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Culturales

versión On-line ISSN 2448-539Xversión impresa ISSN 1870-1191

Culturales vol.6 no.11 Mexicali ene./jun. 2010

 

Artículos

 

Hombres jóvenes de la Ciudad de México: juventud e identidad masculina

 

Jorge García-Villanueva1, Isaura E. López Segura1 y Jonathan Callejo García2

 

1 Universidad Nacional Autónoma de México, jorggavi@yahoo.com, isaura0els@yahoo.com

2 Universidad Pedagógica Nacional, jonthancallejo_garcia@yahoo.com

 

Fecha de recepción: 2 de diciembre de 2009
Fecha de aceptación: 5 de marzo de 2010

 

Resumen

Este texto resulta de una investigación de corte cualitativo, cuyo objetivo fue conocer los significados y prácticas asociados a la condición de hombre joven. Se entrevistó a 12 jóvenes de la Ciudad de México, con al menos bachillerato, no pertenecientes a tribus urbanas ni a grupos delictivos; las entrevistas fueron hechas según la propuesta de Kvale. Los hallazgos muestran un cruce entre las nociones de hombre y adultez y una juventud ligada al esparcimiento y a la ausencia de responsabilidades. Se encontró el ejercicio frecuente de una masculinidad hegemónica, que incluye erigirse como proveedor de recursos económicos, protector de las mujeres del entorno y mantener una relación distante con niños y ancianos.

Palabras clave: hombre joven, identidad de género, masculinidad, juventud, identidad.

 

Abstract

A qualitative research results are presented in this paper. The main aim of this study was knowing the meanings ands practices related to young-man condition. Twelve young men inhabitants of Mexico City were interviewed; they all have been coursed one year of high school at least. Nobody was member of a gang neither an urban tribe. Each interview was analyzed following the Kvale procedures. Results show that meaning of adulthood and man are closely related. On the other hand, youth is defined with absence of responsibilities and much fun. It was founded that interviewed young men execute practices closely related to hegemonic masculinity such as: being as fount of economical resources, auto named protector of women (relatives and girlfriends), and keeping distance to children and elders.

Keywords: young man, gender identity, masculinity, youth, identity.

 

Introducción

Según estimaciones de la ONU, mil millones de jóvenes viven en nuestro planeta; o sea, una persona de cada cinco, aproximadamente, tiene entre 15 y 24 años, y 18 por ciento de la población global son jóvenes, y los niños (5 a 14 años) representan 19.8 por ciento. Uno de los fenómenos que más preocupan a la ONU es el de la disminución de la proporción de jóvenes en el mundo.

Se calcula que la mayoría de los jóvenes del mundo vive en países en vías de desarrollo. La ONU calcula que para 2025 el número de jóvenes que vivirán en países en vías de desarrollo crecerá en 89.5 por ciento. Por consiguiente, es necesario contemplar asuntos de juventud en las políticas y en la agenda de desarrollo de cada país, de lo que se encarga el Programa de Juventud de las Naciones Unidas (ONU, 2006).

En nuestro país, según el censo más reciente (INEGI, 2007), de un total de 103 263 388 habitantes, existen 36 174 976 jóvenes (entre 12 y 29 años), de los cuales 7.37 por ciento (2 666 494) del total nacional viven en la Ciudad de México. Así, los hombres de este rango etario que habitan la capital son 1 309 232 y las mujeres del mismo rango son 1 357 622, aproximadamente.

A pesar de las cifras, los hombres jóvenes no han sido un objeto de estudio frecuente ni, mucho menos, antiguo en la literatura científica; los trabajos más antiguos datan de la segunda mitad del siglo veinte. Por otra parte, en el marco de los estudios de género se ha hablado de los hombres, pero en un sentido que parece excluir a los jóvenes. Asimismo, en años recientes se ha investigado lo juvenil frecuentemente en contextos relacionados con la marginación y con comportamientos antisociales o ilícitos; y muy poco se ha estudiado en relación con el género y con los aspectos identitarios, así como con las prácticas asociadas.

Este documento parte de la consideración de que ser hombre joven conlleva particularidades que deben ser enfocadas por los estudios de género (bajo la lente de cualquier disciplina). Desde luego, ante este problema se asume una postura que intenta ser comprensivo-interpretativa.

 

Acerca de la juventud y su estudio

De acuerdo con Medina (2000), la comprensión de la complejidad social y cultural ha obligado a cuestionar la forma de pensar y teorizar sobre los sujetos sociales, dejando de lado los modelos dominantes en la producción académica y proponiendo algunos recientes (como pretendo en este trabajo). Plantea que el mundo joven latinoamericano es una realidad social de finales del siglo veinte y principios del veintiuno marcada por su diversidad y emergencia. Los paradigmas prevalecientes en la investigación científica han propiciado el escaso conocimiento en materia de juventudes, debido a que han generado imágenes juveniles muy alejadas de sus realidades sociales y universos simbólicos.

Las actuales investigaciones conocidas como "estudios de juventud" reflejan intereses sobre una población que antaño no era llamada así. En México y otros países (sobre todo, europeos), durante la segunda mitad del siglo veinte (Pérez y Urteaga, 2005) surgieron trabajos en torno a los jóvenes que han llegado a colocarse entre las líneas de investigación en el quehacer de las ciencias sociales; no obstante, en algunas disciplinas aún son escasos los trabajos de esta índole y en otras no existen (García de A., 2005).

Según Pérez y Urteaga (2005), los especialistas en el tema datan de hace 10 o 20 años apenas y la mayoría de sus investigaciones se centran en la problemática y las prácticas inmediatas. Hacia finales de los ochenta aparecieron muchos estudiosos de los chavos banda, tal como han surgido otros en torno a temas como los movimientos estudiantiles universitarios (Rochín, 2002), los rockeros (Morin, 2002), los graffiteros (Sánchez G., 2002), los tatuajes (Nateras, 2002) y la violencia (Ramos, González y Bolaños, 2002), entre otros.

A decir de Medina (2000), pueden considerarse dos grandes clasificaciones de los estudios de juventud: las que versan sobre la construcción del conocimiento de lo joven y las que pretenden conocer una realidad juvenil específica. Estas últimas constituyen, al parecer, la mayor parte de los estudios de juventud.

En general, las investigaciones en materia de juventud abordan, entre otras, líneas como socialización religiosa de los jóvenes en México (Navarro, 1998); juventud y medios de comunicación (Urzúa, 1998; Bueno, 2005); vida universitaria (Casillas, 1998); globalización y participación social y política de los jóvenes (Serna, 1997); espacios para la vida nocturna (Malbon, 2000), y la perspectiva de género en relación con el mundo juvenil, enfoque en el que podría clasificarse este trabajo.

En tanto que en otras épocas (como en el siglo diecinueve) se pasaba de niño a adulto casi de un día para otro (Necochea, 2005), ahora la juventud se ha convertido en una de las etapas más largas de la vida. Al respecto, Barceló (2005) menciona que hace 100 años la idea de juventud en nuestro país era un concepto vago que comenzaba a tomar forma. Los jóvenes no existían como hoy se les concibe; estaban fuera de las políticas y del análisis científico, al no figurar como categoría sociológica.

Pérez y Urteaga (2005) llega a la conclusión de que la escuela es la gran creadora de juventud, pues al sustraer a los jóvenes de su seno familiar y reunirlos en un espacio, donde los clasifica por edades, los obliga a convivir y juntos generar formas y prácticas sociales, políticas y económicas que dan lugar a culturas propias. Sobre todo en las sociedades del primer mundo, cada vez se retiene más tiempo en la escuela a los jóvenes (Reguillo, 2000). En nuestro sistema educativo la edad escolar se prolonga hasta los 18 años (al terminar la preparatoria).

Lo anterior explica, en parte, no sólo la existencia de grupos, identidades y culturas juveniles, sino el porqué hay muchos jóvenes que a los 35 años no han salido de la casa familiar, nunca han tenido un trabajo permanente y siguen estudiando un posdoctorado o están en proceso de titularse, por lo que aún dependen de sus padres.

Medina (2000) comenta que en términos sociohistóricos y culturales siempre se ha conceptuado a los jóvenes como sujetos de cambio, vinculándolos con la rebeldía, la transgresión y el cuestionamiento del statu quo. Esta imagen aparece en las primicias de los apuntes latinoamericanos sobre juventud, entre los que destacan los que llevó a cabo Rodó (1900, en Medina, 2000), quien señaló que la juventud (ilustrada) dirigía el proceso de transformaciones que implicaba la modernización de las sociedades.

Feixa (1998) insiste en señalar que los atributos de la juventud, aparte de la noción general compartida de tránsito a la adultez marcada por los cambios biológicos, dependen tanto de los valores asociados con esa edad como de los ritos que marcan sus límites.

Medina (2000) apunta que existen dos imágenes de la juventud: la conservadora (del joven integrado o en "el buen camino") y la que iguala juventud con problema social. La segunda imagen corresponde a los grupos de menores recursos y oportunidades, que son mayoría en nuestra sociedad. Asimismo, Medina señala que la juventud en sí misma no tiene atributos sociales constituyentes, sino que existe en un periodo de moratoria entre la niñez y la adultez, lo cual la coloca en un no lugar.

Autores como Hernández (2005), Pérez (2000) y Reguillo (1993 y 1997) señalan que la mayoría de los grupos juveniles han sido reprimidos y perseguidos de alguna manera por las policías a causa de que son ellos quienes articulan buena parte de los principales movimientos culturales y políticos. De esto se desprenden calificativos que hoy pueden sonar propios del concepto de joven, como opositores, rebeldes e inmaduros. Así, a los jóvenes se les educa, castiga, reprime, orienta y encarcela por "obvias" razones (Reguillo, 1993).

El concepto de joven varía drásticamente, según Valenzuela (2002), dependiendo del estrato social en que se inscriba. Así, los jóvenes de clase alta y media son representados como estudiosos, limpios, monógamos y respetuosos de la ley, en tanto que los jóvenes pobres son vistos como violentos y criminales. Estos rasgos que identifican y discriminan a los jóvenes por su posición socioeconómica pueden ser aprendidos y reproducidos por ellos. En una sociedad donde la modernidad permea hasta los asuntos menos pensados (Bauman, 2004), el factor económico resulta fundamental para la configuración de las identidades personal y social, especialmente en los contextos urbanos, donde se concentra la mayor parte de la población.

Si se tiene en cuenta lo anterior, la juventud puede ser vista como una resultante de un proceso de modernización iniciado tras la Segunda Guerra Mundial, cuando la migración constante de campesinos a las ciudades, en pos de una mejor calidad de vida, generó el crecimiento sin cesar de los centros urbanos. Estos procesos de urbanización e industrialización han traído problemas de desarraigo, pobreza, marginación, desempleo, vivienda y salud. Ello ha implicado el surgimiento de nuevas identidades y formas de interacción, de las que son ejemplos las culturas y tribus juveniles que refieren autores como Reguillo (1993 y 1997), Pérez (2000), Hernández (2005), Morin (2002) y Nateras (2002), entre otros.

Las características atribuidas a la juventud pueden ser sintetizadas en rebeldía, impetuosidad y deseos de superación, que son inscritas en una exaltación de la individualidad y de las prácticas de consumo propias de la modernidad (Touraine, 2005). En torno a esto es importante resaltar el papel que en la generación y difusión de pautas y modelos de consumo entre los diferentes grupos sociales han desempeñado los medios de comunicación, para quienes vender es el objetivo subyacente (Heath y Potter, 2005). En este contexto de una modernidad donde el sujeto individual sólo puede serlo mediante el poder adquisitivo, los jóvenes se tornan importantes en tanto sujetos de venta-consumo y producción (Covarrubias, 2002), y no sólo por diferir de manera colectiva y singular del resto de la sociedad, como lo plantea Brito (2005). Inmersos en este caldo de cultivo, surgen modelos identitarios orientados, como el del metrosexual –término acuñado por un periodista (Simpson, 1994, 2002 y 2008)–, cuya existencia gira alrededor de un estilo de vida imposible de lograr sin el consumo de ciertos productos.

 

Acerca de la investigación sobre masculinidad y juventud

Desde una perspectiva de corte comprensivo-interpretativo y a veces muy crítico, los estudios de género se han enfocado principalmente en aspectos de significados relativos a las masculinidades y feminidades, así como en la comprensión de los problemas sociales que muestran matices claramente distintos, según se trate de hombres o mujeres. Con esta visión, antropólogos, sociólogos y psicólogos, entre otros, han producido trabajos que han impactado los planos académico, educativo y político.

En cuanto a los estudios de género (en los que se insertan los dedicados al análisis de las masculinidades), existe una estrecha relación entre su origen y los trabajos dedicados al estudio de la mujer. Sin duda, los estudios de Simone de Beauvoir (1947, 1981 y 1982), acerca de la mujer y sus relaciones con el hombre en los diversos ámbitos, constituyen un trabajo muy amplio sobre el tema, y fueron de los primeros en señalar la discriminación y desconocimiento de que ha sido objeto la mujer. Esto implica una construcción social de dominación que tiene como base las diferencias fisiológicas sobre las que fueron creados los géneros en términos de relaciones jerárquicas entre hombres y mujeres (Jaggar, 1983; Cooper, 1988; Amorós, 1997).

A su vez, la introducción de la llamada "perspectiva de género" a las ciencias sociales ha permitido una visión nueva de lo analizado en sus estudios, lo que origina un conocimiento diferente, que reconoce la sexuación del saber, además de poner de manifiesto la realidad de las tensiones resultantes del estatus diferencial entre hombres y mujeres (género). En concordancia con Barbieri y Oliveira, aluden a la relación dialéctica entre los sexos y, por lo tanto, no sólo al estudio de la mujer y lo femenino, sino a las relaciones sociales de hombres y mujeres; de ahí su preferencia por el término estudios de o con perspectiva de género. En términos muy generales, la finalidad de incorporar la perspectiva de género en las investigaciones sociales es en tender el espacio social como un lugar compartido entre ambos sexos, cuyo comportamiento está dado por la cultura. Dicha finalidad fundamenta el concepto de género, que implica una visión relacional y que plantea que los estereotipos femenino y masculino son una construcción social y cultural cuya base es la diferenciación sexual (Laclau y Mouffe, 1985; Barbieri, 1996).

En este orden de ideas, Olavarría (1998) apunta que en nuestros días pueden distinguirse dos grandes líneas en los estudios de género desde las posturas feministas: la primera intenta balancear o invertir el sesgo ginecocéntrico de los estudios de género y se concentra en el estudio de la sexualidad, las prácticas reproductivas masculinas y la emergencia de las identidades gays y queer (que intenta resignificar términos peyorativos y erradicar prejuicios relativos al género y la convivencia social), y la segunda está más orientada a la comprensión de las identidades masculinas locales y a los cambios surgidos en ellas por la modificación de las relaciones de género. Esta segunda vertiente es compartida por autores de estudios sobre masculinidad que pueden considerarse profeministas, como Seidler, Kaufman, Connell, Bourdieu y Kimmel (Fleiz, 2008), amén de los que en México han trabajado en esa línea, como Ramírez (2005), Montesinos (2002), Huerta (1999) y González (2001). Cabe señalar que ninguno retoma directamente el análisis identitario de los hombres jóvenes.

En síntesis, los estudios de género tienen su origen en el movimiento feminista, que, si bien inicialmente fue de índole política, generó una intensa actividad académica que hoy no cesa. Aun cuando existen matices en las posturas analíticas en torno a los puntos de interés de los estudios de género, su esencia radica en señalar la inequidad social relativa a las distinciones construidas con base en la diferenciación sexual, sin dejar de lado aspectos como la raza, la nacionalidad y la pobreza, por mencionar algunos. En medio de este campo de hallazgos, opiniones y visiones, recientemente surgieron los estudios sobre masculinidad y más tarde los de juventud y género.

Entre las principales corrientes y movimientos cuyo objeto de estudio o interés son los hombres, pueden mencionarse, según sus características, cinco grandes categorías: a saber, profeministas, men's rights, mitopoéticos, conservadores y de la especificidad (Fleiz, 2008). Estas corrientes y movimientos se inclinan, ya sea al acercamiento y reconocimiento desde una visión igualitaria de búsqueda y bienestar compartido entre hombres y mujeres, o al acercamiento y reconocimiento parcial con intercambio utilitario o desconfiado frente a los avances de las mujeres, o con un acercamiento y reconocimiento con cierto grado de pasividad masculina, o con un total alejamiento y aislamiento o refugio en el mundo masculino, o con un rechazo absoluto (Fleiz, 2008).

La producción teórica de los autores profeministas es amplia e incluye, en general, la perspectiva de género, la reflexión sobre el modelo de masculinidad dominante y una posición mucho más tendiente a la transformación de las relaciones de género y de las masculinidades; de ahí su importancia en la investigación científica. Desde aquí, la masculinidad puede entenderse como el conjunto de prácticas sociales (culturales, políticas, económicas, entre otras) mediante las cuales los hombres son configurados genéricamente. A partir de esto se reconocen a sí mismos y son reconocidos como hombres. Dicha postura incorpora la noción de diversidad y propone hablar de masculinidades (y no de una sola) considerando contextos y realidades diversas, en las que intervienen factores como las culturas, las clases, las etnias, las sexualidades, las lenguas, las modalidades y los niveles escolares y laborales, entre muchos otros.

Desde aquí, autores como Kaufman (1989), Burin (1993 y 2006), Corsi (1995), Connell (2003) y Bourdieu (2005) han señalado que los hombres construyen su identidad sobre los ejes de poder y dominio (lo que coincide con Bourdieu, 2005), que es, al mismo tiempo, una fuente de temor y dolor para ellos. Comentan que esto genera en los hombres un gran sufrimiento emocional debido a la represión de las emociones y al esfuerzo constante por colocarse en un lugar de dominio y demostrar poder. Incluso, Corsi (1995) plantea que el centro de la masculinidad dominante es la restricción emocional de sentimientos y emociones, puesto que en el hombre son signos de feminidad y deben evitarse, por considerarlos inferiores a los rasgos de la masculinidad.

Muchos estudiosos han señalado de manera reiterada la violencia (en sus varias expresiones) como una facultad relacionada con la masculinidad; entre éstos se encuentran Montoya (1988), Ramírez R. (2005), Manzelli (2005), Ramírez S. (2003) y el propio Seidler (2001 y 2005). Por su parte, Ramírez S. (2003) concluye que los hombres violentos han padecido, presenciado o aprendido durante la infancia distintas formas de violencia, al mismo tiempo que relaciones de poder/subordinación. Aprendieron que la intimidación y el miedo son los recursos para hacer funcionar la autoridad, lo que, a la vez, los mantiene en el sistema de privilegios masculinos. Por su parte, Ramírez R. (2005) señala que los hombres han incorporado la violencia como un elemento propio de un modelo de masculinidad que es importante asumir para ser respetado.

Una de las nociones que se comparten en esta perspectiva es que mientras la masculinidad se construye y hay que demostrarla, la feminidad no y se le define en oposición a la masculinidad. Desde aquí, la masculinidad es la serie de mecanismos socioculturales utilizados para demostrar lo que otrora se denominaba "ser un hombre de verdad" (Barragán, 2004).

En sus estudios sobre la masculinidad, Seidler (2001) plantea la razón como el principal eje conductor de la vida de los hombres: se es hombre siempre que se demuestre "tener la razón". Para él, la razón que poseen los hombres implica un pensamiento descorporalizado y desconectado de la vida emocional (esto último coincide con los planteamientos antes citados), en el que lo emocional es visto como inferior (y femenino); sostiene que el poder y la razón no son las únicas dimensiones a considerar en el análisis de las masculinidades, sino que también se deben tener en cuenta las culturas, los cuerpos y el amor (Seidler, 2006). Afirma que es posible observar algunas ideas alrededor de la masculinidad que en mucho la definen, a saber: a) la heterosexualidad como una relación de poder en la sociedad y como una orientación sexual legítima, descartando la validez de otras; b) la erección como una afirmación del poder; c) el prejuicio de que los hombres son malos y sinvergüenzas, y la consecuente exigencia del autocontrol de las emociones, so pena de hacer cosas que les pesarán (Seidler, 2000). Señala el malestar en que se hallan los hombres derivado de reprimir o controlar sus emociones por el constante miedo a hacer algo malo; de ahí la importancia de enaltecer la razón como una cualidad masculina, con lo que se sigue reforzando la disociación entre emoción y razón.

Si se considera la masculinidad desde una óptica sociocultural, las sociedades hegemónicas han impuesto sus modelos de masculinidad a los conquistados (Seidler, 2006), quienes hacen esfuerzos por reproducirlas. Aquí, las nociones de metrosexual, gay y macho pueden servir de ilustración.

Diversos autores (Beauvoir, 1982; Bourdieu, 2005; Seidler, 2006; Connell, 2003) han señalado en forma contundente y muy a su estilo que la masculinidad y el ejercicio del poder están estrechamente ligados en la dominación, no sólo de las mujeres, sino de todos aquellos hombres feminizados (los enfermos, ancianos, homosexuales, ignorantes y pobres, entre muchos otros). De ahí que ser hombre esté basado en la idea, como diría Kimmel (1997), de un hombre en el poder, con poder y de poder; esto justifica el dominio de los hombres sobre las mujeres, pero también sobre los que no concuerdan con tal noción.

Sin embargo, autores como Lomas (2004) aportan evidencias aparentemente contrarias, al señalar que comienzan a emerger otras maneras de ser hombre, sobre todo en el contexto en donde se desenvuelven los niños en edad escolar, quienes se caracterizan por buscar la convivencia, la igualdad, pero siempre destacando la diferencia con las mujeres (que, entre otras cosas, mantiene la disociación razón/emoción).

Respecto de la heterosexualidad, no sólo Seidler (2001) sino también Connell (2000, 2003) y otros autores latinoamericanos, como Cáceres, Salazar, Rosasco y Fernández (2005), señalan un vínculo muy fuerte entre las nociones de masculinidad y las relaciones sexuales y de pareja entre personas del mismo sexo. Estos autores concluyen que los hombres peruanos de clase media se ven afectados en su salud sexual por el ejercicio de prácticas violentas legitimadas por la masculinidad, tales como relaciones sexuales con múltiples parejas, practicar la violencia de género, el sexo por compensación con otros hombres (en ausencia de mujeres) y prácticas bisexuales clandestinas. Esta afirmación puede ser aplicable a los hombres mexicanos y a los de otros países, en tanto que los modelos de masculinidad hegemónicos comparten el ejercicio de la violencia, entre otras características. Esto se explica porque la masculinidad hegemónica exige ciertas formas de comportamiento (las de corte heterosexual, por ejemplo) (Rich, 1980 y Wittig, 1980) y prohíbe otras (Connell, 2000).

En este orden de ideas, Montoya (1988) establece que hay cuatro atributos que forman parte de la masculinidad en países latinoamericanos, a saber: la heterosexualidad obligatoria, el ejercicio de una ocupación remunerada, ser adulto y ser agresivo y capaz de ejercer la violencia. Esto coincide con los mencionados hallazgos de Forbes, Kimmel y Mahler, Richmond y Levant, Pascoe, Renold (2003) y Rust y McCraw (1984).

Derivado de lo hasta aquí expuesto, tal parece que el ejercicio de la masculinidad está en medio de varios modelos de hombre (posibilidades de ser hombre), entre los que se halla el hegemónico, pero donde no se encuentra nunca la realidad de los hombres jóvenes. Algunas características de la masculinidad hegemónica siguen asociándose con la idea de ser hombre: la cuestión heterosexual y la fuerza física, por ejemplo. Estos dos asuntos salen a flote cuando se trata de hombres homosexuales o dedicados a alguna actividad "poco masculina". Además, se percibe una serie de aparentes cambios en los conceptos de masculinidad que, fundamentados probablemente en estrategias de mercado, se anexan a los ideales masculinos, como en el caso del "metrosexual" (Simpson, 1994 y 2002/2008). Como señalan Hernández (2005) y otros autores, existe una oposición entre el ideal de hombre y lo que se practica en la cotidianidad.

Las masculinidades son, entonces, posibilidades de ser hombre que surgen y son mantenidas por los grupos humanos, siempre distantes de las nociones de juventud. Hablar de masculinidad (hegemónica) refiere a ese modo legítimo de ser hombre (adulto) y es siempre heterosexualizada, caracterizada por el uso de la fuerza física, la violencia y el control (represión) de las emociones, marcando la diferencia con las mujeres, quienes son subordinadas de uno u otro modo (aunque sea en el plano del pensamiento), y, desde luego, el ejercicio de la razón. Tal parece, en concordancia con Seidler (2006), en este momento de cambios, redefiniciones, crisis y deconstrucciones en las masculinidades, que es urgente propiciar una verdadera transformación de las masculinidades. Pero, ¿dónde está el lugar de los jóvenes en lo referente a masculinidad? ¿Qué dicen ellos sobre su experiencia como hombres jóvenes? Éste es el punto que la presente investigación ha pretendido explorar.

 

Sobre la identidad juvenil y sus correlatos

Quizá las investigaciones pioneras en el campo del género y la juventud son dos. La primera data de hace más de veinte años y fue realizada por Rust y McCraw (1984), quienes reportan los efectos de la masculinidad-feminidad en la autoestima de los jóvenes (14-18 años) y en la aceptación de sus pares. Los autores indican que: a) tanto en hombres como en mujeres, una identidad andrógina fue asociada con altos niveles de autoestima; b) altos niveles de rasgos masculinos resultan en altos niveles de autoestima, en ambos sexos, y c) altos niveles de rasgos femeninos resultan en niveles de autoestima significativamente bajos en los hombres.

El otro estudio fue realizado por Hall y Halberstadt (1980), quienes aplicaron la versión para niños del Personal Attitudes Questionnaire (PAQ) a 89 varones de primaria. Los resultados muestran que un autoconcepto positivo en los niños fue asociado con respuestas más masculinas, que las autoevaluaciones de los niños correlacionan positivamente con las puntuaciones de sus padres. De ahí se derivan dos puntos que no hay que perder de vista: la relación entre masculinidad-autoestima y la similitud entre el autoconcepto del chico y el de su padre.

Algunos investigadores se centran en el estudio de los procesos de identificación del joven con su género y, de manera secundaria, mencionan algunas inferencias o suposiciones en torno a lo que éste entiende como masculinidad. En este sentido, según Richmond y Levant (2003), los jóvenes experimentan una "presión aplastante para adherirse a las normas del género", y cuando el chico intenta conformar esas expectativas de género consigo mismo, sufre tensión pero el ambiente que generan sus compañeros le resulta protector, en tanto que le permite continuar su proceso de identificación de género sin caer en alguna confusión –como adoptar roles femeninos–. Según esos autores, el grupo es una especie de contenedor que facilita (¿o dificulta?) al muchacho el camino hacia su identificación como "miembro del género masculino".

Forbes (2003), por su parte, señala que hay una "norma tradicional de masculinidad" que contribuye a la generación de "episodios violentos en las escuelas" (desde riñas hasta agresiones con armas de fuego). Cabe apuntar que este autor no estudia la participación de las mujeres (como víctimas y/o como agresoras).

La violencia masculina ha sido analizada incluso en obras literarias, como en el trabajo de Pedro G. Koo (2003), para estudiar la representación y construcción de imágenes masculinas que transgreden y deconstruyen los modelos hegemónicos de masculinidad. A decir de Koo, la corrupción moral y física, así como la violencia, se vuelven los símbolos de esta nueva hipermasculinidad que se pone como un horizonte en la vida de los jóvenes.

En el trabajo de Kimmel y Mahler (2003) se encuentra algo similar a lo señalado por Forbes (2003) y Richmond y Levant (2003), ya que, al estudiar las causas entre los disparos ocurridos en las escuelas entre 1982 y 2001, encontraron que los jóvenes que abrieron fuego contra sus compañeros eran constantemente cuestionados en cuanto a su masculinidad. En forma contundente, señalan que la homofobia y la masculinidad están ligadas.

Pascoe (2003) apunta que los grupos de jóvenes definen la masculinidad en torno a competencia, éxito heterosexual y dominación, y sugiere que pueden tomarse dichos términos como tipologías de masculinidad. Dice que los jóvenes pueden manipular el concepto de la masculinidad para influir en muchachos con menor grado de ésta.

Por su parte, Emma Renold (2003), en un trabajo relacionado con la masculinidad-feminidad en chicos de 11 años, encuentra que entre ellos existen masculinidades heterosexualizadas. Al explorar los mecanismos que regulan la heterosexualidad y, en particular, las interconexiones de ésta con la homosexualidad y la masculinidad hegemónica, halló que los chicos construyen su masculinidad a partir de la integración de una compleja y contradictoria heterosexualidad.

Valladares (2002), al investigar los conceptos de novio y amigo en jóvenes yucatecos, encontró que las mujeres toman más en cuenta la forma como son tratadas y otros elementos emocionales, en tanto que los hombres dan prioridad al aspecto físico. También menciona que aspectos tradicionalmente relevantes en las comparaciones, como la fidelidad y el atractivo físico, muestran matices interesantes.

Asimismo, señala que en ambos sexos se manifiestan indicadores de una tendencia a la androginia, lo cual coincide con los hallazgos de Carrillo et al. (2000) y García et al. (2004). La androginia implica un cierto apareo entre las características masculinas y femeninas de una persona, independientemente de su sexo (Bem, 1985; Acuña y Bruner, 1986).

Así también, Vega y Gutiérrez (2004) estudian el tema de la masculinidad en México, pero con una población de niños y jóvenes y en relación con la prostitución infantil y la situación de calle. El trabajo de estos autores presenta el concepto de masculinidad desde un enfoque de corte psicosocial con entrevistas en profundidad. Entre los resultados que menciona se hallan importantes correlaciones entre ser hombre y tomar riesgos así como no aceptar contactos sexuales con otros hombres.

Otras investigaciones con jóvenes encuentran que éstos suelen ejercer la masculinidad hegemónica. Hernández (2005), en su trabajo con jóvenes que viven en la calle, encontró que entre ellos (y ellas) existen ideales de hombre relacionados con ser el proveedor, protector y caballeroso, mientras que las imágenes que tienen de ellos en su cotidianidad son, más bien, opuestas, relacionadas con hombres machos que maltratan y abandonan.

Es importante resaltar la similitud de los hallazgos de Vega et al. (2004) con el comportamiento que Forbes (2003) señala como parte de la norma convencional de masculinidad: i.e., la violencia y la asunción de riesgos. Aunque estos autores trabajaron con población joven, ninguno presenta como objeto de su investigación el significado de la masculinidad en los jóvenes, ni lo que para ellos implica ser hombre o si se consideran como tales. El aspecto heterosexual como definidor de la masculinidad es una constante en la mayoría de los hallazgos.

Sobre este asunto de las constantes puede ser de ayuda considerar los cuatro ejes articuladores de la masculinidad que propone Badinter (1993): no ser afeminado, ser una persona importante, ser fuerte como el roble, así como ser el más fuerte de todos a costa de lo que sea.

La hombría se mide por el éxito, el poder y la admiración que causa el hombre en los demás. Se considera como trabajo masculino el producir, en tanto que lo femenino es la re-producción. Badinter y Seidler coinciden en señalar el problema de la expresión de la afectividad como uno de los orígenes de los conflictos identitarios de los hombres; de ahí que Seidler (2006) apunte la transformación de las masculinidades quizá como necesaria para una sociedad con menos sufrimiento.

Lo anterior se explica si tomamos en cuenta los planteamientos de Rich (1980) y Wittig (1980) en el sentido de que, históricamente, la visión de la homosexualidad como pecado, enfermedad o desviación apenas tolerada se ha basado en el argumento de que la heterosexualidad es el estado natural de las personas. En 1980, Adrienne Rich cuestionó esa idea y afirmó que, en realidad, es "heterosexualidad obligatoria", y la propuso como un concepto y una institución que garantizan un modelo de relación social entre los sexos en el cual el cuerpo de las mujeres es (y debe ser) siempre accesible para los hombres (Mogrovejo, 2001).

En resumen, podemos considerar que las diferencias de género están dadas por factores psicológicos, sociológicos y antropológicos; que influye la percepción personal entre lo que el sujeto percibe de su peculiar morfismo sexual y lo que el contexto social en el que se desarrolla trata de imponerle (Fernández, 1998). Y, desde luego, que son transmitidas y reforzadas en las prácticas cotidianas desde el nacimiento. Sobre el punto de la percepción personal uno puede preguntarse: ¿qué pasa si la percepción de un hombre no corresponde positivamente con todas las exigencias que se tienen sobre él? Si sólo practica algunas de las conductas legitimadas por la masculinidad, ¿se sigue siendo hombre? ¿Qué hay de quienes no ejercen prácticas relacionadas con la masculinidad? ¿Es posible esto último como hombre?

 

Aproximación metodológica

La búsqueda de respuestas en torno a cómo se es hombre joven y cómo se vive resulta poco accesible desde una visión centrada en las cuantías. Estar frente a otro como yo, en tanto ser humano y hombre joven, implica una actitud de respeto, empatía y escucha constante para poder acceder a un proceso interpretativo del discurso y las prácticas del otro. Por ello, esta investigación intenta la comprensión de las prácticas desde el contexto en que son efectuadas y, especialmente, en los significados que le dan las personas.

Para efectos de este trabajo, el ser hombre será referido a aquellas prácticas que los sujetos realizan por su condición de varones. Desde esta visión, el ser hombre está dado por las prácticas y significados y esto, a su vez, forma parte de los procesos identitarios de los hombres jóvenes. Por su lado, las masculinidades son entendidas como modelos, posibilidades de ser hombre, que incluyen un conjunto de prácticas específicas según se trate de una masculinidad u otra.

 

Objetivos

• Identificar las nociones de hombre y joven que tienen los participantes en este estudio.

• Caracterizar las prácticas relacionadas con la condición de hombre joven en los ámbitos familiar, escolar, laboral y de pareja.

• Caracterizar las relaciones entre hombres jóvenes en contraste con las establecidas entre éstos y los niños, adultos y ancianos.

 

Participantes

Participaron en este estudio 12 hombres jóvenes voluntarios de la zona metropolitana de la Ciudad de México, de entre 20 y 30 años de edad. Todos cuentan con algún grado de bachillerato cursado e, incluso, hay un estudiante de maestría (ver el cuadro 1). En cuanto a sus ocupaciones, se considera una muestra diversa puesto que, mientras unos se emplean a destajo o por comisión, otros son empleados formales con prestaciones de ley y sueldos mensuales superiores a los $5 000.00. Incluso, hubo quienes son microempresarios y de su actividad obtienen sus principales remuneraciones. Aunque el promedio salarial fue de 5.33 salarios mínimos mensuales ($7 999.00, aproximadamente), hay quien gana $800.00.

En cuanto al estatus de pareja, cinco de los participantes reportaron no tenerla, mientras que la mayoría sí se hallaba en una relación de ese tipo. En este sentido, aunque la orientación sexual no es una categoría analítica de este trabajo, entre los participantes hubo cuatro personas con orientación sexual por el mismo sexo, quienes rara vez hicieron mención de ello en su discurso. Acerca de los hijos, sólo tres participantes (mayores de 25 años) reportaron tenerlos.

Con la finalidad de obtener una muestra de personas que compartiesen características, el contacto con ellas fue mediante la estrategia no probabilística denominada bola de nieve (Hudelson, 1994, en Ito y Vargas, 2005), que consiste en contactar a un primer informante, quien se encarga de sugerir al segundo contacto, y así sucesivamente. Este proceso concluyó una vez que se saturó la información obtenida.

Los criterios de exclusión que se utilizaron en la muestra fueron: ser menor de 18 años y mayor de 30, pertenecer a alguna agrupación delictiva o a alguna tribu, encontrarse bajo el influjo de sustancias psicoactivas o hallarse en situación de calle.

 

Procedimiento y consideraciones éticas

El presente trabajo consiste en una investigación descriptiva, llevada a cabo mediante entrevistas en profundidad (Taylor y Bogdan, 1998), que se realizó en el marco de una perspectiva comprensivo-interpretativa. Fue utilizada una guía de entrevista construida ex profeso y basada en las recomendaciones de Galindo (1987), con los siguientes apartados: a) concepciones de hombre joven; b) prácticas realizadas por ser hombre joven en la familia, la escuela, el trabajo y la pareja, y c) relaciones con los adultos.

Con la finalidad de conducir la investigación de manera ética, consideré pertinente seguir las recomendaciones de la IUPSyS (2008), de Ito y Vargas (2005) y de Neuman (1997) en este sentido. A cada joven le expliqué los motivos de la entrevista y el carácter confidencial de los datos, y le pedí su autorización para grabar el encuentro y para divulgar la información recolectada. Además, acordé un consentimiento informado con el que se garantizó el tratamiento confidencial de la información proporcionada.

Los participantes fueron entrevistados individualmente siguiendo la guía de entrevista elaborada ex profeso. Cada entrevista duró en promedio una hora. Todas fueron audiograbadas, y se efectuaron en el escenario donde cada joven fue contactado, o donde pidió que se realizara el encuentro, con la finalidad de logar un acercamiento en el contexto. El trabajo de campo se inició en abril de 2007 y se concluyó en marzo de 2008.

Para realizar el análisis de la información, cada entrevista fue transcrita y trabajada como texto, categorizando la información vertida en ellas (Kvale, 1996) para conocer las nociones, prácticas y sentidos que constituyen la identidad de los jóvenes entrevistados, según los objetivos de la presente investigación, de acuerdo con las recomendaciones de Taylor y Bogdan (1998). Se establecieron las categorías de análisis derivadas de los objetivos de investigación.

Para el análisis se procedió en dos momentos, el primero a nivel individual, para establecer vínculos y relaciones entre los distintos aspectos explorados mediante la condensación e interpretación de la información (Kvale, 1996), y el segundo a nivel de grupo, para identificar las coincidencias y divergencias de los participantes.

 

Entre la juventud, la adultez y la masculinidad: los hombres jóvenes. Hallazgos

A continuación se presenta la información extraída de las entrevistas con los participantes en esta investigación. Ha sido tratada conjuntamente, como una sola voz, aun cuando se indica quién dijo cada elemento, para fines de identificación y seguimiento del discurso de cada joven. Se comienza con la descripción de los participantes y sus principales características sociodemográficas. A continuación se presentan los hallazgos más relevantes de las 10 categorías de análisis con las que se realizó el estudio de la información recabada.

 

Fronteras de la juventud (inicio-término) y características

Ésta fue una de las categorías que más rápido se saturó, pues los comentarios de los entrevistados responden en tres subcategorías. En los extremos, como marcas o criterios menos abstractos, se encuentran: la edad (desde la mayoría de edad hasta los 30) y el deterioro físico; y en términos relacionales, la asunción de responsabilidades (entre ellas el trabajo, tener hijos y el matrimonio), así como la consecuente disminución del tiempo disponible para dedicarse a intereses personales (pasatiempos y actividades de socialización).

Respecto a la edad, tal parece que la juventud es propia de los veinteañeros, puesto que se señala como final de esta condición los 30 años.

Más aún, habría que considerar dos subgrupos de jóvenes: los que se hallan en la adolescencia y hasta los 20 años y quienes rebasan esta edad sin cumplir los 30. El primero se encuentra en formación, mientras que el segundo trabaja.

Es probable que esta categorización tenga que ver más con una resistencia a considerarse adulto, pues al estar rondando el trigésimo año de vida los entrevistados se definen como jóvenes pero "de los que están trabajando" o piensan la juventud como una cuestión de actitud.

Si uno reflexiona por qué los treinta pueden significar para un joven el término de su juventud, entre el sinnúmero de posibles explicaciones, resalta una en el contexto urbano de la Ciudad de México y otras muchas ciudades: la relativa al empleo. En general, la tasa de desempleo es proporcional a la edad de las personas, según muestra la estadística nacional y por estado (INEGI, 2005). En medio de este fenómeno es común encontrar ofertas de empleo que piden como requisitos para los aspirantes "dos años de experiencia" y ser "menor de 30 años", este es uno de los rasgos que más destacan los entrevistados como definidor de la identidad masculina.

Por otra parte, el deterioro físico y la enfermedad como estado son otros marcadores del final de la juventud. Desde una visión cartesiana de mente/cuerpo, la noción de juventud puede ser vista como una actitud, limitada por la pérdida de capacidades físicas asociada con la edad y la disminución de la independencia asociada con el periodo juvenil.

La asunción de responsabilidades como el trabajo, tener hijos y el matrimonio, principalmente, así como la consecuente disminución del tiempo disponible para dedicarse a diversiones y actividades de socialización, como las fiestas, son marcadores del fin de la edad juvenil, al menos para los hombres entrevistados. La idea de juventud asociada con diversión es evidente, mientras que, en oposición, la adultez se asocia con "ser amargado" (Ger) y la posesión de responsabilidades; estas últimas, con cierto aire de permanentes, irrenunciables. Asimismo, la condición de joven implica una agregación más o menos gradual de responsabilidades, y entre ellas la más destacada es la escuela, el estudio. Por otra parte, si bien resaltan el trabajo como distintivo de sus vidas (algunos desde muy niños), paradójicamente, señalan que es con el trabajo con el que deviene el final de la juventud.

En cuanto al matrimonio, la siguiente explicación lo resume perfectamente:

...cuando te casas, ya dejas de ser joven porque ya tienes compromisos. Y si no hay matrimonio, no hay unión con alguna pareja, creo que nunca se deja de ser joven. Porque tú tienes la libertad de hacer lo que quieras, no se te pueden poner; en este caso, un padre y una madre, si es que los tienes, son a quien[es] le puedes rendir cuentas. Ya en un matrimonio, como sea, ya se te acabó la juventud; porque a lo mejor vas a las fiestas ya como pareja, ya la juventud o lo joven, es la libertad que tenías (Moe).

La juventud es vista como una condición de libertad (entendida como una ausencia de responsabilidades y como una entrega a la diversión), mientras que los compromisos y responsabilidades que se adquieren progresivamente van coartándola hasta llevarla a la adultez. Interesante idea, ¿siendo joven se carece de responsabilidades y compromisos? Al escuchar la voz de estas entrevistas, uno puede imaginarse ese joven del que hablan con salud, vigoroso, con energías y divirtiéndose; imagen, sin duda, de la que nadie quisiera alejarse, pero que bien puede ser más un ideal que una realidad alguna vez vivida.

Por último, existe la percepción de la juventud como un sector vulnerable y vulnerado por los adultos. En este sentido, la voz de Dave es luminosa:

Creo que es un sector de la población que ha estado como renegado; porque es el sector donde ocurren más accidentes, en el que se genera más la violencia; también es un sector en donde toda la gente quiere opinar e ir dejando las semillas de su ideología, prácticamente (Dave).

 

Modelos de hombres y mujeres (hegemónicos o diversos)

Sin duda, uno de los hallazgos más significativos es el concerniente a esta categoría, pues en el discurso de los hombres jóvenes existen menciones recurrentes a las condiciones de equidad que han de privar entre ellos y las mujeres; incluso, no son pocas las referencias a mujeres jóvenes que ejercen prácticas otrora consideradas masculinas. No obstante, las concepciones sobre la vida en pareja, así como las prácticas mencionadas, aducen constantemente al modelo de masculinidad hegemónico, a los estereotipos tradicionales o conservadores de hombres y mujeres.

El modelo hegemónico de masculinidad y su contraparte femenina son imperantes. Quienes están casados comentan que hacen los trabajos "rudos" y mantienen a esposa e hijos(as). Aunque en el discurso manifiestan no estar en contra de que su esposa/pareja trabaje (como si debieran estarlo), justifican que ellas no lo hagan por el bienestar de sus hijos. Lo cierto es que ellas se dedican a las labores del hogar aunque trabajen fuera y perciban salario.

Así también, las mujeres son vistas como demandantes de tiempo, atención y cuidados, incluso cuando se menciona no estar de acuerdo con un ideal machista de los hombres; a la vez, se expresa la idea de que los hombres deben defender a las mujeres.

Hay cambios en el discurso, incluso en algunas acciones; pero el hilo conductor sigue siendo la masculinidad hegemónica. De igual manera, al enaltecer las cualidades de las mujeres se termina aduciendo la naturalización de las diferencias de género. Detrás de esa reivindicación, sin duda bien intencionada y sincera, en el enfoque subordinado de las mujeres permanece fija la idea de que son inferiores a los hombres, los insultos (que al atribuir a los chavos características asociadas con las mujeres los denigran) y su uso exclusivo entre hombres son un ejemplo de esto.

 

Características de contraste con las mujeres

En esta categoría se incluyen las prácticas existentes entre los hombres jóvenes y sus pares mujeres. Hay una constante referencia a las condiciones y prácticas que antes tenían y que ahora pueden hacer aduciendo una apertura social que las favorece en ese sentido. No obstante, en su trato con ellas sigue habiendo una imperiosa caballerosidad (que va desde pagar sus gastos y defenderlas a golpes hasta mantenerlas) y el salir en su defensa golpeando al agresor (otro hombre), aun cuando no hayan solicitado ayuda. Es patente la idea de que ellas no han de incursionar en aspectos vinculados con el ejercicio de la violencia y el consumo de drogas, porque se ven mal.

Existe conciencia de que la principal (única, quizá) diferencia entre hombres y mujeres es lo concerniente al sexo (en términos anatómicos y reproductivos), a los genitales, y que es en la educación donde se dan las diferencias de género.

No obstante, impera la naturalización de las actividades vistas como femeninas y masculinas. Idea que se halla detrás de ese modelo de mujer que puede competir con los hombres y que se muestra más segura de sí misma. Más aún, al decir que las mujeres se ponen de igual a igual con los hombres, queda implícito que no son iguales, aun cuando se refiera a un estereotipo de mujer que puede, sabe, estudia, enfrenta más que antes a los hombres.

En la práctica, los hombres siguen teniendo más respeto y privilegios que ellas. Esto se da hasta en casos como el de Dave, cuya hermana, la mayor de tres, tiene menos privilegios que él.

Pues ser hombre sí te favorece en muchas cosas. Por ejemplo, tú ves que la sociedad te permite hacer muchas cosas que a las mujeres no se les permite, por el simple hecho de ser hombre y por el simple hecho de ser joven. Por ejemplo, si hablas de un hombre y una mujer de la misma edad y se habla de una fiesta, siempre a los hombres se les permite hacer más cosas y hasta está más aplaudido... la primera borrachera; pero si a la niña le pasa lo mismo, ya está mal visto. Y en el mismo ejemplo te puedo hablar de horario: sabemos que está más permitido al hombre llegar más tarde a su casa que a una mujer (Dave).

La experiencia en torno a defender a la mujer muestra parte del intrincado sentido que se da a este asunto, pues incluye las identificaciones con el modelo hegemónico de masculinidad. La concepción de las mujeres como débiles y ellos como sus defensores coincide con los estereotipos de género conservadores.

Aunque exista en el discurso la crítica de que la violencia física sólo genera más violencia, incluso la desaprobación de los golpes hacia las mujeres, la idea de ser más fuerte que ellas está detrás.

Pues ha sido extraño... Yo, la verdad, nunca he tocado a una mujer... porque... la verdad, la aprecio mucho ... Yo admiro mucho a la mujer, porque son personas que... o seres humanos que se han superado en varias etapas... Pero eso de agredir a una mujer físicamente se me hace una cobardía; porque presumes de ser fuerte... y te desquitas con una mujer, y no, no está bien (Ari).

 

Aspectos distintivos de los adultos y su trato con ellos

De entre las categorías en comento, un aspecto muy claro es el uso de las concepciones antagónicas de joven y adulto. Los entrevistados perciben a los adultos de manera negativa, con el uso de términos como "estancado", "rutinario", "repetitivo". Mientras que destacan positivamente la juventud, casi siempre usando los antónimos; por ejemplo, Beny señala el "estar actualizado" y el manejo de la tecnología. No obstante, a los adultos se les atribuyen dos cualidades positivas: el ser responsables y que reflexionan sobre sus actos en mayor medida que los jóvenes; en tanto que éstos son libres y se dedican a estudiar, festejar y lanzarse a la aventura.

Por otro lado, hay asociación entre la juventud y la experimentación y la toma de decisiones definitivas para la vida. La noción de adulto implica que ya se ha tomado un camino en la vida y que éste se sigue por confort, aun cuando no corresponda con lo deseado ni con lo planeado.

Existe una visión subordinada de los jóvenes respecto a los adultos, puesto que éstos son quienes ponen las reglas en muchos de los contextos donde aquéllos se mueven. En tal sentido, un marcador distintivo de la juventud, a decir de los entrevistados, es que están adquiriendo limitaciones (puestas por los adultos), y entre más tengan, más se acercan a la adultez. De esto se entiende que el tránsito a la adultez puede implicar entrar en conflicto con los adultos para que el joven implante sus normas. Al mismo tiempo, el respeto a los adultos (entendido como cierta sumisión, amabilidad y obediencia) es un imperativo que los hombres jóvenes comparten, aun cuando no lo ejerzan; y puede parecerles una pérdida de valores, pero también puede ser visto desde la perspectiva de que el respeto se asocia con sumisión y subordinación.

Tres aspectos adicionales describen cómo es el trato entre los hombres jóvenes y los adultos de su entorno. Comentan que los adultos son los proveedores de recursos, que enseñan y aconsejan sobre la vida, pero a la vez hay una lucha de poder entre ellos pues ambos hacen intentos por imponerse uno sobre el otro:

Cuando yo era un niño, mi madre y mi padre representaban autoridad. Lo que me decían era ley. Conforme fui creciendo, ya no. Ahorita ya no lo veo así. A lo mejor será porque yo me he formado un criterio y desde esa perspectiva como que sí es necesario marcar la línea entre ellos y yo; si no, mi espacio se puede rebasar. Me refiero a lo que a mí me gusta, lo que yo quiero; eso es parte de aquel libertinaje... Incluso, empiezas a cuestionarte un montón de cosas conforme vas creciendo... No sé qué tanto tenga que ver con llevar la contraria. Por eso es que acentúo mucho cuando hablo de rebeldía (John).

Al parecer, la mayor parte de las subcategorías que hasta aquí se han mencionado se hallan en un vaivén del péndulo social entre atribuirlas y no a los jóvenes, cosa ya descrita por Lutte (1991) y Nauhardt (1997), y que, más de una década después, está vigente.

 

Aspectos distintivos de los niños y su trato con ellos

Tal parece que las relaciones de poder son ineludibles. Los mismos que subrayan la subordinación y vulnerabilidad de su condición psicosocial, son quienes ejercen prácticas similares para con los niños, las mujeres y sus propios pares (si éstos se dejan). Desde luego, tal comportamiento bien puede leerse como parte de un proceso de identificación genérica (masculina, en este caso).

Con los niños, así como con las mujeres, los hombres jóvenes marcan su diferencia constantemente, quizá debido a que ambos grupos poblacionales comparten atribuciones valoradas negativamente (e.g., pasividad, subordinación, ser demandantes de afecto, entre otras).

El puente principal para la socialización entre niños y jóvenes es el juego. A la vez que éste es una cualidad y, a veces, la única virtud reconocida en los niños, se utiliza como canal para comunicarse con ellos, probablemente porque no hace mucho que se dejó esa etapa. La niñez figura también como un periodo que se añora e idealiza porque en ella no existían responsabilidades ni tristezas; aparentemente, todo era felicidad.

 

Aspectos distintivos de los ancianos y su trato con ellos

Respecto a los adultos mayores o ancianos se da una visión estereotipada de ellos como personas débiles y necias, lo que se relaciona negativamente con aspectos de la modernidad como la producción y el consumo como indicadores de la valía de las personas. Los adultos mayores son descritos como seres dependientes a quienes hay que tolerar, puesto que son necios y no entienden las cosas que los jóvenes les llegan a decir. Nótese que, por lo general, esta imagen de los adultos mayores como un elemento indeseable en la propia existencia tampoco figura en el plan de vida, pues el horizonte es la hombría/adultez.

En cuanto al respeto y el aprecio que se le debe a la persona adulta, el comentario es que aumentan con el incremento de la edad. Desde luego, esto tiene que ver con valores inculcados por la educación. Este ideal de respeto hacia los adultos mayores se da en el discurso pero no se cumple; más aún, se tiene la idea de que se debe guardar ese respeto por motivo de la edad y no tanto en referencia a la condición de persona de la persona mayor; pareciera que se habla de un respeto como el que se debe a los animales, no en tanto que seres humanos.

Hay una imagen de hombre adulto mayor asociada con la afectividad, con la expresión de las emociones. Estas atribuciones feminizadoras de las prácticas aparecen en la frontera de la identidad de los hombres jóvenes (las mujeres, los niños y los ancianos). Se trata de identificarse, adquirir el género mediante el rechazo y alejamiento de la feminización con estrategias que van desde evitar la convivencia hasta hacer las veces de proveedor de estos grupos etarios.

De ahí que no frecuentar a los ancianos y pasar poco tiempo con ellos sean prácticas cotidianas entre los hombres jóvenes. El trato con los adultos mayores se tiene por un imperativo derivado de los lazos familiares (e.g., abuelos), más que por una voluntad de convivencia.

 

Estilos de vida

Los hombres jóvenes (en la urbe) tienen una vida acelerada que no favorece la convivencia familiar. Quizá de aquí derive la frecuencia con que se relacionan con sus compañeros de escuela o trabajo más que con otras personas. También la concurrencia a fiestas y las prácticas sexuales frecuentes aparecen como rasgos denotativos de este sector.

Por otra parte, si bien es constante la presencia del consumo de alcohol en los estilos de vida de los jóvenes (sobre todo en sus reuniones), otras drogas: tabaco, marihuana, coca, piedra e inhalantes, también lo están tanto o más que las bebidas etílicas. Cabe señalar que los entrevistados se reportan no adictos ni consumidores asiduos a las primeras, pero sí al alcohol, y eventualmente fuman tabaco. En este sentido, destaca la idea de no hacerse adicto.

Aun cuando existen muy diversos estilos de vida, entre los que se encuentran los relacionados con las actividades propias de las tribus juveniles (como los mencionados por autores como Nateras, 2005; Feixa, 1998; Reguillo, 1993), si los hombres jóvenes no pertenecen a éstas ni a grupos delictivos, se puede decir que, basados en su actividad principal, hay tres grandes grupos de estilos de vida: los que solamente estudian o trabajan, quienes hacen ambas cosas y los que, además, están casados. Cabe señalar que aquellos que tienen el ocio como actividad principal no figuran en la muestra de esta investigación.

Por último, las personas con quienes cohabitan son, en general, o miembros de la familia de origen o su pareja e hijos. Esto es importante porque, como se ha visto, a excepción de los casados, todos comparten el hecho de estar aún en las casas familiares, es decir, de no estar independizados totalmente.

 

Relaciones sociales (amistades, compañeros, conocidos)

A pesar de que los hombres jóvenes viven con sus familias, las personas con quienes suelen trabar amistad (y pasan el mayor tiempo) son sus compañeros de trabajo o escuela, como ya se ha dicho. Así las cosas, la relación con los pares obedece a circunstancias de vida similares dadas por el horario de trabajo o estudio, en tanto que el tiempo dedicado a la familia (de origen o nueva) es relativamente poco.

En este sentido, quienes realizan ambas actividades conviven cosa de minutos con sus familias. Así van construyendo una red social marcada por la camaradería que una vez compartieron en tanto empleados del mismo jefe o compañeros de escuela, con la consecuente solidaridad que pueden expresarse con el paso de los años.

 

Ocupaciones de los jóvenes

Esta categoría incluye las principales actividades remuneradas que realizan los entrevistados. Básicamente, se encontraron dos tipos de estas actividades: los "trabajitos", empleos generalmente eventuales, de bajo sueldo, sin prestaciones y sin oportunidades de desarrollo profesional, y los trabajos formales o "grandes", de tipo formal, con contrato, prestaciones y una jornada de ocho o más horas.

Las condiciones laborales son adversas para los jóvenes (y la población en general), incluso teniendo una licenciatura, y esto lleva a que trabajen donde han podido encontrar algo.

 

Pasatiempos

Hasta este punto, puede decirse que los pasatiempos de los hombres jóvenes incluyen las reuniones y fiestas (con consumo de alcohol y tabaco), la asistencia a conciertos y partidos de futbol, acudir a los antros, practicar deportes (futbol) el fin de semana y, en general, estar con los amigos y la pareja. Claro que esto ocurre entre quienes tienen tiempo libre.

Por otra parte, el consumo de drogas (excluyendo el alcohol y el tabaco) es mencionado como pasatiempo, quizá porque no es una actividad productiva y, en cambio, sí requiere la inversión de tiempo y dinero.

Por último, quiero destacar que la participación en algún tipo de actividad musical es característico de las prácticas juveniles mencionadas por los entrevistados. Ya sea que toquen o canten eventualmente en alguna agrupación, o que sean aficionados a cierto género o artista, la música es parte de la vida de los hombres jóvenes.

 

Ni lo uno ni lo otro: el no lugar de los hombres jóvenes

Retomando la noción de Augé (2002) sobre los no lugares, recordemos que se trata de espacios de convergencia, de cruces y fronteras donde uno no espera permanecer sino sólo transitar, como los cuartos de hotel, las carreteras, los cruces viales o los límites estatales. Estar en ese no lugar propicia que los jóvenes inventen sus propios lugares, grupos estables, familiares, donde pueden crear sus identidades: e.g., las tribus urbanas, los grupos o bandas musicales, etcétera.

Ésta es la esencia de la vida de los hombres jóvenes. Su no lugar se halla entre las trayectorias y cruceros del péndulo social (Nauhardt, 1997) que los nombra constituido por la juventud, en un extremo, y el binomio adultez/hombría, en el otro. Esto implica que los jóvenes conviven con los adultos mediante relaciones desiguales, en las que los mayores ejercen el poder adjudicando de modo arbitrario y contradictorio los derechos y las obligaciones, así como el reconocimiento social.

Mientras tratan de adquirir la identidad de género reproduciendo en sus prácticas los elementos del modelo de hombre que dicta el ideal de la masculinidad hegemónica, los hombres jóvenes transitan irremediablemente hacia la adultez. En este sentido, la adquisición de responsabilidades, instituirse como proveedores/protectores, así como casarse y tener hijos, son elementos que marcan no sólo la adultez sino la condición de hombre. Este horizonte dual hombre/adulto refuerza las ideas estereotipadas de las relaciones con las mujeres, con los niños, los adultos mayores y entre los mismos jóvenes, en las que se presenta a los hombres cruzados por el poder. En este orden de ideas, a los niños se les dan indicaciones, a las mujeres las cuidan y proveen, mientras que con los adultos establecen peleas por la supremacía, el dominio y el establecimiento de reglas (John, Ger, Homero, Moe, Ari).

Así, las diferenciaciones con los otros se establecen mediante el ejercicio del poder que, en muchos casos, se da mediante la violencia, incluso con sus parejas (Corsi, 1995). El uso de la violencia como herramienta efectiva para poder obtener un esta-tus al que no tienen derecho (por no ser completamente adultos ni hombres) también opera en la identidad de género, en las múltiples prácticas que refuerzan la identidad masculina. Sobre este punto han abundado los trabajos de múltiples autores, entre ellos Wittig (1980), Badinter (1993), Mogrovejo (2001), Connell (2000) y Seidler (2000, 2006), en los que resalta la importancia de demostrar heterosexualidad como parte de la identidad masculina, incluso al grado de utilizar la violencia para convencer a los otros de que se es hombre. La violencia puede ser vista así como un recurso (no siempre el último) de los hombres para construir su identidad. De aquí que muchos hombres violentos no sean conscientes de que lo son, como se ilustra en el trabajo de Ramírez R. (2005), puesto que han sido educados desde el nacimiento con prácticas cuyo trasfondo implica que la masculinidad, lo mismo que la adultez, tienen por legítimo no sólo el ejercicio del poder sino el uso de la violencia.

 

Consideraciones finales

Paradojas: lugares comunes en la vida de los hombres jóvenes

¿Qué otros efectos pueden darse en las oscilaciones del péndulo social si no las paradojas? Hasta este punto han sido descritas algunas situaciones que tienen lugar en la cotidianidad de los hombres jóvenes y que tienen por común denominador su carácter paradójico revelado en el trato oscilatorio hacia ellos. El trabajo o el estudio, ser responsable/irresponsable, violento o pacífico, respetable o no, hacer dinero pero mantener hijos y esposa, son algunos de los ejemplos que hemos venido conociendo.

Si uno es hombre joven suele ser tratado con respeto, sea "de tú" o "de usted", según el rol que esté desempeñando y hasta la ropa que vista. Pero también los jóvenes juegan con las oportunidades del péndulo social, pues mientras estudian y defienden a sus novias, se relacionan con sus padres exigiendo que les provean techo, comida y varios servicios.

Por otra parte, tal parece que en esta sociedad moderna, individualizada, orientada al consumo y la producción, los hombres jóvenes, como otros sectores de la población, viven envueltos en marañas de roles contradictorios cuya función es apenas perceptible para quienes estudian el fenómeno y mucho menos para los que carecen de las condiciones y recursos para cuestionarse sus prácticas, su existencia. Es impresionante la influencia de las industrias culturales en la configuración de identidades a partir del consumo.

Como han señalado los estudiosos en el tema (Touraine, 2005; Covarrubias, 2002; Bauman, 2004, 2005; Zallo, 2006, por ejemplo), en tanto individuos, vivimos inmersos en un complejo de relaciones de poder, no sólo en el ejercicio de éste sino económica y simbólicamente también. Esto se expresa en los ideales promovidos en los medios y en los productos culturales, tal como lo han señalado nuestros entrevistados. Y, desde luego, se trata de una paradoja en cuanto que nunca se alcanza el ideal, a menos que uno mismo sea el ideal. Así, los hombres jóvenes están en un supuesto tránsito hacia algo que difícilmente llegarán a ser: hombres adultos de a de veras. De este modo, proveer a otros lo que necesitan sólo se antoja factible, por un lado, mediante el consumo que debe hacer el hombre para dotar a sus dependientes de aquello que solicitan (expresa o tácitamente), y por el otro, a través del ejercicio del poder derivado de esa actividad.

Ahora bien, los hombres jóvenes con hijos se piensan más a menudo como adultos en función de las responsabilidades que les atrae su condición de "cabeza de familia". Empero se piensan jóvenes cuando desean convivir con sus amistades en fiestas, paseos, borracheras y antros. En definitiva, el matrimonio y la paternidad constituyen un fuerte indicador de la llegada a la adultez y al ser hombre.

Control, protección, proveeduría, fuerza, poder, heterosexualidad; tal parece que despegarse de la masculinidad hegemónica no es cosa fácil. Aunque si bien existen masculinidades que se alejan más o menos de ella, todas comparten algunas características asociadas con la hegemónica, evidenciando un empalme entre ésta y el ser hombre.

En otras palabras, la esencia de ser hombre está puesta en una dualidad con la adultez y definida desde el poder, y se deja en un lugar de subordinación, no sólo a las mujeres, sino también a aquellos hombres que no cumplan las exigencias hegemónicas: hombres adultos mayores, hombres pobres, hombres discapacitados y niños, desde luego. Si, como es notorio, quedan fuera gran parte de los seres humanos, ¿qué clase de modelo es éste? Se trata de un discurso de las mayorías que, como todos, es hueco y aplicable a unas cuantas personas; no obstante, es el hilo conductor de muchas vidas.

Desde allí, la imagen de los adultos mayores en la propia existencia tampoco figura en el plan de vida, pues se trata de una condición indeseable en tanto degradante. Es una categoría límite y, como tal, lejana de la noción de hombre adulto. No hay que olvidar que también está inmersa en el péndulo social de las relaciones de los hombres jóvenes con los demás.

Asimismo, estar en el cotorreo como parte de la juventud es bien visto, pero siempre y cuando sea un estado transitorio, pues cuando permanece deviene indeseable, en tanto que contraviene las cualidades asociadas con los hombres adultos. Así, el cumplimiento de las obligaciones como el trabajo, la escuela y las derivadas de la relación matrimonial es enaltecido aun cuando haya reducción o nulidad del tiempo libre. Los hombres jóvenes tienen tiempo libre, los adultos no. Por parte del Estado, la juventud se trata como un periodo de espera, que se utiliza para evadir la atención de los jóvenes como ciudadanos, aprovechando el péndulo social según las políticas en boga.

Por otra parte, el asunto del control emocional (sobre todo de la tristeza y el amor) prevalece como un imperativo categórico sobre los hombres jóvenes, aun cuando lo cuestionan y, en ocasiones, lo violan. Hoy día hay quienes se atreven a llorar frente a los demás o a besar a otros hombres, pero visto más como un reto o un desafío a vencer, lo que refuerza ideas como ser más fuertes y, por ende, masculinos.

Si bien es cierto que en el discurso de los hombres jóvenes se ha incorporado una crítica al ejercicio de la violencia hacia las mujeres y un cuestionamiento al statu quo en la percepción que los hombres jóvenes tienen de ellas, las prácticas diferenciadas prevalecen.

En síntesis, hemos encontrado que las nociones de hombre y joven que tienen los participantes en este estudio se contraponen, pues, por un lado, la noción de hombre lleva implícitas ideas características de la masculinidad hegemónica, aun cuando en el discurso se muestren cambios que manifiestan rechazo o, al menos, cuestionamiento hacia el ejercicio de la violencia física hacia las mujeres, amén de estar empalmada con el concepto de adultez. Por otra parte, la noción de juventud es opuesta a la de hombre, en tanto que los jóvenes se hallan en el conjunto de subordinados a los hombres adultos, donde comparten espacio con las mujeres, los niños, los ancianos y los pobres, por citar algunos actores en desventaja.

Finalmente, si se quiere coadyuvar en la transformación de las relaciones humanas (cruzadas por el género, la edad y otras características), se hace necesario labrar caminos que lleven a deconstruir las identidades masculinas juveniles con una reflexión constante en los apegos a la masculinidad hegemónica. Deconstruir para erradicar el sufrimiento por el control de las emociones, por el deseo de proveer y proteger, así como llevar a la nulidad el trato subordinado entre las personas. ¿Hacia qué horizonte? Hacia un modelo de humanidad donde el horizonte no sea ser hombre ni mujer, sino ser humano.

 

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Información sobre los autores

Jorge García–Villanueva. Mexicano. Psicólogo y psicoterapeuta. Es doctor en psicología por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Labora como profesor de psicología y metodología de la investigación en la Facultad de Contaduría y Administración de la UNAM y en la Universidad Pedagógica Nacional. Sus líneas de trabajo son juventud e identidad de género, así como la metodología de la investigación.

Jonathan Callejo García. Mexicano. Estudiante de psicología educativa en la Universidad Pedagógica Nacional. Labora como asistente de investigación y psicólogo consultor. Actualmente estudia los procesos identitarios en estudiantes universitarios.

Isaura E. López Segura. Mexicana. Maestra en psicología por la Universidad Nacional Autónoma de México. Labora como profesora de la Facutlad de Psicología de dicha institución. Es especialista en psicología organizacional y realiza estudios sobre la identidad en estudiantes universitarios.

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