I. Introducción1
El objetivo de este artículo es conocer el modo en que se hace política a nivel local y, en particular, poder identificar cuáles son las características del vínculo existente entre políticos, intermediarios y electores cuando la política no se hace mediante la formalidad institucional.2 Esta investigación reconstruye el modo en que se hace política y se relacionan “patrones”, “intermediarios” y “clientes”, para evidenciar la articulación de la política informal a nivel local.3 Esto significa rechazar la visión que promueve entender la política no sólo desde la perspectiva de los vínculos programáticos, sino que resulta necesario observar los vínculos clientelares, no programáticos, que suponen otra forma de representación (Kitschelt, 2000; Luna, 2007; Calvo y Murillo, 2013).
La persistencia de redes de poder basadas en el intercambio de bienes por apoyo y favores no es algo nuevo en la política latinoamericana y ha sido estudiada desde distintas perspectivas teóricas y estrategias metodológicas en la política comparada.4 Este trabajo describe y analiza los vínculos clientelares de los políticos (destinados a movilizar apoyos y ganar elecciones, hacer carrera política, controlar un territorio), los intermediarios (orientados a conseguir capital político, resolver problemas de la comunidad, hacer carrera política) y electores (para definir sus posiciones políticas, visibilizar demandas, resolver necesidades cotidianas o garantizar la supervivencia) para comprender mejor el modo en que se desarrolla la política local.
A pesar de los cambios democráticos generados en las últimas décadas, aún quedan resquicios de una manera de hacer política basada en vínculos personalistas e informales, que se resisten a cambiar y que permean el comportamiento de políticos y electores. De este modo perduran prácticas que se han ido adaptando, complementando, acompañando o confrontando con las prácticas democráticas, y así no se les permite desaparecer (Gómez Álvarez, 2009: 17). Este artículo da cuenta de la persistencia y rutinización de esas prácticas informales e iliberales, a pesar de los esfuerzos democratizadores realizados en México en las últimas décadas (Cornelius, 1977).
Se trata de un estudio exploratorio de micropolítica, dado que se reconstruyen las estrategias, motivaciones y prácticas de tres actores centrales en las relaciones clientelares (patrones-políticos, intermediarios-brokers y electores-clientes) en Saltillo, estado de Coahuila. Las razones por la cuales se observan las relaciones clientelares a nivel micro, en este caso en una colonia en particular, radica en que ésta es la unidad administrativa más pequeña en la dinámica multinivel del Estado, lo que permite describir de manera más directa cómo el político, el intermediario y el cliente interaccionan para maximizar sus intereses en el marco de un habitus específico.5
El argumento sostiene que políticos, intermediarios y electores desarrollan evaluaciones para maximizar sus beneficios políticos, personales y electorales, intercambiando recursos materiales y simbólicos para alcanzar sus objetivos. Estos actores participan de la relación porque les beneficia a cada uno y porque el costo de participar en la política informal es menor qu el de la política formal (Díaz Cayeros, Estévez y Magaloni, 2008), en consonancia con los supuestos teóricos de la elección racional.
Ahora bien, esas evaluaciones no se dan en un mundo de información perfecta, como supone de manera ortodoxa la visión de la elección racional (Stokes, 2007). Por el contrario, los políticos, intermediarios y electores están condicionados por un habitus (Bourdieu, 1977; Ain, 2009), es decir, un conjunto de esquemas para pensar, obrar y sentir a partir de los cuales se percibe el mundo, que restringe las opciones de decisión de los participantes de la relación y que están caracterizados por la expectativa de protección, de don y contradón (Mauss, 1997), propia de una relación de intercambio mutuo. Este estudio de carácter micro aporta evidencia empírica que refuerza la visión de que los intermediarios y clientes tienen preferencias mucho más claras de lo que la literatura ha defendido, en consonancia con lo que ya han evidenciado otras investigaciones en otros países (Auyero, 1999) o, incluso, en otros estados mexicanos (Zaremberg, 2009).
A partir del uso de fuentes primarias y trabajo de campo original, se distingue al clientelismo de otros tipos de instituciones informales como la compra de votos, el patronazgo o la corrupción (Hilgers, 2011; Helmke y Levitsky 2006). Aun cuando siempre resulta más interesante realizar la evaluación de estos supuestos teóricos en un mayor número de casos, la naturaleza microanalítica de esta investigación exigía que fuera acotado el espacio y tiempo para poder observar de manera más detallada y profunda las relaciones entre los participantes en el vínculo clientelar, con el fin de corroborar en qué medida los vínculos políticos se corresponden con las presunciones de la teoría, la cual establece que los clientes realizan evaluaciones (no son irracionales ni anómicos) y que intercambian no sólo bienes materiales sino también simbólicos.
Este trabajo evidencia en términos teóricos las limitaciones del uso exclusivo del enfoque de la elección racional y propone una combinación mixta, racional y normativa, como respuesta a esas debilidades teóricas. Desde esta posición se propone emplear la entrada teórica que se centra en la “voz” del cliente (teoría de la agencia) junto con la visión neoinstitucionalista que muestra las restricciones que las instituciones y el contexto generan en la realización de dichas evaluaciones.
Los hallazgos encontrados sobre las vinculaciones informales entre diferentes actores ayudan a entender mejor las prácticas políticas que condicionan la democratización del sistema político a nivel subnacional (Behrend y Whitehead, 2016) y permiten reflexionar sobre el modo en que diversas explicaciones teóricas compiten al analizar el sistema político de manera más general.
El artículo se divide en tres partes. Primero, se discuten diversas perspectivas desde donde se pueden analizar los vínculos clientelares y se presentan los argumentos teóricos centrales que dan sostén a la investigación. Segundo, se reconstruyen los elementos claves que integran el vínculo entre político-intermediario-elector a nivel local: el contexto, las motivaciones, prácticas y estrategias que desarrollan los actores que participan de dicha relación, el modo en que los intermediarios y los electores reaccionan a esas estrategias e impulsan sus propios cursos de acción para maximizar sus beneficios. Finalmente, se reflexiona sobre el peso del intercambio clientelar en la movilización electoral dentro de un partido de vocación hegemónica.
Discusión conceptual: problemas de uso y definición del concepto
El clientelismo ha sido uno de los fenómenos más estudiados en las ciencias sociales. Desde diversas disciplinas, se buscó entender el modo en que funcionaban los intercambios clientelares (Gouldner, 1960; Eisenstadt y Roniger, 1984; Gellner y Waterbury, 1976; Stokes, 2007). Los estudios clásicos estaban interesados en conocer el tipo de intercambio que se daba entre “patrones y clientes” (políticos y electores) como una clave explicativa del subdesarrollo de las sociedades periféricas en el sistema económico mundial (Scott, 1977; Roniger, 2004). Además, se creyó que las prácticas clientelares tenderían a desaparecer con los procesos de industrialización, modernización y acceso a los recursos más universales (Huntington, 1968; Hopkin, 2006).
Durante gran parte de las décadas de 1960 y 1970, las investigaciones sobre clientelismo analizaban el intercambio material del vínculo, tomando en cuenta que a cambio de favores, votos o expectativas de intercambios futuros, se intercambiaban recursos concretos. Esta visión clásica desconoció el modo en que los actores que participan del intercambio percibían ese vínculo y las razones que los llevaban a participar en esa relación clientelar. La década de 1990 generó cambios importantes en el estudio del clientelismo, el principal de ellos fue que se dio voz a los actores que participaban del intercambio y comenzó a entenderse que los sectores populares no eran necesariamente masas anómicas, propensas a la manipulación.
Ahora bien, cinco problemas teóricos-metodológicos son los que enfrenta el estudio del clientelismo. En primer lugar, a pesar de haber sido abordado de manera profusa, no queda claro aún qué se define cuando se describe algo clientelar. ¿Se trata de relaciones personales, vínculos y redes, lazos sociales, intercambios esporádicos o estables, normas de conducta o actividades estatales? La ambigüedad del término, la dificultad para identificar sus límites y el desarrollo errático de las aproximaciones, con escasa capacidad para viajar de un contexto a otro y poco trabajo intensivo en campo, han dificultado la investigación sobre el fenómeno. Es más, se llega a sostener que el concepto de clientelismo ha perdido “poder descriptivo” (Hilgers, 2011: 567).
En segundo lugar, los problemas continúan cuando se refiere a la unidad de análisis. No resulta evidente cuál es el nivel en el que se utiliza el concepto (micro y macro), dado que mientras la mayoría se centra en la relación diádica, su enfoque se va expandiendo rápidamente a otras unidades más amplias como los partidos, las burocracias o el sistema político (Kaufman, 1974). Con ello, resulta muy difícil medir el clientelismo empíricamente: identificar las estrategias de los actores, el contexto en el que se desarrollan los intercambios y el modo en que se ponen en evidencia los vínculos que se generan resulta más difícil de observar en contextos macro.
En tercer lugar, tampoco queda clara la diferencia entre el clientelismo y otras formas asociativas informales, ya que tiende constantemente a confundirse con el compadrazgo o con el patronazgo. Las diferencias con otros conceptos vecinos (como la corrupción, el patronazgo o el compadrazgo) “se han vuelto indistinguibles” (Hilguers, 2011: 567), lo que alerta sobre la necesidad de continuar pensando el modo de diferenciarlos analítica y empíricamente.
En cuarto lugar, no es clara la dimensión principal sobre la cual se debe focalizar la investigación. Algunos estudios han analizado sólo la dimensión objetiva del intercambio (Scott, 1977), y otros han abordado la dimensión subjetiva, destacando el papel simbólico de ese intercambio (Hilguers, 2008; Auyero, 1999; Ain, 2009).
En quinto lugar, la relación entre clientelismo y democracia no resulta evidente ni cuál es el nexo causal entre ambos conceptos (Graziano, 1976). Mientras unos trabajos se refieren al carácter antidemocrático del clientelismo, siendo los pobres los más vulnerables a caer en sus redes debido a su condición de masas manipulables; otros llaman la atención sobre la flexibilidad, capacidad de cohesión, inclusión y el rompimiento de las relaciones de subordinación de este fenómeno.
Estas particularidades facilitarían el funcionamiento del sistema democrático, lo cual crearía formas de capital social que generarían cohesión entre los individuos que se encuentran excluidos en la política formal. Si bien se mantiene el presupuesto de los daños del clientelismo sobre la democracia, la relación es más compleja y para su análisis se requiere la incorporación de otros factores vinculados a la visión de los actores y sus percepciones sobre lo que significa participar en la relación clientelar.
¿Qué es el clientelismo?: lentes conceptuales para observar el fenómeno
La literatura comparada se refiere a la presencia de al menos dos maneras de entender el clientelismo. Por una parte, el “viejo clientelismo”, según el cual el cliente vota automáticamente por su patrón como parte del sentido de deferencia, de reciprocidad y la implícita e imprecisa promesa de protección (Mauss, 1997). Por otra, el “nuevo clientelismo”, según el cual el cliente compra la oferta del patrón y puede cambiar de patrón si varía la percepción que realiza sobre los beneficios percibidos o las expectativas vinculadas a ella.
Desde ambas visiones, el vínculo clientelar es un tipo especial de vínculo político, de carácter diádico, particularista (no universal),6 asimétrico; que supone beneficio mutuo, estable en el tiempo (implica longevidad); que se da cara a cara, que asume un carácter instrumental de maximización de intereses, en el cual el individuo con estatus socioeconómico más alto o con mayores cuotas de poder (el patrón) usa su influencia y sus recursos para ofrecer protección y beneficios a la persona con estatus más bajo o con menos recursos de poder (cliente), quien a su vez retribuye de manera recíproca al patrón, ofreciendo apoyo, fidelidad y servicios personales.
El intercambio se basa en el “principio de la reciprocidad”, lo que supone que su estabilidad depende de los resultados que cada actor espera obtener mediante la entrega de bienes y servicios y que la relación es personal y privada, ligada sólo de manera difusa a la ley pública. Los patrones y los clientes esperan siempre algo unos de otros de manera inmediata o a más largo plazo.7 Esos vínculos forman parte de una red de múltiples lazos que se entrecruzan entre patrones-mediadores-clientes y que suele estar arraigada en una amplia gama de relaciones sociales, como la vecindad, la amistad, los negocios, el compadrazgo o la familia, que las fortalecen y las complementan.
El intercambio implica una obligatoriedad pero también supone “aceptación voluntaria” (Eisenstadt y Roniger, 1984). Los actores comparten valores y orientaciones cognitivas. Esta afirmación descarta una visión minimalista, esporádica del intercambio y, al mismo tiempo, destaca la persistencia temporal de las relaciones clientelares así como también la multiplicidad de intercambios que se pueden producir en su desarrollo (de poder, prestigio, materiales, solidaridad, entre otros). El aspecto simbólico del vínculo es relevante. Esto significa que hay una dimensión oculta del intercambio que lo hace mucho más fuerte que si fuera sólo el mero intercambio material y que nutre y da sentido a las relaciones clientelares.
Las razones que motivan la participación en el vínculo clientelar
Las razones que llevan a los actores a participar de una relación clientelar pueden ser explicadas desde diferentes enfoques: la teoría de la acción racional, la de la acción normativa y una tercera línea complementaria que combina las anteriores y da voz a los actores que participan de la relación clientelar para exponer sus evaluaciones, decisiones, acciones.
Los políticos, los intermediarios y los electores realizan evaluaciones en contextos de información imperfecta, por tanto siempre hay información que no conocen o que conocen de manera limitada, lo cual debe ser entendido también como un limitante para esos cursos de acción. Los políticos, intermediarios y electores realizan evaluaciones para maximizar sus beneficios y así conseguir rentabilidad a sus inversiones (de tiempo, recursos, políticas, de información, entre otras), y también lo hacen para integrar una red de relaciones sociales que lo contienen (y le integran simbólicamente) como parte de una comunidad. De este modo, la aproximación teórica a un fenómeno de esta naturaleza debe ser mixta, que incorpore nociones del neoinstitucionalismo de la elección racional junto con la visión normativa, de corte más sociológico.
Metodología: preguntas, estrategia y diseño de investigación
La investigación adoptó como estrategia el estudio de caso, pues permite un conocimiento detallado de las características, motivaciones y prácticas de los actores que participan de la relación de intercambio desigual. Si bien un estudio de caso presenta limitaciones respecto a su capacidad de generalizar otras unidades, esta estrategia permite conocer de manera intensiva la naturaleza de las características y motivaciones de los participantes, y contribuye a realizar inferencias descriptivas que serían muy difícil de identificar en gran número de casos.
Esta estrategia se justifica en la necesidad de profundizar el modo en que se han reforzado los patrones de interacción a nivel local y para describir la manera en que funciona la red clientelar a nivel micro, en el marco de una pirámide clientelar mucho más extensa, donde compiten diversas maquinarias partidistas y donde se generan múltiples vínculos sociales (familiares, de negocios, políticos y económicos, entre otros).
La riqueza de esta metodología se encuentra en la posibilidad de contar con una descripción exhaustiva con una fuerte inserción en el terreno. A pesar de la riqueza en términos de datos y conocimiento empírico, esta estrategia también presenta limitaciones. Los estudios de caso no permiten generalizar ni inferir que esas descripciones se reiteran en otros casos ni tampoco permite hacer viajar las premisas o sus conclusiones, por tanto sus hallazgos son limitados.
El trabajo de campo consistió en la observación de las relaciones de poder de un grupo de individuos que viven en la colonia Ramos Arizpe, en la ciudad de Saltillo, en el norte de México; también se realizaron entrevistas a políticos, intermediarios y electores. Las diez entrevistas semiestructuradas a los políticos de diferentes partidos procedentes del estado, quienes compiten a nivel nacional y son políticos que toman decisiones desde diferentes cargos nacionales, fueron realizadas en el Congreso de Diputados durante el mes de marzo de 2009; las trece entrevistas a profundidad a los políticos, intermediarios y electores de la colonia estudiada, junto con la observación participante, se realizaron durante los meses de julio y agosto de 2008.8
El cuestionario contó con 16 preguntas de respuesta abierta sobre acción colectiva, comportamiento del votante y clientelismo electoral. Se elaboró un informe describiendo el trabajo de campo de más de diez páginas, incluyendo las citas textuales de las respuestas de los entrevistados. En este artículo sólo se presentan algunas de ellas como material empírico con la intención de describir mejor el modo en que los habitantes de una colonia (moradores e intermediarios) perciben a los políticos y los vínculos que tienen con ellos.
Datos
La reconstrucción de los vínculos que cruzan la relación entre políticos, intermediarios y electores a nivel local debe tomar en cuenta el contexto en que se da esa relación. El análisis contextual resulta ser clave para identificar el escenario donde se hace la política, y permite comprender mejor las características y las motivaciones de los participantes de la relación clientelar. A continuación, se describe el contexto y a cada uno de los actores: el político (patrón), el intermediario(a) y el elector(a) (cliente).9
El contexto
Coahuila es el tercer estado con mayor extensión del país, con aproximadamente 2495200 habitantes, y está dividido en 38 municipios. Desde la década de 1990, el sistema de partidos ha tenido una lógica bipartidista, aunque han competido al menos cinco partidos en los procesos federales y locales. La alternancia entre el PRI y el Partido Acción Nacional (PAN) ha cruzado la competencia, lo cual ha generado un voto cruzado: los votantes apoyan al PAN a nivel federal, mientras que votan por el PRI a nivel estatal y municipal, aunque la gubernatura está siempre en manos de éste.
En 1994, el PRI ganó los siete distritos electorales a diputados federales; sin embargo para 2000, sólo consiguió tres, por lo que redujo su votación en casi diez puntos porcentuales (Hernández Corichi y Salinas Uribe, 2007). En la elección de 2006, Coahuila aportó al PAN a nivel presidencial cerca de 400894 votos, consiguió 400513 en senadores (43.36% del total) y de los doce diputados federales por mayoría ganó nueve (PRI: 2, y Nueva Alianza: 1). Mientras tanto, en la elección de 2008 a diputados locales, el gobernador todopoderoso del PRI arrasó con los 20 diputados por mayoría de los 31 legisladores que integran el Congreso local, entre aquellos que votaron, ya que más de 60% se abstuvo de hacerlo y hubo miles de votos nulos.
El crecimiento del PAN y la pérdida de algunos distritos por parte del PRI generaron que la dirigencia priista decidiera desarrollar una agresiva estrategia de penetración territorial mediante la creación de los Consejos de Desarrollo Comunitario (cdc), en cada una de las secciones en las que está dividida la entidad federativa. Cada cdc manejaba diversos programas que eran coordinados desde el gobierno estatal: el Programa de Pastas o Nutrigente10 o los de materiales para las casas, como el Programa Pinta tu Casa,11 Cambia tu Techo, Piso Firme u otros programas como los de Rehabilitación de Canchas, Cero Marginación, Farmacias de la Gente o Unidades móviles de asistencia primaria para los que no contaban con afiliación sanitaria.12
La “Casa que cuida tu casa”… ¡a la conquista del territorio!
La colonia donde se creó la Casa de Gestión “La Casa que cuida tu casa” estaba integrada por 7000 casas aproximadamente y se encontraba a 15 minutos de Saltillo, capital del estado. Esa Casa fue creada por un dirigente joven como parte de la estrategia de control del territorio de la dirigencia priista aunque presenta características que la distinguen de los otros cdc, dado que su diseño e implementación fue dirigida exclusivamente por ese político joven como instrumento para proyectar su liderazgo político.
La historia es simple. José Enrique se acercó a los moradores de la colonia para presentarse como candidato a consejero político del PRI en marzo de 2008, por indicación del líder político estatal.13 A pesar de ser un forastero, compitió contra cuatro candidatos y ganó con 331 de los 471 votos, lo que supuso la mayor votación del distrito para un consejero priista. Si bien su trayectoria partidista era escasa; era conocido por ser miembro de una de las familias más ricas y por haber tenido familiares cercanos en el gobierno del estado.14 Una de sus primeras acciones como consejero político fue construir la Casa de Gestión que le permitiera estructurar su trabajo político, “tener llegada a la gente y crecer dentro del PRI”.15 La Casa se creó en un clima de desconfianza por parte de los residentes hacia los políticos e incluso los moradores no estaban muy convencidos de que esta Casa (y su líder) permanecieran en la colonia una vez pasada la elección interna del partido.16 La Casa de Gestión no era una sede del PRI, no formaba parte de su burocracia ni recibía financiación del partido. La Casa surgió desde los márgenes de la burocracia partidista, y fue autocreada, autogestionada y autofinanciada por José Enrique.17
En vez de oficinas con claros reconocimientos de los símbolos priistas, como ocurriría si fuera parte de la organización política formal, la Casa y los cdc solían funcionar a menudo dentro de asociaciones de vecinos, cívicas o sociales; oficinas del gobierno e, incluso, en las propias casas o negocios de los militantes o dirigentes locales; todos ellos son indicadores de una organización de partido informal (Freidenberg y Levitsky 2007).
La tarea era gestionar los diferentes programas estatales y federales y funcionar como un espacio de contención de las demandas de los moradores. Se ocupaba de problemas que, en principio, debieron ser resueltos directamente por el Estado (sin intermediarios), y coordinaba, distribuía y gestionaba recursos estatales de manera paralela a la maquinaria estatal e incluso, muchas veces, al propio partido.
La Casa fue convirtiéndose en un espacio autónomo y controlaba la gestión de materiales de infraestructura vial (banquetas, camellones, semáforos, rellenos); distribución de materiales para el arreglo de las viviendas (sanitarios, pintura) y otros de tipo social (despensas, lentes, sillas de rueda, entre otros). Se hacía de todo: retirar escombros, construir y pintar banquetas, ampliar el foro (auditorio), arreglar el camellón de la carretera, plantar palmeras, dar clases gratuitas de pintura o prestar servicios básicos, como asistencia jurídica, dar de comer o asistencia sanitaria.18
Como declaró un político local, “los políticos locales priistas iban por todos los cargos en Coahuila. Querían ganar todo, querían hacerlo y demostrarle al PRI nacional que podían regresar al poder”.19 La Casa que cuida tu casa formó parte de esa estrategia de transformación de la organización partidista para recuperar (o mantener) el poder en todo el territorio mexicano, aunque a nivel federal esa estrategia fue abortada.
El político (el patrón)
José Enrique era un joven ambicioso y estaba convencido de la necesidad de formar parte de un partido político para desarrollar su carrera política. Su principal sueño era ser gobernador del Estado y conocía la urgencia de desarrollar su propia maquinaria clientelar.20 De este modo, era consciente de que, por el momento, era una pieza más de una pirámide de intercambios individuales, donde a veces funcionaba como patrón y otras como intermediario, y los participantes de esas redes no contaban con los mismos recursos. Creía que eran sus gestiones las que permitían que los recursos públicos fueran accesibles para la gente de la colonia y que “sin su gestión los programas sociales no llegarían a quienes más lo necesitaban”.21
José Enrique autorizaba beneficios, gestionaba directamente la solución de los problemas, pero no realizaba la campaña electoral: de eso se encargaban “sus chicas”.22 Creía que la relación con sus electores dependía de su capacidad de gestión personal para dar respuestas concretas a sus problemas y de ahí su vínculo personalista (no programático) con los moradores:
Entonces, yo estoy aquí nomás para ver qué más podemos hacer por ustedes. Como siempre les he dicho, en la medida de las posibilidades, porque tampoco es que la Casita da para mucho, no. Estoy aquí para escuchar y para apoyar.
De nuestros proyectos, siguen en pie: a) la asesoría jurídica gratuita (cualquier problema que tengan se acercan a la Casita para hablar con el abogado), b) apoyos especiales económicos (que damos para gente con necesidades diferentes, con problemas de salud, viudez, etcétera), c) programas de despensas (cajas de leche, comida, para gente que no tiene ni siquiera para comprarse su comida), d) programas de sanitarios y materiales, e) el programa de agua (si alguien considera que han recibido una tarifa muy alta de agua, pues entonces hacemos una gestión para ver que se les haga un descuento).
Todos estos programas los bajamos a través del trabajo de las señoras, que nos echan una mano. Porque yo no puedo ir directamente y bajar los programas porque yo soy del PRI. Y no puede el PRI gestionar directamente los recursos del gobierno […]. Entonces, las señoras nos echan una mano y ellas son las que bajan los programas. Aquí, Gloria recibe las peticiones de la gente y ella la gestiona con nosotros.23
El político desarrollaba lazos de control social y confianza personal con los miembros de la comunidad. Su discurso paternalista combina rasgos de un líder carismático con el del proveedor de recursos (líder gestor), como si él fuera un mero intermediario entre diferentes maquinarias clientelares cuando en realidad él controla una maquinaria propia. La atribución de responsabilidad resulta siempre ambigua y nunca dejaba claro pública ni explícitamente lo que esperaba de ese vínculo. El líder trabajaba y los votos (según sus propias palabras) ya vendrían solos: “si uno trabaja, eso se ve en las urnas”.24
El joven sabía que no había necesidad de explicitar a los moradores la obligatoriedad de la reciprocidad en el intercambio, aun cuando estaba claro que se estaba esperando algo a cambio (votos, apoyo en la credencialización de los militantes del partido, legitimidad ante los otros dirigentes priistas). La confianza personal era un elemento relativamente sensible, dependiente en gran medida de su capacidad para sostener la redistribución de los recursos, lo que implicaba seguir trabajando por la satisfacción constante de las demandas.
Los resultados electorales dieron razón al dirigente priista. La maquinaria electoral desarrollada desde la Casa de Gestión fue muy exitosa, pues le permitió acceder a diferentes cargos de representación popular y en la dirigencia del PRI estatal. En las elecciones de octubre de 2008, el partido consiguió todos los escaños en el legislativo estatal (“carro completo”) y en las de 2017 se presenta como candidato a una dignidad ejecutiva de primer nivel en el estado.
Las intermediarias (las mujeres coordinadoras)
El trabajo cotidiano lo realizaba un grupo de mujeres, denominadas “coordinadoras” o “manzaneras”, cuidadosamente seleccionadas por el líder, que participaban de manera voluntaria. Estas mujeres eran responsables de los habitantes de una (o dos) manzanas y actuaban como intermediarias en la relación entre el patrón y los moradores de la colonia. Las mujeres conocían las demandas de los votantes por medio de encuestas y cuestionarios administrados en las visitas cotidianas que realizaban a las casas, así como por las reuniones que ellas organizaban para que el patrón conociera a los vecinos (juntas de vecinos).
La Casa surge cuando nos sumamos a la campaña de José Enrique. El partido presentó fórmulas para Consejero Político Municipal. Él nos invita, junto a Catalina López [su compañera de fórmula], a sumarnos a esa campaña para competir con las otras fórmulas en ese distrito que nuclea a más de dos mil personas. La seccional está integrada por esta colonia, más otras colonias, y una zona residencial.25
El papel de las manzaneras como articuladoras de la red era clave: son quienes funcionan como ejes de la relación pero también acumulan capital político y se ganan cierta reputación, que a su vez supone cierta responsabilidad frente a la comunidad. La identificación de las necesidades de los moradores es una guía respecto a sus expectativas.
El día que conocimos a José Enrique fue un día que tuvimos un accidente, casi matan a un niño [esto fue en enero de 2008]. Así todas las vecinas nos dimos cuenta. ¿Sabes qué? Vamos a hacer que cierren esa calle [la Carlos Cárdenas de la colonia]. Pero no sabíamos con quién ir. Resulta que yo estaba en las manualidades, allá abajo, una maestra nos enseñaba manualidades, y ahí llega José Enrique presentándose para poder ayudar y que él venía de fuera y que quería mi voto. Entonces le dije, si tanto quiere usted, a ver si es cierto que me resuelve este problema. Véngase para acá. De inmediato lo traje para acá.
Y les digo: vénganse, vénganse, a toda la gente. Él estaba mirando por ahí, voltea y ve a toda la gente. Y pregunta: ¿de dónde salió toda esta gente?
Y le digo: toda esta gente necesita y quiere que cierren esta calle, aquí, porque es mucho peligro. Es demasiado peligro. Y dijo: ¿tanto así es este problema? Sí, es demasiado, le dije. Si usted nos puede ayudar, ayúdenos…
Entonces dijo: Yo puedo ayudarles en esto, en llevarlas con quien hablar para que les den permiso. Porque deben tener permiso para cerrar [la calle]. ¿Qué es lo que necesitan? Tú mueves mucha gente. Yo puedo ayudarles.
Le dije: para este lado, lo que se necesita es leche, para este lado no hay nada, no llega nada… Si bien es cierto que allá por la calle 12 hay un Comité, que lleva una señora que se llama Nancy, nosotros nunca hemos visto nada.26
Algunas de las coordinadoras habían participado entre 2004 y 2006 de las redes pastorales que se habían estructurado en torno a la Iglesia y a la parroquia del padre Sergio, que para el momento de esta investigación (2008) ya no servía en la parroquia. Las redes y los aprendizajes anteriores sirvieron de base para que las coordinadoras supieran qué hacer y cómo organizarse en torno al trabajo a desarrollar,27 de carácter jerárquico y vertical: “se informa (o se pregunta), las coordinadoras reproducen la información a los moradores y vuelve al Consejero con la información solicitada. Él es el que decide todo”.28
En los cuatro meses y medio que llevaba funcionando la Casa se realizaron dos jornadas de credencialización del PRI. Las manzaneras devolvían el favor al líder con su capacidad de movilización, a quienes se les sugería que aceptaran el carnet del PRI como una manera de agradecer el trabajo que José Enrique había realizado por la colonia y para que pudiera a su vez mostrar a sus jefes el éxito que estaba teniendo en su trabajo electoral. Este era el intercambio clave: ellas apoyaban al patrón en ese momento que era tan importante para él, a cambio de que José Enrique continuara trabajando para la colonia.
Los electores (los clientes)
Los moradores estaban acostumbrados a que los políticos sólo quisieran su voto, no hicieran nada por ellos (salvo alguna actividad durante la campaña electoral) y luego se fueran de la comunidad.29 Desde la creación de la Casa, los moradores fueron cambiando su impresión sobre lo que significaba la relación con la política. Era la primera vez que un político “hacía cosas” (no sólo las prometía) y se interesaba por lo que le ocurría a la gente.
al principio, lo veían como un forastero. Creían que iba a venir, ganar e irse como habían hecho otros. Entonces, el compromiso que hace con la gente es abrir la Casa de Gestoría y traer programas permanentes, estatales, municipales o federales (o de él mismo). […] Existía un pandillerismo, existía graffiteadas, existían áreas que no se limpiaban, casas abandonadas […] [pero] un montón de detalles se han venido transformando con la llegada de este muchacho, con las conexiones que tiene ha traído obras públicas, obras privadas y gestiones a personas de casos diversos (personas con sillas de ruedas, minusválidas, con cáncer, con hemodiálisis). Ha mejorado el nivel de vida de la gente.30
Los individuos que participaban de la red de intercambio de la Casa no eran actores pasivos, anestesiados o manipulados por el joven político o por los intermediarios, sino que realizaban evaluaciones e incluso desarrollaban un plan de acción que les lleva a emplear las redes clientelares en función de sus intereses específicos.31 Quienes comprometen su voto (o lo intercambian por otros recursos) también reciben ventajas y se convierten en los beneficiarios principales de la redistribución de bienes públicos que opera en estas redes clientelares, aunque ésta no se haga desde la política democrática (Schedler, 2004).
Esos clientes participan porque evalúan que los beneficios de participar en los intercambios clientelares son mayores que los costos percibidos, y realizan sus evaluaciones en un contexto normativo. Los electores no están anestesiados y tienen capacidad para manipular las relaciones clientelares de acuerdo con sus necesidades concretas, lo que los convierte en actores que se guían según sus intereses, pero que también reaccionan a los estímulos del entorno.
El desconocimiento de la procedencia de los recursos era un elemento que se repetía en el discurso de los miembros de la colonia.32 Los moradores confundían constantemente el origen de los recursos: del gobierno, del partido, del presidente municipal o del consejero político. Los residentes sabían que existían los programas sociales, pero muy pocos de esos programas eran aprovechados por los miembros de la colonia antes de la llegada de José Enrique, cuando todo cambió.
Con José Enrique aquí, las cosas han sido muy distintas. Sus amigos le han hecho caso… tenemos que estar con él, él vino a estar con nosotros y somos las gallinas de su gallinero. Él es el gallo. Él nos ayuda a gestionar y a conseguir cosas… antes nadie nos hacía caso. Con él, las cosas han cambiado. […] Y si después hay que ir a la plaza o a la Casa a apoyarle e incluso hay que hacerse del partido y estar ahí para la credencialización de los militantes, para que vean que le apoyamos o incluso ir a votar. Pues vamos… ahí estamos.33
Los cambios eran concretos: una Casa de Gestión, asistencia jurídica gratuita los sábados, el camellón finalmente arreglado, la cancha de futbol para los niños que podían tener clases todas las tardes, junto a su copa de leche y, lo más importante, un político que tenía palabra, conseguía cosas y respondía a las necesidades de la gente. La Casa ofrecía un sitio donde estar, un lugar donde poder disfrutar del ocio, donde sentir que alguien se ocupaba de uno y que uno formaba parte de una comunidad.34
Los moradores entendieron que debían devolver el favor al joven político. Llegado el momento, los electores hacían lo que se esperaba que hicieran: apoyaban con su voto de manera masiva al único político que les había prestado atención y se había ocupado de ellos. La creencia era que esta fórmula funcionaba porque José Enrique “tenía poder”. Confiaban en el joven líder, ya que “él sí cumplió lo que prometió y sigue cumpliendo”.35
Conclusiones alternativas generadas desde una colonia para el conocimiento del clientelismo
Este trabajo aporta evidencia a nivel micropolítico respecto de las prácticas y motivaciones de los actores (políticos, intermediarios y clientes) en sus relaciones a nivel local. La investigación da cuenta de cómo esas relaciones son directas, estables en el tiempo, basadas en la confianza y la reciprocidad, y suponen intercambios mutuos, producto de la desigualdad entre los actores que participan. También muestra que los vínculos clientelares tienen una significación más allá del mero intercambio material, lo que complica la identificación de los intereses, de los intercambios, de las motivaciones y de sus consecuencias. Las prácticas clientelares descritas establecen lealtades y apoyos, intercambios simbólicos como los que describe Auyero (1999) para Argentina, que configuran vínculos cotidianos, estables y activos. Estas redes constituyen canales alternativos a los oficiales o estatales de redistribución de recursos y programas públicos (redes formales).
De este modo, las razones que llevan al intercambio son algo más que recibir bienes y servicios materiales a cambio de votos. Eso supone que existen otras motivaciones como la satisfacción de expectativas que acompañan los intercambios y legitiman el vínculo clientelar. Las redes funcionan como una estrategia de rendición de cuentas entre políticos, intermediarios y electores. A pesar de que incluso las coordinadoras identifican esta práctica como clientelar, eso no les impedía participar de la red ni sentirse orgullosas de formar parte de una actividad que les permite ayudar a los demás, quizá incluso cuando esto pueda parecer de manera ingenua.
El ejemplo de la “Casa que cuida tu casa” muestra la combinación de la satisfacción de ambas expectativas: las de clientes —deseosos de atención y protección—; de intermediarias —para maximizar sus cuotas de poder y de servir a la comunidad— y la de políticos —ambiciosos de poder, control del territorio y éxito electoral—. En estos minisistemas políticos locales, donde priman aún sistemas tradicionales de ejercicio del poder, la personalización de la política, el intercambio de recursos a cambio de apoyos y la manipulación de los programas sociales son moneda corriente.
Esta investigación muestra que el clientelismo se ha convertido en una alternativa a las instituciones formales y en la punta de lanza del intercambio político entre esos partidos que compiten a nivel formal y para los sectores del electorado que lo hacen de manera informal. Las metas de un joven político ambicioso y de los dirigentes de un partido hegemónico, legítimas y funcionales para la democracia, se amoldaron a las necesidades de una ciudadanía que percibía que la política informal y la gestión personalizada de los recursos satisfacían más sus demandas que la política formal. En estos contextos, donde lo particularista prima sobre la concepción universalista en la distribución de los recursos, la que pierde es la democracia.
Esta investigación da cuenta de la existencia de políticos reales (con autointerés, pero también vocación, carisma y habilidad para la gestión social) en el marco de fuertes críticas al proceso de representación política y a las formas de hacer política, que resultan ser más intensivas en capital y no en trabajo. La racionalidad de los votantes e intermediarios revela la predisposición a poner en los políticos una confianza reflexiva, esto es, sujeta a resultados, pero confianza al cabo.36
El ejercicio de esas prácticas ha sido exitoso en aquellos sitios donde la población vive en condiciones de marginación, como es el caso analizado en esta investigación, y porque son vínculos practicados en redes clientelares, donde se percibe que los patrones y sus intermediarios son los únicos que están disponibles y atentos a sus demandas. De este modo, este estudio evidencia la existencia de un escenario proclive para la manipulación en condiciones de escasez, por la debilidad estatal. Sin un Estado fuerte es difícil o casi imposible que las necesidades sean satisfechas y que la democracia pueda practicarse a partir de principios abstractos.
La tensión existe también en el carácter bifronte de estas prácticas iliberales (Behrend y Whitehead, 2016). Por una parte, atentan contra la democracia, pero, por otra, son un instrumento para facilitar la resolución de problemas de sectores que no consiguen hacer efectivos sus derechos mediante la política formal y que, gracias a estas redes clientelares, se sienten parte de una democracia que parece no querer representarlos. Aun cuando las prácticas clientelares tenderían a desaparecer con los procesos de industrialización, modernización y acceso a los recursos más universales (como ha sostenido Huntington, 1968), esta investigación muestra la convivencia de sistemas políticos tradicionales con otros de tipo modernos en el ejercicio de la política local.
Los clientes actúan como actores racionales en un contexto de escasez que limita sus opciones. Esta racionalidad es un factor que da sentido a la elección de relaciones informales ante la ausencia de condiciones para sostener relaciones abstractas y universales propias de una democracia y de un estado de derecho. De manera contrafáctica, puede discutirse si el abandono de las prácticas clientelares, en el contexto de una democracia privada de estatalidad, sería para los clientes una conducta democrática posible. Esta última presunción deberá analizarse en futuras investigaciones que contribuyan a mejorar el conocimiento comparado del clientelismo.