Tensiones en la hermenéutica: interpretar y comunicar
La hermenéutica contemporánea tiene dos concepciones: una restringida y otra ampliada. En sentido restringido es una técnica interpretativa útil para la comprensión de textos; con ayuda de la hermenéutica se evita malentendidos suscitados por la palabra escrita. Sin embargo, la hermenéutica restringida corre el riesgo de dejar de lado aspectos con los que nace en la antigüedad con Aristóteles, así como aspectos que adquiere en la modernidad con Schleiermacher. Una visión ampliada de hermenéutica atiende aspectos antiguos y modernos para dar lugar a una filosofía de la significación. De forma esquemática Aristóteles relaciona la hermenéutica con la retórica y la lógica, por su parte Schleiermacher establece la relación con la teología y la psicología. Schleiermacher se suma al movimiento romántico al celebrar la singularidad y la experiencia individual. En palabras de Schleiermacher: “Muchas veces andan los hombres por caminos próximos y, sin embargo, no se acercan el uno al otro” (1991, p. 65).
Lo escrito es desde la experiencia singular por ello el malentendido se crea como una aparente condena para la hermenéutica contemporánea. El texto se convierte en testimonio de la experiencia propia, por tanto, el texto es autobiográfico para el autor, como para el intérprete que lo recibe desde su propia experiencia. La hermenéutica abre el problema sobre lo inaccesible que puede llegar a ser un tú o un otro para un yo, con ello se crea un permanente malentendido en la comunicación. Con Dilthey la hermenéutica se separa de la filología, el romanticismo y la psicología. La obra de Dilthey, como la de muchos filósofos, atraviesa por diferentes etapas. Dilthey se acerca a la psicología descriptiva, así como a la historia y la filosofía de la vida. La presencia de la psicología en la hermenéutica es parte del ambiente del siglo XIX, en ese siglo la psicología tiene un desarrollo inusitado. En especial, la naciente psicología experimental. Por otro lado, la alianza de la psicología experimental con la lógica formal es clave para el positivismo de ese momento, es decir, para la aparición de una ciencia explicativa. Con ayuda de la psicología descriptiva, Dilthey rompe con aspectos de la psicología experimental. La psicología descriptiva lejos de apoyarse en aspectos fisiológicos del sujeto explora aspectos de la vida interior. Para Dilthey la vida interior se puede conocer desde la hermenéutica, no así desde la experimentación. La vida interior se manifiesta en lenguaje. El lenguaje exhibe una vida interior para un tú que se ve obligado a entender el sentido de esa manifestación. Con ayuda de la hermenéutica se interpreta la singularidad expresada y fijada en la escritura sin dejar a un lado los motivos, impulsos y sentimientos del individuo. Por ello, uno de los proyectos de mayor relevancia en Dilthey es fundamentar las ciencias del espíritu con la hermenéutica como vía para la comprensión de la vida interior.
Es sabido que en la Reforma la hermenéutica cobró relevancia al tenerla como ciencia auxiliar de la filología. El texto al que ayudó a comprender fue la Biblia. Del texto bíblico la atención se desplazó a textos antiguos, así como a textos de la naciente cultura humanística. Con la modernidad, el interés se hizo extensivo a textos literarios, así como a textos jurídicos. Se amplió también la concepción de texto, en términos de escritura y sentido, a acciones, esculturas, monumentos, gestos, vestidos, es decir, se dio un salto de la palabra escrita y revelada, a la palabra escrita que recupera, registra y resguarda la experiencia humana individual. Para la hermenéutica moderna el lenguaje es la manifestación del espíritu humano.
Dilthey en “El surgimiento de la hermenéutica” apunta a una apertura del texto más allá de la escritura y con ello aproxima la hermenéutica a la semiótica como ciencias del sentido de lo escrito, así como de lo no escrito, es decir, como ciencia del signo que requiere de la interpretación. En palabras de Dilthey: “El comprender y la interpretación están así siempre activos y despiertos en la vida misma, alcanzan su cumplimiento en la interpretación técnica de obras de poderosa vitalidad, y de la interconexión de las mismas en el espíritu de sus autores. Ésta era la nueva intuición, en la forma particular que tomó en el espíritu de Schleiermacher” (2000, p. 63). Sin embargo, la relación entre hermenéutica y semiótica está formulada mucho antes por Aristóteles y desarrollada en la escolástica. Una cuestión que hay que atender es la nomenclatura con la cual se estableció la semiótica con el nombre de lógica en la antigüedad. Lo peculiar en Dilthey no es establecer la relación: hermenéutica-semiótica, más bien lo central es su preocupación por la experiencia como significación.
Con Heidegger la significación, bosquejada por Schleiermacher, Dilthey y otros, es tratada desde la fenomenología husserliana. Heidegger le da un giro a la manera en la que la significación se entiende, con él se abandona la psicología y se reivindica la ontología y la metafísica. Este giro de lo psicológico a lo ontológico presupone una relectura por parte de Heidegger de Aristóteles, en especial una atención a la lógica aristotélica. Las confrontaciones de esta relectura tocan también aspectos de la filosofía escolástica que han visto a Aristóteles desde una visión técnica.
La relación de la hermenéutica con la semiótica se desplaza a una relación con la fenomenología al punto de eclipsarse en ella. ¿Cuándo se puede plantear una hermenéutica y cuándo una fenomenología? La hermenéutica es una fenomenología, es decir, es una ontología, como lo apuntó Heidegger en Ontología. En palabras de Heidegger: “Fenomenología es, pues, un peculiar cómo de la investigación. Los objetos llegan a determinarse tal como ellos mismos se dan. La indagación se ocupa en lograr la actualización de la cosa. Se propone con esto una vía que la hermenéutica de la facticidad trata de seguir” (2017, p. 98).
El que la hermenéutica sea una ontología no es sólo una consideración heideggeriana acerca de la manera en la que se da el ser, también es un aporte de C. S. Peirce. Peirce tiene un paralelismo extraño con Heidegger. En sentido estricto no son contemporáneos. Sin embargo, Peirce, al igual que Heidegger, realiza una relectura de Aristóteles para establecer que la semiótica es una lógica. Peirce en “La lógica como semiótica formal” esclarece el sentido que los autores antiguos, en especial Aristóteles, le dan a la lógica como semiótica, es decir, la lógica es una filosofía de la significación. La relación entre hermenéutica y semiótica contribuye a despsicologizar la interpretación a través de una operación en donde la cosa se da al ego, cuando el ego es sólo relación. En 1877 Peirce publica “La fijación de la creencia”, en este texto la hermenéutica se puede entender como una lógica de la investigación, al mismo tiempo como una filosofía de la significación y una ontología. La figura de interpretante, planteada por Peirce, en su concepción de signo es útil en esta relación. Con Peirce la hermenéutica no se excluye de la lógica, más bien busca una lógica útil para la vida anímica, espiritual y comunitaria. La crítica no es a la lógica en sí misma, entendida como modos, métodos y formas de razonamientos válidos. Más bien la crítica es a una lógica psicológica, a una lógica al mismo tiempo naturalista que sirvió de base y de modelo a las ciencias naturales para construir un conocimiento explicativo, medible, acumulativo. La hermenéutica es una lógica de la interpretación y por tanto del sentido que pretende llegar a un conocimiento comprensible.
El conocimiento interpretativo es el resultado de elecciones lógicas, de apuestas ontológicas, de conjeturas e hipótesis, su validez se da en un aquí y en un ahora. Son lógicas del acontecimiento. Defender, continuar y conservar lógicamente una idea por el sujeto es una apuesta de la modernidad. La realidad no se puede detener en una idea, es por el contrario, cambiante, perpleja, acontecimiento. Por ello, la relectura por parte de Heidegger y de Peirce sobre la lógica aristotélica apunta a una concepción de lógica dinámica, así como de una lógica de la significación.
El malentendido en la comunicación: condiciones en la interpretación
Gadamer, a pesar de las diferencias notorias con Heidegger, despsicologiza la hermenéutica. En Verdad y método le da un giro a la interpretación de un texto. Para interpretar un texto es necesario priorizar el tema o asunto del que trata, más que el esfuerzo del intérprete por revivir y recuperar la intención del autor depositada en el texto. Gadamer escribe: “Comprender lo que alguien dice es, como ya hemos visto, ponerse de acuerdo en la cosa, no ponerse en el lugar del otro y reproducir sus vivencias” (2012, p. 461). Prosigue: “El lenguaje es el medio en el que se realiza el acuerdo de los interlocutores y el consenso sobre la cosa” (Gadamer, 2012, p. 462).
La hermenéutica pretende, a decir de Gadamer, reducir los malentendidos que produce el lenguaje en la comunicación. Más allá de reglas para el correcto interpretar es importante contar con ciertas condiciones para superar el malentendido. A pesar de dejar atrás el psicologismo, una condición es que el sujeto se abisme con el propósito de abandonar su yo formal, así como su ensimismamiento lógico que lo coloca como máquina de discernimiento y razonamiento. Antes de entrar en aspectos del abismo propios de la interpretación es relevante preguntarse por la comunicación humana: ¿Para qué comunicamos? ¿a quién comunicamos? ¿en qué condiciones comunicamos? ¿qué es comunicar? Las respuestas a estas interrogantes son elaboradas con base en modelos matemáticos y psicológicos. No son conocidas a partir de aspectos propios de la palabra humana. ¿Por qué los humanos tenemos lenguaje? ¿por qué el lenguaje nos permite acercarnos, relacionarnos, vincularnos con otros humanos o bien nos conduce a lo contrario: distanciarnos y conflictuarnos? Estos dos últimos aspectos, el distanciamiento y el conflicto son parte de las discusiones de la hermenéutica contemporánea. Heidegger, entre otros filósofos, hace énfasis en la importancia de las condiciones en las que se da la interpretación, así como de las condiciones en las que aparece la comunicación, al punto de concebir la hermenéutica como una ciencia que estudia las condiciones por las cuales se da la interpretación. También enfatiza la interpretación para acceder al ser. Con Heidegger la definición de Aristóteles acerca de la ciencia como el examen de las condiciones de algo se revitaliza, y al mismo tiempo se pone en circulación la expresión aristotélica: el ser se dice de muchas maneras.
Heidegger ontologiza a la hermenéutica. La hermenéutica antes del pensador de la Selva Negra ha pasado por varias condiciones y tensiones. Existe una psicologización de la hermenéutica, lo mismo que una historización. Existe también una subordinación de la hermenéutica respecto a la filología. La ontologización de la hermenéutica por parte de Martin Heidegger puso en una nueva tensión a la hermenéutica no ya con la filología sino con la filosofía. Heidegger interrogó la idea misma de filosofía y le devolvió su esencia de mirar la vida. La pregunta: ¿qué es la filosofía? se vuelve inquietante porque presupone una exigencia de interrogación simultánea por quien ha hecho tal formulación. Al mismo tiempo Heidegger acercó la filosofía al protestantismo. Con ello, la pregunta del por qué es con el lenguaje la comunicación humana se volvió problema filosófico-teológico.
Parece imposible comunicarse a partir del lenguaje. Por ello, la pertinencia de la interpretación. La comunicación abre una distancia por momentos insalvable entre los humanos. El ser humano es finito por ello la necesidad de comunicarse. Dios es infinito y es Dios quién provee al hombre de lenguaje para acercarse a él mediante la comunicación. El lenguaje acerca a los humanos con Dios. Por ello el lenguaje en su forma de silencio es la vía para cumplir tal cometido. El lenguaje que se emplea para la comunicación entre humanos se ha instrumentalizado, se ha degenerado en el vociferar, en el estruendo, en la sonoridad. Se perdió en esta instrumentalización el aspecto sagrado del lenguaje. Dios al ser, desde una visión hermenéutica, lenguaje condena al malentendido a los seres humanos cuando éstos emplean el lenguaje no como un aspecto constitutivo de su ser, sino como utensilio e instrumento. El lenguaje humano sonoro siempre provoca distanciamiento. La primera trampa en la que se cae con la Modernidad es la de pensar que el lenguaje acerca. Nada más engañoso. El lenguaje distancia. Lo que acerca es la interpretación del lenguaje. Por ello, lo que hay que atender en la hermenéutica son las condiciones en las que se interpreta.
La condición poética deja ver el sentido auténtico y primigenio del lenguaje. El lenguaje encierra más de un sentido, pero no por ello conduce la hermenéutica a una atención a aspectos semánticos y lógicos para esclarecer el sentido y evitar la ambigüedad. No es meramente un mecanismo de despejar un malentendido suscitado por el lenguaje mismo, sus estructuras gramaticales y su logicidad. Es más bien, referir la poesía como posibilidad primera y última para evitar el malentendido. La poesía destruye envolturas que el proceso civilizatorio puso al lenguaje. El lenguaje, con la civilización y quizá también con el protestantismo, tomó una impronta lógica e hizo que la comunicación humana tuviese fines objetivos, cotidianos, útiles, inmediatos e instrumentales. En este proceso el ser humano se objetivó. Husserl al final de su vida, en especial en su Conferencia en Viena de 1935, se interesó sobre este proceso de objetivación del sujeto en donde la lógica permitió conocer objetivando. La ciencia permitió un conocimiento del otro y de uno mismo, en general del sujeto como objeto en tanto género humano observando aspectos naturales, culturales e históricos y tratándolos de manera formal. Así procede la ciencia positivista. Por el contrario, La hermenéutica junto con la fenomenología buscan crear un conocimiento comprensivo, en esa búsqueda una filosofía se distancia de la otra; en especial, la distancia es entre Husserl y Heidegger.
¿Por qué la poesía es la condición primera de la interpretación, así como de la autointerpretación? La poesía es un mecanismo de develación y no una estrategia persuasiva a partir de adornar al lenguaje. La concepción de la poesía como adorno es confrontada por la idea de poesía como develación del sentido primigenio del lenguaje. Por ello Hölderlin es recuperado por la hermenéutica, en especial por Dilthey y por Heidegger. En Hölderlin, la poesía es la forma en la que se habita el mundo. La poesía le ha quitado ese formalismo al lenguaje producto de la industrialización, de la modernidad, del cristianismo y del protestantismo. Quizá, la forma en la que opera la poesía es exhibida por Nietzsche más que por Hölderlin, Dilthey o Heidegger. Nietzsche en el canon de la hermenéutica es una figura extraña. No es parte de ese eje o línea alemana que plantea Ferraris en su texto Hermenéutica. El propio Ferraris coloca a Nietzsche a lado de Heidegger, más que a lado de Schleiermacher o Gadamer. Sin embargo, Nietzsche comparte con Dilthey muchos aspectos del siglo XIX útiles en la compresión de la poesía.
La hermenéutica con Nietzsche enfatiza y denuncia el lenguaje que encubre un sentido teológico y al mismo tiempo moral. Denuncia que el lenguaje subvierte un sentido. La tarea de la hermenéutica es devolver el sentido no moral al lenguaje. ¿Por qué el lenguaje lleva una impronta moral? ¿por qué el lenguaje exhibe pensamientos? El lenguaje en cierta tradición es la puerta o ventana en la cual el alma se asoma. ¿por qué, entonces, se transitó de una concepción en donde el lenguaje exhibe el alma a un lenguaje que presenta pensamientos? Con la hermenéutica la poesía es un acceso al habla profundo. En cambio, el habla que instaura la modernidad y el proceso civilizatorio es un habla superficial. Hablar para qué y a quién y con qué palabras, hablar de qué. Estas preguntas abren discusiones que ponen en entredicho la importancia del texto como tarea principal de la hermenéutica y en su lugar recuperan al lenguaje como tema sustancial de la hermenéutica. El lenguaje poético permite una crítica al lenguaje formal construido desde la ciencia que objetiva la vida natural y al mismo tiempo la vida espiritual.
Escribe Mier:
El lenguaje aparece como lugar de las epifanías y la creación singular de la expresión. El romanticismo traza de manera ejemplar el umbral de las interrogantes sobre el lenguaje en acto, como un dominio de la dialéctica, a un conjunto de desafíos propios, no sólo en torno de la naturaleza del conocimiento, sino también de la conciencia de sí. Acaso, el planteamiento que más nítidamente despliega las facetas múltiples de estas interrogantes surge de una necesidad de reformulación de las exigencias y las finalidades de la hermenéutica. Surgida ante la exigencia de hacer patente el alcance y la fuerza de revelación del texto sagrado, la hermenéutica se enfrenta a la necesidad de esclarecer el papel de un texto singular, cuyo sentido toma un relieve propio y asume el sentido al mismo tiempo universal y singular de una epifanía. Con ello, la hermenéutica tiene que integrar una vasta meditación sobre las diferentes formaciones del lenguaje y su papel en la comprensión, la experiencia y la aprehensión de la verdad (2018, p. 23).
Cualquier conocimiento científico objetiva. Las consecuencias de este proceder son políticas y éticas en apariencia positivas. La creación de protocolos, la instauración de procedimientos, de marcos normativos creados desde este tipo de conocimiento objetiva, jerarquiza, esquematiza, clasifica, generaliza a los sujetos en términos conceptuales y categoriales. Lo mismo que un biólogo hace respecto a sus objetos de estudio o un físico a los objetos de su ciencia, lo mismo realiza un sociólogo o un antropólogo en la creación de elaboraciones abstractas sobre lo que investiga. Con ese proceder se deja afuera al sujeto en sí mismo, a su individualidad, a su experiencia. Esto no apunta a una vuelta a un psicologismo. Más bien, enfatiza el carácter poético de la hermenéutica contemporánea.
La hermenéutica cuando se pregunta por las condiciones de todo interpretar manifiesta su crítica a esta forma de proceder de las ciencias objetivas; llama la atención en mirar al individuo como una subjetividad y no como una objetualidad. La psicología, al igual que cierta historia, conoce a la subjetividad objetivándola en categorías, en conceptualidades que se vuelven obscuras y autónomas respecto a la subjetividad. La poesía es la vía para esclarecer la subjetividad, para que al mismo tiempo se dé la subjetividad. El sujeto es sujeto sólo a condición de interpretarse porque en el interpretarse se da la comprensión propia y la realización subjetiva.
Las condiciones que permiten interpretar no ya un texto, sino el ser propio y así constituir un ser son lingüísticas, son poéticas. Una poesía que se vuelve palabra pura sin esas mezclas suscitadas por la civilización en donde hablar no es la manera en la que el yo se revela a sí mismo, sino que el yo se sitúa como señor del lenguaje. En esta operación civilizatoria yo y lenguaje se separan. Esa operación es desafiante. El yo y el lenguaje no los une la tradición hermenéutica, la unión es parte de la cultura griega, así como de la cultura cristiana. La hermenéutica rescata, en la filosofía occidental, un aspecto religioso en donde la palabra es verbo, es decir, creación y sentido.
La modernidad junto con el proceso civilizatorio ocultan la esencia del lenguaje, en su lugar muestran al lenguaje como herramienta dominada por el hombre y explicada a partir de una ciencia del lenguaje que toma bases biológicas del ser humano. De esta manera, las palabras tienen sentido lógico y psicológico. El lenguaje poético, a su vez, cuando es estudiado por las ciencias del lenguaje es explicado a partir de reglas de composición. El sujeto que poetiza porque devela la palabra o bien porque toma a la palabra en su esencia y la entrega en metáforas es visto como una cuestión obscura o bien como una metáfora. La poesía coloca problemas del malentendido como resultado de la mala intención, de la imperfección, de la mala voluntad. Pero quizá en estas tensiones y condiciones de la interpretación, en estas fases y debates de la hermenéutica con un autor u otro, con un interés u otro, con una influencia u otra, el Romanticismo es cardinal. Rousseau, al igual que Hölderlin, es referencia en la hermenéutica contemporánea. Rousseau ve en el amor la vía por la cual se supera el malentendido, mencionó en su célebre Ensayo sobre el origen de las lenguas que hablar con metáforas es hablar al corazón.
Abismo y perdón: las condenas del sentido
El conocimiento oscila entre medir y recordar. Con el positivismo conocer es medir. Los instrumentos para medir son creados a partir de ponderar la observación. Las ciencias positivistas son ciencias ópticas. Los instrumentos construidos para esos fines son varios, las inferencias sobre lo observado y observable son también múltiples. En la hermenéutica el lenguaje es la condición para comprender. Por ello, Dilthey expresa: conocer es recordar. La memoria es una vía de acceso para recuperar el sentido lingüístico, el sentido ontológico. Recordar la experiencia, recordar lo vivido, recordar lo singular. A diferencia de medir lo general. Esa singularidad recordada trae el tema del tiempo como lo propio de ese darse lingüísticamente. La lingüisticidad no es la de la ciencia positiva, una unión de un sonido con una idea; por el contrario, es la experiencia como significación. Los términos comunes para hablar de esta idea son memoria y olvido. Detrás de esos términos hay dos más, poco usados en la hermenéutica estándar, a saber: abismo y perdón. Estos últimos términos tienen más consecuencias que los primeros porque son parte de una tradición judeocristiana. La hermenéutica contemporánea suscita discusiones filosóficas sobre el malentendido como una incapacidad humana por acceder al otro.
Mecanismos lógicos, políticas públicas, protocolos, marcos normativos, leyes jurídicas son vías ficticias que la modernidad crea para acceder al otro, son una simulación respecto al acceso al otro. Al otro no se le conoce bajo la lógica de las ciencias naturales, es decir, no se le puede clasificar en taxonomías o en conceptos vacíos. El conocimiento del otro es comprensivo y no explicativo. En esta comprensión el otro se da como misterio, acertijo, metáfora. Al no poder acceder al otro surge una experiencia de quiebre y abismo. Estas figuras enrarecen la hermenéutica porque en apariencia quiebre y abismo son aspectos psicológicos. Más que ser aspectos del sujeto, son condiciones místicas. Heidegger de las muchas tradiciones que recupera trae el misticismo. Quiebre es una metáfora, no se usa en este texto de manera técnica. En cambio, abismo sí es un término técnico que en Heidegger da lugar a muchas interpretaciones. Una interpretación del abismo es la de desfondamiento, con lo cual aparece el tema del fundamento.
Este tema relaciona ideas de Heidegger con Peirce. Peirce en su noción de signo hace alusión a la idea de fundamento. Abismo hace referencia en Heidegger a un sin fundamento, sin fondo. Apunta a un precipicio. Con el abismo la separación entre yo y lenguaje, así como yo y tiempo, se rompe. El abismo une al yo con el lenguaje y con el tiempo de tal forma que los enrarece en una simbolismo en donde la condena es interpretar. El abismo, al igual que el lenguaje y el tiempo, sufrió una operación con la modernidad en donde se le consideró una anomalía, un accidente que hay que evitar. Un engaño más de la modernidad. Si se evita el abismamiento el ser no se revela. Entonces, sin abismamiento no hay ser, lo que hay es una apariencia, una máscara, un simulacro. Lo mismo sucede con el lenguaje y el tiempo instrumental, la poesía rompe con esa instrumentalidad instaurada por la modernidad. El abismamiento se da en el encuentro con un otro sin que medie racionalidad alguna.
Abismarse es romper el fundamento del yo formal y permitir la aparición de un tú, de un otro de carne y hueso en un aquí y ahora que somete a un yo a un sentimiento oceánico. Al mismo tiempo el ser que se entrega y se abre en un aquí y ahora experiencia el acontecimiento. Con esta experiencia del acontecimiento, el yo formal que se ancló y fundamento en un lenguaje y en un tiempo racional ya no se da como continuidad, como duración. El yo formal es la trampa por la cual se cree en la continuidad y en la duración. Movimiento, cambio, contingencia, azar irrumpen con el abismo. Esa irrupción, ese desfundamento se da en la interpretación en donde lenguaje, tiempo y yo son una unidad simbólica. En el abismamiento el tiempo es crucial.
La hermenéutica alerta del peligro de separar al yo del lenguaje, de hacer del lenguaje una condición fisiológica que se puede conocer a través de la ciencia natural y de la naciente lingüística moderna. El peligro y trampa es que en esta separación yo-lenguaje, el lenguaje se conoce en la ecuación mencionada: conocer es medir, con ese conocimiento el yo no se conoce en el lenguaje porque se ve al lenguaje distante y ajeno al sujeto, se le concibe como un hecho fisiológico propio del desarrollo natural de la especie humana. La ecuación a la que da lugar ese conocimiento del lenguaje separado del yo es: lenguaje-pensamiento. El lenguaje cuando se interpreta, se interpreta como el sentido mismo del yo, en donde no hay separación entre yo y lenguaje. El símbolo es lo propio de esta unión entre yo-lenguaje. Por ello, muchos consideran a la hermenéutica como una ciencia del símbolo. El yo se une al lenguaje y se realiza en el lenguaje a manera de tiempo.
Además de denunciar la trampa en la que el conocimiento del lenguaje llevó a un radical positivismo y logicismo en las ciencias del lenguaje, la hermenéutica identifica de igual forma la separación que se hace del yo respecto del tiempo, crítica como para la ciencia positivista el tiempo es una dimensión física conocida bajo la misma expresión: conocer es medir. El tiempo medible es el tiempo de la sucesión y la continuidad. El tiempo además de conocerse bajo estas vías, se reguló al igual que el lenguaje sufrió una gradación. El proceso por el cual se reguló al tiempo fue el mismo por el cual al lenguaje se gradó. La poesía es la forma de devolverle al lenguaje su pureza, sacarlo de esa gradación que lo vuelve concepto, categoría y que relega y margina su aspecto retórico y metafórico. La poesía le devuelve su esencia al lenguaje. El lenguaje, en su forma pura, bruta, genuina, es parecido al fuego, al magma, a una irrupción que no permite transmitir una idea, sino que exhibe un sentimiento. La idea, a diferencia del sentimiento como mezcla, es clara y distinta. El sentimiento es oceánico. El lenguaje en esa dimensión presenta sentimientos y no representa objetos. El mundo se convierte con este lenguaje en una tormenta.
El proceso civilizatorio volvió al lenguaje claro y distinto con el fin quizá de hacer inteligible un mundo. Sin embargo, lejos de construir inteligibilidad suscitó malentendido. Con todo y que la lógica hizo de las suyas al ordenar las palabras en proposiciones y en argumentos que llevarán a la claridad y distinción se cayó en un océano aún más grande del que se quiso salir. Estos malentendidos son resueltos de forma lógica al establecer un conjunto de precisiones al lenguaje, al encerrarlo en reglas sintácticas y semánticas en donde el lenguaje no diga más y no diga menos. En cada espacio moderno, en cada institución, en cada dimensión cotidiana el lenguaje se aprisionó con un significado uno y no otro.
De tal forma, que el vuelo que propicia el lenguaje metafórico es atado a una exigencia lógica de claridad y distinción. La discusión contemporánea se ha centrado en un sentido unívoco por encima de un sentido multívoco. Una de las hermenéuticas con mayor relevancia en este tema es la analógica que intenta mediar entre una posición univocista radical frente a una posición multivocista igual de radical. Mauricio Beuchot el creador de esta hermenéutica ha tenido discusiones por varias décadas con lógicos y hermeneutas en estas dos posiciones radicales y ha intentado advertir de los peligros de estos radicalismos para el texto y su comprensión.
Sin embargo, la discusión sobre el abismo va más allá de un univocismo y un multivocismo, apunta al lenguaje mismo y al tiempo como condiciones en las que se da el abismamiento. Esto es, la retórica no es sólo una operación sobre el lenguaje, es más bien una modulación temporal al lenguaje. Con el abismo se busca dislocar al yo del proceso civilizatorio que lo hizo una cosa racional y lo separó del lenguaje y del tiempo e hizo del lenguaje, así como del tiempo hechos físicos. El lenguaje se convirtió en esta separación en herramienta de comunicación, en un instrumento. Fines racionales y operaciones lógicas fueron los logros de este proceder.
Al tiempo, a partir de una operación racional, se le midió. Los instrumentos de medición son múltiples. El reloj de entre ellos es particularmente inquietante porque exige una medida a las actividades, así como una planeación, un cálculo y una administración de la vida. El tiempo en esta racionalidad se volvió ajeno al yo, lo mismo que al lenguaje se le desvinculó del yo. La hermenéutica vuelve a alertar de esta trampa en pensar que una cosa es el yo y otra el tiempo. El yo es tiempo. El tiempo no es en esta equiparación medida, es por el contrario: abismo. El abismo es el tiempo originario, primigenio, es el tiempo en su esencia. El abismo es la posibilidad de acceder al otro y de conocerlo en tanto otro y no en tanto racionalidad extendida de un yo también racional. Heidegger en sus cursos de 1936 y 1938, que se recogen de forma póstuma con el título Del acontecimiento, explora el tema del tiempo desde esta dimensión abismal.
Se existe en el lenguaje y la existencia es singular. Desde esa singularidad se habla. Pero la hermenéutica no es sólo técnica, no se reduce a una técnica para interpretar y así dilucidar el sentido más cercano o más genuino de un texto. La hermenéutica, con este interés de llegar al sentido de los textos, que están alejados del intérprete o bien por la época, o por la lengua, o por la experiencia que los hizo posibles, o por la singularidad, intenta crear reglas para el buen interpretar. Esta hermenéutica se convierte en una técnica.
La hermenéutica que toma el lenguaje en un aquí y ahora toca aspectos del perdón de manera central porque la condena de los mensajes es producir obscuridad más que claridad. La hermenéutica deriva en una filosofía del perdón. El sujeto se vuelca a su interior en un acto de abismarse para encontrar su esencia y desde esa esencia interpretar. Lo que aquí interesa es explorar el lenguaje del perdón. ¿Qué es el perdón? ¿Por qué alguien perdona? ¿Quién perdona? ¿Qué se perdona? ¿Qué compromete el perdón?
El lenguaje obscurece el ser de la cosa, crea simulacro, es decir, hace aparecer la cosa que no es y la cosa que sí es la oculta creando malentendidos. La lógica es clara porque se convierte en una técnica que provee de reglas para la distinción y la claridad. Sin embargo, la lógica no evita el malentendido. La lógica sólo opera en un espacio muy reducido de la comunicación humana, quizá en órdenes, en peticiones, en reclamos, en exigencias claras y distintas. Pero no puede intervenir en el lenguaje que usamos en la comunicación que está más allá de lo útil e instrumental.
Hablar es hablar para otro. Uno no habla para uno, en consecuencia hablar es instaurar una comunión con otro, establecer una misma condición. Una condición en la que los hablantes nos volvemos iguales. Hablamos para entendernos y no para malentendernos. El malentendido nace por una condición ontológica. Yo no soy otro. Aunque en el verso de Arthur Rimbaud se lea: “Yo es otro”. Quizá esto es el resultado de la comunicación en tanto comunión. Pero la primera condición es yo no soy un tú y las condiciones de nuestro hablar son distintas, entonces esas diferencias nos alejan, nos confrontan, nos producen tensión, y lo más importante es que esa tensión no es lógica, no es un argumento mal elaborado, no es una idea mal formulada, no es una proposición inoportuna o no pertinente. Es más que un problema lógico. Es en sentido estricto un problema moral.
Gadamer revivió el tema del prejuicio como posibilidad de romper el malentendido. Sin embargo, nuestras vía es distinta. Porque el malentendido que aquí se expone produce daño al otro al no construir una condición de igualdad, de comunión, de reciprocidad, de empatía, más que de consenso y acuerdo sobre la cosa que produce el malentendido. No son palabras políticamente incorrectas las que suscitan el daño. Tampoco es un habla tibio, que se ciñe al protocolo institucional o que se ciñe a la regla civilizatoria de hablar para establecer un contacto cortés, lo que evita el daño. Es el lenguaje de la modernidad que sirve de contacto y a la vez de marco para poder decir algo del orden de lo instrumental. Hablar es más que eso. Hablar es hablar a alguien para entablar comunión. Frente a ese hablar, frente a ese inevitable mal hablar, y quizá producir malestar, daño, lastimar al otro, está el perdón.
El perdón opera sobre lo que pasa, pero ese pasar, ese acontecer no se acaba en el momento del malentendido. Por el contrario, es un daño que tiene una duración temporal: marca el pasado, así como el futuro. Al presente lo deja en esa condición de obscuridad lingüística, de no saber qué decir, de no saber frente a qué se está, de no poder nombrar. No hay palabras para eso que irrumpió en el daño moral. El lenguaje en la comunicación llega a obscurecer la situación en la que se habla y al habla mismo.
Por otro lado, el daño es al pasado mismo, así como a su recuerdo. La memoria es un tema primordial en la hermenéutica, así como en la fenomenología. Mucha de la obra de Ricoeur está orientada a pensar el perdón. El tema del perdón es importante en dos ámbitos al parecer distintos. Por un lado, el religioso que relaciona al perdón con la falta y por otro lado el político que relaciona al perdón con la memoria y con el olvido. Ambos ámbitos apuntan a una administración y un gobierno de los actos que transgreden una norma. Esa norma es de origen en ciertas visiones. Más allá de estas visiones, el perdón se volvió en un proceso civilizatorio en el instrumento de acceso, de despedida, de interrupción, de intervención. En el protocolo, el perdón está presente. Ese perdón repara el daño de una omisión, incluso allí donde todavía no existe anticipa que algo grave puede venir. Pero eso grave es del orden del protocolo mismo, de las formas de tacto que se exige y se espera para con el otro en un marco civilizado. Ese perdón lo vamos a dejar a un lado. También se dejará a un lado el perdón presente en un protocolo jurídico que es causa de olvido. El perdón se refiere a la condición lingüística que provocó un daño moral. El lenguaje de un otro y en especial sus interpretaciones pueden llevar a que la dignidad, el valor, la estima, el honor, así como el aprecio propio sean quebrantados y la persona se abisme frente a lo que es y su continuidad de ser esté en peligro. Por ello, el pasado está en juego. Al ser el pasado protagonista del perdón, la memoria se desplaza de una memoria personal a una memoria social, de una memoria por el hoy a una memoria histórica.