo que se entiende por democracia y más particularmente por soberanía del pueblo. Para Rougier, el Estado fuerte sólo puede ser gobernado por una elite competente, cuyas cualidades son la exacta oposición de la mentalidad mágica e impaciente de las masas:
Se necesita que las democracias se reformen constitucionalmente de manera que aquellos a quienes se les confían las responsabilidades del poder se consideren no como los representantes de los intereses económicos y de los apetitos populares, sino como los garantes del interés general contra los intereses particulares; no como los instigadores de aumentos de promesas electorales, sino como los moderadores de las reivindicaciones sindicales; dándose por tarea hacer respetar todas las reglas comunes de las competencias individuales y de los convenios colectivos; impidiendo que minorías activas o mayorías iluminadas no desvirtúen en su favor la lealtad del combate que debe asegurar para el beneficio de todos la selección de las elites. Es necesario que inculquen a las masas, por la voz de nuevos maestros, el honor de colaborar en una obra común (Rougier, L.,: 18-19).
Como vemos, el neoliberalismo de Lippmann y Rougier es profundamente diferente del liberalismo tradicional. Se trata de un liberalismo intervencionista modernizado, más humano, consciente de las tareas que se imponen al Estado en las condiciones de hecho creadas por el gran capitalismo y la democracia. Dicho liberalismo sería susceptible de reclutar adeptos en los medios populares que se habrían alejado del viejo liberalismo debido a su inadaptación al mundo moderno, su desconocimiento de las exigencias nacionales y su ausencia de sensibilidad social. Este nuevo liberalismo (neoliberalismo) rejuvenecido y ampliado recobraría así la posibilidad de ejercer sobre la evolución de las sociedades la acción que tuvo a finales del siglo XVIII y principios del XIX, y que posteriormente perdió. Pero la dificultad a la cual se corre el riesgo de enfrentarse -y que ya brota en el libro de Lippmann- es la fijación de la línea fronteriza que separaría este liberalismo social del intervencionismo y del socialismo. Así como la demarcación era fácil cuando se trataba de las posiciones estrechas y rígidas del viejo liberalismo, se vuelve vaga el día en que se considera como compatible con la doctrina liberal un programa de acción positiva del Estado en el orden económico y una subordinación de las preocupaciones de utilidad y de riqueza a inquietudes de poder nacional o justicia social (Pirou, G., 1939 : 62-64).
Colocada bajo los auspicios del nuevo liberalismo que Lippmann y Rougier desean -más que todo en sus alocuciones preliminares-, la discusión en el Coloquio Lippmann no logró un consenso. No es seguro que todo el mundo apruebe a Robert Marjolin cuando veía en el liberalismo “una ideología al igual que el fascismo o el comunismo” (Solchany, J., 2015: 240). Así es que varias personalidades -algunas de primer nivel intelectual y científico-, manifestaron profundas diferencias en torno al “caos” del capitalismo y las causas de la crisis de 1929 (Rougier, Lippmann; Dardot P., Laval, Ch. 2010: 162-163)8 el papel del Estado, las concentraciones industriales (Pirou, G., 1939: 59-61)9 la cuestión de los monopolios (Commun, P., 2016: 160)10 la demanda de protección social por parte de las clases populares adaptación (Dardot P./Christian Laval, 2010: 164)11 el estatuto del liberalismo económico, entre otros. Participantes tan diferentes como Augusto Detoeuf (industrial y ensayista francés, ingeniero de formación, fundador y Director General de Alsthom); Robert Marjolin, Louis Marlio (economista y alto funcionario e industrial francés); Michael Polanyi, están manifiestamente convencidos por diversas razones de que la crisis del liberalismo es muy grave y que una reestructuración profunda se impone sobre todo en el plano social. En particular, Rüstow y Röpke preconizan una reorientación de las ciencias sociales para responder a una crisis multiforme lejos de limitarse a la economía. Otros minoritarios como Ludwig von Mises, Friedrich Hayek y Jacques Rueff bajo formas diferentes están más sobre la línea de un liberalismo clásico, incluso si hay que modificar ciertos puntos (Audier, S., 2013: 473-474).12 Frente a los ataques de Ludwig von Mises que le reprocha su “espíritu romántico cuando pretende que el campesino está más satisfecho que el obrero”, Rûstow subraya la incapacidad de los “representantes del viejo liberalismo” de seducir todos aquellos que han sido ganados por el bolchevismo, el fascismo y el nacional-socialismo: “¿Sí no han escuchado a Moisés y los profetas -Adam Smith y Ricardo- como creerán en von Mises?” (Solchany, J., 2015: 240 y Dardot P./Christian Laval, 2010: 165).13
En 1938 durante el Coloquio Lippmann, Hayek fue un participante entre otros. A pesar de su prestigio científico y de su compromiso ya patente contra el socialismo, permanecía en la sombra de su mentor Mises, ya conocido mundialmente. Sus intervenciones por razones lingüísticas no aparecerán en las actas. Además, él y Mises encarnaban un polo importante pero minoritario aplastado por numerosas figuras entre las que destacaban Alexander Rüstow, Wilhelm Röpke y Walter Lippmann. Hayek estaba lejos de ser el líder intelectual de este coloquio (Audier, S., 2013: 207-208).
Claro está que las discrepancias no siempre son explicitadas tomando en cuenta que para todos los asistentes al coloquio se trata de “rehabilitar una cierta idea del liberalismo en un momento en que la democracia liberal en Europa parece condenada casi en todos lados, que los regímenes autoritarios y totalitarios pululan y que la tormenta de la guerra avanza a grandes pasos” (Audier, S., 2013: 155). Sin embargo, Rüstow -figura clave del ordo-liberalismo alemán- sacará a luz la amplitud de las discrepancias que desde su punto de vista atraviesan al conjunto heterogéneo de participantes en el Coloquio Lippmann. Como lo hace saber en 1941 en una correspondencia a su amigo Röpke, para él, Mises no es nada más que un peligroso “paleo-liberal”, uno de los últimos sobrevivientes de esta categoría de liberales que provocaron la catástrofe actual (Audier, S., 2013: 585).14 Así, se asomaban ya las divergencias que se manifestarán unos años después con la creación de la Sociedad del Mont-Pèlerin donde se reencontrarán Rüstow y Röpke por un lado y Mises y Hayek por el otro” (Audier, S., 2013: 155-156).
En otras palabras, en el Coloquio Lippmann se constata la búsqueda, al menos en algunos neoliberales obsesionados por el peligro totalitario, de una respuesta creíble en términos de eficacia y legitimidad, a la crisis del liberalismo que pasaba -según ellos- por la integración real de una dimensión abiertamente social dando satisfacción a las aspiraciones de las masas populares:
Originalmente -dice Gaétan Pirou- se empleaban fácilmente los términos ‘neoliberalismo’ o ‘liberalismo constructor’. Se marcaba así, la voluntad de poner el acento sobre lo que la doctrina preconizada comportaba de nuevo con respecto al liberalismo tradicional, al manchesterismo, al ‘laisser-faire, laisser-passer’. Después se habló de liberalismo social o incluso de izquierda, queriendo significar con ello que la doctrina liberal, tal y como la entendían no tenía ningún carácter inhumano o anti-democrático y que, muy por el contrario, servía mejor que el corporatismo o el socialismo los intereses bien comprendidos de las masas populares indicando los medios de obtener una elevación de la producción general y del nivel de vida, de la cual las clases laboriosas serían las principales beneficiarias (Pirou, G., 1939: 61).
En particular, es en el neoliberalismo a la Lippmann que Pirou -uno de los principales difusores del término- encontró esfuerzos para producir una doctrina liberal “modernizada”, más humana, consciente de las tareas que se imponen al Estado en las condiciones de hecho creadas por el gran capitalismo y la democracia. El totalitarismo comunista -en la hora de los planes y los procesos estalinistas- así como el fascismo y el nazismo, constituían una advertencia: para estos neoliberales, en este clima tan particular de los años treinta, cuando la búsqueda de una tercera vía proliferaba, se necesitaba reconquistar los sectores populares que se habían alejado del viejo liberalismo debido a su inadaptación al mundo moderno, su desconocimiento de las exigencias nacionales y su ausencia de espíritu social. Sin embargo, Pirou mismo no era un adepto de este neoliberalismo hoy tan mal interpretado. Aún más, no creía para nada en su éxito: más bien previa la victoria del ala más a la derecha del Coloquio Lippmann, encarnada por Mises y Hayek. No se puede decir que la historia lo haya totalmente desmentido (Audier, S., 2013: 187-588). De hecho la mayoría de los participantes al coloquio se pronunció por la expresión “liberalismo renovado”: en su pensamiento, esto parecía traducir la idea de que era menos necesario modificar la tradición liberal tal como los grandes fundadores de la Escuela la habían instaurado que renovarla, eliminando ciertas restricciones y ciertas faltas de sensibilidad de que eran responsables los sucesores de los grandes clásicos.
Si bien se estuvo lejos de suscitar el impulso metodológico e ideológico unitario esperado, el Coloquio Lippmann tuvo un gran impacto. Permitió a los liberales europeos tanto intentar preparar una respuesta coherente a la crítica marxista del capitalismo como colocarse en orden de batalla frente a los proyectos de “tercera vía” encarnada por el “planismo” de la izquierda socialista francesa y británica. El Coloquio Lippmann desembocará en Camino de servidumbre publicada por Hayek en 1944 (Guillén Romo, H. 1997: 14-16). Incluso si no son seguidos en todo punto sobre el tema por los liberales franceses y austriacos, los ordo-liberales alemanes salen de este encuentro reforzados en su intención de poner en el corazón de su programa político alternativo al comunismo y al socialismo alemán la cuestión de los monopolios que aparece como una especificidad del ordo-liberalismo alemán.
Sea como sea, gracias al Coloquio Lippmann, en la mente de Hayek comenzó a germinar la idea de reunir al final de la guerra a todos los intelectuales, que como él, seguían creyendo en la economía ortodoxa y se sentían profundamente aislados en medio de la extensa conversión al keynesianismo. Así es que cuando acabó la guerra, el economista austriaco contactó a los asistentes al Coloquio Lippmann y a otros pensadores con ideas afines, para proponerles la realización de un nuevo coloquio. En mayo de 1945, el economista austriaco explica a William Rappard que una organización liberal permitiría:
superar el aislamiento intelectual causado por la guerra y la ignorancia de la mayoría de entre nosotros del trabajo similar y útil hecho en otras partes por personas que trabajan sobre la misma longitud de onda (Solchany, J. 2015: 243).
Esta perspectiva coincide con la de Wilhelm Röpke, también impaciente de poner en orden de batalla a los pensadores que aspiran a refundar el liberalismo. El 2 de enero de 1945, Röpke le escribe a Hayek, tras haber leído Camino de servidumbre, para subrayar “el asombroso paralelismo entre sus pensamientos”. El economista alemán considera que sin refundación intelectual e ideológica será difícil e incluso imposible frenar la marcha triunfante del colectivismo y el totalitarismo. En este sentido, los dos economistas están de acuerdo en unir sus fuerzas para, como dice Hayek, constituir “un amplio frente de hombres de buena voluntad” reunidos en una “coordinación internacional” para combatir el “colectivismo, la civilización de masas, la proletarización, el materialismo y la perdida de substancia intelectual”. La apertura se limita, sin embargo, a pensadores que se reconocen en el “humanismo occidental y las fuerzas de la libertad”. El economista austriaco en el otoño de 1946, tras su gira triunfal por Estados Unidos, considera que ha llegado el momento de reunir a los principales representantes del pensamiento (néo) liberal. A finales de diciembre las invitaciones son enviadas. El éxito de la empresa es menos el éxito de Hayek solo que el producto de una movilización colectiva. Hayek no habría logrado nada sin el apoyo de William Rappard y de Wilhelm Röpke (Solchany, J. 2015: 247).
La Sociedad del Mont-Pèlerin
El Coloquio Lippmann concluyó con la declaración de la creación de un Centro internacional de estudios para la renovación del liberalismo cuya sede se instalaría en París, centro que sería concebido como una sociedad intelectual internacional con sesiones regulares en diferentes países. La Segunda Guerra Mundial y la Ocupación decidieron otra cosa. En este sentido, la Sociedad del Mont-Pèlerin [SMP] apareció como una prolongación de la iniciativa de 1938. A inicios de abril de 1947, en plena guerra fría nace de manera confidencial y hasta cierto punto marginal la SMP. Esta institución, que proclama su independencia con respecto a los partidos y un interés exclusivamente científico y doctrinario (White, L. H., 2014: 250),15 debe su nombre al lugar que la vio nacer: el Mont-Pèlerin, en las orillas del lago de Ginebra cerca de Vevey, Suiza (White, L. H., 2014: 248).16 Es en el Hotel del Parque, en un lugar paradisiaco con una vista impresionante sobre el lago Léman y los Alpes, donde se reunieron 39 invitados (36 participantes y 3 observadores). Se trataba de “un grupo dispar […] unido por un sentimiento compartido de aislamiento y persecución” (Wapshott, N., 2013: 239-240). Entre los invitados destacaban Maurice Allais, Aaron Director, Walter Eucken, Milton Friedman, Friedrich Hayek, Frank Knight, Fritz Machlup, Salvador de Madariaga, Ludwig von Mises, Michael Polanyi, Karl Popper, Lionel Robbins, Wilhelm Röpke, George Stigler y Verónica Wedgwook (la única mujer). Entre estos invitados cuatro (Hayek, Friedman, Stigler y Allais) recibieron posteriormente el Premio Nobel de Economía. Entre los invitados que no pudieron asistir al encuentro inaugural pero que se sumaron posteriormente a la Sociedad se distinguen Constantino Bresciani-Turoni, Luigi Einaudi, Eli Heckscher, Walter Lippmann, Friedrich Lutz, Arnold Plant, Charles Rist y Daniel Villey (Dostaler, G., 2001: 21). El criterio de selección de los invitados (Hayek, F., 1944)17 fue por sus convicciones liberales (Audier, S., 2013: 268)18 lo que explica la participación de no economistas (historiadores, filósofos y periodistas19) y el carácter pluridisciplinario de la Sociedad que se fue atenuando con el tiempo.
Destacado sitio de inmigración y centro intelectual, Suiza ofrecía el cuadro ideal para esta reunión fundadora inaugurada por William Rappard quien subraya la urgencia de la reflexión en una época en que el liberalismo parece cuestionado por el curso de la historia:
El hombre que se ha vuelto su propio dueño desde el advenimiento de la democracia y ha sido físicamente agotado por las fatigas de la guerra de treinta años, reclama la seguridad social y la igualdad más que el progreso económico y la libertad (Solchany, J., 2015: 248).
Frente al colectivismo, Hayek no veía otra solución que contribuir al viraje de la situación política y a un cambio profundo en la correlación de fuerzas en el terreno de las ideas, gracias a un largo trabajo de reconstrucción intelectual. Desconfiando de los partidos políticos y de los políticos, incluso conservadores, cuyas preocupaciones a corto plazo, el pragmatismo y el sentido del compromiso inevitable, le repugnaban, Hayek apostó en los intelectuales para deshacer lo que otros intelectuales habían hecho (White, L. H., 2014: 220-225).20 Así, en el discurso de apertura del coloquio de 1947 Hayek llama a refundar el liberalismo en la flama del Coloquio Walter Lippmann exponiendo las razones que lo llevaron a fundar la SMP:
Me parece que un esfuerzo eficaz para formular los principios generales de un orden liberal solo es posible entre un grupo de personas que están de acuerdo en lo fundamental, y entre los que ciertas concepciones básicas no son cuestionadas a cada paso. Pero en este momento no sólo es reducido el número de los que, en distintos países, están de acuerdo sobre lo que me parece son los principios liberales básicos, sino también muy grande la tarea, e igualmente grande la necesidad de apoyarse tanto como sea posible en experiencias acontecidas en situaciones diversas[…]La necesidad de una reunión internacional[…]me parecía evidente, dado el resultado de la guerra [que ha] inevitablemente, y en todos nosotros, dado lugar a un egocentrismo y a una visión nacionalista que no se corresponde con un enfoque verdaderamente liberal de nuestros problemas (Hayek, F., 1967: 149-150).
Las temáticas abordadas fueron amplias con sesiones tales como “Libre empresa u orden competitivo?”, “Historiografía moderna y educación política”, “Problemas y posibilidades de una federación europea”, “Liberalismo y cristianismo”, “Medidas contraciclicas, pleno empleo y reforma monetaria”, “Política salarial y sindicatos”, “Política agrícola”. Más allá, se pretende redactar un itinerario bajo la forma de una Declaración de objetivos. Una primera versión es redactada por Friedrich Hayek, Walter Eucken, Harry Gideonse, Henry Hazlitt, Carl Iversen y John Jewkes pero no se llega a un consenso. En el Coloquio se adoptó una segunda versión redactada por Robbins, presentada por Hayek y firmada por todos los participantes excepto Allais (Audier, S., 2013: 600).21 En dicha declaración en un texto más vago y sin contenido programático se reafirman los principios de la “dignidad humana y la libertad”, “la libertad de pensamiento y de expresión”, el “Estado de derecho”, “la propiedad privada y el libre mercado”, “la división de poderes”, “la paz y la libertad” y “la convivencia internacional” (Solchany, J., 2015: 248-249).
Para Röpke (Solchany, J. 2015: 250-251) el encuentro neoliberal se desarrolló mejor que lo que había esperado. Con respecto al Coloquio Lippmann, el progreso “fue extraordinario”. Claro está que una parte de la concurrencia fue poco receptiva a las preocupaciones extraeconómicas ya defendidas por Röpke y Rüstow en agosto de 1938. El economista alemán no convenció con su perspectiva de una agricultura no sometida a las leyes del mercado. Pero desarrolló ampliamente, con el apoyo de Eucken, su punto de vista sobre la cuestión alemana, abogó en favor de una política drástica combinando descentralización, reforma monetaria y deflación. La acogida calurosa reservada a su amigo de Friburgo lo regocijó, ya que de tiempo atrás se consagró a la reintegración de sus camaradas alemanes a la comunidad intelectual occidental. Sobre todo, Röpke se reconoce plenamente en la visión del mundo del neoliberalismo en gestación, afirmando que los valores “centrales de la civilización están en peligro”, evocando la “crisis de nuestro tiempo” y la necesidad de conocer las causas morales y económicas. Röpke parece persuadido de que la tempestad de ideas sobre las orillas del lago Léman firmó el acta de defunción del viejo liberalismo. Mises habría sido “aislado de una manera casi tragicómica” y Hayek se habría abierto a la reflexión sociológica y cultural sobre la crisis. De hecho, en el Mont-Pèlerin, había consenso alrededor de la idea de que las fuerzas del mercado no bastan para garantizar la libre competencia. Para Röpke, la única inquietud es el porvenir de la joven sociedad: “Queda por verse lo que se va a realizar”. Rápidamente, sus inicios aparecen complicados. Según Albert Hunold, numerosos son los que la consideran como paralizada, En una época en que la distancia ejerce aun su restricción, perennizar el impulso inicial parece un desafió.
El coloquio del 3 al 10 de julio de 1949 en Suiza, en la pequeña ciudad de Seelisberg, fue crucial. Al día siguiente la dinámica neoliberal había sido definitivamente lanzada. Los siguientes coloquios (en Bloemendal en Holanda en septiembre de 1950 (Solchany, J., 2015: 372)22 en Beauvallon en Provence en Francia en septiembre de 1951 (Solchany, J., 2015: 373-373),23 de nuevo en Seelisberg en 1953, en Venecia en septiembre en 1954, en Berlín oeste en agosto/septiembre de 1956, de nuevo en Suiza, en Saint-Moritz, en septiembre de 1957 (Solchany, J., 2015: 372-373),24 en Princeton en septiembre de 1958 (Solchany, J., 2015: 386),25 en Oxford en septiembre de 1959, en Cassel en septiembre de 1960 (Solchany, J., 2015: 374, 378, 380-381)26 y en Turín en septiembre de 1961 (Solchany, J., 2015: 375)27 testimonian de un real ascenso del pensamiento neoliberal aunque, hay que reconocerlo, con altos y bajos, así como tensiones internas entre Friedrich Hayek y Wilhelm Röpke. Dichas tensiones resultarían del hecho de que la SMP encarnaría una línea ultra-liberal fundamentalmente diferente de la más progresista encarnada hasta entonces por Walter Lippmann, Loius Rougier y Wilhelm Röpke. Sin embargo, esta discrepancia no debe ser exagerada ya que Röpke no es menos antiestatista ni repugna menos el Estado-Providencia que lo que lo repugna Hayek. La realidad de las divergencias internas no debe disimular la substancia del consenso anti colectivista que confiere una fuerte cohesión al neoliberalismo (Solchany, J., 2015: 251-270).
Es difícil medir hasta qué punto la aventura institucional que representaba la SMP iba a contracorriente de las tendencias dominantes en el periodo. En efecto, esta fase histórica era cuasi unánimemente percibida como la del intervencionismo económico y el ascenso inexorable de los Estados-Providencia en Occidente, bajo formas diferentes según las naciones pero siguiendo una tendencia general que parecía remitir definitivamente al pasado el liberalismo clásico (Galbraith, J.K., 1962: 31).28 La extrema marginalidad de la SMP, difícil de imaginar retrospectivamente, no duró eternamente. En efecto, la Sociedad comenzó a conquistar a partir de mediados de la década de 1970 una gran reputación internacional a raíz de la obtención del premio Nobel de economía en 1974 y 1976 de Hayek y Friedman, dos de sus miembros más celebres (Audier, S., 2012: 191-193). Esta transformación espectacular corresponderá a una mutación histórica, la de la contrarrevolución liberal de Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en Estados Unidos y al cuestionamiento creciente de soluciones económicas estatistas e intervencionistas denominadas keynesianas.29 Al final de su vida Karl Popper, amigo de Keynes y uno de los miembros fundadores de la SMP señaló que dicha Sociedad tenia por función histórica proveer un contrapeso a los numerosos intelectuales que optaron por el socialismo y que su más grande éxito había sido alentar a los que luchaban contra la autoridad preponderante de Keynes y su escuela (Audier, S., 2012: 191-193).
La situación en 1947 es muy diferente a la del Coloquio Lippmann. En esta ocasión Hayek encarna el liderazgo de la renovación liberal,30 pero no tanto como se pretende. Aunque la SMP se fundó con un apoyo decisivo de los economistas alemanes y suizos (Wilhelm Röpke, Albert Hunold y William Rappard), la posteridad, a menudo, solo retuvo el nombre de Hayek. Aún más, en las evocaciones contemporáneas del nacimiento de la Sociedad, al lado del nombre de Hayek, aparece el de Friedman como si hubiera estado liderando la Sociedad desde 1947 y olvidando que durante más de una década el economista de Chicago desertó sus encuentros. Como Friedman formó parte de las glorias de la SMP en la década de 1970, se presume que así fue desde su origen. Se mantiene en la penumbra que Röpke (inspirador del modelo alemán de “economía social de mercado”) con un perfil económico, político e ideológico completamente diferente de Hayek fue un miembro fundador de la Sociedad muy importante que jugó un papel fundamental impidiendo el predominio del liberalismo hayekiano. Su alianza en función de un objetivo frente a enemigos comunes no debe ocultar las profundas divergencias (Audier, S., 2012: 223-232). Desde sus inicios la Sociedad presentó una evidente heterogeneidad lejos de la imagen de una vanguardia totalmente compacta de evangelistas del mercado (Dixon, K., 1998) listos para imponer una ideología monolítica. Las discusiones fueron muy animadas en torno a varios temas: los monopolios, los sindicatos, la distribución del ingreso, el patrón oro, las políticas en materia agrícola, entre otros (Wapshott, N., 2013: 241).31 No hubo un real consenso entre los que abogaban por una especie de reactivación del libre mercado y los que se manifestaban más bien por un modelo socioeconómico cierto, liberal y anti-socialista, a menudo conservador, pero más preocupado por la solidaridad y la protección social. Entre los dos tipos de posiciones, toda una gama de puntos de vista intermedios o de opiniones singulares se expresaron en un cuadro institucional que pretendía ser una discusión científica abierta y no una oficina de propaganda política. Así, por ejemplo, en el tema de los sindicatos una discrepancia separaba, por un lado, Rappard y Hunold, y, por el otro, Hayek, Mises y Machlup. Los primeros proclamaban una forma de colaboración y de solidaridad entre patrones y asalariados, en un horizonte ciertamente muy conservador de paz social y para evitar el auge del Welfare State; los segundos preconizaban políticas mucho más duras de limitación y represión del sindicalismo obrero. En particular, Hayek no proponía la supresión de los sindicatos, sino la supresión de un monopolio de representación que desde su punto de vista constituye una violación flagrante de la regla de derecho (Audier, S., 2012: 232-238).
No hay que perder de vista que toda la familia del nuevo liberalismo alemán (en el momento en que Alemania será el principal país de Europa que abiertamente trazó una vía económica liberal) se reunió en la SMP con, por un lado, los que habían huido del nazismo, como Röpke y Rüstow, y, por el otro, los que habían continuado a trabajar bajo el Tercer Reich y cuyo prestigio se volverá muy grande tras el nazismo y la implementación de la “economía social de mercado”, Eucken y Erhard (White, L. H., 2014: 284).32 Durante los primeros años de la Sociedad, el enfoque de Röpke, que sedujo incluso a socialistas y hombres de izquierda, atrajo la atención tanto más porque era amigo y cercano consejero de Ludwig Erhard. Ministro de Economía y de Finanzas de Adenauer entre 1949 y 1963 (y sucesor de Adenauer durante tres años), Erhard será considerado como uno de los padres del “milagro económico alemán”. Su nombre está asociado al advenimiento de la economía de mercado en la Alemania de posguerra. Su amigo Röpke que aconsejará también a Adenauer apoyará sistemáticamente sus decisiones. En la medida en que encarnaba la realización concreta de la economía de mercado, cuando Gran Bretaña y Francia eran percibidas como modelos dirigistas e intervencionistas, Erhard era un personaje acogido favorablemente más allá del campo alemán, incluso por el mismo Hayek. Sin embargo, también suscitará una desconfianza ostentada entre los más radicales como Mises que seguramente decían en voz alta lo que los otros murmuraban. Por lo que toca a Eucken la relación con Hayek es también compleja. El viejo profesor que había fundado en durante la década de 1930 la Escuela de Friburgo y el ordo liberalismo fue aureolado en el contexto del fin del nazismo y de la conversión progresiva de Alemania a la economía libre.33 Hayek conocía a Eucken y decía apreciarlo mucho. De hecho, el austriaco tenía mucho más simpatía por el enfoque económico de Eucken que por el liberalismo sociológico de Röpke y de Rüstow. Sin embargo, aunque haciendo el elogio de Eucken por haber trabajado al renacimiento del liberalismo, Hayek en algunas ocasiones tenía tendencia a minimizar el aporte de su colega alemán situándolo como un seguidor de Mises como si fuera su alter ego o su epígono. Ahora bien, Hayek no podía ignorar que esta presentación estaba sesgada, ya que había más que diferencias de matices entre Mises y Eucken e incluso entre el mismo y el economista alemán. Como recordara Röpke, en 1949, en el coloquio en Seelisberg, Suiza, una controversia muy importante opuso a Eucken y Mises con respecto al papel de los monopolios, las misiones que incumben al Estado y el papel de la ley. Dicha controversia fue simbólica de una lucha por las orientaciones que iba a seguir la SMP entre las diferentes vertientes del liberalismo (Audier, S., 2012: 252-255).
Para Hayek, en lugar de perderse en los detalles técnicos, los intelectuales socialistas satisficieron un “deseo legítimo” de comprender los fundamentos racionales del orden social para construir una nueva sociedad. Frente a esta actitud conquistadora, los “liberales del viejo estilo”, deplora Hayek han sido impotentes: dejaron difundir los principios socialistas que minan los fundamentos de una sociedad libre. El tiempo llegó para los liberales de una contraofensiva masiva e intransigente: les falta aún “una utopía liberal”, un programa que no exprese ni una defensa del orden instituido, ni un socialismo moderado, pero que vehicule un verdadero “radicalismo liberal” emancipado de los intereses en presencia o del horizonte pragmático de lo realizable. Para Hayek, el liberalismo debe así aprender del socialismo que el valor de la utopía permitió volver posible, a largo plazo, lo que parecía imposible. En palabras de Hayek:
La principal conclusión que el verdadero liberal debe sacar del éxito de los socialistas es que fue su valor a la hora de ser utópicos lo que les granjeó el apoyo de los intelectuales y, por lo tanto, una influencia en la opinión pública que está haciendo posible todos los días lo que hasta hace poco parecía imposible […] Una vez más debemos hacer de la construcción de una sociedad libre una aventura intelectual, un acto de valentía. Lo que nos falta es una utopía liberal, un programa que no parezca ni una mera defensa de las cosas como son ni un socialismo aguado, sino un radicalismo verdaderamente liberal que no evite las susceptibilidades de los poderosos […] que no sea demasiado práctico y que no se limite a lo que hoy nos parece políticamente posible (Hayek, F., 1969: 190-191).
Cabe recordar que tras el coloquio inaugural de Vevey, la SMP fue registrada en Illinois como una General Non Profit Corporation. Dos instituciones jugaran un papel capital en el devenir americano de la Sociedad: el Volker Fund y la Fundation for Economic Education. Ciertamente, estas instituciones no tenían necesariamente en todos los temas la misma visión que Hayek, pero contribuirán fuertemente a las orientaciones de la Sociedad en el sentido de una apología sin matices del libre mercado. Y Hayek, al lado de Mises jugó un papel capital en esta radicalización vinculada al peso de estas instituciones. De golpe la SMP dependió del apoyo financiero americano y en particular del Volker Fund. Ahora bien, si estas instituciones estaban dispuestas a pagar sumas considerables no era por el gusto desinteresado por las libres discusiones académicas sobre la filosofía de la libertad sino porque tenían que emprender un combate. Una de las grandes novedades de la SMP con respecto al Coloquio Lippmann, fue la influencia que tuvieron de entrada las instituciones patronales de promoción de la libre empresa y de un liberalismo extremo (Audier, S., 2012: 288-291).
La novedad del primer Coloquio de la SMP en 1947 con respecto al Coloquio Lippmann fue también la entrada con fuerza de la Escuela de Chicago debido a los estrechos vínculos de Hayek con Henry C. Simons y con Aaron Director. Sin embargo, la Escuela de Chicago en 1947 no tiene la misma composición ni la misma orientación que tuvo a partir de la década de 1970 (Audier, S., 2012: 305-308). Podemos incluso ir más lejos diciendo que bajo la denominación Escuela de Chicago se entiende otra cosa que lo que se entendió más tarde. Por ejemplo, Milton Friedman, el economista más célebre de esta Escuela, no era aún el líder de la revolución liberal de los setenta. Ni siquiera era el economista más importante de la Escuela de Chicago, dominada por figuras como Frank Knight y Henry C. Simons (quien murió antes de la creación de la SMP), muy respetados desde la década de 1930. Knight, bien conocido por sus investigaciones sobre la incertidumbre, lejos de ser un apóstol ultraliberal del mercado anticipó algunas críticas al liberalismo. Es evidente que el liberalismo de Knight era profundamente diferente del de Mises y Hayek, o del que será el de Friedman. En la década de 1960 lanzará incluso muy vivos ataques contra los extremistas del laissez-faire y del individualismo, es decir, como lo precisa el mismo contra sus “amigos” de la SMP. Muy alejado de lo que será la metodología positiva de Friedman, desarrolló un pensamiento que subraya el pluralismo de los valores y las elecciones, subvirtiendo profundamente el modelo del homo oeconomicus. Sus posiciones no tienen nada que ver con el fundamentalismo de mercado que inundará el mundo a partir de los años setenta del siglo pasado. De hecho sus posiciones manifiestamente suscitaron desconfianza entre los libertarios de la Fundation for Economic Education, muy activos en la SMP.
El joven Friedman (34 años) asistirá al primer coloquio de la SMP en lo que será su primer viaje a Europa (Friedman, M. y Rose Friedman, 1998: 159)34 Hayek decide invitarlo a sugerencia de Director cuñado de Friedman. Pero el joven economista de Chicago que no conocía bien a Hayek no tuvo ningún papel importante ni en el plano organizacional ni ideológico (Audier, S., 2012: 310-313). Más tarde considerará que el encuentro del Mont-Pèlerin tendrá una influencia muy importante por su interés por las cuestiones más directamente políticas y por su apoyo a una línea doctrinal abiertamente liberal. Sin embargo, no hay que sobreestimar su compromiso al lado de Hayek en los años cincuenta: estará casi ausente durante cerca de diez años en los coloquios de la Sociedad, lo que parecen ignorar quienes no cesan de repetir que fue el alma del movimiento. Es, sobre todo, a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta que tanto en el plano institucional como doctrinal que Friedman comenzará a jugar un papel crucial en la Sociedad justo en el momento en que esta atravesará su más grave crisis que conducirá a la deserción de una parte de los suizos y los alemanes. Además, sí defenderá también un liberalismo intransigente e incluso extremista será sobre bases epistemológicas diferentes a las de Mises y Hayek. Si Friedman comparte ciertos combates de los economistas austriacos, se distingue intelectualmente por su adopción de métodos positivistas de análisis, su reemplazo de la incertitud indeterminada a la Knigth por el riesgo determinado y su reinterpretación de la teoría cuantitativa de la moneda. Tras el coloquio del Mont-Pèlerin, Friedman publica en 1948: A Monetary and Fiscal Framework for Economic Stability, que marca su compromiso en favor del libre mercado y una de las primeras formulaciones notables de su visión monetarista, en el mismo momento en que las agencias gubernamentales adoptan enfoques mucho más intervencionistas que los preconizados en la década de 1930 por Simons. A partir de los años sesenta del siglo pasado, Friedman optará por tesis mucho más radicales contra el intervencionismo.
En los años cincuenta y sesenta se asistirá a una radicalización de la organización de Hayek, en parte explicada por los vínculos cada vez más estrechos con el polo más liberal de los libertarios (Murray Rothbard) y con los círculos patronales americanos anti-New Deal (Audier, S., 2012: 320-322). Se puede incluso afirmar que la SMP se americaniza a tal grado que su líder de hecho, Hayek, se vuelve una figura universitaria e ideológica americana. Este último deja en 1950 la London School of Economics para ir a la Universidad de Chicago donde enseñó durante doce años. Entre los factores que pesaron en su exilio hacia Estados Unidos está el gran éxito que tuvo en este país Camino de servidumbre que fue para él una agradable sorpresa (Romero Sotelo, 2016: 52-53; Solchany, 2015: 384-386).35 Aunque hay que precisar, que incluso en Estados Unidos Hayek se enfrentará, como Mises a fuertes obstáculos institucionales (Mises, M., 1976: 75; Romero Sotelo, 2016: 95-96; Simonnot, P., 2003),36 y será considerado también como un pensador atípico y minoritario. Su entronización académica no resultó fácil. La publicación de Camino de servidumbre lo había ampliamente descalificado en el campo científico y resulta significativo que incluso en Chicago no logró la adscripción al departamento de economía: fue nombrado en otro departamento (con financiamiento externo) para ocupar una catedra de Ciencias Morales y Sociales (Wapshott, N., 2013: 244-245).37 Durante este periodo, Hayek, reafirma su abandono de la teoría económica pura que comenzó en 1941 con la publicación de La teoría pura del capital para dedicarse totalmente al estudio de la filosofía, la política, la psicología, el derecho y la historia de las ideas en el cuadro de un proyecto único para proporcionar fundamentos nuevos (económicos, jurídicos y filosóficos) al liberalismo (Dostaler, G. y Diane Ethier,1989). Parecería que para Hayek, la batalla por las ideas económicas en el mundo universitario se hubiera vuelto demasiado ingrata por el predominio del keynesianismo y la economía walrasiana, y haya decidido abandonarla. Sin embargo, su batalla la continúa en la SMP que celebra su novena reunión en septiembre de 1958 en Princeton, Nueva Yersey, Estados Unidos. En ese mismo mes un grupo importante de los asistentes a la reunión de la SMP (Mises, Hayek, Bruno Leoni, Albert Hunold, JohnV.van Sickle, Bernard Pfister, Daniel Villey, W.H. Hutt, Antony Fisher, Ernest Bieri, A. A.Shenfield) viaja a la Ciudad de México para participar en una serie de eventos organizados por el Instituto de Investigaciones Sociales y Económicas (Romero Sotelo, 2016: 214).38
En el año 1959 Hayek publica Los fundamentos de la libertad señalando en su prefacio que “si la dedicatoria de este libro significara un homenaje más que exteriorizar un objetivo la consagraría a los miembros de la Mont Pèlerin Society y de modo singular a sus dos más destacadas personalidades intelectuales: Ludwig von Mises y Frank H. Knight” (Hayek, F., [1959], 1982: 15). Desgraciadamente, para Hayek, las escasas ventas que contrastaban con el gran éxito de Camino de servidumbre aparecido en los cuarenta coincidieron con una crisis de la SMP que después de varios años de perder y reducir su membresía, “se vio desgarrada por el faccionalismo, la animosidad personal y unas disputas internas. Los problemas internos, de una institución que Hayek consideraba como suya, le agobiaron tanto que en la reunión de 1960 dimitió como presidente y se negó a asistir a la reunión de 1961” (Wapshott, N., 2013: 252). Como lo recordará, el economista liberal Sergio Ricossa que frecuentó a Hayek en la SMP y coorganizó el tumultuoso coloquio de Turín en 1961, el teórico de la Escuela Austriaca desconfiaba mucho de toda idea de capitalismo social y no compartía de ninguna manera la utopía que cultivaba Röpke de la civilización agraria y de la pequeña empresa familiar, sin hablar del espíritu de solidaridad cristiano. A pesar de eso, Hayek hizo una alianza con esta figura central del liberalismo sociológico que era Röpke -antes de romper con él- como también se alió con Friedman de quien bajo cierto aspecto estaba más cercano. No obstante, no cabe la menor duda de que todos estos liberales compartieron combates comunes que los hicieron reencontrarse al menos parcialmente, lo que no debe impedirnos ver que los paradigmas de la corriente calificada de neoliberal son mucho más heterogéneos que lo que generalmente creen sus adversarios (Audier, S., 2012: 40).
En la década de 1960 Friedman comienza a adquirir una gran notoriedad (Audier, S., 2012: 322-326). Su famoso libro Capitalismo y libertad publicado en 1962 (un año antes de la aparición de su estudio más científico: A Monetary History of the United States, marca un viraje ideológico (Guillén, H., 1997: 45-72). Dicho libro que hace una apología del capitalismo constituye una etapa decisiva en la ofensiva de un cierto radicalismo liberal: si bien conserva aún algunas pizcas de las enseñanzas de Simons cuando evoca la necesidad del Estado como garante de las reglas del mercado, se muestra mucho más intransigente en la apología del capitalismo competitivo que sus viejos maestros de Chicago. Como prueba de esto, recordemos que no suscribe la crítica que hace Simons de los monopolios y su proposición de algunas nacionalizaciones. Incluso en la cuestión social, en particular por lo que toca al salario mínimo, Friedman tiene un enfoque aún más radical que el de Hayek de Camino de servidumbre, renovando su actitud de vincular íntimamente capitalismo y libertad. En la SMP, la manera de proceder de Friedman seduce más que la de Mises y Hayek. Esto tiene mucho que ver con las diferencias de fondo entre la Escuela Austriaca y la Escuela de Chicago. En efecto, sobre todo a partir de los años cuarenta los dos austriacos otorgan un papel cada vez más central a un enfoque cada vez filosófico y metodológico, en tanto que Friedman y su escuela privilegian un enfoque estadístico dominante entre los economistas. Las tesis liberales en favor de un Estado muy limitado que Friedman defiende no surgen únicamente de tomar una posición en el campo filosófico y epistemológico: se presentan también como conclusión de un trabajo de depuración de datos estadísticos. En su A Monetary History of the United States, Friedman y Schwartz sugerían que la economía de mercado no estaba necesariamente sujeta a crisis del tipo de las experimentadas en la década de 1930, como lo creían por el contrario los keynesianos: la condición suficiente para evitarlas era que las autoridades monetarias no cometieran errores demasiado graves. Apuntando al papel del banco central en la crisis de los treinta del siglo pasado, Friedman acordaba en este trabajo, como en otros, una importancia capital a la política monetaria. Si el “monetarismo” tuvo tanto impacto fue porque aparecía como el resultado de una demostración científica y no de una tesis filosófica.
Durante esta fase (1960-1980), la Escuela de Chicago evolucionará hacia tesis más favorables al libre mercado y cada vez menos orientadas hacia una cierta forma de regulación, a la manera del Simons de los años treinta del siglo pasado (Audier, S., 2012: 326, 362-363). Claro está que la Escuela de Chicago no defenderá generalmente posiciones tan radicales como las de los “libertarios” abiertamente anti-estatales, pero algunas veces se aproximará sensiblemente. Es, sobre todo, a mediados de la década de 1970 con el cambio profundo en la evolución económica y política del mundo -el gran viraje liberal que anuncia parcialmente la futura globalización denominada neoliberal- que la SMP adquiere una autentica visibilidad a tal grado que algunos le atribuyen un papel en las mutaciones históricas que contribuyeron repentinamente a su gloria. Dos de sus representantes, Hayek en 1974 (Dostaler, G. y Diane Ethier, 1998: 5)39 y Friedman en 1976 reciben el premio Nobel de economía. Para Hayek se trata del fin de un largo periodo difícil durante el cual sus ideas, cuando eran mencionadas, era para señalar que habían sido superadas por las de Keynes. Por su parte, Rothbard, el líder libertario, también miembro de la SMP, se felicitaba de que gracias al premio Nobel acordado a Hayek, haya habido un cambio en la correlación de fuerzas en la nebulosa ultraliberal: finalmente se consagraba la “Escuela Austriaca” paradigma rival de la ortodoxia positivista neoclásica durante mucho tiempo dominada por Friedman.
El triunfo tardío de Hayek y de Friedman en el plan ideológico se hace en ruptura con el viejo neoliberalismo de la década de 1930 (Audier, S., 2012: 326, 366). Así, por ejemplo, en el coloquio de la SMP organizado en Michigan en 1975 para celebrar al maestro recién novelizado, el viejo Machlup hace un balance muy orientado y troncado de la Sociedad. En efecto, no dice nada acerca de la perspectiva “neoliberal”, “intervencionista” e incluso “social” de Rappard, Hunold y Röpke que habían formado parte de la Sociedad. Todo se centra en la figura demiúrgica de Hayek como si hubiera sido el único iniciador de la Sociedad. Los nombres de los alemanes, suizos, franceses e italianos son borrados de la fotografía. Un ocultamiento que es muy revelador de las discordias en el seno de la SMP en los años sesenta del siglo pasado. Además, el homenaje a Hayek se hace precisamente en el momento en que Friedman adquiere un gran prestigio, al grado de eclipsar parcialmente a Hayek: durante la década de 1970 el maestro de Chicago se vuelve el más notable entre los liberales extremos, incluso antes de la obtención del Nobel en 1976. El triunfo tardío en el plan ideológico de Hayek y Friedman se cumple en ruptura con el viejo neoliberalismo de los años treinta del siglo pasado. Que esta palabra cayó en desuso entre los partidarios del nuevo enfoque, lo confirmó el coloquio de la Sociedad realizado en París en 1976. Mientras el maestro de Chicago conquista la gloria con la obtención del Nobel, la mayoría de los conferencistas que celebran el advenimiento de las ideas de la SMP, las de Friedman pero también las de Hayek, hacen alarde de un liberalismo radical sin complejos, atacando la herencia ordo-liberal y la “economía social de mercado”. No solo eso sino que, la SMP se comprometió con la dictadura chilena al organizar su coloquio regional de 1981 en Viña del Mar, estación balnearia chilena. Los conferencistas no solo no cuestionaron la política del gobierno de Pinochet, sino que algunas intervenciones sobre la democracia limitada parecían apoyarla (Dardot P./Christian Laval, 2010:268).40 Y en 1997, en el cincuentenario aniversario de la Sociedad, su nuevo presidente, Edwin Feulner, quien conoció bien a Hayek y Friedman, señalará varias veces su orgullo de que el Chile de los Chicago Boys haya mostrado al mundo entero la vía de la recuperación socio-económica gracias a un modelo de liberalización y privatización, incluso en el dominio de las pensiones (Audier, S., 2012: 326, 379).
Durante la década de 1980 se ve aumentar dentro de SMP el peso de algunas figuras científicas y doctrinales de primer plano que eclipsan un poco a Hayek (Audier, S., 2012: 326, 381-384). Tal es el caso de James Buchanan, teórico de la “elección pública” y Gary Becker, teórico del “capital humano”, que serán, uno y otro, presidentes de la Sociedad. Las numerosas intervenciones de Buchanan y Becker en el cuadro de la Sociedad y en otros lugares contribuirán a sacudir el modelo del Welfare State. El triunfo de las ideas dominantes en la SMP es bien reflejado por la lista impresionante de sus miembros laureados del premio Nobel de Economía: después de Hayek y Friedman, será el turno de Stigler (1982), Buchanan (1986), Allais (1988), Coase (1991) y Becker (1992). En estas condiciones, en 1998 con gran pompa se celebró en Suiza el cincuentenario de la Sociedad. El sitio escogido fue obviamente el Mont-Pèlerin, pero en un hotel más grande que el Hotel del Parque, el lujoso Hotel El Mirador. El número de participantes fue más importante que los 39 del coloquio inicial, pero suficientemente restringido para reproducir las condiciones y la atmosfera original. Todas las personalidades que habían asistido al coloquio de 1947 habían fallecido salvo Friedman, Director y Allais, y de estos sólo Friedman estaba presente. En sus memorias recuerda que para resituar las razones de la emergencia de la SMP, evocó el contexto de la época. El ascenso de la planificación, las nacionalizaciones y más ampliamente el estatismo: en Gran Bretaña con el gobierno laborista, en Francia con la “planificación indicativa”, en Estados Unidos con el intervencionismo estatal heredado de la economía de guerra y, desde luego, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). El balance de Friedman, cincuenta años después es, cierto, el de una derrota del intervencionismo y de una victoria de los liberales aunque muy parcial y relativa. Para el maestro de Chicago la amenaza en su forma original desapareció. La planificación centralizada fue un fracaso en todas las naciones que habían preservado un amplio espacio de libertad civil. La izquierda cambió de orientación: en lugar de intentar controlar directamente la producción, lo hace indirectamente por medio de la regulación y utilizando el sistema impositivo para redistribuir la producción. En estas condiciones, para Friedman la principal amenaza para la libertad ya no es el socialismo sino el Estado regulador y el Welfare. El balance de Friedman es completado por el de Edwin Feulner, Presidente de la SMP en el momento de la celebración del cincuentenario. Dejando de lado la contribución de Röpke, todo el honor de haber fundado la Sociedad es imputada al autor de Camino de servidumbre y todo su contenido científico e ideológico reducido a las tesis de la Escuela Austriaca, sobre todo las de Hayek, y a la Escuela de Chicago gracias a numerosas referencias a Friedman. Nada en el balance sobre el ordo-liberalismo alemán como si no hubiera formado parte de la Sociedad, ni sobre los conflictos ideológicos que desgarraron a la Sociedad al punto que casi se disolvió en 1962. Ninguna mención tampoco a la salida estrepitosa de los alemanes con Röpke a la cabeza. En la misma línea que el balance de Friedman, Feulner considera que la SMP no ha ganado totalmente la batalla de las ideas y de las prácticas. En materia de ideas se puede decir que ni el thatcherismo ni el reaganismo se apoyan únicamente en el trabajo de la Sociedad. Así, Thatcher se nutre también de ideas conservadoras inglesas y de la posición adoptada por Ronald Reagan, fuera de Hayek y Friedman, tuvo muchas otras influencias, como, por ejemplo, la de Arthur Laffer, líder de la denominada escuela de la oferta y Georges Gilder quien considera que “la pobreza es el aguijón más necesario al éxito de los pobres”. A nivel práctico, se está lejos de haber desmantelado completamente el Welfare State como lo pretendían los liberales del Mont-Pèlerin. Si bien se han logrado muchos avances en ciertos aspectos, para Feulner están lejos de ser satisfactorios, como lo demuestra que el gobierno continúa extendiéndose y volviéndose más grande incluso en las patrias de Thatcher y Reagan.
Los apóstoles del libre mercado, en particular los discípulos de Friedman y Hayek han continuado defendiendo su visión extremista del liberalismo tras la crisis financiera de 2008. Dos expresidentes de la SMP, uno cercano a Friedman y otro más cercano a Hayek han hecho un balance de la crisis que los inmuniza contra cualquier crítica. Para el economista discípulo de Friedman, Antonio Martino, el diagnóstico es simple: la crisis no proviene para nada del mercado sino de un mal pilotaje monetario por parte banco central. Para él, las decisiones de Greespan fueron ampliamente responsables de la burbuja inmobiliaria y especulativa en la medida en que este condujo una política monetaria excesivamente expansiva. Para el economista hayekiano y cercano al libertario Rothbard, el francés, Pascal Salin, la causa esencial de la crisis proviene de la extrema variabilidad de la política monetaria americana en los últimos años. Más específicamente sostiene que las verdaderas causas del mal han sido escondidas a la opinión pública: la política monetaria de la FED, la acción de entidades paraestatales, como Fannie Mae y Freddie Mac y la garantía implícita concedida por los gobiernos a las grandes instituciones de crédito (“demasiado grandes para quebrar”). Para Salin el drama proviene del hecho de que el sentido de responsabilidad con respecto a los riesgos se ha debilitado, porque se admite implícitamente que las autoridades públicas no permitirán caídas importantes en caso de dificultades. De ahí que para el expresidente de la SMP sea paradójico y escandaloso que se atribuya la crisis financiera y económica al libre mercado, cuando esta es provocada por una política monetaria mediocre y por un mal pilotaje de parte de los políticos, y en pocas palabras por excesivo estatismo. La solución para él se encontraría en regresar al laisser faire. O dicho de otra manera, regresar al capitalismo para evitar las crisis. Así, de la más grave crisis financiera desde 1929, que muchos economistas consideran como una crisis de la desregulación a la cual contribuyeron grandes figuras de la SMP (Guillén, H., 2013) el discípulo de Hayek y Rothbard concluye que solo hay una salida posible, el libre mercado y una sola responsabilidad a incriminar, la de los organismos estatales. En pocas palabras, es la culpa del Estado y no del mercado (Audier, S., 2012: 591-592).
En el cincuentenario de la SMP, solo se mantenían con vida tres participantes del coloquio inaugural de 1947: Director, Friedman y Allais. Por el lado de Chicago, se consideraba que la economía mundial en general y americana en particular, eran mucho más estatistas y no demasiado liberalizadas. Hasta su último respiro, Friedman no dejará de ser el apóstol de la libertad económica la más amplia posible sin dejar de invocar la mano invisible del mercado y fustigar el intervencionismo estatal. Sin embargo, en la misma época Allais pensaba otra cosa. Habiendo sobrevivido a Director y Friedman tendrá la posibilidad de referirse al capitalismo de la primera década del siglo XXI, en el cual verá una catastrófica expresión del laisser-fairismo liberal que siempre había combatido. Aquel que fue el único que no firmó en 1947 el manifiesto de la Sociedad, porque rechazaba la tesis tan querida por Mises, Hayek y Friedman, de una superioridad a priori de la propiedad privada sobre la propiedad pública, será considerado durante los años cincuenta y sesenta como una figura ejemplar del neoliberalismo a la francesa. En nombre de sus antiguas convicciones que definía como un liberalismo social emitirá un juicio severo sobre la denominada revolución neoliberal. Manteniéndose fiel a sus propias ideas forjadas en los años cincuenta, el premio Nobel francés evolucionara cada vez más hacia una crítica radical de la desregulación y del librecambio generalizado. Para él, la causa de la expansión del desempleo masivo de los años cincuenta y sesenta no era otra que “la liberalización mundial de los intercambios en un mundo caracterizado por considerables disparidades de salarios reales y las relocalizaciones que originan” (Allais, M., 2002: 50). En el fondo, el liberal Allais dudaba mucho del dogma de las virtudes incondicionales del librecambio. Para él, incluso si podía haber algunas veces ventajas relativas por seguir estas políticas económicas, resultaba contra indicado dejar establecer las especializaciones originadas por una política generalizada de librecambio. Considerando que los aduladores de la liberalización mundial de los intercambios desarrollaban una teoría simplista, peligrosa y falsa, Allais preconizaba ciertas formas de proteccionismo, en particular a nivel europeo. Anticipando las críticas, el economista francés afirmaba que los adversarios de toda forma de proteccionismo cometían el error de ignorar que una economía de mercado “solo puede funcionar correctamente en un marco institucional, político y ético que asegure la estabilidad y la regulación”. (Allais, M., 2002: 604). En estas condiciones no debe sorprender que el ultra-liberal Salin sospeche que el Premio Nobel no sea un auténtico liberal (Audier, S., 2012: 600--601).
Conclusión
Desde su nacimiento en los años 1930, el neoliberalismo introdujo una distancia y hasta una franca ruptura con la versión dogmática del liberalismo que se impuso en el siglo XIX. La gravedad de la crisis de este dogmatismo empujaba a una revisión explicita del viejo laissez-faire. La tarea de una refundación intelectual no condujo a una doctrina enteramente unificada. Dos grandes corrientes se hacen notar desde el Coloquio Walter Lippmann de 1938: la corriente del ordo-liberalismo alemán principalmente representada por Walter Eucken y Wilhelm Röpke y la corriente austriaca representada por Ludwig von Mises y Friedrich Hayek. Las divergencias en el seno del Coloquio Lippmann y los desgarramientos en la SMP, no pueden ser relativizados o reducidos a banales luchas de poder. En la nebulosa calificada de neoliberal, los modelos epistemológicos, las concepciones filosóficas o incluso las opciones programáticas se enfrentan. Varias visiones del mercado, del papel del Estado, del derecho y de la moral coexistieron en la SMP. Sin embargo, si bien el neoliberalismo no es un bloque monolítico manifiesta igualmente cierta constancia o identidad, más allá de las épocas y las escuelas, como el anti- estatismo que constituye el núcleo duro del discurso neoliberal contemporáneo. La dominación del discurso que reclama aparentemente menos Estado se explica -entre otras cosas- por una empresa consciente y planificada de difusión de consignas liberales. Existe una ideología, un movimiento, una nebulosa de prestigiados pensadores, de intelectuales orgánicos, periodistas, think tanks, sitios Internet, publicaciones destinados a la popularización de las ideas neoliberales. Sin embargo, la idea de que las reglas son necesarias al buen funcionamiento de la competencia está precisamente en el corazón del neoliberalismo. De una manera más general, el Estado no llega después del mercado, simplemente porque el Estado en realidad siempre ha estado ahí, no ha cesado un instante de existir, como Marx lo había subrayado en su tiempo, el Estado es una palanca poderosa destinada a quebrar los obstáculos de toda naturaleza al proceso de acumulación de capital. Una de las grandes novedades del neoliberalismo es que no considera un ilusorio regreso al estado natural del mercado, sino la implementación jurídica y política de un orden mundial de mercado cuya lógica implica no la abolición sino la transformación de los modos de acción y de las instituciones públicas en todos los países. El juego de manos ideológico que hace “desaparecer al Estado” de la escena marca sobre todo su transformación efectiva en una especie de “gran empresa”, enteramente plegada al principio general de la competencia y orientada hacia la expansión, el apoyo, y en una cierta medida, la regulación de los mercados. No sólo el Estado no ha desaparecido, no solo se está poniendo como nunca antes al servicio de las empresas, sino que el mismo se está transformando en un gobierno de tipo empresarial.