INTRODUCCIÓN
El objetivo de este trabajo es mostrar cómo la categoría de unidad doméstica rural sustentada en la familia como unidad de producción-consumo es insuficiente para explicar una forma reciente de organización rural productiva ubicada en los márgenes del Bajío.1 Se centra en exponer detalladamente una modalidad específica de organización de miembros de familias que unen sus recursos para poner en marcha y sostener unidades de producción principalmente ganaderas cimentadas en el patrimonio familiar y en la migración de algunos de sus integrantes.
El centro de la reflexión no es directamente la familia en sí sino la unidad que se da dentro de ella para constituir una organización que agrupa a personas que ponen en común objetivos, valores, un apellido, una historia, lazos emocionales, recursos económicos y sociales, cuya confluencia hace posible la existencia de una explotación agropecuaria en medio de los riesgos que impone la economía actual.
Las unidades productivas de estudio no son las grandes explotaciones de talla empresarial, sino las pequeñas dedicadas a las actividades agrícolas y ganaderas, basadas en un tipo de organización familiar y en la producción para el mercado regional. Estas unidades a su vez se clasifican en grandes, medianas y pequeñas, dependiendo de su actividad principal —compra-venta, cría, engorda, venta al menudeo—, calidad de las instalaciones, superficie de tierra, cantidad y tipos de ganado, miembros de la familia asociados, maquinaria y equipo con que se cuenta y actividades agrícolas complementarias realizadas.
Esta delimitación de las unidades productivas de estudio demanda también su circunscripción geográfica. Se trata de la localidad San Felipe Chilarillo, situada en una zona de ladera en un rincón del Bajío,2 perteneciente al municipio de Pénjamo, Gto. A principios de los años setenta, el Pbro. Francisco Zambrano3 lleva la porcicultura comercial a San Felipe. Esta actividad económica no solo fue aceptada, sino también impulsó la creación de engordas de ganado de mayor envergadura que fueron integrando varias ganaderías: porcina, bovina, ovina y caprina, principalmente, realizando o no actividades agrícolas.
Otro elemento que impulsa la creación de estas engordas de ganado es la migración internacional registrada a principios de los años ochenta. Un contingente significativo de la población local ha emigrado hacia Estados Unidos, empleándose principalmente en restaurantes de comida mexicana. Por tal razón, la delimitación temporal se plantea a partir de los años ochenta del siglo pasado, momento en que se introducen nuevas condiciones que reestructuran el espacio y la economía local con la creación de las engordas de ganado actuales.
Alejados de las posibilidades para sumarse de una u otra manera a los mercados internacionales, estos pequeños productores agropecuarios ponen en marcha estrategias productivas que movilizan los recursos de la familia —competencias, valores, tradiciones, historia, prestigio, recursos económicos, sociales—, por lo que su racionalidad no es solamente económica —generalmente los gastos son mayores que los ingresos—, también se da una fuerte valoración simbólica del patrimonio, de sus orígenes, grupo social y cultura… es un asunto que incluye lo emocional. Abordar los momentos subjetivos y objetivos de la vida familiar que hacen posible la creación y el sostenimiento de una unidad productiva rural permite relacionar las necesidades emocionales de algunos de sus integrantes con los intereses materiales que las sustentan.
No se trata de hacer una descripción fina de las emociones, sino de señalar la importancia que estas tienen en el manejo de una organización al generar estrategias para su creación y permanencia. Así, entrar en el terreno de la economía de las emociones —intereses emocionales e intereses materiales—, requiere de la interrelación de momentos subjetivos y objetivos de las relaciones familiares, del patrimonio y de la producción, considerando que «la experiencia práctica de la vida familiar no coloca lo emocional y lo material en esferas separadas, sino que es formada por ambos al mismo tiempo y ambos tienen que ser entendidos dentro de su interconexión sistémica»4 .
En la búsqueda de una categoría de análisis que permitiera explicar cómo se organizan y funcionan estas explotaciones agropecuarias, en un contexto de continuo cambio y de diversidad rural, se evidencia que tanto la familia como la unidad doméstica ya no son tomadas como magnitudes fijas. El dato empírico5 permite proponer, para este caso, considerar a la familia como una organización para la producción.
La recopilación de los datos necesarios para analizar las unidades productivas de estudio se realizó a través del método etnográfico, para el cual la estancia en el lugar —mínimo de tres meses—6 y el registro de las observaciones en el diario de campo fueron indispensables. La información vertida directamente por los informantes se logró a través de una serie de entrevistas semidirigidas a partir de la elaboración de una guía para cada una de ellas, dependiendo del avance logrado de acuerdo con los rubros a cubrir por unidad productiva. Mínimo se realizaron cuatro entrevistas por cada una.
Al contar con un universo reducido —16 unidades— se optó por trabajar con su totalidad. Los informantes privilegiados fueron los encargados, en ocasiones también propietarios —hombres, la mayoría casados y con hijos—, ya que eran los que conocían con mayor detalle los recursos, propietarios y el funcionamiento de cada engorda de ganado, aunque también se lograron entrevistas con los pocos propietarios migrantes —únicamente dos— que visitaron el lugar durante los meses de enero-marzo de 2003. Después de terminar las entrevistas, en la mayoría de las unidades productivas se realizó un recorrido por sus instalaciones y tierras de pastoreo y de cultivo, para observar su distribución espacial y manera de trabajarse.
Siendo las engordas de ganado el interés central de este trabajo, las mujeres no fueron entrevistadas al respecto, por estar más vinculadas con otras actividades productivas relacionadas con el sector servicios o agrícola para el consumo doméstico, contrario a otras investigaciones realizadas en contextos similares, donde las mujeres son pilares fundamentales en el cuidado y explotación del ganado.7
Sin embargo, se advierte la importancia de visibilizar su presencia más allá del trabajo que realizan y de la posición de subordinación que tienen en la organización familiar, por ejemplo, identificar sus emociones o qué parte juegan ellas y su trabajo en las emociones de los miembros de la familia, incluidos los migrantes. Este descuido se debió principalmente al interés inicial de ver cómo estas unidades productivas estaban organizadas y cuáles eran sus estrategias para sostenerse en el contexto económico actual. Sin embargo, al finalizar el trabajo de campo, las emociones se fueron imponiendo sorpresivamente —no se esperaba encontrar algo así—, ayudando a explicar algunos de los motivos que impulsaban la creación y sostenimiento de estas unidades productivas en el marco de la economía actual, esto ocasionó dejar de lado aspectos complementarios relacionados directamente con las emociones, interesante pista a seguir en esta investigación.
DE UNIDAD DE PRODUCCIÓN CAMPESINA A UNA ORGANIZACIÓN FAMILIAR PARA LA PRODUCCIÓN
Aunque necesariamente implican la asociación de una unidad económica con otra sociológica, las unidades de producción familiares de estudio no se fundamentan, como había sido el caso de la mayoría de las unidades de producción campesinas de tipo familiar, en el trabajo colectivo de los miembros de la familia y en su corresidencia; ni tienen por objetivo principal asegurar el sostenimiento biológico de sus integrantes. En estas unidades la satisfacción de otras necesidades más recientes, relacionadas específicamente con los orígenes, valores y emociones de sus propietarios, la mayoría de ellos migrantes, ha venido ganando terreno al menos en el discurso y en los aconteceres cotidianos, razón por la cual la esencia intrínseca de la unidad productiva familiar tradicional, en nuestro caso, puede ser cuestionada.
Las especificidades de las unidades productivas de estudio se inscriben en un contexto más amplio de cambios en la dinámica económica y laboral campesina, ya adelantados por Robichaux y reafirmados por Arias,8 quienes plantean que la familia como unidad de producción-consumo hace mucho que no existe. Este sistema campesino de producción-consumo se sustentaba:
… en la existencia y persistencia de siete pilares: posesión o usufructo de la tierra, producción agrícola de autoconsumo, intensificación del factor trabajo, reducida necesidad de dinero, abundancia y permanencia de hijos que muy pronto se convertirían en trabajadores, aportación de trabajo por parte de todos los miembros aptos del grupo doméstico, y aceptación indiscutible de las jerarquías de género y generación. Cuando se daban todas esas condiciones se podía hablar de la familia como unidad de producción-consumo … En la actualidad sería casi imposible encontrar grupos domésticos que cumplieran estas condiciones, ni siquiera alguna de ellas… 9
Cierto o no, en el caso estudiado la identidad tradicional —una familia, una explotación, una actividad, un ingreso y un patrimonio— asignada a las unidades de producción rurales de talla pequeña se encuentra fuertemente trastocada, al grado que se desmarca del modelo producción-consumo familiar originalmente planteado por la ideología marxista de los años 1970-1980 que, en su vertiente campesinista, descubrió en la economía campesina rusa de principios del siglo XX unos fundamentos de organización y una solidaridad ejemplares, características que se generalizaron a casi todas las sociedades rurales.10
En efecto, estas unidades agrícolas de producción-consumo son de pequeña dimensión, sostenidas principalmente por la mano de obra —sin salario imputable— de los miembros de la familia que residen en las mismas instalaciones y que laboran casi exclusivamente dentro de la propia unidad productiva, aunque cada vez más se reconoce que se ven obligados a emplear parte de su fuerza de trabajo en oficios no agrícolas. Asimismo, la organización y el beneficio de la unidad productiva se obtiene a través del balance trabajo-consumo, establecido por el equilibrio «económico básico» entre las fatigas del trabajo y la satisfacción de necesidades; no se obtiene una renta en el sentido capitalista.11
En el caso de estudio, la novedad reside en que generalmente es un solo miembro de la familia el que se responsabiliza del funcionamiento de la unidad productiva, asignándose un salario en dinero o en especie y contratando mano de obra para la realización de la mayor parte de los trabajos agropecuarios; cuenta con maquinaria y equipo o tiene capacidad económica para rentarlo.
Los propietarios pueden ser varios hermanos junto con la madre, padre o ambos, por lo tanto las unidades productivas pueden alcanzar una talla consecuente: ninguno de sus miembros habita en las instalaciones del lugar de producción; cada familiar que la integra, trabaja y reside de manera independiente e inclusive fuera de la localidad o del país; las esposas y los hijos sí trabajan, aunque generalmente lo hagan fuera del ramo.
Con frecuencia, el ingreso principal generado por el desarrollo de las actividades agropecuarias es completado con las aportaciones de los migrantes o de los pocos profesionistas; de entrada el patrimonio está dividido entre los miembros de la familia, unidos hasta hace poco exclusivamente por lazos de parentesco consanguíneo de primer grado.
Si el modelo de organización y explotación rural producción-consumo familiar está garantizado por un sistema de relaciones sociales basado en la unidad doméstica con mano de obra familiar y residencia común de sus miembros, no se aplica en los casos estudiados; nos parece mucho más fructífero —y metodológicamente adecuado— abordar el análisis de la relación familia-explotación desde una perspectiva diferente, es decir, como una organización familiar que agrupa a personas, que articulando intereses y recursos individuales y colectivos pueden lograr propósitos que de manera individual resultarían más difíciles de alcanzar: tener un patrimonio propio, una actividad económica independiente, ingresos, prestigio, independencia, pertenencias, seguridad económica.
Como toda organización en ésta se registra una jerarquización, tomando en cuenta las jerarquías tradicionales de género y generación, entre el integrante de la familia encargado de su funcionamiento —autoridad, beneficios y obligaciones— y los propietarios de los recursos —autoridad y dinero— generalmente ausentes. De esta manera, el patrimonio común se asocia con un acceso desigual a los recursos, tanto culturales como materiales: no todos los miembros de la familia pueden encargase de la unidad productiva, con frecuencia es el padre o el hermano mayor, y sólo en reducidos casos el único integrante varón de la familia que no ha emigrado hacia Estados Unidos. Los propietarios, por su parte, son el padre, la madre y los hijos migrantes exitosos.12
El acceso a los recursos entre los miembros de la familia requiere el intercambio —entre los que poseen los recursos— y la negociación —entre los propietarios y administrador— de intereses convergentes —en algunos casos comunes y en otros disímiles— controlados por reglas y normas generalmente implícitas que rigen las relaciones internas familia-unidad de producción fundamentadas en la estructura de poder patriarcal de la familia.
El interjuego de poder que se registra entre encargado y propietarios es regulado principalmente por la figura del patriarca y por las reglas de control social del grupo —aceptación/exclusión—, al mismo tiempo que es menguado por lazos emocionales existentes entre ellos y el resto de los integrantes del grupo familiar nuclear —cohesión, recuerdos nostálgicos, sentimiento de pertenencia, solidaridad, amor al campo y al terruño.
De esta forma, entre armonía y conflicto se toman decisiones en las que coexisten intereses individuales y colectivos. En lo individual, tanto el encargado de la unidad productiva como los propietarios de los recursos económicos —tierra, ganado, dinero— buscan el reconocimiento como miembros del grupo, así como fortalecer su prestigio personal y su seguridad económica —«por si algo pasa allá, tener algo aquí»—. En lo colectivo, luchan por conservar la tradición, el patrimonio, reforzar los lazos y la convivencia familiares, fortalecer el prestigio del apellido.
Por lo anterior, se plantea que la cohesión que se da entre miembros de la familia —de recursos, normas, alianzas, afectos, conflictos, valores, recuerdos, festejos, etc.— es el regazo donde se refugian estas unidades de producción pequeñas para resistir los embates del mercado, sin ignorar las injerencias globales.
LA FAMILIA Y SUS ALIANZAS
La categoría familia refiere aquí al grupo de parientes en primer grado, que se organiza y une parte de sus recursos económicos, productivos y emocionales para sostener una unidad de producción agropecuaria invariablemente bajo el régimen de pequeña propiedad. Unidades en las que la creciente migración internacional, el trabajo fuera de la explotación, el vigor de los lazos familiares, los valores y los afectos, amortiguan las pérdidas económicas y los efectos de los distintos factores del mercado —financiamiento, insumos, servicios sanitarios, etc.— muchas veces marcados por la dinámica global. Esto conduce a poner sobre la mesa la importancia de los recursos y lazos familiares cargados de emociones en el sostenimiento de una actividad económica y de un grupo rural.
La familia sirve como referente de lazos de parentesco consanguíneo de primer grado —familia conyugal— y no como grupo residencial o doméstico. Las relaciones de parentesco tan constreñidas que sustentan a la unidad productiva en nuestro caso y la vigencia de las jerarquías de género y generación ayudan a mantener una economía de asociación, mutualidad y apoyo —con sus fallas, reclamos y obligaciones— cuyas decisiones colectivas ponen en movimiento los recursos de la familia para salvaguardar la existencia misma de la explotación dentro de un forcejeo entre intereses y anhelos individuales y colectivos. Esto último nos conduce a pensar en las relaciones entre los miembros de la familia dialécticamente, es decir, en contradicción, a la vez como cohesión y como conflicto.
En la mayoría de los casos estudiados, la familia conyugal de origen es numerosa, alrededor de diez integrantes, incluyendo al padre y a la madre. Esto ha permitido diversas formas de asociación en su interior y que al menos dos de sus integrantes se agrupen para darle vida a una unidad productiva que dinamiza los recursos de toda la familia, garantizando en cierta medida que cuando el padre ya no pueda trabajar haya también quien lo reemplace.
Por su parte, la prolongación actual de la vida de los padres ha dado tiempo para que una vez que los hijos cuenten con ingresos propios compren fracciones de tierra y ganado que se sumen a la unidad agropecuaria paterna formando sólo una e incrementando su tamaño. Con frecuencia, es la presencia del padre o de la madre lo que motiva la existencia y el sostenimiento de la unidad productiva. Uno de los productores expresaba: «Esto es lo que aviva la vida de mi padre, no podríamos deshacernos de todo, aquí es donde pasa sus mejores momentos; viene, se sienta debajo de un árbol y pasa horas observando a su alrededor... al horizonte».
El flujo de los recursos económicos disponibles generalmente se da desde la generación menor a la mayor, principalmente en donde los hijos han migrado a Estados Unidos y envían remesas ya sea para uso personal de los padres o para solucionar alguna situación económica que enfrenta la unidad de producción. Relacionado con esto, Odile Bourguignon plantea que todo lo que se intercambia dentro de la familia, todas las transacciones que se llevan a cabo constituyen el soporte de relaciones afectivas intensas y sólo adquieren su significado en relación con ellas. La interdependencia afectiva es uno de los cimientos de la continuidad familiar.13
Por su parte, la organización y funcionamiento de la unidad productiva fluye de la generación mayor a la menor, cuando el padre o el hermano mayor cuida del buen uso de los recursos familiares —valores, tradición, historia, prestigio, recursos económicos y sociales— movilizados colectivamente. Sin embargo, muchas veces el encargado, al estar al frente de estas unidades de producción, encarna la imagen próspera del padre, abuelo o ancestro pionero, y también puede obtener más beneficios económicos de los recursos que administra.
Si al morir el jefe de familia aún vive la madre, los bienes en posesión pasan a ser de ella. Salvo en muy contados casos, es uno de los hijos varones, generalmente el de mayor edad que resida en la localidad, el que se responsabiliza del uso de los recursos familiares, reforzados simbólicamente por la presencia de la madre.
Llegado el momento de heredar el legado del padre o de la madre, aunque los bienes se reparten entre hombres y mujeres, los varones tienen el derecho de escoger las mejores porciones, y las mujeres muchas veces solo alcanzan alguna suma de dinero. También son ellos los que generalmente capitalizan los recursos familiares, ya que las mujeres solamente se quedan con el prestigio del grupo familiar para lograr ser respetadas y valoradas socialmente para tener un buen matrimonio. Cuando no hay hombres, las mujeres heredan la totalidad del patrimonio familiar común y únicamente en estos casos las mujeres capitalizan lo que por «derecho» es movilizado por los hombres.
Aunque suele darse el caso de que alguna hija o hermana aporte ganado propio a la unidad productiva, por lo general ninguna es socia formal de la explotación —la madre sí, cuando falta el padre— ni trabaja en ella, dejando a los hermanos varones esta posibilidad, reforzando la estructura y organización patriarcal de la familia.
La aportación de las mujeres a la economía familiar se desarrolla en otros ámbitos, principalmente en el trabajo dentro de la esfera familiar y en algunos casos en el trabajo remunerado. En principio, las mujeres llevan toda la responsabilidad de los trabajos domésticos y algunas de ellas están vinculadas con actividades de autoconsumo, de comercio y de servicios, obteniendo significativos recursos principalmente para beneficio propio, aunque por lo general terminan por hacerlos extensivos a la familia.
Sin que se les otorgue un reconocimiento social por su trabajo, las mujeres, integrantes o no de una unidad de producción, frecuentemente son las que se dedican al cultivo de superficies pequeñas o ecuaros de maíz y frijol de temporal y a la cría de aves de corral para el consumo familiar. De igual forma, además de llevar a cabo todo lo anterior, es frecuente que las encontramos atendiendo pequeñas zahúrdas —a veces muy temporales— para la cría que pueden contar hasta con cinco vientres, construidas cerca de las viviendas; los cerdos producidos se venden en el mercado local o regional.
Sin duda, la familia está cambiando. Anthony Giddens ha dicho recientemente que dondequiera que miremos vemos instituciones —como la familia— que parecen iguales que siempre vistas desde afuera, y llevan los mismos nombres, pero al interior son bastante diferentes… «la concha exterior permanece, pero por dentro han cambiado prácticamente en todas partes. Son lo que llamo instituciones concha»; precisa este autor.14 Uno de estos cambios que aquí interesa es la reducción de sus integrantes. En nuestro caso, las nuevas familias que los hijos forman cuando se van casando cuentan con un número más reducido de descendientes —alrededor de cuatro— e invariablemente tienden a la habitación separada.
Esta reducción del grupo familiar nuclear se traduce también en una disminución de las posibilidades de asociación y de trabajo que puedan sostener una unidad productiva; además, muy pocos de los hijos en las familias actuales realizan labores, generalmente en pequeños lapsos de tiempo, dentro de ella —sólo tres de los del estudio—. La disminución del colectivo de trabajo ha fomentado la mecanización de las cargas y la contratación de mano de obra generalmente temporal. Su futuro dependerá de las nuevas asociaciones y de los nuevos arreglos que se realicen en su interior.
De igual forma, más de la mitad de los socios propietarios de unidades de producción residen en Estados Unidos; y sus hijos, aunque hayan nacido en San Felipe Chilarillo, residen allá y no están familiarizados con las actividades ganaderas. En estos casos y sobre todo en situaciones registradas más recientemente de migrantes propietarios cuyo padre ha muerto y la totalidad de sus hermanos ha migrado, la organización de la unidad productiva se flexibiliza para integrar a un miembro de la familia como responsable, aunque el parentesco no sea de primer grado. Ya se registran dos casos en los que un primo hermano y un tío, hermano de la madre, son los que toman las riendas de la unidad de producción en la localidad.
Como podemos ver, la esencia de la unidad familiar de producción agrícola en nuestro caso no es la misma que ha caracterizado a las tradicionales unidades agrícolas de producción-consumo. Si la mayor parte de los miembros de una familia, que unen sus recursos colectivos e individuales para sostener una unidad agropecuaria, se dedica a otras actividades ajenas al agro y reside en unidades domésticas independientes podría plantearse que estas unidades productivas son cada vez menos familiares en el esquema tradicional.
Sin embargo, ¿la ausencia de mano de obra familiar que labore directamente en una explotación donde tampoco habita, tiene tal peso para desconocer los demás factores que hacen posible la organización, el funcionamiento y la existencia misma de la explotación?
Es evidente que el trabajo, mediante ingresos, de los miembros de la familia, aunque no sea dentro de la unidad agrícola, sigue garantizando la existencia de esta última y que las alianzas que se dan entre integrantes de la familia, con motivaciones renovadas, continúa siendo su pilar fundamental. Es por esto que se propone ver la unión de la familia como una organización que pone en movimiento un patrimonio común —entre recursos individuales y colectivos— para la creación y sostenimiento de una unidad de producción que tenga como objetivo el mercado así como la persistencia del grupo en un contexto migratorio. Las aspiraciones emocionales y de prestigio de sus miembros son el motor de su conservación y de sus logros económicos, dándose una suerte de coincidencia, superposición o adecuación importante, entre la unidad económica de producción y la unidad social que se da en la familia. Debido a esto, la tierra adquiere un valor como recurso central que no busca tanto garantizar la sobrevivencia biológica y económica del grupo, sino la del propio grupo social: su pertenencia a un lugar de origen, a una familia y el prestigio ganado.
Verlo así permite integrar en el análisis económico de las unidades estudiadas variables cualitativas que ilustren las evoluciones recientes en la valoración de los recursos naturales —sobre todo, la tierra—, en los arreglos familiares y en la renovación y diversidad de los productores en un medio rural en trasformación.
Sin duda el espacio rural en estudio se modifica, sobre todo, a partir de los cambios que experimentan los sistemas agrarios por las nuevas exigencias del sistema económico actual. Los altos índices migratorios de sus ocupantes y sus nuevas necesidades sociales y emocionales generadas a partir del autoexilio, en un país donde generalmente no son bien vistos, han tenido un impacto peculiar en la zona de estudio: con frecuencia, evocan imágenes simbólicas tan poderosas sobre sus familiares y orígenes que los motiva para reforzar o formar una unidad de producción agropecuaria.
Podría pensarse, como suele ocurrir en otros contextos, que la migración de los varones jóvenes y adultos de la familia genera un proceso de desintegración de la unidad de producción al grado de conducirla hacia su muerte, cuando no se da la sustitución del jefe. Sin embargo aquí sucede lo contrario, ha sido la movilidad, primero de los últimos colonos que llegaron al lugar de estudio15 y posteriormente de la salida de sus descendientes hacia Estados Unidos, lo que ha hecho posible la existencia y sostenimiento de la misma. La unidad de producción establecida más reciente en San Felipe Chilarillo, propiedad de dos hermanos migrantes cuyo padre ha fallecido, ilustra lo anterior. En esta familia no hay hermanos varones residentes y la madre y las hermanas cambiaron su domicilio a la ciudad de La Piedad. Hasta el momento, esta engorda es la más grande y equipada en San Felipe —aunque todavía no funciona— y a su cargo se encuentra un primo de los propietarios. Aquí las pertenencias, los afectos y el reconocimiento, guardan un lugar primordial.
Es así como la unión de miembros de la familia sustenta la existencia y el funcionamiento de unidades dedicadas a la crianza de diferentes ganaderías de carne para el mercado —para lo cual necesitan superficies más amplias—, unidades que crían y sostienen hatos de ganado y que cuentan con instalaciones propias para la engorda, y las dedicadas únicamente a la engorda y compra venta de ganados: ovino, caprino, porcino, bovino o equino. Los productos económicos logrados invariablemente son animales para la venta y algunos productos agrícolas tanto para el consumo humano: trigo, maíz, frijol y pepino; como animal: maíz, sorgo, garbanzo, esquilmos —rastrojo y tazole.16
Se argumenta que la racionalidad de estos pequeños productores no es únicamente económica, también adquiere un valor social y emocional que les permite existir, aun en condiciones adversas. El fin prioritario no es la obtención de la máxima ganancia —aunque si se dan no son nada desdeñables—, sino la de un ingreso que al menos sostenga la existencia de la unidad productiva, misma que le da a sus propietarios estatus social, prestigio, y refuerza el sentido de pertenencia a un apellido, historia, valores, a un grupo social y a una cultura. Las posibilidades de acumular se dan reinvirtiendo las ganancias o a partir de las aportaciones de los familiares integrantes.17
En este sentido se distinguen dos racionalidades complementarias: la de los miembros propietarios, que generalmente residen en Estados Unidos, principalmente aquellos que han logrado obtener la nacionalidad o un permiso de estancia legal; y la de los que residen en la localidad, particularmente el responsable. La racionalidad económica de los emigrados se encuentra principalmente en Estados Unidos, allá invierten sus ingresos en la compra de vehículos, casas o restaurantes de comida mexicana. En el propio país, compran con frecuencia espacios cargados de valores emocionales —la tierra que pertenecía a los abuelos, la casa de la familia, la propiedad que el padre ha logrado tener— y establecen o en su caso refuerzan una unidad de producción a la que ahora también le atribuyen otros usos para el esparcimiento y convivencia de familiares y amigos. No obstante, estos bienes también representan un respaldo económico de los migrantes en su lugar de origen, «por si pasa allá algo», o «se llegara a necesitar», según expresan.
Mientras tanto, el responsable del funcionamiento de la unidad productiva, aunque sabe que puede acudir al apoyo económico de los miembros migrantes de la familia —lo que de cierta manera atenúa las pérdidas—, busca estrategias que ayuden a asegurar su inversión, a capitalizar mejor su trabajo, y que le ayuden a obtener márgenes de ganancia más importantes o reducir las pérdidas. Este se juega no solamente el prestigio y el sostenimiento de su esposa e hijos, también su patrimonio económico, simbólico y social. Las comentadas racionalidades complementarias —la tenacidad del responsable para obtener los mayores rendimientos y la seguridad económica que ofrecen los nostálgicos miembros migrantes— garantizan el mantenimiento y la existencia misma de la unidad productiva.
En efecto, estos productores toman sus decisiones respondiendo tanto a las señales de la mano invisible de los mercados —las instituciones mercantiles— como a factores extraeconómicos —las instituciones no mercantiles—. Como sostiene Llambí, la racionalidad de los actores sociales es siempre contingente, por lo cual, si se problematiza, se resolverá por investigación empírica y no por la teorización abstracta.18
Así, estos pequeños productores combinan una gama de asociaciones familiares, de actividades agropecuarias, de compra de trabajo asalariado, de compra o renta de maquinaria o de tierra, en fin, ingeniándoselas para hacer los ajustes económicos y productivos, respondiendo a las señales de los mercados regional o local —buscando ganancias y bienestar material—, y atendiendo sus propias aspiraciones y apegos —prestigio, aceptación social, vínculos familiares, protección, terruño, conservación, etcétera.
LAS EMOCIONES
Uno de los aspectos de la unión de los integrantes de la familia que se ha planteado a lo largo de este escrito es la manifestación emocional que se da entre sus miembros; manifestaciones que —como lo expresan Medick y Warren—19 no se pueden explicar a partir de aspectos estructurales ni estadísticos que pudieran llamarse objetivos, sino más bien mediante manifestaciones subjetivas y cotidianas situadas en diferentes periodos, clases y culturas.
Este punto de partida es fundamental, ya que las emociones como afectos ideológicamente arraigados y aprendidos no son orgánicas. Agnes Heller20 lo argumenta así: los afectos característicos de la humanidad nacen con nosotros en la misma medida que los impulsos. En cambio, todas las emociones son aprendidas, su única base orgánica o fisiológica hay que buscarla en los sentimientos impulsivos o en los afectos.
Como personas, siempre tendremos emociones, es parte de la condición humana y tienen gran importancia en la conducta cotidiana. Cualquier estímulo, ya sea externo —medio ambiente— o interno —mente o cuerpo—, genera en nosotros una emoción que nos conduce hacia una determinada conducta.
La emoción es el significado subjetivo y sentido —en un momento, lugar o grupo— que se da a una experiencia. Esto quiere decir que según como cada quien interprete una situación será la emoción que sienta, por eso ante un mismo hecho las personas experimentan distintas emociones.
Se puede decir que las emociones no son entidades psicológicas simples, sino una combinación compleja de aspectos fisiológicos —sentimientos impulsivos—, sociales y psicológicos dentro de una misma situación polifacética, como respuesta orgánica a la consecución de un objetivo, de una necesidad o de una motivación. Según Kelly, «la construcción “motivo” ha sido utilizada tradicionalmente con dos objetos: para dar cuenta del hecho de que la persona es activa y no inerte y también para dar cuenta de que elige moverse en determinada dirección y no en otras» 21 .
Actuar, pensar, sentir y percibir, forman por tanto un proceso unificado. Agnes Heller plantea que durante el desarrollo del ego acción, sentimiento, percepción y pensamiento se diferencian funcionalmente y, en un proceso paralelo, se reintegran mutuamente enseguida. La autora se inclina por la unidad final de sentimientos, pensamiento y moralidad. Desde su punto de vista el hombre unificado es un hecho empírico. Dewey expresa la misma idea en relación con el pensamiento y el sentimiento: «la distinción entre la fría intelectualidad y la cálida emotividad es simplemente una distinción funcional dentro de esa acción total única»22 .
En este estudio se propone tomar en cuenta recíprocamente ambos elementos —intereses y emociones— con el fin de poder entender las fuerzas que empujan a integrantes de una familia para unirse con el objetivo de crear y/o sostener una unidad productiva, aun cuando pueda resultar incosteable. Es importante entender que las necesidades emocionales se relacionan con la estructura sociocultural a la vez moldeada por fuerzas materiales complejas; por ejemplo, el manejo de la organización familiar para la producción responde a objetivos individuales como bienestar material, seguridad económica, ingresos, necesidad de proyectarse a los demás, asociación —animal gregario—, reforzar vínculos familiares, ser aceptado, protegerse —instinto de conservación—, y obtener satisfacciones.
En las unidades productivas de estudio se registran dos constantes: la migración, con la consecuente distancia física que esta genera; y el grupo de pertenencia, con su propia historia y cultura. Agnes Heller plantea que el hombre es un ser esencialmente nostálgico. Toda percepción, pensamiento, acción, etc., es almacenado en la memoria junto con las implicaciones específicas correspondientes. Siguiendo con Heller, tenemos recuerdos agradables y desagradables, felices y tristes, buenos y malos, según lo que evoquemos. Puede ser que la implicación contenida en el recuerdo no solo no haya desaparecido o cambiado con el tiempo, sino que además se haya hecho aún más intensa. Entonces el recuerdo recibe durante la evocación un peso emocional mayor que el que tenía en el momento de su «almacenamiento»23 .
UNIDADES DE PRODUCCIÓN GANADERA: LAS ENGORDAS FAMILIARES
Actualmente encontramos en San Felipe Chilarillo dieciséis unidades de producción de ganado dedicadas a diversas actividades, dependiendo de las partes de la cadena productiva que puedan abarcar, desde la cría hasta la venta al consumidor final.24 De esta forma entre las engordas que hasta hoy existen en San Felipe sólo una se dedica a la cría, engorda y compraventa, cuatro a la cría y engorda, dos a la engorda y compraventa, una desde la cría hasta venta al menudeo, abarcando toda la cadena, seis se especializan en la cría y dos a la engorda de ganado bovino primordialmente, combinado o no con porcino, ovino y caprino. Los animales se venden «en resuello» a compradores regionales de La Piedad, Michoacán, León, Irapuato y Cuerámaro, Guanajuato; llegando, incluso, siempre que puedan llenar un tráiler con cincuenta cabezas, a la ciudad de Lázaro Cárdenas, Michoacán, y Zihuatanejo, Guerrero.
La clasificación que puede hacerse de estas unidades ganaderas se fundamenta en la calidad de sus instalaciones, la tierra con que cuenta, las ganaderías que integra, los familiares asociados, la maquinaria e implementos agrícolas y la combinación de la ganadería con otras actividades agrícolas.
La mezcla compleja entre estos factores va marcando su tamaño y dinámica. También los efectos del mercado tienen gran injerencia ya que si los precios de los insumos —sobre todo alimentos y medicamentos— y de la carne suben y/o bajan repercute enormemente en la intensidad de explotación de los recursos con que cuenta la unidad productiva, así como en la cantidad de cabezas de ganado que está dispuesta a sostener. Lo mismo ocurre con las enfermedades que acechan a los ganados, hay quien ha abandonado alguna de las ganaderías por haber obtenido grandes pérdidas por esta causa. De esta forma, es difícil calcular con exactitud el tamaño de las unidades productivas, sin embargo, tomando en cuenta la trayectoria relatada por sus administradores, y en su caso propietarios, se ha logrado establecer una constante, clasificándolas en grandes, medianas y pequeñas.
Las unidades de producción grandes integran extensiones de tierra que van entre las 40 y 200 hectáreas. Sin embargo, hay casos en que esta variable no es tan determinante ya que cuentan sólo con la superficie donde se encuentran las instalaciones, jugando un lugar primordial la calidad y capacidad de éstas. Las cabezas de ganado también son variables, tanto en tipos como en cantidad, llegando a ser el ganado bovino dominante y el caprino el menos numeroso. Por lo general van entre las 100 y 200 cabezas de ganado entre bovino, porcino, ovino y caprino por unidad productiva, o únicamente reses.
Por lo general estas unidades concentran las mejores instalaciones que garantizan medidas de higiene más estrictas: corrales de tubos, piso de cemento, techados y equipados con comederos, bebederos, embudo, embarcadero, etc.; bodegas de mayor capacidad, zahúrdas de tabique, piso de cemento y cubiertas, pozos profundos e instalaciones para la recreación. No obstante, aunque no son los casos mayoritarios, también encontramos corrales, bodegas y represas rústicas en estas unidades.
Cuentan con maquinaria y equipo suficiente para realizar sus actividades productivas o en su caso tienen capacidad económica para rentar. Entre la maquinaria y equipo más usual se encuentran los tractores con sus diferentes accesorios, molinos, empacadoras, revolvedoras, retroexcavadoras, ensiladoras, camiones ganaderos y más de una camioneta. Los que tienen más tierra llegan a sembrar hasta veinte hectáreas de maíz para ensilar, en algunos casos combinando con ocho o menos hectáreas de sorgo, trigo, agave, garbanzo y frijol.
La organización y funcionamiento de las unidades de producción grandes integra invariablemente a uno o más miembros residentes en Estados Unidos, el único caso que no cae en esta constante es el de un ex migrante que regresó y se estableció con su familia en su terruño. En todos los casos, de una u otra manera, está presente la integración y cooperación de miembros de la familia, notándose la apertura de incluir recursos de otros familiares fuera del núcleo consanguíneo de primer grado, tendencia más actual. Contratan al menos un empleado permanente que los apoye en las actividades ganaderas y recurren a la mano de obra en temporadas de trabajo álgido, sobre todo en el cultivo y almacenamiento de forrajes.
Las unidades de producción medianas, por su parte, reúnen extensiones de tierra que fluctúan de 20 a 110 hectáreas, encontrando también el caso de que hay quien sólo cuenta con una pequeña cantidad de metros cuadrados donde se ubican las instalaciones. Las cabezas de ganado, principalmente bovino, habiendo algunos casos de porcino, ovino y equino, van de 50 a un poco más de 100 unidades.
En las instalaciones se aprecian tanto corrales rústicos como de tubos. Su equipamiento es variable, pocos de ellos tienen piso de cemento y están bien equipados. Las bodegas son más rústicas, acondicionando alguna construcción en ruinas o algún cuarto de la casa. Sólo se registran dos casos de bodegas mejor construidas. Una de estas unidades cuenta con pozo profundo y casa de campo. La maquinaria y equipo es menos variado que en las unidades anteriores, aunque también encontramos tractores, retroexcavadoras, una máquina Caterpillar, báscula y algunas camionetas. La renta de este equipo es más selectiva y limitada.
Las hectáreas dedicadas a otros cultivos por el momento no rebasan las quince, dominando las superficies destinadas al cultivo de maíz y después al sorgo y trigo. Entre los familiares asociados siguen figurando de manera dominante los migrantes socios con fa- milia residente en la localidad, aquí también se registra la integración de un familiar por afinidad, no consanguíneo. La renta de un empleado permanente no es tan generalizada pero sí recurren a la contratación de mano de obra temporal cuando se requiere.
Por último, las unidades de producción pequeñas son las menos numerosas y las más frágiles en su permanencia. No rebasan, en el mejor de los casos, las 20 hectáreas de tierra ni las 50 cabezas de ganado, entre bovino y porcino. Sus instalaciones son rústicas y los cultivos se reducen enormemente, sólo se registran dos hectáreas de trigo. Los familiares asociados se reducen y la participación de los migrantes también. El trabajo de miembros de la familia nuclear es el que sostiene a estas unidades productivas, aunque hay quien recurre a la contratación de trabajadores temporales, sobre todo en el caso de los reducidos cultivos. Como ya se mencionó, después de haber terminado el trabajo de campo, una de ellas cerró y su propietaria mayoritaria migró a Estados Unidos.
Las que han logrado acumular más tierra, justamente las del segundo y el tercer grupo, cuentan desde 20 a 200 hectáreas. No todas las tierras de cultivo se ubican en San Felipe Chilarillo; la mayoría de ellas, bajo el régimen de propiedad privada, las han adquirido de San Felipe hacia León, Guanajuato, para nada en las partes planas del Bajío en manos de propiedad ejidal. La mayoría de ellas son de temporal y de baja calidad. Son suelos de lecho rocoso, llegando a ser pedregoso entre 10 y 50 centímetros de profundidad. Abundan los lomeríos con pendiente entre 8 y 20%, cubiertos por pastizales naturales y chaparrales —la zona de bosque de encino y roble es mínima— con escasos recovecos para la agricultura de riego.
Sobre todo en los casos de las unidades de producción más grandes, dentro de sus propietarios e integrantes encontramos a uno que otro profesionista —sólo hay tres— y emigrados que residen en Estados Unidos o que han regresado para establecerse de manera temporal o definitiva en San Felipe. El familiar responsable de cuidar el funcionamiento de la unidad productiva es el que sufre directamente los descalabros cotidianos debido al mal temporal, escasez de agua y de pastos naturales; a la caída del precio de la carne marcada por la que entra desde Estados Unidos, por las enfermedades que atacan al ganado, por el aumento de los precios de los medicamentos, insumos y mano de obra.
En el Cuadro 1 se presenta un concentrado de los diferentes tipos de unidades ganaderas en San Felipe partiendo de su tamaño. Se puntualiza la cantidad que hasta el primer trimestre del año 2006 había, la tierra que poseen, la cantidad de ganado que tienen, calidad de las instalaciones, maquinaria y equipo, las actividades agrícolas que realizan y los familiares que se asocian o trabajan. La Fotografía 1 ilustra una de estas unidades productivas.
Tamaño | Cant. | Superficie (ha) | Ganado (cabezas) | Instalaciones | Maquinaria y equipo | Otras actividades agrícolas | Familiares integrantes/contratación de mano de obra |
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Grandes | 8 | Entre 40 y 200 | Entre 100 y 200 | Mejores instalaciones: techadas, equipadas y con piso de cemento. Más bodegas amplias y techadas | Suficiente o con capacidad para rentar | Hasta 20 ha de maíz y menos de 10 ha de otros cultivos: sorgo, trigo, garbanzo, frijol | Mayor número de familiares asociados y de integrantes migrantes. Contratación al menos de un empleado permanente y de mano de obra temporal |
Medianas | 5 | Entre 20 y 110 | Entre 50 y 100 | Combinación de corrales y bodegas rústicas mejor construidas y equipadas | Menos variada y su renta es más selectiva y limitada | No rebasan 15 ha de maíz combinadas con el cultivo de trigo y sorgo | Migrantes asociados con familiares residentes. La contratación de un empleado permanente no es generalizada pero sí de mano de obra temporal |
Pequeñas | 3 | 20 o menos | Menos de 50 | Rústicas y deficientes | No rebasa alguna camioneta y los implementos agrícolas | Mínimas, sólo 2 ha de trigo | Muy pocos familiares asociados y ausencia de migrantes. Trabajo de los miembros de la familia y ocasionalmente contratación de mano de obra temporal |
Fuente: elaboración propia, trabajo de campo realizado entre enero-marzo de 2003.
Se hizo una actualización en marzo de 2006.
Tener una visión cargada de emociones positivas hacia la tierra y el patrimonio suaviza la realidad económica de las unidades cuando resultan incosteables. Con frecuencia escuchamos expresiones como: «Es la ilusión, el amor a la tierra ... puro corazón lo que nos mantiene aquí»; «es lo que aviva la vida de mi padre, no podríamos deshacernos de todo, aquí es donde pasa sus mejores momentos»; «aquí hacemos días de campo, pasamos buenos ratos con toda la familia. Esto no tiene precio, es la mejor ganancia»; «aquí viví y crecí, me gusta y a veces el negocio da». Sin embargo, en una lógica en donde todo suma, la combinación de valores extraeconómicos como los orígenes, el patrimonio, la tradición, la familia, la convivencia con valores económicos —ser propietario, contar con recursos y dinero, estatus— explica en muchos casos la permanencia de estos productores.
Las unidades que rebasan la superficie de tierra indispensable para sostener una engorda estabulada tienden cada vez más a construir, o en su caso remodelar, instalaciones especiales para que la familia se reúna y pase grandes momentos de convivencia: días de campo, festejos de eventos especiales. Hay quienes acondicionan con la mínima intervención humana algún sitio cuya vegetación y paisaje sea agradable y propicio; otros que remodelan las casas que ya existían en la propiedad y arreglan un espacio para jardín, con un quiosco y su asador de carne; también ha habido quien ha construido hasta una piscina; los costos se prorratean entre los hermanos y los padres. Solamente en estas ocasiones de esparcimiento y convivencia o cuando se vacuna o marca al ganado en los herraderos, la mayor parte de los miembros de la familia visita la unidad productiva.
En el forcejeo sutil entre las estrategias familiares, el apego a los orígenes y el prestigio —por lo general los emigrados propietarios de la totalidad o parte de la unidad productiva— en su discurso no se preocupan mucho por las ganancias o las pérdidas no muy drásticas de su unidad ganadera. Expresan que quieren la tierra y el ganado «para tenerlos y verlos» cada vez que van, para visitar el rancho y pasar un rato ahí, en el campo o en la tierra que fue de sus antepasados.
Otros comentan que la unidad productiva es para que su papá se entretenga o su hermano trabaje en algo propio, que sea de la familia. Los que las trabajan expresan que «no saben hacer otra cosa, nacen arriba de una vaca y eso se les hace bonito». Lo cierto es que tener una propiedad ganadera en San Felipe o en sus proximidades es signo de que son migrantes exitosos, ahora con buena posición económica, y esto les proporciona mayor seguridad en caso de retorno además de mayor estatus social en el pueblo cuando lo visitan; estatus que en muchos casos es reforzado por sus apellidos de origen: Jiménez, Llamas, Vázquez, Solorio, Villalpando, etcétera.
CONCLUSIONES
La interconexión de intereses materiales con necesidades emocionales entre los integrantes de las familias de San Felipe Chilarillo que han emigrado hacia Estados Unidos ha generado un tipo específico de organización familiar para la producción que ha permitido la existencia y permanencia de las unidades agropecuarias de estudio.
Esta categoría de análisis nos ha ayudado a explicar la convergencia de intereses individuales y colectivos en la organización y funcionamiento de explotaciones muy alejadas del modelo tradicional de unidad doméstica de producción-consumo familiar, que desde principios del siglo XX caracterizó a casi todas las sociedades rurales. En lo individual, tanto el encargado de la unidad productiva como los propietarios buscan fomentar su prestigio personal y su seguridad económica. En lo colectivo, luchan por afianzar el prestigio del apellido, conservar la tradición, el patrimonio, reforzar los lazos y la convivencia familiares. Son los hombres los que generalmente capitalizan los recursos familiares; las mujeres sólo se quedan con el prestigio del grupo familiar para lograr ser respetadas y valoradas socialmente y tener un buen matrimonio.
Tanto la migración como la reducción del tamaño de la familia nuclear están generando nuevas posibilidades de asociación y de trabajo en estas unidades productivas, al grado de comenzar a recurrir a otros familiares más allá de los lazos de primer grado para administrarlas y para hacerlas producir según la mecanización creciente y la contratación de mano de obra temporal.
Dos constantes se registran en estas unidades productivas: la migración, con la consecuente distancia física que genera; y el grupo de pertenencia —con su propia historia y cultura—. Hasta hoy, la identidad de los migrantes parece aferrarse a su localidad de origen, y siguen valorando la actividad ganadera además de su patrimonio cultural, social y familiar. Sin embargo, debemos tomar en cuenta que casi todos los que se encuentran laborando en Estados Unidos nacieron en San Felipe y el componente emocional-afectivo los sigue ligando a sus orígenes, aunque puedan existir casos en que la identidad de origen llegue a ser rechazada —identidad negativa— ya sea porque la que se adopta representa el modelo ideal a seguir, o por estrategia frente a las presiones ejercidas por la sociedad de inmigración.
Pero aún no se sabe el sentir y el actuar de la generación que ya nació allá. Al respecto tenemos dos planteamientos opuestos. Las tesis de Nahirny,25 de Fishman,26 y Nahirny,27 plantean que si bien los hijos de los inmigrantes continúan teniendo una conciencia muy viva de su identidad étnica, los nietos por el contrario se perciben esencialmente americanos, y algunas veces han perdido todo recuerdo de sus orígenes.
Fishman28 presenta la antítesis de este razonamiento cuando argumenta que la primera generación nacida de la inmigración se caracteriza por un rechazo más o menos violento de las pertenencias originales, pero la segunda inauguraría la reivindicación de su identidad a partir del momento en que su ascenso económico y social le permitiera defender sus rasgos, aunque también tiene la opción de negarlos. Guy Barbichon29 respalda esta tesis y resalta el papel conciliador de los abuelos en los conflictos generacionales y el reencuentro de los orígenes en sus descendientes más jóvenes.
La tesis de Fishman se relaciona más —con sus respectivas particularidades— con el caso estudiado. Mantiene en la base de su argumento la necesidad del inmigrante de conservar rasgos de la identidad original y el constante movimiento/ajuste de las generaciones entre el lugar de residencia y el lugar de donde provienen sus padres y ancestros. Esto da origen a la generación de una forma social intermedia que le permite mantener y resignificar dichas relaciones.
La doble pertenencia reforzada por las redes de intercambio puede producir una identidad moldeable, con sus posibles adaptaciones, que le permita identificarse con los miembros de los dos grupos —el que reside en Estados Unidos y el que permanece en el lugar de origen—. Una identidad propia construida a partir de su realidad social, respetada y tolerada por los residentes de los lugares de origen. En fin, una identidad que pueda alimentarse, por ejemplo, del flujo constante de personas hacia los dos puntos, de la memoria colectiva, recreación de prácticas, de las redes de intercambio y de normas tácitas de conducta y de apoyo mutuo.
La base misma de esta dinámica —unos se van pero otros se quedan— permite que la organización de una unidad productiva sea posible, mientras se siga conservando el balance entre ambos grupos y se introduzcan los ajustes necesarios. Fishman30 plantea que el ascenso económico que puedan lograr los descendientes de la segunda generación de los primeros inmigrantes31 les permitirá defender sus rasgos de origen. En el caso estudiado, estos inmigrantes no han tenido que esperar tanto tiempo, la primera generación, a través de su empleo en restaurantes de comida mexicana y guiada por rasgos de su cultura ancestral, ha logrado una seguridad económica que les ha permitido voltear a sus lugares de origen para invertir en ellos, sobrepasando por mucho el envío de remesas para el sostenimiento de sus familias, incluso para las mejoras de la localidad. Si a esto se le agrega, como se ha mencionado, su constante ir y venir gracias a la agilidad de los actuales medios y vías de comunicación y a la obtención de permisos migratorios, el intercambio es constante.
Si bien la mayor parte de los hijos de estos primeros inmigrantes residen en Estados Unidos y poco tienen que ver con los trabajos de las engordas, sus padres les siguen inculcando la conservación del atuendo —asisten vestidos de charros al desfile del 16 de septiembre y hacen su primera comunión también vestidos así—, el amor al caballo y al ganado, entre otros. También el papel de los abuelos ha sido fundamental en la motivación de las visitas a la localidad y la permanencia de algunas prácticas, aunque muchas veces estas visitas suelen combinarse con la convivencia y diversión con otros familiares y amigos, con los recorridos por los lugares más significativos para ellos y con al menos la expectación de algunos trabajos ganaderos. Es muy posible que para estos jóvenes no sea válida la expresión de los encargados de las engordas que manifiesta que «no saben hacer otra cosa, ya que nacieron arriba de una vaca y eso se les hace bonito», pero sí seguir gozando del prestigio y de la presencia que estas unidades les dan en la tierra de los ancestros. La moneda puede estar en el aire, pero por el momento ha sido la propia migración, anclada en los valores y motivaciones del grupo, la que ha desencadenado todo este proceso… y puede ser que lo conserve por mucho tiempo.