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Tzintzun. Revista de estudios históricos
versión On-line ISSN 2007-963Xversión impresa ISSN 1870-719X
Tzintzun. Rev. estud. históricos no.60 Michoacán jul./dic. 2014
Artículos
Una aproximación a la historia de los hallazgos arqueológicos y los registros etnográficos y lingüísticos en el Michoacán del siglo XIX
An approximation of the history of archaeological discoveries, as well as ethnographic and linguistic registers in 19th century Michoacán
Approche à l'histoire des découvertes archéologiques et des enregistrements ethnographiques et linguistiques dans le Michoacán du 19E siècle
Gerardo Sánchez Díaz
Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Correo electrónico: gerardo_sdiaz@yahoo.com.mx
Fecha de recepción: 25 de agosto de 2011
Fecha de aprobación: 14 de octubre de 2011
Resumen
En este trabajo, se hace un seguimiento acerca de los principales hallazgos arqueológicos registrados en tierras michoacanas durante el siglo XIX. Los esfuerzos para fundar un museo destinado al resguardo del patrimonio cultural heredado del pasado, sobre todo colecciones de objetos arqueológicos, documentos, libros antiguos, periódicos, fotografías, testimonios etnográficos de los michoacanos de generaciones pasadas. También, se destaca el interés por los estudios antropológicos y sobre las lenguas indígenas, especialmente la tarasca. Se resaltan las contribuciones hechas a esa clase de estudios por los eclesiásticos José Guadalupe Romero, Francisco Plancarte y Navarrete y Sebastián Olivares, así como los del médico Nicolás León y el etnólogo noruego Carl Lumholtz.
Palabras clave: hallazgos arqueológicos, registros etnográficos, estudios lingüísticos, siglo XIX.
Abstract
In this project, the irst archaeological discoveries registered in the lands of Michoacán during the 19th century are traced. It describes the efforts to found a museum dedicated to the protection of the cultural heritage inherited from the past, especially collections of archaeological objects, documents, ancient books, newspapers, photographs, ethnographic testimonies of past generations of Michoacán people. Also, the project emphasizes the interest from anthropological studies and concerning indigenous languages, especially Tarasco. It highlights the contributions made to this class of studies by the ecclesiastics José Guadalupe Romero, Francisco Plancarte and Navarrete and Sebastián Olivares, together with those of the doctor Nicolás León and the Norwegian ethnologist Carl Lumholtz.
Key words: archaeological discoveries, ethnographic registers, linguistic studies, 19th century.
Résumé
Ce travail présente les principales découvertes archéologiques au Michoa-cán durant le 19e siècle ainsi que les efforts consentis pour fonder un musée destiné à sauvegarder le patrimoine culturel hérité du passé, en particulier les collections d'objets archéologiques, de documents, de livres anciens, de journaux, de photographies et de témoignages ethnographiques des générations passées du Michoacán. L'article met aussi en évidence l'intérêt pour les études anthropologiques et des langues indigènes, spécialement la langue tarasca. Est donnée une place particulière aux contributions des hommes d'Eglise José Guadalupe Romero, Francisco Plancarte y Navarrete et Sebastián Olivares, de même que du médecin Nicolás León et de l'ethnologue norvégien Carl Lumholtz.
Mots clé : Découvertes archéologiques, enregistrements ethnographiques, études linguistiques, 19e siècle.
El afán de preservar para futuras generaciones los testimonios materiales y culturales del pasado, fue motivo de interés para las autoridades y algunos intelectuales del estado de Michoacán en varios momentos del siglo XIX. El objetivo de este trabajo es hacer un balance de las contribuciones que se hicieron en torno al rescate arqueológico, los registros etnográficos y lingüísticos así como de las lenguas de los pueblos indígenas asentados en el territorio michoacano en la búsqueda de la construcción de la identidad cultural, entendida ésta como el soporte para la construcción del futuro como entidad integrante de la nueva nación mexicana. Por otro lado, el interés por los objetos arqueológicos considerados como reliquias de un glorioso pasado indígena, interrumpido por los siglos de dominación española, constituía la fuerza cultural que legitimaba el proceso de construcción del sistema político y sus instituciones.[1]
En 1828 el secretario de gobierno presentó a la Cámara de diputados local, una iniciativa encaminada a la fundación de un museo en la entidad. El funcionario argumentaba que:
No es de omitirse el tratar acerca de un establecimiento de esta clase. De los tres reinos conocidos, Michoacán posee en su terreno preciosas producciones naturales y antigüedades interesantes al ingenio observador y curioso; su estudio sería un fomento para las ciencias. Han sido remitidos al gobierno unos colmillos y otros huesos de extraordinario tamaño pertenecientes a animales, cuya raza por la magnitud de aquellos parece desconocida, o que sin duda pereció ya, otro hueso ha sido traído del Lago de Chapala, parecido a una muela cuyo granador y peso es digno de ser observado.
Hay noticia de que en Tzintzuntzan, capital de los monarcas de este antiguo reyno existen memorias de aquella época, bajo unos montones de piedras en sus inmediaciones llamados yácatas, que guardan con todo cuidado los antes llamados indios y entre ellos los más ancianos, sin que hasta ahora hayan podido penetrarse aquellos secretos. La autoridad del gobierno unida a la persuasión, podría facilitar descubrimientos que, tal vez, servirán para exámenes útiles y de auxilio a la historia de esos países antes de la dominación española [...] volviendo, pues, a los objetos de que me había apartado, el gobierno, aunque desea el establecimiento de que trato, tanto en lo de historia natural como antigua, no puede promoverlo sin la autorización correspondiente de algunos gastos precisos, lo cual deja al juicio del H. Congreso. [sic][2]
Los años convulsos que siguieron a la presentación de esta propuesta y la carencia de recursos suficientes en el erario estatal, impidieron que el proyecto cristalizara en ese tiempo. Unas décadas después, en 1853, el gobernador Melchor Ocampo intentó fundar un Museo de Historia Natural en el Colegio de San Nicolás. Para ello ofreció donar su herbario y algunas obras sobre historia natural. Decía que dicho museo, además de resguardar colecciones, debía servir para la enseñanza de las ciencias a la juventud. El 25 de enero de 1853, poco antes de renunciar al gobierno estatal, en una carta dirigida a Santos Degollado, regente del Colegio, le manifestaba: "Si el museo llegara a fundarse, también agradeceré a usted se digne avisármelo, porque le tengo destinados varios objetos de muloscolopía, hirtiolopía, herpetología y algunas piezas curiosas de zoología, paleontología, de geología, geodesia y geognosia, que tendré suma satisfacción en que los posea, así como mis herbarios y muchos libros de Historia Natural, que entonces serían útiles". [sic][3]
No obstante, los conflictos políticos que sobrevinieron, el restablecimiento del régimen centralista y el cambio de autoridades en Michoacán, una vez más provocaron que el proyecto de creación del museo fuera suspendido por largo tiempo. Fue hasta 1884 cuando un grupo de profesores del Colegio de San Nicolás integró una comisión impulsora para la creación del Museo Michoacano, misma que dos años más tarde, con el apoyo del gobernador, general Mariano Jiménez por fin dio forma al anhelado proyecto el 26 de febrero de 1886. A partir de entonces, el Museo Michoacano, bajo la dirección del médico y naturalista Nicolás León, quedó instalado en uno de los salones del Colegio de San Nicolás y estuvo formado por cuatro departamentos, uno de Arqueología, otro de Etnografía, el de Historia y el de Historia Natural. Poco después, el director León envió una circular a los párrocos y presidentes municipales, informándoles de la creación del museo y los invitó a reunir objetos arqueológicos y etnográficos para integrar las primeras colecciones científicas de la institución.[4]
Las autoridades civiles y religiosas y la población en general, pronto respondieron al llamado de Nicolás León y enviaron numerosos donativos de documentos, objetos, fotografías, piezas arqueológicas y muestras de la rica y variada flora y fauna regional michoacana. Así, poco a poco se fueron integrando las primeras colecciones, rigurosamente inventariadas, con indicaciones de la procedencia de los objetos y nombre de los donantes. A partir de 1888, con el apoyo del gobierno del estado, el doctor León empezó a editar los Anales del Museo Michoacano, en los que dio a conocer algunas obras de carácter histórico y sobre la lengua tarasca, a la vez que promovía algunas exploraciones arqueológicas para el rescate de vestigios y el incremento de las colecciones.[5]
El rescate arqueológico
A pesar de que la fundación del Museo Michoacano representa formalmente el inicio de los estudios arqueológicos más sistematizados, existen reportes de hallazgos y resguardo de objetos, principalmente cerámicos, desde la primera mitad del siglo XIX. En 1842, en las páginas del periódico moreliano La Voz de Michoacán,[6] se publicó un informe relativo al encuentro de varias piezas de cerámica en los alrededores de Tingambato. También se reportó la existencia de unas construcciones subterráneas que, sin duda, hacen pensar en tumbas semejantes a la encontrada a fines de la década de los años setenta del siglo XX, cuando se efectuaban las excavaciones para restaurar el centro ceremonial.[7]
La prensa de la época, al comentar la inspección del lugar, que hizo el prefecto de Pátzcuaro dice que éste
[...] encontró en efecto tres piezas subterráneas en un barbecho, hacia el poniente del pueblo, a una distancia como de un cuarto de legua. Dichas piezas tienen cada una la extensión de cuatro y media varas de largo y tres y media de ancho, siendo corridas las tres de sur a norte, divididas con paredes de piedra y las puestas figuradas de dos varas de alto y una y media de ancho. La altura de cada pieza es de cuatro varas. Están construidas en todos sus costados de piedra y barro, a las dos terceras partes de altura de la pared se descubren las lajas de menor a mayor, que van formando la bóveda hasta estrecharla en el centro, quedando cerrada con una sola laja levantada, la cual dio origen al descubrimiento. No obstante las prevenciones del prefecto, no se pudo evitar que muchos del pueblo entrasen a dichas piezas, de manera que cuando aquel llegó, las encontró destapadas y sin contener objeto alguno; mas informado por el juez supo que había sacado los huesos de un cadáver que se deshicieron al tocarlos, y que había repartidas en el pueblo algunas piezas de uso y monos que se habían hallado enterrados en los pavimentos de los cuartos y habiendo mandado recogerlos recibió en efecto, dos figuras de medio cuerpo pequeñas, que representan ser de reyes, habiendo en una vestigios de corona, y observándose ésta en la otra con toda claridad. Otra figura representa a un hombre con los brazos y los pies cruzados en actitud de sentado; la parte de la espalda es un lomo a manera de sierra, y es formado de una materia muy semejante al tecal o chalchihuite; otra figura parece una paloma, aunque le falta una ala y la cola, pero por la taza que forma en el centro manifiesta haber servido como salero; en un tubo pequeño se ve esculpida una cara, hay además muchos cántaros, jícaras, metates, etc.[8]
Más adelante, en 1863, el canónigo José Guadalupe Romero elaboró, por encargo de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, un detallado informe acerca de los objetos arqueológicos encontrados en las lomas de Santa María, al sur de Morelia. El canónigo Romero también reportó la existencia de varios vestigios arqueológicos ubicados en la jurisdicción de Aquila, en la costa michoacana,
[...] respecto de monumentos o vestigios arqueológicos se ven aún restos de poblaciones notables en Aquila y en las cercanías de Coahuayana; ahí se encontraron por Gutiérrez de Salceda, y consta en los informes que dio al gobierno del Estado, unas viviendas subterráneas, perfectamente ademadas de yeso sus paredes, y dentro de una de ellas que fue examinada algunos ídolos, una especie de flautas o clarinetes de dos cañones de barro cocido, muchos útiles de cocina y de moler que por su hundimiento y estado de uso hacían presumir que se habían empleado en moler metales.[9]
Unos años más tarde, el poeta Austacio Zepeda publicó un reporte que daba cuenta de varias antigüedades localizadas en el distrito de La Piedad. El hallazgo ocurrió en terrenos de la hacienda del Tequezquite, como a cuatro kilómetros al sur de Yurécuaro, cuando los lugareños perseguían una serpiente que buscó escondite en un hueco entre un montículo de piedras. Acerca del valor cultural de los objetos encontrados, el autor del reporte comenta:
La arqueología es la antorcha que debe difundir alguna luz en las densas tinieblas que envuelven los anales de los antiguos michoacanos, su estudio no sólo es importante sino importantísimo, una vez que nos conduce al conocimiento de las razas que nos precedieron en la marcha de los tiempos. Las piedras hablan cuando la historia calla, por eso creemos digno de la atención pública un descubrimiento que se ha llevado a cabo por mera casualidad.[10]
Se trataba de un conjunto de tumbas en las que se habían depositado los cadáveres acompañados de diversos objetos de cerámica y obsidiana. El poeta Austacio Zepeda señala que
[...] en la tumba [había] un cadáver perfectamente conservado, teniendo en la espalda un dardo de obsidiana y en la cabecera una pequeña alacena con algunas vasijas de barro de figuras caprichosas... se ha dado con tumbas y más tumbas, contiguas las unas de las otras, bajo una gruesa capa de tepetate, habiendo una que encierre en su cavidad hasta cinco cadáveres. La mayor parte de esos sepulcros están construidos de piedras sin pulimento y sin mezcla que los enlace. Hasta la fecha se han exhumado cerca de treinta cadáveres, sin que deje de tener cada uno sus armas de obsidiana y sus vasijas de barro, las armas en lo general tienen forma de una lanza diminuta, sin cabo, los trastos son tazas, jarros, cántaros, todos de diversas dimensiones, habiendo algunos que representan tecolotes o figuras humanas de bastante deformidad.
Llama la curiosidad entre esos objetos una especie de candelabro y muy especialmente un instrumento musical fabricado también de barro y de un color rojizo barnizado con esmero, su figura se compone de dos esferitas huecas enlazadas por un arco también cóncavos, en el cuerpo del instrumento está dibujada una serpiente y la boquilla la forma igualmente un hocico de culebra, las voces que produce son parecidas a las de una flauta.[11]
Entre 1888 y 1890 el doctor Nicolás León practicó varias excavaciones para rescatar material arqueológico, tanto en Tzintzuntzan como en los alrededores de Quiroga, Uruapan, Tingambato, Parangaricutiro, Pichátaro y otros lugares de la zona serrana. De ello surgió una amplia colección de cráneos humanos que el doctor clasificó, estudió y presentó en las Anomalías y mutilaciones étnicas del sistema dentario entre los tarascos pre-colombinos.[12] Este trabajo se dio a conocer en el Congreso Internacional de Americanistas celebrado en 1890, y más adelante mediante un Catálogo de la colección de antigüedades tecas y matlazincas del territorio michoacano existentes en el Museo Nacional de México,[13] que en 1903 se incluyó en las páginas del Boletín del Museo Nacional. Sobre otros temas de carácter arqueológico, Nicolás León dio a conocer en los Anales del Museo Michoacano, varios trabajos relativos a la aritmética, el calendario y del significado, la estructura y usos de las yácatas de Tzintzuntzan.[14]
Otro michoacano que tuvo gran afición por las antigüedades y las investigaciones arqueológicas fue el presbítero Francisco Plancarte y Navarrete, a quien se debe un interesante estudio acerca de "Los tecos", publicado en 1889 en los Anales del Museo Michoacano.[15] También escribió un documentado libro que con el nombre de Prehistoria de México, se publicó después del fallecimiento de su autor. En esta obra, además de tratar con amplitud el desarrollo cultural de los olmecas y toltecas, Plancarte también se ocupó de la religión y costumbres de los tarascos precolombinos.[16] Fue poseedor de importantes documentos, entre ellos un famoso Códice de Carapan, que al ser dado a conocer en las páginas de los Anales del Museo Michoacano, Nicolás León llamó Codex Plancarte, como reconocimiento a su poseedor, escribió: "imponemos este nombre al interesante documento histórico, sin título e inédito, que hoy publicamos, en honor de su descubridor, nuestro estimado amigo el Sr. Presbítero Dr. D. Francisco Plancarte, único compañero que tenemos en el estudio de las antiguallas de Michoacán".[17]
A principios de la década de 1890, el padre Plancarte emprendió varias excavaciones en los alrededores de Jacona, especialmente en el predio conocido como Los Gatos. En estos trabajos fue auxiliado por su amigo Agustín Hunt, fundador de la Academia Náhuatl de Texcoco. Los hallazgos, resultado de la exploración de algunas tumbas en las que se rescataron cráneos, esqueletos, esculturas de piedra y barro; un notable espejo de obsidiana, vasijas de cerámica con vistosas decoraciones, collares de concha; anzuelos de cobre y objetos de oro laminado, fueron descritos en un informe titulado Exploraciones arqueológicas en Michoacán. Obra que se publicó con una nota de presentación de W. H. Holmes[18] en la revista norteamericana American Antropologist, en su número correspondiente a enero de 1893. En el informe se describe en forma detallada el sitio estudiado, el proceso de excavación y el inventario de los materiales encontrados en lo que, se suponía, era una tumba de tiro y bóveda de poca profundidad.[19]
En 1895, el etnólogo noruego Carl Lumholtz, hizo un amplio recorrido por la tierra caliente, la meseta tarasca, la ciénega de Zacapu y la cuenca lacustre de Pátzcuaro, donde levantó información etnográfica, buscó antigüedades y practicó varias excavaciones arqueológicas, principalmente en los alrededores de Parangaricutiro, en las laderas del cerro de Tancítaro en Cherán y en las inmediaciones de Zacapu. De estos lugares extrajo esculturas de piedra, piezas de cerámica y numerosos cráneos humanos, mismos que describió con amplitud en su célebre obra El México desconocido, editado en Nueva York en 1904.[20]
En cuanto a las excavaciones realizadas en un lugar conocido como el "Mal País", situado al poniente de Zacapu, Lumholtz anotó:
[...] casi inmediatamente encontramos varios esqueletos, y como continué las excavaciones durante cinco días, antes de mi partida había quedado enteramente exhausto aquel lugar. Los esqueletos se hallaban amontonados desordenadamente, cubiertos, los más próximos a la superficie, con tres pies de tierra escasamente. Recogí más de un centenar de cráneos, la mayor parte de tarascos; pero había mezclados con éstos, otros dos tipos por lo menos. Entre los últimos, se encontraban varios, aplanados artificialmente de manera que los lados y la parte posterior se combaban extraordinariamente. Cuatro de las cabezas achatadas eran de mujeres. En algunas de las calaveras tarascas, los dientes aparecían limados, como si se hubiese pretendido dar a los incisivos la forma de colas de golondrina.
Llamaba la atención el escaso número de objetos que había con las osamentas pues no pasarían de una docena de cascabelitos de cobre y algunas cuentas. Tuvimos, con todo, la buena suerte de dar con una vasija funeraria, asentada perpendicularmente entre los esqueletos, en la parte oriental del cementerio. Dicha olla de barro, de que tomé posesión, es de forma muy agraciada y tiene el borde encorvado y ligeramente brillante. Es de muy buena clase, de paredes delgadas y superficie lisa. La tapadera es de material inferior. No contenía otra cosa que los restos quemados de un esqueleto. Tales urnas funerarias no son del todo raras en la región de los tarascos, aunque solo se encuentran accidentalmente. Buscar alguna ex profeso, suele resultar tarea ingrata y laboriosa. Hallamos también una escudilla de barro llena de ceniza que contenía además un cráneo y un fetiche de lava.
Sin embargo, los objetos más curiosos e interesantes, que excitaron la admiración, no sólo de los mexicanos, sino aún de los indios que nos servían de peones, fueron unos huesos con ciertos marcos transversales a manera de muescas. Sacáronse de entre las osamentas veintiséis de dichos huesos estirados, en su mayor parte fémures y tibias.[21]
Lumholtz describió con semejantes detalles las excavaciones que hizo en otros sitios y cuyo análisis detenido nos muestra la aportación metodológica que hizo al conocimiento de la arqueología en Michoacán, en áreas que tardarían muchos años para llamar de nuevo la atención de los estudiosos y sobre otras en que los reportes del etnólogo noruego son los únicos testimonios que de ellos se conocen.[22] Una década después del paso de Lumholtz por esta región, se hicieron nuevas exploraciones arqueológicas. Esta vez, en las lomas de Santa María, en terrenos del rancho del Aguacate, en las cercanías de Morelia, en San Juan Tararameo y en Chehuayo, en el municipio de Cuitzeo. Sobre esta nueva etapa de la investigación arqueológica en Michoacán, el doctor Nicolás Pérez Morelos presentó a la Sociedad Michoacana de Geografía y Estadística una disertación sobre la "Importancia de las exploraciones arqueológicas", en la que afirmaba que:
Los escritores que hasta ahora se han ocupado de Michoacán, indudablemente han contribuido a proporcionar datos preciosos que serán ventajosamente utilizados por las personas que se propongan escribir la historia del Estado, pero hay también otra fuente a la cual se puede recurrir, contando, como no dudo que se contará, con la valiosa cooperación del gobierno. Es bien sabido que en muchos parajes de Michoacán se han encontrado y se siguen encontrando varios objetos que pertenecieron a los antiguos pobladores de estas comarcas, como son ídolos de distintas dimensiones, ollas, vasijas y otros utensilios por el estilo que han despertado la curiosidad de cuantas personas los han visto y de los cuales muchos se han traído al museo de esta capital.
En el vecino pueblo de San Juan Tararameo, últimamente se descubrieron objetos de esta especie, así como también restos humanos y algunos fragmentos de huesos que por sus grandes dimensiones, se cree que deben haber pertenecido a animales de extraordinaria corpulencia. Todos estos objetos se han encontrado sepultados a tan poca profundidad, que sin gran trabajo fueron extraídos, siendo muy probable que si se practicaran nuevas excavaciones, se encontrarían quizá sin dificultad, otras muchas curiosidades de esta especie que darían abundante material para los estudios históricos y arqueológicos. Sé también, porque me lo han referido personas fidedignas, que en las lomas de Santa María, tan cercanas a esta ciudad, se practicaron alguna vez excavaciones, cuyo resultado fue el descubrimiento de algunas ruinas en donde se encontraban pequeños ídolos y gran número de trastos de piedra y barro. De estos objetos yo tuve la oportunidad de ver un pequeño metate en casa del Sr. Presbítero don Cristóbal Castro, que hace algunos años murió en esta capital.
Ocioso me parece insistir en lo conveniente que sería practicar algunas excavaciones en los lugares en que fundamentalmente se sospeche que puedan encontrarse estas curiosidades arqueológicas, que examinadas por personas competentes, serían de grande utilidad en los estudios que se emprendan, relativos a la historia de los antiguos pobladores de Michoacán y sería muy honroso para esta Sociedad tomar la iniciativa ante el gobierno del Estado, a fin de que se emprendieran trabajos de esta naturaleza, que indudablemente serían de resultados muy satisfactorios.[23]
Asimismo, Pérez Morelos hizo hincapié en la importancia de la conservación de otros objetos con valor histórico, como la pila bautismal del pueblo de Santa María, en la que se aseguraba habían sido bautizados José María Morelos y Agustín de Iturbide. Además, llamó la atención sobre otros bienes culturales como
[...] una chinela y un sombrero acanalado que pertenecieron al inolvidable benefactor de Michoacán don Vasco de Quiroga. Dichos objetos se encontraban cuando yo los vi, y que fue en el mes de noviembre de 1889 en el exconvento de las Monjas de Pátzcuaro, en una pequeña pieza que está situada detrás del altar principal del templo y que comunica con el nicho en que está colocada la estatua que llaman virgen de la Salud, estatua que, según se dice, fue mandada construir por el mismo insigne prelado. Uno de dichos objetos, el sombrero, se encuentra en muy mal estado, pues desde luego se conoce, y a mí me lo refirieron las monjas, que se le han cortado grandes fragmentos de la falda, por lo que ésta no está completa. Yo creo, señores, que estos objetos deben guardarse cuidadosamente en lugares en donde estén visibles para el público, y quizá no sería extraño a los fines de esta sociedad procurar la conservación de estas reliquias históricas y otras muchas que se buscaran, tal vez sin dificultad se encontraría, evitando así que con el tiempo se pierdan objetos que evocan en nuestra memoria el recuerdo siempre grato de los grandes hombres que son orgullo de Michoacán.[24]
El trabajo de Nicolás Pérez Morelos, presentado en una de las sesiones de la Sociedad Michoacana de Geografía y Estadística, fue comentado por el doctor Manuel Martínez Solórzano y el profesor Francisco de Paula León, quienes en su dictamen aportaron mayores datos sobre otros hallazgos arqueológicos promovidos por el gobernador Aristeo Mercado:
[...] en agosto del año próximo pasado, (1904) se practicaron, por acuerdo del Supremo Gobierno del Estado, algunas excavaciones en el lugar arriba expresadas dirigidas por personas competentes y que dieron por resultado el hallazgo de varios ídolos y utensilios de barro, de obsidiana y de silex, así como un omóplato fósil de proboscidiano. En mayo del presente año, (1905) se hicieron otras excavaciones en Chehuayo, encontrándose igualmente varios objetos de cerámica tarasca y de algunos huesos humanos antiquísimos, entre los que figura como notable un cráneo que se distingue por el gran espesor de sus paredes, por su marcado prognatismo y por otras particularidades anatómicas muy dignas de su estudio [...] doce fueron las excavaciones que allí se llevaron a cabo desde mayo del año próximo pasado a marzo del presente año, y hubieran tenido más éxito si se hubiera contado con suficiente número de trabajadores, de los que desgraciadamente muy pocos pudo facilitar la prefectura.
Hay varios lugares en el estado en que podrían hacerse fructíferas exploraciones. Sabemos, por ejemplo, de unas yácatas situadas cerca de Taretan y otras no lejos de Coeneo que serían fecundos e importantes descubrimientos. Muchos de esos lugares son frecuentados por ávidos especuladores que extraen objetos arqueológicos y los venden después a buen precio a coleccionadores extranjeros, norteamericanos en particular; y aunque existe una reciente disposición del gobierno para impedir esa indebida especulación, por datos que poseemos; podemos asegurar que aún prosiguen dichas sustracciones.[25]
Esta propuesta de continuar las exploraciones arqueológicas y la conservación y resguardo de los objetos históricos mencionados fue aquilatada por Martínez Solórzano y De Paula León, quienes propusieron a la directiva de la Sociedad Michoacana de Geografía y Estadística que se solicitara al gobierno del estado la aprobación de nuevos recursos económicos para dar continuidad y extender las exploraciones arqueológicas en las lomas de Santa María, San Juan Tararameo y Chehuayo. De igual modo, pedían a las autoridades que se evitara a toda costa la extracción de objetos arqueológicos por personas no facultadas para ello. También sugirieron que se hiciera una atenta súplica, "a quien corresponda para que se tenga el mayor cuidado en la conservación de las reliquias del Ilmo. Sr. Don Vasco de Quiroga y la histórica fuente bautismal de Santa María de los Altos".[26]
Además de lo anterior, sabemos que en 1904, el arqueólogo norteamericano George H. Pepper hizo excavaciones arqueológicas en terrenos de la hacienda de La California, en la jurisdicción de Apatzingán. Sus resultados se dieron a conocer años más tarde en un trabajo titulado, "Yácatas in the Tierra Caliente, Michoacán, México", que apareció en Holmes and Niversary.[27] Finalmente, podemos decir que el ciclo de los estudios arqueológicos de los primeros años del siglo XX, culminó con un estudio monográfico acerca de los "Objetos arqueológicos encontrados en Ihuatzio", que estuvo a cargo del doctor Julián Bonavit. Dicho trabajo, elaborado por encargo de la Sociedad Michoacana de Geografía y Estadística, constituye una detallada descripción de tres monolitos desenterrados por el jefe de tenencia de ese lugar, Florentino Fraga, bajo instrucciones del prefecto de Pátzcuaro Ramón Gutiérrez. El hallazgo tuvo lugar el 27 de mayo de 1908, en una excavación practicada:
[...] como a 1,500 metros al poniente de Ihuatzio óen dondeó se halla una pirámide que tiene de longitud 283 metros aproximadamente, 126 de ancho y como 5 metros de altura, la cual se conoce con el nombre de Plaza de Armas y en ella fue donde se encontraron los ídolos de que hemos hecho referencia. El interior de esta plaza está terraplenado hasta arriba y en el centro de ella se notan unos cimientos en forma de pie de torre o fortaleza, derruida la cual es tradición la construyó el fundador del pueblo. Alrededor de esta plaza se perciben como escaleras y gradas y en el camino que conduce a ella se ven tres yácatas en forma de baúl.[28]
Las esculturas de piedra a que hace referencia el estudio de Bonavit son las conocidas con el nombre de chac mol y otras en forma de coyote que se encuentran depositadas actualmente en el Museo Michoacano, en el Museo Nacional de Antropología y un Museo de Nueva York.[29] Una vez que fueron desenterradas, el gobierno ordenó que fueran trasladadas a Pátzcuaro en donde fueron exhibidas por algún tiempo antes de ser trasladadas a Morelia. Acerca de ello, el doctor Bonavit comenta
[...] sabemos que el supremo gobierno del estado ya dictó las medidas conducentes para que sean transportados los citados objetos arqueológicos al Museo de Michoacán de esta ciudad; y el activo presidente de nuestra Sociedad de Geografía y Estadística, Lic. Don Miguel Meza, envió ya al sabio director del Museo Nacional don Genaro García, y para su conocimiento, una fotografía de los referidos ídolos, ojalá lleguen a ser estudiados, pues parece que son objetos dignos de llamar la atención.[30]
Después de estos hallazgos, el interés por el rescate del patrimonio arqueológico tendría que esperar casi un cuarto de siglo, cuando con el apoyo del gobierno del estado se iniciaron nuevas investigaciones en Jiquilpan, Jacona, Tzintzuntzan y Zinapécuaro.[31]
El interés por la etnografía y la antropología física
Por lo que se refiere a los estudios antropológicos y etnográficos propiamente dichos, la mayoría de ellos se remonta a las últimas décadas del siglo XIX. Básicamente se refieren a los tarascos, como grupo étnico indígena de mayor presencia demográfica y cultural en Michoacán. Sin embargo, aunque aislados y sin una continuidad, también se produjeron algunas descripciones sobre la cultura y las formas de vida de los grupos nahuas asentados en la región costera, dentro del entonces distrito de Coalcomán. En 1863, en sus Noticias estadísticas del partido de Coalcomán, el canónigo José Guadalupe Romero, dedicó un buen espacio a la descripción de las costumbres, vivienda, vestido, formas de organización social y de vida de los habitantes de las comunidades nahuas de Huizontla, Ostula, Aquila, Maquilí, Coire y Pómaro. De estos pobladores comentaba:
[...] la índole y costumbres de los indígenas son muy apacibles: todavía son sumamente atentos y obedientes al párroco de la cabecera a quien reciben con muestras de gran respeto [...] el gobierno civil y la administración de justicia la ejercen los indios más ancianos, nombrados por el pueblo, cuyo cargo mantienen durante su vida [...] el traje es diferente, según el estado de cada uno; los hombres casados y viudos usan una frazada azul, los solteros una manta blanca y los muchachos de menos de siete años no se abrigan jamás, todos usan calzones anchos y camisa. Las mujeres viudas visten enaguas, camisa y un reboso negro con rayas blancas, azul las casadas y blanco las solteras, toda esta ropa es de algodón que hilan, tejen y tiñen los indígenas por sí mismos.[32]
Después, Romero se ocupaba de algunas comidas y bebidas: "las bebidas fermentadas de que hacen uso estos indios son el mezcal que por ahí mismo destilan, la tuba que es una fermentación más o menos fuerte de el agua del coco, y una bebida fermentada hecha con el maíz". [sic][33] Cabe aclarar que la tuba no se preparaba con el agua de coco, sino con el jugo que se extraía del corte de la base del racimo de la inflorescencia de la palma.[34]
Una década más tarde, en 1873, se tejió una nueva descripción relativa a las formas de vida y costumbres de los indígenas de la costa-sierra michoacana. Se trataba de una visión distinta, que elaboraba un funcionario del gobierno distrital, impregnado del liberalismo triunfante que veía en las formas de ser de los indígenas el atraso y la ignorancia: el juez de primera instancia de Coalcomán, José María Chávez. Movido por el afán cuantificable de la época, escribió unas Noticias históricas y estadísticas del Distrito de Coalcomán,[35] en las que después de presentar un amplio panorama de los recursos naturales de la región, los vaivenes demográficos y los principales aspectos de la administración pública, dedicó un apartado especial para hablar de los pueblos indígenas de esa jurisdicción, cuyas formas de organización económica, social y cultural consideró como obstáculos para el progreso. Con una actitud racista, característica de algunos intelectuales liberales de la época, el licenciado Chávez describió a los indígenas como elementos sumidos en la ignorancia y el atraso, no por el abandono y la marginación en que los tenía el gobierno, sino por la práctica de las costumbres, "que tienen desde antes de la conquista".[36]
Acerca de los indígenas de Huizontla, José María Chávez anotó: "estos semisalvajes de nada se ocupan, viven en comunidad, la administración de justicia les es enteramente desconocida, y entre todos ellos, apenas hay uno que sepa leer y escribir".[37] Acerca de los naturales de Aquila relató que sólo se diferenciaban de los salvajes porque no andaban errantes. Con opiniones semejantes, conservando el marcado acento racista, registró cómo vivían los habitantes de las comunidades nahuas de Maquilí, Ostula y Pómaro, con excepción de los de Coire. De estos últimos expresó: "la población de Coire asciende actualmente a unos 300 indígenas que viven en comunidad. Sus ranchos anexos son Chormirla, Ostopila y el Saucito, cuyos habitantes constan en el cómputo anterior, unos y otros viven de la caza y la pesca, y, aunque no saben leer ni escribir, no parecen tan idiotas como sus vecinos de las poblaciones limítrofes".[38] Tales eran los conceptos racistas, con los que se expresaba este autor, para quien la desaparición de los indígenas y el avance de los grupos mestizos sobre esos territorios, era la única vía para que se introdujera el progreso y la modernidad en la región. Ese era el discurso antropológico en el que se basaba el liberalismo triunfante.
Refiriéndose a los habitantes de Pómaro, el autor advertía:
[...] a pesar del nombre de tenencia, cuyo alcalde único debiera conocer civil y criminalmente, según sus facultades, o dar cuenta al superior con los reos y primeras diligencias practicadas, no sucede así, sino que se convoca a toda la comunidad y una vez erigida en pleno tribunal, se somete a deliberación el asunto para que se mandó reunir, quien tomando cartas en el negocio para poder tratar y resolverlo con acierto, comienzan por tomar alcohol y después de un debate acalorado que les provoca la embriaguez, pronuncia su fallo inexorable, el cual no tiene apelación alguna y que siempre recae en castigo de azotes, que se le aplican incontinenti al desgraciado reo.[39]
Al final de su trabajo, al hacer un recuento general de las condiciones sociales de las comunidades indígenas nahuas de la costa, el licenciado Chávez afirmaba que:
[...] las más de estas poblaciones hablan el idioma castellano, además del mejicano que conservan en su más alto grado de pureza; pero cuando se trata del pago de contribuciones, reparto de terrenos o cualquiera otra cosa que a ellos no les plazca, se hacen más sordos que una tapia. De lo dicho se viene en conocimiento la dificultad que hay de establecer en tales poblaciones el registro civil y la guardia nacional. El modo de cabalgar generalmente de los indígenas es en sanchos, cuyas albardas las forman de dos aros de bejuco acojinado con angeos que producen los cocoteros en la parte superior.[40]
Posteriormente, otro funcionario de gobierno que recorrió los territorios nahuas del distrito de Coalcomán, en su informe al ministerio de fomento hizo notar el grado de abandono y marginación en la que vivían los integrantes de las comunidades indígenas, sobre las que escribió:
[...] los indios de estos pueblos y ranchos viven en un estado de lamentable miseria e ignorancia que se aproxima mucho al de la barbarie [...] aunque nominalmente sometidos al gobierno de Michoacán, es un hecho que esto no les proporciona ninguno de los beneficios de la civilización y permanecen en absoluto estado de ignorancia y abandono. El estado social que reina entre ellos es muy rudimental y se asemeja mucho al patriarcal pues el cargo de alcalde y los ediles están en manos de los más ancianos.[41]
En otra parte de este Informe relativo a la exploración del distrito de Coalcomán, fechado a mediados de 1883, su autor, el ingeniero Manuel de Anda, conmovido por la situación en la que se encontraban los indígenas nahuas hizo un apremiante llamado al gobierno estatal para que atendiera sus necesidades y promoviera su desarrollo. Recomendó sobre todo que se abrieran "escuelas en los pueblitos indígenas",[42] ya que consideraba que la educación era un elemento fundamental para que los nativos se abrieran al desarrollo y el progreso.
Después de los estudios anteriores, la presencia de los grupos nahuas de la costa fue ignorada durante casi un siglo por quienes hicieron estudios etnográficos, antropológicos y lingüísticos en Michoacán. En cambio, las investigaciones sobre estos temas se centraron en las comunidades hablantes del idioma tarasco. Como estudiosos de las costumbres, formas de vida y tradiciones del pueblo tarasco sobresalieron por sus contribuciones el etnólogo noruego Carl Lumholtz y el doctor Nicolás León. El primero, con su célebre obra El México desconocido, y el segundo, en varios artículos incluidos en los Anales del Museo Michoacano, así como en estudios específicos que dio a conocer en los primeros años del siglo XX. El trabajo de Lumholtz fue resultado de media década de recorridos exploratorios por la Sierra Madre Occidental. Este etnólogo inició su recorrido por Michoacán a principios de septiembre de 1895 y abarcó Tepalcatepec a Peribán; de ahí se introdujo en varios pueblos de la meseta tarasca, especialmente en Parangaricutiro, Paracho, Angahuan y Cherán, para luego viajar a Uruapan, la ciénega de Zacapu y la zona lacustre de Pátzcuaro. En estos lugares hizo registros etnográficos referentes a las formas de vivienda, el vestido, las costumbres matrimoniales; curanderismo, brujería, ceremonias religiosas, técnicas de caza y pesca; diversas actividades artesanales, entre textiles, trabajos en madera y sobre todo el proceso de elaboración de bateas y jícaras laqueadas de Uruapan.[43]
Por lo que se refiere a las aportaciones del doctor Nicolás León, fundador del Museo Michoacano, editor de sus famosos Anales, y de obras históricas y lingüísticas sobre Michoacán, fue también autor de varios trabajos sobre temas etnográficos, etnológicos y lingüísticos sobre los tarascos. Entre ellos cabe mencionar uno acerca de "El matrimonio entre los tarascos precolombinos y sus usos actuales",[44] al que posteriormente nuevos datos.[45] En los Anales del Museo Michoacano, León publicó una investigación relativa a "¿Cuál era el nombre gentilicio de los tarascos y el origen de este último?"[46] Así estableció algunas hipótesis sobre cómo en el pasado debieron llamarse a sí mismos los antiguos habitantes del Michoacán central. En 1890, el doctor dio a conocer, en el Congreso Internacional de Americanistas, un trabajo sobre "Anomalías y mutilaciones étnicas del sistema dentario entre los tarascos precolombinos".[47] Considerada como precursora como precursora entre los estudios de la antropología física, esta obra centra la atención en las piezas dentarias de cientos de cráneos que el doctor León había localizado en las excavaciones de Tingambato, Uruapan, Tzintzuntzan y Quiroga.
Años más tarde, a principios del siglo XX, en los Anales del Museo Nacional, Nicolás León publicó un voluminoso estudio sobre "Los tarascos", dividido en tres partes, que abarca de la época prehispánica a finales del siglo XIX.[48] La primera parte también se editó en forma separada en 1904 con el título de Los tarascos, que con el mismo formato y pie de imprenta dio a conocer con el nombre de Noticias para la historia primitiva y conquista de Michoacán.[49] Dicha obra resulta ser sólo una antología de textos con breves comentarios y anotaciones. Tiempo después, en su Historia general de México, León incluyó un capítulo en el que hace una síntesis de sus trabajos acerca de los tarascos.[50]
Los estudios sobre la lengua tarasca en el siglo XIX
El grupo étnico tarasco, el mayoritario y mejor organizado de los asentados en el territorio michoacano, fue el que mayor cohesión presentó ante los intentos de desarticulación comunal emprendidos por las autoridades estatales en el siglo XIX. Era también el que mejor conservaba sus tradiciones y su idioma. De hecho, muchos pueblos del área tarasca aún eran monolingües y era escasa la penetración cultural ajena. Esta situación despertó el interés entre algunos estudiosos de la etnografía y la lingüística que se propusieron conocer y dar a conocer a otros la estructura y características del idioma tarasco, que desde la primera década del siglo XIX había dejado de enseñarse en Michoacán, especialmente en el Colegio de San Nicolás y el Seminario Tridentino
En 1833, Gup Gadol publicó una curiosa disertación en la que intentó comparar el idioma tarasco con el náhuatl, atribuyéndole al primero una supuesta sonoridad masculina, sin llegar a dar una explicación en la que fundamentara tal aseveración. Escribió que,
[...] la lengua tarasca es de lo más armonioso, pero con armonía varonil, por decirlo así, y yo no he encontrado hasta ahora una lengua que mejor me suene [...] algunos nombres de pueblos para que por ellos pueda juzgarse de la sonoridad candencia masculina de tan singular idioma son: Acámbaro, Zinapécuaro, Tiríndaro, Yuririapúndaro, Puruándiro, Chucándiro, Pómaro, Tancítaro, Sirándaro, Pátzcuaro, Jarácuaro, Tacámbaro, Erongarícuaro, Tzintzícuaro, Zitácuaro, Copándaro, Queréndaro, Charo, Irimbo, Maravatío, Teremendo, Angamacutiro, Paracho, Pungarabato y Tiripetío.[51]
Uno de los estudiosos del idioma tarasco, el más importante de ellos en el siglo XIX, fue sin duda el religioso carmelita fray Manuel de San Juan Crisóstomo Nájera. Nacido, según algunos de sus biógrafos en Valladolid de Michoacán, hoy Morelia, o en la ciudad de México, como lo asientan otros, a mediados de mayo de 1803. Fray Manuel fue hijo del matrimonio formado por el vallisoletano José Ignacio de Nájera y María Ignacia Paulé.[52] Se sabe que estudió gramática latina en San Miguel de Allende, filosofía en Celaya y teología en el Colegio de San Ildefonso, en la ciudad de México. Aprendió varios idiomas, entre ellos el inglés, el francés y el italiano, además del latín. Todavía muy joven, en 1819 tomó el hábito de la orden de los carmelitas en la ciudad de Puebla y a partir de ese momento, también inició una sólida carrera filosófico-teológica que lo condujo a la vida académica, misma que se desarrolló a partir de 1822 en las aulas de los colegios de San Joaquín y San Ángel, hasta alcanzar las órdenes monásticas de los carmelitas en 1826.
El padre Nájera fue además un hombre versado en derecho natural y en derecho canónico, economía política y filología. Tradujo numerosos textos de otros idiomas al castellano. Entre estos destacan la Historia de la sociedad civil, de Adam Ferguson; un tratado de Filosofía, de W. Paley, ambos traducidos del inglés; y las Garantías individuales, de Danay, del francés. En 1828 fue nombrado prior del convento carmelita de San Luis Potosí, donde durante algunos años se dedicó al estudio de las lenguas clásicas europeas, antiguas y modernas, así como de los idiomas indígenas mexicanos, en particular, el otomí, el náhuatl y el tarasco. Acerca de estos escribió varias disertaciones: en torno al primero, redactó en latín una obra que luego tradujo y publicó en castellano con el título de Disertación de la lengua Otomí, misma que leyó ante la Sociedad Filosófica de Filadelfia,[53] junto con su Disertación sobre la lengua tarasca. Ambas fueron redactadas por Nájera durante su exilio en los Estados Unidos, al que lo habían llevado las convulsiones políticas registradas en México en 1832, y fueron incluidas en la publicación oficial de aquella agrupación académica estadounidense.[54]
El padre Nájera aprovechó su estancia en la nación del norte para hacer una valoración del sistema político republicano y federalista del que era simpatizante. Ante los miembros de la Sociedad Filosófica de Filadelfia, que lo acogieron, expresó:
Arrojado de mi patria por las olas de la borrasca que la trabajó en el año de 1832, la vuestra me ofreció un asilo generoso y hospitalario. Prestando ella su protección a un desgraciado, no favoreció a un ingrato. Nunca, señores, olvidaré la obligación que la gratitud me ha hecho contraer con Norte-América, y siendo imposible compensar sus beneficios de otro modo, bendeciré al pacífico país donde las leyes me han dejado gozar todas las ventajas de la vida, y no me han impuesto gravamen alguno; donde las leyes han sido para mí como la columna de aire que está sobre mi cabeza, que me hace respirar sin que yo la vea, ni aún sin que la sienta; donde las leyes nada me han prohibido pues no he querido ni debido querer lo que ellas no me consentirían, y han formado en torno a mí un muro de defensa, que me ha librado de todo género de combates. ¡Presida siempre la justicia, vuestras deliberaciones, oh americano! [...] Más deudas a toda la América, lo soy de vosotros, señores, que animados por el mismo espíritu de Franklin vuestro fundador, me habéis proporcionado con vuestra biblioteca los consuelos que mi alma necesitaba para no confundirse en el dolor y en la tribulación [...] mientras la guerra civil regaba de sangre el suelo que deposita las cenizas de mis padres, donde estuvo la cuna en la que mi madre me meció; mientras que veía yo en mis conciudadanos, o verdugos o víctimas; mientras principios equívocos arrastraban a unos a cometer los mayores excesos a nombre de la libertad y hacían sufrir a otros proscripciones y destierros.[55]
El religioso carmelita Najera permaneció en aquel país hasta 1834, año en que pudo volver a México para desempeñar, a partir de octubre, el cargo de prior del convento del Carmen de Guadalajara. Poco después, recibió la encomienda del gobierno de Jalisco, para estudiar los fenómenos sísmicos tan frecuentes por ese tiempo al sur de la entidad, ocasionados por la actividad del volcán de Colima. En la capital jaliciense, tuvo una intensa vida académica: diseñó planes de estudio para instituciones educativas, fue consultor del gobierno de la República en varios asuntos. Además se desempeñó como sinodal, censor eclesiástico y asesor teológico del obispado de Guadalajara. Más adelante formó parte de diversas agrupaciones científicas y culturales como la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, la Sociedad Médica de Emulación de Guadalajara, la Sociedad Filosófica Americana de Filadelfia y la Sociedad de Anticuarios del Norte, con sede en Copenhague.[56]
Por anotaciones del propio fray Manuel de San Juan Crisóstomo Nájera, sabemos que uno de los grandes proyectos que dejó inconclusos, a su muerte ocurrida en 1853, era la integración de una Biblioteca Filológica Mexicana, compuesta por diversos estudios dedicados a las principales lenguas indígenas que se hablaban en México a mediados del siglo XIX. Sin duda, con esa intención escribió la Disertación sobre la lengua tarasca y al parecer, la Gramática de la lengua tarasca, aunque ambas permanecieron inéditas hasta 1870. En ese año el señor Agustín Villa dio a conocer una edición moreliana de la Gramática, dedicada al entonces gobernador Justo Mendoza. Esta impresión se hizo a expensas del periódico El Constitucionalista, en los talleres tipográficos de Octaviano Ortiz.[57] Dos años después, el Boletín incluyó en sus páginas el texto de la Gramática, por iniciativa del señor Eufemio Mendoza de Guadalajara, poseedor del manuscrito autógrafo, quien aseguró que el texto databa de 1832. En esta segunda edición se incluyó un prólogo de la Gramática y la Disertación sobre la lengua tarasca, de la que se advertía que en el original no aparecía la fecha de redacción y sólo el lugar en donde había sido escrita: Filadelfia.[58]
En la parte central de la Disertación, Nájera escribió:
De la lengua de que os presento un ensayo, señores no hay si no cuatro gramáticas, de las cuales de Sierra, nunca vio la luz pública; la de Gilberti es tan escasa que difícilmente se halla un ejemplar; y la de Lagunas tan confusa, que no es fácil entenderla. Basalenque formó una que debe ser la base de las que en lo sucesivo se formasen, pues arreglándola por los principios de la latina, trata algunos puntos con mucha claridad, aunque otros deja envueltos en la oscuridad con los que trató Lagunas y omite noticias muy interesantes. Los dos diccionarios del idioma de Gilberti y Sierra no son sino pequeños ensayos muy incompletos y pobres. Desgracia ha sido ésta no merecida de la lengua que compuesta con usura el trabajo es conocerla.
No creáis que el tarasco tiene la pomposa melodía ni la riqueza asiática del mexicano; pero tiene sus bellezas, que si no son las de la compostura, son las de la naturaleza. No tiene eufonía o música del mexicano por la composición de diversas voces ni las terminaciones respetuosas que indican cuales eran los progresos [...] pero tiene su dulzura particular que sin el fausto del mexicano, deleita el oído y hace muy fácil la enseñanza de la lengua.[59]
Luego, el autor da algunas explicaciones acerca de la conformación de sílabas, terminaciones, verbos y sintaxis y ofrece una serie de datos etnográficos, sobre todo relativos al gobernante principal del pueblo tarasco antes de la conquista.
Por lo que corresponde a la Gramática en sí, ésta se compone de varias partes. Una introductoria sobre el alfabeto y la pronunciación, que sigue con apartados referentes a la analogía o etimología de las palabras; los adjetivos demostrativos, relativos, posesivos; los verbos, activos y pasivos; luego ofrece una serie de ejemplos de conjugaciones de los verbos en sus distintos tiempos y concluye con las partes dedicadas a la sintaxis y la ortografía. Esta Gramática tarasca, en nuestra opinión, puede ser considerada como el mejor esfuerzo moderno sobre el estudio de la lengua tarasca. El más importante, y sin duda el puente que une las viejas gramáticas de los siglos XVI y XVII con los estudios contemporáneos, especialmente con la única gramática compuesta y publicada en el siglo XX cuya autoría se debe a Juan Luna Cárdenas, misma que fue editada en 1951.[60]
Las ediciones decimonónicas de la gramática de Nájera sirvieron de base para estudios posteriores, a pesar de los errores que le encontró Antonio Peñafiel, fundamentalmente en algunos detalles relativos a la conjugación de verbos y omisiones, que sin duda corresponden al poco cuidado que sus editores tuvieron en la transcripción y el montaje tipográfico.[61] Durante la segunda mitad del siglo XIX el manuscrito original de la Gramática de la lengua tarasca de Nájera, permaneció en poder de su discípulo Eufemio Mendoza, de quien pasó a manos del licenciado Agustín Fernández Villa, vecino de Guadalajara, en cuya biblioteca fue examinado por el doctor Nicolás León en 1918. En ese año, su poseedor lo ofreció en venta al Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología. Sin embargo, la operación no se concretó por falta de presupuesto y más tarde, el manuscrito fue adquirido por el bibliófilo y anticuario Guillermo M. Echántiz, quien a principios de la década de los cuarenta del siglo XX lo facilitó al licenciado Joaquín Fernández de Córdoba. Este último lo dio a conocer en una bien cuidada edición de 1944, acompañado con un estudio bibliográfico, el retrato litográfico del autor y fotografías de algunas páginas autógrafas. A partir de entonces se ha perdido la pista del paradero del manuscrito original.[62]
En la segunda mitad del siglo XIX se publicaron otros textos relativos a la lengua tarasca, algunos se deben a lingüistas y etnógrafos extranjeros y otros a estudiosos mexicanos de las lenguas indígenas del país. Entre los primeros, destacan las "Noticias sobre la lengua tarasca", de J. Smith publicadas en París en 1865 en la Revista Americana, en plena intervención francesa. Décadas después, se publicó un artículo de Albert S. Gatschet con el título de "The tarasco lenguaje of Michoacan", que fue incluido en 1897 en The American Anthropologist, de Washington.[63]
Otros ejemplos del interés de los extranjeros por el idioma tarasco son los estudios de Comte S. Charensey quien en 1886 editó en Lovaina unos Textos en langue tarasque. En la década siguiente, apareció en París un voluminoso libro de Raoul de la Grasserie en colaboración con Nicolás León, titulado Langue tarasque. Grammaire. Dictionnaire. Textes traduits et anallysés, impreso con el patrocinio de J. Maisonneuve en 1895, como parte de la Biblioteca Lingüística Americana.[64]
Entre los estudiosos mexicanos de la lengua tarasca en las últimas décadas del siglo XIX, sobresale el doctor Nicolás León, principalmente con su famoso Silabario del idioma tarasco o de Michoacán, impreso en Morelia en 1886. Destacan igualmente sus "Etimologías de algunos nombres tarascos de pueblos de Michoacán" y el "Glosario de voces castellanas derivadas del idioma tarasco o de Michoacán", incluidos en los Anales del Museo Michoacano.[65]
Por su parte, el licenciado Francisco Pimentel, gran conocedor de la estadística, la historia y las lenguas nativas de nuestro país, además de su Cuadro descriptivo y comparativo de las lenguas indígenas de México impreso en 1874, a mediados de la década siguiente, produjo dos estudios referentes al idioma tarasco: uno titulado "El idioma tarasco. Noticias preliminares", y otro sobre una "Comparación del tarasco con el mexicano y sus afines". Ambos trabajos fueron incluidos como estudios introductorios en la edición del Arte de la lengua tarasca, de fray Diego de Basalenque impreso en 1886.[66] En los años siguientes, tanto en Morelia como en la ciudad de México, se hicieron otras reediciones de obras clásicas sobre el idioma tarasco escritas en el siglo XVI, por ejemplo, en 1898 el doctor Nicolás León preparó la reedición del Arte de la Lengua Tarasca o de Michoacán de Maturino Gilberti[67] y tres años después, el doctor Antonio Peñafiel, con el apoyo de la presidencia de la República dio a la estampa el Diccionario de la Lengua Tarasca o de Michoacán,[68] del mismo religioso. En una breve nota introductoria, Peñafiel dio las razones que le motivaron para esa empresa:
[...] el Diccionario tarasco o de la Lengua de Michoacán por el padre Gilberti, es un libro tan raro que ni en México ni en Europa había yo encontrado un ejemplar completo para reimprimirlo, no obstante mi empeño en conseguirlo a cualquier precio, entre los libreros extranjeros. Sólo había uno conocido, perteneciente a la Biblioteca del Sr. D. Joaquín García Icazbalceta, que le sirvió para hacer la descripción en su Bibliografía Mexicana del siglo XVI. A los ejemplares del Museo Nacional de México y el de la Biblioteca de Guadalajara les faltaban algunas hojas; sin embargo, con estos pude reponer la única hoja que faltaba a mi ejemplar. Para poderlo reimprimir, y suplir los agujeros que en el libro había causado los insectos. El Diccionario, a juzgar por lo que se me ofrecía por mi ejemplar, había adquirido un alto precio, como todas las ediciones mexicanas del siglo XVI y principalmente las de Gilberti, que han llegado a un precio fabuloso.[69]
Finalmente, el licenciado Cecilio Robelo, miembro de la Sociedad Científica "Antonio Alzate" y de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, y autor de varios estudios etimológicos, con el patrocinio del gobernador de Michoacán Aristeo Mercado, publicó en 1902 su Toponimia tarasco-hispano-nahua, en la que intentó mostrar las equivalencias de significado de topónimos geográficos michoacanos de origen tarasco con semejantes en lengua náhuatl, llegando a reunir un total de 460 voces en los tres idiomas.[70]
En las últimas décadas del siglo XIX, en Morelia, bajo la dirección del doctor Nicolás León se hizo una importante labor de rescate y reimpresión de obras clásicas sobre el idioma tarasco como lo fue el Arte y diccionario tarascos, de fray Juan Bautista Lagunas, que se imprimió en los talleres de la Escuela de Artes en 1890.[71] A estas reediciones de textos clásicos sobre la lengua tarasca, hay que agregar la impresión patrocinada por la señora Carmen Cadórniga viuda de Abadiano, de Un manuscrito tarasco del siglo XVI, atribuido a fray Maturino Gilberti, que había localizado el padre Francisco Plancarte y Navarrete. [72]
Para concluir, sólo agregaremos que se tienen noticias de algunos escritos en lengua tarasca de contenido religioso que fueron redactados en el siglo XIX y que no llegaron a publicarse. Se trata de textos elaborados por Juan Aparicio Maya, uno titulado Luz para saber andar por la vida de la cruz, en idioma tarasco, en 49 folios; un Libro de la historia de nuestro señor Jesucristo, en lengua tarasca, de 99 fojas y el Libro de la pasión de nuestro señor Jesucristo en el idioma de Michoacán, compuesto en 139 folios. También se sabe que de la primera mitad del siglo XIX, data un escrito de fray Benito Moxo, en 68 folios, con el nombre de Table aritmétique comparée des mexicains et tarasques. Asimismo, hay referencias y apuntes lingüísticos que fueron escritos por el licenciado Anselmo Rodríguez y don Toribio Ruiz. Lo que es un hecho es que el hijo de este último, el licenciado Eduardo Ruiz, llegó a utilizar aquellos escritos en sus estudios histórico-literarios.[73]
Por último, en los archivos judiciales de Michoacán también se han detectado manuscritos en lengua tarasca, sobre todo relacionados con asuntos agrarios o con la administración de justicia, que bien pueden ser utilizados por los especialistas como fuente para futuros estudios lingüísticos sobre el idioma tarasco y para entender las formas de pensamiento de sus hablantes en el siglo XIX.
Los textos en lengua tarasca del padre Sebastián Olivares
En las últimas décadas del siglo XIX, aparecieron otros textos en lengua tarasca escritos por el párroco de Cherán Sebastián Olivares, quien era el traductor y asesor de los trabajos referentes a este idioma dio a conocer como suyos el doctor Nicolás León y el mismo que auxilió a Carl Lumholtz en la recopilación de información etnográfica de los pueblos de la sierra. Lumholtz, describe al padre Olivares como una persona instruida y conocedora de cuestiones indígenas, que como párroco de Cherán corrigió costumbres entre los naturales, agrega aun: "prestome otro servicio mayor aquel bondadoso sacerdote dictándome las etimologías de los pueblos tarascos, pues hablaba dicha lengua tan bien como los indios y era persona de buenos dotes".[74]
En fin, con el título de Ayaacuecha Juchaári acha Jesucristo corenderoni, el padre Olivares dio a conocer entre sus feligreses Las promesas de nuestro señor Jesucristo, a la beata Santa Margarita Alacoque. El texto fue impreso en 1887 en los talleres tipográficos de José María Torres Maldonado de Zamora. El mismo escrito también fue traducido a la lengua náhuatl sin duda para ser divulgado entre las comunidades indígenas de la costa michoacana que entonces pertenecían al obispado de Zamora, al igual que Cherán.[75] De igual modo, mandó imprimir una oración mariana compuesta por San Bernardo con el título de Memorare, misma que se tradujo con el título Uandatzecuarecua María Santísima. También mandó estampar en los talleres tipográficos de J. Amescua, de Zamora un soneto guadalupano, probablemente de su autoría, fechado en Cherán el 4 de diciembre de 1887.[76] Por indagaciones hechas por el licenciado Joaquín Fernández de Córdoba, se sabe que el cura de Cherán también preparó la transcripción y traducción del testamento de don Fernando Titu Uitziméngari que dio a conocer Nicolás León en el tomo primero de los Anales del Museo Michoacano.[77]
A este presbítero también se debe la publicación del Hurgendgua Zapichu uhandacua tzmicha ca huchanapohimbá, yamendo amibeeri inqui itzi atapatziti huaninchea miteni ca curhanguni, Hacahcuni ca niatani euahpequarentstani uecani o Catecismo pequeño en idioma español y tarasco de todo lo que el cristiano debe saber y entender, creer y practicar para salvarse, mismo que se compone de 32 páginas y fue impreso en la ciudad de México en 1891, acompañado de un grabado de la imagen de la Virgen de Guadalupe y "Algunas reglas para facilitar la pronunciación y escritura del idioma tarasco", elaboradas por el propio padre Olivares.[78]
En el Catecismo, se incluyen algunas oraciones en tarasco como el Padre Nuestro, el Ave María, el Credo y las Salve Regina; además de los mandamientos bíblicos y los de la Iglesia, los sacramentos, los artículos de la fe, las obras de misericordia y unas instrucciones para el sacramento de la confesión. Por lo que se refiere al Catecismo breve, se trata de la traducción al tarasco del conocido texto escrito por el jesuita Bartolomé Castaño.[79] Aunque en la portadilla solo aparecen las iniciales de S.O.R. se ha podido establecer la autoría del padre Olivares gracias a una carta que se conserva en el Archivo del Museo Michoacano, fechada en Cherán el 13 de julio de 1891, en la que el presbítero le comunica al doctor Nicolás León: "Por correo mando a Ud. en regalo dos ejemplares de mi catecismo tarasco, siendo uno de ellos para el museo que usted dignamente dirige. Fíjese Ud. en unas reglas que para facilitar la lectura del tarasco puse al final del catecismo y déme su opinión, seguro de que enmendaré cualquiera objeción que usted me haga".[80]
Sin duda, un detallado estudio de estos impresos, a pesar de sus imperfecciones tipográficas, ayudaría mucho a los estudios de la evolución de la lengua tarasca en el seguimiento de los cambios ocurridos después del periodo colonial y para el análisis de los elementos gramaticales de que se valieron los autores decimonónicos para poner por escrito la comunicación que se daba entre los hablantes de dicha lengua.
Notas
[1] Para un acercamiento al uso político que se dio en el siglo XIX a las formas de resguardo y difusión de las antigüedades como bienes culturales y testimonios históricos del pasado, véase: Peña, Guillermo de la, "La antropología, el indigenismo y la diversificación del patrimonio cultural mexicano", en Peña, Guillermo de la (Coordinador), La antropología y el patrimonio cultural mexicano, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2011, pp. 57-59; [ Links ] López Ceballos, Paula, "De cómo el pasado prehispánico se volvió pasado de todos los mexicanos", en Pablo Escalante Gonzalbo (Coordinador), La idea de nuestro patrimonio histórico y cultural, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2011, pp. 137-149; [ Links ] Achim, Mariana, "Las llaves del Museo Nacional", en Pablo Escalante Gonzalbo (Coordinador), La idea de nuestro patrimonio histórico y cultural, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2011, pp. 152-165. [ Links ]
[2] Pimentel, Manuel G., Memoria presentada al honorable Congreso por la Secretaría del despacho de gobierno, sobre la administración pública del Estado, Valladolid, 1828, pp. 25-27. [ Links ]
[3] Arreola Cortés, Raúl (Compilador y prologuista), Obras completas de don Melchor Ocampo. La obra científica y literaria, Morelia, Comité Editorial del Gobierno de Michoacán, 1985, t. I, p. 473. [ Links ]
[4] Para mayor información del contexto en que se creó el Museo Michoacano y los esfuerzos de sus primeros directores para formar y fortalecer sus colecciones, véase: Martínez Peñaloza, María Teresa, "El Museo Michoacano", en Silvia Figueroa Zamudio (Editora), Morelia: patrimonio cultural de la humanidad, Morelia, Ayuntamiento Constitucional de Morelia-Gobierno del Estado de Michoacán-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1995, pp. 273-287 y Morales Gó [ Links ]mez, José Carlos, "El Museo Michoacano. Resguardo del patrimonio cultural, 1886-1943", tesis de licenciatura inédita, Morelia, Facultad de Historia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2010. [ Links ]
[5] León, Nicolás, "Origen, progresos y estado actual del Museo Michoacano", en Anales del Museo Michoacano, [año tercero], Morelia, Imprenta y Litografía en la Escuela de Artes, 1890, pp. 1-5; [ Links ] Fernández, Miguel Ángel, Historia de los museos en México, México, Banco Nacional de México, 1987, pp. 159-161. [ Links ]
[6] La Voz de Michoacán, Morelia, 26 de mayo de 1842, t. I, núm. 26, p. 6. [ Links ]
[7] Piña Chan, Román, y Kuniaki Ohi, Exploraciones arqueológicas en Tingambato, Michoacán, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1982, pp. 34-36. [ Links ]
[8] La Voz de Michoacán, Morelia, 26 de mayo de 1842, t. I, núm. 26, p. 6. [ Links ]
[9] Romero, José Guadalupe, Noticias estadísticas sobre el partido de Coalcomán y condiciones favorables del mismo para la colonización regnícola o extranjera, Morelia, Imprenta de Ignacio Arango, 1864, pp. 20-21. [ Links ]
[10] Zepeda, Austacio, "Un panteón de los antiguos tarascos descubierto en la municipalidad de Yurécuaro, en el distrito de La Piedad de Cabadas", Periódico Oficial del Estado de Michoacán, Morelia, 27 de julio de 1881, iv: 272, p. 3. [ Links ]
[11] Zepeda, "Un panteón de los antiguos tarascos", p. 4.
[12] León, Nicolás, Anomalías y mutilaciones étnicas del sistema dentario entre los tarascos precolombianos, Morelia, Imprenta y Litografía de la Escuela de Artes, 1890, 9 pp. [ Links ] y una lámina, versión en inglés y francés. También se publicó en Anales del Museo Michoacano, [año tercero], Morelia, Imprenta del Gobierno en la Escuela de Artes, 1890, pp. 168-173. [ Links ]
[13] León, Nicolás, Catálogo de la colección de antigüedades tecas y matlazincas del territorio michoacano existentes en el Museo Nacional, México, Imprenta del Museo Nacional, 1903. [ Links ]
[14] Anales del Museo Michoacano, [año primero], Morelia, Imprenta y Litografía de la Escuela de Artes, 1888: [año segundo] [ Links ], 1889 y [año tercero], 1890. Macías Goytia, Angelina (Compiladora), y Lorena Mirambell Silva (Coordinadora), La arqueología en los Anales del Museo Michoacano (épocas I y II), México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1993, (Antologías-Serie arqueología), pp. 17-221. [ Links ]
[15] Plancarte, Francisco, "Los tecos", en Anales del Museo Michoacano, [año segundo], Morelia, Imprenta y Litografía del Gobierno en la Escuela de Artes a cargo de Rosario Bravo, 1889, pp. 16-26. [ Links ] Al final del texto se incluyó una nota del doctor Nicolás León que agrega dos datos sobre la palabra teco, registrada en fuentes lingüísticas e históricas coloniales.
[16] Plancarte, Francisco, Prehistoria de México, Tlalpan, Imprenta del Asilo "Patricio Sanz", 1923, pp. 573-575.
[17] León, Nicolás, "Codex Plancarte", en Anales del Museo Michoacano, [año primero], Morelia, Imprenta y Litografía del Gobierno en la Escuela de Artes, 1888, p. 42. [ Links ]
[18] El arqueólogo norteamericano William Henry Holmes nació en 1846 y falleció en 1933. En Estados Unidos laboró como profesor en diversas instituciones educativas y de investigación. Enseñó geografía, historia natural, dibujo y pintura. Mantuvo interés por la geología, sin embargo la mayor parte de su obra publicada se centra en estudios etnológicos y arqueológicos, especialmente sobre Estados Unidos, México y Centroamérica. Durante buena parte de su vida, Holmes mantuvo amistad con destacados intelectuales mexicanos interesados como él en las antigüedades, entre ellos el doctor Nicolás León y el padre Francisco Plancarte y Navarrete. Entre sus numerosos trabajos dedicados a México, destacan sus Estudios arqueológicos sobre ciudades antiguas de México, publicados en 1895. [ Links ] Vid. Swanton, John R., Biographical memoir of William Henry Holmes, 1846-1933, vol. XVII, Washington, National Academy of Sciences, 1935, (Colección Biographical memoirs), pp. 223-252. [ Links ]
[19] Periódico Oficial, Morelia, 3 de septiembre de 1893, t. I, núm. 71, pp. 5-6. [ Links ]
[20] Sánchez Díaz, Gerardo, "Carl Lumholtz y su expedición arqueológica y etnográfica en Michoacán", en José Alfredo Uribe Salas, María Teresa Cortés Zavala y Alonso Torres Aburto (Coordinadores), Historias y procesos. El quehacer de los historiadores en la Universidad Michoacana, Morelia, Instituto de Investigaciones Históricas y Facultad de Historia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo-Instituto Michoacano de Cultura, 2000, pp. 119-132. [ Links ]
[21] Lumholtz, Carl, El México desconocido. Cinco años de exploración entre las tribus de la Sierra Madre Occidental; en la tierra caliente de Tepic, Jalisco y entre los tarascos de Michoacán, t. II, Nueva York, Charles Scribner's Sons, 1904, pp. 415-417. [ Links ]
[22] Sánchez Díaz, Gerardo, "Carl Lumholtz y su expedición", pp. 129-132.
[23] Pérez Morelos, Nicolás, "Importancia de las exploraciones arqueológicas", en Boletín de la Sociedad Michoacana de Geografía y Estadística, Morelia, 30 de septiembre de 1905, t. I, núm. 14, p. 106. [ Links ]
[24] Pérez Morelos, "Importancia de las exploraciones arqueológicas", p. 108.
[25] "Dictamen sobre el estudio anterior que presentan los señores socios de número, don Manuel Martínez Solórzano y el profesor Francisco de P. León", en Boletín de la Sociedad Michoacana de Geografía y Estadística, Morelia, 30 de septiembre de 1905, t. I, núm. 14, p. 108. [ Links ]
[26] "Dictamen sobre el estudio anterior", p. 109.
[27] Macías Goytia, Angelina, "La arqueología en Michoacán", en Carlos García Mora (Coordinador general), La antropología en México. Panorama histórico, vol. 13, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1988, p. 96; [ Links ] de la misma autora La arqueología en Michoacán: bibliografía para su estudio, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1991, (Cuadernos de trabajo, núm. 14), p. 68. [ Links ]
[28] Bonavit, Julián, "Objetos arqueológicos encontrados en Ihuatzio", en Boletín de la Sociedad Michoacana de Geografía y Estadística, Morelia, 31 de julio de 1908, t. IV, núm. 14, pp. 212-213. [ Links ]
[29] Al respecto véase Cárdenas García, Efraín, "Jiuatsio, la casa del coyote", en Efraín Cárdenas García (Coordinador), Tradiciones arqueológicas, Zamora, El Colegio de Michoacán-Gobierno del Estado de Michoacán, 2004, pp. 208-209. [ Links ]
[30] Cárdenas García, "Jiuatsio, la casa del coyote", p. 212.
[31] Noguera, Eduardo, "Exploraciones en Jiquilpan", en Anales del Museo Michoacano, [segunda época], núm. 3, 1944, pp. 37-56; [ Links ] Noguera, Eduardo, "Exploraciones arqueológicas en las regiones de Zamora y Pátzcuaro, estado de Michoacán", en Anales del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, [cuarta época], t. VII, núm. 1, México, Talleres Gráficos del Museo Nacional, 1931, pp. 89-105. [ Links ]
[32] Romero, Noticias estadísticas sobre el partido de Coalcomán, pp. 21-22.
[33] Romero, Noticias estadísticas sobre el partido de Coalcomán, p. 22.
[34] Para mayor información sobre la elaboración de la tuba véase: Sevilla del Río, Felipe, "El vino de cocos, una industria colimense olvidada", en Prosas literarias e históricas, México, Tipográfica Juárez, 1976, p. 196; [ Links ] Sánchez Díaz, Gerardo, Los cultivos tropicales en Michoacán. Época colonial y siglo XIX, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo-Fundación Produce, 2008, pp. 72-75. [ Links ]
[35] Chávez, José María, Noticias históricas y estadísticas del distrito de Coalcomán, Morelia, Imprenta de Octaviano Ortiz, 1873, p. 20. [ Links ]
[36] Chávez, Noticias históricas y estadísticas de Coalcomán, p. 20.
[37] Chávez, Noticias históricas y estadísticas de Coalcomán, p. 20.
[38] Chávez, Noticias históricas y estadísticas de Coalcomán, p. 23.
[39] Chávez, Noticias históricas y estadísticas de Coalcomán, p. 25.
[40] Chávez, Noticias históricas y estadísticas de Coalcomán, p. 25.
[41] Anda, Manuel de, Informe relativo a la exploración del distrito de Coalcomán, México, Imprenta de la Secretaría de Fomento, 1883, pp. 60-61. [ Links ]
[42] Anda, Informe relativo a la exploración de Coalcomán, p. 61
[43] Sánchez Díaz, "Carl Lumholtz y su expedición", pp. 119-132.
[44] León, Nicolás, "El matrimonio entre los tarascos pre-colombinos y sus actuales usos", en Anales del Museo Michoacano, [año segundo], Morelia, Imprenta y Litografía del Gobierno en la Escuela de Artes, 1889, pp. 155-165. [ Links ]
[45] León, Nicolás, "Adición al estudio referente al matrimonio entre los tarascos", en Anales del Museo Michoacano, [año segundo], Morelia, Imprenta y Litografía del Gobierno en la Escuela de Artes, 1889, pp. 185-186. [ Links ]
[46] León, Nicolás, "¿Cuál era el nombre gentilicio de los tarascos y el origen de este último?", en Anales del Museo Michoacano, [año primero], Morelia, Imprenta y Litografía del Gobierno en la Escuela de Artes, 1888, pp. 29-32. [ Links ]
[47] León, Nicolás, "Anomalías y mutilaciones étnicas del sistema dentario entre los tarascos pre-colombinos", en Anales del Museo Michoacano, [año tercero], Morelia, Imprenta y Litografía del Gobierno en la Escuela de Artes, 1890, pp. 168-173, más una lámina. [ Links ]
[48] León, Nicolás, Los tarascos. Notas étnicas y antropológicas comprendidas desde los tiempos precolombinos hasta los actuales colegidos de escritores antiguos y modernos, documentos inéditos y observaciones personales, México, Imprenta del Museo Nacional, 1904. [ Links ]
[49] León, Nicolás, Noticias para la historia primitiva y conquista de Michoacán. Colegidas de las obras más notables, documentos inéditos y pinturas jeroglíficas hasta hoy conocidas, México, Imprenta del Museo Nacional, 1904. [ Links ]
[50] León, Nicolás, Historia general de México: desde los tiempos prehistóricos hasta la época actual, México, Herrero Hermanos Sucesores, 1919, pp. 90-100. [ Links ]
[51] Sociedad de Literatos, Registro trimestre ó colección de memorias de historia, literatura, ciencias y artes, t. II, México, Imprenta del Águila, 1833, pp. 113-114. [ Links ]
[52] Alamán, Lucas, y Francisco Lerdo de Tejada, Noticia de la vida y escritos del reverendo padre fray Manuel de San Juan Crisóstomo, carmelita de la provincia de San Alberto de México del apellido Nájera en el siglo, México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1854; [ Links ] Valverde Téllez, Emeterio, Bibliografía filosófica mexicana, [edición facsimilar con estudio introductorio de Herón Pérez Martínez], t. II, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1989, pp. 358-366; [ Links ] Guzmán Betancourt, Ignacio, "Fray Manuel de San Juan Crisóstomo Nájera (1803-1853), primer lingüista mexicano", en Estudios de Cultura Náhuatl, núm. 20, 1990. pp. 245-259. [ Links ]
[53] Naxera, Fr. Manuel Crisóstomo, Disertación sobre la lengua otomí. Leída en latín en la Sociedad Filosófica de Filadelfia y publicada de su orden en el tomo 5 de la nueva serie de actas; traducida al castellano por su autor, individuo de varias sociedades literarias. Publícase por orden del presidente de la República, México, Imprenta del Águila, 1845. [ Links ]
[54] Cifuentes, Bárbara, "Ascendencia y racionalidad de los pueblos amerindios: dos propósitos del trabajo filosófico de Fray Manuel Crisóstomo Nájera, 1803-1853", en Estudios de Cultura Náhuatl, núm. 26, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1996, pp. 347-366. [ Links ]
[55] Véase el texto de la disertación del padre Nájera en la edición del Boletín de la Sociedad Michoacana de Geografía y Estadística, t. IV, México, Imprenta del Gobierno en Palacio, 1872, p. 165. [ Links ]
[56] Fernández de Córdoba, Joaquín, Tres impresos en lengua tarasca del siglo XIX, México, Editorial Arábigo, 1944, pp. VIII-IX. [ Links ]
[57] El Constitucionalista, [Periódico oficial del Estado de Michoacán], Morelia, 28 de junio de 1870, año III, núm. 307, p. 3. [ Links ] En la gacetilla de esta entrega se comentaba: "Gramática del idioma tarasco. Comenzamos a publicar desde este número la Gramática Tarasca que escribió el erudito religioso fray Manuel de San Juan Crisóstomo Nájera".
[58] Nájera, fray Manuel de San Juan Crisóstomo, "Gramática de la lengua tarasca, precedida de una disertación sobre el mismo idioma. Publicada según el original por Eufemio Mendoza", en Boletín de la Sociedad Michoacana de Geografía y Estadística, t. IV, México, Imprenta del Gobierno en Palacio, 1872, pp. 664-689. [ Links ]
[59] Nájera, "Gramática de la lengua tarasca", p. 670.
[60] Luna Cárdenas, Juan, Gramática analítica del idioma tarasco, México, Talleres Aztcatl, 1951, 57 pp. [ Links ]
[61] Pimentel, Francisco, "El idioma tarasco. Noticias preliminares", fray Diego Basalenque (Editor), Arte del idioma tarasco, México, Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1886, pp. III-XVII. [ Links ]
[62] Nájera, M.R.P. Fr. Manuel de San Juan Crisóstomo, Gramática de la Lengua Tarasca, [Edición fiel de su original autógrafo con una introducción biobibliográfica, notas e índices de Joaquín Fernández de Córdoba, Presidente de la Sociedad de Geografía e Historia de Michoacán y miembro de varias sociedades científicas nacionales y extranjeras], México, Libros de México, 1944. [ Links ]
[63] Pérez González, Benjamín, "La lengua purépecha", en Carlos García Mora (Coordinador), La Antropología en México. El panorama histórico, t. III, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1988, p. 237. [ Links ] El filólogo y etnólogo suizo Albert Samuel Gatschet, hijo del pastor Karl Albert Gatschet y Mary Ziegler nació en 1832 y murió en 1907. Académicamente se formó en la Universidad de Berna y en la Universidad Humboldt de Berlín. Es considerado como uno de los pioneros europeos en el estudio de las lenguas indígenas americanas. En 1868 emigró a Estados Unidos y se estableció en Nueva York. Fue miembro de la Oficina de Etnología Americana del Instituto Smithsoniano. Colaboró con numerosas revistas científicas y literarias. Hizo importantes contribuciones al estudio y difusión de las lenguas indígenas de pueblos asentados en Estados Unidos, Canadá y México. En su amplia obra americanista también destacan numerosos estudios etnológicos publicados en diversas publicaciones científicas y antropológicas. Por sus contribuciones a la etnología y la lingüística americanas, en 1892 la Universidad de Berna le otorgó el reconocimiento Doctorado Honoris Causa. Véase Mooney, James, "Albert Samuel Gatschet, 1832-1907", en American Anthropologist, 9: 3, julio-septiembre de 1907, pp. 551-570; [ Links ] Naville, René, "Un pionner de l'americanisme: Albert Samuel Gatschet, 1832-1907", en Bulletin SSA, núm. 9, 1955, pp. 14-15. [ Links ]
[64] Grasserie, Raoul de la, y Nicolas León, Langue tarasque. Grammaire. Dictionnaire. Textes traduits et anallysés, París, J. Maisonneuve, 1896, 592 pp. [ Links ] El ejemplar que hemos podido consultar se encuentra en la Biblioteca Pública Universitaria de Morelia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
[65] León, Nicolás, "Les langues indigènes du Mexique, XIX siècle. Notice bibliographique et critique", en L'Année Linguistique, [Publiée sous les auspices de la Société de Philologie], París, Libraire du C. Klincksieck, 1904, p. 262; [ Links ] Pérez González, "La lengua purépecha", p. 242; León, Nicolás, Silabario en idioma tarasco o de Michoacán, Morelia, Imprenta de Rosario Bravo, 1886, 20 pp. [ Links ]; Anales del Museo Michoacano, [año segundo], Morelia, Imprenta del Gobierno en la Escuela de Artes, 1889, pp. 139-154. [ Links ] En esta segunda edición del Silabario, el doctor León agregó nuevas notas y explicaciones más amplias acerca de la gramática, además de unas reglas para la escritura del idioma tarasco. El ejemplar que he utilizado pertenece al historiador Rodrigo Martínez, quien amablemente me facilitó una copia del impreso que un familiar le consiguió con un anticuario en Estados Unidos.
[66] Basalenque, Diego de, Arte de la lengua tarasca, [Dispuesto con nuevo estilo y claridad por el R. P. M. Fr. Diego Basalenque de la Orden de Nuestro Padre San Agustín, provincial que fue de la Provincia de Michoacán y su cronista. Sácalo a la luz el R. P. M. Fr. Nicolás de Quixas, provincial de dicha Provincia y lo dedica a la Serenísima María Santísima, Reina de los Ángeles. Con licencia, en México por Francisco Calderón, año de 1744. Reimpreso en 1886 bajo el cuidado y corrección del Dr. Antonio Peñafiel, encargado de la Dirección de Estadística, Socio de Número del Liceo Hidalgo, de la Academia de Medicina, fundador de la Sociedad de Historia Natural de la Academia Pedro Escobedo de la Sociedad Fraternidad Médica de Guadalajara, de la Sociedad de Geografía y Estadística, de la Numismática y Anticuaria de Filadelfia y de otras sociedades científicas y extranjeras], México, Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1886. [ Links ] La edición incluye una introducción, un estudio sobre el idioma tarasco por Francisco Pimentel y un estudio de comparación del tarasco con el mexicano y sus afines por Antonio Peñafiel.
[67] Gilberti, Maturino, Arte de la lengua tarasca o de Michoacán, [por el R. P. Fr. Maturino Gilberti de la Orden de San Francisco. Impreso en México en 1558. Lo reimprime por primera vez, bajo los auspicios del Sr. Secretario de Justicia e Instrucción Pública, Lic. Joaquín Baranda, el Dr. Nicolás León, Ex Director del Museo Michoacano], México, Tipografía de la Oficina Impresora del Timbre en Palacio Nacional, 1898. [ Links ] De esa edición se imprimieron 120 ejemplares, 100 en cuarto mayor y 20 en folio mayor, todos numerados. Sólo se pusieron en venta 10 ejemplares en cuarto mayor que había pedido el Sr. Herr Kart Hiersemman, librero anticuario de Leipzig, Alemania. Entre las páginas V y VI lleva una breve nota escrita por el doctor Nicolás León.
[68] Gilberti, Maturino, Diccionario de la lengua tarasca o de Michoacán, [por el R. P. Fr. Maturino Gilberti de la Orden de San Francisco. Impreso en México el año de 1559. Reimpreso bajo la dirección y cuidado del Dr. Antonio Peñafiel], México, Tipografía de la Oficina Impresora de Estampillas en Palacio Nacional, 1901. [ Links ] De esta edición sólo se imprimieron 200 ejemplares numerados. Incluye un prólogo y la descripción bibliográfica del libro por Joaquín García Icazbalceta.
[69] Gilberti, Diccionario de la lengua tarasca o de Michoacán, [reimpreso por Peñafiel], pp. I y II.
[70] Robelo, Cecilio A., Toponimia tarasco-hispano-nahua, Cuernavaca, Imprenta de José Rojas, 1902. [ Links ]
[71] Lagunas, Juan Bautista, Arte y diccionario tarascos, [por el R. P. Fr. Juan Bautista Lagunas, impreso en México el año de 1574. Los reimprime por vez primera el Dr. Nicolás León, Director Fundador del Museo Michoacano y miembro de varias sociedades científicas nacionales y extranjeras], Morelia, Imprenta y Litografía en la Escuela de Artes a cargo de J. R. Bravo, 1890. [ Links ] Incluye una semblanza de fray Juan Bautista Lagunas y una descripción bibliográfica de la obra. La edición de la obra de Bautista Lagunas, forma parte del inicio de una colección bibliográfica que el doctor León se proponía formar con el título de Biblioteca Filológica Michoacana, que no llegó a concretarse por su salida de Michoacán.
[72] Cardóniga, Carmen, Un manuscrito tarasco del siglo XVI. Atribuido al sabio e ilustre misionero Fr. Maturino Gilberti [Encontrado por el Sr. Pbro. Dr. F. Plancarte. Lo publica la señora Carmen Cardóniga viuda de Abadiano], México, Tipografía de Abadiano, 1888. [ Links ] Dicho manuscrito, de clara y legible caligrafía parece tratarse de un sermón y se compone de ocho folios escritos por ambas caras, se publicó sin ninguna nota aclaratoria al lugar en donde fue localizado por su poseedor, el padre Plancarte, ni sobre las razones que tuvo para atribuirlo a Gilberti. Hasta ahora, ha permanecido ignorado por los estudiosos de la lengua tarasca.
[73] Grasserie y León, Langue tarasque, pp. 10-17.
[74] Lumholtz, El México desconocido, t. II, p. 387.
[75] Nicolás León incluye los registros de esos impresos, sin hacer mención de su traductor. Véase León, "Les langues indigènes du Mexique", pp. 257-258.
[76] Fernández de Córdoba, Tres impresos en lengua tarasca. [ Links ] Los impresos a que se hace referencia, fueron localizados por Fernández de Córdoba en la Newberry Library de Chicago.
[77] Anales del Museo Michoacano, [año primero], Morelia, Imprenta y Litografía del Gobierno en la Escuela de Artes, 1888, pp. 179-190. [ Links ]
[78] Catecismo Guadalupano. Español y Tarasco. Para instrucción y beneficio de los indígenas michoacanos, México, Antigua imprenta de Munguía, 1891, 32 pp. [ Links ] El ejemplar de este catecismo que poseo, lo adquirí en marzo de 1980 en un puesto de libros viejos en la plaza de Polanco en la Ciudad de México. En el siglo XX se hicieron por lo menos dos ediciones del Catecismo, que no hacen alusión al autor, una en los talleres tipográficos de la Librería del Sagrado Corazón de Querétaro en 1938, de la que en 1992 la editorial Fímax-Publicistas de Morelia sacó una impresión facsimilar, para conmemorar los 500 años de la evangelización de América. Después apareció una edición facsimilar de la de 1891. Véase: Olivares R., Sebastián, Catecismo guadalupano. Español y Tarasco. Para instrucción y beneficio de los indígenas michoacanos, [prólogo de Gerardo Sánchez Díaz], Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1999. [ Links ]
[79] León, "Les langues indigènes du Mexique", pp. 257 y 264-265; Fernández de Córdoba, Tres impresos en lengua tarasca, pp. 2-4.
[80] Archivo del Museo Michoacano, legajo I, 1886-1900, f. 458, carta del presbítero Sebastián Olivares al doctor Nicolás León, director del Museo Michoacano. Las cursivas son nuestras.