El libro Homo Imaginans I es el primero de los seis volúmenes que compilan gran parte de la obra filosófica de María Noel Lapoujade, pensadora uruguayo-mexicana, con huellas biográficas e históricas de origen francés.
Homo Imaginans I, libro que compila algunas de las conferencias en congresos, ensayos filosóficos que muestran una sólida y nutrida formación de la autora, en los cuales existe una invitación constante: aprender a vivir de la mejor forma posible. De forma simbólica e imaginativamente literal, cada ensayo tiene la potencialidad de conectarse con los demás a la manera de un tejido filosófico, mediante una ilación coherente, imaginativa, reflexiva, capaz de nutrir y expandir la conciencia del lector, sin negar una sistematicidad en el pensamiento de la autora, el cual no es lineal, ya que cada ensayo filosófico se conecta con los demás, asemejando una estructura rizomática que muestra la riqueza intelectual de la pensadora.
El texto se analoga con un libro de adivinación, en el sentido profundo del termino adivinar, conectarse con lo divino; si uno lo toma entre las manos, lo abre de forma aleatoria, hallará en la página “azarosamente dispuesta” panoramas filosóficos que conducen a cavilar imaginativamente sobre la divinidad, el misterio, la mística, el arte, sin perder la conexión de la hoja, de la cual se partió. Por lo que la imaginación se eleva como un horizonte que expande y genera conocimientos vitales.
Lapoujade es la precursora de la filosofía de la imaginación en México. Cultiva y desarrolla la imaginación como fuerza motora e inventora de pensamientos, ya que tiene la potencialidad de transformar, transfigurar, metamorfosear el mundo de mil formas, imposiblemente posibles, construyendo una vía de acceso al ser: “la imaginación se convierte en una vía de acceso a la ontología. En cuanto avanza en la realidad cancelando límites existentes e inexistentes, descubiertos o puestos, inicia una labor de unificación, promoviendo síntesis, agregaciones, vínculos, figuraciones, metamorfosis” (Lapoujade, 2014: 213). Uno de los grandes aportes de la filósofa reside en que revalora la imaginación como vía de acceso y construcción ontológica, penetrando a regiones inaprensibles, al reino de lo fenoménico sensible, al reino de la razón lógica, al traspasarlos.
La filósofa influenciada por Kant acuña la idea de sujeto trascendental, y con éste fundamenta la naturaleza del entendimiento humano. El sujeto trascendental siente, percibe, razona, imagina, concibe estas facultades a priori que son propias del entendimiento humano, nombrándoles universales biológicos, ya que todos los humanos comparten la misma estructura cognitiva; sin embargo, los contenidos de éstos se particularizan en los diversos contextos simbólico-culturales. Al posicionar a estos universales biológicos, edifica una antropología horizontal, ya que cualquier sujeto es trascendental, debido a que siente, percibe, razona, imagina, independiente de su contexto geográfico u horizonte histórico. Por lo que la imaginación, como un universal biológico, tiene la potencialidad de alimentar conceptos vacíos al nutrirlos de contenidos simbólico-culturales, que remiten a contextos particulares, vinculando así los universales biológicos con los contextos particulares, propios de cada sociedad.
A su vez, la autora posiciona la imaginación como propulsora de conocimientos vitales, debido a que tiene la potencialidad de ver,1 como un acto visionario que traspasa lo meramente ordinario. No es lo mismo ver unas rocas mediante la consciencia fenomenal que verlas como “las rocas sedimentarias guardan los fósiles y sus huellas, conservan la impronta de plantas y animales; así narran la historia de la vida en la Tierra” (2014: 316). Sin imaginación, el conocimiento no puede germinar, ya que ve, transforma, metamorfosea, devela, ahonda, incitando a plantear las preguntas siempre perennes e inconmensurables que discurren sobre la vida, el origen, el cosmos, el sentido de las cosas, la condición humana, etcétera; incógnitas filosóficas que en sí mismas producen crisis.
Para la pensadora, las crisis son saludables y necesarias, sin éstas es imposible que el conocimiento se genere o que la vida se transforme. “Si no hay crisis, no hay historia, no hay hombre, no hay vida” (2014: 73), y es la imaginación una de las condiciones que invita a indagar, cuestionar, plantear preguntas y respuestas, imaginativamente impensables y creativamente posibles, que se materializarán en cada contexto sociohistórico.
Lapoujade abre sus ojos a la violencia, a la explotación, a las xenofobias, que también han sido propiciadas por la imaginación distorsionada, sin embargo no puede aceptar que la vida sucumba. “La guerra, el asesinato, la tortura, el sadismo, las alucinaciones, el doble, los celos, en un ensordecedor enjambre de dolor, de pesar, de asfixia, de sometimiento, en fin de inhumanidad, se adueñan de nuestra especie cruelmente estúpida” (2014: 400). La maldad y la violencia surgen en el dolor, en la asfixia de la imaginación pervertida y patológica, juega un papel fundamental como símbolo de negación de la vida. “Ella segrega su propio veneno. Lo que imagina es. Se esfuman las fronteras, se acabó el juego; se acabaron los límites entre realidad y ficción” (2014: 412).
Lapoujade rastrea el origen de la maldad, la cual ha sido uno de los temas filosóficos; la aborda desde el Corpus hermeticum, escrito esotérico atribuido a Hermes Trismegisto, realizando así una exégesis simbólica e imaginativa. En ella señala que se puede salir de la maldad mediante la búsqueda de la luz, ya que es símbolo de la vida, y la vida nunca buscará la muerte como radicalidad absoluta.
La pensadora apuesta por la filosofía de la imaginación como la propulsora de los impulsos vitales, siempre y cuando infrinja, quebrante, traspase los discursos necrófilos que reinan en gran parte de los círculos posmodernos.
Lapoujade apuesta por el hombre pleno, quien tiene la potencialidad de dar vida a lo maravilloso, a lo informe, a lo imposible, ontológicamente real, siendo posible, por que es un sujeto imaginativo y creativo; “la imaginación se sitúa en el núcleo de una actitud humana ético-estética ante el mundo de la que nacerán filosofía y poesía como formas de saber” (2014: 244). Se puede decir que la imaginación se eleva como un camino de transformación existencial ética-estética, capaz de trascender a la violencia, la crueldad y el dolor, símbolos de la obscuridad; asemejándose a una llave alquímica, capaz de transformar los panoramas necrófilos actuales en horizontes vitales, ontológicamente reales; invitando a que el humano pleno construya de las mejores formas el mundo en el que habita, siendo esto posible, ya que la imaginación tiene la potencialidad de poder despertar de las peores pesadillas, debido que redimensiona el valor cualitativo de la vida, gracias a que accede a las múltiples manifestaciones de la vida, convirtiéndose en la vía conciliatoria entre la especie humana y la historia del cosmos, incitando a situar a la especie humana como parte del panorama cósmico-vital. Así la consciencia imaginante invita a recobrar la historia del universo y a observar que la especie humana es uno de sus instantes, permitiendo romper con la opresión de cualquier discurso antropocéntrico radical, de orden biológico o cultural, revalorando la vida como símbolo de luz cósmica, que va más allá de la vida humana.
Sólo resta agradecer a Lapoujade por invitarnos a imaginar-creativamente, la posibilidad de construir mejores mundos posibles…