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Culturales

versión On-line ISSN 2448-539Xversión impresa ISSN 1870-1191

Culturales vol.4 no.1 Mexicali ene./jun. 2016

 

Reseñas

Violencia y entorno cultural

Mauricio Genet Guzmán Chávez* 

*El Colegio de San Luis, A.C.

Martínez, Patricia; Solís, Daniel; González, Sergio. Universidad Autónoma de San Luis Potosí, México: 2014. 184p. ISBN: 978-607-8341-06-1.


Pai afasta de mi este cálice

Pai afasta de mi este cálice

De vinho tinto de sangue.

Como beber dessa bebida amarga

Tragar a dor

Engolir a labuta

Mesmo calada a boca

Resta o peito.

Chico Buarque

El libro que coordinan mis colegas de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (uaslp) ofrece una perspectiva de las diferentes modalidades bajo las cuales se practica la violencia en el México contemporáneo. Se divide en tres partes y contiene nueve capítulos. En la primera encontramos tres capítulos de carácter más teórico; en la segunda, otros tres centrados en la relación entre la violencia, la migración, el género y la educación; y en la tercera parte, tres capítulos breves sobre los contextos escolares, juveniles en donde se desata la violencia ahora conocida como bullying -que en el pasado se le conocía simplemente como acoso u hostigamiento escolar-, sus instrumentos internáuticos y la letra de los narcocorridos.

A manera de guía pedagógica, me he planteado algunas cuestiones que puedan orientar mi lectura y la de posibles lectores interesados en el tema: ¿Es la violencia una expresión connatural al género humano, algo sobre lo cual nuestros esfuerzos civilizatorios para suprimirla simplemente estén condenados al fracaso? ¿La sociedad mexicana en la que vivimos es más violenta que la sociedad en la que vivieron nuestros abuelos y más atrás? ¿Es la violencia de nuestros días la expresión de un ethos típicamente mexicano? ¿La modernidad, la globalización, entendida a partir de la libre y masiva circulación de significados y valores culturales, son factores que acentúan, diversifican la violencia? ¿Hay una violencia o muchos tipos de violencias?

Voy a comenzar con los últimos tres ensayos del libro. Los autores de estos escritos parecen sugerir que la violencia remite a una especie de virtualidad y diversificación de las violencias. Esta virtualización estaría dada por la entronización de valores y proyectos de vida ilusorios, donde la cotidianidad es vaciada de los lazos comunitarios tradicionales y, en su lugar, saturada de imágenes, valores y estereotipos vinculados al glamur ranchero y kitsch de los narcocorridos y las series televisivas donde el prestigio y el éxito se miden por la perfidia, el engaño y una voluntad maléfica.

Martha Piña explora el bullying en el entorno escolar dándonos pistas valiosas sobre la recalcitrancia del hostigamiento, pero también, de forma no explícita, nos habla del fracaso de la misión educativa de las escuelas como formadoras de ciudadanos solidarios, respetuosos de la diferencia. Para ella, la definición de cibernativos expresa bien la condición desanclada de la realidad bajo la cual la escuela ha pasado a un lugar periférico. La conexión en red aproxima a los jóvenes estudiantes de una manera instantánea y fugaz a un mundo saturado de información que difícilmente puede digerirse en calidad de conocimiento. Aquí, la velocidad, la rapidez, como lo entendió Paul Virilio, viene a alienar y reforzar las desigualdades, las asimetrías de género, raza y clase social que la misión educativa pretendía superar. En todo esto las redes sociales han venido a constituirse en tribunal deturpado sobre los límites de la convivencia social. Pactos sociales febriles, inmaduros, que sellan y obstruyen, quizás de forma definitiva, las trayectorias biográficas de los escolares.

Rubén Olachea nos propone como hilo conductor las expresiones cotidianas juveniles que dan sentido a la sociabilidad en Baja California Sur. Él sugiere un paralelismo o una porosidad entre los discursos cinematográficos, su carga visual y los intercambios verbales que hacen gala de una hostilidad consensuada entre los jóvenes. En estos casos la violencia se sublima y, en cierto modo, se oculta, pero en esas formas se encierra -es mi opinión- una crítica social al sistema político mexicano a sus injusticias. Se fijan, a manera de códigos barriales, los episodios desgraciados de la vida nacional; los personajes influyentes que merman en el erario; las anécdotas que subrayan la podredumbre del sistema de impartición de justicia, etcétera.

En el texto que escribe Gabino et al., la juventud es caracterizada como melómana y enajenada. Discrepo con ellos porque no creo que la globalización nos genere homogeneización, sino contenidos culturales para todo tipo de públicos. Y en ello la música, desde luego, es un vector privilegiado para imponer determinados estilos de vida. Así, los narcocorridos, la música ranchera del norte, ha logrado desbordar sus fronteras e imponerse como celebración del instante fatuo, del consumo ostentoso bajo la forma mitologizada del pistolero ahora convertido en sicario y matón al estilo del Cochiloco en la película El Infierno, de José Estrada. Aquí un análisis inacabado que requiere ver la asimilación de dichos estereotipos y su relación con el aumento del consumo de alcohol y de otras drogas, los accidentes automovilísticos y la percepción de que la vida no vale nada.

La segunda parte del libro abre con un texto escrito por María Avendaño y José Moreno sobre los estereotipos, las percepciones y discursos de discriminación contra los migrantes en Baja California. A mi juicio, uno de los mejores. Nos presentan un caso de violencia latente, de criminalización injustificada en una sociedad que lejos de haberse acostumbrado a la circulación constante de migrantes, ha decidido cerrar filas y simular una amenaza que esconde, en el fondo, la impunidad y las arbitrariedades de la élite política. Ellos plantean que el recrudecimiento de la hostilidad se ha dado en el contexto de las acciones de deportación masiva que inició el gobierno de los Estados Unidos a partir de 2010. De chivos expiatorios, los migrantes indocumentados se han convertido en carne de cañón, envilecidos, semiesclavizados y acribillados sumariamente, como lo demostró el descubrimiento de la fosa clandestina en el poblado de San Fernando, Tamaulipas. Los autores alertan y envían un recado sobre el papel que juegan los medios de comunicación y ciertos políticos en la cristalización de una imagen pública absolutamente negativa de los migrantes. Si el periodismo fácil amarillista no cumple bien su función, se torna necesario que la antropología, la sociología, provean estudios serios sobre las trayectorias de los migrantes, sobre la heterogeneidad del fenómeno migratorio, y a partir de ellos se defina una política de atención y solidaridad, pues es un fenómeno que se agudizará en las próximas décadas.

El artículo sobre violencia contra las mujeres hidalguenses, basado en la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (Endireh, 2011), es el menos logrado. Desde mi punto de vista, incurre en varios errores de interpretación, infla innecesariamente el marco conceptual y, al final, de poco sirve para entender la particularidad de la violencia que se ejerce contra las mujeres hidalguenses. Voy a citar sólo un ejemplo: los autores anotan: "La ordenación simbólica se presenta entre los sujetos como fuentes extrínsecas de información, como leyes naturales y permanentes e inapelables, lo cual no conforma una opción a la cual acudir, sino que es su condición de existencia" (p.100). No entiendo a qué corriente teórica acudieron, pero, seguramente, esto no es lo que quisieron decir los autores en los que se inspiraron. Lo simbólico, en mi entendimiento, representa el esfuerzo para dar sentido y ordenar la realidad, pero la naturaleza no es una condición dada, preexistente, definitiva o inmutable, sino un proceso cognitivo, resultado de la interacción socionatural. De otra forma, perdería sentido la crítica posestructural que nos invita a desmontar o deconstruir los dispositivos biopolíticos de las relaciones de género. Al final, los datos que extraen de la Endireh nos muestran que sí hay violencia contra las mujeres hidalguense, pero de ahí no deriva ni una hipótesis o planteamiento que nos ayude a entender el entrecruzamiento de otros factores como edad, condición socioeconómica, grado de escolaridad, etcétera.

El artículo de Rosa Enelda López y Carlos Muñiz cierra la segunda parte del libro. Se basa en un planteamiento estadístico, cuantitativo, pero a diferencia del anterior, los autores construyen su propia metodología y definen un instrumento para analizar y descubrir en qué medida la práctica docente en nivel medio superior -escuelas privadas y públicas de siete municipios de Nuevo León- incluye o no la perspectiva de género. Su estudio nos ofrece resultados interesantes. Por ejemplo, que la inseguridad ciudadana es percibida como el principal problema, y que la violencia contra las mujeres ocupa el cuarto lugar, ligeramente adelante del problema de corrupción y fraude. También, de los diferentes reactivos aplicados se observa que los temas sobre discriminación y violencia contra las mujeres son poco abordados, y que los jóvenes están medianamente interesados en robustecer su formación en estas temáticas. Así, en su evaluación final, los autores consideran que los contenidos y la práctica docente deben enfocarse a la formación de valores éticos entre los estudiantes.

La violencia no es unívoca, tampoco una condición universal que pueda comprenderse o describirse de la misma forma en todas y cualquier época. "Las violencias son construcciones históricas y culturales" (p. 7), apunta el antropólogo Daniel Solís en el primer capítulo de la primera parte, un capítulo que, en buena medida, puede considerarse como telón de fondo de los subsecuentes, pero ya aludidos capítulos. Este autor cree que las violencias pueden ser evitadas, y para lograr esto hay que entender tres dimensiones: estructura, agencia y mediación. También afirma que las violencias han estado presentes en todas las sociedades, pero parece sugerir una respuesta a una de mis preguntas: que la sociedad mexicana se ha vuelto más violenta en fechas recientes. Su idea más motivante inspirada en el pensamiento de Walter Benjamin es la de que el Estado instituye el derecho y la violencia, pero para no quedarse con esta imagen fechada históricamente, nos invita a reflexionar en el carácter ordenador de diferentes tipos de violencias ejercidas en contextos rituales. Entonces asumimos que el Estado, como parte de la cultura, representa el ápice, por decir, la punta afinada de la modernidad y el capitalismo, mediante la cual se fraguan las condiciones históricas (las desigualdades, las asimetrías de poder, los despojos) de las violencias. Producto de mi lectura veo no obstante que la prima facie de todas las violencias contemporáneas es el Estado deturpado, el Estado -si queremos seguir llamándolo así- desmembrado y cooptado por los consorcios trasnacionales, por los cárteles de la droga y por las élites político-económicas que medran contra la soberanía, contra la sustentabilidad, contra los modos o mundos de vida fundados en otras ontologías, mundos de vida diferentes de la racionalidad instrumental, moderna, occidental. A lo que Solís alude como violencia económica y su destaque de los movimientos sociales.

En el capítulo "Ritual, juego y violencia; perspectivas antropológicas", Sergio Varela argumenta que la violencia que se observa en ciertos rituales y en muchas actividades de carácter lúdico tiene el objetivo, como parte de su lógica interna, de contener las fuerzas externas que están al acecho. Me parece un planteamiento muy sutil e instigante, pues a diferencia de todos los trabajos presentados en el libro, nos habla de la ritualidad y del juego como una modalidad del ritual como una especie de armadura y válvula de escape. Que contiene y les permite a sus miembros conformar una unidad operativa, autoidentificada y, en cierto modo, solidaria y, al mismo tiempo, drenar las contradicciones internas que, en todo caso, podrían ser fuentes de conflictos y violencias. Apoyándose en Bruce Kapferer, se refiere a la virtualidad como una manera de regenerar al mundo, y con esto nos recuerda el trabajo de Simmel sobre el conflicto, definido de forma muy próxima a la idea de dramas sociales de V. Turner: experiencias que posibilitan la regeneración del tejido social. La de Varela es una contribución para enriquecer la idea de las violencias en plural.

Por último, pero no menos importante, es el ensayo que nos comparte Patricia Martínez. Seguramente ella incitó la hechura de este libro. Comparto su apreciación y gusto por la obra de dos poetas libertarios, esenciales en la bitácora de la descolonización y de la lucha contra el fascismo y todos los autoritarismos. Conocí la obra del poeta español Miguel Hernández a través de la musicalización de sus poemas por Juan Manuel Serrat. Me introduje en la obra de José Martí con las versiones musicalizadas de Pablo Milanés. Aquí, en su texto, nos convoca a una relectura de sus obras y lo hace brillantemente aparejando sus circunstancias políticas, culturales, moviéndose en una suerte de crítica literaria y análisis antropológico. Su texto, con la cita de Muchembled, tiende puentes con el de Daniel Solís, y cómo no, si hablamos del Estado nación moderno que se propuso suprimir todas las diferencias, los disensos, las otredades, los otros tiempos que son ritmo y memoria viva de la no violencia: el amor a la tierra, el amor filial-paternal, la contemplación y la desaceleración. Creo que el texto de Martínez debió ser leído por los autores del capítulo sobre los narcocorridos porque hay en la poesía "una arma cargada de futuro", y porque el gesto indeleble transita por la rebeldía para apaciguar los demonios familiares de la racionalidad.

Si algo tengo que reprochar a este texto es la reiteración de la partícula género para explicar la radicalidad del sentimiento humanitario, de solidaridad, de despojo, de violencia ontológica. Para mí, el texto se hubiera realizado brillantemente si hubiera reflexionado sobre la obra de otras dos poetas libertarias. Ahí comprobaríamos que la creatividad, la compasión y la esperanza son algo que compartimos hombres y mujeres, y que las estructuras de poder y dominación son, hasta cierto punto, fantasmales.

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