La agroecología latinoamericana como campo semántico y glotopolítico
El modelo agroindustrial y extractivo derivado de la revolución verde desestructuró la agrobiodiversidad de las regiones, homogeneizó el entorno alimentario de múltiples poblaciones (Torres, 2018) y transformó el lenguaje poligastronómico de la diversidad cultural en monólogos agrotecnológicos de exportación, lo cual fomentó relaciones desiguales de intercambios agroalimentarios, profundas dependencias alimentarias entre las regiones e incrementó la curva de diversas enfermedades metabólicas (por ejemplo, diabetes) (Clark, Hawkes, Murphy, Hansen-Kuhn y Wallinga, 2012; López y Jacobs, 2018; Moreno et al., 2015). Lo que propició la emergencia de “desiertos alimentarios” en el mundo (Reisig y Hobbiss, 2000) y por lo tanto aumentó la urgencia de aprehender los sistemas agroalimentarios de forma distinta. No es aventurado considerar, entonces, como premisa política, el cuestionamiento estético de Paul Cézanne: “Llegará el día en que una sola zanahoria, observada con los ojos nuevos, desencadenará una revolución” (Parsons, 1898, p. 3).
El posicionamiento de la agroecología como alternativa de producción agroalimentaria global y como concepto en codificación bajo la égida del sistema institucional de la Organización de las Naciones Unidas y de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (ONU-FAO) para la construcción de una agenda internacional agroecológica (Crispím Moreira, representante de FAO, 2019), remite al surgimiento de un rizoma social particular: múltiple, diverso y complejo, compuesto por campesinos que replican, reproducen y aprehenden de manera dialógica, en sus comunidades rurales, un determinado sistema de vida. De esta forma se origina la eclosión de un campo glotopolítico (Guespin y Marcellesi, 1986; Marabini, 2019) con un determinado nomos espacial y temporal en el que no están exentas las dinámicas de jerarquía, subalternidad, posesión de capital y distribución del poder (Agamben, 2010; Bourdieu y Wacquant, 1995, p. 64, en Fernández y Puente, 2009). En este contexto, la agroecología propone, a partir de los sistemas agropecuarios tradicionales, un aparato conceptual que se basa en la idea del uso sustentable de los recursos naturales (Meadows, Meadows, Randers y Behrens, 1972), y aparece como territorio de una gramática social particular en la que mediante sus propios lenguajes se condensan, recodifican y comunican de forma constante innumerables resistencias y movimientos sociales y se crean múltiples significaciones. Esas expresiones denotan la recuperación y la constitución del lenguaje de lo sustentable en la producción agroecológica, lo que se contrapone directamente con el monólogo de la productividad agrícola derivada de la revolución verde (FAO, 2007; Nuñez y Navarro, 2021) y se erige como campo de síntesis, discusión y aprehensión de las realidades rurales. Las características de este campo son:
1. La capacidad productiva y el bajo consumo energético de los sistemas agropecuarios tradicionales y campesinos es un modo de amortiguamiento, rescate, recuperación, fortalecimiento de la sustentabilidad y resiliencia ante el colapso de los sistemas agroalimentarios globales (Altieri y Nicholls, 2010; FAO, 2007; Toledo, 1994; Toledo, Carabias, Toledo y González, 1986).
2. La multiplicidad de sistemas locales agroalimentarios inventados y mejorados por campesinas y campesinos, grupos originarios, organizaciones rurales, investigadores rurales (de parcela y laboratorio), comunidades de consumidores, entre otros, originan una amplia coloratura sociocultural. Esta multiplicidad deviene en, y hacia, un bucle agroecológico derivado y deconstruido como sociosfera descolonizadora del lenguaje agroalimentario, y se legitima como un sistema glotopolítico latinoamericano, pleno de identidad, praxis y disonancia.
3. La disolución de toda neutralidad comunicacional emerge cuando se producen socioecosistemas complejos e imbricados que se fusionan y se diferencian entre sí a través de un periplo dialógico, lingüístico y de significación, pero que comparten la construcción de un lenguaje alternativo al hegemón semántico extractivo neoliberal (Rivas, 2005), mismo que, en la búsqueda de una ganancia “sin costos de producción” y aumento ad infinitum et fictus de la productividad, construyó una definición solipsista, insostenible y enajenada de las otredades de su propio origen (naciones, culturas, idiomas, territorios y pasado en común) (Aguilar, 2018).
En este contexto, la incorporación de la agroecología al lenguaje del sistema institucional global de la ONU-FAO es un argumento concreto de sustentabilidad ante la urgencia de tener alternativas agroalimentarias que permitan afrontar la descomposición de los sistemas agroindustriales del mundo. Sin embargo, esta afiliación sugiere canalizar la propia agroecología en dos campos interrelacionados: la vigilancia y la reconversión. Con respecto al primero, no hay que olvidar la posibilidad de que el aparato panopticular (institucional y político) del sistema internacional pueda asimilar al discurso agroecológico, insertándolo dentro de un amplio mecanismo legitimado para vigilar y controlar los movimientos, registrar los acontecimientos, garantizar (incluso aumentar) las asimetrías predeterminadas utilizando “coerciones sutiles” prediseñadas bajo una determinada jerarquía (Foucault, 2003, p. 205). Es decir, para establecer un poder visible e inverificable. Al respecto, hay que tener presente que la FAO, en cuanto que instrumento de gobernanza agroalimentaria mundial, es una institución en la que las luchas hegemónicas entre países y corporaciones desplazan los consensos ideológicos. Es una entidad que clasifica lo cultural de las comunidades como afiche simbólico y en la cual prevalece la descontextualización de las causas históricas, económicas y políticas que originan la pobreza (Pottier, 1999, p. 17). Su pretexto es una supuesta objetividad institucional, pero evita posiciones críticas ante las instituciones financieras globales -por ejemplo, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional- que determinan las políticas de desarrollo agroalimentario en el planeta; también evade la crítica a la creciente influencia de las corporaciones agroalimentarias multinacionales sobre dichas políticas (González, 2007).
La FAO, protagonista del sistema agroalimentario global de la posguerra, atestiguó la conversión conceptual de la agricultura al pasar esta de ser considerada un sector estratégico para la supervivencia de la población, la estabilidad de la economía y la autosuficiencia de cada país ⸻asegurando una oferta interna agroalimentaria, independientemente de las fluctuaciones de los mercados internacionales (antes de 1980)⸻ a considerarse un espacio de ampliación y prominencia del mercado como principal garante de la seguridad agroalimentaria. De ahí en adelante, esta última dependió de las divisas disponibles para comprar los alimentos necesarios en el mercado mundial (Fritscher, 2004). Esta nueva ideología del desarrollo se evidenció en el Documento de la Declaración de la Cumbre Mundial de la Alimentación en Roma en 1996 (González, 2007) y procreó nuevas tendencias y conflictos, así como la inclinación de la FAO hacia la biopolítica (Foucault, 2007) agroalimentaria corporativa-neoliberal, ya que en el control ideológico-mercantil de la dieta (de lo que se come) subyace el control de lo que se produce (cómo, cuándo, dónde, con quién, con qué insumos y a qué precios) y el abandono, por parte del Estado, de dicha responsabilidad.
Conviene entender las estructuras agroalimentarias como espacios para ejercer, de una manera ⸻no siempre⸻ pacífica, la dominación. No es aventurado pensar que los cambios en las dietas de las poblaciones implican percibir a estas últimas como mercados cautivos, lo cual significa luchas intestinas en organismos internacionales y globales, reguladores de la producción agroalimentaria (confluyendo en la FAO), para determinar el futuro balance del poder y de las ganancias de las corporaciones agroalimentarias globales (Cabrera, Hernández, Zizumbo y Arriaga, 2019; Santos, 2014, p. 49).
En función de esto, y de la posible reconversión agroecológica en el ámbito de la FAO, ¿significaría agroecologizar la agroindustria o industrializar la agroecología?, ¿o la agroecología pasaría tal cual (contestataria) al esquema de la FAO? No hay que olvidar que la semántica ficticia de productividad = progreso económico = desarrollo, derivada de la revolución verde, está arraigada en los modelos agropedagógicos actuales (trasmitidos por la vía escolarizada y por el extensionismo), por lo que es un constructo difícil de ser afectado, puesto que está en continua reafirmación e incluso incorpora ópticas críticas. Boltanski y Chiapello (1999) señalan que, a lo largo de la historia, la renovación del capitalismo pasa por su capacidad de asimilar la crítica anticapitalista y reconvertirla en sí misma en un instrumental de su “nuevo espíritu” para reformular los procesos de exclusión y miseria a través de “un orden político en el que la economía capitalista pueda desarrollarse sin encontrar resistencias demasiado fuertes y sin entrañar demasiadas violencias” (p. 242). Y así se puede observar en la debacle del ecologismo radical de las generaciones hippies de las décadas de 1960 y 1970 y en su reconversión hacia una apatía centralizadora, idílica-narcisista de hiperconsumo encarnada en la figura del yuppie, un chief executive oficcer (CEO) de cualquier corporación global (Ventura, 2017; Parker y Van-Sant, 1991). Dicha conversión de hippie a yuppie es prestablecida por los propios mecanismos de incorporación y transformación del capitalismo, lo cual ejemplifica un disciplinamiento social para un nuevo modelo de desarrollo (Teixeira de Carvalho, 1990).
Y, sin embargo, en el presente trabajo se sugiere que el propio discurso glotopolítico de la agroecología propone alternativas para deconstruir la biopolítica actual. No hay que olvidar que la agricultura tradicional campesina ha demostrado su eficacia en la producción de alimentos sin comprometer los recursos disponibles, mediante acotaciones y armonizaciones (El Bilali, Callenius, Strassner y Probst, 2018) de sustentabilidad muy claras: a) con una distribución del trabajo en términos comunitarios y sociales, es decir, no acumulativa y b) en función de una relación energética equilibrada entre las variables de la ecuación básica productiva (Toledo, 1994): (recursos naturales)(unidad producción)/número de personas a alimentar. Esto es: “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades” (Marx, 1977, p. 12) como base de la propia sustentabilidad (Meadows et al., 1972).
En relación con los índices de productividad que se requieren para alimentar naciones enteras con economías que fueron obligadas a tercerizarse durante los cuarenta años que duró el periodo neoliberal (Aguayo y Salas, 2002; López, 1999) y que siguieron olvidando cómo producir de forma sustentable (Florescano, 1980; Zaid, 2004, p. 138), ¿cómo podría modularse dicha productividad en los agroecosistemas impactados por el alto uso de agroquímicos desde hace sesenta años?, ¿con una agroecología productivista?, ¿y por cuánto tiempo? Porque intervenir las interacciones ecológicas de un sistema en un laboratorio o en una parcela es distinto a intervenirlas a escala de grandes sistemas de cuencas y de sistemas agrogeográficos en estado crítico, situación problematizada a través del concepto interseccional de escalamiento (scaling up) de la agroecología (Altieri y Toledo, 2010; Carabias, 2002; Ferguson et al., 2019; Troyo-Diéguez et al., 2010). En este sentido, se prevé (y se requiere) la construcción de sistemas glocales de reconversión agroecológica con la participación de todos los actores que intervienen para hacerla efectiva, sobre todo campesinas y campesinos tradicionales. La reconversión de la agroecología como concepto de la FAO podría ofrecer una oportunidad para responder a una escala distinta dichas preguntas, pero también abre una brecha de interrogantes y la necesidad de monitorear la semántica de esa futura FAO agroecológica.
Si bien esa cualidad panóptica-corporativista se ha generalizado en los ámbitos institucionales; por el contrario, en las comunidades, dadas sus cualidades contestatarias, se producen y ejercen otros mecanismos de participación menos verticales. Cobra sentido entonces el concepto de movimiento antisistema, ya que las subalternidades actuales también aprenden de los procedimientos institucionales y asimilan conceptos y formas de acción que (de manera ideal) refuerzan los propios movimientos sociales y agendas políticas que confluyen en la mesonarrativa agroecológica (Sousa, 2010, p. 59). Sobre ese punto, en el presente trabajo se sugiere que la raigambre glotopolítica de la agroecología, raigambre nutrida y reforzada a partir de la multiplicidad de sólidas categorías sociohistóricas, culturales, tecnológicas y hasta teológicas (Bartra, 1974; Bonfil, 1989; Freire, 1973; González, 1969; Marini, 1973; Palerm, 2008; Paré, 1977; Stavenhagen, 1981; Warman, 1976), nutre un acervo contestatario singular que no obedece a tiempos convencionales o a “ciclos de movilización” preconcebidos (Zibechi, 2021). En este sentido, la agroecología, al cuestionar el monolingüismo agroindustrial-extractivo por medio de la diversidad de sus historias y conceptos productivos, descoloniza la propia lingüística de la sociedad agroproductivista transformándola en hechos políticos, con derivaciones y problemáticas (no exentas de la reformulación de las prácticas de poder, autoridad, legitimación y debate) que confluyen hacia una clara y urgente concreción: reconstruir sistemas agroalimentarios sustentables para la producción de alimentos sanos.
Así, la construcción glotopolítica de una agroecología dialógica en el mundo de lo real significa métodos y formas de participación y debate en los que todos los actores, por igual, desde sus realidades, saberes o comprensiones, aprehenden, discuten y deconstruyen la propia semántica agroecológica (Nuñez y Navarro, 2021). Este tipo de aptitudes sistémicas se observan en la emergencia y en la evolución del concepto de soberanía alimentaria como mesonarrativa agroecológica, al articular práctica, saber y movimiento social a escala glocal.
La soberanía alimentaria: una semántica de la glotopolítica
El concepto de agroecología se fue cribando poco a poco a lo largo de la historia con el tamiz de los movimientos sociales y los análisis críticos y propositivos que exigían reconocer las potencialidades de la producción agrícola campesina tradicional (Toledo et al., 1986), así como los procesos de marginación a los que se le sujetaba (Nuñez y Navarro, 2021). Por su parte, el concepto de soberanía alimentaria era una noción arraigada en el proyecto nacionalista y desarrollista, enarbolado por el Estado mexicano corporativista desde mediados del siglo XX, antes del periodo neoliberal (Garza, 1987; Herrera, 2009; Programa Nacional de Desarrollo Rural Integral, 1985). Si bien las dos nociones tenían una raíz más o menos similar, ambas apuntaban a direcciones distintas. El agotamiento del modelo económico “Milagro” mexicano produjo, a finales de la década de 1980, una sobreposición entre el carácter populista estructural del Estado y la desregulación y gobernanza neoliberales, lo que disolvió el programa de arengas nacionalistas que se sustituyó por posiciones más pragmáticas y empresariales. Esto le procuró a la movilización social, de forma colateral, asideros conceptuales e ideológicos y críticos producidos por las propias contradicciones del nuevo modelo económico (Cadena, 1997; Entrena, 2001; Leal, 2016; Rodríguez, 2009).
En abril de 1996, en la II Conferencia Internacional de la Vía Campesina (Tlaxcala, México) y en protesta por la masacre de Eldorado do Carajás (Brasil), acaecida el 17 de abril de 1996, en la que mataron a 23 campesinos que marchaban para solicitar la expropiación de la hacienda Macaxeira, ocupada por 3 500 familias sin tierra, se realizó la Declaración de Tlaxcala:
Frente a un ambiente cada vez más hostil a los campesinos y pequeños agricultores en todo el mundo, nuestra respuesta es desafiar de forma colectiva sus condiciones. Nos une el rechazo a las condiciones económicas y políticas que destruyen nuestras formas de sustento, nuestras comunidades, nuestras culturas y nuestro ambiente natural. Estamos determinados a crear una económica [sic] rural basada en el respeto a nosotros mismos y a la tierra, sobre la base de la soberanía alimentaria, y de un comercio justo. Asegurar el desarrollo rural incluyente, que reconozca la importancia de la contribución de las mujeres en la producción de alimentos, es nuestro compromiso. Exigimos una reforma agraria auténtica que devuelva sus territorios a los pueblos indígenas, que le otorgue a los campesinos sin tierra y a los agricultores pequeños propiedad y control de la tierra que trabajan. (Vía Campesina, 1996a)
Con esta declaración, el concepto de soberanía alimentaria se reformuló de manera radical como binomio políticosocial contestatario y se resignificó como vía dialógica para los campesinos frente al sistema agrícola convencional (véase Figura 1). En una posición frontal, Vía Campesina expuso la necesidad de construir la articulación de los pulsos sociales que buscan recuperar las capacidades de autosustento e inclusión de las comunidades campesinas como agentes políticos autónomos y no meros receptáculos de modelos y políticas agrícolas. Conceptos como campesino(a), tierra, regiones, agricultores, organizaciones, entre otros, emergieron como conceptos superlativos1 hacia un área política de convergencias, inquietudes, propuestas y diálogos entre campesinos, tejiendo una nube conceptual semántica de identificación y apropiación de identidad.
Esta concepción de soberanía alimentaria se sistematizó y condensó en la Cumbre Mundial de la Alimentación (noviembre de 1996). De acuerdo con la FAO, se promulgó y propuso:
I. Garantizar las condiciones políticas, sociales y económicas más convenientes para conseguir alimentos. II. Velar por que las políticas e instituciones contribuyan a mejorar el acceso de todos a una alimentación nutricionalmente adecuada y sana. III. Atender las necesidades transitorias y urgentes de alimentos sin entorpecer el desarrollo y la capacidad de los sistemas productivos para satisfacer las necesidades futuras de alimentos. IV. Velar por que las políticas alimentarias, agrarias y de desarrollo rural favorezcan un suministro de alimentos suficiente y estable a nivel familiar, nacional y mundial, y promover el desarrollo agrícola y rural sustentable. V. Velar que las políticas de comercio alimentario y agrícola sean favorables a la Seguridad Alimentaria. VI. Promover inversiones en la producción agrícola, forestal y pesquera sustentable y en el desarrollo de actividades posteriores a la producción, así como en el apoyo a la investigación, infraestructura y servicios. VII. Participar en la aplicación y vigilancia del Plan de Acción de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación. (FAO, 1996)
Según Vía Campesina, dichas posturas contenían un trasfondo estructural cuestionable, ya que seguían: 1) apoyando el modelo de producción responsable de las contradicciones agroalimentarias actuales; 2) ignorando la capacidad agroecológica y sustentable de los sistemas agropecuarios tradicionales, 3) obviando el derecho de cada nación a mantener y desarrollar su propia capacidad para producir sus alimentos básicos; y 4) no aceptaban que estas propuestas campesinas fueran parte de una construcción política distinta y más amplia, o sea, parte de la soberanía alimentaria (Vía Campesina, 1996b). En este contexto, Vía Campesina introdujo en el discurso oficial del desarrollo rural elementos semánticos críticos sobre políticas regionales y locales de desarrollo agroalimentario. Sugirió un sextálogo fundacional para construir la soberanía alimentaria: 1) la alimentación como un derecho humano; 2) acceso a la tierra y devolución de los territorios indígenas; 3) manejo campesino sustentable de los recursos naturales; 4) apropiación del comercio agroalimentario, producción de autoconsumo y comercio justo; 5) detener el control institucional, corporativo y financiero sobre los sistemas agroalimentarios y elaboración de políticas agrícolas; y 6) intervención directa de campesinos y pequeños productores en la formulación de políticas agrarias en todos los niveles (Vía Campesina, 1996b).
Estas dos posturas marcaron el inicio de una dialéctica central entre mesonarrativas, racionalidades, conceptualizaciones y cosmovisiones que han moldeado la discusión agroalimentaria a escala global. Han evidenciado una disociación cada vez más amplia de visiones, de modo que han conformado dos frentes conceptuales sistémicos sobre el tema agroalimentario: seguridad alimentaria como un concepto diversificado pero tecnológico (El Bilali et al., 2018), comercial y geopolítico; y soberanía alimentaria como un concepto de legitimidad, independencia y descolonización, politicosocial. La formulación de este último concepto produjo (sigue haciéndolo) una creciente articulación de movimientos y de actores sociales en el mundo, por lo tanto, un bucle de epistemologías y semánticas productivas diferentes y relativas al desarrollo agroalimentario local. Dicha dinámica procreó una mayor conjunción y discusión del mismo concepto a lo largo del tiempo, generando un nomos glotopolítico agroecológico, en constante cambio, integrando múltiples conceptos, y empoderando unos sobre otros. Tal y como se puede observar en los concentrados semánticos de cada foro mundial sobre soberanía alimentaria y agroecología de los últimos veinte años (véase Figura 2).
Fuente: elaboración propia con datos de Comité Internacional de Planificación de ONG-OSC [CIP] (2002), Red de Soberanía Alimentaria de los Pueblos [RSAP] (2003), Foro para la Soberanía Alimentaria de Nyéléni [FSAN] (2007), Comité de Pilotaje Internacional-Foro Paralelo de las Organizaciones de la Sociedad Civil [CPI-OSC] (2009), Foro Europeo para la Soberanía Alimentaria-Nyéléni Europa [FESZNE] (2011), Foro Internacional de Agroecología, Nyéléni [FIAN] (2015), Cumbre de los Pueblos [CUMPUE] (2017) y Vía Campesina (2009 y 2019).
La reformulación del concepto de soberanía alimentaria dilató y diversificó el debate agroalimentario, exponiendo: a) la necesidad de explorar nuevos procesos organizacionales en los sistemas agroalimentarios y b) una dialéctica de meso-narrativas, racionalidades, conceptualizaciones y cosmovisiones sobre la forma de vivir y entender el mundo campesino, indígena y agroalimentario. El concepto de soberanía alimentaria se fue trasladando desde una declaración social y política (1996) hacia una declaración sociopolítica económica, cultural e institucional, por lo que se transformó en un marco biopolítico dirigido al intento de modificar el amplio horizonte de estructuras agroalimentarias en el mundo.
La noción de soberanía alimentaria discute y antepone el derecho a producir y el derecho a alimentarse, sobre todo porque “la mayoría de los que padecen hambre y desnutrición en el mundo son productores de pequeña escala y productores sin tierra” (Windfuhr y Jonsén, 2005, p. 14), lo cual va convirtiéndola en un distintivo de protesta y movimiento campesino glocal descentralizado (la pobreza es igual, aunque hable, coma y se vista distinto). Y en toda esta travesía de 23 años, dicho concepto ha experimentado diversos altibajos, aunque se mantiene como eje de discusión y expresa la complejidad de las realidades y la riqueza de las innovaciones que lo han ido conformando. Esta travesía permite evidenciar parte de su transformación: si bien van emergiendo otras construcciones conceptuales alrededor de la soberanía alimentaria, la meseta narrativa va condensándose (canalizándose) y ralentizándose como sistema institucional de discusión (Giraldo y Rosset, 2016), abriendo diversas posibilidades de análisis (véase Figura 3).
Fuente: elaboración propia con datos de Vía Campesina (1996b, 2008, 2009 y 2019), Foro Mundial sobre Soberanía Alimentaria [FMSA] (2001), FAO (2002), CIP (2002), RSAP (2003), FSAN (2007), CPI-OSC (2009), FESZNE (2011), FIAN (2015), CUMPUE (2017).
La discusión del concepto de soberanía alimentaria ha producido un amplio cuestionamiento al desarrollo agroalimentario convencional en el mundo, sobre todo a partir de la agroecología puesto que es un campo operativo y biopolítico que se diversifica y se amplía como movimiento social al integrar áreas de investigación, de producción agroalimentaria y de movilización social. Esta transformación ya había sido formulada desde distintas posiciones epistemológicas, en términos de saberes y prácticas (Altieri, 1995; Gliessman, 2010; Gliessman, García y Amador, 1981; Toledo et al., 1986), pero como movilización de la diversidad social alcanza un punto crítico a raíz del levantamiento zapatista en 1994 (Bellinghausen, 2005, 2017) y de la Declaración de Tlaxcala (1996), lo que abre un parteaguas al definir lo agroecológico como producto de la diversidad contestataria de las agriculturas tradicionales e indígenas, ya que cada agroecología está discutiendo, desde un marco glotopolítico particular, la forma de recuperarse y diversificarse, e incluso ampliarse, a fin de contar con sistemas agroalimentarios sustentables.
Todo lo anterior permite formular las siguientes preguntas: ¿cómo se está construyendo en la actualidad el concepto de agroecología en América Latina? y ¿cuáles son los superlativos conceptuales que expresan la agroecología latinoamericana en sus distintos territorios?
Cabe señalar que discernir sobre la totalidad de la semántica regional agroecológica en América Latina es un ejercicio sin solución para las modestas acotaciones de este trabajo. Incluso si tratáramos de abarcarla a escala local, cualquiera de sus historias desbordaría por sí misma las limitaciones de esta narración. Sin embargo, tratar de entender la semántica de la agroecología no es un problema irresoluble. De hecho, su emergencia como concepto institucional e internacional remite a la necesidad de indiciarla. Esta sería una de ellas. En esta dirección, esta discusión del tema no es conclusiva, es solo una visión fragmentada para ilustrar algunas dudas sobre la construcción, complejidad y estructura semántica de la agroecología a escala glocal. Por lo tanto, esta contribución es solo exploratoria.
Metodología: una imagen agroecológica de mil palabras
La raigambre glotopolítica de la agroecología indica que la diversificación y la integración de su lenguaje se van modificando en función de las realidades desde las cuales se discute, expresa o representa la agricultura campesina tradicional. En el presente trabajo se está considerando como modelo de integración agroecológica regional la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (SOCLA), la cual plantea: a) incidir en la investigación, la enseñanza y la difusión de la agroecología, b) difundir los principios de sustentabilidad en los sistemas de producción y en los sistemas alimentarios y c) crear procesos de escalonamiento (social y político) de la agroecología (SOCLA, 2019). Ese planteamiento ha permitido integrar una plataforma regional de vinculación alrededor de la práctica, del análisis y de la discusión de distintos campos agroecológicos, a saber: sustentabilidad de los sistemas agrícolas locales, producción e impacto ecológico de los organismos genéticamente modificados (OGM), los biocombustibles, la huella climática de la agricultura agroindustrial y el mercado extractivista de recursos naturales a escala mundial (FAO, 2021).
Dicha capacidad de convocatoria de la SOCLA reunió 3 126 trabajos de investigación agroecológica, elaborados por 7 716 autores, presentados en cinco congresos latinoamericanos de agroecología ⸻México-2011, Perú-2013, Argentina-2015, Brasil-2017 y Ecuador-2018⸻ (SOCLA, 2011, 2013, 2015, 2017, 2018), en los que participaron veinte países del subcontinente. El conjunto de trabajos se divide en dieciséis áreas de investigación agroecológica (considerando las propias subdivisiones de las mesas y de los grupos de trabajo propuestos para cada congreso): producción orgánica, investigación y pedagogía, conocimiento tradicional agroecológico, agrosociobiodiversidad, manejo agroecológico de los recursos, soberanía alimentaria, sistemas de producción, sectores sociales, políticas y agroecología, territorios y medio ambiente, resiliencia y cambio climático, agroecología y economía, movimientos sociales, sustentabilidad, agrotóxicos y transgénicos y perspectivas metodológicas. Por lo tanto, se determinó:
1. Considerar el censo de los trabajos presentados en la (SOCLA, 2011, 2013, 2015, 2017, 2018) ya que, en su mayoría, describen y analizan componentes y dinámicas de agroecosistemas particulares, lo que supone: a) parámetros locales, no probabilísticos, sino predeterminados, desde las necesidades, recursos, instituciones y objetivos de cada investigador; por lo tanto, es un indicador de la construcción semántica agroecológica local; y b) la cantidad y la calidad de trabajos que se analizaron permiten explorar integraciones epistemológicas regionales y, en consecuencia, tener acceso a una determinada carga semántica agroecológica de dichos documentos. Cabe señalar que hay una ingente producción bibliográfica sobre agroecología, y el uso de indizadores genéricos (WOS, Scopus, SciELO) para acotar una determinada producción científica hubiera permitido caracterizaciones generales de distintas áreas institucionales agroecológicas (Law y Whittaker, 1992; Padilla et al., 2017; Wezel y Soldat, 2009). Sin embargo, los criterios metodológicos, tecnológicos, comerciales y políticos que fundamentan dichos indizadores limitan el propio carácter genérico del análisis, pues no integran todo el conocimiento producido, por lo cual este se ve impedido para profundizar en la epistemología del tema propuesto (Devyatkin, Nechaeva, Suvorov y Tikhomirov, 2018).
2. Concentrarse en la composición semántica de cada resumen de los trabajos presentados, puesto que contienen una construcción abreviada en la que se condensan los elementos más neurálgicos de un manuscrito científico: introducción, objetivos, resultados, discusión y conclusiones. De hecho, cada medio de difusión científica exige dicho apartado de comunicación, por lo que cada resumen expresa: a) el manejo sintético que el autor tiene de su propio trabajo, lo que supone un filtro cognitivo, definido y sistémico, así como b) una combinación emotiva y racional del autor, que tiene como objetivo despertar el interés de un posible lector de su trabajo (Almeida, Matías y Fernández, 2010; Devyatkin et al., 2018; Quintanilla, 2016; The Writing Center, 2011).
3. Suponer la existencia de un bagaje contextual en cada concepto contenido en los resúmenes, ⸻por lo tanto, también cualidades como maleabilidad, apertura y capacidad para expresar iconográficamente contextos y significados derivados de su entorno conceptual⸻, posibilitando su exposición como mapas semánticos subyacentes (Freire, 1973, p. 17; Leydesdorff y Welbers, 2011). Considerando dicha capacidad de significación y tomando en cuenta la propiedad contextual y reticular del discurso agroecológico, así como la posibilidad de expresar una determinada explicación de su posible significado a través de medios iconográficos (Brandes, Raab y Kenis, 2005; Tufte, 1997, p. 9), se decidió por una aproximación lexicométrica para exponer tendencias y voces conceptuales emergentes en los constructos semánticos. Con esta aproximación se visualizaron jerárquicamente, como nube de palabras (word clouds), los conceptos mejor valorados o frecuentados por los autores de los textos revisados y su representación sintética, lo que significó tener una aproximación general a las prominencias ideológicas contenidas en el propio lenguaje agroecológico.
Cabe señalar que esta cualidad iconográfica del discurso remite a la propiedad pictórica del texto hecho imagen: como subdivisión prismática (Mallarmé, 2007) susceptible de conceptualizarse como objeto de comprensión y de observación, en consecuencia, puede medirse, diseccionarse y organizarse sobre la base de los matices, los acentos y las insistencias de las voces que contiene (Percia, 2016). Por lo tanto, el texto también es un plano para dibujar y descomponer su propia gramática en términos de facetas, colores y armonías (Peña, 2012), lo que significa devolverlo a su condición primigenia de imagen (Christin, 1995), permitiendo, en este caso, suponer y aprehender a la agroecología como un “mural” semántico que, siguiendo a González (2015, p. 23), busca reclamar un territorio y espacio para expresar las asimetrías semánticas de su propia diversidad, por lo que logra mostrar un rostro complejo de la modernización de la propia ágora agroecológica y ampliar, por consecuencia, el esquema tradicional de comunicar la agroecología al proponer, a través de una “nube” de palabras, una semántica descentralizada, una realidad que tal vez no se logra mirar en su totalidad, dada su complejidad contextual. Sin embargo, siguiendo a Benjamin (1989, p. 45), se pretende entender la diversidad de la propia semántica agroecológica proponiendo su reproductibilidad técnica como imagen proyectada en forma de nube estilizada de palabras que, al evidenciar la diversidad desde la cual debería observarse la propia agroecología, propone la descentralización de su propia semántica escapando de esquemas, incluso académicos. La intención de las nubes semánticas es mostrar la prominencia, el encumbramiento y la diversidad conceptual en forma de torrente semántico. En este contexto, la imagen agroecológica, como expresión de su propia realidad, arrojada a la percepción de cualquier espectador cotidiano, según Benjamin (1989, p. 51), adquiere una calidad táctil e inasible; , por lo que cada nube semántica, como imagen de la propia realidad agroecológica, posibilita la idea de “tocar” -alcanzar- parte de su complejidad semántica, pero la diversidad conceptual que integra a cada nube (desde los conceptos más obvios hasta los más pequeños, casi imperceptibles) evidencia una realidad inasible en su totalidad conceptual y semántica. De aquí se derivan las posibilidades de la agroecología de: a) dejarse ver en nuevos espacios sociales, tratando de abarcar toda la personalización y humanización de los paisajes que la integran, y de simplemente estar a disposición de que todo mundo la vea y consuma gratis (Hernández, 2013; Maldonado, 2019; Vintimilla, 2014, p. 18); y b) la generación de nuevas vías dialógicas por parte de las generaciones más jóvenes que buscan, más que espacios para monologar, espacios para reivindicarse.
Instrumentos
Para realizar este análisis se agruparon los textos revisados en distintos niveles organizacionales:
1. Se sistematizaron las declaraciones sobre la soberanía alimentaria hechas entre 1996 y 2019 en diversos foros sociales, con lo cual se crearon nubes semánticas de cada declaración, distinguiéndose los superlativos conceptuales y las frecuencias estadísticas de estas.
2. Bajo el supuesto de continuums estructurales agroecológicos regionales, es decir, como sistemas construidos social, agrícola y culturalmente (Berdegué et al., 2019), se propusieron comuniones conceptuales agroecológicas en países con geografías y agroecosistemas con elementos históricos comunes, por lo que los documentos se organizaron por región latinoamericana: Mesoamérica (México), Centroamérica y el Caribe (Cuba, Costa Rica, El Salvador, Nicaragua, Panamá, Puerto Rico); Sudamérica andina (Bolivia-Perú-Ecuador); Sudamérica atlántica (Colombia-Venezuela-Brasil) y Sudamérica-Cono sur (Chile, Uruguay, Paraguay, Argentina).
3. La diversidad agroecológica de cada país latinoamericano permitió crear nubes semánticas de cuatro países representativos considerando los siguientes criterios: por año de participación y como sistema semántico quinquenal. Estas nacionalidades representativas (en los congresos de la SOCLA) fueron: Brasil (68.9%),2 Argentina (7.3%), México (8.0%) y Colombia (5.2%).
4. Cada nube semántica expuso una construcción sistémica conceptual, única, amplia y compleja en cantidades y cualidades de nociones, ideas, significaciones. Ante esto, y teniendo en cuenta solo aquellos conceptos superlativos que permitieran una interpretación particular y planteamientos hipotéticos acerca de la aglomeración conceptual de cada nube, se aventuraron sumarios conceptuales tratando de evidenciar el principal patrón semántico de cada nube de palabras. No se niega que este tipo de ejercicio analítico encierra múltiples aspectos subjetivos, pero esta clase de criterios “también están presentes en otros cuantificadores actualmente en uso. En todo caso, no se trata de un problema insoluble” (Max-Neef, 1982, p. 61).
5. En la elaboración de cada nube semántica se discriminaron, de cada conjunto de textos, todos los monosílabos, nombres propios, números, puntuaciones y sustantivos sin contexto y de este modo se obtuvieron algunos conceptos contextuales prominentes que se sistematizaron y agruparon en forma de nubes semánticas de acuerdo con los niveles organizacionales mencionados.
6. Las nubes de palabras, la discriminación de conceptos y la estadística correspondiente de los resultados mostrados a continuación se realizaron con el programa Word Art (https://wordart.com).
Discusión y resultados
La evolución de la agroecología se expresa en las dinámicas diferenciadas de la prominencia, intermitencia o descomposición de las distintas voces semánticas que la componen (Nuñez y Navarro, 2021), lo que permite concebirla como una meseta glotopolítica en constante recomposición desde sus propios subsistemas glocales. En este caso, este análisis se remite a dichos comportamientos y explora algunas de sus tendencias generales.
Voces agroecológicas en regiones de América Latina
Mesoamérica, Centroamérica y el Caribe
En la región de Mesoamérica,3 Centroamérica y el Caribe (México, Costa Rica, El Salvador, Nicaragua, Panamá, Cuba y Puerto Rico) los sistemas agroalimentarios poseen amplias diferencias de fondo. Sin embargo, en términos de insumos y de tipo de agricultura, poseen características en común. Así, las principales preocupaciones agroecológicas se estructuraron alrededor de la siguiente dialógica: sistema de producción y manejo agroecológico como un proceso agrícola medible, sustentable y comunitario. Sobresalieron, de igual forma, elementos como suelo, familia y maíz, entre otros (véase Figura 4).
América del Sur, dada su amplitud y complejidad, y retomando el criterio de afinidades geográficas, se dividió en tres regiones y mesetas semánticas: andina, atlántica y Cono sur.
Sudamérica andina (Bolivia, Perú y Ecuador)
Para esta región, dada su complejidad y extensión geográfica, la estructura de superlativos conceptuales se dinamizó alrededor del constructo glotopolítico: el sistema de producción agroecológico, como un área de investigación y evaluación a partir de unidades, tales como suelo, familia y tipo de cultivos, siendo el objetivo de este sistema, social y local, el manejo sustentable de la agricultura (véase Figura 5).
Nota: se incluyeron solamente los principales conceptos.
Fuente: elaboración propia con datos de la SOCLA (2011, 2013, 2015, 2017, 2018).
Sudamérica atlántica (Colombia, Venezuela y Brasil)
Para la región de Sudamérica atlántica, y suponiendo un continuum geográfico, su complejidad agrícola produjo un universo semántico amplio y dialógico, donde sobresalió, como trasfondo conceptual y glotopolítico, la producción familiar agroecológica, como un sistema agrícola que integra comunidad, suelo, conocimiento e investigación rural (véase Figura 6).
Nota: se incluyeron solamente los principales conceptos.
Fuente: elaboración propia con datos de la SOCLA (2011, 2013, 2015, 2017, 2018).
Sudamérica Cono sur (Chile, Uruguay, Paraguay, Argentina)
En el caso de la región Sudamérica Cono sur, la glotopolítica conceptual se expresó a través de un cúmulo causal compuesto por la dialógica sistema de producción agroecológica a partir del manejo sustentable de los cultivos y el suelo (véase Figura 7).
Nota: se incluyeron solamente los principales conceptos.
Fuente: elaboración propia con datos de la SOCLA (2011, 2013, 2015, 2017, 2018).
Las anteriores preocupaciones conceptuales regionales produjeron un continuum sistémico agroecológico múltiple y heterorreactivo de acercamientos y distanciamientos conceptuales. Las principales preocupaciones agroecológicas para las regiones de Mesoamérica, Centroamérica, Caribe y Sudamérica-Cono sur se construyeron alrededor del concepto superlativo sistema. Para las regiones de Sudamérica-andina y Sudamérica-atlántica el principal concepto fue producción, pero fue la segunda preocupación conceptual para Mesoamérica, Centroamérica, Caribe y Sudamérica-Cono sur. Para Sudamérica atlántica, el concepto familia ocupó la segunda posición, y para Sudamérica andina fue el de sistema. La tercera preocupación conceptual para Mesoamérica, Centroamérica, Caribe y Sudamérica-Cono sur la constituyó cultivo. Sudamérica andina se inclinó hacia suelo y Sudamérica atlántica hacia trabajo. Este último concepto constituyó la cuarta preocupación en las regiones de Mesoamérica, Centroamérica, Caribe y Sudamérica-Cono sur. En el caso de Sudamérica atlántica, este lugar lo ocupó el concepto de sistema, y para la región Sudamérica andina, el concepto fue familia. Cabe subrayar que cada concepto remite a mesetas narrativas agroecológicas, las cuales, en el momento de discutir procesos sociopolíticos, también discuten procesos agronómicos, de ahí su potencial e innovación como sistema sustentable de vida (véase Figura 8).
La agroecología en países de América Latina SOCLA (2011, 2013, 2015, 2017, 2018)
De acuerdo con el análisis de frecuencias por país, 30.79% de los autores participantes en la SOCLA provino de cuatro países: Brasil (47.47%),4 Argentina (22.77%), México (18.06%) y Colombia (11.70%). Dicha prominencia permitió abordar cada sistema semántico como una forma regional agroecológica. En este sentido, la noción de mesetas glotopolíticas agroecológicas se traslada a escala de país, donde el rizoma social es más específico, pero no menos diverso. En esta dirección, el aparato conceptual con que se visualizan los sistemas agrícolas campesinos es desde una semántica particular.
Argentina, 2001-2018
La agroecodialógica argentina se ha desarrollado alrededor del concepto de sistema, aunque en 2011 el concepto prominente fue desarrollo rural acompañado de construcción agroecológica. En 2013, lo social estuvo definido como un sistema de producción acompañado de variables tales como semilla, suelo, saber y ambiente. En 2015 la investigación se concentró en el sistema de producción enfocado en el manejo del cultivo, suelo y ambiente. En 2017 se enfocó en el sistema agroecológico como medio de producción. En 2018 la construcción conceptual fue alrededor del sistema de producción agroecológico y su diversidad expresada en la relación Productor-cultivo. Entre los principales superlativos en la investigación agroecológica, sobresalió el concepto sistema, seguido por cultivo y trabajo. En 2015 se encontró el mayor número de investigaciones con este concepto, pero en el congreso de 2017 todos los conceptos presentaron una baja. Los más significativos en este decremento fueron: sustentabilidad, ambiente, cultivo y productor. El concepto de suelo tuvo la caída más drástica en 2017. En el congreso de 2018 los conceptos se mantuvieron constantes, a excepción de sustentabilidad, que mostró un incremento significativo (véase Figura 9).
Brasil, 2001-2018
En Brasil, el discurso agroecológico se ha desarrollado de manera versátil alrededor del concepto producción: en 2011 el análisis se enfocó en el sistema del área rural perteneciente al ambiente y en el impacto social de la producción. En 2013 se distinguió la producción y la relación entre planta y agricultor dentro del sistema agroecológico. En 2015 el discurso se concentró en el análisis de la producción y en el sistema de trabajo conformado por las variables suelo y especie. En 2018 el enfoque cambió de forma radical, ya que el concepto de producción desapareció y fue sustituido por investigación de los sistemas agroecológicos y su impacto social y familiar. Al analizar la tendencia de superlativos agroecológicos, se puede enfatizar en el decremento de cada concepto, aun en el dominante, que es producción. Cada uno de los conceptos tuvo un crecimiento significativo entre 2011 y 2013, pero en 2015 todos ellos tuvieron una baja considerable. En 2018 el concepto de investigación sustituye al de producción, como el más frecuente en el análisis agroecológico de los procesos agrícolas de Brasil (véase Figura 10).
Nota: para evitar la estadística atípica de 2017, se procedió a ponderar el valor de dicho año utilizando la fórmula convencional de incremento entre 2017 y 2018: (valor final - valor inicial) / valor inicial.
Fuente: elaboración propia con base en datos de la SOCLA (2011, 2013, 2015, 2017, 2018).
Colombia, 2001-2018
La narrativa agroecodialógica de Colombia se fundamentó en el concepto de sistema. De hecho, en cada año de los congresos analizados, este concepto se mantuvo presente, aunque con diversos enfoques. En 2011 se concentró en el proceso agroecológico con énfasis en las prácticas dentro del agroecosistema. En 2013 se analizó el sistema de producción agroecológico como un proceso social. En 2015 fue el sistema de la finca como un proceso social y del agroecosistema. En 2017 el enfoque fue alrededor del sistema agroecológico y el manejo del agricultor del cultivo en la finca. En 2018 en el discurso cobró importancia el concepto de sustentabilidad dirigido al proceso de producción sustentable en el sistema agroecológico y al proceso de producción alimentaria en la comunidad. Los principales superlativos subrayados para la investigación agroecológica en Colombia fueron doce. El dominante fue sistema, seguido por comunidad, sustentabilidad y agroecológica o agroecológico. El concepto de sistema tuvo valores similares en 2013 y 2015 para después descender de manera drástica en 2017. En 2018 tuvo un ligero incremento, sin llegar a ser el concepto más frecuente en el discurso (véase Figura 11).
México, 2001-2018
En el discurso glotopolítico agroecológico de México se ha mantenido más o menos recurrente el concepto de producción. En 2011 se distinguieron los sistemas de producción del café y del maíz y su comercialización. En 2013 se enfocó en el proceso de producción de alimentos subrayando el cultivo de maíz. En 2015 el enfoque fue hacia la producción agroecológica de alimentos (maíz) y el uso y manejo de los recursos. En 2017 se enfatizó el sistema de producción, el uso y manejo de los cultivos y su efecto en la comunidad. En 2018 regresa el concepto de café para la evaluación y manejo de la producción del sistema de este cultivo acentuando en la relación entre planta y suelo. Los principales superlativos fueron el concepto de producción, seguido de sistema y alimentación. A partir de 2011 la dinámica del discurso se ralentizó y tamizó. En 2015 el concepto de sistema decayó en la frecuencia de uso. En 2017 se incrementó, y se mantuvo constante en 2018. El concepto de maíz fue recurrente en el periodo analizado. Solo en 2013 tuvo una caída drástica, pero continuó apareciendo en los años consecuentes (véase Figura 12).
Teniendo en cuenta la diversidad de las propias mesetas semánticas agroecológicas de cada región y haciendo una valoración más detallada de cada concepto, se observa que en Argentina y en Colombia (con distintos valores), el bucle estructural glotopolítico agroalimentario se dinamizó alrededor de los conceptos de sistema, agroecológico y producción. En Brasil, este orden fue: producción, agroecológico, comunidad. En México, fue producción, agroecológico, agroecológica y sistema. Esta complejidad y diferenciación conceptual permite argumentar que la soberanía alimentaria se construye desde las diversas realidades semánticas en que se practica la agroecología, es decir, a partir de los diversos periplos dialógicos, lingüísticos y de significación agroalimentarios que deben construir las comunidades rurales e indígenas para sobrevivir: cada nube semántica es una declaración sociopolítica, económica, cultural e incluso institucional (véase Figura 13).
Conclusiones
La agroecología, en cuanto que nomos glotopolítico emergente en expansión, se ha visto impulsada por otras narrativas afines, como la que se deriva del movimiento de soberanía alimentaria que durante los últimos veinte años ha conformado una plataforma alternativa social, política y glocal. El concepto de soberanía alimentaria se convirtió en un instrumento glotopolítico que empoderó los movimientos sociales agroecológicos a escala mundial, debido a su capacidad de integrar construcciones conceptuales locales de distintas regiones del mundo. La dinámica de dicho concepto mostró, a su vez, la evolución de la propia narrativa agroecológica, en el tiempo y en el espacio social de la propia agricultura tradicional. En este proceso de expansión del concepto de soberanía alimentaria se incorporaron elementos críticos y contestatarios en función de los procesos de colonialismo agroalimentario y del hegemón semántico productivo que ha confrontado. En su evolución como movimiento social se observan dos comportamientos: la diversidad conceptual que se va adicionando y ampliando de una región a otra expone la diversidad de realidades, necesidades y contradicciones existentes, pero también muestra los embates propios de su dinámica contestataria, poniendo de manifiesto una confrontación de narrativas agroalimentarias por el control de la biopolítica mundial y por lo tanto de la información cognitiva agropecuaria (monopolizar la producción de semillas es una forma de dicho control).
El torrente semántico agroecológico contestatario, devenido de procesos de producción agrícola tradicional, es de una envergadura única en términos de sustentabilidad, y esta cualidad la ha puesto a esta en el eje de discusión de las propias instituciones que gestionan los sistemas mundiales agroalimentarios. Esta canalización de la agroecología como lenguaje institucional es un parteaguas de análisis único y de posibilidades de reorientar los procesos agroalimentarios glocales, incluso a pesar de los posibles obstáculos que pudiera experimentar la propia semántica agroecológica por parte del mainstream agroalimentario en su afán de controlar la narrativa de la biopolítica.
La narrativa agroecológica, ergo la soberanía alimentaria, evoluciona hacia un perfil glocal pero con una tendencia particular: su condensación sistémica. En la presente investigación se sugiere que podría deberse a la presencia de actores institucionales que difunden el concepto de soberanía pero que también lo especializan, canalizan y condensan como estructura semántica en función de una narrativa epistemológica “oficial” pero incompleta, conocida como método científico, con lo cual mediatizan y ralentizan el propio torrente semántico agroecológico, transformando el manifiesto social en activo en una categoría académica.
No hay que olvidar que la revolución verde se encumbró en los propios alcances de la agricultura tradicional para “descubrir” y después registrar (renombrar) como suyo el potencial de las variedades locales (trigo y maíz), lo que abrió y estableció un mercado mundial de agroquímicos que produjo una agricultura con un Ethos profundamente industrial y dependiente de estos. Los efectos ambientales son cada vez más visibles en el mundo actual.
Las semánticas asociadas con sistemas locales de producción agropecuaria se decantan por la noción de un continuum sistémico agroecológico múltiple, recurrente y heterorreactivo (comunitario), dinámico y estable, aunque no en equilibrio, debido a las diversas realidades a las que responde, por lo que se observaron diferencias fundamentales en cómo se percibe la agroecología en las diferentes regiones y países. Aunque, como señalaba Ricardo Flores Magón, ante lo incierto, “el abismo no nos detiene, el agua es más bella despeñándose” (1910, p. 5).
Mediante la herramienta propuesta, se logró un acercamiento general a la diversidad del torrente conceptual y semántico que subyace en el propio lenguaje agroecológico y se abrió la posibilidad de seguir monitoreando su evolución como concepto de producción agroalimentario, así como aquellas voces que van volviéndose prominentes en su devenir.
Mediante el análisis de una muestra de la semántica agroecológica de la segunda década del siglo XXI (2011-2018), se observaron distintos comportamientos lexicométricos de dicha narrativa, así como distintos niveles de articulación regional del quehacer agroecológico. Lo anterior lleva a pensar en la necesidad de seguirla monitoreando para comparar o contrastar las distintas modificaciones de esta semántica y poder caracterizar las innovaciones de la propia narrativa. En este sentido, el presente análisis se propone como línea base para contrastar esas manifestaciones semánticas agroecológicas con aquellas que surjan después del parteaguas desestructurante que ha sido la pandemia COVID-19. Es urgente reformular los sistemas agroalimentarios, incluso desde sus propias semánticas. Joseph Campbell recomendaba cambiar la metáfora si se quería cambiar el mundo (1991).