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Revista pueblos y fronteras digital

versión On-line ISSN 1870-4115

Rev. pueblos front. digit. vol.11 no.21 San Cristóbal de Las Casas ene./jun. 2016

https://doi.org/10.22201/cimsur.18704115e.2016.21.16 

Notas de investigación y reseñas

La telaraña de la deuda, 2015, de Ellen Hodgson Brown

Federico Morales Barragán1 

1 CIMSUR-UNAM, jfmoralesb@gmail.com

Hodgson Brown, Ellen. 2015. La Telaraña de la deuda. Córdoba: Almuzara, ISBN: 978-841-63-9206-3.


La inequidad extrema, rasgo evidente del mundo contemporáneo, particularmente de América Latina, suele atribuirse en forma exclusiva a las acciones emanadas del llamado proyecto neoliberal. La concentración exacerbada de acervos, fuente innegable de desigualdad, se alimenta de un mecanismo que no se origina en el citado proyecto, aunque en la actualidad le resulte funcional. Ellen Hodgson revela en su libro, La telaraña de la deuda, el origen y las consecuencias catastróficas de una práctica común y añeja, la emisión privada del dinero; hecho que contradice y desmantela la creencia generalizada de que la emisión del dinero es ejercida por los gobiernos a través de sus bancos centrales.

La tesis principal del libro es que la emisión del dinero por parte de los gobiernos permitiría la prosperidad y no causaría inflación. «La deuda federal se podría pagar, los impuestos a la renta podrían ser eliminados y los programas sociales podrían ser incrementados y todo esto podría hacerse sin imponer medidas de austeridad en las personas o provocando una inflación galopante» (p. 28). El planteamiento, que podría suscitar escepticismo o dar lugar a descalificaciones por considerarlo irresponsable (adjetivo en uso para desechar cualquier iniciativa que abogue por un mundo más equitativo), se fundamenta en experiencias y testimonios, históricos y contemporáneos, que muestran su viabilidad.

La evidencia ofrecida por Hodgson para dar sustento a su tesis se refiere a distintos periodos y contextos, entre ellos: el sistema de talonario inglés creado por el rey Enrique I hacia 1100 d. C.; la experiencia de las colonias británicas en América y las reflexiones de Benjamín Franklin, considerado el creador del papel moneda, en su folleto titulado «Una modesta investigación sobre la naturaleza y necesidad del papel moneda»; el sistema del «Greenback», moneda de curso legal emitida por el gobierno de los Estados Unidos durante el periodo de Abraham Lincoln, la creación de la Reserva Federal en los Estados Unidos, la gran depresión de 1929, los casos de hiperinflación en el mundo, los instrumentos financieros contemporáneos y las crisis financieras de los años noventa y del 2007.

Este largo recorrido permite a la autora identificar hechos significativos cuyo análisis da sustento a una propuesta de reforma del sistema financiero. Entre los hechos señalados destacan:

La Reserva Federal no es federal, es una empresa privada propiedad de un consorcio de bancos multinacionales muy grandes.

Con excepción de las monedas, el gobierno no crea dinero. Los dólares son creados por la Reserva Federal que se los presta al gobierno.

Las monedas y los billetes representan menos de 3 % de la oferta monetaria de los Estados Unidos. El restante 97 % solo existe como registros contables, todo este dinero es creado por los bancos en forma de préstamos.

El sistema bancario de los Estados Unidos se ha convertido en una máquina enorme de apuestas. Para diciembre de 2007, un estimado de 681 000 millones de dólares «estaban destinados a complejas apuestas de alto riesgo conocidas como derivados, 10 veces la producción anual de toda la economía mundial» (p. 28).

El impuesto federal a la renta fue creado para que los contribuyentes paguen los intereses adeudados a los bancos sobre la deuda federal. «Si el dinero hubiera sido creado por el Gobierno, en lugar de pedirlo prestado a los bancos, el impuesto a la renta no hubiese sido necesario» (p. 29).

La inflación no es causada por la impresión irresponsable de dólares por parte del gobierno. Aquella es ocasionada por los bancos que amplían la oferta monetaria con los préstamos.

La inflación desbocada que en algunos momentos han padecido las economías en desarrollo ha sido causada por especuladores institucionales globales que atacan a las monedas locales y las devalúan en los mercados internacionales.

La devaluación especulativa podría también afectar al dólar estadounidense si los inversionistas internacionales lo abandonaran como moneda internacional de reserva. Algo que puede ocurrir como represalia a lo que perciben como el imperialismo económico de los Estados Unidos.

En lo que sigue presento evidencias ofrecidas por la autora relacionadas con algunos de los hechos antes señalados.

A finales de los años veinte del siglo pasado, Josiah Stamp, quien fuera gobernador del Banco de Inglaterra y el segundo hombre más rico de Gran Bretaña en aquellos años, revelaba de manera elocuente el fundamento del poder económico:

El sistema bancario moderno fabrica dinero de la nada […] Los banqueros son los dueños de la tierra. Quítensela, dejándoles el poder de crear dinero y, con el movimiento de una pluma, crearán dinero suficiente para comprarla de nuevo. […] Remuévanles este gran poder y todas las grandes fortunas como la mía desaparecerían, y entonces este sería un mundo mejor y más feliz para vivir. […] Pero, si quieren seguir siendo los esclavos de los banqueros y pagar el coste de su propia esclavitud, entonces que los banqueros sigan creando el dinero y controlando el crédito (p. 27, cursivas en el original).

Testimonios acerca de los últimos momentos de Woodrow Wilson, presidente de los Estados Unidos de 1913 a 1921, señalan que dijo antes de morir: «Sin saberlo, he arruinado a mi país». Él firmó la ley de la Reserva Federal de 1913 e hizo realidad el proyecto de más de un siglo de los banqueros, que requirió la alianza de las facciones enemigas de los Morgan y los Rockefeller, para monetizar la deuda del gobierno, es decir, imprimir su propio dinero y cambiarlo por títulos públicos o pagarés.

El preámbulo de la ley revela el lenguaje que intimida a los legos y que convierte los asuntos monetarios y financieros en patrimonio de los que se consideran expertos. El fin de la ley, según dicho preámbulo, era «disponer la creación de los Bancos de la Reserva Federal, para proveer una moneda elástica, proporcionar un medio de redescuento de papeles comerciales, establecer una supervisión más efectiva de la banca en los Estados Unidos, y para otros propósitos» (p. 155). Este fue el comienzo del lenguaje Fed (Reserva Federal) que Hodgson desnuda por completo:

Moneda elástica es crédito que puede ser expandido a voluntad de los bancos. Redescuento, es una técnica mediante la cual a los bancos se les permite multiplicar mágicamente sus fondos, al represtarlos sin esperar a que los préstamos anteriores hayan sido cancelados. En lenguaje sencillo, la Ley de la Reserva Federal autorizó a un banco central privado crear dinero de la nada, prestárselo al Gobierno a interés y controlar la oferta monetaria nacional, expandiéndola o contrayéndola a voluntad (p. 155).

La emisión privada del dinero conduce a una espiral de deuda perpetua.

Un dólar prestado a un interés compuesto de 6 por ciento anual, crece en 100 años hasta ser una deuda de 339 dólares. Eso es cierto tanto si el dinero toma la forma de oro, papel o entradas contables. Los bancos prestan el dólar en existencia, pero no los 338 dólares necesarios para pagarlo, obligando al público a incurrir en más y más deuda en busca del efímero interés debido sobre su dinero creado a partir de la deuda (p. 133).

Un ejemplo dramático de lo pernicioso que resulta el control de la oferta monetaria en manos privadas se expresó en la crisis de finales de los años veinte e inicios de los treinta del siglo pasado. Los personajes clave de la trama que pretendía darle el control de los sistemas financieros a un pequeño grupo de bancos centrales privados fueron Benjamin Strong, entonces gobernador del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, y Montagu Norman, director del Banco de Inglaterra. El objetivo de la trama era obligar a todos los países a adoptar el patrón oro y controlar su operación mediante bancos centrales libres de todo control político, en una palabra, el control financiero internacional mediante acuerdos entre los bancos centrales sin la interferencia de los gobiernos.

El origen del problema comenzó cuando la Fed mantuvo bajas las tasas de interés incrementando con ello la circulación de dinero. «El dinero parecía abundante, pero lo que realmente fluía con libertad era el crédito o deuda. […] El dinero era tan fácil de conseguir que la gente pedía prestado solo para invertir, sacando préstamos a corto plazo a bajo interés que estaban fácilmente disponibles en los bancos» (pp. 163-164). El desinterés en el mercado de valores se revirtió cuando los magnates que acumularon grandes cantidades de acciones a precios bajos vendieron al público la idea de que podría enriquecerse comprando acciones «al margen», es decir, a crédito. La gente apalancó sus inversiones (compras a crédito) poniendo en garantía todos sus bienes. Cuando la Fed vendió títulos públicos y subió las tasas de interés para contener el crecimiento sin control de los precios se generó una severa crisis de liquidez; los incentivos de compra a crédito se redujeron por el mayor costo del dinero e inició la desbandada. El mercado de valores se colapsó, las personas retiraron sus ahorros de los bancos y los extranjeros llevaron su oro a Inglaterra, que ofrecía tasas de interés más elevadas. «De 1929 a 1933, la cantidad de dinero se redujo en un tercio y un tercio de los bancos cerraron sus puertas» (p. 166). El resultado no se hizo esperar: los pequeños inversionistas habían perdido todo y los magnates compraron acciones a precios de desesperación, así como inmuebles previamente hipotecados para comprar dichas acciones. «La riqueza del país se estaba transfiriendo de manera sistemática desde la Gran Clase Media Estadounidense hacia los Big Money Boys» (p. 167, cursivas en el original).

La solución al problema requería la inyección de dinero para ampliar la oferta monetaria; Hodgson registra que el propio Benjamin Strong lo había sugerido, pero murió repentinamente, sin poder expresar su consejo (p. 166). El New Deal de Franklin D. Roosevelt adoptó ese criterio para salir de la depresión económica, pero dicho programa fue financiado con gasto deficitario y aumento de impuestos, no mediante la emisión de dinero libre de deuda por parte del gobierno, a pesar de que se aprobó durante su mandato un proyecto de ley, la Enmienda Thomas, que autorizaba tal medida. El núcleo del poder de la Fed (la emisión del dinero) quedó salvaguardado, no obstante la creación del Comité de Mercado Abierto, organismo facultado para inyectar o extraer dinero nuevo de la economía mediante la compra o venta de bonos gubernamentales, respectivamente.

En los años de la gran depresión, las «ventas en corto» fueron el arma privilegiada de los especuladores para forzar los precios a la baja y luego poder adquirir activos a precios muy baratos. Este mecanismo consiste en vender acciones que no se poseen, que se piden prestadas. El caso extremo es la «venta en corto desnuda»: se venden acciones que ni siquiera se han pedido prestadas. La Ley de valores de 1933 impuso reglas que controlaban de alguna forma dicha práctica; sin embargo, en julio de 2007 se derogaron algunas de estas disposiciones de protección.

La referencia a estos mecanismos financieros y la explicación de su funcionamiento en términos llanos es otro de los méritos que caracteriza La telaraña de la deuda. A lo largo de diferentes capítulos Hodgson revela el funcionamiento de los «derivados», instrumentos cuya base se encuentra en las «ventas en corto» y que son utilizados para «la destrucción de empresa competidoras por medio de fusiones y absorciones parasitarias» (p. 193). De la mano de los derivados, los «fondos de cobertura» se han convertido en instrumentos privilegiados del capitalismo financiero contemporáneo; esclarecer su significado contribuye a comprender los acontecimientos asociados con la crisis financiera de 2007.

Los derivados son básicamente apuestas sobre el precio de una inversión subyacente (acción, mercancía, mercado), de modo que no son estrictamente inversiones, pues no involucran la compra de activos. Para financiar estas apuestas se utilizan «fondos de cobertura» cuyo uso se denomina «apalancamiento». Con ello se asegura a los inversionistas frente a posibles fluctuaciones en la moneda o en las tasas de interés.

Lo escandaloso y realmente peligroso del asunto es que el dinero de inversión de los bancos es puesto en fondos de cobertura, que pueden operar en un entorno menos regulado que el de los bancos. Para 2005, los fondos de cobertura fueron a menudo responsables de más de la mitad de las transacciones diarias en los mercados de capitales [] Eso les dio un gran control sobre el comportamiento de los mercados. En el otoño de 2006, 8 282 de los 9 800 fondos de cobertura que operaban en todo el mundo fueron registrados en las Islas Caimán (pp. 196-197, cursivas en el original).

La autora menciona que en las Islas Caimán los fondos de cobertura obtienen al momento de registrarse exenciones de impuestos por 100 años y bajo un manto de secreto oficial pueden autorregularse sin que otra nación pueda intervenir.

El mercado de derivados es esencialmente una burbuja financiera que enriquece a un pequeño grupo. El secreto bajo el que operan impide disponer de cifras oficiales; sin embargo, una estimación proporcionada por el Banco de Pagos Internacionales señala que

«en el primer semestre de 2006 el ‘valor hipotético’ de las operaciones de derivados se había disparado a un récord de 370 billones de dólares, y en diciembre de 2007 la cifra ascendió hasta la impresionante suma de 681 billones de dólares [cifra que] es más de 50 veces los 13 billones de dólares del pib de toda la economía de los Estados Unidos. En 2006, el pib total del mundo era solo de 66 billones de dólares, una décima parte del valor ‘hipotético’ del mercado de derivados en 2007 (p. 199).1

¿Cuál es el significado de estas cifras astronómicas? Hodgson lo presenta llanamente recurriendo a la explicación de Gary Novak, científico que tiene un sitio web (https://survivalblog.com/derivatives/) dedicado a simplificar problemas complejos: dos personas arrojan una moneda al aire y apuestan mil millones de dólares; al caer la moneda, alguien debe una cifra que nunca existió. El drama es que cuando los perdedores no pueden darse el lujo de pagar sus apuestas de futuros, el sistema debe derrumbarse. «Es eso, o los contribuyentes serán cargados con la factura por el rescate financiero más grande de la historia» (p. 199).

¿Cómo controlar el efecto altamente nocivo de estos instrumentos? Un impuesto sobre las transacciones de corto plazo controlaría a los especuladores sin afectar a los inversionistas de largo plazo. Según Dean Baker, del Centro de Investigación Económica y Política en Washington, un impuesto de 0.25 % sobre cada compra o venta de un paquete de acciones más un impuesto similar sobre la transacción de otros activos como los bonos, opciones, futuros y moneda extranjera le habría significado al Tesoro de los Estados Unidos 120 mil millones de dólares en 2000 (p. 422).

El reducido grupo de bancos donde se concentra 97 % de los derivados financieros de los Estados Unidos

está conformado por los mismos bancos involucrados en el capitalismo buitre: vender masivamente acciones a la baja a través de una colusión de ventas en corto y gran fraude de derivados que les permiten manipular mercados y destruir empresas. Un impuesto sobre los derivados podría sacar a la luz estas prácticas corruptas y dejar tanto a estos esquemas como a los bancos detrás de ellos bajo el control público (p. 422).

Los ataques especulativos también ocurren en el mercado de divisas y están vinculados en la actualidad con las políticas de libre comercio.

Antes de que una moneda pueda ser llevada a la baja por asaltos especulativos, el país debe ser inducido a abrir su economía al «libre comercio» y hacer que su moneda sea libremente convertible a otras monedas. La moneda puede entonces ser atacada y devaluada, permitiendo que los activos nacionales sean tomados a precios de remate y conduciendo al país a la bancarrota. Entonces este debe pedir préstamos a los bancos internacionales y al fmi, los que imponen como condición para la reducción de la deuda que el gobierno no emita el dinero que necesita, sino que lo gestione con los prestamistas internacionales (p. 462).

En una sección que lleva por título «El rompecabezas armado» (pp. 459-465), Ellen Hodgson sintetiza los aspectos centrales de su argumentación. Incluye muchos asuntos no considerados en esta reseña; ahora simplemente los menciono con la intención de animar al lector a acercarse a este libro. Entre ellos destacan: el patrón oro, el tipo de cambio fluctuante, los mitos de la inflación, el «ciclo económico», el despilfarro de las hipotecas de vivienda, la burbuja inmobiliaria, el crédito hipotecario a tasa variable y la bancarrota secreta de los bancos (pp. 463-464).

La telaraña de la deuda, un libro que sin duda merece leerse y ser discutido, especialmente entre quienes creen que la construcción de la equidad jamás será un atrevimiento irresponsable.

1Aquí, un billón se traduce como mil millones, que se expresa por la unidad seguida de nueve ceros, a la usanza de los Estados Unidos.

Recibido: 03 de Abril de 2016; Aprobado: 11 de Abril de 2016

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