Introducción
Todos han partido de la casa, en realidad, pero todos se han quedado en verdad. Y no es el recuerdo de ellos lo que queda, sino ellos mismos. Y no es tampoco que ellos queden en la casa, sino que continúan por la casa [...] Los pasos se han ido, los besos, los perdones, los crímenes. Lo que continúa en la casa es el pie, los labios, los ojos, el corazón. Las negaciones y las afirmaciones, el bien y el mal, se han dispersado. Lo que continúa en la casa, es el sujeto del acto.
César Vallejo
El valor material de la arquitectura se expresa en el territorio como una vinculación entre los edificios y la trama social, anclados en “lugares de memoria” (Nora, 2008), cuyo potencial político condensa al mismo tiempo las manifestaciones culturales y las identidades localizadas en una relación directa con edificios y lugares concretos. Frente a las tendencias mercantiles del urbanismo, asociadas con el desarrollo económico, también destacan las manifestaciones culturales que expresan su necesidad por los aspectos de carácter intangible y simbólico, como la memoria de los lugares y el sentido de preservación del patrimonio edificado.
En León, ciudad que ha tenido un rápido crecimiento, la industria inmobiliaria aprovechó el despojo de suelo rural y la mercantilización de la vivienda en un proceso acelerado de urbanización en zonas periféricas, que les dio la espalda a los polígonos centrales y los barrios históricos. De acuerdo con información censal, la población de la ciudad de León pasó de 867 920 habitantes en 1990 a 1 721 215 en 2020, con una tasa de crecimiento anual superior al 2% a lo largo de tres décadas. En cuanto al área urbana, esta pasó de 13 349 hectáreas (ha) en 1990 a 23 083 en 2020, pero en el presente más del 30% de estas son terrenos baldíos urbanos, con una extensión de 5 484 ha, de las cuales 1 365 son de baldíos intraurbanos ubicados en el contorno central, mientras que cerca de 4 000 ha de baldíos están en el segundo contorno urbano (Presidencia Municipal de León, 2021).
La concentración de las políticas inmobiliarias y el desarrollo de la ciudad hacia la periferia tiene como consecuencia el descuido y abandono de los polígonos históricos, con excepción de las 24 manzanas centrales, cuya vocación comercial les ha garantizado la conservación de los edificios; en este sentido, el objetivo de este artículo es profundizar sobre la construcción de la memoria colectiva en relación con la noción de barrio antiguo, vivienda histórica y los materiales del espacio construido en los que se fundamenta la trama social que da sentido a la conservación patrimonial. Integrado al postulado de que preservar la vivienda interviene no solo en su reconocimiento como parte de los catálogos patrimoniales de instituciones como el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), sino a la capacidad de agencia de los habitantes originarios del barrio, expresada en acciones vecinales para mantener y transformar los edificios y espacios públicos.
Si bien es cierto que la memoria colectiva no es un enfoque nuevo para los procesos de transformación de zonas históricas, los procesos de abandono de los barrios centrales acentúan las necesidades de los habitantes de fortalecer sus prácticas de memoria, en un intento por mantener sus valores culturales frente a los acelerados procesos de transformación urbana y olvido de los lugares simbólicos. Desde las teorías sociológicas, la noción de agencia se refiere a la capacidad individual frente a las estructuras sociales. Mientras las estructuras atienden las pautas que guían las acciones, la agencia es la capacidad de cada individuo de elegir y actuar en consecuencia.
Miller (1998, pp. 3-5) afirma que si esta agencia se deposita en los materiales puede caerse en el fetichismo por dotar de dicho influjo al objeto, así que propone el término de “cultura material” como alternativa, de manera que “usando el término cultura material, los resultados pueden ser mucho menos fetichistas que muchas de esas obras que no pretenden tener un enfoque del objeto”. Siguiendo este planteamiento, puede decirse que la materialidad de la vivienda histórica y la composición físico-cultural del barrio no ejercen una fuerza directa sobre las personas, sino sobre las estructuras que articulan las dinámicas sociales y urbanas.
Los estudios de la memoria cultural se han ido transformando, y han pasado de la idea de una manifestación de origen místico, a una de carácter analítico que aborda la complejidad del sistema social. En esta nueva perspectiva, Ingold (2011, p. 36) considera que “cada material tiene propiedades inherentes que pueden expresarse o suprimirse en el uso (... y por lo tanto) describir las propiedades de los materiales es contar la historia de lo que sucede a medida que fluyen, se mezclan y mutan”. El enfoque de Ingold en las propiedades materiales se observa desde finales del siglo XX en The Perception of the Enviroment (2011), donde abordó las formas de relación de los humanos con el ambiente, pero que plasma de manera formal en su libro Making (2013), aquí resalta la diferencia entre pensar en objetos e imágenes o pensar en flujos materiales y flujos de conciencia. En este sentido, la materialidad en la vivienda no se refiere a su composición física en un solo corte temporal, sino a la transformación de los materiales a lo largo del tiempo y la manera en que esos cambios se asientan en la memoria de quienes habitan entre esos materiales.
En cuanto a las teorías de la memoria, el primer acercamiento al término de “memoria colectiva” se encuentra en el trabajo de Halbwachs (2002), en el que afirma que “cada memoria individual es un punto de vista sobre la memoria colectiva” y que “este punto de vista se transforma de acuerdo con el lugar que ocupa y este lugar cambia de acuerdo con las relaciones que establece con otros medios sociales” (Giménez, 2016, p. 33). Por eso puede decirse que las memorias, tanto individuales como colectivas, están estructuradas por marcos sociales que varían según las particularidades de cada grupo y de cada lugar.
Con base en estos fundamentos, el estudio del entorno urbano arquitectónico invita a descubrir las formas de memoria dentro de sus lugares, tanto por el uso común y cotidiano, como por ser espacios que guardan un fuerte simbolismo para los habitantes. Estas formas de la memoria pueden clasificarse, de acuerdo con Candau (2002), por sus implicaciones con los lazos familiares y sociales, porque las formas y usos de la memoria genealógica están sometidos a determinaciones históricas y socioculturales a través de una conciencia de parentesco vertical -la ascendencia- y otra conciencia de parentesco horizontal -las alianzas-. Este impacto de la memoria con el sentido de pertenencia se asocia también con el principio de localidad, que consiste en la importancia del arraigo a los lugares, el cual se produce por la selección de elementos que dan sentido y coherencia al linaje y las trayectorias entre generaciones. De esta manera, el estudio de la memoria colectiva resalta la dimensión encarnada del lugar, como un esfuerzo por revelar los vínculos de un sitio particular con aquellos actores que forman parte del grupo social que lo erige y lo transforma.
La trayectoria del espacio edificado se posiciona sobre un eje temporal, en la dicotomía de lo nuevo sobre lo antiguo. Dado que esta dirección está regida por la historia oficial, en los registros del patrimonio se priorizan las fechas, personajes e imágenes, antes que las experiencias y representaciones socio-espaciales (Ríos-Llamas, 2018). Con la intención de proponer una lectura alternativa, este artículo tiene el objetivo de poner en el centro el uso de los materiales en cuanto agentes culturales, para redirigir los marcos colectivos y los lugares de memoria hacia los fundamentos sociales en los que se formulan las identidades y se reivindica el patrimonio construido desde la memoria colectiva (Figura 1).
En el planteamiento teórico-conceptual del estudio, la noción de habitus se asocia con los lugares de memoria para localizar las identidades y los materiales con respecto a los referentes del espacio edificado. En la definición material de la cultura se incluyen los procesos socioespaciales que la reconfiguran de forma dinámica. La cultura puede entenderse, entonces, como el conjunto de signos, normas, modelos, actitudes y valores, a partir de los cuales los actores sociales construyen su identidad y espacialidad colectiva. Siguiendo a Giménez (2007, pp. 196-197), “estos rasgos culturales forman una matriz de identidad social particular [ad intra] y diferenciación [ad extra] de manera que no se puede dejar de lado el sentido que tienen los actores sociales ni como individuos ni como grupo”. No obstante, la concepción de la cultura a través del espacio construido y los lugares de memoria, rebasa la perspectiva cultural de las identidades y la prolonga en una doble fundamentación, conectando los sistemas de signos y actores sociales con el soporte material de los edificios.
Metodología
El uso de un método con enfoque cualitativo posibilita las indagatorias sobre la relación que establecen los habitantes con su entorno construido a través de la memoria. Como zona de estudio se estableció el polígono del Barrio Arriba, ubicado al norte del polígono fundacional de la ciudad de León. Este polígono se encuentra delimitado al poniente y al sur por el bulevar Adolfo López Mateos y al norte y oriente por el Malecón del Río de los Gómez, y comprende tres colonias principales: El Duraznal (al norte), Obregón (al centro) y De Santiago (al sureste). Algunos de los elementos más representativos del Barrio Arriba son el templo de El Calvario, el jardín Allende y el parque Hidalgo (Figura 2).
Fuente: Mapa de contextualización de vivienda y memoria. Elaboración propia a partir de imágenes de Google Earth 2020.
El procedimiento metodológico consta de dos etapas. La primera consiste en la investigación documental o de archivo, y la segunda corresponde al levantamiento de datos en campo. Para la investigación documental se abarcaron tres líneas secundarias, a partir de una interpretación histórica, con la finalidad de analizar (1) la evolución constructiva del Barrio Arriba, (2) su materialidad actual y (3) los criterios utilizados por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) con respecto a los inmuebles catalogados.
Para la investigación de campo se utilizó la técnica de entrevista, con la intención de interpretar los profundos motivos que tienen los agentes individuales a la hora de actuar con respecto a los determinantes sociales. Para la muestra del barrio histórico se siguió la lógica estratificada de vialidades primarias, secundarias y terciarias: la calle 27 de Septiembre, por su reciente intervención en el proyecto Ruta del peatón; la calle Limbo, que conecta el barrio con el bulevar López Mateos; además de la calle Noriega, que establece una transición, de vehicular a peatonal, para culminar con la subida al templo de El Calvario. Todos los casos investigados cumplen con tres características: (1) la edad de los informantes debe ser mayor de 50 años, (2) el periodo de vida en el barrio debe incluir la infancia, y (3) la vivienda donde habitaban haber tenido modificaciones.
La interpretación de los datos se hace a partir de una reconstrucción de narrativas orales, espaciales y gráficas. Para el análisis de la memoria material del barrio se toma como referente principal la narrativa de los participantes, con la finalidad de restablecer el vínculo entre memoria individual y memoria colectiva de quienes comparten lazos sociales en la intersección temporal y lo concreto de los lugares (Nora, 2008, p. 21). El registro de microhistorias ha provisto de una mayor sensibilidad a los recuerdos del espacio.
El segundo recurso para el análisis es la relación objeto-sujeto, por medio de un ejercicio hermenéutico en el que se abstraen fragmentos alusivos a los lugares de memoria traducidos en figuras de anclaje para los materiales constructivos. Finalmente, el respaldo fotográfico de los tres casos representa las diferentes aplicaciones de los materiales, las tipologías y las condiciones de producción implícitas en cada una de las vialidades que se tomaron como referencia para analizar al barrio.
Resultados
A través de la narrativa de los habitantes se resalta el impacto de los materiales sobre la memoria colectiva de quienes contribuyen con la producción del espacio en las dinámicas cotidianas. Si bien es cierto que el archivo es el principal referente para los análisis históricos, la memoria lo complementa para integrar los valores culturales. No obstante, la memoria colectiva expresada en el archivo documental exige su actualización constante por medio del cotejo con los valores impresos en el campo cultural y el habitus. En esta línea, los resultados de la investigación proponen una constitución de archivo enfocada en la memoria material a partir de tres ejes principales:
La memoria del barrio y el olvido de los materiales.
La memoria material y el patrimonio catalogado.
La memoria material de la vivienda es una narrativa de la estructura social.
La memoria del barrio y el olvido de los materiales
La fundación del Barrio Arriba marcó la pauta para la memoria oficial de la ciudad de León, porque la formación de una “ciudad de curtidores” relegó al olvido las raíces y vínculos anteriores. Desde su origen, a raíz de las agresiones que sufrieron los primeros colonos tras su llegada (siglo XVI) por parte de los grupos indígenas del entonces llamado Valle de Señora (hoy la ciudad de León), solicitaron la ayuda de la autoridad virreinal para promover la fundación de una ciudad que sirviera como protección ante los ataques y al mismo tiempo para facilitar la pacificación de los pueblos originarios.
El 20 de enero de 1576 con más de cincuenta vecinos, de los cien solicitados, se otorgó el título de villa y más tarde el título de ciudad, en 1830. Años después de la formación de la Villa de León, en 1597, el colono Juan Alonso de Torres solicitó ante el Cabildo la compra del solar de Francisco Hernández para desplazar a los mulatos y fomentar el arribo de nuevos vecinos. La solicitud se justificaba por la mala reputación de compartir un mismo espacio con negros y mestizos. Este decreto significó la formación del primer barrio de la ciudad, desde entonces llamado Barrio Arriba o “Barrio de arriba” como diferenciador del “Barrio de abajo” (San Juan de Dios), que fue concedido a los mulatos, quienes se dedicaron de manera primordial a la agricultura y la ganadería.
Los trayectos de la industria minera favorecieron el comercio de productos, de manera que para 1719 el censo ordenado por el virrey Baltasar de Zúñiga y Guzmán registró 36 fábricas dedicadas al curtido de pieles. Esta conformación tuvo como principal protagonista al Barrio Arriba y la naciente comunidad obrera, a quienes se identificaba como población de bajos recursos. En estrecha relación con la dinámica de los obreros, también cobra importancia el arraigo a la tradición religiosa, procedente desde la época virreinal y motor de cambio en el espacio construido con la edificación de templos y capillas por iniciativa popular.
Durante el siglo XIX las guerras de Independencia y de Reforma posicionaron a León como una “ciudad del refugio”. Para esta época León apenas rebasaba los 20 mil habitantes y su población se vio duplicada al llegar el primer cuarto de siglo, además de que incrementó la economía con base en el empleo, componente fundamental para superar la crisis económica de entonces. Con el aumento demográfico buena parte de los migrantes se asentaron en el Barrio Arriba, por lo que podría considerarse como la etapa de conformación de la estructura social, con la llegada de individuos procedentes de distintas partes del país.
En el Barrio Arriba, la construcción del templo de El Calvario, iniciada en 1856 por el padre Prudencio Castro, tuvo el objetivo de “montar una cruz, emulando el monte Gólgota” (Monroy, 2019). Prudencio pidió la ayuda del seminarista José María de Yermo y Parres, y en cada etapa de la construcción participaron los habitantes del barrio. Además, entre 1870 a 1873, se obtuvo permiso para pedir limosnas con el fin de continuar con la edificación y construir un anexo como casa de ejercicios. No obstante, ambas obras quedaron inconclusas al fallecer el padre Prudencio en 1885. En consecuencia el padre José María quedó a cargo y decidió dedicar la casa antigua a obras de beneficencia, por lo que fundó un asilo y la casa de Las Religiosas de la Sociedad de las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres (Figura 3).
Para vincular el espacio construido y el espacio social se considera la construcción del templo de El Calvario como un ejemplo de los símbolos que han acompañado los procesos de cambio del barrio, porque este conjunto mantiene hasta la fecha una dinámica diferencial con respecto al sentido de pertenencia y el arraigo de las manifestaciones de sus pobladores, en relación directa con el núcleo del Barrio Arriba. El contraste de componentes geosimbólicos, como El Calvario, con las zonas urbanas posteriores de la ciudad de León, está ligado con la composición material del barrio, que fue configurándose desde la topografía elevada hasta la multiplicación de las viviendas que amurallaron al centro religioso (Figura 4).
La inundación de 1888 afectó de manera violenta las viviendas y a las familias de León. De acuerdo con las Memorias de la Sociedad Científica Antonio Alzate, la ciudad perdió alrededor de veinte mil habitantes (Bonito León, 2017). El registro de daños fue de dos mil casas destruidas; pérdidas importantes en el comercio y edificios, además de 242 fallecidos, dos mil desaparecidos y más de cinco mil familias en la pobreza extrema. (Figura 6). Asimismo, hubo una considerable disminución de los 120 000 habitantes que se tenían censados hasta antes de la inundación, lo que haría que la ciudad perdiera su posicionamiento como la segunda ciudad más importante de la república mexicana en términos de población, extensión territorial e industria (Navarro, 2010).
Fuente: Mapa de inmuebles catalogados a partir de información del catálogo de monumentos Históricos del IMPLAN.
Elaboración propia 2021.
Las inundaciones han afectado a la ciudad de León en repetidas ocasiones, de manera que constituyen una marca en la memoria de diferentes generaciones. La transformación que implica cada inundación, como daño directo y severo al espacio construido, puede ser vista como un punto de reestructuración física, social, económica y por tanto urbana; no obstante, las reconfiguraciones post-inundación marcaron una serie de inflexiones tanto en el desarrollo urbano como en la memoria colectiva, imprimiendo en la historia de León la idea de una ciudad que pudiera leerse a partir de los desastres.
La materialidad de la memoria registró las inundaciones por medio de las adecuaciones de calles y edificios para atender la emergencia. Por ejemplo, un resultado de la catástrofe de 1888 fue que El Calvario y el Santuario de Guadalupe se convirtieron en centros de acopio para los damnificados. Así como el asentamiento de algunas familias en la falda oriente del cerro, que por sus condiciones topográficas no registró daños mayores. Las pérdidas materiales abrieron puerta a una nueva etapa de consolidación. Como resultado de las reconstrucciones, el Barrio Arriba presenta una recuperación de elementos materiales que reflejan el simbolismo particular de un grupo, identificado por la prosperidad económica y consolidación de una forma de vida que mantiene sus cimientos en actos de segregación social y política (Ramírez & Cordero, 2020). No obstante, es gracias a sus contrastes socioculturales que se ha categorizado como uno de los barrios más icónicos en la historia de la ciudad.
La reconstrucción implicó también una reestructura social con la llegada de nuevos integrantes que intervienen en la transformación del espacio construido y las formas en que se produce la cultura material del barrio. Por otra parte, la ampliación de la curtiduría local hacia un mercado nacional potencializó el desarrollo y consolidación de las empresas que ya existían, además de fomentar la creación de talleres familiares en el sector cuero y el calzado. Bajo este contexto, los trabajadores se convirtieron en pequeños empresarios, mejoraron notablemente sus ingresos y conformaron una numerosa clase media (IMPLAN, 2014).
Esta memoria de los materiales, contrapuesta al olvido por los sucesivos desastres que sufrió la ciudad de León, refuerza la complementariedad entre el archivo y el recuerdo. Frente al binomio de la memoria y el olvido, el archivo constituye un elemento con doble función: por un lado, el archivo es la memoria viva (mneme), y por el otro, el archivo es también el acto de recordar (hypomnema), de tal manera que archivar es una manera de enfrentarse a la muerte de los recuerdos y, al mismo tiempo, archivar es almacenar la memoria (salvar cosas) y escribir la historia (salvar información), con la finalidad de que la memoria pueda actuar frente al olvido (Guash, 2005, p. 158).
La memoria material y el patrimonio catalogado
Con respecto a la revisión del Catálogo de Monumentos Históricos del INAH, se recuperó la información de 82 inmuebles dentro del polígono delimitado como Barrio Arriba, entre los que se encuentran recintos religiosos, comercios y edificaciones residenciales pertenecientes a los siglos XIX y XX (Figura 6). De dicho catálogo se consideraron como datos principales los respectivos a los materiales presentes en las fachadas y muros, además del nivel de deterioro que presenta cada edificación con respecto a su materialidad.
En el centro del polígono existen diferencias importantes con respecto a la zona de El Calvario y sus proximidades. Del total de los inmuebles catalogados, 57 se encuentran sobre calles principales y son edificaciones construidas durante el siglo XIX. En el análisis cuantitativo de los materiales se observa una mayor presencia de tabique para los muros y repellado de mortero en las fachadas (Figura 7).
Fuente: Gráfica comparativa de materiales a partir de información del catálogo de monumentos Históricos del IMPLAN.
Elaboración propia 2021.
Es importante cuestionar el papel de la materialidad dentro de los procesos de registro patrimonial, porque el catálogo del INAH otorga una mayor relevancia a las características estéticas e imagen urbana, provocando que la definición material del barrio recaiga sobre el valor histórico institucional, que en articulación con las regulaciones tiende a la museificación de los espacios. La jerarquización patrimonial de los materiales constructivos deja al margen la manufactura local del conjunto histórico porque se enfoca en los elementos constructivos de cantera y herrería, mientras que gran parte de la manufactura de las viviendas del Barrio Arriba estaba dada por el origen rural de los constructores y sus saberes constructivos de carácter artesanal evidenciados en mezclas de materiales y soluciones estructurales (Figura 8). En una de las entrevistas, Nicolasa afirma sobre una parte de su vivienda, que “el cuarto lo fincó don Matilde, que era vecino de aquí. […] pero él hizo más casas por aquí […] trabajaba también en otro lado. Era del rancho” (comunicación personal, enero 2021).
En este mismo sentido, María Elena, de calle Noriega, considera que “antes era pura piedra y todo se hacía con leña y pocos vivían así de decir tengo esto o lo otro” (comunicación personal, enero 2021). Los cambios paulatinos en los materiales de las viviendas se fueron articulando con los cambios más amplios de los procesos sociales, tanto en el ámbito familiar como en las transformaciones rural-urbanas de la ciudad de León (Figura 9). Ella considera que los ajustes en materialidad han sido tanto en el exterior como en el interior de las viviendas. Explica que
[Todo] cambió porque echaron el pavimento. Es que antes toda la calle era piedra, eran puras piedras, era un cerro. O sea, bajaba de arriba eran puras peñas, desde arriba, desde lo que es El Calvario hasta abajo […] Por ejemplo, para subir al Calvario, la misma gente que vivía en la calle iba haciendo los huequitos como escaleras. Y así se subía; y había rocas; y ya pues iba haciendo sus caminos la misma gente. De esta calle, todas las casas ya están remodeladas, ya ninguna está a cómo era la calle cuando yo me casé (comunicación personal, enero 2021).
Sobre las transformaciones de la vivienda, comenta Nicolasa, de calle Limbo:
Aquí la casa se fue cambiando en partes, poco a poco, porque teníamos un chiquero de puercos a lo largo de aquí [la cocina] para la crianza de los animales, entonces era el corral. Había un pozo [de agua] aquí adelantito, casi donde está la coladera para acá; ya después lo usamos como baño. Aquí donde está la lavadora, ahí había un [árbol de] mezquite y ya cuando se hizo el drenaje ahí pusieron el baño. Había el único cuarto que está ahí cerrado. […] Ya después un primo mío empezó a fincar aquí esto, pero [el techo] era de terrado, nomás que como se estaban partiendo la viga esa, lo cambiaron (comunicación personal, enero 2021).
Las transformaciones en la materialidad de las viviendas también están asociadas con el cambio de época, de situación económica y de valores culturales. Las mejoras en las economías familiares de la ciudad de León con la llegada de la industria se reflejaron rápidamente en los materiales de las viviendas (Figuras 10, 11 y 12). Como indica Víctor, de calle 27 de Septiembre:
Esta casa no tenía la misma distribución, mi papá la empezó a hacer de a poquito. […] Este piso no es el original, es otro. Era un piso de ese estilo, rosa. […] Los techos cuando estaba yo, estaban sin tirol, así tal cual la marca de la madera con el cemento. Lo que sí es cierto, es que antes se usaba mucho más material, o mucho más bueno porque tan solo las calles duraban muchísimo, ahora no duran, pero antes duraban muchísimo tiempo. Y las puertas eran de herrería, además acá había una jardinera que quiso hacer mi mamá porque le gustaban mucho las plantas, […] También aquí a la casa mi papá le puso un nichito que tiene una virgen arriba (comunicación personal, diciembre 2020).
Ante las transformaciones constantes en la distribución y materiales de la vivienda, permanece la memoria colectiva y la memoria material del barrio. Pueden recubrirse los materiales de acabados, pero si no se cambian los aspectos estructurales de la sociedad, se mantiene la memoria, porque al mantener la organización de espacios y la estructura básica de las viviendas es una manera de conservar el fundamento de las sociedades locales a través de los recuerdos, sin importar si se afectan los revestimientos de los muros o se sustituyen los edificios. Al respecto, Victoria explica:
A esta casa pues ahorita ninguna modificación se le ha hecho […] La casa está, así como está desde que llegamos. Desde que viven mis papás aquí, no se ha renovado […] nomás metieron el enjarre, era piedra y ya le pusieron cemento, la enjarraron. Pero todas las casas eran de adobe. . . de adobe y piedra… porque las modificaciones pues no se ven ahí. Y el techo es de bovedilla, las puertas eran de madera. Pero ya se cambiaron… porque tenía la ventana y la puerta de madera de las viejísimas (comunicación personal, enero 2021).
Por su parte, María Elena recuerda que
[…] las cercas eran de piedra también. Pues yo me imagino que aquí era como un ranchito, porque todas las cercas eran de piedra, todos los corrales se comunicaban, puras cerquitas […] Ellos así decían, que trascorral, que todos los trascorrales se comunicaban hasta El Calvario (comunicación personal, enero 2021).
En ambas narrativas sobre la vivienda, sobresale el carácter indeleble de los materiales en la memoria de quienes habitaron y defienden estos espacios. A pesar de las transformaciones que ambas viviendas han sufrido al paso del tiempo y la intervención de los constructores, la memoria material activa una respuesta contra los cambios y refuerza la agencia desde los pequeños recuerdos, para dictar lo que es valioso y perdurable entre los herederos del barrio. Las estructuras sociales pueden modificarse por las prácticas e interacciones entre los individuos, sobre todo cuando estas relaciones ocurren desde el prisma de la vivienda en carácter material, porque la modificación del espacio doméstico activa, por su capacidad de agencia, una serie de transformaciones que escalan a lo urbano y societal.
La memoria material de la vivienda es una narrativa de la estructura social
Una vivienda y la familia que la habita recorren el espacio y el tiempo de manera simultánea. Las trayectorias del espacio doméstico se funden con las de una familia o un núcleo social, porque las vivencias de un hogar están atravesadas por el dinamismo de los espacios físicos, la adaptabilidad de los habitantes y la adecuación constante de configuraciones, tanto de espacios como de núcleos familiares. Basta recuperar una de las trayectorias para observar estas resonancias a nivel de todo el barrio y de grupos sociales:
Mi abuelo era de un rancho. Mi mamá […] nació en 1924, pero a los 19 años llegó aquí a esta casa cuando se casó; mi abuelo se fue a trabajar al norte al ferrocarril y se trajo a mi mamá, […] En mi casa fuimos once, siete hombres y cuatro mujeres, yo soy el noveno y a mi hermana mayor […]
Entonces mi abuelo llegó ahí a la “5 de Mayo”, pero esa casa si es un poquito diferente a estas, también tiene fachada de cantera, de hecho, tiene un grabado en la entrada que dice “DF” que quiere decir Daniel Falcón, así se llamaba mi abuelo […] En el año que llegó mi mamá, tampoco había casas alrededor, todavía había muy poquitas. […] Las casas estaban repartidas, tal vez conforme fueron llegando se fueron haciendo, o por ejemplo fueron mejorando sus casas de acuerdo con lo que había de moda. Lo que pasa es que siento que son comunidades muy diferenciadas, porque íbamos al barrio y mi abuelo iba a La Santísima y está muy relacionado, o sea que eran como zonas, como que por los templos se configuraban […] porque la casa de mi abuela (linaje materno) no estaba tan bonita, tenían una tenería y vivían ahí; […] era de ladrillo, como de casita de rancho: tenía piso de ladrillo y tenía muchísimas flores (Víctor, comunicación personal, diciembre 2022).
Algunas calles del barrio tomaron los nombres de las familias, cuando edificaron sus viviendas. La localización de una casa se convirtió en “geosímbolo”, entendido como una marca territorial que se vuelve referente para la comunidad y se prolonga en la historia (López, 2022). María Elena comenta sobre su vivienda, en la calle Noriega:
[…] yo pienso que tiene más de ochenta años, […] ya el siglo. Es una de las más viejas, pues mi hermano mayor tiene 75 […] Aquí le pusieron Noriega porque esta fue la primera casa que hubo aquí. Yo creo que ya tiene cien años. Bueno, creo, por lo que yo platicaba con mi suegrita: estaba ese cuarto y el tejaban. Eran puros tejabanes. Eran puras chozas […] Se miraba hasta bonito cuando llovía porque se veía el agua caer desde allá como cascada, pero era pura piedra (comunicación personal, enero 2021).
Las condiciones materiales del barrio, incluyendo las calles, se asocian también a las tácticas para habitarlo, así como las diferencias que, de acuerdo con la organización social y los habitantes locales, frente a los grupos sociales que no están familiarizados con la materialidad de sus calles y la manera como se comportan en cada época del año. Nicolasa detalla, sobre la calle Limbo:
Al principio todos esos eran corrales, se podía distinguir de aquí a la esquina, tenían sus bardas pues, pero eran bajitas. En el tiempo de las lluvias nos salíamos a las calles a burlarnos de las personas de fuera que se iban para abajo [porque se resbalaban]. Aquí pasaba un arroyo atrás, por eso le pusimos el arroyito y desembocaba donde vivía la chacha donde vendió (comunicación personal, enero 2021).
La construcción de mecanismos del mundo real a través de la memoria colectiva tiene una función embrionaria para extender la diversidad de los lugares hasta las estructuras de la sociedad. Los materiales más ordinarios son los materiales que definen la posición en la sociedad. Mario recuerda, sobre casa Limbo:
Yo soy del 57, 1957, […] mis papás trabajaban de zapateros, bueno mi papá era zapatero y mi mamá ama de casa, y mis abuelos pues yo creo vendían leña, porque en ese tiempo se vendía mucho la leña. […] Y mis abuelos, los otros de parte de mi mamá eran de Jesús María, Jalisco (comunicación personal, enero 2021).
Las viviendas pertenecen a un grupo solidario, individuos aglutinados en familias, por lo tanto, se trata de una arquitectura del bien común, que resalta la colectividad y los usos ordinarios de las viviendas con técnicas vernáculas, a partir de la recolección de materiales locales para su construcción. La importancia de los materiales y saberes constructivos se puede equiparar a los elementos arquitectónicos formales y ornamentales a pesar de que la institucionalidad del patrimonio se olvide de las singularidades locales en la escala doméstica. La textura temporal de las viviendas populares en barrios históricos corresponde con la caducidad de los materiales con los que se fue configurando la identidad barrial.
Discusión
La preservación de los estilos arquitectónicos en las viviendas históricas no es garantía para mantener la memoria de un barrio. La pluralidad de los materiales y sus aplicaciones no estructuran, por sí solos y de forma mecánica, el sentido de un espacio heredado como la vivienda o el barrio histórico. Por un lado, los rasgos arquitectónicos se pueden replicar en cualquier lado, repitiendo sistemas de mampostería, formas de diseño, colores de recubrimiento e inclusive los materiales expuestos sin recubrimiento. Por otro lado, la memoria colectiva se desplanta sobre la base de las condiciones de producción material de los edificios, de tal manera que los vínculos se generan a partir de la vivienda y los usos o prácticas que se escriben en el recuerdo de cada uno de los materiales.
La narrativa nacional del patrimonio se ha escrito desde los eventos y lugares gloriosos. Pero existen otras narrativas que surgen desde el reconocimiento de los espacios ordinarios y la vida doméstica. Se trata de narrativas de transmisión oral que muchas veces son también una protesta contra las estructuras sociales que las ocultan. Estas dos visiones son instrumentadas por las élites políticas que intervienen en la ciudad, tanto la del patrimonio heroico como la de la memoria colectiva popular. El patrimonio institucionalizado tiene como soportes a la historia oficial y los catálogos. La memoria colectiva exige del reconocimiento, porque su canal principal de transmisión es la oralidad, pero asociada con los espacios ordinarios puede reforzarse en la materialidad de la vivienda como una evidencia alternativa.
Los procesos en los que está inscrito un material, desde su estado como materia prima hasta la fase de deterioro, son el reflejo de factores de identidad atribuibles a los estratos e interacciones en los que se puede descomponer la sociedad. En el Barrio Arriba, la madera, cantera o ladrillo en los vanos de puertas o ventanas de cada una de las viviendas, están influenciados por variables como las formas de emplear un material o la condición económica de los habitantes. En este sentido, pese a que las técnicas constructivas suelen ser replicables en masa, no es casualidad que se utilicen estos materiales y no otros. Como consecuencia, y frente a la tendencia conservadurista del patrimonio histórico, se entiende que estos materiales pueden mantenerse o no en su forma física, siempre que el acento se colocara en los valores culturales inscritos en la memoria que les da sentido. En esta lógica, la discusión de los hallazgos se pone en diálogo con la teoría a partir de dos argumentos principales: (1) la memoria material es otra manera de escribir la historia y (2) la memoria colectiva como soporte de la vivienda.
La memoria material es otra manera de escribir la historia
La vivienda funciona entre la historia oficial que la resguarda como archivo y la memoria “productora de prácticas sociales” que hacen parte de la cotidianidad (Aguilar y Quintero, 2005). Considerada como archivo, la vivienda se convierte en un instrumento político de la memoria. Si bien el archivo, como resguardo selectivo de lo que no debe olvidarse, fue cuestionado ampliamente por Michel Foucault porque la historia suele ser contada por los vencedores, como alternativa, la memoria persiste en los vencidos y se materializa en sus espacios ordinarios.
La materialidad de la vivienda le da su consistencia como archivo, un dispositivo de almacenamiento de la memoria cultural (Guash, 2005). En el Barrio Arriba, los materiales de la vivienda son a la vez los rasgos culturales de León y de Guanajuato, determinados por un orden político religioso que marcó la historia social del barrio y que sigue determinando la ideología de todo el territorio del Bajío (Martínez, 1997). Como evidencia de esto, el orden social del barrio, y en general de la ciudad de León, se plasma en la memoria material de las viviendas de familias de la élite económica, como la casa 27 de Septiembre, mientras que otras familias de origen rural se reflejan en las viviendas de la calle Limbo, así como familias que se fueron desarrollando al margen de las prioridades del urbanismo y la política, como las casas de calle Noriega.
La vivienda, considerada como archivo, imprime un régimen social y político que afirma el registro de saberes y relaciones de poder. La preservación de la vivienda en la memoria es selectiva, porque hay una serie de valores que se defienden y resguardan mientras que otros elementos se mandan al olvido. Este proceso de resguardo tiene también una voluntad política que se establece en los colectivos, a partir de los discursos de los lugares, construcciones y materiales que se adhieren mejor a la noción de Barrio Arriba y sus edificaciones que al resto de los barrios históricos de León. Puede afirmarse que la memoria material pone en tensión al archivo frente a los sujetos de un momento histórico, porque debe decidirse la visibilidad y permanencia de ciertos materiales y no de otros.
En el análisis de las tres calles del Barrio Arriba se evidencia una dicotomía entre lo antiguo y lo nuevo. Las transformaciones a lo largo de los años se deben en gran parte a las vicisitudes del entorno natural y social que sufren cambios: de uso, habitabilidad, confort térmico y energético o de valoración estética y simbólica. Mientras el acento de restauración patrimonial pudiera concentrarse en revertir o evitar los cambios, el enfoque de la memoria material pretende romper con el estatuto de la vivienda como archivo arquitectónico que debe mantenerse en su constitución física, para abrir paso a las formas de representación del edificio en la memoria oral y gráfica de los habitantes.
La preservación de la vivienda en los barrios históricos exige un acercamiento más directo a las narrativas locales que reposan en la memoria colectiva. Este acercamiento rescata la memoria como soporte de las identidades y los sentidos sociales, gracias a su enfoque sobre las formas ordinarias de interacción (Aguilar y Quintero, 2005). Respecto al patrimonio, la amplificación de la memoria material se abre hacia la reintegración de los inmuebles catalogados como abandonados o en estado de deterioro grave dentro de la dinámica social, los cuales, en caso de no poder ser rescatados como objetos, requieren de herramientas para rescatarse desde la memoria, o bien, cuestionar si estas pérdidas son resultado natural de la necesidad de olvido, en una negociación y diálogo directo entre vecinos del Barrio Arriba, colectivos de comerciantes y artesanos, instituciones y gobiernos locales.
Por otro lado, la política cultural de la ciudad de León es eminentemente conservadora y clerical. Como consecuencia, la historia de los barrios históricos se envuelve entre las prácticas religiosas y la doble lucha política e ideológica de las elites moralizantes que instituyeron los valores culturales de la urbe. Los compromisos con la estructura urbana que garantizan el triunfo de los partidos políticos también se materializaron en la síntesis de proyectos de vivienda que refuerzan la idea de una ciudad museo en torno a las vialidades de mayor escala o aquellas en las que pudiera garantizarse el clientelismo con las familias de elites empresariales. Estas familias son las que toman la mayoría de las decisiones entre los valores históricos del Barrio Arriba y la especulación de las viviendas antiguas que pudieran aumentar su valor al incluirlas en las listas del patrimonio edificado realizadas por el INAH.
No obstante, la memoria no es única ni fija, sino que se modula a partir de las tensiones entre los grupos de poder que la mantienen y la difunden. Las relaciones políticas que se revelan en la memoria colectiva requieren del descubrimiento y exposición de los discursos, prácticas culturales, lugares, puntos de recuerdo, e inclusive los silencios y los olvidos (Aguilar y Quintero, 2005). La ventaja de la memoria en la vivienda consiste en su doble soporte estructurante y simbólico, esto es, como construcción ordinaria de narrativas familiares en torno a la casa y la familia y, por otro lado, la transmisión de esos recuerdos para organizar la memoria de la vida cotidiana en los barrios históricos.
La memoria colectiva es el soporte de la vivienda
Las condiciones históricas del Barrio Arriba han sido estudiadas favoreciendo la formación de la historia oficial mediante la recopilación de fuentes de carácter público, pero además de ser contrapuesta ideológicamente a la memoria colectiva y su materialidad, también puede tomarse como un fenómeno sintetizador a través del cual se hizo una lectura de los procesos que sobrelleva un grupo de familias de la elite dominante de los curtidores. Desde el origen del Barrio Arriba, la segregación de negros y mulatos se materializó en la construcción del espacio físico y el emplazamiento de las viviendas con respecto a las actividades económicas y la religión. Mediante la construcción de viviendas en calles como la 27 de Septiembre, la Limbo o la Noriega, los estratos sociales forjaron los lazos de producción, luego también en grupos enfrentaron catástrofes como las inundaciones, que generaron pérdidas materiales, inmateriales y un vacío en la memoria de los que afrontaron estos hechos.
Los vínculos creados a través de la configuración material de la vivienda y su consolidación en la ciudad dieron origen a las redes de producción y las interacciones que estructuraron el espacio urbano compartido. A partir de entonces, el interés de los habitantes por preservar valores materiales ha sido su principal manera de resistencia frente a las modificaciones de la imagen urbana y cambios en el funcionamiento de las viviendas en pro de la mercantilización del Barrio Arriba para atraer al turismo y regenerar la economía.
La memoria es el principal material constructivo de la vivienda. Los materiales con los que están construidas las casas no son objetos materiales, sino que “acontecen” en el mundo material que se compone de múltiples compuestos, cada uno con referencia a un sistema de valores culturales que lo soporta. Las viviendas no funcionan como elementos aislados y su transformación depende de la voluntad de múltiples usuarios cuyas decisiones se materializan en cada tabique o cada piedra.
Las condiciones de heterogeneidad espacial en las tres casas estudiadas son perceptibles tanto en la historia como en el contexto actual del barrio a pesar de las dificultades que presenta, es decir, que históricamente la memoria se sobrepone a las adversidades. Pero es de esta condición en la que se sustenta el señalamiento hacia la preservación de su patrimonio desde un instrumento flexible como la memoria colectiva, por esto a partir del trabajo realizado es importante focalizar estrategias que permitan incorporar integralmente nuevas dinámicas que demanda el desarrollo urbano de la ciudad de León.
El complejo abordaje de la materialidad de la memoria en la vivienda debe rebasar la lectura de los materiales como objetos para estudiarlos desde su capacidad propia para reconfigurar los sistemas culturales. Es necesario contemplar condicionantes naturales, humanas y procesos constructivos para una comprensión más completa del proceso productivo de un edificio (Vargas, 2013). Si bien a partir de la línea histórica se pueden reconocer ciertos aspectos más simbólicos en las condiciones de producción del espacio dentro del Barrio Arriba, la referencia más cercana es el carácter político-religioso sobre el que se asentó la ciudad como archivo en pro de un registro que privilegia los edificios civiles y eclesiásticos en menosprecio de las viviendas, más aún si se trataba de viviendas de familias obreras o provenientes de las comunidades rurales cercanas a la ciudad de León.
Por lo que se refiere a las transformaciones del espacio construido, gran parte de las viviendas se han apoyado de las formas de autoproducción, mismas que les permiten a los residentes administrar sus recursos y de manera progresiva realizar intervenciones que a lo largo del tiempo les permitan consolidar su patrimonio. Por tanto, un segundo tema son las políticas de autoproducción, sobre todo en lo que respecta a la coexistencia de estas políticas con las acciones para preservar la memoria para que ambas favorezcan el papel de las instituciones, personas y arquitectos en estas labores. Como indica Ríos (2018):
[…] la memoria tiene una mayor vinculación con el presente y con el anclaje material de esos recuerdos, lo que constituye no solamente la erección de espacios cargados de contenido simbólico, sino la construcción de una sociedad a partir de los lugares donde su memoria queda plasmada y permanece (p.8).
Los proyectos de mejora de las zonas históricas como las subsecuentes intervenciones que se han realizado en el Barrio Arriba, ponen el acento en la construcción de plazas, el rediseño de vialidades, la peatonalización de calles y la creación de nuevos edificios. El fracaso de estos proyectos radica en que la remodelación del espacio físico no es suficiente si no va de la mano con una comprensión cercana de la memoria colectiva, y lo que se pierde con las transformaciones materiales del lugar. Hace falta trabajar con las personas y, como dice Ortiz, “que se conciban próximas a sus vecinos, respetadas y que respeten a los demás y, en definitiva, que se consideren parte integrante de la comunidad y de la ciudad donde habitan” (Ortiz, 2004, p.161).
Frente a la mercantilización de los centros históricos y el oportunismo inmobiliario, la vivienda histórica se enfrenta a un doble desafío. Por un lado, existe el riesgo de que se le desaparezca por el cambio de funcionamiento de las zonas urbanas centrales que priorizan el comercio como actividad primordial; y por el otro, los defensores del patrimonio suelen utilizar los catálogos oficiales para “congelar” los edificios en el tiempo e impedir que se les intervenga o se les transforme. Esta segunda posibilidad es lo que se identifica con la turistificación y la museificación de la ciudad y que, como bien indica Agamben (2013):
La museificación del mundo es hoy un hecho consumado. Una después de la otra, progresivamente, las potencias espirituales que definían la vida de los hombres -el arte, la religión, la filosofía, la idea de naturaleza, hasta la política- se han retirado de manera dócil, una a una dentro del Museo [...] todo puede convertirse hoy en Museo, porque este término nombra la exposición de una imposibilidad de usar, de habitar, de hacer experiencia (p. 109).
Finalmente, la experiencia material de la vivienda pasa en primer lugar por la materialidad del habitante. El tacto es el primer canal de reconocimiento y afirmación de la memoria material de una casa. Mediante el tacto se registra una forma que se confirma en la mente del sujeto (Hetherington, 2003). La sensorialidad y la materialidad van de la mano porque el tacto constituye la interfaz entre el mundo material y el mundo subjetivo, entre la materia y su significado o sus representaciones en la memoria del sujeto y del colectivo.
Conclusiones
Hay casas viejas sin historia por el menosprecio, la arrogancia e indiferencia de los registros oficiales de archivo y los sistemas de clasificación del patrimonio histórico. También existen otras narrativas de la vivienda. Otras maneras de reivindicar la historia cultural de la arquitectura, que se sustentan en la transmisión oral de la vivienda y los lugares más ordinarios como el espacio doméstico. Los materiales más menospreciados, como la tierra, la piedra y los ladrillos, son los que cimentaron al barrio histórico en su mayor parte, pero también son los materiales de los que menos se escribe, para concentrar los discursos de la historia patrimonial en el mármol, la cantera labrada y los estilos arquitectónicos importados por aristócratas y elites políticas. No obstante, las obras de historia oficial se entrecruzan con la memoria colectiva y construyen un doble discurso del patrimonio edificado: una narrativa histórica de archivo y una narrativa memorial de oralidad.
Con la necesidad de memoria viene también la necesidad de olvido, pero lo nuevo no sustituye a lo anterior, sino que se integra a él y a su vez lo antiguo persiste. Lo nuevo también da oportunidad a lo inédito y necesita de un componente que lo sostenga sobre el eje temporal, por eso en el espacio representado se consideran las imágenes como el medio principal de preservación histórica. Tratar la preservación del patrimonio en la vivienda autoconstruida, no catalogada, resulta importante para quienes habitan y viven un centro histórico, confinados a periferias discursivas porque sus viviendas no forman parte de los “edificios representativos”, como si los íconos arquitectónicos se midieran en el tamaño de la obra y lo costoso de su fabricación. De aquí la urgencia de un cambio de perspectiva entre arquitectos e instituciones, para complejizar los procesos de reconocimiento, visibilidad e intervención de los barrios históricos, en procesos en los que se tome en cuenta el sentir de los habitantes y los discursos plasmados en la memoria material de sus viviendas.
La memoria material es la forma más imparcial para escribir la historia de un barrio. Las narrativas de las casas asociadas con las historias personales van más allá de los sucesos marcados por la historia, que profundiza la brecha social entre edificios y grupos económicos, porque la crónica de la ciudad abarca el registro de hechos aislados, pero en ella no existe un seguimiento cronológico de la vivienda ordinaria ni los barrios históricos. No quiere decir que deban recuperarse y almacenar la mayor cantidad de narrativas posibles, sino que debe recuperarse información, más allá de las pretensiones de las instituciones y actores políticos, y que por el contrario evidencia el interés de sus habitantes por la subsistencia de las casas y del barrio. En este sentido, se recuperan los materiales como figuras que acontecen en el desenvolvimiento del mundo urbano y de las dinámicas sociales a través del espacio y tiempo de la ciudad.
De la misma manera que el barro, en una fachada ornamentada con figuras de cantera que representan motivos religiosos tienen peso múltiples factores, tanto la posibilidad económica, como el arraigo religioso y con esto la historia particular de la persona, pero también las particularidades del material, es decir, las aptitudes que tiene la cantera frente a otros materiales para ser tallada o las habilidades artesanales de quien realiza el trabajo y esto al mismo tiempo tiene relación directa con los nodos sociales a los que pertenecen, que dependen de cuánto tiempo ha habitado el barrio y con quienes interactúa, lo que obedece, por ejemplo, al oficio que desempeña o los lugares que transita, entre otras cosas. A tal grado que los vínculos posibles pueden ser inagotables, pues pertenecen a una red compleja y sistemática, sin embargo, la aportación teórica que interesa desarrollar está dirigida a esta condición de reciprocidad de los materiales para con su entorno, o el intercambio de condicionantes directas e indirectas que pueden estudiar desde una centralización no fetichista de los materiales.
Es necesario entender la casa desde las relaciones de poder que en ella se evidencian a través de cada uno de los materiales que se mantienen y aquellos que fueron sustituidos. Con esto se resalta que las condiciones estéticas no son externas a otros factores, sino que están estrechamente relacionadas con el desenvolvimiento de sus habitantes, contrario a la concepción de conservación elitista de muchos defensores del patrimonio edificado, bastión de la tradición y alta cultura que en el rescate de cada obra maestra de la arquitectura civil y religiosa da paso adelante en un mercado de masas con marcos jurídicos que se acercan más a la especulación que a la defensa de los colectivos y su memoria cultural.
En cuanto a la materialidad de la memoria como archivo, el posicionamiento crítico desde la vivienda como artefacto en el que se deposita la memoria es la posibilidad que abre cada una de las viviendas históricas para cuestionar tanto los límites de la información que se tiene, como los límites de las estructuras del poder local para administrar los edificios y los espacios urbanos. La materialidad de la memoria es, en definitiva, una oportunidad para des-cosificar la vivienda y el barrio para redescubrirlos como “acontecimiento”, es decir, cada casa es más que un objeto, es un suceso, es una manera de contar la historia y una manera de contarnos a nosotros mismos como sociedad inscrita en un espacio/tiempo dado.