Introducción
En su devenir histórico, el hombre ha logrado dominar el ecosistema; sin embargo, actualmente, con el acelerado avance científico-tecnológico, ya sea por su inadecuado uso o desconocimiento, este ha actuado en contra de la naturaleza y por tanto podría desencadenar la destrucción del propio hombre y las futuras generaciones. Existen bastantes ejemplos evidentes de la acción destructiva del hombre sobre su ambiente a través de los años, por lo cual se ha catalogado como una plaga1 para su propia existencia. A finales del siglo pasado, con las dificultades encontradas en dominar las múltiples formas en que las plagas atacaban y asediaban los cultivos, y la fuerte demanda de producción agrícola se optó por recurrir al desarrollo de medios químicos de control, es decir, a los plaguicidas (García-Gutiérrez y Rodríguez-Meza, 2012). Desde que se implementa, toda práctica agrícola inevitablemente produce un efecto sobre el medio ambiente, el bienestar social y la viabilidad económica de las personas involucradas (Ceccon, 2008). Entre los objetivos de una estrategia de desarrollo agrícola sostenible se encuentran buscar ampliar herramientas de control de plagas que tengan una influencia benéfica sobre algunos o todos estos factores; por ejemplo, proteger y mejorar la biodiversidad; educar y capacitar a las personas en las prácticas seguras; proporcionar mayores rendimientos en los cultivos, mejorar calidad a menor costo; proteger el suelo y el agua, lo que podría reducir la pobreza rural y mejorar la calidad de vida, con repercusiones en el desarrollo regional y la disminución de la marginación y migración de los trabajadores del campo (IAASTD, 2009). En esta pequeña revisión se pretende explorar las principales estrategias para el control de plagas implementadas en la agricultura mexicana, los avances científicos y la necesidad de organización de los involucrados, para ser aplicados actualmente con el fin de alcanzar el manejo sustentable de plagas agrícolas incluyendo los modelos de producción agrícola actuales.
Capítulo Descriptivo y Metodológico
En este estudio se brinda un análisis no sistemático que parte de la conciencia, análisis de tesis de estudiantes de la región y experiencia del autor sobre el agro mexicano, y se apoya de la investigación bibliográfica, así como del trabajo empírico más actual sobre el tema de manejo de plagas agrícolas en México. Se fundamenta en las características del agro antes, durante y después de la revolución verde. y se propone una estrategia actual para el establecimiento de programas de manejo sustentable de plagas agrícolas aplicable en regiones del país donde predominan los pequeños y medianos productores.
Concepto de plaga
La definición de plaga puede ser tan general como lo definen Selfa y Anento (1997) con sentido antropocéntrico, señalando que el hombre lo aplica a todo lo que le afecta, o en su acepción más corta y precisa para el agro, a cualquier artrópodo molesto (Romero, 2004a). La FAO (2016) define el término plaga como “cualquier especie, raza o biotipo vegetal o animal, o agente patógeno dañino para las plantas o productos vegetales”. Se estima que las pérdidas en la producción agrícola mundial por plagas fluctúan entre 20 y 40 %, ocasionando mermas económicas de miles de millones de dólares al año. Además, la FAO prevé la necesidad mundial de producir 60 % más de alimentos para el sustento de una población más numerosa en todo el planeta. Para 2050, la agricultura deberá seguir suministrando 80 % de los alimentos del mundo, reducir las pérdidas de productos del campo causadas por las plagas de los cultivos; por lo tanto, es indispensable para satisfacer las necesidades futuras de alimentos (FAO, 2011). En México, más de 80 % de las unidades de producción agropecuaria se quejan de los altos costos de insumos y servicios; 78.2 % reporta pérdidas debidas a causas climáticas, plagas y enfermedades (INEGI, 2014).
Desarrollo agrícola
La agricultura convencional representa una práctica de obtención de alimentos cuyo proceso, al ser comparado con el tiempo de la aparición del hombre en la tierra, representaría solo 0.5 % del tiempo de la historia de la humanidad. Es decir que durante la mayor parte de la historia el ser humano se alimentó, se vistió y cubrió sus necesidades básicas sin practicar la agricultura. Incluso, aun con el nacimiento de la agricultura y solo con conocimientos empíricos sobre riego, tracción animal y abonos orgánicos, se desarrollaron grandes civilizaciones (Turrent-Fernández y Cortés-Flores, 2004). La agricultura, tal como la conocemos, basada en su mayoría en la masiva aplicación de agroquímicos y el uso de cultivares mejorados de alto potencial de rendimiento, recién habría hecho su aparición; tan solo un instante en la historia del género humano sobre este planeta (Sarandón y Flores, 2014). Sin embargo, en este “pequeño lapso de tiempo” en que se han aplicado los conocimientos científicos y «sabiduría» a la agricultura se ha originado una serie de problemas de tal magnitud que están poniendo en duda la capacidad de alimentar a las futuras generaciones (Vega y Trujillo, 1989; Holt-Giménez y Altieri, 2013).
Historia contemporánea del manejo sustentable de plagas
El relativamente nuevo concepto y vieja práctica milenaria del Manejo Sustentable de Plagas, que se basa en la combinación de diferentes estrategias de forma armónica para el control de plagas agrícolas (Flint y van den Bosch, 1981), recientemente ha resurgido como concepto “de moda” y ha sido denominado también como Manejo Integrado de Plagas (MIP), el cual se constituye del uso de recursos que influyen sobre la conservación y disponibilidad espacio-temporal de otros recursos (desarrollo sostenible), los valores ecológicos, socioeconómicos, culturales, religiosos, políticos y las decisiones y sus consecuencias (Badii et al., 2007; Romero, 2004a). Hasta principios del siglo XX estas prácticas enfocadas en estrategias de control biológico, cultural, químico y mixto habían considerado el conocimiento de la interacción entre plantas y animales, con una tendencia a la sustentabilidad. Por una parte, dichas prácticas eran indispensables debido a la escasez de productos químicos, solventada en parte con la Revolución Verde2 a mediados del siglo XX, así como por las reducidas áreas de cultivo de los agricultores en ese tiempo (Pichardo-González, 2006). Sin embargo, también eran posibles gracias a la comunicación entre extensionistas y productores de esa época (Romero, 2004b).
Manejo de plagas y extensionismo en México
Desde los años sesenta hasta los noventa, el gobierno mexicano implementó un sistema de extensión y transferencia de tecnología agrícola. La Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos3 (SARH) delegó el extensionismo a través de la Dirección del Sistema de Extensión Agrícola y la investigación por medio del Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas (INIA) que tenía un eficiente programa de transferencia de tecnología con 25 000 extensionistas (McMahon y Valdés, 2011), así como existía una fuerte retroalimentación y comunicación entre productores e Ingenieros Agrónomos de todo el país (Romero, 2004b). Es difícil creer que ahora, con una mayor oferta del mercado de productos químicos e incluso orgánicos, el libre comercio de insumos agrícolas y el incremento en las facilidades de comunicación (99 % de la unidades de producción usan el teléfono celular: INEGI, 2014), si bien mejoraron su tecnología, además de los apoyos gubernamentales (SAGARPA y Financiera Rural) y los rendimientos, los trabajadores del campo siguen siendo productores de baja y mediana escala, la gran mayoría con menos de 20 ha por agricultor (INEGI, 2014), y siguen optando por el uso de un reducido número de alternativas de control de plagas, basados aun en su mayoría en la aplicación de plaguicidas químicos impulsados por la revolución verde, sin casi ninguna capacitación, monitoreo y organización entre productores, gobiernos y especialistas4. En todo el mundo, la agricultura opera en un mercado cada vez más libre, es afectada por el clima, la demanda, los suministros, la competencia y prioriza la ganancia por encima de la necesidad social (Devine et al., 2008); todo esto, aunado a la adopción de estrategias de producción y modos de vida importados de agricultores extranjeros con extensiones de tierra mucho mayores, ha venido mermando la productividad del campo mexicano y el desarrollo regional de las zonas agrícolas del país, propiciando la migración a la ciudad o el extranjero en búsqueda de mejores oportunidades de desarrollo.
Plagas y su control en México
El advenimiento del siglo XX marcó un apogeo en el desarrollo de la ciencia y la técnica de la humanidad que revolucionó nuestras relaciones con la naturaleza. Entre sus logros, se conformó un inmenso arsenal químico que aseguró, al menos en el corto plazo, el aumento de las cosechas. Actualmente, aunque los plaguicidas sintéticos representan una de las principales y más efectivas armas para el manejo de plagas agrícolas, estos provocan altos costos económicos, contaminación ambiental, disminución de organismos benéficos y especies silvestres, intoxicaciones, efectos negativos sobre aplicadores y personas relacionadas con su manejo y el desarrollo de resistencia de las plagas (García-Gutiérrez y Rodríguez-Meza, 2012). Los plaguicidas utilizados se caracterizan por ser tóxicos y de amplio espectro, afectan la salud humana, contaminan las corrientes subterráneas de agua y actúan de forma negativa sobre las diferentes especies de organismos benéficos, entre los cuales figuran los enemigos naturales, como son los parasitoides, depredadores, entomopatógenos y polinizadores (García, 1997; Devine et al., 2008; Gutiérrez-Ramírez et al., 2013).
La problemática para los cultivos de granos y hortalizas lo constituyen los diferentes tipos de enfermedades, plagas y malezas que perjudican desde la semilla, a la planta y los frutos, los cuales han podido contrarrestarse con la aplicación de los plaguicidas (García-Gutiérrez y Rodríguez-Meza, 2012). Más de 70 % de los plaguicidas utilizados son usados por 10 entidades del país y corresponden en términos generales a herbicidas, seguidos de insecticidas y fungicidas; entre los insecticidas, los más usados son los organofosforados, en especial paratión metílico, metamidofós y malatión (Albert, 2004). A la par, el campo demanda apoyos para la explotación intensiva de la tierra con trabajo familiar y el reconocimiento de que, con acceso a innovaciones tecnológicas, esa modalidad puede ser más eficiente que la agricultura de gran escala. Para este fin, existen alternativas más ambientalmente seguras, como son los bioplaguicidas; dentro de estos, se contemplan microorganismos y agentes patógenos de insectos, como virus, rickettsias, hongos, bacterias, nematodos y protozoos, así como insecticidas de origen vegetal que abarcan al menos 12 familias de especies vegetales (Nava-Pérez et al., 2012). Por lo anterior, se precisa volver a contemplar la meta de autosuficiencia alimentaria que, además de sus ventajas evidentes para los campesinos, fortalece la soberanía nacional (Campos, 2000).
Particularidades del agro mexicano
En México, colocar a los agricultores como eje de un nuevo proyecto agrícola sustentable nacional es el gran desafío de este siglo; más de 50 % de los productores en el país solo tienen estudios de primaria y más de 70 % son mayores de 45 años (INEGI, 2014). Lo anterior, como lo menciona Campos (2000), no significa renunciar a una estabilidad macroeconómica ni a su participación competente en el mercado global, desde la perspectiva de una “nueva” tercera vía de desarrollo económico, significa dejar de privilegiar lo financiero sobre lo productivo, así como no considerar a la globalización como limitante del desarrollo, y agrega que estos mismos principios son aplicables al campo mexicano, al sugerir una política amplia de fomento integral agropecuario que implique el desarrollo rural junto con los campesinos. Alentar la reactivación productiva de las pequeñas comunidades empieza por asegurar su autosuficiencia y puede apoyarse al complementar las actividades agropecuarias con las artesanales y las pequeñas manufacturas para la producción de bienes básicos. Finalmente, para alcanzar una mayor concertación entre los investigadores y las dependencias e instituciones involucradas en la detección y control de plagas, Troyo-Diéguez et al. (2006) proponen: a) la creación de comités interinstitucionales, regionales e internacionales para el muestreo de plagas y análisis de los factores relevantes para el estado de sanidad de los agro ecosistemas; y b) que la elaboración y desarrollo de proyectos específicos para la solución inmediata y a largo plazo de problemas fitosanitarios de interés común sean locales, nacionales o de ámbito internacional.
Estrategias de manejo sustentable de plagas agrícolas
El tránsito hacia un desarrollo agrario sostenible requiere un acercamiento inicial al estado del conocimiento y a la sensibilización de los actores en relación con los problemas de su entorno local (Rivas et al., 2012). La meta está en poder identificar, ajustar e implementar estas técnicas de la agricultura sostenible para adecuarse a los requerimientos locales y para incitar y ayudar a los agricultores a implementar las ideas a través de la capacitación, retroalimentación y las herramientas de apoyo. Un programa de manejo sustentable se desarrolla para responder a las condiciones particulares de un lugar, un área o una región con características propias comunes. Se trata de agro ecosistemas que comparten características como cultivos y variedades de plantas y condiciones climáticas, más otros aspectos como las prácticas agrícolas locales, las especies de plagas y sus enemigos naturales presentes, y las condiciones socioeconómicas del agricultor y del mercado. No existe un programa “comodín”, diseñado para un cultivo y lugar, que pueda usarse en cualquier sitio sin ajustes importantes. Con tal fin, es indispensable conducir algunas pruebas y estudios experimentales en las condiciones locales, antes de adoptar algún programa para su aplicación exitosa.
El concepto de Manejo Sustentable o Manejo Integrado desde sus inicios se basó en combinar las ventajas del control químico con el biológico (Bartlett, 1964); recientemente ha venido evolucionando para mejorar su efectividad, ampliando el arsenal de estrategias a utilizar para conseguir un control de las plagas para que no causen daño a los cultivos. Prácticamente hemos retornado al uso de los conocimientos que el sistema (ecológico y los agro ecosistemas) nos proporciona y, a su vez, hemos recapacitado acerca del equilibrio biológico presente previo al establecimiento de un área de cultivo. Si bien ambos razonamientos no son suficientes para mantener un campo de cultivo, sí son la base del desarrollo de un cultivo sustentable a largo plazo. Sin embargo, no debemos olvidar los aspectos socio culturales y económicos, ya que de nada sirve tener un campo sustentable con una insuficiencia económica sostenible de los agricultores, por lo cual es preciso puntualizar que la responsabilidad en el establecimiento de un programa de Manejo Sustentable de Plagas no puede recaer en solo los agricultores; debe apoyarse de otras instancias como son el Gobierno, con iniciativas de programas de control legal de plagas, difusión de información de control cultural, apoyo con proyectos de control biológico, incentivos a las casas de agroquímicos por asesorías específicas a productores (Escuela Agrícola en el Campo5, FAO, 2004), así como del sector académico que en este sentido debería fungir como enlace con el desarrollo y difusión de investigaciones que permitan a los productores compartir no solo su experiencia, sino también sus campos de cultivo para monitoreo y experimentación, así como generar una línea directa para la retroalimentación sobre la aplicación de los resultados científicos desarrollados (para lo cual no se descarta el desarrollo de plaguicidas más eficientes y amigables con el medio ambiente y el rescate de los saberes locales; como ejemplo, ver los trabajos de Gómez et al., 2000; Trujillo-Vázquez y García-Barrios, 2001; Gutiérrez-Ramírez et al., 2013). Todo esto obviamente coordinando a todos los involucrados: gobierno, academia y agricultor, con el fin de tener un programa regulado, adaptado a las condiciones locales y problemas específicos, más una cultura de evaluación permanente que permita la mejora continua de los mismos.
Conclusiones
Si bien la estrategia a emplear para conseguir un manejo sustentable de plagas en el país no debe basarse en el solo retroceso a la implementación de las viejas prácticas agrícolas, como lo señalan algunas empresas transnacionales, sí tiene que reconsiderar los aspectos agroecológicos, económicos y culturales de cada región en particular y los efectos que ha causado la implementación desmedida de pesticidas, partiendo siempre de un análisis concienzudo de productores, academia y gobierno sobre metas alcanzables a corto y mediano plazo, y miras a mejorar el equilibrio biológico y la sustentabilidad económica del campo mexicano.
Perspectivas
Los alimentos, la salud, educación de calidad, casa y realización cultural, son la obligación mínima del país para con sus ciudadanos. Una nación armonizada con su diversidad biológica y cultural, menos desigual y más justa, podrá ser menos vulnerable a las políticas que rigen la económica mundial. El análisis de estos aspectos desde un punto de vista complejo y multidisciplinario permitirá conocer la viabilidad del proyecto y las estrategias a seguir para empezar un programa a la medida, de manejo sustentable de plagas.