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Tzintzun. Revista de estudios históricos

versión On-line ISSN 2007-963Xversión impresa ISSN 1870-719X

Tzintzun. Rev. estud. históricos  no.59 Michoacán ene./jun. 2014

 

Reseñas

 

Ramirez Carrillo, Luis Alfonso, ...De cómo los libaneses conquistaron la península de Yucatán. Migración, identidad étnica y cultura empresarial

 

Marisa Margarita Pérez Domínguez

 

Universidad Nacional Autónoma de México-Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales, Mérida, 2012, 258 pp.

 

Área de Historia Política instituto de investigaciones Dr. José María Luis Mora.

 

 

En 1989 Juan Villoro, en su libro Palmeras de la brisa rápida. Un viaje a Yucatán, escribió que, mientras esperaba le sirvieran una horchata en la llamada "Ciudad Blanca", leía en el Diario de Yucatán un "sinfín" de esquelas a propósito de la muerte del empresario de ascendencia libanesa, Salomón Dámaso Mena Abraham. En éstas se daba cuenta del parentesco "exacto" que el fallecido tenía con gerentes generales, presidentes del consejo de administración y ejecutivos de importantes empresas yucatecas que reflejaban el vasto poder económico de la familia de Mena Abraham, al grado de que "casi parecía un acto de ternura que también controlara Guayaberitas de Yucatán". También llamó la atención del escritor que entre las esquelas se anunciara una cena de beneficencia en el Deportivo Libanés, donde se subastarían las más "regias antigüedades", pues según refiere, después del colapso del mercado henequenero, la porcelana de Limoges y los bibelots cambiaron de manos y los árabes eran ya los "reyes del comercio", es decir, los dueños virtuales de un estado donde la industria, la agricultura y la ganadería eran prácticamente inexistentes o inoperantes. En ese sentido, menciona: "La Casta Beduina ha comprado su prestigio y hoy en día se habla de ella con respeto", incluso entre los descendientes de la otra casta, la "Divina", o lo que es lo mismo, los henequeneros de la "época de oro" del Yucatán porfiriano.

Al leer lo anterior, surge la siguiente pregunta: ¿cómo lograron los libaneses conquistar la península de Yucatán? Me parece que precisamente el libro de Luis Alfonso Ramírez Carrillo responde a ésa y a otras interrogantes relacionadas con esta migración que llegó para quedarse, adaptándose a un entorno totalmente ajeno al suyo, trabajando muy duro hasta adquirir una sobresaliente presencia económica y distinción social en la sociedad peninsular , en solo un poco más de un siglo. Así, desde una perspectiva antropológica, el autor nos adentra en la historia migratoria de origen árabe, al tiempo que realiza una aproximación tanto al proceso de adaptación como al territorio y la sociedad receptora desde el final del siglo XIX hasta los albores del siglo XXI.

El tema de la migración árabe a nuestro país, y en particular a Yucatán, ha sido objeto de múltiples trabajos de carácter académico y de divulgación. El propio Ramírez Carrillo, dentro de su vasta producción, ha dado cuenta de este fenómeno en otros momentos, y lo ha hecho en virtud de la importancia que tiene este tema, porque muchos de los descendientes de este proceso migratorio constituyen hoy en día un núcleo muy relevante para la economía, la cultura, la política y la sociedad, no sólo de Yucatán sino del México actual.

El libro parte de una explicación sobre las diferencias en la identidad de los inmigrantes libaneses: hasta muy avanzado el siglo xix la zona mediterránea de donde provenían fue un protectorado del imperio otomano, conocida como la Gran Siria, razón por la cual en muchos países latinoamericanos fueron llamados sirios. Por otra parte, el apelativo de turcos provino de los pasaportes y papeles de identidad expedidos por dicho protectorado, y el de árabes, como también son denominados, se relaciona con el idioma que hablaban.

También se apunta que un factor decisivo para que los habitantes de esta zona optaran por la inmigración fue la compleja situación política, económica y religiosa que desde mediados del siglo XIX se vivía en aquella parte del Medio oriente: el momento en que comenzó a registrarse un significativo movimiento migratorio hacia América. En esta dinámica, el contingente más numeroso se dirigió a Estados Unidos, pero países como Brasil, Chile y Argentina, y zonas como América Central y el Caribe, también fueron receptores de un número importante de migrantes. Estos contingentes de familias de origen sirio y libanés, si bien tuvieron sus particularidades y especificidades, siguieron la misma tendencia de movilidad social, que estuvo acompañada con la formación de asociaciones que legitimaron su presencia en los países anfitriones.

En el caso mexicano, los puertos del Golfo fueron los puntos de entrada de estos grupos desde finales del siglo XIX. En la península yucateca, el entonces nuevo puerto de Progreso fue testigo de quienes arribaron con la esperanza de una vida mejor. Su llegada coincidió con una coyuntura particular: el inicio de la bonanza henequenera, resultado de la exportación de esta fibra que comenzaba a prestigiarse en los mercados internacionales y cuyo beneficio comenzaba a ser visible en lo que entonces se dio por llamar "el progreso". En este contexto, el desarrollo económico de Mérida, la ciudad capital, la convirtió en un polo de atracción en que los primeros libaneses se asentaron y comenzaron a trabajar en el comercio informal como buhoneros. Una actividad que al poco tiempo les permitió establecer pequeños negocios en torno a los mercados de esa región: el primer paso para el establecimiento de un comercio formal de mayor tamaño.

En Yucatán, la comunidad libanesa tuvo, como lo señala bien Ramírez Carrillo, un gran dinamismo en términos de movilidad política, económica y social. Por ello, este autor se aboca a utilizar fuentes que le permiten realizar un análisis no sólo de algunos de los aspectos fundamentales de la comunidad, sino también de la movilidad colectiva y la estructura familiar. De esa labor se desprende un registro que brinda información valiosa de los migrantes de primera generación: su lugar de origen, su asentamiento en Yucatán, Campeche o Quintana Roo, o bien, acerca de la cadena migratoria que se extendió por prolongados periodos de tiempo.

Así, el autor identifica cuatro etapas en el proceso migratorio en el sureste mexicano: la etapa formativa, que comienza a principios del porfiriato y se extiende hasta 1927. El periodo durante el cual los libaneses pioneros generaron los mecanismos para ganarse la vida y comenzaron a ocupar de manera escalonada nuevos espacios económicos, que demandaban cadenas de venta integradas. Esta situación generó una mutua dependencia a través del crédito y la cobranza; de esta manera, su endogamia contribuyó particularmente a la cohesión interna, y la colonia tuvo un referente espacial al crear un barrio propio en la capital yucateca.

Un segundo momento fue la etapa de consolidación, entre 1927 y 1950, y correspondió a la multiplicación de la primera generación nacida en México: se sumaron asentamientos de Campeche y de Chetumal, en Quintana Roo. En este periodo se puede constatar que los libaneses comerciaban en toda la península y que tenían una estratificación interna, que diferenciaba a las familias más ricas de las demás. El mantenimiento de la identidad étnica como estrategia les permitió no sólo subsistir, sino también acumular y capitalizar mediante el crédito, la confianza y la ayuda mutua. Sin embargo, la endogamia continuaba siendo una práctica común y apellidos como Macari, xacur, Jorge, Mena y Rafful, entre otros, comenzaron a tener presencia importante en el ramo cordelero, ganadero, azucarero, lo mismo que en la lotería clandestina conocida como "bolita" y empresas camaroneras.

Ramírez ubica el tercer periodo o de integración, entre mediados del siglo XX y hasta 1990. En él se puede observar que la comunidad libanesa tuvo un avance notable que si bien les permitió incorporarse culturalmente a otros segmentos altos de la población yucateca, también favoreció cierto grado de disolución de la identidad étnica como grupo. En estos años, nuevas familias, como los Abraham y los Chapur se sumaron al grupo de los grandes empresarios a nivel regional, dedicados al comercio y el turismo en la Riviera Maya. La movilidad social de las nuevas generaciones, su socialización y su escolaridad creciente en esta etapa, facilitaron finalmente los matrimonios mixtos, con lo cual se completó el proceso de mestizaje e integración.

El autor señala como un cuarto momento el de asimilación, que va de 1990 a 2012. En estas poco más de dos décadas, distingue que las nuevas generaciones nacidas en estos años, al igual que sus padres, asimilaron los valores y conductas de la clase media y alta yucateca. Los procesos de transformación en la identidad empresarial y étnica concluyeron, al tiempo que la identificación como "paisanos" comenzó a ser sustituida por una que apelaba a un origen cultural más general y abstracto, en un proceso que algunos autores han denominado "libanismo".

Concluida la primera década del siglo XXI, Ramírez señala que la et-nicidad libanesa forma parte ya más de las historias familiares que de su organización como grupo social, y es asimilada como un mito de origen relacionado con el esfuerzo, el trabajo y el éxito. Los apellidos comienzan a adquirir valor por sí mismos, por ser parte de una elite económica y política pujante. En estos últimos años, el reconocerse como de origen libanés ha dejado de ser una identidad exclusivista dentro de las pautas de interacción social, de cercanía privilegiada a un colectivo o trato solidario. Ahora es únicamente uno entre otros referentes identitarios.

El libro cierra con un anexo biográfico de la autoría de Gustavo Abud Pavía, quien a partir del censo de 1948, presenta una relación de matrimonios mixtos como ejemplo del proceso de asimilación cultural de los migrantes libaneses. Asimismo, a manera de galería comentada, organiza en tres rubros (actividades relacionadas con los espectáculos, profesionistas y otras ocupaciones, y personajes) y en orden alfabético, un conjunto de testimonios de vida e integración que resultan ilustrativos de todo lo que el autor ha sostenido a lo largo del texto.

En suma, se trata de un libro que aporta elementos analíticos y herramientas interpretativas para el conocimiento de la migración libanesa en Yucatán, aunque también resulta de gran utilidad para entenderla en otros espacios de México, América Latina y el Caribe. Es, desde luego, una lectura obligada y a ratos regocijada, para todo aquél que pretenda entender la conformación social del Yucatán contemporáneo y sus similitudes y diferencias con otras regiones de nuestro país.

Sin embargo, como el propio autor lo señala, todavía queda camino por andar, pues faltan por explorar acervos documentales que seguramente arrojarán nuevas pistas que hagan posible conocer mejor el proceso de mestizaje y asimilación de las familias libanesas; nuevos enfoques con metodologías distintas que enriquezcan y complementen los trabajos existentes; trabajos comparativos que nos permitan establecer rupturas y continuidades en procesos similares en otras regiones y aún dentro de la propia península yucateca.

La lectura de esta obra trae a la mente innumerables imágenes que identifican a los libaneses y su lucha cotidiana por conquistar los espacios sociales, casi siempre vedados a los advenedizos, de los países a los que llegaron huyendo del muy convulso Medio Oriente de su tiempo. Es prácticamente imposible leerlo sin que vengan a la imaginación y al recuerdo escenas cinematográficas, que han quedado como arquetipos de esta inmigración. Como ejemplo más evidente, durante la "época de oro del cine mexicano", hacia los años cuarenta del siglo pasado, la figura de los comerciantes libaneses y su lucha por integrarse a la sociedad mexicana fue llevada a la pantalla de forma magistral por Joaquín Pardavé. Con su genial forma de actuar, en "El baisano Jalil" y "El barchante Ne-guib" representó la lucha del día a día de esos inmigrantes, y el rechazo de una sociedad que los considera "extranjeros arribistas", a la vez que los cubre de burla y desprecio.

El título del libro de Luis Alfonso Ramírez es todo un homenaje a la conquista que estos inmigrantes llevaron a cabo. Es una forma de compararlos con la aventura más grande que se haya vivido en territorio mexicano a lo largo de los siglos: con la compleja hazaña de encuentro y fusión de dos pueblos —el español y los pueblos prehispánicos— en el siglo XVI. Es, a lo mejor, una premonición sobre el resultado final de la migración libanesa en México, que ha producido, en las regiones donde se asentó en mayor número, cambios culturales significativos, de percepción de cosas tan importantes, por ejemplo, como el trabajo o el dinero.

Cambios de los que ha sido difícil asumir su origen porque quizá, los que no somos de origen libanés, preferimos identificarlos con una influencia de los modelos de los países desarrollados y no acabamos de aceptarlos como estupendas aportaciones de este grupo de migrantres a una nueva y moderna manera de ser de los yucatecos y de los mexicanos en general.

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