Introducción
El hecho mismo de que las ciudades existan en un mundo de otras ciudades significa que cualquier tentativa de discurso general o teórico acerca de las ciudades, o bien depende de una reflexión comparativa o bien invita a ella. ¿Qué constituye una ciudad?, ¿cómo se organizan las ciudades?, ¿qué pasa en ellas?, ¿hacia dónde vamos? En un mundo de ciudades, éstas y muchas otras preguntas invocan un gesto comparativo. El teórico incipiente se encuentra preguntándose a sí mismo sobre los muchos estudios que lee de diferentes partes del mundo: ¿estos procesos son los mismos que ocurren en la ciudad conocida? ¿Estos procesos son tal vez similares por diferentes razones? ¿O se trata de temas que han sido considerados de relevancia limitada para los temas urgentes en los contextos que me son familiares? Actualmente, en el funcionamiento generalizado de esta característica comparativa de los estudios urbanos, el “mundo de las ciudades” ha sido analíticamente truncado, lo que significa que las experiencias de muchas ciudades de todo el mundo han sido ignoradas, incluso cuando se están elaborando las conclusiones más amplias sobre la urbanidad contemporánea. Por ello, sugiero que revitalizar el gesto comparativo es un requisito importante para un enfoque internacional y poscolonial de los estudios urbanos.
Las demandas para la comparación quizá se han intensificado en una era en la que el estudio de la “globalización” atrae cada vez a más y más urbanistas para considerar las experiencias de ciudades en todo el globo, desde que las actividades económicas y sociales, y las estructuras de gobierno en diferentes ciudades, están vinculadas entre sí en extensas espacialidades, por medio de flujos de diversos tipos y redes de comunicación intensas. Para la política urbana, esta conectividad ha conducido el interés de aprender de las experiencias de todo el mundo, con un interés a veces frenético en la circulación aparentemente sin resistencia de los conocimientos de una ciudad a otra, por ejemplo, mediante la identificación de modelos de ciudades o de las mejores prácticas. Aunque, mientras tanto, la política urbana internacional a veces parece estar preparada para comparar casi cualquier cosa en cualquier parte con el fin de aplicar las mejores ideas disponibles, los investigadores de los estudios urbanos en general han sido extraordinariamente reacios a seguir el potencial del comparatismo que se sitúa en el corazón de ese campo (Pierre, 2005). Aun cuando el interés por la globalización atrae a los autores a realizar ejercicios explícitos en comparación, tanto los recursos metodológicos como el panorama intelectual y el paisaje teórico prevalecientes limitan y socavan estas iniciativas. Como resultado, las prometedoras compilaciones publicadas que se ocupan de yuxtaponer los estudios de casos de diferentes partes del mundo, lo hacen sin permitir el involucramiento de unos casos de estudio con otros, o con marcos teóricos más generales de las ciudades. Como John Walton sugiere, mucho más se podría lograr con la riqueza de los estudios urbanos internacionales: “Si nos embarcamos en el vehículo de la comparación de las ciudades a lo largo del camino, entonces debemos permanecer a bordo hasta el final del viaje de comparar las explicaciones teóricas” (1990: 255-56).
Este artículo pretende, entonces, entender por qué un campo intrínsecamente comparativo y con una urgente necesidad contemporánea de pensar los estudios urbanos a partir de diferentes experiencias urbanas ofrece relativamente poco para la investigación comparativa. Más aún, se tratará de explicar por qué, cuando se realizan comparaciones, éstas se restringen mucho en el rango de las ciudades estudiadas. Sugiero que esto se debe a que las prácticas actuales de la investigación urbana comparativa formal crean esta situación activamente. Este artículo revisa las estrategias existentes para la comparación de las ciudades, teniendo en cuenta el potencial de las metodologías comparativas para superar estas limitaciones y satisfacer la creciente demanda de un enfoque internacional y poscolonial en los estudios urbanos, realizados éstos “a escala mundial” (Connell, 2007: 209). Se propone una nueva fase de la investigación urbana comparativa, una fase experimental, pero con rigurosos criterios teóricos para la comparación. Me baso en la espacialidad de las propias ciudades, su multiplicidad, diversidad y conectividad, para sugerir caminos para reformar los fundamentos metodológicos de un enfoque comparativo en los estudios urbanos, en especial los supuestos heredados sobre la causalidad y lo que constituye una unidad de análisis.
Espero que este enfoque revisado promueva y haga proliferar una amplia gama de formas de reflexión comparativa, a partir de compromisos críticos con la teoría urbana internacional, para activar el aprendizaje de los académicos en diferentes contextos, o en la investigación primaria mediante experiencias urbanas aparentemente divergentes. Todo ello se resume en esta premisa: los “arraigados en múltiples otros lados” (Mbembe y Nuttall, 2004: 348) de las ciudades, están presentes en las conversaciones que intercambian constantemente entre sí, y siguiendo estas conexiones podría ser rentable hacer lo mismo para los estudiosos de este mundo de ciudades.
Algunos límites analíticos del “mundo” de las ciudades
El alcance de la investigación urbana comparativa ha sido profundamente limitado por ciertos supuestos de larga data arraigados en la teoría urbana, hipótesis que proponen la inconmensurabilidad1 fundamental de los diferentes tipos de ciudades. Reforzados por las estrictas propuestas metodológicas de la investigación comparativa, estos supuestos han funcionado para restringir las comparaciones principalmente entre las ciudades que se supone ya comparten ciertos rasgos comunes específicos. En otra parte he sugerido que la naturaleza dividida de los estudios urbanos de hoy se remonta a dos maniobras teóricas (Robinson, 2006).
La primera, y más antigua, propuso una estrecha asociación entre (ciertas) ciudades y la experiencia de la modernidad. Las ciudades de los países “avanzados e industrializados”, las más ricas, fueron vistas como sitios privilegiados para la invención y la propagación de la experiencia cultural de la modernidad -la celebración y el privilegio de la novedad y la contemporaneidad-. Las ciudades fueron proyectadas por teóricos, de Georg Simmel (1997) a Louis Wirth (1964) y muchos escritores contemporáneos, como lugares donde lo viejo (lo folk, la tradición, lo primitivo) estaba descartado en favor de la modernización (como la des-individualización, la rutina, la monetización) y sus prácticas culturales asociadas (individuación, actitudes blasé,2 desencanto). Algunas ciudades fueron claramente dejadas atrás por esta oleada hacia adelante, más notablemente las ciudades en contextos que consideran la tradición como una realidad anacrónica pero presente (especialmente en África). El “otro” de la ciudad moderna no era simplemente “aquel entonces” en el pasado, sino también era “por allá” en lugares donde “lo primitivo” bien podría haberse trasladado a la ciudad, pero en el proceso reduccionista esas ciudades claramente son lugares no modernos. Ciertas ciudades modernas, entonces, se han contrapuesto con aquellas consideradas por la tradición como no modernas o problemáticas, por lo menos durante un siglo de teorización urbana, lo cual ponía su relativa inconmensurabilidad en un campo de supuestos teóricos que están muy profundamente arraigados.
La segunda maniobra teórica que ha hecho a algunas ciudades incomparables con otras es el tardío pero tal vez más devastador y divisivo movimiento del desarrollismo. Dado que algunas de las apariencias anteriores de éste se basaron en las teorías de la modernización, las interpretaciones de la modernidad y el desarrollo urbano se han reforzado mutuamente -los indicadores de lo no moderno llegaron a caracterizar un espacio urbano en función de la necesidad del desarrollo-. En las versiones iniciales de la teoría de la modernización, las prácticas culturales (tradicionales), que habían sido definidas como no urbanas y no modernas por teóricos como Park y Wirth, estaban condenadas a desaparecer frente al desarrollo que se iba a producir. Para los urbanistas los indicadores de ser [ciudades]3 menos desarrolladas, subdesarrolladas o desarrolladas están unidos a la forma y la estructura urbana: una limitada infraestructura urbana, los métodos informales en la construcción, la carencia de planificación, la falta de oportunidades económicas, las actividades económicas informales, el considerable crecimiento de la población con un limitado crecimiento económico, la dependencia externa. Por un lado, un motivo importante vino de los autores del “sur urbano”, quienes reivindicaban que las características distintivas de las ciudades del sur -como su dualidad económica (Santos, 1979)- se producen de acuerdo con una teorización diferente y específica. Además, aquellos que presentan las teorías del subdesarrollo insistieron en que la experiencia urbana de los países más pobres estaba estrechamente vinculada con la riqueza y el poder de los países ricos. Por otra parte, estos progresivos análisis, como los anteriores a las teorías de la modernización, tuvieron la desafortunada consecuencia de que iniciaron décadas de investigación urbana que asumió que las experiencias de las ciudades ricas y las ciudades pobres tenían poca relevancia unas para otras (Robinson, 2006).
La vinculación de la modernidad con el desarrollo en la teoría urbana, entonces, ha establecido un paisaje en el que se dan por sentados los supuestos acerca de la inconmensurabilidad entre las ciudades más ricas y las más pobres, y, por tanto, se reproducen literaturas separadas que encuentran pocos motivos para una cuidadosa y mutua reflexión comparativa. Sin embargo, una línea de conexión persiste, ya que las explicaciones sobre las ciudades más ricas a menudo son generalizadas bajo la pretensión de un conocimiento universal de todas las ciudades. Aunque los escritos sobre los contextos más ricos rara vez se reflejan en las experiencias de las ciudades más pobres, hay un sustancial comparatismo implícito en los textos de los estudiosos de las ciudades más pobres, quienes con frecuencia eligen o necesitan engancharse con esas “teorías” [producidas en contextos de ciudades ricas]; por ejemplo, mediante el trabajo creativo para comprender las situaciones en las que ellos están trabajando, para asegurar la publicación en revistas internacionales o para difundir los resultados de su investigación para un público más amplio.
Pocas voces dentro del campo de los estudios urbanos han insistido permanentemente en un comparatismo más amplio, que critica las bases geográficas a menudo estrechas para las reflexiones teóricas. Este punto de vista ha sido regularmente expresado por los estudiosos que trabajan en contextos pobres, quienes sienten que las ciudades que estudian merecen una consideración más amplia en el análisis teórico (por ejemplo, Southall, 1973; Lawson y Klak, 1993; Ward, 1993). Este reclamo ha tenido eco en los llamados contemporáneos a la producción de conocimiento poscolonial en la academia occidental (por ejemplo, Chakrabarty, 2000; Connell, 2007). Se trata de reconocer la localidad de mucho de lo que la teoría universal omite y de extender sustancialmente el alcance geográfico y analítico de la teoría; en los estudios urbanos esto implica la necesidad de poner fin a las explicaciones fáciles que teorizan sobre la base de las experiencias de una pequeña selección de ciudades ricas (véase Robinson, 2002, 2006; Mbembe y Nuttall, 2004; Simone, 2004; Roy, 2005). En principio, esta afirmación es fácilmente apoyada, pero en la práctica de los estudios urbanos se desmorona por la falta de argumentos con respecto a la inconmensurabilidad de las diferentes experiencias urbanas, que están profundamente arraigadas en la disciplina, sobre todo en los supuestos de los métodos comparativos.
Ciertamente, ha habido momentos en la historia de los estudios urbanos en los que el llamado para la investigación comparativa en diversos contextos urbanos se ha expresado más ampliamente -el presente trabajo es uno de ellos (véase, por ejemplo, Davis, 2005; Roy, 2005; McFarlane, 2006; Nijman, 2007; Harris, 2008; Ward, 2008)-. Mucho trabajo comparativo se realizó entre las décadas de 1940 y 1960, a partir de la coincidencia de los extendidos trabajos empíricos que buscaban probar el paradigma de la ecología social y, notablemente, las apreciaciones de Louis Wirth sobre el “modo de vida urbano”, además del crecimiento de la investigación antropológica sobre las ciudades en regiones más pobres, ya que la urbanización se desarrolló en muchas partes del mundo (Wirth, 1964; Kuper, 1965; Mitchell, 1968; Pahl, 1968). El fuerte compromiso entre los analistas weberianos y marxistas basado en las experiencias comparativas de contextos socialistas y capitalistas (occidentales), produjo un florecimiento de reflexiones comparatistas a finales de la década de 1970 y en la de 1980 (por ejemplo, Harloe, 1981; Pickvance, 1986). El libro de Castells, The City and the Grassroots4 (1983), se erige como una excepción durante este periodo y es testimonio de la posibilidad de una investigación internacional comparativa. En términos más generales, sin embargo, como se muestra en la siguiente sección, la formal investigación urbana comparativa llegó a limitarse en gran medida a las comparaciones entre Estados Unidos y Europa, a raíz del desarrollismo de la década de 1960, hasta la publicación de un trabajo comparativo reciente, más flexible e inspirado en los estudios de la globalización. De forma instructiva, John Walton concluye en 1981 una revisión de la investigación urbana comparativa con este comentario:
En el corto espacio de la última década, la ciencia social urbana ha experimentado una revolución. Grandes avances se están haciendo ahora en la elaboración de un nuevo paradigma. La mayor parte de este trabajo, sin embargo, en realidad no es comparativo y su foco geográfico ha estado en los países avanzados de Europa y América del Norte. Repitiendo las experiencias de los avances anteriores, estamos una vez más en el umbral de desarrollos que dependerán de la plena utilización de la imaginación comparativa (1981: 34).
Yo sostengo que la generalización y la construcción del gesto comparativo en los estudios urbanos dependen de la lucha contra los supuestos acerca de la inconmensurabilidad de las experiencias urbanas en diferentes contextos y en la construcción de una metodología comparativa robusta, que pueda hacer frente a la diversidad de las experiencias urbanas en el mundo de las ciudades. La siguiente sección presenta una revisión del estado actual de la investigación comparativa en los estudios urbanos, con miras a la refundación del comparatismo al servicio de un análisis más amplio del mundo de ciudades.
Estrategias actuales para la comparación en los estudios urbanos
Inconmensurabilidad
Una serie de tácticas comparativas se están usando actualmente en los estudios urbanos contemporáneos. El Cuadro 1 ofrece un resumen de las que son más pertinentes para esta discusión. Sin embargo, la primera categoría del cuadro es un recordatorio que sustenta que la relativa escasez de investigación comparativa se basa en un supuesto desarticulado, la cual indica que ninguna comparación entre ciudades es posible, porque éstas son consideradas sustancialmente diferentes, no sólo por sus niveles de desarrollo, sino también por factores culturales, contextos políticos, sistemas económicos o ambientes políticos. La hipótesis de trabajo es que en muchos casos las experiencias urbanas varían demasiado por estos criterios para garantizar la coinvestigación. En términos formales, esto implica que pocos aspectos de la vida urbana son comunes en contextos diferentes, y que los procesos causales que conforman las ciudades son tan diferentes que es poco probable que el análisis comparativo dé algún fruto.
Cuadro 1 Resumen de las estrategias comparativas urbanas y los supuestos de causalidad
Estrategia comparativa / Bases para la selección | Supuestos de causalidad | |
---|---|---|
No se puede comparar | Ninguna | Plural e inconmensurable |
Individualización | Implícita / Cualquier ciudad / Los estudios de casos no siempre construyen comparaciones o teoría | Histórica y específica |
Universalización | Más similar o más diferente | Busca una regla general (universal) |
Comprehensivo* | Involucramiento en procesos sistémicos comunes; a menudo se asume la convergencia como base para la comparación | Procesos universales, pero potencialmente diferenciados para su incorporación en el sistema y en el impacto del sistema. |
Hallazgo de variaciones | Más similar: explica las variaciones sistemáticas en contextos muy similares sobre la base de cambios o variables constantes | Universal |
Más diferente | O bien: búsqueda de la causalidad universal mediante diferentes contextos con base en resultados similares, o causalidades pluralistas (Pickvance, 1986) |
* Hemos optado por traducir encompassing como “comprehensivo”, pues este término es más fiel a su significado en inglés que los conceptos “incluyente” o “abarcador” [nota del traductor].
Sin embargo, con el crecimiento de las aseveraciones sobre la convergencia y las conexiones mediante las experiencias urbanas en un mundo globalizado -que abarcan desde las redes económicas formales o informales hasta las redes transnacionales del diseño, la política, la cultura y la gobernabilidad (véase, por ejemplo, Marcuse y Van Kempen, 2000; Smith, 2001; Sassen, 2002; King, 2004; McFarlane, 2006; Huyssen, A. 2008)-, el argumento de que hay pocos puntos en común para explorar a través de ciertos tipos de ciudades sería difícil de sostener como una pancarta de protesta.
A la luz de estas tendencias, uno debe esperar -por lo menos el supuesto de- que la comparación no puede pedir pruebas rigurosas, es decir, uno espera demostrar en lugar de simplemente afirmar a priori que nada útil se puede obtener de la comparación entre diferentes contextos urbanos. La hipótesis de trabajo podría ser entonces que, dada una definición intelectual adecuada y el alcance de un proyecto de investigación comparativa, las ciudades de muchos contextos diferentes pueden ser consideradas unas junto a otras. El segundo argumento a favor de la inconmensurabilidad es que las razones de los resultados urbanos difieren de forma significativa en los diferentes contextos. Esto supone que no hay nada importante que aprender cuando los procesos causales que estructuran las ciudades y los amplios sistemas político-económicos en las que están inmersas, varían considerablemente. Voy a volver a considerar este segundo argumento bastante explícito y unirme a Pickvance (1986), para argumentar en contra de aquél, al final de esta sección. En pocas palabras, es fundamentalmente equivocada la hipótesis que sostiene que cualquier variación en el resultado o el proceso, mediante diferentes categorías de ciudades (desarrollado / subdesarrollado, postsocialista / capitalista, Asia / América del Sur, etcétera) hace que estas ciudades sean inconmensurables [incomparables]. El resto del artículo desarrollará un contraargumento sobre esta posición con gran detalle. A pesar de que no se prohíben explícitamente este tipo de comparaciones, en la práctica los métodos urbanos comparativos existentes tienden a reforzar estos supuestos de la inconmensurabilidad. El resto de esta sección considera la gama de métodos comparativos existentes en turno.
Individualización
El Cuadro 1 sigue la valoración de Charles Tilly (1984) sobre los diferentes enfoques de la investigación comparativa, y de Neil Brenner (2001) sobre la cuidadosa exposición y aplicación de éstos en escala urbana, valiéndose también de las contribuciones de Lijphart (1971) y Pickvance (1986). Aquí se establecen cuatro enfoques comparativos convencionales dentro de las ciencias sociales y de los estudios urbanos de manera explícita. Brenner (2001) discute con algún detalle ejemplos de estos diversos enfoques comparativos dentro de los estudios urbanos. Quizá el método más común y valioso para la comparación en el campo de los estudios urbanos es el de la comparación “individualizada” o el estudio de caso detallado. Con éste el investigador trata de explicar los resultados distintivos de una ciudad (o más de una ciudad) por medio de la comparación implícita o explícita (por lo general cualitativa) con otros casos que podrían confirmar las hipótesis concernientes a los procesos causales y resultados generados en el caso específico de estudio.5 Muy frecuentemente en los estudios urbanos, la investigación detallada, a menudo histórica, sobre una ciudad es confrontada mediante una comparación relevante, a través de una cuidadosa lectura de una literatura más amplia, ya sea en relación con las explicaciones generales, con teorías sobre las experiencias urbanas o en términos de otras experiencias individuales específicas que pudieran arrojar luz en el estudio de caso en cuestión. La estrategia del estudio de caso, sugiere Lijphart (1971), tiene el potencial de ser relativamente improductiva para la investigación de las ciencias sociales, a menos que conscientemente implique la construcción de teorías, pero él insiste en que, cuando lo hace, es una parte importante de un conjunto más amplio de metodologías comparativas. En relación con los estudios urbanos, ha sido particularmente productivo retomar las experiencias de diferentes ciudades objeto de estudio en una conversación meticulosa entre ellas, con el fin de reflexionar de manera crítica sobre la teoría existente, para plantear preguntas acerca de una ciudad mediante el análisis de las dinámicas relacionadas en otros contextos, o para señalar las limitaciones u omisiones en las explicaciones existentes.
Un excelente ejemplo aquí es el libro de Filip de Boeck (en coautoría con el fotógrafo M. F. Plissart, 2006) Kinshasa: cuentos de la ciudad invisible. Este libro, un detallado y cuidadoso estudio antropológico de la vida en la contemporánea Kinshasa, se acopla perfectamente con la teoría urbana más amplia en relación con el espacio, la cultura, la forma urbana y la producción del sentido urbano. Hay mucho que recomendar en este estudio, no menos importante es la apertura de perspectivas analíticas que traen la subjetividad y la producción colectiva del sentido urbano a un primer plano en la evaluación de los cambios urbanos más amplios. De Boeck demuestra muy claramente con su trabajo el potencial para el aprendizaje teórico más amplio e innovador, la reflexión crítica utilizando ciudades que podrían parecer exteriormente diferentes -ciudades dominadas por la informalidad, por ejemplo, en oposición a aquéllas dominadas por la economía formal, la amplia regulación y los entornos construidos de modo más fijo-, pero cuyas experiencias transmiten cuestiones teóricas como la imaginación, el rumor, la dualidad y la acción que conforman la vida de la ciudad y los futuros. Éste es ejemplo de una metodología comparativa individualizada, no sólo para el estudio de ciudades en contextos pobres o en crisis, sino para ofrecer una visión de la apreciación y el análisis de la urbanidad en cualquier parte. En cierto modo, una mirada cercana a una ciudad que a menudo es (inapropiadamente) considerada como un caso límite para el urbanismo contemporáneo (Davis, 2006) podría caber en el método del caso de estudio “desviado” o “generador de hipótesis” de Lijphart, que él sugiere puede tener “gran valor teórico” (1971: 692). De alguna manera, entonces, los supuestos de la inconmensurabilidad han prevenido a los estudiosos urbanos para que se beneficien más plenamente de una de las estrategias de investigación comparativa teóricamente más potencial y generativa.
Un enfoque individualizado también pone de relieve algunas de las suposiciones acerca de la causalidad que enmarca otros tipos de investigación comparativa, especialmente las técnicas de hallazgo de variaciones. Los análisis históricos detallados sobre los procesos urbanos en ciudades particulares exponen con frecuencia los resultados políticos o económicos específicos como patrones de dependencia o determinados de manera múltiple (véase Ragin, 2005 y 2006, para una discusión más general sobre la importancia de las condiciones causales combinadas en metodologías comparativas). Como vamos a explorar más adelante, al discutir las estrategias de hallazgo de variaciones, la búsqueda de la variación en las relaciones entre una limitada gama de variables individuales bien especificadas puede oscurecer las profundas raíces históricas de otros procesos, y sugerir que ellas son el producto de los acontecimientos recientes, pero más de lo que realmente son. Abu-Lughod (1999), históricamente informado, critica la hipótesis de la ciudad dual que viene de los enfoques de la ciudad global. Esto podría ejemplificar mejor esta percepción.
En la medida en que las ciudades son rutinariamente sitios de ensamblaje, por lo tanto de multiplicidad, los resultados urbanos son a menudo mejor caracterizados como la emergencia de múltiples procesos y eventos que se superponen y se cruzan (Massey, Allen y Pile, 1999; Massey, 2005). Las explicaciones contextuales, que se refieren a las consecuencias que son el resultado del ensamblaje específico de diversos procesos y acciones, forman una parte importante de la comprensión de los procesos causales que ocurren en las ciudades. Sobre esta base podemos identificar muchos procesos y fenómenos que son comunes a diferentes ciudades, diversamente configuradas, o procesos que se extienden a través de más de una ciudad y que nos conducen a observar las conexiones y las circulaciones por las cuales las ciudades ya habitan en otras [ciudades]. La sección final de este artículo explora las consecuencias metodológicas de estas observaciones con mayor detalle. Por ahora propongo que vale la pena destacar el potencial para construir [conocimiento] a partir de cuidadosas metodologías de análisis comparativo individualizado, dirigidas hacia las consideraciones matizadas de la causalidad en la informada investigación comparativa urbana sobre las complejas espacialidades de las ciudades. En esta consideración se puede incluir una amplia gama de ciudades en el ámbito de un proyecto comparativo urbano.
Comprehensivo
Una segunda estrategia que ha sido extremadamente importante en el campo de los estudios urbanos, en las dos o tres últimas décadas, es el método comprehensivo (Tilly, 1984), en el que diferentes casos se asumen como parte de un ámbito predominante, procesos sistémicos, como el capitalismo o la globalización. En este caso, los casos pueden ser analizados como instancias o unidades, aunque diferenciados sistemáticamente, dentro del sistema más amplio. Una excelente exposición y extensión de este enfoque es ofrecido por McMichael (1990), bajo el título de “comparación incorporada” en relación con la teoría de los sistemas-mundo, de relevancia claramente sustancial para los estudios urbanos, dada la prominencia actual de los enfoques de la ciudad mundial y global. La única desventaja del enfoque comprehensivo, en relación con la construcción de un enfoque comparativo para un mundo de ciudades, es que supone la diferenciación sistémica de unidades -en este caso ciudades- sobre la base de las categorías que se identifican en el particular análisis comprehensivo. Para los estudios urbanos, por lo tanto, este enfoque reinscribe a priori divisiones y jerarquías en el mundo de las ciudades, lo que puede afectar las ambiciones comparativas más amplias. Por ejemplo, en la teoría del subdesarrollo, el capitalismo se entiende como productor tanto del desarrollo como del subdesarrollo en forma conjunta, por diferentes contextos, lo cual hace importantes a muchas locaciones en la investigación del desarrollo capitalista mundial.
Sin embargo, los contextos individuales o las unidades de análisis se consideran sustancialmente diferenciadas, con resultados divergentes pero entrelazados. En este enfoque, mientras las experiencias de ambas ciudades desarrolladas y subdesarrolladas expresan el análisis del capitalismo y la urbanización bajo condiciones capitalistas, las comparaciones tienden a retener una suposición de la inconmensurabilidad en los casos diferenciados o unidades de análisis. Por ejemplo, Lubeck y Walton (1979) ofrecen una discusión sobre las formas en que las ciudades en contextos desarrollados y subdesarrollados están inmersas en el amplio sistema capitalista mundial, pero proceden a comparar dos ejemplos de la urbanización en el capitalismo periférico en lugar de hacer una comparación directa entre estos casos y las ciudades en los contextos de los países desarrollados. Diferentes ciudades colocadas juntas, entonces, iluminan el amplio sistema y los procesos, pero la comparación de estas diferentes experiencias ha sido limitada y, de hecho, desalentada activamente por la suposición a priori de la diferenciación sistémica.
McMichael (1990) desarrolla una consideración sofisticada de comparación comprehensiva mediante un compromiso crítico con la teoría de los sistemas-mundo. Al igual que Tilly, él es atraído por el potencial que ofrece el enfoque en las interconexiones entre los casos para la investigación comparativa de base histórica. Pero se mueve más allá de ambas teorías de Tilly y del sistema-mundo, observando que ambas asumen la existencia del sistema en el que se encuentran las unidades de análisis, como una economía mundial predeterminada o el sistema global de la esclavitud.
Los enfoques comprehensivos tienden a colocar la comparación fuera de la historia, ya sea dentro de un marco teórico abstracto o dentro de un análisis histórico que asume de antemano la naturaleza del “todo” que rige las “partes”. También hay una tendencia que asume la existencia de casos individuales con antelación al estudio. En contraste, McMichael (1990) de manera muy útil propone la aplicación de una estrategia comparativa que él llama la “comparación incorporativa”, en la que tanto los casos individuales (“partes”) y el “todo” se constituyen histórica y mutuamente:
En lugar de utilizar la “comparación comprehensiva” -una estrategia que presume que un “todo” rige las “partes”- se construye progresivamente un conjunto como procedimiento metodológico, dando contexto a los fenómenos históricos […] El conjunto, por lo tanto, no existe independientemente de sus partes […] Ni el todo ni las partes son categorías permanentes o unidades de análisis (McMichael, 1990: 386, el énfasis es del texto original).
La comparación incorporativa abre una riqueza de potenciales estrategias comparativas para los estudios urbanos “a escala mundial” (Connell, 2007). Un foco en las conexiones, basado en Tilly, sugiere fuertes bases históricas para hacer un trabajo comparativo entre una amplia gama de diferentes contextos. Más aún, la visión de que los sistemas son en sí mismos emergentes, forjados históricamente y por lo tanto totalmente contingentes, abre el camino para explorar una variedad de diferentes tipos de conexiones que no están predeterminadas o privilegiadas por la teoría. Los flujos sociales, económicos y culturales de todo tipo, con diferentes extensiones espaciales, devienen bases relevantes para la comparación útil.
Estos análisis mapean bien una forma de pensamiento espacial que se conoce comúnmente como “relacional” (Massey, 2005) y que es crucial para cualquier análisis urbano comparativo. Las entidades espaciales territoriales, que a menudo forman las bases para el análisis comparativo (naciones, lugares, ciudades, cuerpos, etcétera), son entendidas como existentes sólo mediante relaciones o conexiones más amplias, y éstas son, a su vez, generadas y transformadas por las entidades territoriales. En el enfoque de McMichael (1990), las unidades de análisis definidas, interconectadas por diversos procesos históricos, y las totalidades emergentes se dan forma mutuamente, las unas a los otros, y no llegan a existir de forma independiente el uno del otro. En términos de Massey (1994), podríamos llamar a esto un sentido de lugar abierto o global. Las ciudades, como unidades de comparación, estructuran tanto como son estructuradas por las amplias conexiones que, para algunos, se suman a un sistema global (económico, social, cultural).
Sin embargo, el enfoque tiene que ser presionado más allá de lo que McMichael es capaz de hacer, por lo menos parcialmente, debido a la suposición de que las unidades de comparación y sus conexiones se suman a un significativo “todo” histórico y analítico que no necesariamente puede ser sostenido. La forma emergente de los fenómenos definidos territorialmente de manera total o individual y las conexiones entre ellos a veces pueden formar un sistema coherente para el análisis (como los análisis de las ciudades globales o ciudades mundiales que se postulan en relación con los procesos económicos que configuran las ciudades “globales”). Pero las prolíficas e inciertas asociaciones creadas por varios tipos de conexiones o flujos y su diversa territorialización y ensamblaje significa que también tenemos que mantener abierta la posibilidad de relaciones más fragmentarias y limitadas entre los casos individuales, sin embargo, estos casos son definidos; un “sistema” o un “todo” podría no resultar de estas interconexiones. Además, las unidades de análisis adecuadamente pueden ser consideradas históricamente contingentes, sin duda, pero un análisis espacial también nos animaría a alejarnos de un enfoque en específicas unidades territoriales de comparación. La sección final de este artículo explorará aún más la gama de espacialidades de comparación que este “pensamiento espacial” abre.
Un potencial importante de la metodología comprehensiva que Tilly (1984: 126-27) observa es que dirige la atención a las redes y conexiones entre diferentes unidades dentro del más amplio sistema considerado; por ejemplo, la investigación histórica comparativa que estaba estimando la esclavitud transatlántica se conecta fácilmente con contextos metropolitanos y coloniales en el mismo momento histórico. Esto sin duda ha sido importante para los enfoques de las ciudades globales y las ciudades mundiales, que han ofrecido considerables oportunidades para la evaluación de experiencias urbanas en una amplia gama de ciudades “globalizadas”. Sin embargo, para darse cuenta del potencial de este enfoque, tendríamos que ir más allá del enfoque relativamente estrecho en las ciudades globales y mundiales dentro de una gama restringida de procesos económicos para abarcar la rica variedad de los procesos y conexiones transnacionales que dan forma contemporánea a la vida urbana (Smith, 2001; Simone, 2004). Esto ampliaría el rango de ciudades comparables aún más lejos, fuera del estricto enfoque en la economía global (Robinson, 2002). Además, yo diría que es muy importante ir más allá de la incorporación sistemática o la convergencia de supuestos sobre las bases para la comparación (en este caso, las ciudades que comparten la misma dinámica de la economía mundial), ya que esto restringe sustancialmente el proyecto comparativo mundial (véanse Dick y Rimmer, 1998; Sassen, 2002). Claramente necesitaríamos cuestionar la reinscripción de la jerarquía, la división y, por lo tanto, la inconmensurabilidad en el análisis de los sistemas comprehensivos, pues estos enfoques son propensos (una vez más) a truncar analíticamente el “mundo” de las ciudades consideradas elegibles para la investigación comparativa.
Métodos comparativos más formales (hallazgo de variaciones) pueden ofrecer algunas posibilidades, pues en principio éstos no requieren la selección de las ciudades basadas en su lugar dentro de cualquier sistema compehensivo o por su relevancia para cobijar a priori las categorías analíticas para una comparación significativa. Sin embargo, a medida que éstas se despliegan actualmente, las comparaciones de hallazgo de variaciones son en extremo restrictivas en términos de los casos que se seleccionaron para la comparación. A su manera, ellas esperan una medida de convergencia para la comparación efectiva, y se basan en categorías a priori para seleccionar los casos adecuados. Por lo tanto, hay algunas limitaciones sustanciales sobre su utilidad -como se practica actualmente- para avanzar en una teoría urbana más poscolonial e internacional. Sin embargo, adecuadamente transformadas, tienen posibilidades reales de volver a apoyar metodologías comparativas para una nueva generación de la teoría urbana.
Hallazgo de variaciones
Las estrategias comparativas de universalización (la tercera categoría en el Cuadro 1) suelen buscar leyes universales que son aplicables a muchos de los casos, por ello son comúnmente ejercicios cuantitativos y estadísticos (volveré a esto brevemente). En contraste, las estrategias de hallazgo de variaciones se pueden aplicar a un menor número de estudios de caso, usando métodos cualitativos e históricos. En el Cuadro 1 he sugerido dos versiones de esta estrategia (siguiendo a Pickvance, 1986): el utilizado de forma más prominente en la política urbana comparativa hasta el momento consiste en trabajar con la mayoría de los casos similares; el otro se usa rara vez e implica la comparación de la mayoría de los casos diferentes. En mi opinión, ambas estrategias, especialmente esta última, tienen un potencial considerable para un proyecto comparativo más amplio a pesar de sus respectivas limitaciones en términos de método formal y de su aplicación actual.
El desafío metodológico fundamental del método cualitativo de hallazgo de variaciones es, de acuerdo con Lijphart (1971), la dificultad de tener pocos casos y muchas variables. La respuesta de la mayoría de los investigadores a este desafío ha reforzado sustancialmente la tendencia en los estudios urbanos de sólo pensar de forma comparativa a través de las experiencias de ciudades relativamente similares. El supuesto es que, si se trabaja con contextos relativamente similares, se pueden controlar con mayor facilidad las posibles fuentes de variación. Los investigadores son aconsejados a seleccionar los casos que son “similares en un gran número de características importantes (variables), que se quieren tratar como constantes, pero diferentes en la medida en que esas variables se refieren a lo que uno quiere relacionar entre sí” (Lijphart, 1971: 687). La dificultad de aislar los casos suficientemente similares, aunque apela a una sugerencia: considera unidades políticas dentro de la misma región o área, como América Latina, ya que, sugiere, hay más probabilidades de encontrar similitudes que entre países seleccionados al azar (1971: 689). Janet Abu-Lughod (1976) también ha argumentado persuasivamente a favor de los beneficios de un enfoque regional integrado para la investigación comparativa.
Para los estudiosos de lo urbano, la metodología del hallazgo de variaciones entre la mayoría de los casos similares ha sido ampliamente utilizada para comparar ciudades estadounidenses y europeas, sobre todo en los debates sobre la teoría del régimen y la gobernanza (por ejemplo, Harding, 1994; Kantor y Savitch, 2005), pero también en otros tópicos, como la segregación y la pobreza (Wacquant, 1995) y la construcción de la ciudad (Fainstein, 2001).
Un aspecto importante de la investigación de hallazgo de variaciones es que ésta es fuertemente conducida por la teoría existente con el fin de identificar los casos de estudio y las variables que son consideradas como apropiadas (Denters y Mossberger, 2006). En términos de lo que concierne a este artículo, el impulso de un comparatismo geográficamente más amplio dentro de los estudios urbanos es la mayor desventaja que implica el método del hallazgo de variaciones. Este método se basa en el conocimiento, la teoría y las observaciones existentes, y aboga por la generación de hipótesis con las variables dependientes e independientes bien definidas. Los estudios de caso son seleccionados de tal forma para controlar las variaciones de otras potenciales variables explicativas. Por ejemplo, con variables independientes, como los contextos de la política nacional, las formas de las relaciones políticas locales-centrales, la historia del crecimiento o el declive económico (todo lo que podría explicar los resultados urbanos, como la presencia, ausencia o forma específica de los regímenes urbanos), que controlan algunas de estas variables (de manera notable el nivel de desarrollo económico y los sistemas políticos) y ha permitido a los investigadores considerar que los tipos específicos de las circunstancias políticas y económicas locales pueden producir determinados tipos de regímenes urbanos (véase DiGaetano y Strom, 2003, para una revisión útil). Hay dos dificultades con este procedimiento metodológico para promover un enfoque más internacional de los estudios urbanos. La primera dificultad se refiere a la relación directa entre la teoría existente y la formación de la hipótesis. Parte de la teoría urbana [producida] es bastante parroquial -a menudo- con conclusiones localmente derivadas que circulan como conocimiento universal. Como Pierre observa: “La mayoría de las teorías dominantes en que se basan las políticas urbanas -o más correctamente las abstracciones de éstas- son aspectos políticos, económicos y sociales de la ciudad americana” (2005: 447). Esta convención de procedimiento mediante el razonamiento deductivo tiene algunas consecuencias muy perturbadoras. Restringe las variables o temas a ser considerados en las privilegiadas locaciones relevantes para la producción teórica. ¿Tal vez otros lugares harían pensar a uno en la exploración de temas diferentes? Pero desde que la investigación en muchos contextos no es vista como una contribución para la generación de conocimientos teóricos (Connell, 2007), bastantes fenómenos y experiencias urbanas deben permanecer sin ser exploradas con esta metodología. Por otra parte, con la esperanza de controlar la variación en las variables independientes clave, la dependencia de las explicaciones de sólo ciertos contextos para generar hipótesis tiene el efecto de circular y autorreforzar la limitación de la gama de casos apropiados que útilmente pueden ser bosquejados para probar las hipótesis; los lugares donde las variables clave divergen convencionalmente se consideran inadecuados para la comparación.
La fuente de un segundo e importante problema metodológico en los estudios de hallazgo de variaciones concierne al proceso formal del aislamiento de las variables independientes. Como los casos son preseleccionados sobre la base de su idoneidad para probar hipótesis, el aislamiento de las variables causales hipotéticas en ciudades complejas y dinámicas ha otorgado a los investigadores la virtud de la selección de las ciudades con muchas características y antecedentes en común (Pierre, 2005). Frecuentemente, los definidos niveles nacionales de desarrollo económico o las formas de los sistemas políticos nacionales se mantienen constantes como variables que son asumidas para ser las claves determinantes de los resultados urbanos, con lo cual se exponen las variaciones en la estructura política local o la política de negocios, por ejemplo, para la investigación. Los supuestos relativamente reduccionistas y economicistas rigen, por lo tanto, de forma convencional la selección de estudios de caso. Esto tiene la desventaja distintiva de reforzar (o al menos impedir la examinación de) la idea de que los niveles de desarrollo económico determinan los resultados urbanos, como la consolidación de la forma o de los regímenes urbanos o el papel de las empresas en las coaliciones de crecimiento, cuando, en principio, la teoría urbana podría tratar de ir más allá de este determinismo económico. Oportunidades para aprender sobre estas dinámicas locales en una gama de diferentes ciudades son ejecutadas de forma preventiva. Estos criterios de selección persisten en definir las variables causales en la escala de unidades territoriales, por lo general nacionales o locales. Por lo menos, a la luz de la discusión de la comparación comprehensiva, este enfoque desvía la atención de las interconexiones y dinámicas globalizadoras, lo que posiblemente podría ser de igual importancia para explicar los resultados locales (lo que Kantor y Savitch, 2005, hacen de este punto). Es muy significativo para nosotras la necesidad de cuestionar la relevancia de los criterios a nivel nacional para hacer comparaciones locales, y para interrogar el supuesto de que la unidad territorial de la ciudad es la entidad apropiada para la investigación urbana comparativa.
En países grandes con muchas ciudades, como Estados Unidos, esta metodología ha alentado una forma introspectiva de análisis comparativo pero claramente muy productiva. Sin embargo, incluso esos selectos esfuerzos para alcanzar a través del Atlántico a países política y económicamente no demasiado diferentes de Europa han provocado preocupaciones acerca del “concepto de estiramiento” y una excesiva dependencia de las “teorías abstractas” debido a las aparentemente abundantes diferencias de los dos contextos (Denters y Mossberger, 2006: 565). La sabiduría convencional afirma que las hipótesis extensivas hacia análisis más abstractos socavarán la capacidad de formular hipótesis comprobables específicas, e introduce demasiadas características que varían en todos los contextos para garantizar un control efectivo de las variables explicativas. Kantor y Savitch (2005) abogan por la restricción de la teoría que se utiliza para el mesonivel de los conceptos para apoyar cuidadosa y rigurosamente los procedimientos comparativos, pero Denters y Mossberger sugieren que se haga un compromiso entre la comparación rigurosa y las teorías más abstractas. Dentro de ciertos límites, esto podría permitir a los investigadores ampliar el alcance de la comparación. También voy a explorar aún más este punto en la siguiente sección. Por ejemplo, los niveles más altos de generalización -desde el régimen edilicio hasta las cuestiones de la gobernanza- posiblemente podrían iluminar aspectos de la política urbana, que de otro modo podrían quedar desatendidos. Esto sería especialmente útil cuando se involucran con los apremiantes aspectos del urbanismo del siglo XXI, como la posibilidad de la gobernanza en contextos urbanos que se caracterizan por una sustancial informalidad. Alan Harding, al examinar el potencial de aplicar el análisis de los regímenes de Estados Unidos en la política de desarrollo urbano del Reino Unido, sugirió que la gobernanza podría ser “una herramienta conceptual clave para la investigación comparativa en el desarrollo urbano” (1994: 369). La investigación que se basa en una gama más amplia de contextos urbanos con una diversidad de formas de gobernanza -más aún que la que caracteriza el nexo Estado Unidos-Reino Unido-Europa- bien podría enriquecer más que socavar los procesos de una cuidadosa construcción teórica.
Debido a que es manejada por una teoría y traza libremente un modelo científico de la causalidad, la comparación formal de las políticas urbanas apenas se ha considerado (y sólo sumariamente para despedir) la posibilidad de la investigación comparativa entre contextos más ricos y más pobres. Michael Harloe escribió durante los estertores de los debates sobre la comparación entre contextos capitalistas y socialistas, y observó: “la mayoría de los escritores parecen pensar que las comparaciones directas entre las naciones occidentales avanzadas y los países capitalistas emergentes con un nivel más bajo de desarrollo son de poca utilidad” (1981: 185). Su artículo presenta algunos de los desafíos de la búsqueda de comparaciones “este-oeste”, pero no vuelve a la posibilidad de hacer comparaciones entre diferentes contextos capitalistas -con ciudades que, después de todo, han compartido mucho como resultado del colonialismo, neoimperialismo y las interacciones culturales.
Kantor y Savitch (2005), en una de las intervenciones más útiles hasta la fecha sobre la manera de ampliar los estudios comparativos mediante una gama más amplia de contextos, encuentran posible suponer que es oportuno limitar sus investigaciones a las democracias liberales avanzadas, puesto que comparten importantes características e intereses en la economía mundial, como lo demuestra su coalición (en ese momento) como el de los países del G7 (2005: 148). De manera contraria a sus rigurosos argumentos relativos a la metodología comparativa, ellos no ven con claridad la necesidad de justificar realmente su enfoque sólo en las ciudades más ricas. Su razón para este enfoque es que “estas ciudades comparten ambientes comunes políticos y económicos” (2005: 144), un criterio que no juega ningún papel en su análisis más amplio. El núcleo del tratamiento más reflexivo de este tema, hasta la fecha, es la suposición de entre-más-lejos-más-fácil, que es apropiada para restringir las comparaciones a contextos nacionales muy similares en función de su riqueza relativa y las formas de los sistemas políticos.
En contraste, la más sugerente intervención de Pickvance (1986) presenta un motivo para valorar la comparación de los “casos más diferentes”. Sus razones para este enfoque siguen siendo absolutamente actuales, en particular la sugerencia de que la investigación comparativa es importante “para tomar conciencia de la diversidad y superar el etnocentrismo” (1986: 163). Pickvance añade: “La consciencia de la diversidad produce una especie de choque cultural. Lo hace a uno consciente de nuevas e insospechadas conexiones” (1986: 163).
Convencionalmente, los casos más diferentes pueden ser comparados cuando los resultados similares podrían dirigir a uno a investigar qué aspectos en común causaron eso, ya que gran parte es diferente y por lo tanto poco probable para explicar el resultado común -otra forma de control metodológico (Lijphart, 1971)-. Pickvance señala la posibilidad más radical y potencial de mover la suposición que indica que los mismos procesos causales están actuando en los casos que se comparan. En cambio, él argumenta a favor de una más cercana atención a las hipótesis de la causalidad plural, es decir, que similares resultados pueden tener diferentes causas. Para él, esto habla sobre algunos desacuerdos profundamente arraigados entre los marxistas y los weberianos, concernientes a la producción de clases de vivienda en contextos capitalistas y socialistas. La diferenciación en el mercado de la vivienda puede ser el resultado de procesos similares, por ejemplo, la administración burocrática, como Ray Pahl (1968) había estado discutiendo. Sin embargo, de igual forma podría ser el resultado de dos procesos diferentes, cada uno específico para el sistema más amplio (capitalista o socialista) en el que se producía la vivienda: basada en los ingresos y la diferenciación de clases en las ciudades capitalistas, y los procesos burocráticos y tecnológicos en contextos socialistas, como Ivan Szelenyi (1983) había venido proponiendo.
En relación con este último modelo “relativista” de causalidad plural, Pickvance (1986: 179) señala que es raramente considerado por los investigadores y ha permanecido en la sombra de la investigación comparativa, que se ha centrado en la hipótesis de la causalidad universal. Él observa que “el cuidado tradicional en los estudios urbanos para hacer comparaciones de muy diferentes sociedades refleja el […] reconocimiento tácito de los problemas con los métodos basados en modelos universales de causalidad” (Pickvance, 1986: 179). Así que en lugar de asumir que hay un problema per se con la comparación de diferentes ciudades, él nos recuerda que hay algunos defectos graves en los supuestos convencionales relativos a la metodología comparativa (en este caso, específicamente en torno a la hipótesis de la causalidad universal) y que hay, de hecho, mucho que aprender de estos contextos urbanos aparentemente muy diferentes.
Pickvance (1986) sugiere algunas formas muy específicas para reformar el proyecto comparativo, presentando tres ejemplos de la investigación comparativa entre países a través de diversos contextos, ninguno de los cuales dependen de las hipótesis de la convergencia mediante las diferentes experiencias urbanas. Los supuestos de la causalidad universal, lo que él llama “submodelos vinculados”, y la causalidad plural pueden ser útiles en la realización de una investigación comparativa inteligente y cuidadosamente construida entre ciudades (en sus ejemplos) de países ricos y pobres, industrializados y economías más mercantiles (basadas en el comercio), y contextos capitalistas y socialistas.
En el contexto de la mayoría de las diferentes estrategias de comparación, una mirada en dirección de los estudios estadísticos Large-N6 es instructiva. Como Denters y Mossberger (2006) observan, las muestras para el análisis estadístico se pueden construir para maximizar la varianza en las variables específicas, y las muestras aleatorias tienen por objeto incorporar tanta variación como podría ser prevista en la población en general. Tales enfoques normalmente despliegan una serie de herramientas para determinar el valor explicativo de una serie de variables potenciales a través de los casos a veces muy variables. Aunque ciertamente existen advertencias importantes para el análisis estadístico de este tipo, bien podría entenderse como la apertura de ciertos tipos de preguntas de investigación para el estudio en todas las ciudades que de otra manera se entienden como inconmensurables.
En general, esto es muy esperanzado para cualquier ambición contemporánea que pretenda ampliar los estudios urbanos comparatistas y poscoloniales. Pickvance nos recuerda que incluso en casos de diferencias sustanciales en los resultados y los procesos urbanos, la “conciencia de la diversidad a través de estudios comparativos fuerza a uno a brindar supuestos teóricos a la luz” (1986: 163). Su compromiso con los fundamentos del razonamiento comparativo proporciona un ímpetu muy útil para considerar lo que una metodología comparativa rigurosa podría implicar para la investigación del mundo de las ciudades de hoy.
El potencial de la investigación comparativa
Una revisión del estado actual del comparatismo en los estudios urbanos ha sugerido algunas maneras prometedoras de ampliar y reforzar el gesto comparativo más amplio involucrado en el estudio de las ciudades en un mundo de ciudades. Mientras que las prácticas existentes tienden a restringir las comparaciones a ciudades muy similares, los compromisos intelectuales creativos, en una amplia gama de contextos diferentes, podrían ser enriquecidos explorando temas a un nivel más abstracto (Denters y Mossberger de 2006) contra una creencia que considera que diversas experiencias urbanas desafiarían a los académicos para revisitar los supuestos teóricos existentes (Pickvance, 1986). Sin embargo, la búsqueda de esta agenda requiere algunos cambios significativos en la metodología. Por ejemplo, Pickvance (1986) sugiere la necesidad de reducir la hipótesis de la causalidad universal en la investigación comparativa con el fin de tener en cuenta las explicaciones causales similares y diferentes para los resultados urbanos. Además, sobre la base de un enfoque comprehensivo, hace especial hincapié en las conexiones históricas entre diferentes contextos o casos nuevos (Tilly, 1984; McMichael, 1990) y en las bases no territoriales para establecer comparaciones entre las diferentes ciudades tenidas en cuenta.
Esta sección final del artículo profundizará en estas visiones y en ejemplos del creciente cuerpo de investigación urbana comparativa contemporánea, para considerar dos cuestiones específicas que deben abordarse, si se quiere construir un comparatismo urbano revitalizado que sea más adecuado para la tarea de pensar en un mundo de ciudades.
En primer lugar, quiero sugerir que necesitamos modificar nuestras suposiciones acerca de las unidades apropiadas de investigación comparativa. En segundo lugar, me gustaría proponer que la práctica y la comprensión de la “teoría” urbana, así como su papel en la construcción de la investigación comparativa, necesita ser reconsiderada. Éstos son sólo dos temas de una agenda mucho más sustancial para la futura investigación. Para que el comparatismo sea multiplicado y habilitado como un método para aprender sobre un mundo de ciudades y de éste, necesitamos considerar algunas reformulaciones exhaustivas de las limitantes teóricas y metodológicas heredadas de los métodos comparativos que he mencionado aquí. Estas herencias incluyen supuestos de procedimiento basados en un modelo científico de análisis, como el control de variables independientes predeterminadas; los supuestos causales relativamente reduccionistas (económicos, políticos) en los que la identificación de los estudios de casos apropiados es premisa; una imaginación territorializada de lo que constituye un caso para la investigación, especialmente el privilegio de la escala urbana como el sitio de los procesos urbanos; el uso de criterios a nivel nacional para determinar la comparabilidad de las ciudades; y la dependencia de las hipótesis basadas en la teoría relativamente parroquial para generar temas de investigación y para seleccionar los estudios de caso. El desarrollo de enfoques alternativos para la investigación comparativa es sin duda una agenda urgente para los estudios urbanos (véase Ward, 2008; McFarlane, 2010).
Las sugerencias que exploro aquí se basan en la forma en que pensamos en la espacialidad de la ciudad en sí, como un sitio de ensamblaje, multiplicidad y conectividad, para señalar algunos caminos hacia un enfoque comparativo más internacional y posestructuralista en los estudios urbanos. Una comprensión espacial de los procesos que se desarrollan en las ciudades nos puede guiar hacia mapas alternativos de causalidad, casos constituidos diferencialmente para la comparación y nuevas formas de juntar ciudades en el campo de la investigación comparativa. Mi impresión es que el proceso de bosquejar algunas de las espacialidades de las ciudades en sí mismas, en el marco de los procesos de la reflexión comparativa, podría estimular una nueva alineación de la teoría urbana, junto con un periodo experimental fuertemente provocativo en el que proliferan las comparaciones entre diferentes ciudades. Lo que se necesita es un grupo de métodos comparativos analíticamente ágiles y posiblemente experimentales, que sean capaces de responder a la diversidad de experiencias urbanas presentes en el mundo de las ciudades y de los desafíos de hacer los estudios urbanos “a escala mundial” (Connell, 2007).
Unidades de comparación
Ni la escala nacional ni el territorio de la ciudad pueden permanecer como las unidades asumidas de comparación en los estudios urbanos. Por supuesto que ambos son relevantes y para algunos proyectos comparativos estas unidades podrían ser las más adecuadas para la comparación, o los criterios más relevantes para la selección de estudios de caso. Por ejemplo, es posible que se desee probar la hipótesis silenciosamente asumida en la mayor parte de la investigación comparativa, que dicta que las ciudades en contextos nacionales ricos y pobres varían notablemente a lo largo de la mayoría de las dimensiones de análisis. Es posible que se desee investigar en lugar de suponer, entonces, si los niveles de recursos relativos afectan sustancialmente las formas de gobierno en las grandes áreas metropolitanas, o si las ciudades con pocos recursos tienen menos autonomía o democracia en la determinación de las políticas locales. Con mucho, en la investigación comparativa hay supuestos vagos y economicistas que indican que la relativa riqueza del contexto nacional de una ciudad influye en una amplia gama de temas. Una agenda importante para los estudios urbanos sería poner a prueba estas hipótesis y por lo tanto colocar algunas de las prácticas existentes de selección de casos en la investigación comparativa sobre una base más rigurosa.
Para algunos temas, el territorio de la ciudad podría ser la escala relevante para el análisis. Si se están investigando las actividades de los gobiernos locales (políticas, intervenciones, las formas de gobierno) sería conveniente utilizar los distritos de los gobiernos locales definidos más o menos claramente como unidades de comparación. La comparabilidad de las entidades de los gobiernos locales mediante diferentes contextos es notoriamente problemática: la fragmentación metropolitana frente a la unificación, los niveles relativos de autonomía frente al gobierno nacional y los muy diferentes conjuntos de responsabilidades y el financiamiento de todo conspira para hacer que este tipo de comparación sea inmensamente complicada. Encontrar los “equivalentes funcionales” de gobierno urbano en diferentes partes del mundo constituye un desafío considerable (Pierre, 2005: 457), pero la evidencia sugiere que existen muchas ocasiones en las cuales la investigación en esta escala sería muy valiosa.
Complicada de forma similar, pero igualmente valiosa, es la investigación comparativa que toma la ciudad funcional en su conjunto como la base para el análisis. La comprensión de las regiones económicas, el amplio funcionamiento de la ciudad, las formas espaciales urbanas, las estructuras de gobierno intrametropolitanas y muchos otros temas se benefician de la investigación en esta escala (para un ejemplo reciente, véase Scott, 2001). El territorio en cuestión -la unidad de comparación- necesitaría ser cuidadosamente especificado en relación con el tema discutido. Por lo tanto, una comparación de las ciudades grandes, internamente diferenciadas y multinucleadas en esta escala, en ambos contextos: ricos y pobres, podría iluminar la dinámica espacial de las economías metropolitanas en el cambio de las circunstancias económicas, como el ajuste estructural, la liberalización y la crisis económica (Rodríguez-Pose, Tomaney y Klink, 2001; Rogerson y Rogerson, 1999). Pero la elección de esta escala, o territorio, para la unidad de análisis necesitaría ser cuidadosamente justificada en relación con el estudio particular, más que asumirse a priori como la base para el pensamiento comparativo.
Sin embargo, hay muchos procesos urbanos para los que ni los límites administrativos formales ni las regiones funcionales de las ciudades serían la escala pertinente para la comparación. En su lugar, los procesos que exceden la extensión física de una ciudad -circulaciones y flujos-, así como los fenómenos que existen y operan en una escala más pequeña que la ciudad deberían ser las unidades pertinentes para la comparación. Pierre (2005: 457) propone que cuando la investigación es sobre el desarrollo económico local, como un ejemplo del comportamiento del régimen urbano, las unidades de análisis pueden ser definidas como proyectos de desarrollo individuales o como específicos procesos de toma de decisiones; Moulaert, Rodríguez y Swyngedouw (2003) proporcionan buenos ejemplos de esto.
Esta maniobra abre un vasto potencial para amplias comparaciones internacionales. Muchos fenómenos en las ciudades están vinculados con conexiones y flujos que se extienden más allá de la extensión física o territorial de la ciudad y que arrastran otros contextos urbanos en la dinámica de esa ciudad. En una etapa adicional, esas mismas conexiones se constituyen en las unidades de comparación. Del mismo modo, hay muchos aspectos de las ciudades que se reproducen en serie en el mundo de ciudades o son influenciados por los mismos procesos y actores -los regímenes de gobierno son un aspecto, pero también los fenómenos como la arquitectura y el diseño, las comprehensivas tecnologías de gestión, las políticas y los programas políticos-. Estos fenómenos podrían ser considerados comparables en sí mismos mediante muy diferentes contextos urbanos y por lo tanto podrían ser las unidades de comparación; véase, por ejemplo, Dick y Rimmer (1998) en el diseño “americanizado” de los suburbios en todo el sudeste asiático; Moulaert, Rodríguez y Swyngedouw (2003) comparan los proyectos de desarrollo urbano a gran escala con varias ciudades; Jacobs (2005) compara los altos edificios residenciales; Newman y Thornley (2005) comparan el gobierno de las ciudades del mundo; McNeill (2009) compara los arquitectos globales, y Harris (2008) compara la gentrificación.
Por lo tanto, las ciudades mismas envuelven el proyecto del comparatismo en una variedad de espacialidades que se apartan significativamente de las formas territoriales imaginadas en las convenciones actuales de comparatismo. Ciertamente, la espacialidad de las conexiones de la ciudad puede aportar posibilidades para las comparaciones incorporativas (McMichael, 1990). De manera más general, como las ciudades ya están interconectadas, los diferentes extremos de las conexiones podrían ser puestos en una relación analítica más fuerte y no simplemente empírica. Así pues, las ciudades como Liverpool y Kuala Lumpur (Bunnell, 2007), Roma y Dakar (Sinatti, 2009) o Kinshasa y París (MacGaffey y Bazenguissa-Ganga, 2000) se convierten en sitios para explorar y comparar las experiencias de migrantes, la construcción de las identidades locales y nacionales, el impacto de la migración en el entorno construido, el lugar de la informalidad en los circuitos económicos y, de hecho, la miríada de conexiones que enlazan las historias y la fortuna de diferentes ciudades.
Sin embargo, no sólo los dos extremos de una conexión se visibilizan, las propias conexiones bien podrían formar el foco de comparación.7 La conexión, entonces, se constituye en el estudio de caso. Se podría considerar cómo comparar las conexiones forjadas por las sedes de empresas en Delhi o Hong Kong y Nueva York con sus diferentes centros de producción. ¿Son diferentes las formas de globalización económica que operan a través de diferentes regiones? ¿Los tipos de conexiones y las inversiones desarrolladas con capital de Sudáfrica a través de África es comparable con la inversión China? Los flujos que conectan las ciudades son una unidad importante para comparar los procesos urbanos, no simplemente como influencias sobre los resultados en los lugares, sino como fenómenos importantes por sí mismos.
Sin embargo, la imaginación actual sobre la espacialidad de las conexiones tiende a proponer movilidades con [una] direccionalidad, el seguimiento de un lugar a otro, aunque con temporalidades instantáneas o desunidas, que pueden ser muy difíciles de rastrear. Así que, aun cuando las conexiones describan rutas que son tortuosas y opacas, ellas, sin embargo, implican una trayectoria distinta y una dirección de influencia identificable. Esto tiene algunas desventajas en un campo comparativo que ha asumido una jerarquía y una dirección de la influencia, de las ciudades más ricas a las más pobres. Para abrir la comprensión de los vínculos y las influencias en un mundo de ciudades, podríamos recurrir a diferentes imaginaciones espaciales, por ejemplo, la de las circulaciones.
Asimismo, es significativo, para fortuna de las ciudades, que las circulaciones -multidireccionales, las movilidades co-constituidas y emergentes- vinculan diferentes ciudades en redes de influencia y colaboración. Las circulaciones descentradas -el sentido de una metrópolis o un centro que organiza lugares externos o periféricos es inapropiado- reflejan un paisaje globalizado de poder que arrastra muchos sitios y participantes en diferentes relaciones productivas. Ejemplos de circulaciones pueden ser encontrados en las exploraciones sobre la gobernanza global, donde las políticas y las prácticas neoliberales, por ejemplo, circulan de manera impredecible, mediante múltiples vías de influencia o formas de adopción, para dar forma a los resultados urbanos a lo largo del globo (Salskov-Iversen, Hansen y Bisley, 2000; Larner y Walters, 2004; Ong, 2006). Las circulaciones se crean -ellas no pueden ser asumidas- y pueden hacerse por medio de la proliferación de colaboraciones, enlaces, pistas, instituciones internacionales o interurbanas, una inversión en el campo de la política, el aprendizaje de diferentes ciudades o casos exitosos (benchmarking8 y las mejores prácticas) y las emergentes formaciones discursivas que seducen y atraen a los profesionales (Saunier, 2002).
La atención a las circulaciones mostraría muchas combinaciones diferentes de ciudades en el mismo espacio analítico o político y las relaciones de comparación invocadas serían muy diferente de las sugeridas por la visión formal de la territorialización espacial del comparatismo convencional. Ciertamente, como nos recuerda Sassen (2001) de modo icónico, en el impacto urbano de la globalización económica el espacio de circulación no es “suave”; se concentra en los puntos nodales (quizá difusores institucionales del conocimiento, del discurso y de las mejores prácticas) por las infraestructuras que permiten o impiden la circulación de ideas y por los lugares que podrían asumir alguna función de coordinación en relación con los circuitos particulares (al igual que con los nodos especializados para la gestión de los circuitos económicos globales en ciertas ciudades supuestas por Sassen). Pero éstas son espacialidades urbanas que invitan de manera novedosa a [recorrer] creativos caminos para pensar diferentes ciudades y diferentes tipos de ciudades.
Si se investigan ciudades en una nueva gama de configuraciones espaciales mediante la imaginación de las circulaciones, la necesidad de llegar a la imaginación espacial más allá de la topográfica (Amin, 2002; Allen, 2003) se hace evidente. Las formas en que las ciudades habitan unas a otras a menudo tienen menos que ver con las relaciones que se pueden asignar en el espacio físico -como el flujo, la dispersión o la ubicación- y más que ver con la experiencia y las formas imaginativas en que los lugares se dibujan juntos o se mantienen separados. Las espacialidades topológicas, según John Allen (2008), son una forma muy sugerente para dar sentido a las globalizaciones contemporáneas, más aún, quizá, que el lenguaje de las conexiones o circuitos. Él presenta un análisis de cómo las diferentes formas del poder operan a través de y por medio de la configuración del espacio, para explicar cómo las personas y las actividades en lugares distantes pueden mostrase “cerca” (para determinados proyectos o puntos de vista, por ejemplo), o cómo fenómenos próximos pueden ser “mantenidos a distancia”. Estas formas de poder dependen de lograr una acción, de la influencia a distancia o de estimular las afiliaciones imaginativas (Allen, 2008; Barnett, Robinson y Rose, 2008).
La espacialidad de la gestión económica mundial es menos de nodos y flujos que de la seducción de las ideas o de la sustentabilidad de los entendimientos mutuos generados a través de distancias. Las espacialidades topológicas pueden convertirse en una herramienta de análisis comparado para evaluar las formas en que las ciudades ya habitan entre sí. Como Simone (2004), De Boeck y Plissart (2006) y Malaquais (2007) demuestran, las estrategias de vida y los mundos imaginativos de residentes de la ciudad en lugares como Doula y Kinshasa están entrelazados con otros lugares en cualquier parte (como Nueva York y Bruselas), tanto en la práctica como en la imaginación, en el sentido de que los residentes están siempre en proceso de preparación para ir a cualquier parte imaginada: ya saben mucho sobre otras ciudades o viven en un mundo imaginario que a la vez es aquí y allá. Con una imaginación topológica, abrirse camino en una ciudad arrastra comúnmente una amplia diversidad de otros lugares. Nuestro entendimiento de las ciudades nos serviría mejor si ellos fueran capaces de hacer lo mismo.
Cuando la unidad de comparación no es la ciudad como tal, y los criterios para determinar la comparabilidad no se limitan a las características de la escala nacional o las funciones estereotipadas de una ciudad, las oportunidades para continuar el trabajo comparativo proliferan. La delimitación de las unidades de comparación de una manera más flexible y analíticamente rigurosa es, sin embargo, sólo un paso hacia la apertura de la investigación comparativa a un mundo más amplio de ciudades. La siguiente sección considera dos aspectos de las prácticas de la teorización de ciudades que también están implicadas en este enfoque: las geografías de la producción y la circulación de teoría, y las implicaciones de la espacialidad de las ciudades-como-ensamblaje para la comprensión de la causalidad.
Las geografías de la teoría urbana
Si se mantiene que la representación de la teoría, según Connell, es “la forma en que hablamos más allá del caso singular” (2007: 225), entonces la teoría probablemente seguirá siendo un importante reto para la investigación comparativa; sin embargo, el lugar de la teoría en este tipo de investigación necesita ser abordado. Con base en Connell, la ubicación de la teoría urbana necesita tornarse más adecuada a la idea de la “sociología en una escala mundial” (2007: 228), lo que significa que los investigadores necesitan “remodelar los circuitos a través de los cuales se mueve el conocimiento de las ciencias sociales”.
Los académicos de la más amplia gama de contextos y comunidades lingüísticas podrían ser rutinariamente considerados para la contribución a la comprensión teórica de las ciudades, esto permitiría que los circuitos de la generación de teoría se convirtiesen en multidireccionales y orientados hacia el exterior. La teoría parroquial, ya sea en contextos metropolitanos o más periféricos, requiere ser desprovincializada, así como la teoría que falsamente afirma su estatus universal debe ser provincializada (Chakrabarty, 2000). En el proceso, contextos diferentes y diversas experiencias urbanas serán rutinariamente considerados recursos cruciales para la formulación de afirmaciones generalizadas y las conceptualizaciones analíticas de la experiencia urbana contemporánea.
En contraste, muy a menudo el [estudio de] caso que mira dentro de la vida urbana de todo el mundo es abandonado -un punto que Harris (2008) considera en relación con los estudios de gentrificación- o relegado al estatus de las excepciones, meros estudios de caso, “hechos” o “datos” para iluminar las teorías existentes. Como parte del proceso de recalibrar los circuitos de la generación del conocimiento y de revitalizar el proyecto comparativo, los investigadores tendrán que considerar todas las ciudades como recursos y como sitios para la generación de la teoría y necesitan exponer teoría para la interrogación basada en este amplio mundo de ciudades. Esto hará más frágil e incierto el proceso de construcción de la teoría, y la teoría en sí misma será más inestable y menos segura en sus reivindicaciones como evidencia de diversas, e incluso divergentes, experiencias urbanas; se necesitará estar comprometido y permitir el disturbio de los supuestos convencionales.
Como McFarlane señala (2006), basado en el trabajo de Spivak, las jerarquías actuales de producción de conocimiento militan en contra del conocimiento democrático (Connell, 2007). Una tarea urgente, por lo tanto, consiste en entender y contestar las incrustadas exclusiones y limitaciones que impiden a los estudios urbanos operar “a escala mundial”. Algunas de estas jerarquías están incorporadas en formas heredadas del saber (Robinson, 2006); otras son endémicas de las excluyentes prácticas académicas y de las publicaciones. El desmantelamiento de estas herencias será un largo viaje; espero que no nos cansemos de exigir esto de nosotros mismos, así como de cambiar las modas académicas. Las estrategias intelectuales y prácticas que permiten la reconstrucción y la sustitución de las teorías actuales en las ciudades son un requisito previo importante para un comparatismo revitalizado.
Sin embargo, si estos cambios en las prácticas de la investigación urbana comparativa van a tener lugar, tenemos que encontrar algunas alternativas (o por lo menos suplementos) para la convención de la generación de hipótesis para la investigación comparativa basada en la teoría más o menos generada parroquialmente. Como Denters y Mossberger (2006) sugieren, los conceptos más abstractos ofrecen una oportunidad para incorporar la más amplia gama de las ciudades dentro de la reflexión comparativa. Los conceptos abstractos son también el nivel en el que la teoría urbana es más abierta a una generación creativa de conceptos que podrían ayudarnos a mirar de manera diferente las ciudades y sus problemas. La interfaz con el pensamiento filosófico -donde los nuevos desarrollos conceptuales podrían surgir a partir de un rango de diferentes influencias- bien podría ser productiva (Deleuze y Guattari, 1994).9 Como ciencia social comprometida con una “relación con un estado de las cosas o cuerpo y con las condiciones de esta relación” (Deleuze y Guattari, 1994: 22), los estudios urbanos podrían encontrar en el interrogatorio empírico y comparativo de sus conceptos más abstractos un campo rico para la conceptualización creativa. Un aparente peligro aquí es el efecto excluyente de la propia teoría filosófica, opaca e inaccesible. La teoría podría ser vista como un sitio para preservar un privilegiado acceso a la producción del conocimiento (Mufti, 2005); conservar la apertura a la alteridad y los diversos lenguajes y experiencias urbanas implicará atender la geopolítica de la producción del conocimiento urbano.
La segunda geografía de la teoría urbana, sobre la que quiero llamar la atención, concierne a las preocupaciones de las geografías implícitas que informan sobre suposiciones acerca de lo que constituye una explicación en la investigación comparativa formal. En los estudios urbanos, las metodologías comparativas formales a menudo promulgan un modelo casi científico de las relaciones y explicaciones causales. Las variables son identificadas -algunas independientes (causales) y otras dependientes (que reflejan los resultados en forma de variables independientes)-, y se asume que las relaciones entre estas variables pueden ser hipotetizadas utilizando el conocimiento empírico y teórico existente, que los referentes empíricos para estas variables se pueden identificar y especificar con precisión con el fin de probar, por medio de los datos reunidos, usando una indagación robusta con métodos reproducibles. Aunque estos procedimientos y supuestos son lógicos, en apariencia rigurosos y ciertamente producen investigaciones interesantes y creativas, ellos pueden ser una limitante tanto en términos de los tipos de procesos que pueden ser investigados y en términos del rango de formas de causalidad que se pueden explorar. Nijman (2007: 5) comenta que el urbanismo comparativo debe reconciliarse con los “desarrollos teóricos actuales de la geografía urbana” y adoptar un enfoque que “enfatiza la comprensión más que una explicación similar a la ley”.
Quizá sea más significativo que las casi científicas comprensiones de la causalidad nos llaman la atención posiblemente sobre el agente causal más importante de los procesos urbanos: el espacio de la propia ciudad. Un enfoque para el espacio es pensar en éste como una simultaneidad de las multiplicidades o las trayectorias y, por tanto, histórica, política y radicalmente abierto a las posibilidades futuras (Massey, 2005). Esto resuena con la función de las ciudades como lugares particulares para el montaje de múltiples procesos y fenómenos sociales (Lefebvre, 1991). En este sentido, la causalidad más fuertemente asociada con las ciudades es aquélla donde, siguiendo la formulación de Charles Ragin (2006), en un contexto particular, la combinación de condiciones causalmente relevantes contribuye a un resultado en particular. Se necesitan enfoques y explicaciones más matizadas para hacer frente a esta característica distintiva de la investigación urbana.
La investigación de estudios de caso con base en la comparación individualizada ofrece una ruta de posibilidades más flexibles para la explicación. Sin embargo, este tipo de estudios a menudo reproduce de forma implícita las estrategias científicas formales de comparación, por ejemplo: en los criterios que se utilizan para justificar la selección de estudios de caso; en las similitudes de fondo utilizadas para controlar o centrar la atención en determinados procesos y resultados específicos; en la búsqueda de relaciones causales o direccionales; o, en los estudios influidos por el marxismo, en los procesos estructurales más profundos o analíticamente identificados. Los estudios históricos detallados son menos propensos a sentir la necesidad de ajustarse a los requisitos que intentan comprender los complejos procesos que dan forma a una ciudad o a diversas ciudades, y para poner éstos en relación con el conocimiento y la comprensión extraída de una literatura más amplia (véase, por ejemplo, Dennis, 2008). El análisis de Janet Abu-Lughod (1999) sobre Chicago, Nueva York y Los Ángeles es un estudio excepcional, en el cual se implementa esta detallada metodología de base histórica para comparar directamente más de una ciudad a lo largo de una serie de temas (incluyendo el desarrollo económico, la dinámica social y las estructuras de gobierno).
Para algunos [autores], explicar las experiencias urbanas desde este enfoque es problemático. Pierre valora la investigación comparativa como un camino para la investigación más científica y menos ideográfica en políticas urbanas: “Las políticas urbanas parecen haber abrazado la complejidad y la riqueza en su contexto, a expensas de la parsimonia” (2005: 449). Pierre insta a que la comparación comience con un modelo causal robusto (2005: 456). De manera similar, Sassen (2006) se queja de que las apelaciones a la complejidad de la experiencia urbana minan la posibilidad de tener miradas internas analíticas. Los recuentos matizados, complejos y contextuales de los procesos urbanos no son necesariamente no analíticos -simplemente son diferentes desde una explicación más estrechamente focalizada y una más reduccionista forma de explicación-. Ellos también crean importantes oportunidades para identificar los efectos causales de la ciudad-como-ensamblaje. Las políticas, la experiencia, la imaginación son fenómenos desordenados, matizados y complejos que habitualmente se caracterizan por una sobredeterminación y multicausalidad, por no mencionar la secrecía y las motivaciones desconocidas (desconocibles). Si se está escribiendo sobre la espectralidad, la invisibilidad y la provisionalidad -características de informalidad que rara vez dejan huellas duraderas en el entorno físico de la ciudad-, sería esperable tener a disposición una serie de mapas de explicación y causalidad. Esto atraería, por ejemplo, el compromiso con la ambivalencia dialéctica del psicoanálisis, la multiplicidad del posestructuralismo, las ontologías emergentes de Deleuze y Guattari (1994) y las consideraciones indígenas de la duplicidad y la decepción (véase, por ejemplo, De Boeck y Plissart, 2006; Mbembe y Nuttall, 2004; Simone, 2004). La naturaleza de la teoría y la abstracción se ha transformado desde la creación de instancias de métodos comparativos formales, como el hallazgo de variaciones y sospecho que el complejo de la espacialidad de las ciudades, junto con las crecientes expectativas de aprender a través de una gama más amplia de diferentes contextos urbanos, reforzará el compromiso de los estudios urbanos con los diferentes modelos de explicación y causalidad.
Conclusión: la proliferación del gesto comparativo
He argumentado en este artículo que un revitalizado y experimental comparatismo internacional permitirá a los estudios urbanos ampliar sus recursos para la construcción de teoría por medio del mundo de ciudades. Para concluir, subrayo retos y advertencias importantes para este proyecto. En primer lugar, aunque entusiastamente animo todo tipo de investigación comparativa original e inusual para compensar los años de abandono y para cuestionar los supuestos arraigados de la inconmensurabilidad; mi preocupación en afiliarse a tal comparatismo experimental en procedimientos cuidadosos y rigurosos, aunque en formas apropiadas para amplios análisis posestructuralistas, se deriva de una precaución ofrecida por Janet Abu-Lughod -quien es sin duda un preeminente comparatista en los estudios urbanos-, que está en contra de “meter en el mismo saco”10 a todas las ciudades de todas partes en todo momento para ver qué rasgos y características aisladas aparecen como congruentes o divergentes (1976: 21). Su preocupación, que se dirige principalmente a un público tentado a universalizar la investigación comparativa estadística, nos lleva a considerar como ejemplares sus propias prácticas académicas, detalladas y responsables: la construcción de los análisis comparativos de largo plazo y las consideraciones comprometidas de los procesos urbanos en las regiones estudiadas por ella -África del norte y Estados Unidos-. En ausencia de tal compromiso, el peligro es que un urbanismo comparativo, que igualmente se compromete con una gama amplia de ciudades, invita a una nueva ronda de apropiación imperialista de las experiencias urbanas internacionales para dar servicio a Occidente y a otros centros académicos con amplios recursos.
Un peligro alternativo corre en la práctica de otros campos disciplinarios en los que el comparatismo simplemente significa “los estudios de área”, los estudios del mundo en desarrollo o “la ciencia política enfocada en otros contextos nacionales diferentes de América” (Pierre, 2005: 454; véase también Mufti, 2005). Si un ampliado proyecto comparativo simplemente recodifica la diferenciación del campo del espacio urbano o conduce a una nueva ronda de exclusiones de ciertos tipos de ciudades, no habrá alcanzado el llamado para atender el mundo de ciudades. Como Mufti señala, es importante que las “formas no represivas y no manipulativas del conocimiento en el futuro de las humanidades tendrían que ser más integradoras y más comparatistas, no menos, como la academia ha sido en el pasado reciente” (2005: 486).
Finalmente, es importante recordar los poderes y las historias del comparatismo en general, particularmente su co-emergencia con las prácticas coloniales del conocimiento. Como Connell señala: “La sociología desplazó el poder imperial sobre los colonizados en el espacio abstracto de la diferencia. El método comparativo y la gran etnografía eliminaron la práctica actual del colonialismo desde el mundo intelectual construido sobre las ganancias del imperio” (2007: 16). En este sentido, la construcción de teoría dentro de un enfoque más internacional de los estudios urbanos tendría que ser significativamente más tentativa e incierta que en el presente, ya que llama a la conversación a diferentes contextos. En los difíciles procesos de aprendizaje mutuo, los desafíos de la traducción y la inevitabilidad de lecturas equivocadas podrían enmarcar el proyecto de pensamiento “planetario” que McFarlane (2006), siguiendo a Spivak, ha defendido.
En la medida en que un proyecto comparativo revitalizado pueda lanzarse hacia un enfoque de los estudios urbanos en escala mundial, este artículo ha sugerido que tal campo de investigación más interconectado podría convocar tanto la inspiración como al método de las ciudades que forman sus objetos de estudio. Su interconexión podría informar sobre nuestro entusiasmo para proliferar conversaciones en estudiantes integrados a diferentes contextos urbanos, al mismo tiempo que nos dirige a nuevas unidades de comparación. Su diversidad y multiplicidad podría inspirarnos a ser rápidos para cuestionar parroquialmente las certezas teóricas con el compromiso con diferentes ciudades, incluso a medida que entramos a formas más matizadas de explicación y métodos adecuados para abordar la complejidad de las ciudades. Una teoría urbana a escala mundial podría, entonces, atraer potencialmente a más ciudades a los campos comunes de análisis, y ser caracterizada por conversaciones cuestionadoras múltiples, frecuentemente perturbadoras y ojalá inquietantes, acerca de la naturaleza y el futuro de las ciudades en el mundo. Este estilo de teorización no sería ni un universalismo parroquial ni un campo analítico mundial uniforme, sino una matriz rica y fragmentada de las conversaciones en curso en todo el mundo de ciudades.