El libro Imágenes, representaciones y movilizaciones indígenas en Latinoamérica, coordinado por Silvia Soriano Hernández (2021), es el resultado de un trabajo colectivo derivado del proyecto «Del indigenismo al indianismo. Estados nacionales y políticas interculturales en América Latina», promovido por el Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Los autores de los capítulos son, en su mayoría, estudiantes de licenciatura y maestría vinculados al Programa Universitario de Estudios de la Diversidad Cultural y la Interculturalidad de la UNAM.
El libro consta de cuatro ejes. El primero de ellos, «Miradas y resistencias», inicia con el capítulo «Representación e imaginarios indígenas», de Silvia Soriano Hernández, que tiene como objetivo analizar las formas de representación y los imaginarios indígenas a partir de lo simbólico, con una mirada desde adentro y desde afuera, en consonancia con el argot antropológico emic/etic. Para ello, Soriano utiliza dos categorías, ventriloquia y transculturación, que nos permiten entender la representación del otro desde lo identitario. La autora retoma una batería de elementos descriptivos, como son los pasajes de rebeliones sobre el colonialismo, el rescate de las leyendas de los pueblos originarios que tratan de explicar el origen del mundo y sus formas de organización, así como la representación social del indio, que le permiten romper con lo irreal, con lo imaginario de las diferentes culturas, y así realizar una interpretación desde una polifonía etnográfica. Soriano, de forma acertada, nos invita a replantear la representación de los indígenas desde una perspectiva, como se mencionó, desde adentro y desde afuera, evitando la politización desarrollada por la literatura indigenista.
Isabel de la Rosa Quiñones, en el capítulo «Movilizaciones indígenas en la Huasteca Potosina», presenta el proceso organizativo de la población frente al fracking, a pesar de que la región históricamente ha carecido de organización social y comunitaria. La autora visibiliza la fragmentación social en las regiones que integran la Huasteca y cómo, a pesar de ello, la ciudadanía logró hacer un frente común contra el extractivismo. Su estudio se sustenta, además, en fuentes históricas sobre las reformas agrarias, y señala que fueron estas las que rompieron el tejido comunitario de las poblaciones indígenas. Si bien existen grandes diferencias entre las zonas norte y sur de la Huasteca, tanto por las distintas actividades comerciales que se realizan como por los rasgos culturales, se observa un interés colectivo cuando existe un beneficio económico. De la Rosa Quiñones señala que no existen comunidades que defiendan sus propios intereses desde la década de los setenta del siglo pasado, cuando se pretendió modernizar la tenencia agraria con el campamento Tierra y Libertad. La autora señala que se implementaron una serie de políticas que permitieron la incursión de empresas extractoras de hidrocarburos en la región, lo que provocó un gran deterioro ambiental y, a partir de ello, surgió la Coordinadora de Organizaciones Campesinas e Indígenas de la Huasteca Potosina, organización que realizó protestas contra el fracking, y posteriormente concluyó su proceso de lucha con la llegada del sexenio lopezobradorista.
El capítulo desarrollado por Viviana Díaz Arroyo, «Intermediación política en la montaña de Guerrero. Del caciquismo a la oenegización», tiene como objetivo la revisión de las organizaciones civiles que surgieron en la década de los noventa como resultado del rompimiento de los cacicazgos de 1950. El texto comienza con una aproximación teórico-metodológica profunda y extensa, y posteriormente menciona cómo el Estado y la población se han relacionado en márgenes políticos; retoma en especial la propuesta de Guillermo de la Peña (1986) acerca de «la dimensión espacial de clase» para explicar las dinámicas de centralización del poder caciquil. La autora señala la montaña de Guerrero como un espacio de enunciación donde la identidad y el dinamismo social han construido apropiaciones políticas y geopolíticas indígenas, y donde los roles sociales, políticos y ciudadanos se reconstituyen desde la educación y otros panoramas, los cuales se han «nutrido de una compleja imbricación de actores e intereses que no solo ha posibilitado su concreción, sino que ha enfatizado las incongruencias entre los discursos oficiales de lo político y el ejercicio del poder, la misma situación puede mencionarse respecto a las bases sociales» (p. 101).
Si bien en la montaña de Guerrero se han llevado a cabo programas con apoyo de dependencias de gobierno, las políticas de dichos programas han favorecido la fragmentación de la organización civil, tema que la autora nos invita a conocer y analizar.
El segundo eje del libro, «Disputas y emergencias», lo abre Fernando García Serrano con el capítulo «Del Estado pluricultural y multiétnico al Estado plurinacional e intercultural: el proceso de transformación de las políticas indigenistas a las políticas indianistas de los pueblos y las nacionalidades indígenas ecuatorianas 1976-2020». Este texto tiene como objetivo describir la lucha del movimiento indígena ecuatoriano durante cuatro importantes procesos: 1) la crisis y el abandono de las políticas indigenistas, 2) las movilizaciones indígenas nacionales, 3) las reformas constitucionales y 4) la construcción del Estado plurinacional e intercultural, todos ellos vinculados con propuestas ideológicas y políticas públicas ecuatorianas. Su análisis sobre el indigenismo como política de integración nacional -se hace alusión al caso mexicano- permite entender cómo este influye en los programas de gobierno. El autor puntea también cómo la práctica indigenista en el Ecuador ha incidido en varios periodos de la historia del país, en diversas regiones y en temas relevantes para la población. Se analizan tanto el mestizaje, como la inclusión y la exclusión de las poblaciones indígenas en la Constitución, para luego entrar en el tema del surgimiento de movilizaciones indígenas, que se tornaron de carácter nacional como consecuencia de procesos económicos y de modernización en las políticas públicas, las cuales condujeron a que los pueblos perdieran cada vez más presencia en la economía y en la política. García Serrano señala, entonces, diversas fases en la lucha indígena, para cerrar con los procesos de construcción del Estado plurinacional e intercultural en Ecuador.
La gran paradoja de la última década fue que las políticas de reconocimiento logradas por los pueblos indígenas en la etapa del multiculturalismo neoliberal colisionaron con el modelo extractivista de la economía de un gobierno con un ideario “nacional popular”. Esa colisión llegó al punto de que los derechos colectivos de los pueblos indígenas reconocidos en las constituciones de 1998 y 2008 no solamente fueron incumplidos, sino que fueron vaciados de su contenido por las políticas neodesarrollistas del gobierno “progresista” de Correa (p. 129).
Llama la atención la alusión que hace el autor a lo «nacional popular», concepto que surgió de una transición en el marco de las hegemonías neoliberales y que permite reflexionar acerca de la construcción del Estado plurinacional y de la posibilidad de entender un Estado fallido como el de Ecuador.
Aneli Villa Avendaño, por su parte, propone una revisión del proceso histórico de la afirmación de la identidad política de las mujeres de Guatemala en el capítulo titulado «La emergencia política de las organizaciones de mujeres indígenas en Guatemala». La autora examina cómo se ha estructurado Guatemala políticamente, con especial alusión a la distribución de su población. También analiza la violencia, los conflictos y las tensiones políticas desde la dominación colonial, adentrándose en una historia de luchas de larga data. Para ello, retoma las figuras de Micaela Pérez y Juana y Josepha Chej, mujeres rebeldes que lideraron motines, aunque posteriormente su protagonismo fue suavizado en discursos oficiales y en la historiografía de Guatemala. Del capítulo de Villa Avendaño rescato tres elementos que considero los más importantes: 1) la organización de las mujeres indígenas en varios procesos históricos, como el revolucionario, 2) el espacio religioso como parte de la lucha de las mujeres, y 3) la vinculación de las mujeres a las guerrillas y su participación en los procesos de transformación de estas. Describe cómo en 1985 surgió una organización de mujeres indígenas para buscar a personas desaparecidas, la Coordinadora Nacional de Viudas de Guatemala (CONAVIGUA), la cual ha resistido a diversos intentos de politización y aún se encuentra vigente. Analiza también otras organizaciones que cobraron fuerza después de la muerte de Adelina Caal Maquín, asesinada en la masacre de Panzós, cuya memoria fue rescatada y motivó la conformación de nuevas organizaciones. Villa Avendaño marca la existencia de procesos de oenegización que construyeron una identidad a partir de los años ochenta, sin embargo, es necesario analizar de forma más profunda qué entendemos por una nueva identidad más allá de sus propios procesos históricos; asimismo, la autora reflexiona en el texto cómo el uso de la memoria y las divergencias significativas de ese uso ahora son parte de esa identidad que reivindican las mujeres en Guatemala.
Daniel Díaz Juárez, en su texto «Notas críticas sobre movimientos etnopolíticos», presenta una reflexión acerca de la importancia de las corrientes teóricas actuales para el análisis de las luchas indígenas y los movimientos sociales. Para ello, propone revisar la emergencia de la lucha indígena dentro del proceso de transformación política. Díaz Juárez discute esta lucha como parte de una disputa teórica desde los campos de lo sociocultural, lo simbólico, lo étnico, lo jurídico y lo lingüístico, a la vez que hace hincapié en que las luchas indígenas muestran procesos de continuidad; por ello, su estudio no se centra exclusivamente en una postura porque existen transiciones y distintos posicionamientos sociales y políticos. Debido a que muchos movimientos se han relacionado con ideologías como el marxismo, el neoliberalismo, el socialismo y las clases sociales, sitúa su análisis en estas importantes vertientes: la teoría de las clases sociales, la organización de las luchas políticas, la identificación de las estructuras y el discurso de lo simbólico. Asimismo, propone un debate sobre las concepciones y corrientes de los movimientos sociales emergentes para el estudio de su particularidad ideológica y su relación con los procesos globales.
El tercer eje se titula «Diálogos y mestizajes», y lo inicia Begoña Pulido Herráez con su texto «Figuraciones del dialogismo social y cultural en el “El gamonal” y “Tojjras”, de Gamaliel Churata». Este capítulo tiene como objetivo analizar dos relatos del peruano Gamaliel Churata, seudónimo de Arturo Peralta, los cuales muestran otra forma de la realidad indígena, a la vez que promueven un diálogo sociocultural desde la literatura. Este literato fue redescubierto del olvido en que se encontraba, debido quizá a la incomprensión de sus textos, en los que describe el mundo aimara. Desde su propia óptica literaria, la importancia del trabajo de Churata radica en la enunciación ajena de la realidad indígena utilizando una realidad de ficción para proponer un diálogo entre realidad indígena y cosmovisión. Pulido Herráez rescata, así, una tradición del lenguaje literario peruano a través de los dos relatos señalados. El primero de ellos, «El gamonal», fue publicado en 1927 en la revista Amauta, dirigida por el escritor y periodista José Carlos Mariátegui, y deja entrever los sectores culturales que conviven en la heterogeneidad nacional del Perú. El gamonal representa la pampa como un espacio de injusticia, e introduce desde una perspectiva histórica los orígenes del problema indígena, a la vez que promueve un posicionamiento ligado a la cosmovisión y al lenguaje. Respecto a «Tojjras», publicado en el boletín Titikaka en 1926, es una obra diferente a la primera pues no es propiamente un solo relato, sino que incluye más bien pequeños relatos o escenas vinculadas una con la otra, usando la parábola de la narración breve y simbólica para hablar de la cosmovisión andina. Cabe señalar que, tanto «El gamonal» como «Tojjras» están narrados en primera persona y posicionan la figura del indio desde una hibridez literaria que ha permitido su incorporación a la nacionalidad peruana, como lo relata Pulido Herráez.
Por su parte, Miguel Lisbona Guillen, en su texto «Higienizar los cuerpos, normalizar chiapanecos. El proceso de deportivización en la posrevolución mexicana», analiza las políticas posrevolucionarias que promovieron la actividad física en el país. Hace referencia al deporte y a la vertiente educativa de este, que figuraban dentro del discurso político como parte de la higienización social, mediante el uso de categorías como: regenerar y disciplinar, cuidar y purificar. Este autor parte del proceso revolucionario chiapaneco que trajo desarrollo y modernización, y para ello acudieron profesores y promotores al estado del sureste, en un contexto de problemas políticos entre indios y ladinos. Para ello, Lisbona Guillén realiza una semblanza histórica que va desde el debate sobre el mestizaje, hasta temas como la mexicanidad y la propuesta vasconcelista de «reconstruir físicamente al indio». Incorporando otros elementos dirigidos al cambio cultural, señala en su análisis la presencia de valores idealizados y cómo se pretendían introducir ideas políticas de transformación en el país a través de propuestas educativas, aunque señala que educar no «blanquearía» a la población chiapaneca. Describe el autor la cultura de la escolarización, cómo se utilizó el deporte como un instrumento de homogenización, y cómo para «higienizar» se promovieron clubes de higiene y aseo con juntas de sanidad en los municipios de Chiapas que pasaron a ser espacios públicos. El texto va descubriendo cómo se desarrolló el proceso de acercamiento del deporte a Chiapas y cómo se crearon escuelas de instrucción deportiva y clubes donde se realizaban actividades recreativas ligadas a esta actividad. Finalmente, retoma lo que Ingrid Kummels (2013) señaló como «indigenismo deportivo» entre los tarahumaras de Chihuahua, el cual, al igual que el indigenismo integracionista, «no necesariamente fue un éxito, como tampoco lo fue el afán por construir la nación culturalmente integrada como soporte del Estado fuerte y corporativo» (p. 237). Si bien la política educativa que adoptó el Estado mexicano para «disciplinar y normalizar a los ciudadanos a través de sus cuerpos» pretendía lograr la unidad de lo heterogéneo, no tuvo el éxito que se esperaba.
El último apartado de este libro, «Racismos e interculturalidad», inicia con el capítulo «Etnicidad y racismo en los manuales escolares de Centroamérica a inicios del siglo XXI», de Gabriel Asencio Franco. El objetivo del texto es demostrar la diversidad cultural que aparece reflejada en los manuales escolares o libros de texto gratuito en los países centroamericanos. Ascencio Franco detecta la presencia de temas de identidad propia y reconocimiento de los derechos. En la parte introductoria analiza el concepto de educación ligado a los de nación y multiculturalismo, y especifica que los manuales escolares son recursos que utiliza el Estado para legitimarse y que reflejan la mentalidad colectiva, muchas veces centrada en el imaginario del mestizaje. Este investigador prioriza en su análisis los libros de ciencias sociales de educación básica de Panamá, Costa Rica, Honduras y Guatemala. Todos los textos poseen, por un lado, elementos que exponen la identidad de los pueblos y su proceso de colonización; muchos de ellos describen juegos, fiestas y leyendas, y, por otro lado, elementos de educación cívica, de historia prehispánica y de historia de la conquista española. Concluye el autor que son los libros de la editorial Santillana distribuidos en Guatemala los que describen con mayor nitidez la diversidad étnica.
A lo largo del texto, Ascencio Franco exhibe muchas citas de trabajos de educación realizados en Centroamérica con el objetivo de detectar etnocentrismo y pobreza de contenido, pero el autor deja de manifiesto que cada uno de los países centroamericanos interpreta y asume la educación intercultural de acuerdo con sus políticas de Estado, constituciones y conceptos específicos de diversidad y pluriculturalidad. Como reflexión final, Ascencio pone en debate el tratamiento de la diversidad cultural desde una identidad dominada y una propia en constante proceso de emergencia.
Alfredo Rajo Serventich, en el capítulo «Sobre indigenismos, pensamiento conservador e historia intercultural», analiza el concepto de interculturalidad en los estudios de la historia, y para comprenderlo utiliza la microhistoria italiana a través de imágenes e imaginarios sobre el proceso de historizar la interculturalidad. Rajo Serventich trata de romper la visión de víctima y victimario en relación con la autopercepción acerca de las personas indígenas. Toma como punto de referencia el concepto elitista de folclore de Ginzburg (1999), para quien la idea de hispanidad formaba parte de políticas compensatorias en las cuales se incorporó a los pueblos indígenas. A partir de ello el autor hace un breve recuento de algunas políticas indigenistas que conforman un discurso que nutre la hispanidad. En sus reflexiones finales resalta la utilidad de la historia para centrar elementos teorizantes que son parte de la historia cultural, los cuales, a su vez, pueden manejar una serie de reflexiones para entender cómo conviven la modernidad y la tradición.
Cierra este tercer eje, y el libro, el texto de María Isabel González Terretos titulado «Autonomía indígena. Actualización y apropiación de formas organizativas». El propósito de este texto es abordar la persistencia de las autonomías indígenas desde sus prácticas socioculturales, que dan pie a espacios constructivos y constitutivos de reivindicación de sus formas organizativas. La autora señala los países que más han desarrollado prácticas académicas en temas de autonomía y reivindicación de formas organizativas desde los elementos identitarios tradicionales, centrándose en las organizaciones indígenas de Colombia. González Terretos utiliza categorías como resguardo, mingas, trueque, cabildo y derecho propio indígena, algunos derivados de procesos de colonización y otros de apropiación. Señala que la autonomía es un proceso de resistencia y organización, mediante un estudio sobre las formas organizativas persistentes con sus características propias. Así, encontramos cabildos y resguardos indígenas que se sostuvieron en periodos históricos no propicios. Menciona también el resguardo como figura política y territorial desde la Colonia, hasta llegar a las nuevas formas de organización del Estado colombiano, que creó departamentos e introdujo dentro de ellos las instancias mencionadas. González Terretos menciona cómo se han ligado el territorio ancestral, el concepto de comunidad y el derecho propio para, a partir de esos elementos, analizar si existe realmente una autonomía indígena.
A manera de conclusión en este recorrido por los ejes que integran esta obra, destaco tres aspectos interesantes para repasar las posibilidades de las ciencias sociales y las humanidades en las primeras dos décadas del siglo XXI. En primer lugar, que los avances científicos y tecnológicos complejizan la relación entre la naturaleza y la sociedad, lo cual, de acuerdo con el recorrido de esta obra, revela los múltiples abordajes del conocimiento socioantropológico, en los que la ciencia no es la única vía de discernimiento. Hay que decirlo con todas sus letras, las actitudes de arrogancia de la ciencia, edificada con el patrocinio de un imperialismo rapaz, se desmoronan. En segundo lugar, las ciencias sociales y las humanidades buscan, a partir de una obra como la que nos ocupa, la alteración o, por lo menos, la delimitación del poder destructor y devastador de la vida que el neoliberalismo ha demostrado en las últimas décadas del siglo XX y las dos primeras del XXI. En tercer lugar, y no menos importante que los puntos anteriores, destaca la falta de justicia en todos los ámbitos de esa relación naturaleza y sociedad.
Todo lo dicho nos debe motivar para repensar las ciencias sociales y las humanidades contemporáneas a partir de la reivindicación de diferentes epistemologías que nos permitan desempolvar, de una vez por todas, esa comprensión hegemónica y elitista, que se considera única, de hacer ciencia.