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Andamios

versión On-line ISSN 2594-1917versión impresa ISSN 1870-0063

Andamios vol.13 no.32 Ciudad de México sep./dic. 2016

 

Reseñas

La cultura de paz como un proceso que se teje entre el pensar y el actuar

Ivón Cepeda Mayorga* 

*Profesora-investigadora de la Escuela de Educación Humanidades y Ciencias Sociales del Tecnológico de Monterrey, Campus Santa Fe. México. Correo electrónico: icepeda@itesm.mx

García Gonzalez, D. E.; Montiel, F.. 2015. Manual de construcción de paz. México: Recrecom,


Cuando se piensa en manuales, se busca una forma práctica y sencilla de adquirir un conocimiento que permita entender eficazmente ya sea cómo armar un objeto, o bien cómo hacer uso de algo para determinado fin. También por definición un manual contiene los elementos que son sustanciales para determinado tópico que permitan un entendimiento claro y puntual de éste. En ese caso, el Manual de Construcción de Paz se acerca más a esta segunda definición de manual, en donde se busca mostrar aquellos elementos esenciales al concepto y la construcción de una cultura de paz, esto sin perder de vista que dichos elementos se han vislumbrado también con un contenido de aplicación práctica. Es así que pensar la paz desde temas como el desarrollo, la filosofía, el derecho, la sociología, la educación, la literatura y el arte permite crear un horizonte teórico y reflexivo para un mayor entendimiento sobre la paz, al tiempo que se valoran los retos a los que se enfrenta la creación de una cultura de paz desde la noción de paz positiva, además de buscar metodologías y estrategias creativas que permitan abrir el horizonte para la solución de conflictos por medios pacíficos y no violentos.

Ahora bien, el Manual de Construcción de Paz busca romper con una noción de paz negativa entendida como una constante quietud y propone, como señala Dora Elvira García, un “coraje moral” que exige un esfuerzo de autoconsciencia, responsabilidad y reconocimiento del otro “como-otro-igual-que-yo” para así evitar que la violencia se normalice dentro de la sociedad en aras de un tan prometido desarrollo (2015: 9-11); para ello, es necesario reconocer en la realidad aquellas expresionesde violencia, tanto directa como estructural y cultural a partir de las cuales se hacen patentes las formas de injusticia social y exclusión.

En “Los rostros de la paz”, García lúcidamente expone que la violencia es la privación tanto de las necesidades básicas (alimentación, vivencia, vestido, salud y educación) como de las no materiales (libertad e identidad) con lo que se debilita, se tropieza e incluso se cancela la autorrealización y la potencialidad del ser humano (2015: 17-19), con lo cual se daña su dignidad (2015: 30). Es por esto que la paz demanda un proceso de acción que sea capaz de superar los conflictos y proponer formas creativas de reconocimiento y entendimiento mutuo que rompan con los esquemas de violencia y permitan establecer metas comunes con base en un diálogo que se traduzca en una convivencia desde la libertad y la justicia. Así, hablar de una noción positiva de la paz implica promover un pensamiento reflexivo con una fuerte conciencia ética, desde una educación para la paz que contemple valores como la justicia, el respeto, la cooperación, la solidaridad y el compromiso con la alteridad (2015: 51).

Por su parte, Fernando Montiel sostiene que los “estudios de paz” han comenzado desde el margen y la periferia en el sentido de que la reflexión que dio pie a dichos estudios no nació dentro de los principales círculos académicos, políticos o sociales de las grandes ciudades, sino que surge a partir de la reflexión que se hace desde sociedades distintas (2015: 60-61), al constatar que las estructuras tal como se presentan actualmente dentro de los países reproducen modelos de violencia y coerción. No obstante, los estudios de paz poco a poco han encontrado resonancia dentro del escenario político, académico y social en diversos países (2015: 63), pero deben enfrentarse a mecanismos de violencia que permean tanto estructuras sociales, políticas y económicas que se reflejan en los medios de comunicación (2015: 73), la estructura administrativa de impartición de justicia (2015: 116), la saturación de las cárceles (2015: 118) y el descrédito ante un sistema jurídico (2015: 149), por citar algunos ejemplos.

Asimismo, la idea de desarrollo y su vínculo con estructuras de exclusión y violencia es cuestionada por Montserrat González, quien defiende que el desarrollo es una precondición para la paz, pero que también la paz sienta las bases para el desarrollo, puesto que éste no se puede entender únicamente desde una lógica de “modernización, industrialización, crecimiento económico y transformación” (2015: 87), sino que implica un proceso mediante el cual se cuestione la violencia estructural que da pie a la injusticia y desigualdad (2015: 86). La perspectiva de Sen complementa entonces el enfoque de justicia propuesto por Galtung, para enfatizar el desarrollo humano desde una visión de dignidad tanto de la persona como del modelo de vida que detenta, para ofrecer una alternativa ante las estructuras de violencia que se presentan como cotidianas y normales (2015: 101-102).

Desde la sociología y el estudio de género, Alethia Fernández de la Reguera, en “Paz y autorrealización”, presenta un interesante análisis del recorrido por los procesos de paz con una entrevista realizada a Estela, una joven migrante del estado de Tlaxcala, quien narra dos momentos conflictivos en su vida, que tienen que ver con la migración y el abuso por parte de su pareja. A partir de la narración de esta joven, Fernández analiza y cuestiona el alcance de tres principios propuestos por Gandhi: la no violencia, la autosustentabilidad y la autopurificación, para transformar un conflicto en una oportunidad de crecimiento y autorrealización. El análisis de Fernández no sólo muestra la aplicación de estos tres principios, sino que además permite observar el cambio y la forma en cómo Estela afronta las situaciones de conflicto a lo largo del tiempo y en las circunstancias que vive (2015: 167-170).

Desde la literatura, Margo Echenberg retoma de forma sugerente y creativa cómo los textos literarios pueden ayudar en la educación y construcción de una cultura de paz al proponer lecciones sutiles a partir de las cuales desarrollar un reconocimiento del otro y una visión crítica de la propia realidad. Sin perder de vista el carácter recreativo del texto literario (2015: 217), es importante el énfasis que hace Margo en la oportunidad de establecer una reflexión ética a partir de este reconocimiento con la alteridad en donde el lector es capaz de preocuparse y sentir el dolor de los personajes, y así crear consciencia sobre el mundo que le rodea e incluso pensar en las actitudes de violencia que parecieran normalizarse (2015: 227) pero que se debilitan y tambalean en la medida de que se dé el reconocimiento y la rehumanización del otro.

Siguiendo esta línea creativa, Inés Saénz sugiere, en “Representaciones artísticas de la paz”, que hay movimientos artísticos que alzan la voz para recordar que no todo puede regirse por las fuerzas del mercado, la tecnología, el individualismo y el consumismo, como en algún momento lo describió Lipovetsky, sino que el arte es también una forma de establecer una resistencia ante los mecanismos de violencia cultural (2015: 241) que tratan de imponerse como absolutos. El arte se vuelve un medio a partir del cual despertar consciencias y vincularse con las realidades de un público que se sorprende ante manifestaciones que no esperaba, ya sea transgrediendo la imagen de belleza publicitaria (2015: 242) o recuperando una memoria de lo vivido.

Así, la promoción y el fortalecimiento de una cultura de paz debe ir acompañada de una educación para la paz, que no olvide que los adultos también deben ser formados en esta perspectiva para apuntalar un cambio y transformación en nuestra sociedad (2015: 191). En este sentido, Fernando Montiel propone que el entender la educación para la paz es trabajar a partir de cinco esferas concéntricas: la cultura de la transparencia, la cultura de la legalidad, la cultura de la transformación de los conflictos, la cultura de la solidaridad y el diálogo y la cultura de la paz (2015: 195). Asimismo, también nos introduce y describe el Método Trascend, como una metodología y herramienta más para la búsqueda de solución de conflictos de forma flexible, no violenta y que promueve una cultura de paz positiva.

Es así como el Manual de construcción de paz propone de manera profunda e interdisciplinaria una reflexión crítica desde distintas áreas de conocimiento sin dejar de lado la preocupación por transformar la realidad cotidiana y ofrecer estrategias o formas con las cuales coadyuvar a construir una cultura de paz. Así, este manual convoca primero a reconocernos partícipes y responsables de la sociedad en la que vivimos, para después imaginar posibilidades distintas de encuentro, reconocimiento y convivencia tanto con los otros como con nuestro entorno de vida. Esta toma de consciencia desde una reflexión ética invita también a pensarnos desde formas distintas de aquel mundo que nos parece “normal” y “cotidiano”, pero que refleja actitudes de discriminación, exclusión y violencia que no se deben pasar por alto ni mucho menos olvidar.

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