Introducción
La crisis económica que comenzó en Estados Unidos, a partir de 2008, perjudicó a la comunidad migrante de México asentada allá. Según el (U. S. Departament of Labor, 2012), la tasa de desempleo en 2010 alcanzó 9.6 por ciento de la población económicamente activa, dejó a miles de migrantes sin recursos económicos, y obligó a muchos a retornar a México. Por otro lado, cientos de ellos, en situación irregular, padecieron el efecto de las políticas de deportación del gobierno de Barack Obama. En el primer trimestre de 2011, 46 mil personas con hijos estadounidenses fueron deportadas a México, y el promedio anual acumulado fue de casi 400 mil (Pew Hispanic Center, 2012; López et al. 2011).También son comunes los casos en que la familia se fragmenta y mantiene a algunos de sus miembros en ambos países, así se establece lo que en la literatura sobre el tema se ha denominado familia trasnacional, se caracteriza por un mayor distanciamiento geográfico, ya que sus integrantes viven en entidades o en regiones no fronterizas de Estados Unidos. Por lo tanto, extiende sus acciones más allá de las fronteras, que se reflejan en la organización, la economía, la cultura e incluso en la participación política de sus miembros, que viven en países distintos. Por esta razón, la familia trasnacional no se circunscribe al territorio nacional, ni a algún otro de los arquetipos propios del Estado-nación.
(Caglar 2001) sostiene que vistas desde una perspectiva trasnacional, las investigaciones sobre migración contradicen a los estudios convencionales, ya que en éstos se suponía una ruptura de las relaciones familiares y sociales y es al contrario, desde este enfoque es posible interpretar una reconfiguración de la familia, puesto que, como lo señalan (Bryceson y Vuorela, 2002), no es una unidad biológica, sino una construcción social o, en otras palabras, las familias no existen por sí mismas sino que son el producto de las relaciones sentimentales, de identidad y de pertenencia establecidas entre personas con algún grado de parentesco. Esta visión obliga a concebir o a reestructurar los conceptos más profundos y subjetivos de la familia; por ejemplo, Parella (2007) argumenta que el del hogar, como un lugar de residencia común, no se corresponde con la organización de la familia trasnacional, este concepto se superó en razón de un imaginario más amplio de pertenencia, al cual (Zlolniski, 1995) definió como espacios sociales plurilocales, ocupados de manera frecuente y alternada por algunos de los miembros de la familia trasnacional. Los beneficios de la migración circular de algunos de los integrantes de ésta se ven reflejados en la planeación y los procesos económicos; en efecto, la familia trasnacional ha roto con el sentido unidireccional de estos procesos, ya que su desarrollo va más allá del envío de remesas; existen, por ejemplo, una cantidad importante de asociaciones de obreros y jornaleros migrantes que, con sus acciones, han generado el surgimiento de comunidades trasnacionales, y que determinan el desarrollo en todos los espacios en que se encuentran los miembros de sus familias.
El retorno a México implica un desafío nuevo para las familias trasnacionales, debido a la dinámica en que se han desenvuelto; la reincorporación de los adultos al ámbito laboral y la inserción de los menores al sistema educativo mexicano, y su adaptación al contexto socioeconómico de la región fronteriza.
En este contexto, aquí se analiza el grado de asimilación e integración social de los menores migrantes procedentes de Estados Unidos asentados en Tijuana, Baja California, Nogales, Sonora y Ciudad Juárez, Chihuahua, junto con sus familias. El estudio considera las condiciones sociales, económicas, culturales y educativas que privan en esta región fronteriza, y la incidencia que tienen en la asimilación e integración social de dichos menores.
Este estudio de caso registra la asimilación e integración social, mediante las intenciones de los menores migrantes de retornar a aquel país o de permanecer en México para continuar sus estudios e integrarse al campo laboral; incluye una revisión del papel de la escuela a través de sus docentes en la asimilación escolar, y en la estimulación hacia los alumnos, así como de las condiciones de inseguridad imperantes en la frontera, y de cómo inciden en las percepciones de los menores migrantes respecto a su futuro.
Deportación y migración de retorno
A partir de 2002, la comunidad hispana en Estados Unidos se constituyó como la minoría étnica más grande, y desplazó a los afroamericanos al segundo sitio. En la actualidad, los hispanos suman más de 50 millones, lo que ha llamado la atención de las empresas que ofertan bienes y servicios, y también se han convertido en un grupo codiciado por los políticos, ya que representan un número importante de votos. Al respecto, la Asociación Nacional de Funcionarios Latinos Electos y Designados (2012) informó que en las elecciones presidenciales de 2012 votaron 12.2 millones de hispanos, y fueron un factor decisivo en el triunfo de Barack Obama, quien logró captar 67 por ciento del voto latino en su primera postulación y más de 70 en su reelección.
A pesar de lo anterior, la administración de Barack Obama ha sido la más enérgica en cuanto a los procesos de deportación, ya que incrementó el índice en 30 por ciento respecto a su antecesor, George W. Bush. Este aumento ha afectado más a los migrantes de origen mexicano, ya que representaron 69 por ciento del total de eventos ocurridos durante el año fiscal 2012-2013, si se considera a las diez naciones principales en cuanto al volumen de deportados (véase Figura 1). Durante los dos periodos de su administración, Barack Obama deportó a más de 2.8 millones de personas. Al finalizar el año fiscal 2016 (1 de octubre), 240 205 migrantes tuvieron que abandonar Estados Unidos por haber recibido órdenes de deportación (U.S. Immigration and Customs Enforcement 2016).
Antes los deportados retornaban a sus estados de origen, pero en fechas recientes las estadísticas señalan que están optando por permanecer en la frontera norte de México (Instituto Nacional de Estadística y Geografía, INEGI 2010) debido a que, en muchas ocasiones, cuando alguno o ambos padres son deportados deciden traer a su familia consigo y asentarse en las ciudades fronterizas, esto les permite estar cerca de los parientes que se quedaron en el lado estadounidense, además de conocer con prontitud la evolución de su situación legal para quienes, tras la deportación, iniciaron juicios de apelación ante autoridades en Estados Unidos. También facilita el tránsito diario de sus hijos que asisten a las escuelas; aunque también son comunes los casos en que los padres deciden inscribirlos en planteles mexicanos, por no contar con documentos legales para hacerlo en los estadounidenses, por comodidad o para controlarlos y vigilarlos mejor.
El retorno y el asentamiento de estas familias representa un gran reto para la estructura de gobierno y sociedad en México; ya Escobar et al. (s/f) señalaban que entre los desafíos principales está integrar al sistema educativo a un número todavía indeterminado de menores migrantes. El intenso tránsito de familias con menores, que buscan acceder a los servicios educativos tanto en México como en Estados Unidos, ha generado reacciones de ambos gobiernos, la instauración del Programa Binacional de Educación Migrante (PROBEM) es un claro ejemplo, que busca dar continuidad a los niños y jóvenes migrantes que han cursado una parte de su educación en México y otra en Estados Unidos mediante la expedición del Documento de Transferencia del Estudiante Migrante Binacional México-Estados Unidos (Transfer Document for Binational Migrant Student), que señala el último grado cursado y la equivalencia en el otro país.
Según informes de la coordinadora del PROBEM, en Baja California en el ciclo escolar 2014-2015 había 53 mil inscritos, con nacionalidad extranjera, y cada año se incorporan 4 mil niños migrantes de retorno (Calderón 2014). En el mismo sentido, los trabajos de (Zúñiga, 2013) revelaron que en Nuevo León, durante el ciclo escolar 2004-2005, había 11 mil niños inscritos en primaria y secundaria, que cursaron parte de sus estudios en Estados Unidos, 7 mil de ellos contaban con la nacionalidad mexicana y estadounidense; mientras que en el ciclo 2005-2006, en Zacatecas se registraron 7 500 alumnos con experiencia escolar en EE UU, de los cuales 5 mil ostentaban la doble nacionalidad.
En los resultados de (Zúñiga, 2013) también se ofrecen datos para Puebla, donde en el ciclo 2009-2010 se registraron 6 mil estudiantes trasnacionales, de los cuales 5 mil tenían las dos nacionalidades, mientras que en el de 2010-2011 en Jalisco, sólo en el municipio de Lagos de Moreno, hubo 46 mil casos de alumnos con experiencia académica en ambos países, y 35 mil de ellos contaban con la doble nacionalidad.
Los datos disponibles
Conocer la cantidad de niños traídos a México por sus padres migrantes es una labor compleja, en principio, por la diferencia técnica y semántica de los conceptos de repatriación, deportación y migración de retorno con los que se tipifican las causas del regreso, porque cada una implica circunstancias distintas. Por ejemplo, la repatriación, que técnicamente se entendería como el regreso a la patria, en los estudios y estadística sobre el tema suele tomarse como el acto de retorno, pero de quienes lo hacen al amparo del gobierno en el Programa de Repatriación Voluntaria al Interior y el Programa de Repatriación Humana, implementados por el Instituto Nacional de Migración de México, (INM, 2012; 2011). En éstos se apoya a los migrantes con pasajes de avión o de autobús comercial, para trasladarse de EE UU a sus comunidades de origen. Gracias al carácter gubernamental del programa, es posible obtener una estadística del número de personas que regresan al país.
No obstante, existe una cantidad importante de migrantes que retornan por sus propios medios, y porque así lo decidieron (sin ser deportados ni apegarse a programas de repatriación); la literatura sobre el tema se refiere a este acto como migración de retorno. Los “migrantes de retorno” vuelven al país a través de las puertas internacionales, donde no existe un control que indique la causa de salida y, por lo tanto, no siempre es registrada. En consecuencia, este grupo es sobre el que se tiene menos claridad acerca de su volumen ya que, si bien existen mecanismos útiles de conocimiento como la Encuesta sobre migración en la frontera norte de México (El Colegio de la Frontera Norte, 2013), es muy difícil identificar y diferenciar quiénes son migrantes de retorno. Hay que recordar que alrededor de un millón de personas y 300 mil vehículos cruzan todos los días la frontera entre México y Estados Unidos, pero la mayoría son residentes fronterizos que hacen el viaje diario para trabajar o ir a la escuela, además de una cantidad importante de turistas y de migrantes no mexicanos. En cambio, los retornos vía deportación sí son captados en la estadística, ya que en estos eventos la Patrulla Fronteriza estadounidense entrega a las personas a un agente del INM en México.
Otra problemática en el análisis estadístico es la categorización de los menores nacidos en Estados Unidos, que acompañan a sus padres mexicanos en su retorno al país, ya que no se les puede clasificar como repatriados, deportados o migrantes de retorno, porque técnicamente su situación no coincide con ninguno de estos conceptos. A pesar de ello, el Censo de población y vivienda 2010 logró captar a 648 367 personas, entre 6 y 17 años, que en el quinquenio anterior vivían fuera del país, y que en el momento del censo se encontraban inscritos en las escuelas mexicanas. Respecto a los que contaban con la nacionalidad estadounidense, el censo captó a 571 119 menores con esta característica (INEGI, 2012).
Metodología
No existe un control riguroso que discrimine y permita conocer la cantidad de menores mexicanos que acompañaron a sus padres en la migración de retorno; tampoco se conoce el número de los que, junto con sus familias, se asentaron en las ciudades fronterizas del norte de México. Esto imposibilita la realización de un estudio estadísticamente representativo sobre ellos. De cualquier manera, la población estudiada aquí no se consideró representativa, sino como un estudio de caso. La información analizada se obtuvo mediante la aplicación de la Encuesta sobre familias trasnacionales, educación y empleo (EFTEE) (Rodríguez, 2014), en una muestra de 414 alumnos de primaria, secundaria y preparatoria: 76 de Nogales; 165 de Tijuana y 173 de Ciudad Juárez. El estudio se complementó con 12 entrevistas a menores migrantes, donde se corroboró y validó el análisis en términos generales de la investigación.
La encuesta original incluye 70 reactivos distribuidos en cinco módulos, y forma parte de un proyecto de mayor alcance encabezado por José Guadalupe Rodríguez Gutiérrez. El número de casos por ciudad se relaciona estrictamente con los permisos obtenidos por escrito de los directores de las escuelas primarias, secundarias y preparatorias para la aplicación del instrumento. En la solicitud de permiso se explicó el objetivo de la investigación y se garantizó la confidencialidad y el anonimato de los datos, ya que en todos los casos se trató de estudiantes menores de edad.
Para realizar este trabajo sólo se extrajeron 13 preguntas de la encuesta mencionada, las cuales otorgaron datos respecto a los grados de asimilación e integración social en los menores migrantes, así como 12 entrevistas hechas a estudiantes con pasado migrante en Estados Unidos, sin importar si nacieron allá o en México. En todo caso, si fueron llevados a Estados Unidos o si nacieron allá, el desplazamiento hacia México implica un acto de migración, por lo que se utiliza el término de “menores migrantes”, indistintamente de las circunstancias en que esta migración haya ocurrido.
Asimilación e integración social de los menores migrantes
Los primeros trabajos sobre asimilación e integración social, relacionados con el fenómeno de la migración quizá se remontan a (Warnery Srole, 1945), donde los autores asumen que la asimilación de los migrantes está determinada por la capacidad de interiorizar los modelos socioeconómicos y culturales de la sociedad de acogida; el grado de asimilación determina a su vez la intensidad de la integración social. (Warner y Srole, 1945) describieron la capacidad con la que los inmigrantes europeos que llegaban a Estados Unidos lograban asimilar o interiorizar las costumbres y modo de vida anglosajona, y concluyeron que los grupos étnicos, cuya presencia era mayor e histórica en EEUU, tenderían a una integración social rápida y eficiente, la cual se vería reflejada, a su vez, en una mejoría en su integración laboral y, como consecuencia, también en sus condiciones de vida, respecto a los que no lograban una asimilación rápida.
De acuerdo con la tesis de (Warner y Srole, 1945), los migrantes de primera generación tienden a conservar su cultura y tradiciones, y se muestran poco receptivos a la incorporación de los modelos culturales y sociales del lugar al que arriban. En cambio, las generaciones siguientes son más abiertas a la sociedad, que empiezan a identificar como la propia, hasta lograr una integración total, incluso se celebran matrimonios mixtos (entre descendientes de migrantes y población nativa).
En las últimas dos décadas se propusieron replanteamientos a las teorías clásicas de la asimilación, como la de (Greenman y Xie, 2006), quienes en su investigación con grupos de migrantes hispanos y asiáticos demostraron que el grado de asimilación está muy relacionado con el tamaño de la diáspora; los asiáticos, por ejemplo, han logrado una adaptación que se refleja en sus ingresos y calidad de vida, mientras que los hispanos no han conseguido una gran asimilación, con efectos adversos en sus ingresos. Esto se debe a que los hispanos son tan numerosos, que los migrantes recientes establecen relaciones sociales con miembros de la misma comunidad limitando la convivencia con otras de migrantes y con la población nativa. El gran volumen de ellos dificulta su posibilidad de integración, así como la de sus descendientes, nacidos en el país hacia donde se emigró.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe, (CEPAL, 2006) señala que las segundas generaciones de mexicanos en Estados Unidos no se han integrado por completo por vías como el matrimonio mixto, la movilidad social y el acceso a la educación, la vivienda y el trabajo en condiciones similares a las de la población local. En cuanto a los migrantes de otros países latinoamericanos hacia EE UU, lejos de ocurrir una asimilación, más bien ha surgido una diversidad étnica y multicultural.
Aquí se analiza una migración con características particulares; no se trata de emigrar hacia una sociedad del todo distinta, ni de asimilar una cultura extranjera, sino de regresar al lugar de origen parental. Los menores que acompañan a sus padres en el retorno a México buscan incorporarse a una sociedad y una cultura que no les es del todo ajena, pero que tampoco la pueden considerar como propia.
En estas circunstancias se considera que durante la niñez, la familia y la escuela son los agentes socializadores principales, mediante los cuales los menores migrantes pueden concretar la asimilación de la estructura sociocultural de la sociedad a la que buscan integrarse; pero es la escuela la que en mayor medida pone al individuo en contacto con ella, y lo prepara para que pueda desarrollarse como miembro activo. Por lo tanto, para conocer el grado de asimilación e integración social de los menores migrantes, es imprescindible considerar el papel que la escuela está representando en este proceso. En principio, la incorporación de éstos al sistema educativo mexicano implica enfrentarse a la burocracia, para cumplir con la documentación necesaria para su inscripción, como conseguir las boletas de calificaciones y las actas de nacimiento traducidas al español y apostilladas.
Otra gran problemática radica en la diferencia entre los modelos educativos de los dos países, y principalmente en la atención y en el tiempo efectivo que los alumnos dedican a su formación; al respecto, la organización Mexicanos Primero (2011) señala que, en promedio, los niños mexicanos apenas tienen 562 horas efectivas al año en un ciclo lectivo anual de 200 días, mientras que en Estados Unidos, a pesar de que el ciclo es de 180 días, las horas efectivas son más, y promedian 710 al año.
Los resultados de la prueba pisa (Programme for International Student Assessment) Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, (OCDE, 2013) también reflejan una distancia acentuada en la calidad y la efectividad de los sistemas educativos en ambos países, ya que en los tres grandes campos de medición (matemáticas, lectura y ciencias), EE UU se coloca cerca de la media mundial, mientras que México se encuentra a 12 puestos del último lugar de una muestra de 65 países (véase Figura 2).
No obstante la importancia de la adaptación al sistema educativo mexicano, es aún más relevante la capacidad de asimilación e integración al contexto social y cultural de México; ya que dependiendo de la posibilidad de que ésta ocurra se tendrá éxito en la adaptación escolar. Al respecto, la EFTEE ha proporcionado datos que permiten conocer los grados de asimilación y adaptación, así como las características y circunstancias en que ocurren. De la muestra de 414 alumnos, 32.7 por ciento manifestó haber nacido en Estados Unidos, mientras que 67.3 eran migrantes de retorno; destaca el caso de Ciudad Juárez, donde 35.8 ostentó la ciudadanía estadounidense (véase Figura 3).
Una de las características de las segundas generaciones de migrantes mexicanos es que, por lo general, ellos desarrollan una adaptación a la cultura y la identidad que les permite interactuar tanto en la cultura donde están insertos, como en la de procedencia de sus padres (Galindo, 2009), esto debido a que en los hogares de mexicanos en Estados Unidos se suele conservar un ambiente tradicional que incluye el lenguaje, la comida y la música, entre otras particularidades de la cultura mexicana. Por lo tanto, el establecimiento de las nuevas relaciones sociales en la escuela no debería representar un obstáculo mayor para los menores migrantes. Al respecto, la encuesta incluyó un indicador que permite conocer su grado de integración; los resultados demuestran que, en general, la mitad de los encuestados ha logrado establecer relaciones de amistad estrechas con sus compañeros de escuela, destaca el caso de Ciudad Juárez, donde siete de cada diez alumnos tienen por lo menos tres amigos cercanos.
En la Figura 4 también destaca Tijuana, donde las cifras son contrarias a los resultados generales, ya que 75 por ciento de los alumnos encuestados manifestó tener sólo un amigo cercano, lo que sugiere menor capacidad de asociación. Esta tendencia es congruente con la información de la Figura 5, donde se sintetiza la relacionada con la propensión de emigrar de nuevo hacia Estados Unidos. En dicho reactivo se muestra que, de manera general, el regreso a la Unión Americana es un tema común de conversación entre los menores migrantes; 40 por ciento del total de la muestra platica “muy seguido” de su intención de retornar hacia aquel país, una vez más sobresale Tijuana, donde el porcentaje se incrementó a 73.3, mientras que la muestra de Ciudad Juárez es la más adaptada en este rubro, ya que 19.4 por ciento conversa de manera recurrente sobre la intención de trabajar en EE UU, en tanto que 36.1 nunca lo hace.
Por otro lado, la EFTEE reveló que la mayoría de los encuestados visualiza con cierto pesimismo el futuro, al relacionarlo con sus estudios y con el campo laboral en México, de ahí que 90.6 por ciento del total manifestó estar “muy de acuerdo” en cuanto a sentir temor de saber que estudiar no le garantiza empleo, frente a 5.6 que opinó estar en desacuerdo con esta aseveración (véase Figura 6).
Otro hallazgo importante, revelado por la encuesta, fue que 73 por ciento de los menores migrantes consideró que emigrar a Estados Unidos no garantiza encontrar empleo, como sí lo haría la opción de quedarse a estudiar en México.
A pesar de lo anterior, el mercado laboral en Estados Unidos sigue siendo un atractivo para los estudiantes asentados en las ciudades fronterizas donde se levantó la encuesta, dado que 92 por ciento está “muy de acuerdo” o “algo de acuerdo” en tener deseos de trabajar allá (véase Figura 8).
Respecto a la asimilación del sistema escolar, los datos arrojados por la EFTEE señalan que los alumnos con experiencia migrante se manifestaron poco satisfechos tanto con los modelos educativos implementados por los docentes, como con el entorno social que incide en el aprendizaje. Parece haber fallas en la didáctica, ya que 42.2 por ciento de los estudiantes expresó estar “muy en desacuerdo” respecto al reactivo: “en la escuela la enseñanza es acompañada de ejemplos entendibles que me hacen sentir que aprendo”. Esto demuestra que existe una comprensión deficiente de los temas y contenidos revisados en clase (véase Figura 9).
Aunado a lo anterior, tampoco existe una buena percepción sobre cómo los profesores estimulan el aprendizaje en sus alumnos; deducción basada en la respuesta de la muestra al reactivo “el profesor incentiva al aprendizaje”, con el que 44 por ciento opinó estar “muy en desacuerdo”.
Por otro lado, la inseguridad que se vive en las zonas fronterizas del norte del país sin duda repercute en la percepción de seguridad y en los procesos de enseñanza y aprendizaje. Chihuahua y Baja California ocuparon el primer y cuarto lugar del índice de inseguridad ciudadana y violencia en 2010, en tanto que Sonora se colocó en el onceavo, de las 32 entidades federativas (véase Figura 10).
La EFTEE también midió esta situación mediante la inclusión de un reactivo en el cual 63.4 por ciento de la muestra declaró estar “muy de acuerdo” o “algo de acuerdo” respecto a que “hay peleas y pandillas frecuentes al interior de la escuela que dificultan el aprendizaje”.
La inseguridad en estas regiones fronterizas es alarmante, y contrasta con la reportada en las ciudades pares del sur de Estados Unidos, por ejemplo, en Tijuana en 2012 se cometieron 332 homicidios: 20.5 eventos por cada 100 mil habitantes, mientras que en San Diego, California, hubo 47; la tasa fue de 3.5.
En Nogales, Sonora, ocurrieron 45 homicidios, es decir, una tasa de 19.48, mientras que en Nogales, Arizona, en el mismo periodo se reportó uno, esto representó una de 4.7. El caso más notorio es el de Ciudad Juárez, Chihuahua, donde en 2012 se registraron 656 homicidios; 48.97, y en El Paso, Texas, ocurrieron 23 eventos, lo que significó 3.4 homicidios por cada 100 mil habitantes.
Es muy probable que este escenario de inseguridad, además de dificultar el aprendizaje y la socialización, incida también en las proyecciones que tienen los menores migrantes sobre el futuro.Tanto en Tijuana como en Ciudad Juárez, el conjunto de alumnos que pretende terminar una parte de sus estudios e irse a trabajar a Estados Unidos es mayoría, respecto a quienes consideran estudiar y quedarse a trabajar en México (véase Figura 13).
Fuente: elaboración propia, con datos del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, A. C. (2013) y City Data (2013).
De acuerdo con los datos presentados en la Figura 13, los alumnos en Nogales son los más optimistas, ya que 72.4 por ciento pretende estudiar en México y no irse, incluso 58.6 piensa cursar una licenciatura; en contraste, 45 por ciento de los encuestados en Tijuana pretende terminar la secundaria y emigrar de nuevo a Estados Unidos, mientras que en Ciudad Juárez, 41.7 sólo intentará estudiar un curso técnico y después emigrar.
Conclusiones
El objetivo de esta investigación fue analizar los grados de asimilación e integración social de los menores migrantes procedentes de Estados Unidos, que acompañan a sus padres en su retorno a México.
Los datos obtenidos a partir de la Encuesta sobre familias trasnacionales, educación y empleo permitieron conocer, en primera instancia, la existencia y la estructura de las familias trasnacionales asentadas en la frontera norte de México: siete de cada diez menores de la muestra seleccionada manifestaron tener a su padre en Estados Unidos y a su madre en México. La información también dio cuenta de la capacidad de reproducción social e ideológica que permite la continuidad de la familia trasnacional, con base en los testimonios de 92 por ciento de los encuestados, quienes manifestaron tener deseos de trabajar en Estados Unidos y avizoran un futuro laboral allá; 42.2 sostuvo que trabajar en EE UU es, incluso, más importante que la familia.
La dependencia económica del mercado laboral estadounidense incide contundentemente en las estructuras familiares de estas ciudades fronterizas, de ahí que 35 por ciento de la muestra reportó que en su hogar se recibía dinero de algún familiar en Estados Unidos.
Respecto a la asimilación e integración social, si bien es cierto que el nuevo contexto no es del todo ajeno a la constitución cultural de los menores migrantes, también lo es que la inestabilidad económica y el clima de inseguridad restringen, de manera franca, la capacidad de interiorizar los modelos sociales para lograr una asimilación que a su vez permita una integración social en las ciudades fronterizas. La violencia reportada por los propios menores migrantes en el entorno social y escolar limita la convivencia necesaria para la integración social, esto se refleja en el menor número de amigos cercanos.
Es muy probable que esta percepción de inseguridad esté normando la opinión de muchos de los menores respecto a las decisiones sobre su futuro laboral, las expectativas oscilan entre la incertidumbre y la inestabilidad, y pese a que un gran porcentaje de la muestra cree que emigrar a Estados Unidos no es garantía de empleo, una mayoría quiere irse a trabajar allá, y fueron menos los que deseaban quedarse a estudiar en México hasta obtener una licenciatura y no emigrar a EE UU. La investigación también refleja una adaptación deficiente al sistema escolar, dado que la mayoría de los alumnos manifestó como no propicio el ambiente escolar para el desarrollo del conocimiento, tampoco perciben una buena didáctica en sus profesores lo que, aunado a las peleas constantes dentro de la institución educativa, dificulta su comprensión de los contenidos.
Por otro lado, el sistema educativo mexicano ha limitado sus acciones al establecimiento de acuerdos para facilitar los trámites burocráticos que permitan la inscripción, pero no necesariamente la integración a los planteles y al sistema educativo, dado que no existen diseños curriculares alternos para esta población significativa, tampoco alguna capacitación docente específica que le permita al magisterio adecuarse a sus características, condiciones y necesidades.
En conclusión, los datos revelados por la EFTEE permiten deducir que la asimilación e integración social son deficientes por parte de los menores migrantes, tanto al medio social y cultural, como al sistema educativo mexicano. Las causas principales de esta incapacidad para adaptarse al nuevo entorno radican en la marcada asimetría de los niveles y los tiempos educativos entre Estados Unidos y México, además del cambio social y principalmente en la inseguridad en las ciudades fronterizas. La población estudiada percibe que las expectativas del desarrollo son pobres en caso de quedarse a vivir en esta región, lo que determina también una propensión alta a emigrar hacia EE UU, con la consecuente incentivación que da continuidad a la familia trasnacional.