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Tzintzun. Revista de estudios históricos

versión On-line ISSN 2007-963Xversión impresa ISSN 1870-719X

Tzintzun. Rev. estud. históricos  no.62 Michoacán jul./dic. 2015

 

Reseñas

 

Escalante Capri, Nora, De la luneta a la barrera. El teatro Degollado y la plaza de toros El Progreso, 1920-1940

 

Sergio Valerio Ulloa

 

Guadalajara, Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Jalisco, 2013, 300 pp.

 

Departamento de Historia, Universidad de Guadalajara.

 

Nora Escalante nos cuenta en su libro la historia de dos espacios culturales y recreativos durante el periodo de 1920 a 1940, en el que se fueron consolidando las principales instituciones que conformaron el Estado mexicano moderno en la mayor parte del siglo XX. La historia no sólo es interesante porque se trata de dos edificios emblemáticos de la sociedad tapatía del siglo pasado, sino porque fueron centros de confluencia, sociabilidad e identidad para los habitantes de Guadalajara, y para una gran parte de la población del occidente de México.

La historia se encuentra en la intersección de varios estilos narrativos historiográficos: por un lado, la historia urbana y arquitectónica, con sus calles y edificios; por otro lado, la historia social, con sus grupos, clases sociales y conflictos, y, por último, con una historia cultural, donde se analiza cómo se generan determinados productos culturales, cómo se intercambian, cómo se apropian y cómo se consumen dichos productos culturales. El propósito fundamental de esta investigación es estudiar a la sociedad tapatía en torno a los principales espacios de esparcimiento durante la tercera y cuarta década del siglo XX.

Para el público que no está familiarizado con el quehacer historiográfico, le resultará extraño que en un libro de historia se esté hablando de funciones de teatro, de corridas de toros y de otras diversiones y espectáculos; sin embargo, la historia no sólo son fechas y datos, héroes y batallas. La historia, como nos la cuenta Nora Escalante, también se ocupa de la vida cotidiana, de la cultura y de las diversiones, todo lo que los seres humanos hacen con su vida constituye un tema de estudio y por tanto de interés para los historiadores.

Este libro nos es producto de la casualidad o de una inspiración divina, espontánea y fugaz, por el contrario, es el producto de varios años de trabajo sistemático y disciplinado, robándole horas al sueño y a la familia. Esta obra que tenemos en nuestras manos sólo pudo ser el resultado de una exhaustiva búsqueda en fuentes primarias, principalmente hemerográficas, localizadas en los archivos locales, y en una extensa consulta en fuentes bibliográficas sobre el tema. De tal manera, que como investigación histórica, cumple con uno de los principales requisitos para ser creíble y convincente en su relato, pues lo que dice la autora está respaldado por la consulta, análisis e interpretación de una masa considerable de testimonios, escritos, documentales, orales y gráficos.

La lectura del libro se hace amena y ligera porque la obra está bien escrita, algo que hay que agradecer a la autora, esto se debe a que hay coherencia y concordancia en la estructura de la obra, en la integración de los capítulos y en el hilo conductor del relato histórico. Los capítulos abordan subtemas que van respondiendo a las preguntas que la autora se formula como guías para continuar la explicación y el análisis. En este texto el lector encontrará lo que se anuncia en su portada: la historia del teatro Degollado y de la plaza de toros El Progreso, las actividades que ahí se realizaban y el público que acudía durante el periodo de 1920 a 1940.

En cierta medida, los libros delatan mucho de los sentimientos del autor, de su visión del mundo y de sus posiciones políticas, ideológicas y religiosas; esto se expresa de forma clara o entre líneas, por eso la obra está inherentemente ligada a su autor. En el caso de Nora Escalante se declara sumamente arraigada a Guadalajara, con lo cual no hace otra cosa sino seguir una tradición historiográfica inaugurada por don Luis González y González que es la microhistoria. Y no es para menos, Guadalajara ha sido la ciudad más importante del occidente de México desde su fundación. Por eso la autora nos da una breve explicación en el primer capítulo del libro del desarrollo económico y social de la capital de Jalisco a fines del siglo XIX y principios del XX, cuando la ciudad experimentó un procesos de modernización que se reflejó en la construcción de obras públicas y el mejoramiento de los servicios, así como de la construcción de nuevos espacios recreativos y la regulación y modificación de la conducta ciudadana, lo cual tenía como objetivo continuar con un proceso civilizatorio, modernizador, higienista y socialmente disciplinario, que al mismo tiempo pretendía que el pueblo se divirtiera de manera ordenada y dentro de los códigos legales, morales y religiosos establecidos por el régimen y la elite decimonónica. De esta manera, señala la autora, fue posible ubicar los entretenimientos que se llevaron a cabo en diferentes plazas, jardines y avenidas, como lo fueron las audiciones musicales, los festejos patrios, las prácticas deportivas, los paseos y otras actividades recreativas.

Los edificios y espacios recreativos que Nora Escalante nos describe y analiza están ubicados en el corazón de la ciudad, que constituye el centro político, religioso, comercial y cultural no sólo de la ciudad, sino de toda la región del occidente de México; ahí confluye una gran cantidad de gente y mercancías. Este espacio urbano está cargado de un gran simbolismo, historicidad, sociabilidad, identidad y sentimentalismo local. Desde el siglo XVIII la población había sostenido un importante crecimiento demográfico, era el centro de los poderes políticos, la sede del episcopado y el principal mercado urbano, además de contar con una de las más antiguas universidades del país. Por lo mismo, sería inexplicable que a partir de la segunda mitad del siglo XIX, la ciudad de Guadalajara contara con un teatro y una plaza de toros acorde con su jerarquía e importancia.

La sociedad tapatía, como la de toda ciudad mediana o grande, es un conjunto muy amplio y abigarrado de seres humanos que habitan en unos cuantos kilómetros cuadrados; analizar a dicha sociedad no es nada sencillo, para ello se recurre a las ciencias sociales y humanas, a sus teorías y a sus conceptos. La autora trata de explicarnos cómo fue la conformación social de Guadalajara durante el periodo de estudio, los individuos, los grupos y las clases sociales que la habitaron, y que concurrían al teatro y a la plaza de toros para ver los espectáculos que ahí se ofrecían y divertirse.

El objeto de estudio no son en sí mismo los edificios ni los espacios, sino el público asistente y lo que veían: la interacción entre individuos, grupos y clases sociales dentro de estos edificios y la sociedad a la que pertenecían. Las personas que acudían al teatro Degollado o a la plaza de toros El Progreso, no se desprendían de su extracción social, cultural, religiosa o moral, al entrar a estos centros de esparcimiento, por el contrario y aunque difería un poco, la conformación social dentro del teatro y dentro de la plaza de toros eran una representación de la sociedad tapatía del momento a una micro escala.

El público tanto del Degollado como de El Progreso, nos dice la autora, era un público socialmente diferenciado y estratificado; esto estaba previamente determinado por la clase social a la que pertenecía cada individuo que acudía a estos centros de diversión. Pero no sólo eso, el precio del boleto de entrada y el lugar que ocupaba cada individuo dentro de estos lugares lo situaba en una categoría social específica. De esta manera en el teatro Degollado los individuos se clasificaban o se ubicaban según el precio de su boleto en luneta, palcos y galería, en donde las primeras dos eran propias para las clases alta y media, y la tercera para la clase baja, que en términos geométricos y visuales parecería una imagen invertida de la clasificación social, pues en esta estructura es en la única en la que los pobres de la ciudad aparecen arriba y los ricos abajo.

Por su parte, en la plaza de toros El Progreso, la división social se establece también según el precio del boleto de entrada y el lugar en que se ubica dentro del coso. Nora Escalante nos explica que la gente se clasificaba según se situaran en la zona de "sombra" o en la zona de "sol", y que a la primera asistían "las principales familias" de la ciudad, y a la segunda asistía "la gente menuda", el pueblo común y corriente que gritaba, chiflaba y decía groserías; mientras que en sombra, la gente "distinguida", "las mejores familias tapatías": eran educados, elegantes y sabían comportarse con propiedad.

En teoría y desde la perspectiva moderna y civilizatoria del Estado y de las elites, la gente debía portarse "bien", tanto en los lugares públicos como las plazas, calles y avenidas, como en los lugares que, aunque de propiedad privada, constituían espacios públicos porque eran concurridos por la gente, como teatros, restaurantes, cines y plazas de toros. Para ello las autoridades gubernamentales buscaron ordenar, reglamentar, asegurar e higienizar los espacios urbanos, y la ciudad de Guadalajara no fue la excepción. A lo largo de las dos décadas estudiadas hubo varias prohibiciones y decretos a fin de modificar costumbres y conductas arraigadas en la población, entre las cuales se encontraban algunos vicios y pasatiempos que se contraponían al nuevo proyecto de ciudad y de sociedad que se venía gestando.

Nora Escalante nos dice que la implementación de estas medidas no fue sencilla, pues además de la "natural resistencia" de algunos grupos por acatar nuevas disposiciones, hubo intereses económicos que las obstaculizaron, también en ello influyó la tibieza con la que actuaron algunos funcionarios, por lo cual ciertas leyes y reglamentos sólo quedaron en meros proyectos. Sin embargo, se lograron aplicar ciertas normas y reglamentos que permitieron modernizar y moralizar ciertas conductas, sobre todo en los espacios de diversión y entretenimiento, como lo fue en el teatro y en la plaza de toros. Según esta reglamentación, la gente debía adoptar toda una serie de normas y composturas que iban a tono con un comportamiento civilizado, respetuoso y decente, según los valores propios de la época y de la cultura de una sociedad conservadora y religiosa como la de Guadalajara. No obstante, las prácticas y comportamientos reales de algunos de los asistentes al teatro o a la plaza de toros podían distar mucho de ese comportamiento ideal establecido por los reglamentos; era entonces cuando las autoridades correspondientes les llamaban la atención, los sancionaban o los sacaban del recinto respectivo.

Durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera del siglo XX, los principales espacios de diversión pública en la ciudad de Guadalajara fueron el teatro Degollado y la plaza de toros El Progreso. Esto lleva a la autora a reflexionar sobre los conceptos de diversión, entretenimiento, esparcimiento, cultura y ocio. Conceptos que todos conocemos pero en los cuales poco nos ponemos a pensar. Un autor muy importante como Norbert Elías nos dice que el tiempo humano se puede clasificar en tiempo de trabajo y en tiempo libre, y que el tiempo de trabajo es aquel en el que forzosamente estamos dedicados a labores que, nos gusten o no, son obligatorias, pues de ellas depende nuestro sustento; mientras que el tiempo libre se pude dedicar a actividades que no están directamente relacionadas con el trabajo como el descanso, la diversión, la política, el arte, el deporte o la cultura. De aquí que la jornada diaria se divida en dos periodos, según lo establecían los griegos desde la antigüedad: el ocio y el negocio.

El ocio, para los griegos, era el tiempo realmente humano, pues era el tiempo dedicado a la creatividad, al arte, a la música, a la política, al deporte, a la diversión, al amor y al disfrute. Mientras que el negocio (no-ocio), era el tiempo dedicado a la jornada de trabajo, y para los griegos, que era una sociedad esclavista, el trabajo era propio de los esclavos. Esta relación entre ambos términos sufrió un cambio radical en la sociedad capitalista moderna, la cual puso como divisa fundamental que "el tiempo es oro" y hay que ahorrarlo y cuidarlo celosamente, todo el tiempo y todas las energías de los seres humanos, desde esta perspectiva, tienen que estar enfocadas a producir, pero no a la producción en general, sino a producir plusvalor. De esta manera, se invirtió la importancia de los conceptos: para el capitalista lo importante es el tiempo y el trabajo productivo, es el que produce dinero y ganancias, mientras que el tiempo de ocio es el tiempo desperdiciado, el tiempo que no vale nada, en pocas palabras, es "una pérdida de tiempo", despectivamente, "es pura ociosidad" y la ociosidad hay que castigarla.

No obstante, el tiempo de ocio, según las elites burguesas decimonónicas y posrevolucionarias, habría que ordenarlo y reglamentarlo para civilizar, educar y moralizar al pueblo inculto, a través de diversiones y espectáculos cultos y elevados, como en el caso del teatro Degollado, o de entretenimientos, que, aunque no sean muy cultos, como las corridas de toros, estén muy bien reglamentadas y cuidadas para que el pueblo se divierta "sana y decentemente". Según la autora, el teatro fue considerado desde mediados del siglo XVIII como un medio privilegiado para civilizar e ilustrar a la población; no obstante, las corridas de toros no fueron del agrado de los grupos gobernantes ilustrados y modernizadores, aunque las toleraron y trataron de reglamentarlas con el fin de disminuir sus prácticas poco civilizadas y bárbaras. Nora Escalante nos dice que en el siglo de las luces era el teatro y no las corridas de toros la diversión pública preferida por las autoridades, pues consideraban que estas últimas "sólo podían servir para propagar entre las clases bajas la brutalidad y la barbarie, por lo que el teatro les pareció más adecuado y eficaz para civilizar e ilustrar al pueblo.

No obstante la oposición de ilustrados y liberales, la afición por los toros y las corridas de toros se impusieron por el fuerte arraigo y el gusto que la sociedad en general tenía sobre este espectáculo. De este modo, las autoridades tuvieron que tolerarlas, además de que eran un buen ingreso a las arcas públicas por los impuestos que pagaban.

La fiesta de los toros, como la llaman comúnmente los aficionados, experimentó un proceso de modernización civilizatoria, como bien nos lo explica Nora Escalante: este proceso consistió en construir un edificio especial para dicho espectáculo, dejando de ser itinerante y efímero, una reglamentación moderna del espectáculo y una profesionalización de los principales actores, los toreros. Los opositores a este espectáculo podrán seguir diciendo que es un espectáculo bárbaro e incivilizado porque el único que muere es el toro, pero no podrán negar que tiene sus reglas, su profesionalización y que hay un gusto arraigado en una parte de la población por las corridas de toros.

Lo más interesante que nos aporta el libro de Nora Escalante es confirmar y sustentar que tanto el teatro Degollado como la plaza de toros El Progreso sirvieron para que se desarrollara una gran diversidad de espectáculos y eventos, de tal manera que no sólo se veían obras de teatro o corridas de toros, sino óperas, zarzuelas, recitales, festivales, peleas de box, lucha libre y grecorromana, concursos de belleza, eventos musicales, circenses, funciones de cine, actos políticos, convenciones, conferencias, actos gubernamentales, entre muchos otros espectáculos. Todo podía caber dentro del amplio y superficial concepto de "cultura" que tenían las autoridades y administradores de estos centros, donde confluían "gentes de cien mil raleas".

El desarrollo posterior de la historia de estos dos edificios resultaron opuestas y contradictorias, mientras que el teatro Degollado ganó un lugar privilegiado tanto por parte de las autoridades como de la sociedad tapatía, el edificio quedó en el centro de las plazas más importantes de la ciudad y se constituyó en un emblema de identidad imprescindible de los tapatíos. La plaza de toros El Progreso, de forma irónica, en 1979 sufrió una puñalada trapera y fue una víctima más de un proyecto modernizador por parte del gobierno del estado de Jalisco, el gobierno municipal y las elites políticas, económicas y religiosas de la ciudad.

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