Introducción
El período entre 1970 y 1990 fue de gran convulsión política y social en Centroamérica, principalmente en los tres países donde se registraron guerras civiles: Guatemala, Nicaragua y El Salvador.1 Desde el Estado mexicano se desarrolló una política exterior dirigida hacia esa región, principalmente con la preocupación por los posibles efectos que pudiera tener en su frontera sur esa coyuntura trágica. En el contexto de la Guerra Fría, había una diferencia sustancial en el diagnóstico de la situación centroamericana que efectuaban México y Estados Unidos. Para el vecino imperialista, en el Caribe y Centroamérica se encontraba infiltrado el comunismo internacional y había que frenarlo por la vía armada debido a que representaba un peligro para su seguridad nacional. Sin embargo, desde la perspectiva mexicana las guerras centroamericanas eran consecuencia de regímenes autoritarios con altos niveles de represión y de estructuras injustas que requerían reformas, por tanto, el gobierno de este país apostaba por resolver los conflictos por una vía negociada que permitiera la pacificación en el área. Ese fue el gran objetivo del Plan Regional de Distensión de 1982, que con el tiempo se convirtió en el precedente de esfuerzos diplomáticos que derivaron en salidas no militares a las guerras civiles en Centroamérica.
En ese contexto, se organizaron grupos en México con la bandera de la solidaridad hacia los pueblos que sufrían la tragedia de la guerra, y en este marco sectores académicos o intelectuales buscaron desde sus espacios incidir o aprovechar la política exterior del Estado, que estaba encaminada a procurar una salida negociada en la región. También desde sectores eclesiales se desarrollaron esfuerzos en esa misma línea, como en el caso del Secretariado Internacional Cristiano de Solidaridad con América Latina «Óscar Arnulfo Romero» (SICSAL) promovido por la labor pastoral e intelectual de Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca entre 1952 y 1982, y de otros eclesiásticos mexicanos como Samuel Ruiz, obispo de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, entre 1959 y 1999.
No se trataba de la mera labor altruista de hacer caridad con personas necesitadas. Más bien, esas redes de solidaridad que se forjaron en México unieron a creyentes con no creyentes en un punto coincidente: frenar la agresiva intervención estadounidense en Centroamérica, que con los años se tradujo en ríos de sangre y zozobra en los países afectados, lo que también generó con el tiempo implicaciones indirectas (como la migración fruto de las guerras), en un país (México) que conocía las consecuencias de la brutalidad imperialista. Por ello, la utopía que animó a la creación y el desarrollo de las redes mexicanas de solidaridad fue básicamente una crítica al orden capitalista y una propuesta de práctica solidaria para animar a la liberación definitiva de estructuras económicas, sociales y culturales.
Los aspectos señalados se desarrollan en el texto en el siguiente orden. En la primera parte se da cuenta del contexto centroamericano a partir de las concepciones que tenían Estados Unidos y México sobre las causas de las guerras civiles en la región. En la segunda parte se aborda el origen y los ideales de las redes de solidaridad que se formaron en México en apoyo particularmente a El Salvador, tanto de sectores académicos como de sectores eclesiales vinculados a la teología de la liberación. Para finalizar, en la tercera parte se plantean algunas reflexiones sobre qué había más allá de la formación de esas redes de solidaridad que apuntaba a la superación del capitalismo y al establecimiento de un socialismo distinto al de las experiencias totalitarias de Europa.
Las guerras civiles en Centroamérica y el Plan Regional de Distensión de 1982
Las guerras civiles en Guatemala, Nicaragua y El Salvador marcaron el contexto regional centroamericano desde la década de los setenta, y con mayor fuerza en la de los ochenta. Fue una coyuntura de mucha complejidad. En este sentido, es importante continuar realizando estudios que aporten datos o perspectivas que abonen a la comprensión de ese período que marcó con fuerza el devenir de esos países y ocasionó muchos efectos en el presente, uno de los más significativos la migración irregular hacia Estados Unidos, un fenómeno en el que México se encuentra muy implicado por haberse convertido en el primer gran muro fronterizo para las personas que aspiran a llegar al país del norte.
Desde principios de los ochenta en México se preveía una serie de consecuencias en su frontera sur a partir de la situación convulsa en Centroamérica. En un documento oficial mexicano de 1981 sin autoría específica, citado por Mónica Toussaint y titulado «La situación de El Salvador: opciones para la política exterior de México», se afirmaba la preocupación por los posibles efectos de las guerras centroamericanas:
Mayores problemas de inestabilidad y conflicto en la zona podrían repercutir desfavorablemente sobre la seguridad nacional de México, dada la cercanía geográfica, los recursos en el sureste del país y la posibilidad de la extensión de los conflictos a las zonas limítrofes. Todo esto obliga a reflexionar, en primer lugar, sobre las acciones que podrían llevarse a cabo para impedir la intervención en El Salvador. En segundo lugar, considerar los grandes lineamientos de la política mexicana en caso de que el asunto salvadoreño llegara al Consejo de Seguridad o a la OEA […] conviene insistir en la urgencia de tales acciones ante la posibilidad de cualquier intervención extranjera que colocara a México en desventaja (Gobierno de México, en Toussaint 2020: 173-174).
Y es que «Centroamérica se encontraba demasiado cerca como para que México permaneciera indiferente, y lo que estaba en juego eran sus intereses, en particular, la seguridad de la frontera sur» (Toussaint, 2020: 169). La preocupación por la «intervención extranjera» estaba determinada por la llegada de Ronald Reagan a la Presidencia de Estados Unidos y por su estrategia bélica,2 que se expresó en el talante de Alexander Haig, secretario de Estado de ese país entre 1981 y 1982, tal como se describe a continuación: «era militar, se había fijado un objetivo y procedería a conquistarlo […] sus instrumentos no eran la ley ni la razón, eran la fuerza y el poder aplastante, sostén de sus intereses en distintas partes del mundo» (Toussaint, 2020: 177).
¿Agresión comunista o exigencia legítima de cambios políticos? Diagnósticos en pugna
La postura de Estados Unidos en relación con la región centroamericana estaba marcada por su geopolítica de guerra fría y su talante imperialista patente durante el siglo XX, de ahí que percibiera los triunfos de la Revolución cubana en 1959 y de la Revolución sandinista en Nicaragua en julio de 1979 como parte de la batalla mundial contra la Unión Soviética. Desde su narrativa, este país representaba la opción comunista y ponía en peligro el sistema capitalista, que Estados Unidos defendía a ultranza apelando, paradójicamente, a principios democráticos y de derechos humanos. En los siguientes extractos del citado secretario de Estado estadounidense entre 1981 y 1982 se refleja esta posición, que tuvo graves consecuencias para los países agredidos:
Para mí, lo principal es el interés de mi país, que coincide con el interés de las democracias. Yo estoy encargado de defender los intereses de mi país y de restablecer su prestigio […] Cuba marioneta (puppet) en manos de los rusos se ha apoderado de Nicaragua. Castro ha enviado soldados cubanos a defender intereses expansionistas de la Unión Soviética […] reconozco que ha sido nuestra falta; ahora la enmendaremos en El Salvador, en Nicaragua y en Cuba. No podemos permitir sistemas incompatibles con la democracia infiltrarse en todas partes y nosotros permanecer al margen […] Mi obligación es detener la infiltración [comunista] y nadie puede convencerme de que esa no es mi obligación. No acepto la infiltración y la expansión rusa ni en el Caribe, ni en Centroamérica, ni en el África, ni en cualquier otra parte del mundo. Detener la infiltración y el expansionismo no es tarea de México, es nuestra, y si la situación mundial está en crisis y en peligro, es culpa nuestra (Alexander Haig en Toussaint, 2020: 176-177).
En cambio, en el diagnóstico sobre la situación centroamericana del Estado mexicano más que una agresión del comunismo soviético se trataba de la consecuencia de regímenes políticos represores defensores de una estructura económica que causaba profundas desigualdades sociales y que se resistían a atender las demandas de cambios estructurales que exigían las organizaciones sociales.
México estaba dispuesto a respaldar los cambios políticos y sociales en Centroamérica y sostenía con vehemencia que los procesos revolucionarios no tenían su origen en una conspiración del comunismo internacional, como afirmaba el gobierno de Washington, sino en los profundos rezagos sociales y en el autoritarismo que caracterizaba a los regímenes políticos de la región. Por ello, el gobierno mexicano demandó el respeto a la autodeterminación de los pueblos y favoreció la negociación política como recurso para encontrar una salida a la crisis regional (Toussaint, 2020: 169).
Así se explica el apoyo que recibieron grupos insurgentes de Guatemala y El Salvador en territorio de México y el que brindó este último país a la Revolución nicaragüense:
La intención de favorecer el cambio político en Centroamérica motivó a brindar respaldo diplomático y ayuda material al gobierno sandinista de Nicaragua, así como a entablar relaciones formales con los grupos revolucionarios de El Salvador y Guatemala, a los cuales México apoyó de distintas maneras. Para el impulso de esta diplomacia, el presidente López Portillo contó con la participación de diplomáticos que además de comprender la trascendencia de la coyuntura, estaban convencidos de la necesidad de respaldar la transformación de las sociedades centroamericanas (Toussaint, 2020: 170).
Las visiones contradictorias de México y Estados Unidos se expresan con claridad en la postura que defendió el presidente mexicano José López Portillo durante el período de 1976 a 1982 como reacción a una acusación de intervención en Centroamérica, y en otra de John A. Bushnell, funcionario norteamericano en 1981 vinculado con asuntos interamericanos. Para dilucidar cuál se acerca más a la realidad y cuál contiene un elemento de desfiguración ideológica se apela a la lógica simple, siguiendo el principio que desarrolló el filósofo griego de la antigüedad Aristóteles, para quien dos juicios que se contradicen no pueden ser ambos verdaderos y a la vez falsos.
En este sentido, se defiende aquí que la postura mexicana se acerca más a la realidad histórica en cuanto se aproxima a las causas que generaron las guerras en Centroamérica y a soluciones más efectivas que las acciones bélicas e intervencionistas propuestas por el país con el garrote imperialista:
Cuando a López Portillo se le cuestionó con el argumento de la no intervención, él argumentó que México no había mandado ni hombres, ni rifles, ni dinero a El Salvador. Que se había limitado a llamar la atención de la comunidad internacional sobre la existencia de una fuerza representativa en el conflicto, porque no había sido posible la negociación entre las partes […] la cancillería mexicana negó que el comunicado fuera una acción intervencionista y señaló que Estados Unidos era el que había enviado armas y apoyo militar al gobierno salvadoreño (Toussaint, 2020: 194).
En 1981 Bushnell parecía estar de acuerdo con el presidente López Portillo y el gobierno mexicano:
Los Estados Unidos no quieren verse envueltos en la controversia salvadoreña, de ahí que no se haya accedido a las entrevistas a niveles altos. Los dirigentes del FDR3 buscan el contacto con personas de alto nivel para efectos de propaganda. De hecho, estamos en contacto mediante funcionarios de embajadas tanto en México como en El Salvador y en Panamá. Con quien debe hablar el FDR es con los propios salvadoreños, con la Junta. Ellos deben resolver sus problemas entre ellos, no vemos por qué debemos intervenir en esa situación. Son los salvadoreños los que deben encontrar soluciones a sus problemas sociales (Bushnell en Toussaint, 2020: 175).
El mismo Bushnell, en el mismo espacio donde dio las declaraciones anteriores, expresó que frente a la situación salvadoreña Estados Unidos se vio obligado a intervenir porque Cuba ya lo había hecho con «equipo altamente sofisticado» para la guerrilla «que el ejército salvadoreño ni tiene, ni ha tenido jamás» (Bushnell en Toussaint, 2020: 174), por lo que decidieron:
[…] incrementar la ayuda militar y por primera vez incluir armas letales dentro de esa ayuda. Dicha ayuda consiste en el envío de un millón de dólares en equipo de comunicaciones (radio) y cinco millones de dólares en camiones, municiones, lanzagranadas y lanzacohetes. Todo esto enviado rápidamente para equilibrar la ecuación (Bushnell en Toussaint, 2020: 174).
La falsedad de la postura de no intervención de Estados Unidos fue evidente. En su práctica imperialista, su posición ideológica de guerra fría le llevó a ser el tercer gran protagonista en la guerra civil salvadoreña. No le interesaba resolver problemas estructurales de injustica local ni que la gente de El Salvador resolviera sus problemas, sino que el comunismo soviético no avanzara. Con ese diagnóstico errático e ideológicamente cegado frente a las causas reales de la explosión de la guerra en El Salvador, el poderío bélico estadounidense representó un elemento que alejaba a toda la región de salidas negociadas.
El peligro del involucramiento militar estadounidense en el conflicto, así como la posibilidad de regionalización de la guerra, crearía nuevos focos de tensión internacional y Centroamérica podría convertirse en una pieza de negociación entre las grandes potencias en plena guerra fría. De aquí la importancia de que México defendiera a capa y espada la vigencia del respeto a los principios de no intervención y autodeterminación, la necesidad de garantizar la seguridad nacional de México, la cual podría peligrar por los efectos de la inestabilidad en la región centroamericana, y el papel moderador que el gobierno mexicano podría desempeñar en la solución de los problemas de los países del istmo (Toussaint, 2020: 182).
Con su política exterior México procuraba una salida negociada a los conflictos bélicos en Centroamérica, lo cual se expresó no solo en la declaración franco-mexicana de agosto de 1981, sino en otros varios esfuerzos, como en el llamado Plan Regional de Distensión que presentó López Portillo en Managua en febrero de 1982: «El presidente mexicano insistía en que ‘la clave para la disminución de tensiones en Centroamérica y el Caribe se encuentra precisamente en el diálogo, al cual resulta imprescindible la concurrencia del gobierno de Estados Unidos’» (Toussaint, 2020: 196). Básicamente en dicho plan «México se ofrecía como mediador para buscar una solución negociada para El Salvador, formular un pacto de no agresión de Estados Unidos hacia Nicaragua y continuar con el diálogo entre Cuba y Estados Unidos» (Toussaint, 2020: 196).
El Plan Regional de Distensión fue aceptado por Nicaragua, rechazado por la Junta de Gobierno salvadoreña e ignorado por Estados Unidos. Y aunque no funcionó:
fue el inicio de una línea de continuidad en los procesos de negociación a los que México dio gran impulso en años posteriores, como fueron la iniciativa del Grupo Contadora y la firma de los Acuerdos de Paz de El Salvador en el Castillo de Chapultepec. Asimismo, aunque esta nueva estrategia estuvo diseñada en un inicio como respuesta a la llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca, sirvió al mismo tiempo para consolidar la posición mexicana en Centroamérica en el sentido de constituirse como un contrapeso a los intereses de Estados Unidos en el área y responder con responsabilidad a los retos que planteaba esta región, que cada vez más era considerada una prioridad para la política exterior de México (Toussaint, 2020: 203).
Esta política mexicana hacia Centroamérica era reconocida por distintos actores, entre ellos un obispo que fue protagonista en la historia política mexicana del siglo XX, Sergio Méndez Arceo, quien en reiteradas ocasiones alabó la política exterior mexicana y pidió en diferentes espacios apoyo para ella. En su homilía dominical del 3 de agosto de 1980 hizo este llamado:
Finalmente, tengamos presente, antes de entrar en el Prefacio, la política internacional de nuestro presidente. Lo mejor de la política mexicana es sin duda la exterior. Que rinda frutos al servicio social de la ayuda con petróleos a los países de Centroamérica y del Caribe, por parte de México y Venezuela. Que el compromiso de amistad profunda y de vínculos concretos con Cuba nos haga además apreciar e incitar tantas empresas de mejoramiento popular, como, por ejemplo, los planes agropecuarios (Méndez Arceo, 1988: 146, cursivas agregadas).
En esa misma línea habló el 7 de junio de 1981 como reacción al diálogo entre los presidentes López Portillo y Reagan; el 27 de noviembre de 1981 tildó de «ejemplar» esa política exterior mexicana (Méndez Arceo, 1988), y en la homilía dominical del 9 de agosto de 1981 planteó lo siguiente:
Considero imprescindible que nosotros los cristianos morelenses apoyemos inteligentemente a nuestro gobierno para que, identificado con el pueblo, sea más fuerte en sus acciones internacionales tan decisivas para la liberación de América Latina, en la zona de América Central y el Caribe (Méndez Arceo, 9 de agosto de 1981).
De esta manera, se puede afirmar que hubo confluencia entre el gobierno mexicano de turno y distintos actores sociales que promovieron no solo el diálogo, sino la solidaridad, y con ella el cambio interno de los países centroamericanos, que implicó cuestionar tanto a grupos políticos autoritarios como la cerrazón de las oligarquías locales.
De hecho, el llamado a la solidaridad internacional no partió solo de clérigos vinculados a la teología de la liberación o de académicos comprometidos con causas sociales, sino también desde el mismo Estado. El encargado de negocios de la embajada de México en El Salvador, Gustavo Iruegas, fue claro en este aspecto durante una reunión de diplomáticos en 1981:
México está llamado a protagonizar momentos difíciles en el desarrollo del proceso revolucionario. La revolución popular, que en el caso de El Salvador es más el cumplimiento de una obligación histórica que el simple ejercicio de un derecho, necesitará del solidario aporte de la nación y el Estado mexicanos en su proceso de legitimación internacional. Cuando el garrote imperialista pretenda privar al pueblo salvadoreño de determinar libremente su destino, México deberá hacer uso de la gran fuerza moral que tantos años de actuación internacional justa y valiente le han permitido acumular, para fustigar y, de ser posible, expulsar al intruso. Nada podría acercar más a nuestros pueblos que la solidaridad oportuna y consecuente (Iruegas en Toussaint, 2020: 185-186, cursivas agregadas).
Lo anterior estaba en sintonía con la posición mexicana que promovía la llamada Doctrina Estrada -declaración en la que se defendían los principios de autodeterminación de los pueblos y de no intervención y se apostaba por la paz en el mundo- que asumió el país al ingresar, por segunda ocasión en su historia, al Consejo de Seguridad de la ONU «en el bienio 1980-1981, en donde fue representado por Porfirio Muñoz Ledo» (ONU, 2023).
La nueva decisión de participar fue una de las más trascendentes de aquellas décadas, y se inscribió sin duda en la nueva dinámica de la política exterior mexicana a partir de fines de los años setenta. Marcado por la Guerra Fría, la inestabilidad en Medio Oriente y los conflictos en Nicaragua y El Salvador [...] México votó en contra de las dos potencias hegemónicas del Consejo de Seguridad en ese periodo, pues su apuesta en favor de la paz proponía el empleo de los medios de solución pacífica en los casos de: la guerra entre Irán e Irak; la escalada del conflicto árabe-israelí, la toma de rehenes en la embajada de Estados Unidos en Teherán; la política agresiva del régimen del apartheid en Sudáfrica hacia los países vecinos; la proliferación de regímenes dictatoriales en América Latina y la consecuente violación masiva de los derechos humanos, así como los enfrentamientos fratricidas en Centroamérica (ONU, 2023).
La posición oficial del gobierno mexicano en ese período fue medular para la creación y el desarrollo de redes de solidaridad en el país más allá de la diplomacia, tal como se presente a continuación.
La práctica de solidaridad
En el caso específico de El Salvador, un acontecimiento marcó un parteaguas en la ya difícil situación bélica interna que caldeó todavía más la convulsión interna: el magnicidio de Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de la capital salvadoreña, el 24 de marzo de 1980, un crimen que reflejó el grado de represión del Estado4 y que aún se mantiene en la impunidad. En su asesinato participaron personas vinculadas con el poder económico y político-militar que tenían apoyo de Estados Unidos porque compartían la visión anticomunista, como se planteó en el apartado anterior. La noticia dio la vuelta al mundo. El 30 de marzo se realizó el acto fúnebre en la plaza central de la capital salvadoreña con la participación de miles de feligreses. Al frente del acto litúrgico estaba un representante designado por el papa Juan Pablo II, el arzobispo mexicano Ernesto Corripio Ahumada. También se encontraban otros personajes de la vida eclesial mexicana, como Samuel Ruiz, obispo de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, Sergio Méndez Arceo, de Cuernavaca, y Enriqueta Curiel, enviada de la capital mexicana, presumiblemente de parte de comunidades eclesiales de base, según consta en el Archivo Sonoro Sergio Méndez Arceo del SICSAL.
Cuando regresaron del funeral de Mons. Romero se llevó a cabo en México una conferencia de prensa donde realizaron denuncias contra la Junta de Gobierno salvadoreña y llamados a la solidaridad. Curiel contó lo que le expresaron en tierras salvadoreñas:
Avisen, digan a los de fuera cómo están matando al pueblo […] Las caritas que veíamos ahí en la catedral [de San Salvador] eran las caritas de los campesinos, las caras de la gente más sencilla y la gente más desprotegida […debemos] no solamente condenar esta represión, sino repudiarla y denunciarla. Es un deber de cristianos (Curiel, 2 de abril de 1980).
Por su parte, Méndez Arceo recalcó las fortalezas de la política exterior mexicana: «creo que lo mejor que tiene nuestro gobierno es la política internacional. Yo creo que sabrá encontrar el momento oportuno para hacer este rompimiento [diplomático], como me parece que lo supo encontrar en el caso de Nicaragua» (Méndez Arceo, 2 de abril de 1980). En mayo de 1979 López Portillo cortó relaciones diplomáticas con el gobierno nicaragüense de los Somoza. Lo hizo después de la visita que realizó a México el presidente de Costa Rica Rodrigo Carazo, que ya había roto relaciones con la dictadura de ese país a finales de 1978. No se llegó a la ruptura diplomática con El Salvador, pero sí hubo esfuerzos dirigidos a la pacificación, tal como se expresaba en el Plan Regional de Distensión.
Finalmente, Samuel Ruiz, obispo de San Cristóbal de Las Casas, fue quien propuso la creación de una red de apoyo solidario a personas de El Salvador dadas las circunstancias en ese país:
Hay una tarea, no sé cómo se podrá implementar, y es buscar un apoyo al exterior para mucha gente que tendrá que salir de aquel país porque no le queda otro remedio. Habrá que buscar solidaridades para apoyar a mucha gente que está bajo la mira y que sale de allá no solo porque tiene miedo, sino porque la única forma de poder subsistir para continuar al interior de una lucha es, quizá, salir al exterior. No sé cómo, pero yo vislumbro que va a haber una cosa que se acerca (Ruiz, 1980, cursivas agregadas).
Después de este llamado se fundó el SICSAL. Sin embargo, las prácticas de solidaridad habían iniciado algunos años antes en México. Andrés Fábregas Puig, un reconocido antropólogo mexicano, también presidente del Comité Mexicano de Solidaridad con el Pueblo Salvadoreño (CMSPS), narró el origen de esta red de solidaridad:
Es un hecho sabido (aunque no bien conocido) que la situación de los países centroamericanos llevó a muchos de sus intelectuales a migrar a México, la mayoría en calidad de exiliados políticos […] intelectuales salvadoreños, sobre todo profesores o estudiantes universitarios, eran parte de este exilio. Estos intelectuales, sobre todo, insisto, universitarios, en unión con estudiantes y universitarios mexicanos, decidieron formar el Comité Pro Derechos Humanos en El Salvador, antecedente directo del Comité Mexicano de Solidaridad con el Pueblo Salvadoreño. Por un período de alrededor de cinco años (1975-1980) este Comité Pro Derechos Humanos organizó distintas actividades, en particular en los medios universitarios. Los primeros pasos de este grupo de solidaridad se dieron en Guadalajara, ciudad donde residían algunos intelectuales salvadoreños que fueron los promotores de dicho grupo (Fábregas Puig, 2006: 645).
Más recientemente Fábregas Puig describió la fundación del CMSPS de manera detallada: «reunidos en Coyoacán un pequeño grupo de profesores, de estudiantes y de dirigentes salvadoreños de la Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa el 15 de septiembre de 1979 fundamos el Comité de Solidaridad con el Pueblo de El Salvador» (Fábregas Puig, 10 de febrero de 2023). El esfuerzo duró alrededor de cinco años. Algunos de sus logros más importantes fueron:
Se convirtió en un modelo para la creación de otros emprendimientos similares alrededor del mundo. Para 1981 «existían comités de solidaridad (a imagen y semejanza del mexicano) en Estados Unidos, Venezuela, Colombia, Holanda, Francia, Portugal, Australia, Italia, Bélgica y algunos países africanos» (Fábregas Puig, 2006: 650).
Contribuyó a la creación del «Foro Nacional de Solidaridad con el Pueblo Salvadoreño al que concurrió una gama amplia de instituciones y organizaciones políticas, culturales y religiosas» (Fábregas Puig, 2006: 649).
Constituyó un apoyo para la declaración franco-mexicana, puesto que ese «documento se firmó en el mismo mes de octubre de 1981, a pocos días de haberse celebrado la Reunión Internacional de Comités. Fue saludado como un logro del movimiento solidario con El Salvador alentado desde México» (Fábregas Puig, 2006: 650).
Influyó para que se declarara el 22 de enero «como el Día Mundial de la Solidaridad con el Pueblo Salvadoreño, que fue celebrado con marchas en muchas ciudades del mundo. El Foro fue un instrumento eficaz de movilización de la opinión mundial en pro de la paz en El Salvador y en la formación de un contexto que hacía cada vez más difícil la intervención militar norteamericana» (Fábregas Puig, 2006: 651).
«La actividad del Comité llamó la atención hacia la situación de los pueblos del Istmo Centroamericano y no solo de El Salvador […] ayudó a miles de ciudadanos del país a ser conscientes de que México es un país latinoamericano y que existen lazos históricos, vinculaciones culturales, afinidades sociológicas, que unen al país con el resto del continente» (Fábregas Puig, 2006: 651-652).
«También contribuyó el Comité a la discusión de los nuevos contextos que venían formándose en lo que actualmente son nuevos marcos de colonialismo y de obstáculos para el logro del bienestar en las sociedades Latinoamericanas» (Fábregas Puig, 2006: 652).
El SICSAL
Si desde la academia mexicana se impulsó el CMSPS, desde el interior de la Iglesia católica se animó a la creación de una red de solidaridad con El Salvador en los primeros años de los ochenta, en particular desde la diócesis de Cuernavaca, bajo la dirección de Sergio Méndez Arceo.
Benjamín Cuéllar, exmilitante de la guerrilla salvadoreña, llegó en 1983 a México, donde realizó actividades que le acercaron a Méndez Arceo. Cuéllar afirmó que tras el asesinato de Óscar Romero los sectores eclesiales de México promovieron importantes actos de solidaridad. Puso como ejemplo el caso de su hermano, Roberto Cuéllar, también exiliado en el país, quien fue director del primer organismo defensor de derechos humanos en El Salvador (Socorro Jurídico), fundado en 1975, institución que le daba sustento a Mons. Romero en cuanto a las denuncias que hacía en las homilías dominicales.
Cuéllar aseguró que «se había creado un ambiente de solidaridad en la Iglesia católica», donde la «figura más emblemática de esa solidaridad con América Latina, y sobre todo con Centroamérica, con Nicaragua, con El Salvador y además con Cuba, fue don Sergio Méndez Arceo». Quizá por esto, afirmó, «don Sergio fue motivo de inspiración, no de surgimiento de la solidaridad, sino para que se afianzaran redes como el SICSAL» (Cuéllar, 10 de febrero de 2023).
Cuéllar describió cómo tres religiosos, entre los que destacaba Méndez Arceo, fueron parte de la solidaridad mexicana por el recibimiento que hacían a las personas salvadoreñas, entre los que se encontraban su hermano Roberto y él mismo:
Fray Gonzalo Balderas Vega [1951-2021], fraile dominico en México, muy solidario con El Salvador, fue pieza fundamental para que mi hermano instalara una oficina exterior del Socorro Jurídico Cristiano para contribuir a la denuncia de lo que estaba ocurriendo esos años terribles entre el asesinato de Romero y el estallido de la guerra civil. El otro religioso fue Miguel Concha [1945-2023], también dominico y fundador del Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria, O.P. en 1984, quizá uno de los primeros organismos defensor de derechos humanos en México, del cual yo fui por siete años su secretario ejecutivo. Nos vinculamos con el Comité Eureka fundado por Rosario Ibarra de Piedra para trabajar en conjunto en el apoyo y acompañamiento a víctimas de violaciones de derechos humanos en México. Dada la restricción de no involucrarme en asuntos internos mexicanos mi papel fue casi en la semiclandestinidad. En ese contexto me encontré con la tercera figura religiosa de solidaridad: don Sergio. Comenzamos a platicar sobre la situación del país. Él estaba muy comprometido con la causa centroamericana, en particular con la causa salvadoreña, debido a que tuvo una relación especial con Mons. Romero (Cuéllar, 10 de febrero de 2023).
Esto también lo secunda Gabriela Videla González, periodista chilena exiliada en México tras el golpe de Estado a Salvador Allende y también cercana de Méndez Arceo: «para don Sergio, Mons. Romero era un santo de la Iglesia latinoamericana. Era el personaje que más profundamente lo movía a él para apreciar la solidaridad y la entrega al pueblo» (Videla González, 2023).
Por lo anterior, se recalca aquí que el magnicidio de Óscar Romero le motivó a Méndez Arceo para fundar y promover una red de solidaridad como el SICSAL. En esa línea, Blanca Flor Bonilla, representante salvadoreña del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) que atendió refugiados salvadoreños en México entre 1984 y 1991, expresó:
Él [Méndez Arceo] lo que veía eran las injusticias que producía la dictadura militar, la guerra misma. En la guerrilla teníamos un programa con una estrategia de diálogo para llegar a la paz desde 1981. Méndez Arceo conocía y apoyaba ese programa con todos nuestros esfuerzos por lograrlo. La guerrilla en sí no queríamos la guerra porque la guerra civil fue un producto de la dictadura militar. Vivir en una dictadura militar es bien difícil. Si uno era perseguido político podía ser desaparecido, encarcelado o asesinado. A veces con solo tener una estampita de Mons. Romero. Y es que si asesinaron a Mons. Romero ¿qué más se podía esperar? Para que tengan idea de la dimensión de esa situación de terrorismo de Estado (Bonilla, entrevista, 5 de marzo de 2022, cursivas agregadas).
Existía el agravante, aseguró Bonilla, de que, en esos primeros años de la década de los ochenta, ni el gobierno ni los militares salvadoreños, ni el gobierno de Estados Unidos, querían la paz. No querían negociar ni acabar con la dictadura cruel. Este panorama lo amplió en 2021 Armando Márquez, secretario del SICSAL:
A final de los años setenta y principios de los ochenta fue el período del hervor en Centroamérica del movimiento social, político, cultural y religioso de despertar y de reclamar que teníamos derechos. Eso dio un gran impulso a movimientos de diverso tipo: políticos en cuanto a buscar una democracia y romper la dependencia política con Estados Unidos; a nivel religioso con la teología de la liberación. Frente a estos movimientos vino la reacción de las cúpulas de poder acostumbradas a que las universidades, la Iglesia, las escuelas, estaban para fortalecer el sistema y mantener al pueblo callado. Eso se rompe y las cúpulas ven en nuestros movimientos de comunidades eclesiales de base, de teología de la liberación, de grupos de estudiantes, sindicalistas, cooperativistas de aquel tiempo como una amenaza. Comienza entonces la persecución. Muchos salvadoreños y salvadoreñas y centroamericanos y centroamericanas tuvieron que huir (Márquez, entrevista, 15 de octubre de 2021).
Uno de los lugares de México donde muchas personas llegaron huyendo de sus países de origen fue Cuernavaca.
México ha sido un país políticamente muy abierto, bastante acogedor, hospitalario […] A nivel político recibió grupos migrantes de Chile que llegaron por el golpe de Estado dado por Pinochet a Salvador Allende, lo que desencadenó la persecución. En Argentina también viene la persecución por el golpe de Estado dado por los militares, en Brasil […] En El Salvador igual, en Nicaragua, Guatemala. Muchos fueron a buscar refugio a México. México recibe familias. Una de las diócesis que las va a recibir y que va a hacer un esfuerzo un poco más formal de atención a migrantes fue la de Cuernavaca, cuando estaba don Sergio. Don Sergio comienza a recibir y a conocer sacerdotes, religiosos, dirigentes políticos. Él también se va sensibilizando. Conoce de los esfuerzos de liberación, sobre todo el de Nicaragua (Márquez, entrevista, 15 de octubre de 2021).
Bonilla también describió el motivo por el cual muchas personas que huyeron específicamente de El Salvador buscaron llegar a Cuernavaca:
Era gente vinculada a organizaciones sociales de diferentes municipios o incluso de zonas donde el FMLN controlaba las zonas liberadas. En Cuernavaca, donde era obispo Méndez Arceo, había una cantidad bastante grande de refugiados. Esta situación me llevó a conocerle personalmente. Lo visitaba una vez al mes. Él tenía un liderazgo humanista bastante reconocido, entonces la gente lo buscaba, llegan a la Iglesia de Cuernavaca a buscar ayuda. Méndez Arceo desarrolló una sensibilidad bastante grande por la situación de El Salvador, por la gente refugiada salvadoreña viviendo en Cuernavaca (Bonilla, entrevista, 5 de marzo de 2022).
Este grupo de refugiados procedentes de El Salvador recibió apoyo decidido del obispo de Cuernavaca. Aunque Bonilla aseguró que la mayoría de las personas aspiraban a seguir el camino hacia Estados Unidos, algunas se quedaron en México. En muchos casos precisaban ayuda económica, y se recolectaba dinero en actividades como venta de artesanías o de comida salvadoreña, como se relata en un documento de la Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales (DGIPS) de la Secretaría de Gobernación disponible en el Archivo General de la Nación de México (véase Imagen 3).
Fuente: Archivo General de la Nación, Secretaría de Gobernación, Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales, Panoramas Estatales, caja 1505D-15, 31 de enero de 1982, Ciudad de México.
El talante del obispo de Cuernavaca en esos años se explica porque «la solidaridad fue su práctica pastoral por excelencia con personas, agrupaciones o países en conflicto: Chile, Cuba, Nicaragua, El Salvador, Guatemala y Haití fueron parte significativa en la agenda de sus actividades solidarias» (López Bucio, 2006: 302), algo que no abandonó cuando dejó el obispado en 1983. Bernardo Barranco, sociólogo de religiones, aporta los siguientes datos:
Una vez en su retiro, don Sergio no descansa, continúa a través de organizaciones de la sociedad civil. Sobre todo, concentra sus escasas energías [en lo que] va a durar alrededor de diez años o nueve, en la solidaridad con Centroamérica. Y eso me parece que fue muy importante, es decir, él cobija mucho todo lo que es la defensa de los derechos humanos del pueblo salvadoreño, del pueblo guatemalteco y las consecuencias que hay en El Salvador. Y él, junto con otros actores a nivel internacional, [creó] una amplia red de apoyo y solidaridad con los pueblos de Centroamérica (Barranco, 18 de junio de 2021).
Una de las claves para operativizar esa solidaridad fue la creación de las comunidades eclesiales de base (CEB), que Méndez Arceo promovió de manera especial en su diócesis. Miguel Ventura, un exsacerdote católico de una de las zonas más afectadas por la represión militar en El Salvador (Torola, Morazán) y promotor de las CEB, describió la relación de cercanía y acompañamiento pastoral decidido de este obispo hacia la feligresía organizada en esos espacios político-eclesiales:
Las comunidades eclesiales de base en Cuernavaca tenían mucho protagonismo en la vida parroquial porque encontraron en Méndez Arceo el ‘padre bondadoso’, el obispo comprensivo, el obispo con una mentalidad abierta hacia los cambios y transformaciones. Fue una época de oro para las comunidades eclesiales de base en México. Hubo obispos comprometidos como él. En Chiapas, por ejemplo, estuvo Samuel Ruiz. Las parroquias en torno a estos obispos encontraron el apoyo y respaldo para hacer crecer la comunidad eclesial de base y la teología de la liberación (Ventura, entrevista, 23 de febrero de 2022).
Soila Luna Pineda, de la Fundación Don Sergio Méndez Arceo, planteó que «una de las cunas de las comunidades eclesiales de base en México es Cuernavaca, esta metodología que se adopta de la Iglesia brasileña» en referencia al método «ver, juzgar y actuar». «Sergio Méndez Arceo provocaba, proponía e invitaba a la solidaridad y había una respuesta de las bases para ejecutar, organizar y llevar a cabo» (Luna Pineda, 10 de febrero de 2023). Este tipo de organización en el interior de la Iglesia católica puso en tela de juicio la estructura misma de esa institución piramidal, puesto que las CEB expresaban un modelo más circular o comunitario.
Muchos teólogos de esos años [setenta] escribieron sobre las CEBs, considerándolas sujeto de la transformación de las estructuras eclesiales y sociales. Fueron años en que la Guerra Fría se intensificó como confrontación entre la ideología capitalista y la comunista en los países latinoamericanos. En ellos, las clases populares se inclinaron por el socialismo como alternativa frente al proyecto capitalista. Los cristianos que optaron por los pobres y que integraban las CEBs sintieron también que había que luchar por sacudirse el yugo de la explotación, buscando un nuevo sistema. Las estructuras injustas eran la causa de la violencia que se desataba en sus países y que habría que transformar por otras que fueran justas y de participación. En este tiempo se insistió mucho en el compromiso social y revolucionario de la fe. Muchos cristianos se decidieron por la lucha armada, lo que hizo que se desatara una fuerte represión en contra de los miembros de las CEBs. Los gobiernos penetrados por la ideología de la ‘seguridad nacional’, las identificaban con células comunistas, revolucionarias, subversivas. Se esparció la sangre de obispos, sacerdotes, religiosas, laicas y laicos por todo el territorio del continente (Sánchez, 2007: 55).
En el Cuadro 1 se detalla el esquema de trabajo en las reuniones o encuentros de cada comunidad eclesial de base desde el método, que implica examinar la realidad (ver), iluminarla desde los valores o ideas propias de la Biblia o fe cristiana (juzgar), para luego tomar medidas concretas de transformación de esa realidad iluminada (actuar) (véase Cuadro 1).
Pasos | Detalle |
---|---|
1 | Presentación de hechos y problemas de la vida de los miembros o de la comunidad; o en cuanto estén sus miembros implicados, del barrio o caserío, del sindicato, la ciudad, el país. |
2 | Aportes teóricos para esclarecer el problema; marcos de referencia, conceptualización precisa de los hechos, análisis metódico de los diversos elementos. |
3 | Presentación de temas o puntos de reflexión de tópicos políticos, sociales, culturales o religiosos que hayan aflorado en reuniones para su profundización y esclarecimiento. |
4 | Iluminación de los problemas y de la vida por la palabra de Dios, sobre todo el evangelio, leído, escuchado y discernido. |
5 | Lectura orante de la palabra de Dios, sobre todo de los evangelios. |
6 | Aportes de la teología de la liberación, que recoge la tradición de la comunidad cristiana, y de otras comunidades hermanas en América Latina en cuanto sean precisos y convenientes para el tema a tratar. |
7 | Proposición de acciones individuales, del grupo o de la comunidad; acciones puntuales o encadenadas en un proceso. |
8 | Evaluación de las actividades y de la marcha de la reunión y el grupo. |
9 | Oración individual y común. |
10 | Cantos. Celebraciones. |
Fuente: elaboración propia con textos tomados de Trigo (1999: 199).
Miguel Álvarez, presidente de la Casa de la Solidaridad Sergio Méndez Arceo, explicó cómo la teología de la liberación es uno de los elementos teóricos esenciales de la actividad solidaria a partir de las CEB:
No es la teología de la liberación la que abre los procesos eclesiásticos. Son estos los que necesitan ser recogidos, explicados, sistematizados y llevados a la teología. Y por eso la teología surge después, la teología es el segundo paso. El reto no era solo teológico. En la Iglesia no es que solo un proyecto político define. No. Es un proyecto pastoral ligado a los procesos de base, los que van definiendo en inculturación […] Una frase que don Sergio fue el primero que acuñó [y que después] don Samuel, entre otros, lo convirtió en el mantra de su proyecto era ‘dejar que el pueblo sea sujeto. No somos nosotros Iglesia los que conducimos, somos los que acompañamos’. Que ellos se organicen, que ellos propongan. Escuchémoslos. Ellos son el sujeto. Don Sergio tuvo estas luces de sabiduría que no solo se vivieron en Cuernavaca, sino que irradiaron en una realidad latinoamericana (Álvarez, 18 de junio de 2021).
La acusación o sospecha de que las CEB eran células del comunismo internacional no pasó desapercibida para el gobierno mexicano, que a través de la Secretaría de Gobernación realizó actividades de espionaje sobre ellas tal como está documentado en el Archivo General de la Nación en Ciudad de México,5 lo que contrasta con el discurso de apertura y solidaridad internacional de su política exterior. Sin embargo, no hubo ataques sistematizados hacia ellas, a diferencia de la persecución sanguinaria que emprendieron otros Estados latinoamericanos hacia estos sectores organizados de la Iglesia. Por su parte, las autoridades de la Iglesia nombraron al sucesor de Méndez Arceo, el obispo Juan Jesús Posada Ocampo, de corte conservador, quien desde 1983 inició el proceso de desarticulación de las CEB en Cuernavaca, que luego continuó su sucesor Luis Reynoso Cervantes.
Testificación de la solidaridad
Las CEB en Cuernavaca apoyaron también a personas que buscaban refugio en México.
La solidaridad se dio desde las bases. Llegaron varios salvadoreños, algunos se quedaron a residir en el estado de Morelos. Actualmente radican ahí. Eran recibidos por las familias que integraban las CEB. Cualquiera de quienes estábamos en una comunidad eclesial de base podía invitar a vivir en nuestra casa a alguien que estaba siendo perseguido o que había venido como refugiado a Cuernavaca. No fue una solidaridad exclusiva con el pueblo salvadoreño, pero sí hubo varias familias salvadoreñas que llegaron a vivir a Cuernavaca y que eran acogidas por familias de gente de a pie (Luna Pineda, 10 de febrero de 2023).
Así se produjo esa imbricación entre la animación que hacía Méndez Arceo desde el púlpito dominical u otros espacios y la puesta en marcha de acciones solidarias:
En los años ochenta en Cuernavaca hubo una gran presencia de la comunidad salvadoreña: líderes sociales, líderes políticos que estaban siendo perseguidos en El Salvador vinieron a vivir a Cuernavaca. Don Sergio nos invitaba de manera permanente a la solidaridad con la gente de El Salvador en las misas dominicales y a través de las comunidades eclesiales de base. Decía que la solidaridad no tiene fronteras. Así fue como se tejió una red muy bonita y un signo bastante evangélico del encuentro entre hermanos: pobres de México, pobres de Cuernavaca recibiendo a los pobres de América Latina. Varias familias salvadoreñas vinieron a vivir con familias de Cuernavaca. En ese gesto solidario de acogida, de estamos pobres y estamos sufriendo ambos pueblos, pero juntos podemos transformar y ser mejores. Muchas de estas familias refugiadas se quedaron. Hicieron vida aquí, se hicieron mexicanos. Hubo también otras familias que se regresaron a El Salvador después de haber estado refugiados en Cuernavaca. En el marco del XX aniversario del martirio de Mons. Romero pude reencontrarme con algunas de estas personas en San Salvador que me expresaron que yo tengo una casa en ese país. Fue gente que en aquellos años tuvieron que salir pero que ahora ya están en su tierra. Así se teje la solidaridad y hermandad entre el pueblo latinoamericano (Luna Pineda, entrevista, 4 de marzo de 2022).
Miguel Ventura, quien antes de llegar a Cuernavaca fue capturado y torturado por miembros de la Fuerza Armada salvadoreña en febrero de 1977, fue una de las personas que experimentó la solidaridad tal como la expresa Luna Pineda.
Se había creado una conciencia muy crítica, analítica y propositiva en los campesinos. Para la Fuerza Armada, enseñarle a pensar a la gente era un gran riesgo, por eso me capturaron y torturaron. Después de eso decidí quedarme en el país, pero no tenía el respaldo del obispo de San Miguel, que era vicario castrense, estaba del lado de los militares. […] Busqué ayuda en el arzobispado de San Salvador. Hablé con monseñor Romero y le expuse que me quería quedar en El Salvador si me abría espacio en la arquidiócesis. Romero me dijo que no me podía dar un espacio porque estaba recibiendo muchas críticas y presiones de parte de todos los obispos, que le acusaban de estar recibiendo ‘sacerdotes revoltosos’. Entonces me dijo ‘te aconsejo que salgas un tiempo mientras no haya condiciones de recibirte’ (Ventura, entrevista, 23 de febrero de 2022).
Así lo hizo. Al salir se incorporó a acciones de solidaridad, primero en Estados Unidos y luego en México:
Desarrollamos un movimiento de solidaridad y de denuncia de todas las atrocidades que se estaban cometiendo en El Salvador. Eso te lleva a una dinámica de no desvincularte del todo de un proceso. Se continúa en otras condiciones. En ese momento era muy urgente porque la ‘ayuda’ de Estados Unidos estaba creciendo y estaba siendo muy determinante para mantener la Fuerza Armada y mantener la guerra. Llego a Estados Unidos y después regresé a México. Me quedé en Cuernavaca. Ya en ese momento opté por dejar el sacerdocio y me ‘junté’ con la que ahora es mi esposa. Vivíamos con otra familia local (Ventura, entrevista, 23 de febrero de 2022).
Ante la pregunta de por qué eligió Cuernavaca, Ventura respondió que la clave estuvo en la existencia de las CEB.
Nos recomendó una familia de México ir a Cuernavaca porque era el lugar adecuado para la solidaridad porque había muchas comunidades eclesiales de base y organizaciones de izquierda, con mentalidad de izquierda, abiertos y solidarios, conocedores de la causa de la lucha del pueblo salvadoreño (Ventura, entrevista, 23 de febrero de 2022).
A partir de lo anterior la pregunta que surge es ¿se limitó el trabajo de estas redes de solidaridad a la caridad hacia personas necesitadas? La respuesta contundente es no porque tanto las redes que surgieron desde espacios académicos o no creyentes, hasta las que surgieron a partir del sector no conservador de la Iglesia católica representado por el trabajo pastoral de Méndez Arceo y las CEB, tenían metas políticas encaminadas a cuestionar y transformar estructuras injustas que provocaban víctimas a las que no solo había que ayudar individualmente. Esta idea estaba detrás del SICSAL, según expresó Trinidad Nieto, uno de los fundadores de la Coordinadora Nacional de la Iglesia Popular (CONIP) y además uno de los enlaces de las redes cristianas de solidaridad internacionales en El Salvador:
Don Sergio no solo pensó en un comité de solidaridad grande que incidiera en los que tenían algún poder de decisión en los países como fue el SICSAL, el Secretariado Internacional Cristiano de Solidaridad con América Latina, que no solo fuera eco de un staff, sino que los comités estuvieran presionando y haciendo conciencia en las parroquias, en los obispos, de la necesidad de ponerle fin a la guerra en El Salvador por la vía negociada (Nieto, entrevista, 15 de febrero de 2022).
Esto permitió que redes académicas y de la Iglesia se enlazaran, pues en la coyuntura urgía parar la guerra por la vía negociada para construir una paz social que tenía en el horizonte el cambio de la estructura capitalista más allá de El Salvador o de cualquier otro país centroamericano.
El más allá de la solidaridad
Desde la perspectiva del presidente de la Casa de la Solidaridad Sergio Méndez Arceo, este obispo de Cuernavaca fue un modelo porque «a partir de lo eclesial él fue pasando, tal vez como ningún otro de su generación, al vínculo con lo social, con lo político y con lo revolucionario» (Álvarez, 18 de junio de 2021). El filósofo Enrique Dussel hizo referencia a esa relación entre el ser cristiano y la revolución:
Entre cristianismo y revolución no hay contradicción. Esa es exactamente la posición de Méndez Arceo y la mía. La filosofía de la liberación es estrictamente filosofía racional para un creyente o un increyente, alguien que tenga uso de razón. La teología de la liberación es una reinterpretación, yo pienso auténtica, del cristianismo primitivo, de los primeros siglos que se jugó por los pobres en el Imperio romano. Yo estaba de acuerdo con don Sergio, hablábamos de estas cosas. Yo conocía a Marx, pero con los últimos puntos y comas, y escribí muchísimo, y sigo pensando que Marx tenía razón.
Tengo un libro que se llama La teología metafórica de Marx o Las metáforas teológicas de Marx.6 Quien lee eso parece (o le puede dar la impresión) que no es Marx […] de la Unión Soviética, ni de nuestros marxistas tradicionales, pero son puros textos de Marx. Porque Marx fue mal entendido en el problema de la religión […] y eso con don Sergio estábamos completamente de acuerdo. Por eso él era criticado en la Iglesia y yo en la academia marxista porque me decían ‘¿cómo puedes tú hablar de la religión si eres marxista?’ [a lo que yo respondía], sí porque Marx habló [de la religión] y entonces éramos como dos heterodoxos muy amigos (Dussel, 18 de junio de 2021).
Méndez Arceo, si bien reconocía contradicciones entre cristianismo y revolución, hizo el siguiente acotamiento desde su perspectiva teológica:
No es lo mismo cristianismo que revolución. La revolución es la mediación para que el cristianismo, para que la relación con aquel que es el padre de nuestro señor Jesucristo […] se manifieste, sea conocido y sea glorificado en el pueblo. La mediación para que el amor, la justicia, la igualdad, la libertad florezcan en un pueblo. Se necesitan mediaciones políticas para que las estructuras de un pueblo sean auténticamente relacionadas con los principios cristianos. Pero el proyecto revolucionario es el que debe aplicarlas para que haya igualdad en el pueblo, para que no haya nada más igualdades individuales buscadas por los individuos, sino que la igualdad reine en el pueblo, para que la justicia se aplique en el pueblo y no contra el pueblo, no sobre el pueblo. Muchos solamente se sumaron en Nicaragua a la revolución por estar contra Somoza, pero querían después continuar con un sistema que fuera un somocismo sin Somoza. Y desgraciadamente parece que en esto algunos eclesiásticos, algunos obispos, participaban de esta idea: de un somocismo sin Somoza. Es decir, del mismo sistema capitalista que continuara en Nicaragua. […] Está organizado el sistema para la explotación de nuestros pueblos, no solo es el gobierno. Es el sistema de vida del aprovechamiento para la propia satisfacción, para el consumismo de la nación norteamericana. Para el armamentismo de la nación norteamericana, que quiere imponer su ley a todo el mundo con las innumerables bases distribuidas por todo el mundo, con las armas más sofisticadas para dominar al mundo (Méndez Arceo, 16 de mayo de 1986).
Por ello, la apuesta de Méndez Arceo era el socialismo, algo en lo que coincidían las personas entrevistadas para esta investigación. Trinidad Nieto consideró lo siguiente:
[…] la concepción de Jesús de vivir en un mundo diferente donde todo sea compartido se va a realizar solo a través de un sistema que no puede ser el capitalismo porque es por su naturaleza acaparador, se concentra la riqueza en pocas manos, mientras que el socialismo busca que lo que producen los propios trabajadores vuelva a ellos para dignificar la vida. Por eso yo pienso que don Sergio no encontró conflicto entre socialismo y cristianismo. Además, no se conocía otro sistema que pudiera darle viabilidad al proyecto de Jesús (Nieto, entrevista, 15 de febrero de 2022).
Nieto enumeró las razones por las cuales a su juicio socialismo y cristianismo no están en contradicción y por qué Méndez Arceo defendía el socialismo:
Marx no está hablando del ateísmo como la gente piensa: una ‘negación de Dios’. Marx está hablando de la negación del fetiche dios, como decía Hinkelammert. Enrique Dussel va a hablar de la propuesta de Marx, que no es un negar a Dios, sino un tipo de dios favorable al capitalismo que la Iglesia también manejaba en ese tiempo y que un sector sigue manejando todavía. Entonces, esto pienso que don Sergio captó. Se adelantó a otros obispos y sacerdotes que no entraron en esa línea por no perder la relación con el sistema dominante (Nieto, entrevista, 15 de febrero de 2022).
Esto explicaría el porqué se apoyó a las revoluciones cubana y nicaragüense, en su momento declaradas «socialistas». Quizá también a los grupos insurgentes en El Salvador, que abiertamente luchaban, al menos en el imaginario, por instaurar una revolución socialista.
Sin duda don Sergio cree, a partir de la experiencia nicaragüense, que el socialismo es mejor que el capitalismo. Él está convencido de que el socialismo es mucho más humano, y en cierto sentido más cristiano, que el capitalismo voraz que, aunque tenga un supuesto respeto por la religión, es más bien una manipulación de la religión. Y aunque la Revolución cubana y otras similares crecieron en conflicto con la Iglesia católica y con las religiones en general, la relación va evolucionando entre revolución y cristianismo. Esa oposición entre cristianismo y socialismo se va desdibujando en Centroamérica con relación a los procesos revolucionarios. Para ello, uno de los grandes aportes lo realizó Sergio Méndez Arceo gracias a su personalidad fuerte, en el sentido de que cuando estaba convencido de algo lo defendía con mucha libertad para decir las cosas en que creía y defenderlas, aunque sabía que el resto del episcopado mexicano no estaba de acuerdo (Márquez, entrevista, 15 de octubre de 2021).
Luna Pineda secundó la apuesta por el socialismo al considerarlo más acorde con los valores evangélicos, lo cual expresó Méndez Arceo en su participación en el encuentro del movimiento denominado Cristianos por el Socialismo realizado en Chile, donde fue el único obispo que asistió.
No hay un socialismo perfecto. La propuesta del socialismo es perfectible, pero eso es más cercano al cristianismo que el capitalismo. Ahora es el capitalismo salvaje. Cuando estuvo en el primer Encuentro de Cristianos por el Socialismo en Chile en 1972, públicamente hizo estos planteamientos sobre las consecuencias que genera el capitalismo y recalcó que el capitalismo es contrario al cristianismo. En contraposición, defendió que el socialismo es lo que más se acerca al cristianismo. Para la época fueron declaraciones bastante fuertes. A su regreso a la Ciudad de México unos jóvenes vinculados al sector conservador de la Iglesia le arrojaron pintura roja en el aeropuerto e inició ahí el mote del ‘obispo rojo’. Esos jóvenes representan a todo un sector dentro de la misma Iglesia católica que se resistía a los cambios del Concilio Vaticano II y que vieron como una amenaza el quehacer de pastores y sacerdotes identificados con la teología de la liberación (Luna Pineda, entrevista, 4 de marzo de 2022).
En el encuentro mencionado, realizado en Santiago de Chile entre el 23 y el 30 de abril de 1972, cuyo organizador principal fue el jesuita Gonzalo Arroyo, se planteó lo siguiente:
Todos los delegados al Encuentro han insistido en el carácter político pero no partidista de su empeño. […] De hecho, las conclusiones que aparecen en el documento final tienen un definido y no disimulado carácter político. El Encuentro apoya con fervor las experiencias socialistas de Cuba y de Chile. Ve con recelo el «desarrollismo» de México y Brasil; niega que los cristianos pueden tener un camino propio para liberar a los pueblos latinoamericanos de la opresión del imperialismo y los invita a unir sus esfuerzos a los de los marxistas (a los que también pide una nueva actitud ante el fenómeno cristiano); considera perjudiciales a la causa de la revolución las doctrinas «reformistas» socialcristianas; hace duras críticas a los Estados Unidos. El socialismo sería la única opción moralmente lícita para un cristiano latinoamericano en las actuales circunstancias de pobreza y subdesarrollo en que vive el continente (Ferrando, 1972: 120-121).
Méndez Arceo expresó su concepción de socialismo, un sistema considerado alterno al capitalismo, dado que existían críticas al socialismo totalitario europeo o chino. Su postura contiene tres elementos sustanciales:
El obispo Méndez Arceo dio esta definición, muy aplaudida: «Parto de la convicción de que para nuestro mundo subdesarrollado no hay otra salida que el socialismo, [1] como apropiación social de los medios de producción [2] con una representación auténtica de la comunidad, [3] para impedir que sean utilizados como instrumentos de dominación en manos de una oligarquía o de un gobierno totalitario». Uno duda de que tal sea el socialismo que desean los miembros de los partidos socialistas chilenos (Ferrando, 1972: 121-122).
En aquella época existían diferencias entre lo que algunos actores entendían por socialismo, por lo que para Méndez Arceo era importante dejar constancia de su concepción y de cómo él lo entendía. Su postura solo puede comprenderse a cabalidad si se une con otra pieza imprescindible: el antimperialismo. «Como obispo no soy marxista ni comunista, pero no soy tampoco antimarxista ni anticomunista. Soy, eso sí, antiimperialista, porque el capitalismo es, de por sí, anticristiano, mientras que el marxismo, el comunismo, el socialismo no son de por sí anticristianos» (Méndez Arceo, 12 de julio de 1981). Por esta posición frente a lo que representa el imperialismo norteamericano realizaba llamados para que la solidaridad no se redujera a caridad:
Será decisiva la conversión de los cristianos en Estados Unidos […] para que organizadamente presionen al imperialismo norteamericano a salir de su mal llamado traspatio y se contenten con la inmensidad de su territorio, aprovechado con la perfección admirable de su técnica para compartir productos, no para imponerlos. Para hacer topía (el lugar) la utopía (el no-lugar), de la destrucción del ídolo del consumismo, hijo mayor o excrecencia imprescindible del ídolo bíblico por excelencia: la riqueza (Méndez Arceo, 16 de agosto de 1981).
En esta línea coincide con otros autores, como el filósofo y teólogo latinoamericano Ignacio Ellacuría, al condenar la riqueza tal como se promulga en la civilización dominante, insensible e insolidaria en esencia, en tanto fuente principal de otros males:
Me hace hervir la sangre la mentira, la deformación de la verdad, la ocultación de los hechos, la autocensura cobarde, la venalidad, la miopía de casi todos los medios de comunicación. Me indigna el aferramiento a sus riquezas, el ansia de poder, la ceguera afectada, el olvido de la historia, los pretextos de la salvaguardia del orden, la pantalla del progreso y del auge económico, la ostentación de sus fiestas religiosas y profanas, el abuso de la religión que hacen los privilegiados (Méndez Arceo en Poniatowska, 7 de octubre de 2007).
Posicionamientos como este le valieron ataques personales; por ejemplo, sectores en el poder le llamaban «Sergio Méndez Ateo» y colocaron rótulos en lugares que frecuentaba con leyendas como «fuera curas comunistas», lo que caló en la jerarquía misma de la Iglesia. Esto se tradujo en:
la condena y aislamiento del episcopado mexicano y del propio Vaticano, pero a su vez le permitió un acercamiento con las bases de la Iglesia, con las personas marginadas, con las comunidades eclesiales de base, y en Morelos con la comunidad no creyente. Fue muy querido por muchos y detestado por otros. Los amantes del capital lo veían como alguien que obstruía sus planes y no permitía el avance de la teología del bienestar7 basada en el individualismo (Luna Pineda, entrevista, 4 de marzo de 2022).
En una columna periodística se ilustró uno de esos ataques donde se tildaba a personas que llegaron a Cuernavaca como «invasores centroamericanos comunistas» que promovían la subversión contra el gobierno mexicano. Se indicaba también, casi en términos pintorescos, que los «invasores» contaban con la ventaja «de ser muy parecidos físicamente a los mexicanos, de hablar el mismo idioma, de comer los mismos alimentos y de paso contar con el apoyo del obispo Sergio Méndez Arceo» (García, s.f.).
Pese a los ataques -probablemente los eclesiales eran más significativos para Méndez Arceo-,8continuó con su apoyo solidario e incluso estuvo involucrado en el proceso de diálogo que puso fin a la guerra civil salvadoreña.
Don Sergio no solo era persona clave en el proceso, él hizo puente con el episcopado y la comandancia. Él tenía para entonces ya el carácter de refuerzo de las Naciones Unidas para el proceso de paz. Ya era un papel indispensable que le reconocían las partes y la ONU y los mediadores. Don Sergio era un actor clave en el amarre de eso (Álvarez, 18 de junio de 2021).
Miguel Álvarez, junto con la comandancia del FMLN, viajó en el avión presidencial mexicano a El Salvador en representación de Méndez Arceo para ser uno de los testigos del cese del enfrentamiento armado celebrado el 1 de febrero de 1992. Regresó el 3 de febrero a México.
De inmediato me reuní [con Méndez Arceo], no una ni dos ni tres [veces]. El día 4 y el día 5 me pedía detalles. Él hubiera querido ir a ese amarre. Yo lo dejé a las 7:30 de la noche del día 5 de febrero de 1992 en casa de su hermana, allá en Avenida Universidad, y lo quedé de recoger al siguiente día, ٦ de febrero a las ٩ de la mañana, para seguir platicando [sobre El Salvador], había retos, había tareas. A las 7:30 de la mañana él murió saliendo del baño (Álvarez, 18 de junio de 2021).
Murió pendiente y con grandes expectativas por la nueva época de posguerra en El Salvador. Asumió los riesgos que implicaba involucrarse con ese país en guerra y con quienes desde la fe arriesgaron su vida: «esos católicos no buscan el holocausto de su propia vida en aras de una causa absolutizada, pero sí hallan en la fe una clave para interpretar el ‘sentido’ de su lucha histórica por la liberación y la justicia» (Meléndez, 2006: 283). En estas palabras de Guillermo Meléndez se encuentra un indicio de por qué Méndez Arceo tenía un interés particular en lo que sucedía en El Salvador y su vínculo con la realidad mexicana.
Ese testimonio de un pueblo pobre y humilde que llega a tomar las armas es producto de haber comprendido otros componentes, no tanto la lucha de clases. Aunque se manejara, no era ese el resorte o el motor de toda esta lucha, sino haber comprendido otras realidades a partir de la fe. Se percibía que en El Salvador se estaba librando un proceso de lucha desde un pueblo que no tiene la connotación ideológica de marxista-leninista tal vez como algunas dirigencias lo pregonaran. Ahí está la fuerza que vieron algunos sectores de la Iglesia, que era la prueba de que se podía levantar un movimiento con incidencias para realizar cambios en América Latina (Ventura, entrevista, 23 de febrero de 2022).
En la homilía del 16 de agosto de 1981 Méndez Arceo confirmó esa esperanza política que despertaba una lucha armada como la salvadoreña:
El futuro de México, hermanos, depende de su compromiso con los esfuerzos liberadores y de su éxito en América Central y el Caribe. Y que allí y entre nosotros en el enfrentamiento de las Iglesias con la modernidad sociopolítica, acierten con la renuncia al poder y la aceptación del fermento (Méndez Arceo, 16 de agosto de 1981).
Trinidad Nieto resumió este vínculo entre solidaridad y cambio de estructuras injustas de la realidad latinoamericana y mundial de la siguiente manera:
El interés de don Sergio por El Salvador surgió por la visión que tenía de liberación. No puede decirse que un pueblo se libera si el conjunto de pueblos de los distintos países que viven en las mismas situaciones no se libera. Es similar a lo que decía Rutilio Grande: hay que salvarse en mazorca. Don Sergio entendía que el mundo entero tenía que ser liberado, por eso surgió la solidaridad con esperanza. La esperanza de que el proceso de liberación en El Salvador ayudara al proceso de liberación en México (Nieto, entrevista, 15 de febrero de 2022).
Consideraciones finales
Las redes de solidaridad que surgieron en México en los años setenta y principios de los ochenta del siglo XX fueron iniciadas por sectores sociales, tanto creyentes como no creyentes, que provenían de los ámbitos académico y eclesial ligados a la teología de la liberación. Esto se encontraba en sintonía con la política exterior mexicana, que impulsaba procesos de diálogo para poner fin a la conflictividad política en Nicaragua, Guatemala y El Salvador, países que padecían guerras civiles en ese período. A diferencia de la visión belicista de Estados Unidos, el gobierno de México efectuó un diagnóstico mucho más apegado a las causas reales de esas guerras y, por tanto, las vías de actuación que proponía tenían no solo más viabilidad, sino también más legitimidad ético-política. Fue en la década de los noventa cuando el diálogo prevaleció sobre las armas y se llegó a acuerdos políticos que pusieron fin a las guerras fratricidas.
¿Qué cambios estructurales se lograron después de esos acuerdos? En el caso salvadoreño, la guerrilla, que fue objeto de apoyo por parte de redes de solidaridad mexicanas y de otros países, se convirtió en partido político, el FMLN, que ganó algunos puestos de poder en 1994 y la Presidencia de la República en 2009 y en 2014. Por su parte, en Nicaragua uno de los comandantes más emblemáticos de la Revolución sandinista, también objeto de solidaridad internacional en los ochenta, implantó una dictadura.
Lo que Daniel Ortega hizo caminando en Nicaragua, en El Salvador Nayib Bukele lo ha hecho corriendo. Bukele es un engendro mal educado y catapultado por el FMLN cuando fue gobierno porque la exguerrilla quería un tercer período en la Presidencia, no para cumplirle al pueblo las aspiraciones de justicia o para reivindicar las causas por las que muchos peleamos, sino que querían continuar un período más. Bukele, en tanto criatura de este partido, se les volteó y los está castigando de la peor manera. Si El Salvador está rumbo a la Nicaragua orteguista es porque el FMLN le falló al país. Y justo en eso se centraba una de las advertencias que hizo don Sergio a Schafik Handal9 siete días antes de fallecer y a dos semanas de la firma de los acuerdos de paz en Chapultepec [sobre la posibilidad de llegar al poder].10 Por ello don Sergio no solo fue solidario, sino también visionario. Por eso yo pregunto ahora ¿con quiénes estaría siendo solidario ahora don Sergio en El Salvador y en Nicaragua? (Cuéllar, 10 de febrero de 2023).
La pregunta final de Cuéllar toma fuerza en la actualidad si se considera el horizonte utópico que estaba detrás de las redes de solidaridad internacional. Se apostaba por una lucha dirigida a un cambio real de sistema, a partir de una tragedia humana que expresa la violencia estructural con la que funciona la civilización dominante. Esa utopía es reconocida por Fábregas, quien conoció a Méndez Arceo y el trabajo solidario que desde la Iglesia se realizaba. El vínculo no fue la religión o la academia en sí, sino la solidaridad.
No hablamos nunca de religión. No se me ocurrió preguntarle por qué era obispo o si era creyente. En cambio, sí hablamos mucho de política. Eran tiempos donde se discutía mucho la relación entre el marxismo y la Iglesia católica en un país como México y en una región como América Latina. En la UAM Iztapalapa tuvimos la oportunidad de convivir con Porfirio Miranda, quien escribía sobre el cristianismo de Marx y un libro sobre Marx y la Biblia, donde exponía los puntos de encuentro entre el planteamiento de una sociedad libre de desigualdad social con los pasajes del Nuevo Testamento, en donde Jesucristo claramente toma la opción por los pobres. Desde el Comité Mexicano de Solidaridad con el Pueblo Salvadoreño nos acercamos a Méndez Arceo porque sabíamos de las CEB y que allí iba a haber un gran potencial de solidaridad, como recibir familias salvadoreñas que huían de la guerra, recolectar comida o medicinas o para cualquier otra necesidad. Nuestro interlocutor en esta tarea fue don Sergio (Fábregas Puig, 10 de febrero de 2023).
Fábregas y Méndez Arceo coincidieron en la visita a un campo de refugio salvadoreño en Costa Rica entre 1980 o 1981.
Una mañana tomamos un avión. Me sentí muy emocionado de ir al lado de un obispo en mis primeros años de antropólogo, pensando además en mis maestros marxistas, que lo primero que nos decían era que habría que desconfiar de los teólogos porque el teólogo, aunque sea crítico, nos decían, teólogo se queda. Así que ahí iba un joven radical marxista al lado de un obispo. Fue una experiencia extraordinaria porque platicábamos de la literatura marxista, que conocía bien. […] Al llegar a Costa Rica de inmediato nos dedicamos a buscar los campos de refugiados. Me dijo, vamos a entrevistarnos con refugiados, vamos a ponernos a escuchar. Esta gente lo que necesita es que se les escuche. Entonces le respondí que yo tengo la experiencia como antropólogo en trabajo de campo. Tomaré las notas que sean necesarias para ir cuajando lo que sería el informe a la ONU. Fue una experiencia desgarradora. […] Mujeres nos platicaron cómo el ejército salvadoreño había asesinado a sus hijos, a sus maridos enfrente de ellas. Luego las habían violado. Escenas realmente espantosas de cómo mataban a los niños. A veces a don Sergio y a mí se nos salían las lágrimas. Recuerdo que hubo momentos en los que decíamos ‘hay que pararle’ porque lo que estábamos escuchando era inverosímil. Todas las conversaciones las grabamos. Esas grabaciones se las quedó don Sergio porque él las iba a enviar a la ONU junto con el informe que redactamos. No tengo ninguna duda que lo hizo. Don Sergio además hizo su labor pastoral consolando a los fieles. Realizó alguna misa en los campos de refugio (Fábregas Puig, 10 de febrero de 2023).
Así pues, si algo acercó el ámbito académico a la Iglesia fue el anhelo de construir una sociedad radicalmente diferente a la configuración actual, cuyo motor principal es la acumulación individual de riqueza. Fábregas desde la antropología ejemplificó este acercamiento entre sectores que en México parecen tener recelos.
Para los antropólogos nuestro laboratorio es la gente, el trabajo de campo es el que se hace directamente con las personas. No es casual que hayamos sido antropólogos quienes impulsamos la creación del Comité de Solidaridad con el Pueblo Salvadoreño por ese acercamiento y por el irnos desafanando del marxismo dogmático acartonado e ir entendiendo que la fe es la fe, hay que respetarla, y que existe el ser humano bueno dentro de la Iglesia. No todo se reduce al clero que está aliado con los poderosos de la tierra, sino que también hay sacerdotes comprometidos con una misión al lado de la gente, con el pueblo y para el pueblo. El diálogo entre academia e Iglesia se pudo dar a partir de la pregunta ¿qué es lo que nos une? La búsqueda de una sociedad realmente humana. Si eso nos une, pues habrá que caminar juntos porque el camino es difícil. Si la causa es llegar a la creación de sociedades justas, en donde vivamos como seres humanos, donde no se permitan las tragedias que pasan en la actualidad, en estas sociedades tan desiguales con tantas injusticias. Esto nos unió con don Sergio y las CEB (Fábregas Puig, 10 de febrero de 2023).
La superación del capitalismo como forma de vida, en última instancia, es la gran esperanza que promovieron estas redes de solidaridad: «Sobre todo, me llamaba la atención que un obispo fuera anticapitalista. Con todas sus letras, Méndez Arceo decía que el capitalismo no es el sistema en el que deben vivir los seres humanos. No es posible convivir humanamente en el contexto del sistema capitalista» (Fábregas Puig, 10 de febrero de 2023). De ahí que el trabajo realizado por Méndez Arceo, la experiencia de las CEB y las redes de solidaridad de aquella época representen una ganancia para sectores de la Iglesia progresista, la academia comprometida con la transformación sociopolítica y otros movimientos sociales que surgen de corrientes utópicas para construir un mundo mejor, más justo, humano y solidario.
Ante ese legado, en el contexto del significado de la muerte y de la vida de Méndez Arceo, Dussel afirmó: «cuando se fue don Sergio, México perdió un obispo extraordinario, un gran intelectual y un gran político» (Dussel, 18 de junio de 2021). Probablemente por eso él decía de sí mismo: «están ustedes ante un mito. Soy todo lo bueno que dicen mis amigos y todo lo malo que dicen mis enemigos» (López Bucio, 2023).