Introducción
El presente texto tiene por finalidad dar cuenta de imaginarios sobre el futuro de profesionales de diversas ramas del conocimiento que han participado, a través de la escritura de microrrelatos, en una investigación sobre el futuro del trabajo profesional desarrollada entre 2021 y 2022 en Chile. En esta ocasión interesa discutir, a partir de sus imaginarios sobre el futuro de la humanidad y del suyo propio, la felicidad como idea hauntológica (Fisher 2009; 2013; 2018) sostenida en un “futuro sin futuro” y adherida a un “todavía no” (Koselleck, 1993), es decir, un futuro cotidiano pasado sostenido en miradas distópicas, pero que conviven con anhelos de futuros alternativos. En tal sentido, se discute respecto de la estandarización de la felicidad como hauntología que permite el control social a través de la nostalgia por los futuros perdidos, y además se adhiere a la idea de la necesaria insumisión a la ideología póstuma (Garcés, 2019), como principal labor del pensamiento crítico en estos tiempos convulsionados.
Ideas sobre futuros
De larga data son las discusiones sobre el futuro centradas en miradas distópicas: “Hace tiempo que perdimos la fe en la idea de que las personas podríamos alcanzar la felicidad humana en un estado futuro ideal.” (Bauman, 2017, p. 2) Con esta afirmación el sociólogo de la modernidad analiza el proceso retrotópico con el cual se desarrollan las cotidianeidades en las últimas décadas. “El futuro ya no es lo que era” (Finquelievich et al., 2019); “no hay futuro” (Gatto, 2019); “seguimos sin tener futuro” (Garcés, 2019); “ya hace tiempo que se decretó la muerte del futuro y de la idea de progreso” (Garcés, 2019, p. 18); estamos en la era del “todo se acaba” (Garcés, 2019), son ejemplos de sombrías frases con las que desde las ciencias sociales y la filosofía se analizan ideas respecto del futuro como amenaza. Hemos pasado desde la postmodernidad a la insostenibilidad, ya que vivimos en una condición póstuma por la destrucción irreversible de las actuales condiciones de vida (Garcés, 2019). Vemos el fin de las ideologías, de las tradiciones y del futuro como promesa de desarrollo y progreso. Vivimos en un mundo más consciente de la ambigüedad y la ambivalencia (Gatto, 2019), en que el futuro ha sido lentamente cancelado (Fisher, 2018; Núria, 2020), en un contexto en que el relato neoliberal ha perdido credibilidad y no parece haber alternativas amigables (Fisher, 2009; Beas y Romero, 2022). En tal sentido, el optimismo en el porvenir se constituye en un elemento sospechoso de ingenuidad o desafección (Gatto, 2019), instalándose una ideología póstuma centrada en que en las sociedades actuales hemos pasado desde la postmodernidad a la insostenibilidad como argumento para alimentar la interpretación subjetiva de un futuro sombrío (Herrera et al., 2018).
Frente a ello se levantan voces que argumentan que declarar la insumisión frente a la ideología póstuma es la principal tarea del pensamiento crítico hoy (Garcés, 2019); no somos el epitafio de la historia (Gatto, 2019) puesto que los futuros no llegan ni emergen, sino que son producto de iniciativas pasadas y presentes, y de las políticas que diseñemos y de nuestras acciones. (Finquelievich, 2019). No obstante, desde otra perspectiva y sobre la base de los planteamientos de Derrida (1998), Fisher (2009; 2013; 2018); Núria (2020); Kleinberg (2020), entre otros, proponen que los imaginarios de futuro están mediados por ideas hauntológicas (Fisher, 2018). Es decir, que el presente está anclado en el pasado y proyectado hacia el futuro, a través de imaginarios de realidades que nunca han existido pero que son influyentes en las subjetividades con las que vivimos las cotidianeidades hoy, y establecemos puentes desde el presente hacia el pasado y el futuro. Ello implica una reducción de expectativas de un futuro libre de distopías, ya que al imaginario de un futuro hauntológico subyace la idea de que: “Todo lo que existe es posible únicamente sobre la base de una serie de ausencias, que lo preceden, lo rodean y le permiten poseer consistencia e inteligibilidad” (Fisher, 2018, p. 44) Lo hauntológico es entonces un tipo de nostalgia, pero que no apunta hacia el pasado sino en dirección opuesta: es una nostalgia “por todos los futuros que se perdieron” (Fisher, 2013, p. 45). Entre los futuros perdidos está la promesa de felicidad, que como noción hauntológica, rige el presente articulándose con la idea de un “futuro sin futuro” (Koselleck, 1993, p. 38) en que las personas nos adherimos a un “todavía no” (Koselleck, 1993, p. 38). Así, se conforma la idea de un “futuro pasado” (Koselleck, 1993) que sería un elemento aglutinante de las actuales generaciones juveniles donde el éxito y la felicidad estandarizada son su sustento.
El ideal de felicidad es la noción colectiva más extendida en el mundo, ya que no existiría “ningún otro propósito de vida que goce de tan alto consenso” (Frey y Stutzer, en Ahmed, 2019, p. 21). Sin embargo, las sociedades neoliberales, como la chilena, se sustentan sobre la base del dominio individual de la felicidad, es decir que cada persona es capaz de creársela: “el que quiere puede” es la norma culturalmente hegemónica: “la satisfacción es cuestión de voluntad” (Bruckner, 2012, p. 8). De modo que el deseo de felicidad se convierte en una exigencia basada en que a cada quién le pertenece su destino, y las posibilidades de mejorar su existencia, por tanto, en la medida en que se promociona aquello que causa felicidad, para todas las personas bien integradas en sus sociedades, la propia felicidad se vuelve un deber (Ahmed, 2019; Cuello, 2019).
De allí que el ser feliz se vuelve una meta o un fin en sí mismo, y finalmente en un imperativo (Ahmed, 2019). Pero la felicidad es una experiencia que “pertenece al ayer o al mañana, se halla en la nostalgia o en la esperanza y nunca en el presente” (Bruckner, 2012, p. 8), por tanto, la felicidad es una idea hauntológica ya que “la magia de la lejanía nos presenta paraísos que, como las ilusiones ópticas, desaparecen en cuanto nos lanzamos hacia ellos” (Schopenhauer, en Ahmed, 2019, p. 354). Las expectativas de felicidad nos brindan imágenes retocadas del pasado, y expectativas respecto del futuro que esperamos vivir, y que se constituyen en promesas que nos guían en determinadas direcciones (Ahmed, 2019), apreciando ciertas cosas materiales, ciertos valores, prácticas, estilos de vida, y cierto tipo de relaciones sociales que van moldeando nuestras cotidianeidades (Ahmed, 2019; Cuello, 2019), por tanto se trata de una felicidad estandarizada y estereotipada conforme a una lógica sacrificial de los tiempos y deseos humanos, en función del logro de posiciones sociales destacadas en la sociedad del éxito (Bude, 2014; Han, 2014; 2017).
En sociedades exitistas como la chilena en particular y las latinoamericanas en general, la felicidad se convierte en una idea hauntológica toda vez que se simboliza en los ideales colectivos de salud, riqueza, comodidad, cuerpo, prestigio, belleza, seguridad, todos ellos talismanes del bienestar supremo, (Bruckner, 2012). El ser feliz se vuelve una meta o un fin en sí mismo y finalmente un imperativo (Ahmed, 2019), que en las cotidianeidades impregnadas de neoliberalismo lleva a anhelar una síntesis sublime entre éxito profesional, relacional y económico, lo que genera seguridad y satisfacción perfecta (Bruckner, 2012). Es decir, que el futuro está anclado a una idea estereotipada de felicidad, que tal como un espectro (Fisher, 2018) nunca ha existido, pero es influyente en las subjetividades con las que orientamos nuestras vidas cotidianas. Así, el espectro de felicidad fundamentado en el éxito se convierte en un hilo invisible que guía las vidas (Cuello, 2009) y que permea las cotidianeidades de las aulas universitarias en Chile, compuesta en su mayoría por jóvenes, que como grupo etario se constituyen en las y los sujetos más y mejor socializados/as en el “mandato de hazte a ti mismo” que caracteriza la lógica de la valoración capitalista de la subjetividad” (Lagos, 2021), donde la idea de felicidad estereotipada y basada en el éxito individual (Cuello, 2019) se constituyen en ejes orientadores de las acciones cotidianas.
Luego de su paso por la formación profesional, son las y los profesionales quienes habitualmente median las ideas de felicidad en las sociedades, ya que ocupan un lugar central en el diseño de las políticas, y en los planes y programas que guían los destinos de los países; en las maneras como se valoran los diferentes componentes de la vida humana, sus artefactos y cotidianeidades; en la comunicación y educación de quienes componen las sociedades y sus descendencias; en el modo de ejecución de los mandatos, explícitos o latentes, de profesionales que se ubican en las diferentes esferas de poder de los aparatos decisionales de las naciones, y en el manejo de la tecnosociabilidad que juega un rol central en los modelamientos de las subjetividades, más aún en tiempos de pandemia (Iturrieta, 2022; Iturrieta y Franco, 2021).
Metodología
Sobre las bases anteriores se diseñó una investigación exploratoria, cuyo objetivo fue indagar sobre los imaginarios con los que profesionales de diferentes campos del saber viven cotidianamente el futuro. Con un enfoque cualitativo, y a través de un formulario Google difundido mediante redes sociales, se invitó a profesionales a través de la técnica de “bola de nieve” a escribir microrrelatos respondiendo las preguntas sobre ¿Qué es lo mejor y lo peor que podría pasarle al mundo en el futuro? Y ¿Qué es lo mejor y lo peor que podría pasarle a usted en el futuro?
La selección de informantes contempló como criterios de inclusión que fuesen profesionales de diferentes campos del saber, cuya edad máxima fuera de 48 años, considerando como cota superior 20 años más que el promedio de edad de titulación profesional en el país, que es de 27.5 años (Universia, 2020). Se requirió también que su formación profesional se haya desarrollado en Chile, y que indistintamente del género al que adscriban, al momento de escribir su microrrelato estuvieran ejerciendo remuneradamente sus profesiones en el territorio nacional.
Una vez depurada la información obtenida a través de tal medio, descartando la participación de quienes no cumplían con los requisitos de selección de informantes, se construyó una base de datos con 164 microrrelatos en que profesionales de actuación, administración pública, agronomía, antropología, arquitectura, bibliotecología, dibujo técnico, educación inicial, enfermería, geografía, gestión cultural, historia, ingenierías, kinesiología, orientación familiar, periodismo, prevención de riesgos, pedagogías, psicología, sociología, terapia ocupacional, y trabajo social, imaginaban su futuro y el de la humanidad.
Para el trabajo analítico, los escritos obtenidos fueron considerados como un solo corpus discursivo que los reúne con la finalidad de construir un relato globalizante sobre los futuros escritos en los microrrelatos, incluyendo las diversas ideas y matices con las que profesionales de distintos campos del saber ejercen sus profesiones en Chile. Estas ideas fueron agrupadas bajo el rótulo de lo peor, es decir lo más apocalíptico, y lo mejor, o sea lo más venturoso que podría pasar en términos personales y como humanidad. Luego, cada uno de estos bloques discursivos fue categorizado y subcategorizado considerando la totalidad de las ideas expresadas, a partir de lo que se armaron los esquemas que preceden cada uno de los relatos que se presentan a continuación, cuyo límite es que éstas ideas corresponden a un grupo profesionales de nacionalidad chilena que concurrieron a la invitación a participar en este estudio a través de la técnica de bola de nieve, por lo tanto, sus relatos podrían contener homogeneidades derivadas de ello.
En la redacción final de cada relato, se trabajó sobre la base del “yo actuante” (Salas, 2020) sustentado en que según Foucault el discurso es una sucesión de signos verbales, que más que un mero instrumento de comunicación entre las personas, “es el camino por el cual la representación se comunica necesariamente con la reflexión” (Foucault, 1968, p. 88). El lenguaje sería, por tanto, el análisis del pensamiento, porque corresponde al vínculo entre representación y reflexión, correspondiendo “a una representación ya analizada, más que una reflexión en estado salvaje” (Foucault, 1968, p. 88) Sobre estas bases es que Salas argumenta que el uso de una determinada expresión o palabra que una persona emplee para representarse su realidad, no es otra cosa que su visión del mundo reflejada en una expresión dominante y la extensión de su campo semántico. Lo que “conlleva el predominio de un sentimiento, en tanto las palabras no son meros instrumentos de circunstancias, sino expresión de un acto reflexivo, de un «yo» actuante” (Salas, 2020, p. 1). Bajo tales consideraciones fue posible hacer un primer nivel de análisis de la semántica narrativa subyacente a los microrrelatos obtenidos en esta investigación de nivel exploratorio.
Para el trabajo con los datos, primeramente, se identificaron con un número correlativo entre paréntesis, las acciones discursivas, representadas por los verbos empleados en los discursos. Seguidamente se identificó la pertenencia taxonómica de cada una de las acciones discursivas, hasta llegar a construir campos o núcleos semánticos. Una vez establecido aquello, se procedió a identificar los lazos taxonómicos entre dichos campos o núcleos, para llegar a reconstruir relatos colectivos desde una perspectiva pretérita, conforme a los vínculos discursivos entre ellos.
Futuros cotidianos perdidos
Bajo el rótulo precedente se agruparon los relatos distópicos correspondientes a: medioambiente; capitalismo; Covid-19; guerras; problemas sociales; ausencia de cambios, y ruptura de vínculos humanos como lo más apocalíptico que podría pasarle a la humanidad. Se reconstruyeron también los relatos respecto de lo peor que podría suceder en términos personales.
El futuro apocalíptico de la humanidad
La humanidad vivió las consecuencias de haber depredado la naturaleza indiscriminadamente, se han agotado las reservas de agua en el planeta, las personas pelearon por obtenerla, hay sequía, se acabó la vegetación. Dejamos de tomar acciones contra los cambios climáticos y el daño ecológico se volvió irreversible, se produjeron catástrofes naturales, como terremotos e inundaciones. Hay toxicidad en el aire, contaminación de aguas, se extinguió la flora y fauna, los recursos naturales se han agotado, se han derretido los glaciares por el calentamiento global. Hubo desastres nucleares que destruyeron el planeta, lo que provocó cataclismos económicos y de salubridad que dejaron en la miseria a las nuevas generaciones. La destrucción medioambiental fue cada vez más rápida y la vida en el planeta se hizo insostenible. No existe alimento para mantener la vida, la humanidad no pudo seguir habitando la tierra, y el planeta terminó por extinguirse porque la gente nunca tomó conciencia y la vida simplemente murió.
El colapso medioambiental narrado como cataclismos, insostenibilidad de la vida y extinción del planeta, refleja un futuro perdido cinematográfico idéntico al sostenido en los mega relatos circulantes en la cultura nacional, a partir de obras culturales, y de lo difundido por medios de comunicación masiva, en particular por redes sociales. En tanto la sequía, cambio climático y daño ecológico son futuros anclados en el presente con los que se configura el porvenir.
El entrelazamiento de las ideas distópicas sobre medioambiente sustentadas en nociones de futuros perdidos y anclados en el presente, favorecen la idea hauntológica de felicidad, puesto que tensionan la promesa de seguridad y satisfacción que guían las cotidianeidades profesionales en sociedades neoliberales.
Tras la pandemia el capitalismo fue perfeccionado, logró reinventarse luego de la crisis sociosanitaria que vivió el mundo y las desigualdades se acentuaron. El mundo entero fue regido por modelos de sociedades neoliberales y patriarcales, hubo dominio del capitalismo global con lógicas productivistas y depredadoras, con políticas focalizadas y Estados ausentes, las desigualdades se acentuaron. Muchos países del orbe son gobernados por dictaduras fascistas.
Los futuros perdidos respecto del sistema de ordenamiento social narrados como reinvención del capitalismo y profundización de las sociedades neoliberales, llegando al establecimiento de sistemas sociopolíticos fascistas, reflejan ideas distópicas ancladas en el pasado y presente político de la cultura nacional, cuyo imaginario como futuro perdido proyecta el momento político actual del país, en que la estabilidad interna se ha visto desequilibrada desde la revuelta social de 2019, calificada como la más grande de la historia republicana chilena en tiempos de democracia, donde la ciudadanía de modo masivo demandó cambiar el sistema de ordenamiento social y del modelo de desarrollo vigente, desembocando en un proceso político para cambiar la Constitución que rige los destinos del país, lo que aún se encuentra en desarrollo.
De modo que el temor a la reinvención del capitalismo y a la profundización del neoliberalismo alimentan la idea de felicidad hauntológica, puesto que representan futuros perdidos o pasados que guían las cotidianeidades profesionales.
El mundo siguió dominado por el Covid-19, que permaneció durante décadas porque nunca se encontraron vacunas que lo erradicaran o un tratamiento efectivo. La población no logró adaptarse a convivir con el virus, por eso nadie quiso imaginar el futuro. Nunca se supo quiénes fueron responsables de su propagación, y se generaron nuevos virus similares al SarsCOV-2, que constituyeron nuevas pandemias que terminaron con la salud mundial, y afectaron las economías locales exacerbando las vulnerabilidades y desigualdades. El deterioro económico mundial fue agudo y gatilló crisis sociales y políticas al interior de diversos países.
El futuro perdido respecto del Covid-19 es la proyección de la situación sociosanitaria mundial, en que el futuro es cancelado por el miedo a lo desconocido y omnipresente en todos los espacios de la vida humana, donde la idea sacrificial de la existencia cotidiana se ancla en un presente alterado no solo por las incertidumbres sanitarias, sino también por los efectos de la pandemia sobre las economías, la sociedad y sus modos de organización política, en que la impunidad es un futuro pasado anclado en la cultura nacional desde los tiempos del Chile dictatorial.
El temor al Covid-19 se contradice con la exigencia de felicidad que organiza las sociedades neoliberales, y por tanto, nutre la noción de felicidad hauntológica.
El mundo se sumió en una tercera guerra mundial, hubo guerras nucleares y biológicas, estos conflictos armados pusieron en peligro la supervivencia humana, y murieron personas inocentes. También se produjeron guerras económicas entre potencias mundiales, lo que provocó el derrumbamiento del sistema económico mundial.
El futuro pasado respecto de las guerras ha sido una constante en la humanidad a lo largo de su existencia, y por tanto corresponde a un anclaje permanente aun cuando estos microrrelatos fueron escritos antes de la guerra actual Rusia-Ucrania. Sin embargo, el porvenir marcado por guerras económicas es un futuro perdido proyectado desde los desacuerdos económicos entre las grandes potencias mundiales en los últimos años. Así, el temor a las guerras amenaza el anhelo de síntesis perfecta entre éxito profesional, relacional y económico que sostiene la idea de felicidad estereotipada, por tanto tal miedo favorece una noción de felicidad hauntológica.
Aumentó la desigualdad social y la pobreza, las brechas fueron cada vez mayores. Se precarizó la vida y aumentó la incertidumbre. Volvió la esclavitud al mundo y la humanidad fue subyugada a través de la tecnología. Se acrecentó la violencia y la vulneración de derechos de niños y niñas. Hubo discriminación en todas sus formas y cada vez murieron más personas por razones de género y raciales. Las políticas de libre mercado empobrecieron a la gente y no se garantizaron sus derechos básicos. El acceso a prestaciones de salud fue cada vez más difícil. Hay hambrunas, se agotaron las reservas mundiales de provisiones y las personas mueren de hambre, la raza humana se ha extinguido, excepto la élite.
Los imaginarios de futuro cancelado respecto de los problemas sociales se sustentan en su persistencia, en que la desigualdad social, pobreza, esclavitud tecnológica, generan violencia y vulneración de derechos a tal extremo que se produce la extinción de la especie humana. Este futuro se ancla con el pasado y presente nacional en el sentido de los múltiples impactos negativos que se han generado en las vidas cotidianas producto del neoliberalismo radical con el que ha sido conducido el país post dictadura cívico-militar. De modo que este anclaje temporal se hace más evidente en los imaginarios de futuro en el contexto actual en que el modelo de desarrollo chileno y su ordenamiento político están en pleno cuestionamiento. El futuro cancelado respecto de los derechos sociales está entonces en el centro del imaginario profesional sosteniendo una noción de felicidad hauntológica.
La humanidad no cambió, se adaptó y no se generaron cambios políticos, económicos, sociales, o culturales en beneficio de todas las personas. Se resignaron al orden socioeconómico y cultural neoliberal, que se arraigó para siempre. Todo el trabajo que se había generado desde la revuelta social en Chile, donde organizaciones sociales pusieron en la palestra diferentes temáticas necesarias a trabajar, como feminismo, educación, medioambiente, salud, etcétera, quedó en nada. La población fue controlada a través del miedo y se detuvieron los cambios que se venían impulsando desde décadas. El individualismo se apoderó de las personas, de sus vidas y de su apertura a los cambios, y se mantuvo un sistema económico, social y político sostenido en la desigualdad, y reforzado por el individualismo que primó por sobre el bien común.
Una de las nociones de futuro perdido más relevantes en el actual contexto chileno dice relación con la ausencia de cambios en beneficio de todas las personas, con el control social de la población a través del miedo, y con la exacerbación del individualismo. Todas estas dimensiones se anclan en un futuro pasado en que los cambios sociales se ven como una utopía de justicia social y equidad, cuya transversalidad es objeto de permanente duda, dada la historia nacional de control de la población mediante el gobierno emocional de las cotidianeidades a través del miedo y la incertidumbre, todo lo que potencia la idea de felicidad como hauntología.
Se rompieron los vínculos sociales y afectivos, dejó de haber confianza y amor entre las personas. Se perdió la conexión con el entorno social, personal, familiar y medioambiental, y se instaló el miedo a la relación entre personas, porque la enfermedad, el hambre, el desempleo ganaron, y la gente abandonó la esperanza en el ser humano. La humanidad perdió la memoria y se hizo insensible ante el dolor, no hubo empatía, pero sí corrupción sin atajo. Se naturalizaron los actos de violencia, se acrecentó la deshumanización y nos destruimos entre nosotros.
La permanencia y profundización de vínculos humanos sociales y afectivos es un futuro cancelado, en el sentido de la impronta con las que se desarrollan las cotidianeidades en el país, en un contexto marcado por el individualismo neoliberal en que la esperanza y la memoria colectiva son los grandes anclajes temporales que unen el pasado con el presente, y que se ven puestos en riesgos en el actual contexto nacional producto no solo de la pandemia, sino además de los cuestionamientos socio políticos actuales.
Lo más apocalíptico en términos personales
Sufro yo y mis hijos e hijas porque les ha sucedido algo malo, mis hijos e hijas quedaron en el desamparo y sentí temor por su futuro. Perdí mi trabajo profesional y por largo tiempo no logré conseguir otra plaza laboral. No pude aportar desde mi profesión al cambio social y ofrecer un mundo mejor a mi descendencia. Olvidé la capacidad de asombro frente a las diversas problemáticas de las personas y aporté a la mantención del sistema neoliberal. Viví una vida sin sentido y nunca descubrí mi vocación. Perdí mi libertad por estar en la cárcel donde me torturaron por luchar por un mundo mejor. Perdí mi autonomía y mi capacidad de poder contribuir a las otras personas. Mi vida se precarizó, quedé en la pobreza, no tuve recursos para cumplir con las necesidades básicas de mi familia: agua, alimentación, vestuario, un hogar seguro, educación, salud y recreación. Recibí una pensión de vejez indigna que no me permitió vivir. Mis hijos, hijas y otras personas de mi familia se enfermaron gravemente. Perdí mis capacidades físicas y tengo Alzheimer, mi desarrollo personal, familiar y social fue limitado. No pude cuidar a mi familia ni trabajar. Tuve graves problemas de salud, se trató de una larga enfermedad crónica, catastrófica, que me invalidó para hacer cosas, no pude moverme, fue una enfermedad degenerativa e incurable, estuve en estado vegetal en la unidad de cuidados intensivos de un hospital, sufrí largamente esta enfermedad sin poder costearla. Me auto abandoné, quedé en soledad, porque perdí a mis familiares y amistades. Dejé de lado el interés por aprender y socializar, me aislé y quedé sin redes de apoyo porque me contagié de un ambiente de individualismo y me sometí a las barbaries capitalistas perdiendo la conciencia con mi entorno, la indolencia y pasividad me llevaron a perder el sentido de la vida. Me dejé estar y no hice aquello que me gustaba, interesaba y apasionaba, por eso dejé de crecer, de cambiar y me estanqué. No tuve flexibilidad ante los cambios, perdí mi estabilidad, no pude realizar mis proyecciones de vida, me superó la desesperanza, la depresión y la locura. No supe ser feliz. He muerto.
Los futuros pasados expresados en los relatos distópicos en cuanto a lo personal se sustentan en la nostalgia por un futuro vinculado a la protección social e integración afectiva, que son utopías en un contexto de mercantilización de los derechos sociales como es el caso de las políticas públicas chilenas, y del modo como a través de ella, se rigen las cotidianeidades siempre permeadas por la cultura y economía neoliberales. Así, la mercantilización de los derechos sociales se contradice con la felicidad estandarizada que el propio sistema impone, por tanto, es otro sustento más de la felicidad hauntológica.
Futuros cotidianos alternativos
Bajo este rótulo fueron agrupados los relatos venturosos correspondientes a: medioambiente; cambio social, y control del Covid-19, como lo mejor que podría pasarle a la humanidad. Se reconstruyen también los relatos respecto de lo mejor que podría suceder en términos personales, representados como ser feliz.
El futuro alternativo de la humanidad
Existió conciencia del daño ecológico y se restauró el equilibrio de los recursos y procesos ecológicos del planeta. Hubo descontaminación ambiental y se revirtió el cambio climático, el calentamiento global, crecieron más árboles y la naturaleza se incrementó. La humanidad tuvo conciencia ambiental, entendió lo frágil que es el equilibrio planetario y tomamos las medidas necesarias para recuperar los ecosistemas, favoreciendo el desarrollo de todos los seres sintientes. La humanidad es respetuosa, tolerante y benevolente con todas las especies vivas. Habitamos el planeta de modo consciente, cambiamos la matriz energética y se estancó el impacto socioambiental de su producción. Se hizo un acuerdo mundial por el desarrollo global sustentable y justo para todas las especies, incluida la humana, pero conservando las autonomías respectivas. Se generaron métodos de carácter obligatorio para las industrias que permitieron reutilizar los desechos de sus producciones, evitando así el uso irracional de recursos.
Los futuros alternativos también con un anclaje temporal en el pasado y en el presente, contienen la reversión del daño ecológico, la disminución de la contaminación, la conciencia ambiental y la economía sustentable, como contracaras de los futuros perdidos respecto de la armonización ecológica de la humanidad con su entorno natural. La nostalgia por tales futuros perdidos se constituye entonces en el sustento de estos futuros alternativos.
Agudizamos nuestra mirada crítica y desarticulamos cada vestigio del capitalismo salvaje a través de cambios relevantes en las políticas internas de los países. Se estableció un sistema social solidario y una integración comercial y política, donde primaron los intereses humanos por sobre los económicos. Se consolidaron los movimientos ciudadanos por el buen vivir, se resignificaron las etnias originarias y los derechos humanos han dejado de ser una utopía convirtiéndose en realidades. La humanidad ha mantenido su solidaridades, fraternidad y humanidad. Aprendimos a ser un mundo más justo y humano, conectado con la naturaleza. Hay igualdad, justicia social y distributiva de la riqueza y de los recursos. Los derechos sociales están garantizados y la injusticia se acabó, porque cambiamos el modelo de desarrollo neoliberal, se destruyeron los grupos económicos extractivistas, se repensó el modelo de desarrollo poniendo al centro a la humanidad. Vivimos en un mundo intercultural, despatriarcalizado, y respetuoso de todos los pueblos y sus culturas. Convivimos en la diversidad, sin distinciones de poder, género, ideologías u origen. Cambiamos de paradigma, se reconfiguró la vida social y caminamos con más calma por la vida.
Los futuros alternativos vinculados al cambio social se basan en la nostalgia por un porvenir perdido donde la política interna de los países convive con la justicia social, y donde la consolidación de los movimientos sociales ha favorecido el fin de las desigualdades, de la pobreza, la violencia, el patriarcado, y la discriminación, generándose cambios, democracia, y bienestar. Estas nostalgias se entrelazan con la única idea de futuro alternativo expresada con independencia de sus anclajes temporales en el pasado, que corresponde a que quienes hoy se aglutinan en movimientos sociales son personas solidarias, fraternas y humanas. La materialización de ello significaría un haz de luz para el logro de una felicidad no estandarizada, por tanto, no hauntológica.
La humanidad encontró rápidamente la cura para el Covid-19 y llegó a todas las personas del mundo. Hemos logrado cuidarnos entre todos y todas. Se acabó este virus contagioso a nivel mundial, y se logró volver a la normalidad, a vivir y respirar sin mascarillas. Se ha superado la crisis sociosanitaria mundial, las familias y amistades nos hemos reencontrado afectivamente, podemos tocarnos y abrazarnos sin temor. Ha habido grandes avances en el campo de la salud, y se ha podido obtener cura para todas las enfermedades del cuerpo humano. Nunca más hubo virus mortales, y vivimos en tranquilidad.
Los futuros alternativos referidos al control del Covid-19 corresponden a las nostalgias por los futuros cancelados dada la irrupción y permanencia de la pandemia en las sociedades actuales, en que la ciencia construye a la superación de la crisis sociosanitaria y a los reencuentros afectivos. No obstante, tales futuros alternativos están colmados de ideas hauntológicas referidas a la salud total de los cuerpos humanos.
Lo más venturoso en términos personales
Estoy bien junto a mis seres queridos, vivo en una familia unida y saludable. He visto a mis hijas, hijos, nietas, y nietos, crecer felices. Son libres, son lo que han querido ser y lo hacen con orgullo, están siempre felices y viven en un mundo seguro. Tengo reales amistades y puedo estar con quienes amo. Confié más en mis capacidades, actitudes y aptitudes para desenvolverme mejor en la vida, continué estudiando y recibí reconocimiento significativo por ser una gran persona y también como profesional. Tuve una remuneración justa y pude educar a mis hijos e hijas. He podido desarrollarme en un contexto coherente y alcancé mis metas. Trabajé en lo que me gusta y participé con otras personas en un proyecto colectivo autosustentable que nos permite tener incidencia pública, y lo necesario para vivir. Tenemos nuestras necesidades de desarrollo humano satisfechas. Pude acceder a mejores posibilidades de desarrollo, personal y profesional, para aportar más y mejor a mi país. Construí espacios de convivencia solidaria con mis redes más próximas.
He ejercido un buen liderazgo sirviendo de ejemplo a otras personas, pero no caí en egocentrismos personales ni profesionales. Desarrollé un liderazgo positivo transversal para todas las personas de cualquier edad, género, clase social, o etnia. Pude contribuir desde mi posición política y profesional, con pequeños cambios a nivel familiar, social y nacional en mi país. Tengo vocación de servicio, lo que me permite motivar transformaciones de realidades sociales. Tengo capacidades para potenciar habilidades y destrezas en las personas, para empoderarlas y trabajar con humanidad en la construcción de un país y un mundo mejor. Logré armonizar mi vida personal, familiar y social, en sus dimensiones afectiva, espiritual e intelectual, y mantuve constantemente el amor y alegría por lo que hago. Tuve la convicción de que puedo ser un destello de positividad o impulso para otras personas. Escuché, aprendí, reflexioné, colaboré y actué sin enceguecerme por el individualismo y el egocentrismo del capitalismo y del patriarcado. Viajé por placer, amé, viví libre, sin miedos, sin ataduras a un mundo material. Tuve salud física y mental, disfruté de la vida, de una vejez digna y feliz. Descubrí el sentido de mi vida, viví acorde a ello y en paz. He podido perdonar.
Los futuros venturosos en términos de lo personal se sustentan en una nostalgia por un futuro feliz, en el entorno familiar, amistoso y en la vida profesional, desde donde se aporta a la sociedad con un estilo de liderazgo humilde en que la libertad y el perdón son valores centrales. Estos futuros alternativos están temporalmente anclados al pasado y presente de vidas cotidianas desarrolladas en entornos neoliberales con procesos de transformación en ciernes, de allí las nostalgias por los futuros cancelados, y las ideas de felicidad huantológicas, reflejadas en la felicidad permanente y en la entrega hacia un tipo de felicidad estandarizada que no favorece el desarrollo de felicidades alternativas.
Futuros cotidianos y felicidad hauntológica
Los futuros cotidianos corresponden a las vivencias diarias que las personas experimentan, y a partir de las cuales, desarrollan su existencia sustentada en imaginarios de un porvenir al que subyacen significaciones con las que enfrentan el día a día. Ejemplo de ello son los imaginarios distópicos sobre medioambiente; capitalismo; Covid-19; guerras; problemas sociales; ausencia de cambios, y ruptura de vínculos humanos. Igualmente lo son los relatos venturosos sobre cambio social, y control del Covid-19, como lo mejor que podría pasarle a la humanidad.
Un imaginario de futuro recurrente en los microrrelatos obtenidos desde 164 profesionales en Chile es la felicidad como futuro alternativo en las cotidianeidades de raigambres neoliberales. Sin embargo, la nostalgia por la felicidad no está presente de modo explícito en los microrrelatos apocalípticos. Es decir que el temor por perder la felicidad no forma parte de los imaginarios de quienes escribieron tales micro textos, aun cuando en sentido latente aparece la idea de felicidad hauntológica. Así, la felicidad no sería la nostalgia por un futuro perdido o cancelado.
Por el contrario, las ideas de felicidad aparecen copiosamente expresadas en los relatos sobre lo más venturoso que podría suceder, tanto en términos personales como a la humanidad en su conjunto, siendo expresada como la armonía perfecta entre la vida personal, familiar y social, en sus dimensiones afectiva, espiritual e intelectual. La noción de armonización de la felicidad en todas las esferas y dimensiones imaginadas, en que para su logro ninguna puede estar ausente, haría de ésta una idea de felicidad estandarizada y estereotipada, conforme a los mandatos explícitos y latentes en las cotidianeidades de vidas desarrolladas en sociedades del éxito, como la chilena en particular, donde los movimientos sociales generados en el país con la finalidad de conseguir transformaciones sociales, aún no ha logrado cristalizar logros que permitan evidenciar que la felicidad estandarizada traducida en éxito profesional, relacional y económico, conforman un tipo de felicidad huantológica que guía los destinos de la humanidad en este tipo de culturas.
Fisher (2018) define la hauntología como una idea que rige el quehacer humano sin que nunca haya existido una realidad que se le condiga. Ejemplifica aquello con la idea de comunismo y su influencia en las decisiones políticas internas de los países, aun cuando en el mundo nunca haya existido una sociedad comunista propiamente tal, y por tanto no sea posible determinar sobre bases empíricas cuáles serían las características o efectos sobre las personas que conforman este tipo de sociedades. Equivalentemente, la felicidad sustentada en la armonía perfecta de todas las dimensiones de la vida humana nunca ha existido, sino que más bien corresponde a la idea de un “todavía no” o a un “futuro sin futuro”, que como hemos puntualizado con anterioridad, sería un elemento aglutinante de las actuales generaciones profesionales donde el éxito en su ejercicio laboral, en lo relacional y en lo económico es su sustento.
Así, la felicidad hauntológica sería el hilo invisible que guía las vidas cotidianas, al que se refiere Cuello (2019) y a través del cual atribuimos sentidos y significados a las acciones humanas, a sus cotidianeidades y materialidades, lo que se refleja de modo latente en los microrrelatos distópicos producidos por estos profesionales, y de manera explícita en los micro textos utópicos con los que plasmaron sus ideas de futuro.
Conforme a estos microrrelatos la temporalidad de la felicidad no está anclada en el pasado ni el presente, por lo tanto, no sería una nostalgia por un futuro cancelado o perdido, sino una idea hauntológica a través de la cual las sociedades neoliberales guían las acciones humanas en favor de una vida mejor, que no tiene referentes temporales ni empíricos, sino que está basada en una ideología póstuma que orienta las vidas humanas, y que en los microrrelatos se expresa a través de miedos cotidianamente vivenciados como futuros perdidos y también como futuros alternativos, ambos sustento de una idea de felicidad hauntológica.
La determinación de las cotidianeidades a través de imaginarios de felicidad hauntológica, abre caminos para crear los espejismos a los que se refiere Bruckner (2012), que sustentados en la felicidad estandarizada y estereotipada de la que habla Ahmed (2019) hacen de la felicidad un espectro (Fisher, 2018) que aunque inexistente, es influyente en las subjetividades con las que orientamos nuestras vidas cotidianas conforme al sacrificio humano en la sociedad del éxito (Bude, 2014; Han, 2014; 2017), y que en los microrrelatos se plasman en el imaginario de una síntesis perfecta de éxito en todas las esferas de la vida humana. Tal lógica sacrificial se desarrolla en sociedades neoliberales cuyas narrativas distópicas convierten a la felicidad en un ideal a la vez añorado e inalcanzable, por tanto, en un espejismo que guía las cotidianeidades subyugadas por la ideología póstuma del “todo se acaba”. De allí que la insumisión a la ideología póstuma en aras de la construcción de futuros alternativos, sustentados en felicidades diversas, es una labor a cuyo llamado debemos concurrir como profesionales dada nuestra influencia en la construcción de las subjetividades con las que se escriben nuestras existencias finitas.