Los libaneses y los coreanos han dejado honda huella en Yucatán. Los primeros comenzaron a migrar a estas tierras desde finales del siglo XIX, y los segundos, a inicios del XX. La obra que aquí reseño, si bien fue escrita en lenguaje docto, es amena y llena de detalles, incluso cuenta anécdotas familiares bastante reveladoras, principalmente de los nietos de aquellas migraciones. La obra refiere con lujo de detalle cómo los libaneses en Yucatán, que sumaban 576 en 1910, han logrado éxito socioeconómico y visibilidad, mientras que los coreanos, de quienes llegaron 1014 en 1905, han pasado casi desapercibidos o han sido a menudo confundidos con los chinos.
Los resultados de la pesquisa se basan en un manejo exhaustivo y acucioso de fuentes documentales y de campo. Además de los libros de rigor, para la realización de esta obra se consultaron varios acervos documentales, como el Archivo General del Estado de Yucatán, el Archivo Histórico Municipal de Mérida, el Archivo del Registro Civil de Motul y el del Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán, todos locales, pero, además, el Archivo General de la Nación y el de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Igualmente, se consultaron fuentes hemerográficas: entre otras, todos los diarios locales existentes en aquellos tiempos, y también se realizaron numerosas entrevistas a informantes clave de ambos éxodos.
El texto desarrolla el contexto de salida y de llegada de estas migraciones, y las pone en perspectiva, analizándolas en comparación con otras que caracterizaron a Yucatán en aquel periodo: las de africanos, franceses, canarios, alemanes, chinos y yaquis. Es la época del Porfiriato y del auge henequenero, principal producto de exportación de la región y del país, lo que hacía de la Península una suerte de tierra de la gran promesa, que ofrecía bonanza a los que llegaban. Y así fue como arribaron los coreanos, enganchados para trabajar en las haciendas. Los libaneses tuvieron otra suerte por el hecho de emplearse en oficios más urbanos. El libro aborda varias claves para entender la historia de esas migraciones y el momento actual de sus respectivas comunidades. Esa, la del tipo de trabajo que llegaron a hacer, recién referido líneas arriba, es una de las claves que explican los destinos y las grandes diferencias entre libaneses y coreanos ya arraigados en Yucatán.
Otro de los factores que explica estas divergencias en un sentido diacrónico, en la durée, tiene que ver con la presencia de la mujer y de las prácticas matrimoniales en uno y otro grupo. Esto es tratado en el texto no como un discurso feminista, pero sí se desliza sutil y contundentemente la importancia de las mujeres en estos procesos de inserción, ya fuera en el ahorro, en el soporte emocional de las familias o en la transmisión de elementos culturales (incluso, desde luego, tradiciones culinarias). Esto redundó en el éxito socioeconómico. Los detalles y el tratamiento con todos los matices hay que leerlos en el libro. Aquí solo apunto que entre los libaneses llegaron muchas mujeres y hubo muchos matrimonios dentro de la comunidad; por su parte, de los coreanos llegaron casi únicamente varones.
Una clave más que distingue a coreanos y libaneses es justamente el sentido de comunidad y la construcción de ésta. Mientras los segundos se agrupaban, incluso en las zonas céntricas de ciudades como Mérida o Motul, los primeros estaban dispersos en las haciendas. Los procesos burocráticos y administrativos también desempeñaron un papel fundamental. Una vez que triunfó la Revolución Mexicana, aunque no parezca, registrarse o nacionalizarse influyó en la manera en cómo cada grupo se insertó en la sociedad. En época del presidente Cárdenas se empezó a formalizar el registro de población y se pretendió naturalizar a los extranjeros. Aquel que obtenía su ciudadanía a cabalidad, podía tener propiedades, no así en el caso contrario. Los libaneses se naturalizaron en buen número, los coreanos no.
El asociacionismo es una clave más de diferenciación en ambos grupos y en lo que respecta a su inserción en el contexto local, incluso en lo que toca a la visibilidad en la sociedad yucateca. Los libaneses lo hicieron rápido y casi automáticamente. Para el caso de los coreanos, no fue sino hasta que la República de Corea, ya con financiamiento de por medio, orquestó un esfuerzo institucional para rescatar la historia del exilio de los que se fueron de aquel país por la invasión japonesa o la china. En la actualidad, rescatar el relato de los exilios provocados por las invasiones es parte de un discurso de construcción de nación, eso lo señala la autora; a ello me permito agregar la nota actual: en Mérida esto se ha atestiguado de forma muy evidente con la visita frecuente a eventos del señor embajador a eventos de la comunidad coreana en Yucatán (dicho sea de paso, no tengo noticia de la visita de algún diplomático libanés a estas tierras).
Volviendo al texto, la autora hace un recorrido de lo general del contexto nacional a lo yucateco, a lo meridano, y dedica un apartado a la manera en cómo estas migraciones se asentaron en Motul, una ciudad muy próxima a Mérida, pero no conurbada. Ahí, se adentra en las historias familiares de muchos descendientes de libaneses, no tanto de coreanos, porque, nos confiesa, siguió una pista falsa: una tesis que hablaba de coreanos en Motul, pero resulta que en realidad esos asentamientos no fueron importantes en términos demográficos ni culturales.
El texto no sólo es un relato histórico de salida, llegada, inserción, movilidad socieconómica y cambios en los estilos de vida de libaneses y coreanos. Todo el libro está respaldado por literatura especializada y nos revela la historia de dos grupos que forman parte de la diversidad cultural que caracteriza a Yucatán. Una diversidad que deberíamos celebrar con mayor frecuencia, en especial en esta "blanca" Mérida cuyo imaginario está fuertemente marcado por el de las élites locales. El discurso oficialista, por su parte, se ha encargado de enaltecer hasta el punto de disneyficar lo maya y toda la herencia cultural del principal grupo étnico de la región. Afortunadamente, tenemos también el discurso académico de la alteridad que ha rescatado la historia y la importancia de las así llamadas minorías. En este discurso se inserta la obra hasta aquí reseñada.