Introducción
El retorno de la población migrante a su país de origen es un fenómeno intrínseco a la complejidad de los desplazamientos humanos que para muchas personas significa el fin de su historia migratoria, mientras que para otras, por el contrario, solo es un paso en su proyecto de vida (París, Hualde y Woo, 2021).1 La decisión de retornar es similar a la que se toma en el momento de la partida, pues se reinicia un proceso migratorio, aunque en sentido inverso, lo que implica entrar nuevamente en una fase de toma de decisiones (Durand y Massey, 2003). En el caso de las personas migrantes mexicanas, entre sus decisiones siempre estará la de reemigrar a Estados Unidos, ligada fuertemente a la añoranza de reunirse de nuevo con la familia que se quedó (Yrizar y Alarcón, 2015; Martínez, Slack y Martínez-Schuldt, 2018; Bedoya, 2022b).
En México, las cifras censales registradas en las últimas décadas reflejan algunas variaciones en las dinámicas migratorias. Para el año 2000, el Censo de Población y Vivienda reportó 267 150 personas retornadas a México provenientes de Estados Unidos, en 2010 esta cifra se incrementó hasta 824 414 personas retornadas, y volvió a descender en 2020 hasta 381 464 personas. Entre las causas estructurales del retorno es posible mencionar las siguientes: la crisis financiera de 2008 en Estados Unidos, principal país de destino de la población migrante mexicana, que desencadenó un proceso de migración de retorno por la falta de empleo; la precarización de las condiciones laborales; y el endurecimiento de la política migratoria, que involucraba cada vez más acciones de deportación o repatriación. Aunque estas causas estructurales han influido significativamente en el retorno de la población, en varias investigaciones se ha evidenciado que se entrecruzan con los motivos subjetivos que tienen las personas para retornar a su país, entre los que destacan los lazos afectivos familiares, los vínculos socioafectivos comunitarios y el desengaño del sueño americano (Mestries, 2013; Porraz, 2015).
Es importante señalar que, en México, entre los años 2000 y 2020, se observaron cambios importantes en las migraciones de retorno:
Variaron la cantidad de personas retornadas, la distribución geográfica en el territorio nacional y las características demográficas (Canales y Meza, 2018; Masferrer 2021; Terán, 2023). Resalta el hecho de que, en el último periodo censal -2020-, en México aumentó el número de personas que retornaron solas, mientras que disminuyó el retorno de familias o de subgrupos con alguna combinación de miembros del núcleo familiar (Calva, 2022).
A México regresó un volumen importante de personas en edad productiva, que experimentaron ciertas pérdidas al insertarse en el mercado laboral mexicano. En este sentido, estudios recientes evidencian una gran desventaja de la población retornada en comparación con la no retornada en cuanto a su inserción laboral, pues entre las primeras se observa un promedio de desocupación mayor, tasas más elevadas de desempleo abierto y de subempleo, así como condiciones precarias de empleo. Asimismo, a nivel nacional las personas retornadas destacan por realizar trabajos inestables, por el desaprovechamiento y la subutilización de su mano de obra, la baja remuneración que reciben y la carencia de protección social (Peña, 2015; Corzo, Giorguli y Bautista, 2018; Hualde e Ibarra, 2021; Bedoya, 2022a).
En cuanto a los salarios, los datos censales muestran un deterioro en la última década. Las cifras evidencian que el retorno forzado por deportación impacta negativamente en los proyectos de vida de la población migrante, pues, en muchos casos, dicho retorno no ha sido planificado ni cuentan con ahorros suficientes para asegurar una reintegración con perspectivas laborales favorables (Ramírez y Lozano, 2015; Denier y Masferrer, 2020).
Al diferenciar a la población retornada por sexo, se han identificado desigualdades adicionales en la inserción laboral de las mujeres. A continuación, mencionaremos específicamente los estudios de algunas autoras y autores que han profundizado en este análisis y han tratado el tema del retorno desde un enfoque de género.
Espinosa fue uno de los primeros investigadores en interpretar la migración y el retorno en México desde el transnacionalismo y las relaciones de género. En su estudio (Espinosa, 1998), describió cómo las personas migrantes construían lazos, relaciones sociales, sueños y proyectos entre dos localidades distantes. Subrayó las negociaciones y tensiones dentro del hogar, que modificaron las relaciones de género en la historia migratoria de una familia rural mexicana. Entre sus reflexiones, destacan sus hallazgos sobre cómo las mujeres concebían su retorno como una pérdida de autonomía, pues al regresar sus actividades se limitarían a desempeñar el papel de esposas. Por el contrario, los hombres encontraban puntos positivos en el retorno porque normalmente se reincorporaban a comunidades tradicionales donde recuperarían un papel central de autoridad en sus familias. Estas relaciones asimétricas de poder que el autor describe reflejan un contexto transnacional, pero a la vez tradicional y desigual para las mujeres.
Un estudio relevante es el que realizaron Flores, Cuatepotzo y Espejel (2012), quienes analizaron los cambios en la vida de mujeres retornadas a una localidad rural de Tlaxcala. Las autoras identificaron que, tras el retorno, se reconfiguran los roles y los procesos de inserción en las comunidades de origen, teniendo en cuenta la experiencia vivida y los nuevos aprendizajes. Enfatizaron que, para las mujeres que han participado en procesos migratorios internacionales, la experiencia de emigrar y regresar implica una reevaluación de sus derechos y responsabilidades dentro de un modelo patriarcal. El hecho de haber aprendido a ganarse la vida en otro país se convierte en una habilidad que las acompañará por el resto de sus vidas (Flores, Cuatepotzo y Espejel, 2012: 294).
Franco (2021) propone cuatro tipos de dinámicas familiares en el proceso de retorno de Estados Unidos a México, las cuales reflejan cambios en los roles de género dentro de la familia transnacional. En su análisis, subraya que las mujeres solteras que retornan -tipos 1 y 2- experimentan cambios en su dinámica intrafamiliar, pues desarrollan un pensamiento más crítico sobre la inequidad y mejoran su capacidad de negociación en el hogar. En contraste, las mujeres que migran con su cónyuge -tipo 4- no muestran cambios en sus interacciones familiares. Por último, las mujeres del tipo 3, cuyo retorno implica un regreso a la vida tradicional, enfrentan problemas de interacción en hogares extensos, pero no desarrollan una postura crítica ante la inequidad de género en sus hogares.
Las investigadoras e investigadores mencionados anteriormente, utilizando distintos enfoques teóricos y herramientas analíticas, exploraron el rol de las mujeres en diferentes contextos migratorios de México y demostraron que existe una gran heterogeneidad en las experiencias de retorno, específicamente en las de las mujeres, y que esas realidades están fuertemente vinculadas al ciclo de vida, la posición de las mujeres en el hogar, los tipos de hogares, las negociaciones familiares, los contextos socioeconómicos, las normas culturales y las redes sociales. En este artículo, resulta de especial interés situar a las personas migrantes retornadas en sus hogares de origen, reconociendo dos aspectos fundamentales: la importancia del apoyo que se genera en los hogares transnacionales ante los cambios radicales que provocan los procesos de migración y el papel de las mujeres en el sostenimiento de dichos procesos.
En este artículo nos enfocamos en analizar los hogares mexicanos con experiencia de retorno, incluyendo a todos los miembros del hogar y considerando sus características individuales. Asimismo, buscamos identificar algunas desigualdades en la inserción laboral y en las condiciones de trabajo, estableciendo una diferencia por sexo. En nuestro análisis, el género se concibe como un principio organizador fundamental que influye en la migración y en procesos asociados, como la adaptación, el mantenimiento de vínculos con el país de origen y el eventual retorno (Boyd y Grieco, 2003). Desde este enfoque, se plantea que la integración de las mujeres retornadas al mercado laboral no solo depende de su capacidad de agencia individual, sino también de los roles de género dentro de los hogares transnacionales.
Perspectiva teórica
La perspectiva teórica que sustenta este estudio se basa en dos enfoques: el transnacionalismo y la perspectiva de género. El transnacionalismo, como enfoque clave en los estudios migratorios, explica la persistencia y los cambios en las conexiones sociales que se mantienen activas a través de las fronteras. Nina Glick-Schiller define el transnacionalismo como «los procesos por los cuales los inmigrantes construyen campos sociales que vinculan su país de origen con su país de destino» (Glick-Schiller, Basch y Blanc-Szanton, 1992: 1). Este enfoque permite analizar cómo las personas migrantes mantienen relaciones en ambos contextos y cómo reconfiguran sus vínculos sociales, económicos y culturales al cruzar las fronteras. En el caso del retorno, estas conexiones son esenciales no solo para proporcionar apoyo en la reintegración al hogar, sino también para facilitar el acceso a recursos, redes laborales y nuevas oportunidades en el país de destino.
Al retornar, las personas migrantes enfrentan el desafío de renegociar su identidad y posición dentro del hogar y la comunidad, lo que implica un proceso continuo de adaptación y reconfiguración de roles. Este proceso no significa un retorno a las dinámicas anteriores a la migración, sino una reestructuración de los proyectos personales y familiares que se ven afectados por la experiencia migratoria (Espinosa, 1998). En ese sentido, el hogar transnacional se convierte en un espacio de negociación constante donde se redefinen identidades, pertenencias y expectativas en torno a los roles sociales.
Por otra parte, recurrimos al enfoque de género y a autoras especializadas para analizar las dinámicas de poder y las desigualdades preexistentes en el ámbito del hogar. Históricamente, el patriarcado ha asignado el rol de proveedores a los hombres y el de cuidadoras del hogar y los hijos a las mujeres. Con el tiempo, sin embargo, el acceso al mercado laboral y su capacidad de agencia han permitido a las mujeres adquirir un mayor protagonismo dentro del hogar (Malimaci y Salvia, 2005). En este contexto, es importante examinar las posiciones de poder que ellas han logrado en situaciones de migración internacional y retorno, particularmente al ganar autonomía en este proceso y renegociar su posición en el núcleo familiar (García y De Oliveira, 2005).
El género, entendido como una construcción social, abarca una serie de normas y expectativas que condicionan la experiencia migratoria de hombres y mujeres (Lamas, 1996) y, por extensión, su retorno a los lugares de origen. Tradicionalmente relegadas al ámbito doméstico y al trabajo no remunerado, las oportunidades de inserción laboral y social para las mujeres retornadas suelen ser escasas, lo que perpetúa las desigualdades estructurales de género (De Beauvoir, 1981; Federici, 2010).
La división sexual del trabajo, según la cual se distribuyen las tareas en función del género, continúa vigente: en el ámbito público, los hombres realizan trabajos productivos remunerados, mientras que las mujeres aportan trabajo reproductivo no remunerado desde el ámbito privado (Zelizer, 2009). Este esquema no solo perpetúa la subordinación de las mujeres en términos económicos, sino que también influye en su capacidad de agencia y en sus posibilidades de negociar mejores condiciones de reintegración social y laboral tras la migración.
El enfoque transnacional, combinado con la perspectiva de género, ofrece una comprensión más profunda de los complejos procesos de retorno migratorio, no solo en términos económicos y sociales, sino también en cómo se reproducen y reconfiguran las dinámicas de poder y desigualdad en los hogares.
Datos y método
Este estudio cuantitativo se basa en los microdatos del Censo de Población y Vivienda 2020 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI, 2020), que proporcionan información clave sobre la condición migratoria de la población residente en México en los últimos años. Para alcanzar los objetivos de este análisis, se seleccionó una muestra representativa de 295 267 hogares que, en el momento del censo, incluían al menos a una persona retornada.
En la primera parte del artículo se analizan variables como la jefatura del hogar, el sexo y el promedio de edad de la persona jefe de familia, el tipo de hogar y el número de integrantes por hogar. La conformación de los hogares incluyó no solo a la población migrante retornada, sino también a quienes convivían con ellos, lo que permitió clasificar los hogares en familiares -nucleares, ampliados y compuestos- y no familiares -unipersonales y corresidentes-. Este enfoque facilitó examinar los hogares como unidades económicas, al analizarse no solo el rol de la persona jefe de hogar, sino también el de los demás miembros que contribuyen tanto en el trabajo productivo como en el reproductivo.
En la segunda parte del artículo se analizan las características socioeconómicas de las personas que integran los hogares transnacionales con experiencia de retorno mediante un análisis comparativo entre hombres y mujeres.
Para examinar los diferentes escenarios laborales en los hogares, se emplea la condición de actividad como una variable para clasificar a la población en edad de trabajar en económicamente activa (PEA), económicamente inactiva (PEI) y quienes se dedican al «trabajo reproductivo», lo que permitirá visibilizar el trabajo de las mujeres en los hogares transnacionales. Asimismo, se presentan los indicadores laborales de hogares con experiencia migratoria de retorno, comparados según condición migratoria y sexo, con el objetivo de identificar las condiciones laborales desiguales dentro de los hogares. A continuación, se describen las tasas:
Tasa de ocupación parcial y tasas de desocupación: para los fines de este análisis, se decidió no utilizar el porcentaje de desocupación abierta como indicador del estado del mercado de trabajo de las personas integrantes de hogares transnacionales; en su lugar, por ser más precisa, se emplea la tasa de ocupación parcial y desocupación, considerando como desocupadas a aquellas personas que no tuvieron ninguna actividad o que, si la tuvieron, esta no superó las 15 horas durante la semana de referencia.
Tasas de condiciones críticas de ocupación: en condiciones críticas de ocupación se incluye a la población ocupada que, por razones de mercado, trabaja menos de 35 horas a la semana, a quienes trabajan más de 35 horas semanales con ingresos mensuales inferiores al salario mínimo, y a quienes trabajan más de 48 horas ganando hasta dos salarios mínimos.
Hogares mexicanos con experiencia migratoria de retorno
Las características de los hogares transnacionales han llevado a cuestionar la función tradicional de la familia y los roles que, en diferentes contextos sociales, han desarrollado tanto hombres como mujeres. Es en esta evolución donde podemos alcanzar una visión «menos estigmatizadora» de las jefas de hogares transnacionales y de las mujeres que aportan no solo su trabajo reproductivo al funcionamiento del hogar, sino también sus ingresos de trabajos productivos (Zlotnik, 1995; Kofman y Raghuram, 2022). Se esperaría que, en contextos de retorno, este reconocimiento a las mujeres y a su papel activo en la migración internacional signifique para ellas una incorporación laboral más fácil, puesto que desde sus hogares se les impulsaría a ser productivas y a desempeñarse con libertad en dinámicas laborales igualitarias en sus países de origen.
En los hogares mexicanos se han presentado cambios importantes en las poblaciones retornadas y en la cantidad de hogares2 que contaban con al menos una persona migrante retornada. Gandini, Lozano y Gaspar (2014), con cifras censales de 2000 y 2010, reportaron que, en 2000, en el país existían 200 790 hogares con al menos una persona migrante retornada del extranjero, mientras que en 2010 fueron 654 877. En el año 2020, las cifras censales reflejan 295 267 hogares de estas características distribuidos en todo el territorio nacional, tal como se muestra en el Mapa 1. Las entidades donde se encontraban la mayoría de estos hogares fueron: Baja California, Jalisco, Michoacán y Guanajuato, estados que históricamente se han caracterizado por intensas corrientes migratorias (véase Mapa 1).
Se comenzó realizando un análisis de la jefatura del hogar diferenciada por sexo (véase Gráfico 1). Los datos censales de 2020 revelan que los hombres migrantes retornados tienen mayor protagonismo como jefes del hogar, mientras que las mujeres ocupan principalmente los roles de esposas o hijas. Históricamente, este ha sido el patrón de comportamiento en cuanto a los roles de hombres y mujeres en los hogares del país.
Aunque la jefatura en estos hogares se encuentre ocupada principalmente por hombres, es importante reflexionar sobre el papel activo que han desempeñado las mujeres en las migraciones internacionales. Diversos estudios indican que las causas de migración son diferentes para hombres y mujeres. En este sentido, para muchas mujeres la migración es una oportunidad para mejorar su calidad de vida, tanto en aspectos económicos como para superar la posición de subordinación que tradicionalmente ocupan en los grupos domésticos. Así, la migración en contextos internacionales es, en ocasiones, una opción que encuentran para escapar de situaciones de presión, violencia o desigualdad, así como de relaciones conyugales y familiares no deseables (Duda-Mikulin, 2018; Parella et al., 2019; Wang y Huang, 2020).Por lo común, el tipo de hogar refleja la realidad social. En México, la composición de parentesco de los hogares familiares sigue siendo predominantemente nuclear; sin embargo, el peso relativo de las unidades domésticas no nucleares ha aumentado de manera significativa, un incremento que algunos autores y autoras atribuyen a una respuesta de las familias ante las crisis económicas (De Oliveira, Eternod y De la Paz, 1999).
A continuación, se presenta un análisis basado en una muestra integrada por 295 267 hogares. El 54.3 % de ellos corresponde a hogares nucleares, el 28.4 % a hogares ampliados, el 1.3 % a hogares compuestos, el 14.3 % a hogares unipersonales y el 1.7 % a hogares corresidentes; asimismo, el 75 % tenía jefatura masculina y el 25 %, femenina. En comparación con el promedio nacional, este porcentaje de jefatura femenina es levemente menor, ya que a nivel nacional se reporta que un 29 % de los hogares cuenta con una jefa de hogar. En este sentido, las características varían según el sexo del jefe del hogar (véase Cuadro 1).
Tipo de hogar | N | % | Promedio de personas | Promedio de edad (años) | ||||
---|---|---|---|---|---|---|---|---|
Sexo del jefe de la vivienda | Hombre | Mujer | Hombre | Mujer | Hombre | Mujer | Hombre | Mujer |
Hogar nuclear | 126 120 | 34 129 | 57.3 % | 45.4 % | 3.5 | 3.1 | 45* | 48* |
Hogar ampliado | 55 130 | 28 838 | 25.1 % | 38.2 % | 5.3* | 5.1* | 53 | 57 |
Hogar compuesto | 2 411 | 1 357 | 1.1 % | 1.8 % | 4.5 | 4.6 | 46 | 46 |
Hogar unipersonal | 32 741 | 9 449 | 14.9 % | 12.6 % | 1.0 | 1.0 | 47* | 56* |
Hogar corresidente | 3 601 | 1 474 | 1.6 % | 2.0 % | 2.4 | 2.5 | 35 | 43 |
Total | 220 003 | 75 247 | 100 % | 100 % | 3.6 | 3.6 | 47 | 53 |
Fuente: elaboración propia con base en microdatos censales 2020, INEGI.
Nota: *Diferencias estadísticamente significativas en una prueba de medias.
Por otra parte, observamos algunas diferencias importantes en el análisis de los datos, como por ejemplo que en la mayoría de los hogares ampliados el jefe del hogar es una mujer, mientras que en los hogares nucleares es un hombre. Ambos son hogares familiares, pero con características distintas.3 El promedio nacional de hogares ampliados en México es del 28 % (INEGI, 2020), lo que indica que la jefatura femenina de estos hogares ampliados con experiencia de retorno supera en más de 10 puntos porcentuales dicho promedio. Estos datos coinciden con algunos discursos de mujeres migrantes obtenidos por Gregorio y Gonzálvez (2012), en los que las mujeres enfatizaban que su responsabilidad como madres, pero también como hermanas o hijas, ocupaba un lugar central en sus procesos de migración. En estos discursos se evidenciaba cómo la circulación de bienes, cuidados y afectos entre mujeres sostenía la vida familiar en el espacio transnacional, dinámicas que pueden ser similares en los contextos de retorno de mujeres con poder de agencia.
Al continuar con el análisis del Cuadro 1, se observa que el promedio de personas por hogar no presenta variaciones significativas entre los hogares con jefatura masculina y femenina. Sin embargo, se identifica una diferencia en el promedio de edad de los jefes y jefas de hogares no familiares, como los unipersonales y corresidentes. Los datos indican que, en los hogares con jefatura femenina, las mujeres tienden a ser mayores en comparación con los hombres. En los hogares unipersonales, los hombres jefes tienen un promedio de 47 años, mientras que las mujeres jefas alcanzan un promedio de 56 años. Esto sugiere que las mujeres asumen el rol de jefas de hogar a una edad más avanzada, lo que puede estar relacionado con factores como la viudez, el divorcio o la prolongación de la vida laboral debido a la falta de recursos para la jubilación.
En el caso de los hogares corresidentes, que se componen de dos o más personas sin vínculos de parentesco, los datos revelan que son los hogares con jefes más jóvenes. Esta configuración podría estar vinculada a un fenómeno urbano, según el cual las personas jóvenes optan por compartir vivienda por razones económicas, laborales o educativas, especialmente en las grandes ciudades. En muchos casos, la formación de hogares corresidentes responde a la precarización del mercado laboral, que dificulta la independencia económica, particularmente en sectores donde las mujeres suelen estar sobrerrepresentadas, como el empleo informal o los servicios domésticos.
Características de las personas que integran los hogares
Según los datos censales más recientes (INEGI, 2020), en México existen 295 267 hogares que cuentan con al menos una persona migrante de retorno, los cuales tíos, tías, primos, primas, hermanos, hermanas y abuelos, entre otros, lo que se refleja también en el tamaño del hogar.
están compuestos por 1 056 621 individuos. Para analizar la composición de estos hogares, en el Cuadro 2 se clasifica esta población en dos grupos: población retornada, que asciende a 381 464 personas, y población residente, que comprende 675 157, diferenciadas por sexo (véase Cuadro 2).
N (total) | Población retornada | Residentes del hogar | ||||
---|---|---|---|---|---|---|
Hombre | Mujer | Total | Hombre | Mujer | Total | |
266 102 | 115 362 | 381 464 | 281 535 | 393 622 | 675 157 | |
69.8 % | 30.2 % | 100.0 % | 41.7 % | 58.3 % | 100.0 % | |
Grupos de edad | ||||||
0-11 años | 4.9 % | 11.8 % | 7.0 % | 33.9 % | 24.2 % | 28.3 % |
12-29 años | 19.8 % | 27.7 % | 22.2 % | 32.7 % | 29.5 % | 30.9 % |
30-44 años | 39.7 % | 25.6 % | 35.5 % | 12.3 % | 21.1 % | 17.4 % |
45-64 años | 28.5 % | 24.2 % | 27.2 % | 13.5 % | 17.0 % | 15.6 % |
65 y más años | 7.1 % | 10.7 % | 8.2 % | 7.5 % | 8.1 % | 7.9 % |
Total | 100.0 % | 100.0 % | 100.0 % | 100.0 % | 100.0 % | 100.0 % |
N (mayores de 12 años) | 253 016 | 101 714 | 354 730 | 185 967 | 298 238 | 484 205 |
71.3 % | 28.7 % | 100.0 % | 38.4 % | 61.6 % | 100.0 % | |
Promedio de años de estudio | 9.02* | 10.34* | 9.40 | 9.29* | 8.96* | 9.08 |
Condición de actividad | ||||||
Trabaja | 74.6 % | 33.8 % | 62.8 % | 64.6 % | 36.3 % | 47.2 % |
Pensionado/jubilado | 4.6 % | 5.2 % | 4.8 % | 3.5 % | 1.8 % | 2.5 % |
Estudiante | 4.6 % | 11.1 % | 6.5 % | 18.2 % | 11.9 % | 14.3 % |
Act. del hogar | 2.3 % | 41.4 % | 13.6 % | 2.1 % | 44.4 % | 28.2 % |
Incapacitado | 1.8 % | 0.9 % | 1.6 % | 2.9 % | 1.7 % | 2.2 % |
No trabaja | 12.0 % | 7.6 % | 10.7 % | 8.6 % | 3.9 % | 5.7 % |
Total | 100.0 % | 100.0 % | 100.0 % | 100.0 % | 100.0 % | 100.0 % |
Situación en el trabajo | ||||||
Empleados | 64.0 % | 63.9 % | 64.0 % | 69.9 % | 65.2 % | 67.7 % |
Patrón o empleador | 4.7 % | 4.5 % | 4.7 % | 4.3 % | 3.6 % | 3.9 % |
Trabaja por su cuenta | 26.2 % | 27.3 % | 26.3 % | 20.0 % | 26.0 % | 22.9 % |
Trabajador sin pago | 5.1 % | 4.3 % | 5.0 % | 5.8 % | 5.3 % | 5.5 % |
Total | 100.0 % | 100.0 % | 100.0 % | 100.0 % | 100.0 % | 100.0 % |
Fuente: elaboración propia con base en microdatos censales (INEGI, 2020).
Nota: *Diferencias estadísticamente significativas en una prueba de medias.
Iniciaremos con el análisis por grupos de edad. En este sentido, llama la atención que la población retornada se concentra principalmente en edades productivas, entre 30 y 64 años, mientras que casi el 60 % de los residentes del hogar son menores de 30 años. En cuanto a la diferenciación por sexo, observamos que la mayoría de las personas residentes son mujeres, mientras que la población retornada principalmente está constituida por hombres. Estos datos concuerdan con estudios anteriores, en los que se han evidenciado las razones por las cuales los hombres predominan en los flujos del retorno. En primer lugar, se ha observado que el retorno es un reflejo de las migraciones internacionales históricas de la población mexicana, que ha sido principalmente masculina (Durand, 2013; Corzo, Giorguli y Bautista, 2018) y, en segundo lugar, que las mujeres mexicanas buscan estabilizar su estancia en el extranjero y evitan retornar (Woo y Moreno, 2002; Vega, 2016).
En relación con el promedio de años de estudio de la población retornada, es relevante examinar las diferencias en la escolaridad por sexo. Los datos revelan que las mujeres retornadas poseen un promedio de 10.3 años de estudio, mientras que los hombres alcanzan los nueve años. Esta tendencia reafirma los hallazgos de estudios previos sobre migración internacional en México, que señalan que las mujeres migrantes tienden a tener niveles educativos ligeramente más altos. En algunos casos, estas diferencias les permiten acceder a mejores oportunidades de migración, lo que sugiere que la selectividad en el retorno refleja también el perfil migratorio (Meza, 2017; Bedoya, 2022a). Sobre este tema es importante señalar que no todas las personas que migran retornan, por tanto, estos datos sugieren una selectividad migratoria del retorno que depende, además, de los contextos sociales, económicos y político-administrativos, tanto del país del que se retorna como del lugar al que se llega.
En relación con la condición de actividad, los datos del censo de 2020 (INEGI, 2020) indican que el 63 % de la población retornada cuenta con un empleo. No obstante, al desagregar este porcentaje por sexo, las disparidades son evidentes: el 75 % de los hombres retornados trabaja, frente al 34 % de las mujeres retornadas. Esta diferencia revela una brecha importante en las oportunidades y condiciones laborales entre hombres y mujeres después del retorno. Las migrantes retornadas enfrentan, en muchos casos, mayores dificultades para reincorporarse al mercado laboral debido a factores como la persistente división sexual del trabajo, la discriminación de género en el ámbito laboral y la ausencia de políticas que faciliten la conciliación entre el empleo y las responsabilidades familiares. Estos resultados coinciden con estudios previos, que señalan una pérdida de autonomía para las mujeres al regresar a contextos donde predominan modelos de vida más tradicionales (Espinosa, 1998; Franco, 2021).
En cuanto a los residentes en el hogar, el 47 % de los miembros mayores de 12 años se encontraba trabajando en el momento del censo. Principalmente, los hombres asumían el trabajo productivo en el hogar, mientras que las mujeres se ocupaban del trabajo reproductivo.
En lo que respecta a la situación laboral de la población retornada, los datos censales de 2020 revelan que el 64 % está empleada, el 26 % trabaja por cuenta propia, el 4.7 % son patrones o empleadores y el 5 % son trabajadores no remunerados. No se observan diferencias relevantes por sexo.
En el caso de la población residente, el 67.7 % está empleada, el 23 % trabaja por cuenta propia, el 4 % son patrones o empleadores y el 5.5 % trabaja sin recibir remuneración. Se observan algunas diferencias por sexo: el 70 % de los hombres y el 65 % de las mujeres reportan estar empleados -una diferencia del 5 %-; además, el 26 % de las mujeres trabaja por cuenta propia, lo cual puede estar relacionado con la necesidad de encontrar empleos más flexibles que permitan a las mujeres conciliar sus responsabilidades domésticas con sus actividades económicas.
La principal diferencia entre las personas retornadas y las residentes del hogar se encuentra en el trabajo por cuenta propia. Mientras que las personas retornadas presentan una mayor proporción de autoempleo (26.3 %), las residentes muestran una proporción inferior (22.9 %). Esto sugiere que quienes retornan a México enfrentan mayores dificultades para reintegrarse en el empleo formal, por lo que optan por el autoempleo como alternativa para generar ingresos. Estos resultados coinciden con los de Denier y Masferrer (2020), quienes señalan que el retorno forzado, especialmente por deportación, impacta negativamente sobre la integración laboral de las personas retornadas.
Para profundizar en la participación en actividades productivas y reproductivas en hogares transnacionales, el enfoque de género nos permite comprender que las diferencias percibidas entre los sexos también constituyen una forma primaria de las relaciones simbólicas de poder (Walby, 1989). Tradicionalmente, el trabajo reproductivo en el hogar4 recae sobre las mujeres y, en pocos casos, sobre los hombres. Esto se debe a que el trabajo de reproducción social requiere, «además del desgaste físico o intelectual […] de habilidades y conocimientos especiales y de afectividad, elementos que son caracterizados como femeninos y que definen fuertemente la identidad de las mujeres» (Camacho y Hernández, 2005: 104). En este sentido, es importante subrayar que la distribución del trabajo reproductivo consume una parte significativa del tiempo de las personas adultas, y que la mayoría de las actividades que se realizan en el hogar no recibe compensación económica directa. Actividades como el cuidado de personas, la preparación de alimentos, el mantenimiento de la ropa, el cuidado de mascotas y plantas, las mejoras en la vivienda, la limpieza, la gestión de los gastos del hogar, el mantenimiento del automóvil, las tareas de jardinería, el apoyo y supervisión escolar, la comunicación familiar y el traslado de los miembros del hogar forman parte de la producción en el hogar (Zelizer, 2009: 262).
En nuestro análisis, resulta de particular interés examinar las relaciones en el interior de los hogares con experiencia de retorno y cómo estas inciden en la participación de las mujeres en el mercado laboral. Para obtener respuestas, se elaboró un gráfico donde se distingue la población económicamente activa (PEA),5 la población económicamente inactiva (PEI)6 y las personas que se dedican exclusivamente a las actividades del hogar. Separar a quienes se dedican a las tareas reproductivas en el hogar permite visibilizar su trabajo y su contribución al sostenimiento del hogar, y así se evita invisibilizar su aporte (véase Gráfico 2).
Los hogares transnacionales con personas que han tenido experiencias de migración internacional y han retornado, según los datos censales de 2020 analizados en este estudio, reflejan que casi la mitad de las mujeres en hogares nucleares y ampliados se dedican exclusivamente a las tareas reproductivas del hogar (véase Gráfico 2). Es fundamental destacar este trabajo, que en la mayoría de los casos no es remunerado, en el contexto de los procesos de migración internacional y de retorno, ya que estas mujeres, que posiblemente migraron y retornaron junto con sus familias, han jugado un rol esencial en la reproducción del hogar y en las dinámicas migratorias. Los resultados concuerdan con los obtenidos en otras investigaciones internacionales, que han demostrado cómo las dinámicas migratorias reproducen las desigualdades de género (Vega y Martínez, 2016; Duda-Mikulin, 2018; Parella et al., 2019; Wang, 2020).
Contextos laborales desiguales en hogares con población migrante retornada en México
Aunque se ha documentado ampliamente que las mujeres mexicanas han alcanzado niveles educativos que les han facilitado su inserción en un mercado laboral más competitivo, las cifras continúan reflejando desigualdades relacionadas con la calidad del empleo y las oportunidades de desarrollo en sus trayectorias laborales. En este sentido, los estudios sobre feminismo crítico en el ámbito laboral han evidenciado que la segregación laboral a partir de la oferta y la demanda ha dificultado el acceso de las mujeres a ciertos puestos, incluso cuando poseen la formación y la experiencia necesarias (Pedrero, Rendón y Barrón, 1997; Szas, 1999; Hernández, García y Rodríguez, 2019).
Las condiciones que determinan el acceso de las mujeres al mercado laboral han estado vinculadas a las condiciones de su vida privada, a los roles que desempeñan y a los acuerdos establecidos en el hogar. En este sentido, Lamas (1996) sostiene que el cruce entre el trabajo doméstico y el remunerado implica no solo una carga física y emocional derivada de la doble jornada, sino también una severa restricción en las oportunidades de desarrollo personal, así como en sus vidas afectivas y sociales.
En México, por ejemplo, las tasas de participación femenina en el mercado laboral aumentaron del 16 % en 1970 al 34.5 % en 1995 (García y De Oliveira, 1994). A partir de la década de 1980, se ha observado un notable incremento en la actividad económica de mujeres casadas y con hijos, tanto en México como en otros países latinoamericanos. La necesidad de generar ingresos adicionales en un contexto prolongado de crisis económica ha impulsado una mayor participación de las mujeres en el ámbito laboral, a pesar de la carga que representa el trabajo doméstico (De Oliveira y Ariza, 2000). No obstante, este incremento se ha limitado a ciertos sectores y ocupaciones específicas, con una concentración en categorías laborales determinadas (Pedrero, Rendón y Barrón, 1997). En este marco, la informalidad laboral sigue afectando gravemente a las mujeres en su búsqueda de empleos decentes: más del 50 % trabajan bajo regulaciones mínimas, carecen de beneficios legales y seguridad social, y reciben bajos salarios junto con la amenaza constante de perder su empleo (PNUD, 2020).
En el Cuadro 3 se presentan varios indicadores laborales que nos permiten un acercamiento a la realidad de los miembros de los hogares con experiencia de retorno que estaban trabajando al momento de realizarse el censo de 2020. Para este análisis, se incluyen los hogares nucleares, ampliados y unipersonales, los cuales tienen mayor representatividad en los datos. Asimismo, se distingue entre personas retornadas y residentes, lo que facilita comprender las dinámicas internas de los hogares, ya que no solo las personas retornadas contribuyen económicamente al sostenimiento de los hogares, sino que otros miembros también participan. La condición migratoria permite además hacer comparaciones que revelan posibles ventajas o desventajas en la inserción laboral vinculadas al hecho de haber retornado (véase Cuadro 3).
Tipo de hogar | Sexo | Condición de migración | Tasas de participación económica | Tasa de ocupación parcial y desocupación | Tasa de condiciones críticas de ocupación |
---|---|---|---|---|---|
Nuclear (familiar) Ampliado | Hombres Mujeres Hombres Mujeres | Retornados | 75.7 % | 19.4 % | 50.4 % |
Población residente | 59.6 % | 21.0 % | 51.9 % | ||
Retornadas | 31.7 % | 31.5 % | 53.5 % | ||
Población residente | 34.3 % | 25.9 % | 70.1 % | ||
Retornados | 73.7 % | 21.8 % | 57.0 % | ||
Población residente | 67.5 % | 19.3 % | 58.4 % | ||
Retornadas | 35.7 % | 38.2 % | 57.3 % | ||
Población residente | 37.8 % | 25.4 % | 70.4 % | ||
Unipersonal | Hombres | Retornados | 72.0 % | 26.7 % | 53.2 % |
Mujeres | Retornadas | 37.5 % | 37.9 % | 48.7 % |
Fuente: elaboración propia con base en microdatos censales (INEGI, 2020).
Los datos censales de 2020 evidencian una significativa brecha en la tasa de participación económica entre hombres y mujeres. Los hombres retornados muestran una mayor participación económica en sus hogares en comparación con los no retornados o residentes. En contraste, las mujeres retornadas que forman parte de hogares nucleares presentan la menor participación económica, lo que refleja que los roles tradicionales en estos hogares continúan restringiendo o limitando su inserción en el ámbito laboral.
Para cumplir con el objetivo de este análisis, se decidió no utilizar el porcentaje de desocupación abierta como indicador del estado del mercado de trabajo en México. En su lugar, se empleó la tasa de ocupación parcial y desocupación, que resulta más precisa al consideran desocupadas a las personas que no realizaron ninguna actividad o que, si la realizaron, no superaron las 15 horas laborales en la semana de referencia (véase Cuadro 3). Los resultados reflejan la realidad de las mujeres mexicanas: son ellas quienes suelen ocupar empleos parciales o permanecer desempleadas al intentar equiparar las cargas del trabajo productivo y reproductivo, independientemente del tipo de hogar al que pertenezcan (Pedrero, Rendón y Barrón, 1997; Chávez, 2010; PNUD, 2020; Salazar, Casique y Constant, 2022).
En cuanto a las tasas relacionadas con condiciones críticas, los resultados muestran diferencias importantes según el tipo de hogar. Iniciamos el análisis con los hogares nucleares y ampliados; aunque algo más de la mitad de los hombres de estos hogares trabajan en condiciones críticas, la situación es similar tanto para los migrantes retornados como para los no retornados. En el caso de las mujeres, el 70 % de las residentes trabaja en condiciones críticas, lo cual puede atribuirse a las desventajas educativas y laborales que enfrentan las mujeres que no migran, que se quedan en casa para cuidar a la familia y solo trabajan ante necesidades económicas, pero no siempre en condiciones favorables. Para las mujeres retornadas, la propia experiencia de la migración internacional y su mayor nivel educativo podrían representar una mayor resiliencia en la búsqueda de mejores condiciones laborales.
Aunque los hogares unipersonales representan solo el 14 % del total de hogares transnacionales con experiencia de retorno, destaca que es en estos hogares donde las mujeres presentan las menores tasas de condiciones críticas en su ocupación, lo que refleja que logran mayor independencia y empoderamiento tras su retorno a México. En este sentido, es importante mencionar que, aunque la estructura condiciona la migración internacional y el retorno, la agencia de algunas mujeres, a través de su experiencia, les ayuda a construir una trayectoria transnacional más estable tras su retorno, así como a actuar como agentes libres en búsqueda de una estabilidad laboral e independencia.
Consideraciones finales
El retorno puede representar para muchos hogares la ruptura de un proyecto destinado a mejorar el bienestar de sus miembros, aunque las consecuencias del retorno dependerán en mayor medida de si ese proceso fue voluntario o involuntario. Varios estudios han documentado en los últimos años cómo los conflictos político-administrativos que se han gestado en Estados Unidos afectan los proyectos migratorios de muchas familias mexicanas (Izquierdo y Cornelius, 2012; Ruiz, 2017; París, Hualde y Woo, 2021).
En la discusión presentada en este trabajo se propone relacionar el análisis de la migración de retorno en los hogares con la inserción laboral desde una perspectiva comparada entre hombres y mujeres, destacando el importante papel que han desempeñado ellas en el proceso migratorio. Coincidiendo con estudios previos, los datos revelan que, para que la migración internacional funcione y los hogares transnacionales obtengan los mejores beneficios de esta experiencia, sus miembros deben llegar a acuerdos en los que todos aporten su fuerza de trabajo, tanto productiva como reproductiva (Camacho y Hernández 2005; Gregorio y Gonzálvez, 2012; Franco, 2021).
El análisis de la totalidad de los miembros de los hogares transnacionales, no solo de los retornados de Estados Unidos, sino también de quienes conviven con ellos, revela otras realidades de convivencia y acuerdos entre las partes. Con base en los datos censales recientes de México, en este análisis se observa que, tras el retorno, persisten desigualdades como, por ejemplo:
Los hogares con experiencia de migración de retorno son jóvenes. Asimismo, el 63 % de la población retornada tiene un empleo, pero el porcentaje es mayor entre los hombres retornados, ya que el 75 % trabaja, mientras que solo el 34 % de las mujeres retornadas lo hace.
Aunque las mujeres tengan en promedio más años de estudio que los hombres, en los hogares nucleares tradicionales la mayoría de ellas no tiene la posibilidad de participar en actividades productivas, sino que se quedan en casa cumpliendo los roles tradicionales de madres, cuidadoras y encargadas de que todo funcione en el hogar. Esto ocurre en mayor medida entre las mujeres residentes, que son aquellas que no migraron, sino que han formado parte del hogar transnacional.
Con la experiencia del retorno en sus hogares, tres de cada 10 mujeres han regresado a actividades laborales remuneradas; sin embargo, la mitad de ellas lo ha hecho en condiciones difíciles, con jornadas de trabajo más largas y salarios más bajos.
En los hogares de todos los tipos, las mujeres jefas de hogar tienen un promedio de edad superior al de los hombres, lo que conlleva importantes implicaciones para sus condiciones de vida. Esto se debe a que suelen enfrentar más obstáculos para acceder a empleos bien remunerados y con prestaciones de seguridad social, lo que reduce sus oportunidades de ahorro, limita sus posibilidades de jubilación y compromete su bienestar en la vejez. La diferencia en las edades promedio entre hombres y mujeres jefes de hogar refleja las dinámicas desiguales de género que siguen prevaleciendo en el contexto mexicano, donde las mujeres enfrentan más barreras para alcanzar la autonomía económica.
Es importante resaltar que, aunque los hogares unipersonales constituyen una minoría dentro de los hogares transnacionales con experiencia de retorno, el hecho de que las mujeres en estos hogares presenten las tasas más bajas de condiciones laborales críticas sugiere un mayor nivel de independencia y empoderamiento tras su regreso a México.
A pesar de las limitaciones que encontramos en los datos censales para indagar sobre cuestiones laborales, este primer acercamiento a los hogares de la población recientemente retornada nos permite comprender mejor las desigualdades que se presentan en su interior. Es evidente, en especial, el papel de las mujeres en la reproducción de las migraciones internacionales, pues ellas continúan soportando la carga de un sistema económico globalizado que limita sus condiciones de vida y de agencia. De este modo, después del retorno se sigue configurando un sistema global y transnacional de reproducción de la estructura de clases y desigualdad social propio de la sociedad contemporánea (Canales, 2015).
Es también relevante que, aunque las políticas públicas en México han avanzado en la protección y promoción de los derechos laborales de las mujeres, no siempre han logrado abordar de manera efectiva la redistribución del trabajo doméstico ni la provisión de servicios que ofrezcan más posibilidades a las mujeres para insertarse en el mercado laboral. En este sentido, el análisis de los hogares transnacionales resalta la necesidad de generar políticas que consideren tanto la diversidad de estructuras de los hogares como las desigualdades de género que persisten en los ámbitos laboral y doméstico.
En futuros estudios sería importante realizar encuestas específicas a personas en hogares con experiencias migratorias para profundizar en los ciclos de vida y en otras variables que evalúen las condiciones laborales de quienes conforman los hogares transnacionales que han retornado a su país de origen. El enfoque de género será fundamental para apoyar a las mujeres que, con su trabajo productivo y reproductivo, hacen posible la migración internacional.