“¿Qué es una guerra?”, se pregunta Claudia Zamparo. “La guerra son las armas que retornan de noche”. Esa imagen condensa como una estampa el libro más reciente de Richard Kernaghan. La guerra como duración, una porción de uno mismo escurrida entre las palmas, una foto doblada en una bolsa de mano. Y un relato que persiste porque cambia de forma. “No tiene nada que ver con las armas. O sí, las armas que nos traicionaron para siempre porque no se fueron de los sueños, de las pesadillas” (Zamparo, 1992, p. 2).
Cuando leí Crossing the Current no podía dejar de volver a estos pasajes de Zamparo, y pensar si las experiencias de la guerra amplían en nitidez la arena política: porque en América Latina la experiencia colectiva es indisociable de una forma de violencia como duración, como estructura (y no como acontecimiento discreto). Perú, Sendero Luminoso, la sombra perdurable de la cocaína, la interminable guerra como clave de la política post (o neo) colonial, el extractivismo maderero, los cuerpos descartables. ¿Cuáles son los lenguajes de la guerra que van más allá del morbo y del horror? ¿Cómo perdura un conflicto armado cuando se deponen las armas? Estas son preguntas clave en los capítulos de Crossing the Current. Aftermaths of War Along the Huallaga River, el libro de Kernaghan, ganador del Premio Flora Tristán 2022 que otorga la LASA (Latin American Studies Association).
Personajes y paisaje
Crossing the Current está cifrado en los sujetos: sujetos a la violencia y sujetos a la vida. La etnografía y la escritura se centran en personajes. Tina en el centro, Italo, Sabine. Una argamasa afectiva. La violencia de la guerra después de la guerra: lo que perdura en el cauce de un río que se conoce, se teme, se recuerda como una estructura de sentimientos. El río Huallaga del Perú como un espejo que afirma todo aquello que no se deja ver y sin embargo contiene a sus habitantes. Los moldea, rastrea sus deseos. Las metáforas sobre el río están presentes en todos los capítulos como sellos del autor: en este libro el río no es un recurso, un “accidente geográfico” como nos enseñan en la currícula escolar. Tampoco se trata del contorno de un mapa: el Huallaga es una posibilidad, como el tiempo mismo, y un testigo silencioso: ese que, en la noche de la guerra, donde silencio y secreto se confunden y las relaciones humanas pierden la nitidez de su vínculo, sigue allí, bordeando los límites y conteniendo la cordura.
En Crossing the Current los personajes recuperan aquello que desde la historiografía se nos recuerda: la historia solo puede escribir estructuras a través de personajes singulares. Es el sentido de la percepción singular lo que hace posible comprender al tiempo como experiencia: la pobreza, la indistinción entre el Estado y el crimen, la “firma del Estado” (Das, 2004) en las acciones de Sendero Luminoso. La continuidad fantasmal de Sendero en las amenazas latentes a las familias, al parentesco. Su espectro en las marcas de la tierra, en las tumbas a campo abierto.
¿Cuándo se termina una guerra?, preguntaba la poeta Nobel Wislawa Szymborska. Cuando se termina el miedo, que es mucho más tenaz que la paz. El trabajo que hace Richard con los actores en Crossing the Current es experimental y preciso, a la vez que responsable: un despliegue paulatino, lento, de los atributos de sus compañeros en Huallaga en sus largas estancias de campo, a la vez que un desarrollo de la etnografía en el que siempre está él, de alguna manera, hasta en los sueños que sueñan la guerra, hasta que él mismo es soñado, como en “Las ruinas circulares” de Borges (2009), por sus propios personajes. Esta no es solo una discusión con la antropología. De hecho, sin grandilocuencia, sin necesidad de decirlo, Kernaghan se ubica en la frontera entre historia, antropología y la mejor literatura.
Desde mi lectura, el enorme aporte de Crossing the Current como libro, es que a partir del despliegue de los actores, el lector comprende que el registro de la historia, a veces, es la pausa entre la narración y la imagen. Foucault insistía en que “el acontecimiento es un poliedro de inteligibilidad” (Foucault, 1982, pp. 60-62). No un hecho, ni siquiera su relato. Una figura geométrica, una metáfora difícil de entender. Si recordé esa frase mientras leía el libro de Kernaghan es, quizás, porque entendí con él la expresión foucaultiana. Un poliedro: ángulos, caras. Formas. La historia como la materia de la percepción que no se anula con el tiempo vacío y homogéneo.
Las imágenes que construye el autor sobre el paisaje, a lo largo del libro, hacen honor al mejor Fernand Braudel: el signo espacial es más firme que los seres humanos, igual de decidor, tan frontal como ellos. A su vez, hay algo de José María Arguedas, el gran escritor y antropólogo peruano, en sus cadencias sobre el río y sus bordes: los límites de la percepción también son las fronteras de la voluntad. Hay algo que excede a Tina en la descripción precisa de sus actos relatados por el autor: sus recuerdos viejos, la violencia que no controla, pero también la pulsión de vida, la risa, el olor de la esperanza en algunos de los sueños con su hermano muerto. El exceso en las formas del paisaje muestra el tamaño de las fronteras humanas. De alguna manera, las imágenes del río contienen las miradas de sus pobladores. Los actores saben que la guerra y sus persistencias están contenidas en las imágenes que circulan entre ellos. Por eso, son las imágenes, en su materialidad, las que dan vida a los relatos como si fueran una política de la historia y de la esperanza: los ancestros en los sueños, las visiones por la tarde de fantasmas palpables, las víboras que lactan y conjuran destinos e hipotecan futuros.
Mapas, fotos y dibujos son las imágenes materiales que se intercalan en Crossing the Current. Me permito una cita del texto:
The word image can designate many things. I have a predilection for notions or conceptions that stress not mediation but distance, texture, material, and movement. For Bergson, images do not circulate between other terms, because everything of the material world is image already. Everything material is image and images are what enter into relation, determined by the kinds of movement they transmit to each other (Crossing the Current, p. 38).
En este sentido, en el libro, la imagen juega el rol del movimiento, la opacidad y la multiplicidad. Una de las grandes enseñanzas de los estudios de las religiones afro en América Latina o de las etnografías amazónicas, es la productividad de las contradicciones. “A y no A” coexisten en un mismo plano: algo puede estar muerto y vivo a la vez (Segato, 2016). Esa ductilidad de lo que ya no está, pero aún está, como la guerra, como sus palpables heridas, es algo que rescato de Crossing the Current como una clave interpretativa.
Escribir el tiempo, pensar la política
El filósofo esloveno Slavoj Zizek dijo que el famoso dictum de Adorno de que la poesía no es posible después de Auschwitz, necesita una corrección. Lo que no es posible, dice Zizek, es la prosa (Zizek, 2007). La prosa realista, la escritura encadenada, temporal, homogénea, transparente. Los testigos y los sobrevivientes de crímenes de lesa humanidad difícilmente pueden referirse a los hechos como una cadena clara, precisa, de sucesos. Hablan con elipsis, brevitas, oxímoron. Usan la metáfora y la yuxtaposición de tiempos. ¿Porque están confundidos? No, porque la poesía en sentido amplio “acerca” algo que está imantado, que la mímesis imposibilita.
Crossing the Current trabaja con el lenguaje de manera creativa y estupenda. No solo son los actores quienes eluden la prosa y la referencia directa. También es Richard. La escritura es una atmósfera, exactamente como Henri Bergson planteaba que era la duración. La guerra perdura, los olores, las mezclas de lo necesario con lo ilegal. En la escritura de los capítulos, Kernaghan utiliza la aliteración, esa repetición precisa de la poesía que marca el ritmo del significado y del tiempo (“Qué pasaría si”… “Qué pasaría si”… “Qué pasaría si”…). O la frase de uno de los hermanos de Tina: “eso es el tiempo de ellos… eso es el tiempo de ellos…”. La necesidad de fijar el momento superado, o perdido, con Sendero Luminoso. Y el autor remata: “eso es de otro tiempo, y a la vez no lo es”. Quizás sea la escritura movediza, inquieta, el signo central de Crossing the Current. Sin ánimo de caer en imágenes obvias, la escritura es, en parte, ese río: no hay una escritura precisa, familiar. El estilo sigue las reglas de la literatura con la mejor tradición ensayística de América Latina: una discusión entre el artefacto textual con las ideas punzantes sobre nación, tiempo, Estado, violencia, política.
Crossing the Current puede ser un insumo importante para enseñar metodología de la investigación social (aunque sería óptimo, para ello, tenerlo en castellano). Porque muestra que las preguntas no se resuelven con un “marco teórico”, que las contradicciones no están despejadas: de hecho, ellas producen la mirada del texto. Hay partes que intercalan los dibujos del cuaderno de campo de Richard (entre ellas, resalta la de una libélula que lo acosó en campo toda una noche), con estructuras textuales que parecen una poesía: ¿es verso, es voz de los actores, es una cita? El texto dialógico, decía Bajtín, es el que incomoda (Bajtín, 2008). Y el autor lo logra; como en la película La ciénaga de Lucrecia Martel, trabaja con la sinestesia: el Huallaga se huele, se deja oír. La duración de la violencia estremece la noche y el sueño; a veces, también los sueños del lector.
Su juego con el tiempo es incisivo. No solo por la relación de la experiencia y la percepción sino por la creatividad con la que Richard trabaja con las variables de la memoria, el olvido, el silencio y el secreto. ¿Cómo es que la propiedad rural, con la “escritura como firma de poder y estado”, impone un tiempo de origen y una idea de legitimidad en esa zona tan atacada del Perú? ¿Cómo se relaciona lo que el autor llama “oblivious title” con la experiencia de la violencia que perdura, se ramifica, se cuenta en sueños? Los sueños aparecen una y otra vez en los capítulos: son una poética del tiempo porque refrendan lo abierto de la historia. Los sueños de Tina no solo imponen otra visión de los hechos: a veces se erigen como la otra historia posible, o al menos la advertencia. Los sueños como los indicios que el Estado borra: como una política de la investigación sui generis en contextos donde el Estado poscolonial se ocupa de hacer ilegible la relación entre pasado y presente, entre violencia y política, entre crimen y capitalismo, entre modernidad y conquista. Entre estructuras temporales y amnesias persistentes, Crossing the Current impulsa una noción de soberanía intermitente, descentrada.
La escritura de Kernaghan no es una poética de la designación, sino una estética de la evocación. Nuevamente, Bajtín (2008) insistía en que el signo no es solo arbitrario, sino un horizonte, una invitación a imaginar. Como la evocación. Este no es un libro que se inscriba específicamente dentro de la “antropología visual”, o al menos no directamente. La imagen juega, en todo caso, el oficio del montaje en tanto toda producción de significado es textura e imagen en movimiento. El río es una masa de imágenes que producen sentidos móviles, a veces contradictorios. Por momentos, parece también una imagen cambiante de la historia. Al menos la que entiende que todo futuro está preñado de los pasados que no fueron y que se mueven entre palabras, dibujos y sueños.
Vivimos una época donde la antropología y a veces la historia se constituyen en “peritos”: ayudan a esclarecer las violencias continuas, las muertes. La idea de historia pública ha sido clave en Perú o Colombia para poder imaginar otras maneras de entender las nociones de nación, comunidad política, experiencias de violencia. Sin embargo, tanto la idea de historia pública como de antropología pública y forense se topan con una limitante: una noción estatal, estatalizada, de justicia, “bienestar”, libertad. Considero que este libro interviene de una manera desafiante allí, estremeciendo al cuerpo mismo de la política. A su vez, es difícil dejar de pensar en las escenas actuales del Perú leyendo Crossing the Current. Aunque el centro del paisaje no haya sido la escena del conflicto social reciente, el racismo estructural, la violencia que como el Huallaga no tiene un origen “visible” -está siempre en otro plano que se escapa-, son elementos nodales de todo análisis político del Perú actual. El libro es un ejercicio reflexivo para dotar de nuevas preguntas y nuevas miradas a problemas estructurales de temporalidad profunda.