A menudo hallamos esos puntos confusos porque se trata de la historia de una frontera en la que ha habido una guerra casi permanente de siglos, y es difícil reunir toda la documentación referente a los innumerables combates que se dan en las fronteras.1
En esta aportación se pretende demostrar las variedades de estrategias geopolíticas y militares empleadas por los súbitos españoles a lo largo del periodo colonial en una subregión del Gran Caribe, es decir, el golfo de Honduras. Al hablar de esta última área, se le considera como un espacio geográfico limitado por las partes continentales que se extienden desde el cabo Catoche (Yucatán) hasta el golfo Dulce (actual Guatemala) y desde este lugar sigue toda la costa de Honduras hasta el cabo Gracias a Dios (actual Nicaragua). Otro límite de la región lo marcan las islas de las Antillas Mayores: Cuba y Jamaica. Cabe señalar que en este estudio también se incluye la costa de los Mosquitos por su carácter histórico conectado con la lucha contra los españoles y las alianzas con los ingleses.2
Es importante subrayar que en esta zona encontramos diferentes grupos étnicos, donde tenemos la gente nativa (mayas), pero sobre todo los establecimientos foráneos donde podemos observar la descendencia española (criollos), mestiza, afro-caribeña (Garífuna en Guatemala, Cuba y Jamaica) y zambos-mosquitos (Nicaragua). En el caso de criollos y mestizos, su presencia se debe a la colonización hispana a partir de la segunda década del siglo XVI, lo que a su vez implicó el mestizaje con los indígenas, ya que según palabras del famoso bucanero Alexandre Exquemelin, “los españoles se agradan más del sexo femenino indio o negro en aquellas partes [se refiere a las Indias] que de las propias y semejantes”.3
En cambio las regiones y países con la predominación de etnia africana, tienen su raíz en el comercio de esclavos que en la región se hizo efectivo a partir de las últimas décadas del siglo XVII, cuando los ingleses tomaron el control sobre Jamaica, la isla, que junto con Barbados, se convirtió en el almacén de esclavos negros, quienes se necesitaban para el trabajo en plantaciones de las Antillas Mayores y Menores, pero también su labor se solicitaba en otros partes del Golfo-Caribe, como fue el caso del río Walis.
Esta diversificación tanto de control político-territorial como étnica, se debió en gran medida al descuido que se había dado en las costas del actual Caribe mexicano y centroamericano. Los lugares del clima insalubre, pocas riquezas en metálico y en múltiples ocasiones afectados por los desacuerdos legislativos (caso de Jamaica y la provincia de Honduras), llevaron al golfo de Honduras al margen de la jurisdicción española luego de su descubrimiento y su colonización.
Cabe mencionar que la base del presente artículo forma la vasta revisión de la historiografía regional, además las investigaciones que se realizaron en el Archivo General de la Nación de México y en el Archivo General de Centroamérica en Guatemala. Con los resultados de este estudio se pretende aumentar el conocimiento sobre los principales factores geopolíticos, militares y administrativos, que influyeron en la formación histórica de lo que hoy es la región del golfo de Honduras.
Por la muerte o la gloria, exploración y conquista española en el golfo de Honduras
La primera mención europea sobre la región se debe al cuarto viaje de Cristóbal Colón (1502-1503), donde el almirante al abandonar Jamaica, primero navegó a Cuba, para finalmente dar un giro al suroeste y después de varios días de jornada marítima se encontrara con las islas de Guanajas4 (frente al puerto de Trujillo, Honduras), donde por primera vez entró en contacto con la gente nativa de la región al toparse con una canoa maya. El genovés siguió su cabotaje, llegando al cabo de Gracias a Dios y después a Veragua y Portobelo.5
En marzo de 1508, el rey Fernando el Católico convocó en Burgos una junta en la cual participaron el obispo Fonseca, Américo Vespucio, Vicente Yáñez Pinzón y Juan Díaz de Solís, en ella se discutió el futuro de las Indias. Además se tomó la decisión de enviar una expedición al norte de Veragua, con el fin de encontrar el paso hacia occidente. El mando de la empresa se otorgó a Juan Díaz de Solís, en cuestiones marítimas, y a Vicente Yáñez Pinzón, en caso de la toma de las posesiones terrestres. El piloto principal de la expedición fue Pedro de Ledesma, personaje que navegó con Colón durante su cuarto viaje.
El 29 de junio de 1508, los buques “Magdalena” e “Isabelita” consignados a través de la Casa de Contratación, salieron de España rumbo a las Indias. Después de más de un mes de travesía atlántica llegaron a Santo Domingo, de allí continuaron su navegación hacia Cuba y Jamaica para después dirigirse al cabo de Gracias a Dios, donde prolongaron su viaje hacia el norte, llegando a las Higueras6 y al golfo Dulce. Sin embargo no encontraron el paso hacia occidente y decidieron suspender la exploración. Probablemente, la expedición se dirigió hacia noreste, costeando la parte suroriental de la península de Yucatán.7
Antes de la exploración de los actuales territorios yucateco y centro-americano que comenzó en la segunda década del siglo XVI, aconteció un suceso que marcó la historia de la conquista española en el Nuevo Mundo. Se trata de los náufragos de una embarcación enviada en 1511 por Vasco Núñez de Balboa, de Santa María la Antigua de Darién (el golfo de Urabá, actual Colombia) a Santo Domingo, dirigida por Juan de Valdivia. La nave por su infortunio naufragó en los bajos Víboras, cerca de Jamaica. Los sobrevivientes en una chalupa llegaron a las costas de Yucatán donde fueron capturados por los mayas. Entre los cautivos se encontraron Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero.8 El primero sirvió de intérprete en la lengua maya y participó en la conquista de México y el segundo se convirtió en el héroe del mestizaje adoptando la vida de los indígenas.
Seis años después aparece en la costa maya del Caribe una expedición española dirigida por Francisco Hernández de Córdoba financiada en parte por el gobernador de Cuba, Diego Velázquez de Cuellar, quien según palabras de Bernal Díaz del Castillo “envió [a Hernández de Córdoba] a las islas de los Guanajes a cautivar indios por fuerza, para servirse de ellos como esclavos”.9 Con ello, en febrero de 1517 salió de La Habana una escuadra de tres buques con 110 soldados y marineros hacia occidente. Sin embargo por causa de un temporal, la armada se desvió de su ruta y se encontró con una nueva tierra, la parte nororiental de Yucatán. Del cabo Catoche, donde por primera vez se encontraron con la oposición indígena, los barcos españoles siguieron su cabotaje hacia el noroccidente de la península llegando hasta Potonchan (actual Champotón), lugar donde la fuerza de Hernández de Córdoba se enfrentó nuevamente con un ejército maya. Después de una feroz escaramuza, donde cayeron muertos algunos y otros salieron con varios flechazos, el comandante hispano decidió regresar a Cuba.10
Las noticias que trajo consigo Francisco Hernández de Córdoba sobre nuevas tierras y posibles riquezas, animaron a Diego Velázquez a enviar una nueva expedición, ahora bajo el mando de Juan de Grijalva (1518). Según Carlos Macías Richard, la nueva expedición se produjo en un tiempo relativamente corto debido a la gran esperanza de encontrar oro en la tierra apenas descubierta. Por otro lado, también tomaron importancia los intereses propios del gobernador, quien deseaba sacar mayor provecho de nuevas tierras, para cumplir con sus ambiciones. Así, una vez más, el objetivo principal de la expedición se enfocó en la obtención de mayor rescate de metales preciosos, y secundariamente en la colonización de Yucatán. Después de esta segunda expedición, la cual aportó alguna ganancia de oro, en 1519 el enérgico gobernador de Cuba envió una nueva armada compuesta de 11 navíos con el fin de colonizar nuevos territorios. El privilegio de dirigirla cayó en las manos de Hernán Cortés, quien durante los próximos dos años se ocupó de la conquista del imperio mexica.11
Retornando el contexto del actual Caribe centroamericano, en marzo de 1524, Gil González Dávila, apenas dos años después de su exitosa expedición por la costa del océano Pacífico al lago de Nicaragua y recepción de un gran “rescate de oro” equivalente a unos 90,000 pesos (el botín que quiso arrebatarle Pedrarias Dávila12), arribó a las costas del golfo de Honduras, así continuando su afán de explorar dicho espacio marítimo. Cuando tocó la tierra, fundó la villa llamada Puerto Caballos, nombre que puso debido a la pérdida de uno de sus animales (actualmente Puerto Cortés, Honduras). Sin embargo, no se quedó mucho tiempo en ese poblado y prosiguió su navegación para llegar al golfo Dulce donde fundó otro asentamiento, San Gil de Buena Vista. Desde aquel poblado comenzó su exploración hacia el interior, estableciendo amistad con un pueblo indígena Nito, de suma importancia en el tráfico mercantil mesoamericano.
Hernán Cortés cuando se enteró de los sucesos de González Dávila, tomó la iniciativa en la “carrera” por el poder sobre el golfo de Honduras. Con ello, a finales de 1523 terminaron los preparativos para dos grandes expediciones de la conquista de ese territorio. Por tierra se envió un contingente dirigido por el capitán Pedro de Alvarado y por el mar, una escuadra naval bajo el mando del capitán Cristóbal de Olid, quien primero arribó a Cuba donde se encontró con don Diego Velázquez. El gobernador cubano le convenció que traicionara al conquistador mexicano y emprendiera la conquista de Honduras en su nombre. En mayo de 1524, el capitán rebelde, tocó la tierra entre el golfo Dulce y las islas Guanajas, donde fundó el poblado Triunfo de la Cruz y entabló amistad con un pueblo indígena Naco.13
El conquistador de Tenochtitlán al enterarse de la traición, mandó a finales de 1524 una nueva expedición naval dirigida por Francisco de las Casas para que castigara al desertor. Al mismo tiempo desde Panamá tomó la iniciativa de conquistar actuales territorios de Nicaragua y Honduras, Pedrarias Dávila. En junio del mismo año organizó una expedición capitaneada por Francisco Hernández de Córdoba (homogéneo al explorador de Yucatán), Gabriel de Rojas y Hernando de Soto, quienes recibieron órdenes de establecerse en el territorio nicaragüense y de perseguir a Gil González Dávila. De hecho, Hernando de Soto realizó el viaje al norte del actual Caribe centroamericano donde se encontró con la gente de González Dávila y Cristóbal de Olid. Durante los primeros meses de 1525 la situación de empate se mantenía en la zona; sin embargo, la llegada de Francisco de las Casas inluyó en los cambios de las alianzas y en la suerte de los enfrentamientos entre los diferentes grupos de exploradores y conquistadores. Así González Dávila decidió unirse al bando cortesano, que pronto se enfrentó con la hueste de Olid. Éste último ganó el enfrentamiento y se denominó como gobernador de las Higueras ya que había muerto Diego Velázquez. Sin embargo, los capitanes fieles a Cortés ganaron la simpatía entre varios soldados y durante una rebelión fueron liberados. En esa revuelta perdió la vida de Olid. Mientras tanto Hernán Cortés, no teniendo noticias del capitán de las Casas tomó una decisión crucial, abandonar Tenochtitlán y al mando de una gran expedición se dirigió a las Higueras. Llevó consigo 3,000 hombres, tanto españoles como tlaxcaltecos y aztecas. Entre ésos últimos se encontraron los principales caciques del recién conquistado imperio mexica, quienes nunca volvieron a ver su tierra natal. En Honduras, el conquistador de Tenochtitlán comenzó a organizar la provincia, repartiendo indios y buscando riquezas. Sin embargo, no terminó su labor debido a las noticias que llegaron de la ciudad de México, donde se le había considerado muerto.14
Antes de su regreso, Cortés nombró a Hernando de Saavedra como gobernador de Honduras y dejó instrucciones de dar buen trato a los indígenas. El 26 de octubre de 1526, Diego López de Salcedo fue nombrado por la Corona, el nuevo gobernador de la provincia ya que Saavedra tuvo que abandonar su puesto debido al maltrato de indios y al estallido de una rebelión contra españoles de Puerto Caballos. La siguiente década estuvo marcada por las ambiciones personales de los gobernantes y los conquistadores, obstruyendo la organización administrativa. Con la muerte de Salcedo en 1530, los españoles se convirtieron en árbitros del poder, lo que causó una anarquía en la región. Ante esa situación, algunos colonos solicitaron a Pedro de Alvarado que pusiera fin a esa situación. El adelantado de Guatemala lo consiguió mediante el acuerdo con Francisco de Montejo, quien cedió la gobernación de la provincia de Honduras a cambio de recompensaciones territoriales en Chiapas.15
La conquista y los asentamientos hispanos en la península de Yucatán, siglo XVI
En la época de la exploración española de las costas del golfo de Honduras también se buscó penetrar la península de Yucatán. No obstante, hasta 1527 los marineros utilizaban solamente dos puntos de referencia náutica en dicha tierra, es decir la bahía de Ascensión y el golfo Dulce, dejando un gran espacio marítimo que actualmente ocupa una parte del estado de Quintana Roo y Belice sin descripciones. Esto cambió con las expediciones de conquista llevadas a cabo por Francisco de Montejo y Alonso de Ávila, quienes en septiembre de 1527 llegaron a Cozumel, después siguieron su travesía hacia el suroccidente para anclar en la pequeña bahía de Xelha cerca de un pueblo amurallado llamado Zama (actual Tulum). En este lugar decidieron establecer la primera villa española, la cual nombraron Salamanca de Xelha. No obstante, en esa localidad no perduraron mucho y en poco tiempo la abandonaron debido a la miseria y fatiga que sufrieron los colonos de Montejo durante esa primera exploración de Yucatán.16
La decisión de despoblar ese asentamiento no desanimó al adelantado, quien decidió dividir su gente en dos grupos para seguir su misión. El primer destacamento se embarcó a los dos naos que tenía y los hombres restantes continuaron la exploración por la tierra, rumbo al suroccidente. En vanguardia salió una pequeña carabela con 10 soldados de confianza quienes recibieron órdenes de penetrar desembocaduras, bahías, caletas e islas del Yucatán meridional. Los españoles avanzaron alrededor de 80 leguas, tocando una provincia llamada Uaymil. El escuadrón marítimo llegó a una gran bahía donde los hispanos bajaron un batel y arribaron a la costa cerca del puerto llamado Chitemal (actual Chetumal). En aquel lugar tomaron cuatro indios, quienes informaron a Montejo que en dicho pueblo vivía uno parecido a ellos, es decir Gonzalo Guerrero. Los problemas de comunicación que surgieron entre la fuerza terrestre y la naval, la falta de provisiones y la aversión por parte de los mayas influyeron para que ese segundo intento de poblar la parte sur de Yucatán también fracasara.17
Sin embargo, esas frustraciones no rompieron con el carácter pertinaz de Montejo, quien en el año de 1531 despachó una nueva expedición para que tomara el control sobre esa parte de la península. El adelantado de Yucatán encomendó el mando de la empresa a su fiel amigo Alonso de Ávila, quien con 65 soldados salió de Campeche para atravesar todo el territorio maya y llegar nuevamente a la bahía de Chetumal. En mayo de 1531 los españoles arribaron a su destino donde fundaron la villa Real de Chetumal. En esa localidad permanecieron apenas un año, ya que debido a las hostilidades de los pueblos indígenas, tuvieron que abandonar una vez más la región. Cabe decir que Alonso de Ávila, rodeado por los enemigos, quienes fueron liderados por Gonzalo Guerrero, decidió tomar la retirada por el único camino libre, el mar. En 32 canoas se embarcaron 40 soldados españoles, 15 cautivos indígenas y cinco caballos para emprender su épico viaje a Honduras. Al abandonar la bahía de Chetumal, la expedición se dirigió hacia Trujillo adonde llegó después de siete meses de navegación de cabotaje, durante la cual se realizó el reconocimiento de arrecifes, islas y ríos de Sibun, Walis, Dulce y Ulúa. Cuando finalmente el capitán de Ávila llegó a su destino, encontró la villa en completa anarquía, por eso decidió enviar un informe al rey donde describió con detalles la situación del poblado. Sus noticias influyeron en la decisión del monarca para otorgar la gobernación de Honduras a Montejo, quien arribó a ese puerto en 1536.18
Es importante mencionar que la parte caribeña de la península de Yucatán en realidad hasta bien entrado el siglo XVII fue un territorio donde no se establecieron muchas villas españolas. La ciudad más cercana a esa costa fue Valladolid, unas cuantas misiones religiosas y el último reducto español antes de entrar a Petén, Salamanca de Bacalar. Este poblado fue fundado en 1544 por Melchor Pacheco en la orilla de la gran bahía de Chetumal. No obstante, desde el primer momento llegaban a las autoridades metropolitanas las quejas sobre las malas condiciones del lugar, el clima insalubre y el aislamiento con otras regiones. La escaza comunicación con las demás partes de la Capitanía General de Yucatán se debió a malos caminos que vinculaban a Bacalar con el resto de la provincia, donde muchos de ellos permanecían intransitable a lo largo del año. Asimismo, los peligrosos bajos y arrecifes que se encontraban en la entrada a la bahía de Chetumal, también limitaban la comunicación marítima con la Capitanía. Es interesante destacar que, aunque la permanencia española en Bacalar era complicada y jamás se consiguió establecer un poblado próspero, las autoridades no cesaron los intentos de someter a los mayas de “la montaña” bajo su poder. Creían que convirtiendo a Bacalar en un buen reducto administrativo-militar se podría reacomodar a todos los indígenas dispersos por la zona y de esta manera lograr pacificar a los itzáes, los indios bravos del área maya. Lo que a su vez les permitiría organizar una ruta comercial al Reino de Guatemala, favoreciendo a toda la provincia de Yucatán.19
Las palabras de Sergio Quesada describen muy bien la situación de esta parte de la Capitanía, donde “aunque la Corona reconoció que con la fundación de los primeros tres emplazamientos [Campeche, Mérida y Valladolid] la conquista de Yucatán era un hecho consumado, lo cierto es que el dominio hispano quedó suscrito únicamente al norte y noreste peninsular, pues en el sur y en la mayor parte del oriente el control únicamente fue nominal”.20 Esa situación permitió que a partir de 1637 en la región suroriental de la provincia, aparecieran los primeros europeos no hispanos, es decir, un grupo de náufragos ingleses quienes se salvaron de un buque que encalló en el arrecife que resguarda la entrada a la bahía de Chetumal.21 A partir de este momento comenzó la continua penetración extranjera con el fin de extraer maderas preciosas y tintóreas de espesa selva que cubría la región. La cada vez más frecuente presencia no hispana en el área de los ríos Walis, Nuevo y Hondo, obligó a las autoridades españolas a rehabilitar y a fortalecer esta frontera imperial a lo largo del siglo XVIII.
De los piratas y corsarios en el golfo de Honduras
Cabe señalar que todavía antes de fundar los primeros establecimientos no hispanos en el golfo de Honduras, los extranjeros marcaron su presencia en la región mediante pillajes piráticos que comenzaron a efectuarse a partir de la década de 1550. La primera mención sobre un asalto a Trujillo proviene de julio de 1558, donde 200 piratas franceses desembarcaron de dos naves y atacaron la villa. Tras la rapiña, consiguieron alrededor de 100,000 pesos de a ocho reales y al zarpar del puerto lo quemaron. Cuando la información sobre la agresión llegó a la Real Audiencia de Guatemala, se acordó fortalecer las defensas de Trujillo y Puerto Caballos, para asegurar estos principales puertos de la Capitanía. Por su parte, el 25 de marzo de 1561, Felipe II ordenó al Alcalde Mayor de la Provincia de Honduras, Juan Vázquez de Coronado, que tomase medidas frente al peligro de la piratería en su jurisdicción.22
Los piratas y corsarios al reconocer las pocas defensas de las costas hondureñas, con frecuencia se presentaban en ellas para capturar algún barco que transcurría la ruta entre las Indias y la metrópoli o saquear los poblados españoles. En 1598 Guillermo Parker, asaltó Puerto Caballos donde robó una gran cantidad de productos americanos: oro, tinta de añil, zarzaparrilla, cacao, cueros, liquidámbar, vainilla y otras especies que estaban preparadas para ser enviadas a España.23 Cabe decir que los ataques a los puertos y buques españoles en la región del golfo de Honduras se fortalecieron con la guerra de los Treinta Años (1618-1648) en la cual España se involucró a partir de 1621 y tuvo que enfrentarse contra los feroces corsarios holandeses, quienes ubicaron su área de operaciones e interceptaciones entre la costa caribeña del Reino de Guatemala, el suroccidente de Yucatán y Cuba. En varias ocasiones capturaron la Flotilla de Honduras de la cual obtuvieron buenos botines en metales preciosos y otras materias primas. Los más famosos ataques a dicha escuadra la realizaron Schouten en 1624, Lucifer en 1627 y Booneter en 1630.24
Trujillo fue nuevamente incendiada y devastada en 1633 por una fuerza de piratas holandeses. A partir de esta fecha el puerto entró en una etapa de declive y abandono que perduró hasta la segunda mitad del siglo XVIII. Sin embargo, y a pesar de la decadencia, en julio de 1643 fue atacado por Guillermo Jackson, quien arribó con 16 barcos y 1,500 hombres bajo su mando, en su mayoría colonos puritanos de Virginia. El pirata tomó la ciudad sin gran esfuerzo, apoderándose también de las islas Guanajas. Este suceso finalmente convenció a los 150 españoles de abandonar la villa.25
Es interesante indicar que los piratas en el siglo XVII también acudían a la región entre el cabo de Gracias a Dios y el río de San Juan para descansar, reparar y avituallar sus buques. El primero que lo hizo fue el holandés llamado Bleeveldt o Blauveldt, quien en 1602 escogió una bahía (llamada actualmente Bluefields) como un punto estratégico para sus operaciones piráticas. Desde 1633, la ensenada comenzó a poblarse con protestantes y, a partir de 1666, ya dependió de la gobernación inglesa de Jamaica. Como consecuencia de estos acontecimientos, en la segunda mitad del siglo XVII los españoles construyeron el castillo de la Inmaculada Concepción, ubicado cerca de la desembocadura del río de San Juan. La edificación se levantó sobre las ruinas de una antigua fortaleza de la época de Felipe II para impedir las incursiones de los piratas que subían por el río buscando acceder al lago Cocibolca y atacar desde ahí la ciudad de Granada. Además, en la ciudad de San Carlos se levantó otro fuerte de piedra y madera, que aunque fue saqueado por los piratas en 1670, servía comúnmente para prestar apoyo al presidio del castillo de la Inmaculada Concepción.26
En las costas caribeñas de la Capitanía, se solicitaba cada vez con más frecuente la construcción de las vigías que cumplían con las funciones de observar el mar, así como de alarmar a tiempo las poblaciones españolas sobre cualquier peligro. Cabe mencionar que en 1665 el gobernador español don Juan de Obregón solicitó al rey, la construcción de dos torres para la defensa de la costa caribeña de Costa Rica. Según su informe en esos lugares constantemente desembarcaban corsarios, quienes deseaban saquear la provincia. En el año siguiente una compañía de entre 600 y 700 bucaneros dirigidos por Eduard Mansvelt, Henry Morgan y Jean Le Maire, se apoderó de la región de Matina. En 1676, se realizó otra gran invasión de 800 bucaneros, quienes cayeron en esta provincia, con el fin de asegurar el paso entre el Caribe y el Pacifico, para incursionar desde allá hacia Panamá, Perú y Acapulco. Sin embargo, en esa ocasión las vigías levantaron la alerta que pronto llegó a Cartago. Allí el gobernador don Juan Francisco Sáenz juntó 500 hombres de armas y 200 indios lecheros, para hacer frente a los piratas. En tres días se dio una escaramuza en el lugar llamado la barra Honda, durante la cual los invasores perdieron dejando más de 200 muertos en el campo.27
Finalmente cabe señalar la acción de El Olonés, quien en 1667 salió de la isla Española con una lota de seis barcos y alrededor de 700 hombres. Pasó a Cuba, donde apresó pescadores y después se dirigió a Puerto Cabello (actual Venezuela) donde se apoderó de un gran buque fondeado en la rada del puerto y también atacó la ciudad. De regreso, el bucanero francés se encontró con una escuadra española. Sin embargo, no entró en combate, sólo decidió escapar hacia el cabo Gracias a Dios para después seguir al golfo de Honduras. Los piratas por falta de alimento comenzaron a asaltar y saquear los poblados indios a lo largo de la bahía, sembrando el terror y pánico entre los habitantes debido a su crueldad. La inseguridad de las costas del Reino de Guatemala, hizo pensar al pirata francés que quizás fuera posible invadir la capital de la Capitanía; sin embargo, parte de su tripulación le abandonó y volvió a La Tortuga (actual Haití).28
En el caso de la península de Yucatán, las primeras menciones sobre los piratas provienen de 1559, cuando los corsarios franceses luteranos desembarcaron en la villa de Campeche sorprendiendo por completo a su población. Además de saquear el puerto, secuestraron a algunos vecinos importantes para recibir el rescate. Una vez obtenido el botín abandonaron el puerto. En 1562, nuevamente los pobladores fueron atacados por franceses, en esta ocasión, robaron todo el ganado y el palo de tinte que se encontraba en el muelle. Según Antonio García de León, “la creciente actividad de los corsarios franceses e ingleses en la segunda mitad del siglo XVI en las Indias relejaba el contexto de enfrentamientos que sucedían en el Viejo Mundo”.29 En esta dinámica se situaron los ataques a los puertos de Veracruz y Campeche, así como las rapiñas ocasionales contra otros puertos menores como: Alvarado, Villahermosa y Champotón. Asimismo, el historiador subraya que la batalla de San Juan de Ulúa, un enfrentamiento naval de septiembre de 1568, entre las lotas de Francisco Luján y John Hawkins, es uno de los mejores ejemplos de las amenazas que se cernían sobre los virreinatos, en este caso sobre Nueva España. Ello tiene que ver precisamente con las actividades del corso oficial enemigo, que fue común en el siglo XVI. Este proceso creó una imagen en la cual corsarios se asociaban a un enemigo infiel, en ese caso protestante.
La cuestión de la defensa de la fe católica era una de las reglas fundamentales para los españoles tanto peninsulares como americanos. Vale la pena presentar un interesante caso de los corsarios franceses, quienes actuaron entre 1570 y 1571 en las aguas yucatecas bajo el mando del capitán Pierre Chultot. Los intrusos fueron capturados por los españoles cuando se abastecían de agua y comida. De los diez presos, cuatro fueron ahorcados en Mérida y los seis restantes fueron hechos esclavos hasta cuando, en noviembre de 1571 los reclamó el Tribunal de la Inquisición de México. El Fiscal del Santo Oficio, don Antonio Fernández de Bonilla, escribió así a las autoridades yucatecas:
[…] que en este Santo Oficio hay información que un navío de franceses anduvo en días pasados, por el mes de mayo de este presente año de 1571, por la costa de Yucatán, robando y quemando los navíos que topaban de cristianos, y saltando en tierra en la isla de Cozumel y otras partes, robaron y profanaron los templos, quebrantando las imágenes, diciendo, teniendo y creyendo con dichos y hechos pública y escandalosamente la secta de Martín Lutero y sus secuaces, y alabándolo, comiendo carne en viernes y persuadiendo a los indios que la comiesen, diciendo injurias de Su Santidad y del Rey nuestro señor […].30
Tres de estos piratas, Nicolás de Siles (maestre del buque), Pierre Sanfroy y Guillermo Cocrel (marineros) fueron condenados a las galeras después de recibir 200 azotes cada uno.31 Cabe decir que desde esta primera noticia de los extranjeros en Cozumel, la isla se convirtió en un hogar para los piratas franceses e ingleses que según fray Diego López de Cogolludo, siguieron allá todavía en la primera década del siglo XVII, atacando los buques y asaltando los pueblos indios entre el río Lagartos, Cabo Catoche y Cozumel.32
Retornando el juicio de Santo Oficio que se dio a los franceses, se puede decir que fue una advertencia para los intrusos extranjeros quienes, sin embargo, no hicieron caso de ella y los asaltos y saqueo continuaron tanto en la tierra como en el mar. La mayoría de los ataques se enfocaban en el golfo de Honduras y en la zona de Campeche; no obstante, en la costa suroriental de Yucatán, la cual era la peor vigilancia por las autoridades coloniales, se permitió que se establecieran mayas rebeldes, piratas, esclavos fugitivos y en la bahía de Chetumal, cortadores de palo de tinte.33
Igual como en el caso del golfo hondureño, los ataques piráticos a Bacalar se intensificaron a partir de la guerra de los Treinta Años. Así, en 1642 la villa sufrió un saqueo de parte de Diego de los Reyes “El Mulato”, quien vació cada una de las casas y la iglesia. Seis años más tarde se efectuó otra invasión a la villa llevada a cabo por el corsario “Abraham”, quien mató a varios vecinos. Para su persecución se organizó una expedición compuesta por españoles y mayas bajo el mando del capitán Bartolomé Palomino, quien logró rescatar a los vecinos secuestrados y expulsó al pirata de la región. Todavía en 1652, un corsario llamado “Tomás” invadió nuevamente Bacalar.34 Estas devastadoras agresiones piráticas, así como las duras condiciones de la vida influyeron en la decisión que tomaron los españoles de abandonar el poblado y trasladarse a Chichanhá.
La rivalidad colonial en el Yucatán suroriental, siglo XVIII
Con el cambio dinástico en España que se dio en 1700, la nueva casa de los Borbones decidió fortalecer el poderío hispano sobre todo en las zonas fronterizas de la península de Yucatán y el Reino de Guatemala. Con ello, entre 1701 y 1717 se realizó la “limpieza” de la laguna de Términos de los cortadores madereros extranjeros, así terminando con su negocio de palo de tinte en el Golfo de México. Al asegurar la costa de Sotavento, el virrey novohispano, el capitán general de Guatemala y el gobernador de Yucatán, enfocaron su atención en la bahía de Chetumal donde florecía la extracción de maderas tintóreas y preciosas por los ingleses.
Así, entre 1722 y 1733, se realizaron varias expediciones militares. La primera tuvo lugar en agosto de 1722, cuando, en dos piraguas armadas, el capitán campechano Esteban de la Barca subió por el río Walis y apresó una fragata con 36 ingleses y ocho negros cargada de palo de tinte. Al mismo tiempo fueron quemados dos ranchos de los cortadores. Cuando las noticias del acontecimiento llegaron al gobernador de Yucatán, éste se animó para proseguir la lucha contra los ingleses en la zona suroriental de la península. Mandó nuevamente al capitán de la Barca, ahora con una goleta, una piragua y 40 hombres. Durante la travesía desde Campeche hasta la bahía de Chetumal la escuadrilla apresó varias embarcaciones inglesas cargadas con palo de tinte. Al llegar a la desembocadura del río Walis quemó diversas rancherías británicas, en las cuales tomó presos y mercancías.35
En los años siguientes sólo se organizó una expedición más bajo el mando del capitán Nicolás Rodríguez. El 24 de abril de 1724, los españoles entraron en la desembocadura del Walis encontrando siete embarcaciones, entre ellas un buque de guerra, el HMS Spencer, comandado por el capitán Yellberton Peyton, quien tras intercambio de las cartas oficiales con el jefe español, ganó el tiempo necesario para agrupar a los británicos y retirarse con ellos a Jamaica. Finalmente, el día 29 Rodríguez se apoderó de los barcos, ranchos y bastimentos abandonados y ordenó quemar todo lo que se encontrara hasta 14 leguas tierra adentro.36
El modelo de combate a través de excursiones era eficaz, pero sólo al corto plazo, pues poco tiempo después los ingleses regresaban y restablecían sus poblados provisionales, lo que obligaba a los hispanos a preparar nuevas campañas. Un personaje que se enfocó con particular vigor en la lucha contra los británicos en Walis, fue el gobernador de Yucatán don Antonio Figueroa y Silva, quien entre 1727 y 1733 realizó cuatro expediciones bélicas en el área. La primera partió de Mérida en la primavera de 1727 y llegó a la antigua villa de Salamanca de Bacalar, abandonada casi por 80 años. Allí el gobernador decidió establecer una guarnición fija y restituir el poblado, utilizando para ello a colonos españoles provenientes de las Canarias, quienes junto con los indios a partir de 1729, empezaron a construir el fuerte de San Felipe como protección de la Villa y el punto estratégico para emprender futuras expediciones contra los cortadores de palo de tinte en Walis. Ese acontecimiento provocó una movilización de las fuerzas inglesas para atacar y desanimar los desafíos españoles. En poco tiempo reunieron las piraguas y embarcaciones pequeñas para realizar, junto con sus aliados zambos-mosquitos, una expedición hacia Valladolid, desembarcando en la bahía de Ascensión. Los invasores sorprendieron y saquearon los pueblos de Chunchuhub y Telá. Asimismo, amenazaron Tihosuco —último pueblo importante en la región del Oriente peninsular— pero se retiraron al oír rumores de que los españoles preparaban el contraataque. El gobernador Figueroa les alcanzó en Telá, donde les dio batalla e hizo que los británicos perdieran varios hombres y se retiraran a Walis. Para la tercera expedición, agosto de 1729, el gobernador reunió 700 hombres y mujeres, además de embarcaciones menores en Campeche. Durante esta campaña se reforzó el poblado de Bacalar. El sobrino del gobernador, Alonso de Figueroa, en cinco piraguas y un bongo recorrió los ríos Hondo y Nuevo donde se enfrentó varias veces con los ingleses que vivían en ranchos. Quemó 171 pilas de palo de Campeche y 45 embarcaciones pequeñas. La última empresa se realizó en 1733, cuando don Antonio Figueroa montó una expedición compuesta por más de 250 soldados que entraron en combate contra los británicos y lograron arrojarles de la región.37
Es incuestionable que los esfuerzos realizados por Antonio Figueroa contra los ingleses de Walis permitieron establecer puntos de vigilancia en la costa oriental peninsular, con su centro en Bacalar y obstaculizar el movimiento de los británicos en la zona. Sin embargo, los españoles no lograron detener por completo su presencia como sí lo pudieron hacer en la laguna de Términos. A partir de la muerte del gobernador, durante su regreso de la última expedición en Walis (1733), las campañas bélicas contra los ingleses cedieron en fuerza y se limitaron a pequeñas excursiones desde Bacalar.
Cabe decir que los británicos y sus aliados zambos-mosquitos no se quedaron atrás y en varias ocasiones realizaron contraataques al presidio de Bacalar y sus alrededores. Un primer intento se hizo en 1738, cuando una compañía se presentó en la bahía de Chetumal para tomar la villa. Los ingleses no mencionaron a sus aliados que había una fortaleza abaluartada y cuando estos lo supieron, decidieron abandonar la expedición. Con ello la campaña se frustró. La segunda invasión ocurrió dos años más tarde cuando los enemigos de España atacaron nuevamente el pueblo de Telá, del cual fueron rechazados con grandes bajas. En 1751 un contingente británico sorprendió y quemó la vigía de San Antonio en la bahía de Chetumal. Los anglosajones intentaron hacer lo mismo en 1753, pero fueron rechazados por el destacamento español. Finalmente, un año después se realizó otro ataque contra la villa, donde los invasores inclusive lograron acercarse a Bacalar, pero no lograron su objetivo y se retiraron frente a la movilización de la guarnición y los vecinos.38
A pesar de las expediciones militares los británicos no pudieron establecerse en el Walis hasta la firma del Tratado de París en 1763, donde la Gran Bretaña salió ganadora de la guerra de los Siete Años (1756-1763). Con la paz obtuvo las posesiones francesas en América del Norte y en el Caribe, así como la provincia de Florida, que España cedió a cambio de la devolución de La Habana y Manila. Asimismo, y por primera vez en la historia de los conflictos bélicos entre ambas coronas, se hizo mención explícita de las poblaciones inglesas y los cortadores de madera en la región del golfo de Honduras.39 En efecto, según el artículo XVII del Tratado de París, los británicos se comprometieron a “demoler todas las fortificaciones suyas en la bahía de Honduras y otros territorios de España en aquella parte del mundo”. A cambio, el rey Carlos III fue obligado a aceptar la presencia de los británicos en dicha cuenca marítima, “donde éstos pudieron ocuparse en el corte, carga y transporte de palo de tinte sin ningún obstáculo por parte de los españoles”.40 Esta situación legalizaba, a su vez, el comercio británico de maderas.
La región de la bahía de Chetumal y Walis mostró nuevamente su importancia en la lucha entre España y Gran Bretaña durante la guerra de la Independencia de los Estados Unidos de América (1776-1783), y también en las guerras Revolucionarias Francesas (1792-1802). En la consecuencia del primer conflicto, Reino Unido perdió sus Trece Colonias Norteamericanas que desde el Tratado de París (1783) fueron consideradas un país independiente. Sin embargo, la consecuencia más importante en la geopolítica de la región del golfo de Honduras y el suroriente de Yucatán llegó tres años más tarde, mediante la ampliación de los acuerdos de 1783, es decir, en la Convención de Londres donde ambas coronas acordaron la liquidación de la colonia británica en Mosquitia y el traslado de sus 2,000 habitantes a Walis. El suceso fortaleció la presencia británica en esa última zona y fue el principio para formar su nueva colonia: Honduras Británica.41 Los ingleses a cambio de gozar de derechos de corte de maderas, se comprometieron no ejercer contrabando y hostilidades con españoles además de no desarrollar ningunas defensas.42
Finalmente, el último esfuerzo español que se realizó para establecer el orden colonial en la región se hizo en 1798, cuando el gobernador e intendente de Yucatán, Arturo O´Neill, frente a una fuerza compuesta por más de 2,000 soldados y milicianos atacó a los colonos británicos en Walis. Después de una sangrienta batalla que se dio el 10 de septiembre en el cayo de San Jorge, los españoles tuvieron que reconocer la victoria de los colonos apoyados por esclavos, buques armados y tropas regulares.43 La expedición de O´Neill fue el último ataque a las posesiones británicas en la región ya que a partir de ese momento España perdió la iniciativa y el control sobre ese territorio, el cual desde entonces y hasta la independencia de Belice, pasó al protectorado de Gran Bretaña.
La rivalidad colonial en el golfo de Honduras, siglo XVIII
Se ha mencionado que desde los años treinta del siglo XVII no hispanos comenzaron a establecer pequeños ranchos en la región de los ríos de Walis, Hondo y Nuevo además en la laguna de Términos, los cuales utilizaban como bases para su trabajo de corte de palo de tinte, caoba y cedro. En otras partes de la costa caribeña que pertenecían al Reino de Guatemala, es decir, desde el golfo Dulce hasta Bluefields también se formaron poblaciones extranjeras. Desde luego esos lugares adquirieron una nueva función al convertirse en los puntos estratégicos para las redes de contrabando que tenía su base principal en Jamaica.
Al respeto de los conflictos imperiales entre las coronas española e inglesa en el golfo de Honduras, estos surgieron a partir de los años 30 del siglo XVII con la fundación de la “Compañía de las Islas de la Providencia”, la cual quiso establecer sus factorías en las islas de San Andrés (frente de las costas nicaragüenses), las islas Guanajas (frente a Trujillo) y la Tortuga (una islita cerca de Cuba), las cuales consideraban como puntos estratégicos para ejercer el contrabando con los españoles y también lugares en los cuales pudieran reunirse bienes forestales extraídos de los bosques cerca de la costa caribeña. Los colonos ingleses lograron quedarse en esos lugares donde la soberanía española prácticamente no existía. Además en 1633, un grupo de estos colonos puritanos fundó dos pequeñas aldeas en el cabo Gracias a Dios y Bluefields. Las autoridades españolas tuvieron avisos alarmantes de los avances de la Compañía y decidieron actuar. La isla de la Tortuga se recuperó en 1635 y seis años más tarde se restableció el poder español en las islas de Providencia, donde se capturaron alrededor de 400 ingleses. Asimismo, en 1642 fueron desalojados los colonos protestantes de las Guanajas. Los únicos establecimientos de la Compañía que se salvaron, fueron los del cabo Gracias a Dios y Bluefields, debido a que los españoles ignoraron su existencia.44
El agravio de tensiones entre ambas potencias se multiplicó en el siglo XVIII donde España, después de firmar el infortunado tratado de Utrecht (1713), buscaba consolidar sus fronteras para obstaculizar el comercio clandestino de los británicos, quienes en el golfo de Honduras encontraron lugares idóneos para intercambiar la mercancía europea por los productos regionales como cacao, tabaco, zarzaparrilla, añil, maderas preciosas y raramente oro.45 La corona hispana, viendo ese peligro para sus intereses económicos, desde un principio intentó intervenir y detener el fenómeno del comercio ilícito. Una persona importante en esta obra fue José Patiño Rosales secretario de Hacienda, Marina y de Indias, quien emprendió una vigorosa lucha por medios burocráticos y bélicos contra el diluvio de mercancías inglesas ilegales. El funcionario real nunca se quedaba pasivo y siempre respondía a los abusos británicos.46
Su arma más efectiva era el corso, sobre todo de Cuba, el cual a partir de los años ochenta del siglo XVII se ejercía desde La Habana, Puerto Príncipe, Trinidad y Santiago de Cuba. Según Rubio Mañé, el hecho de hacer varias buenas presas por los corsarios cubanos, en la década de los años veinte del siglo XVIII, despertó el entusiasmo de la marina campechana por hostilizar y obstaculizar la navegación inglesa en la parte suroriental de la Capitanía General de Yucatán.47
Es interesante señalar que corsarios hispanos no sólo se dedicaban a apresar embarcaciones inglesas que contrabandeaban en el golfo de Honduras y el Caribe, sino también se ocupaban de saquear las plantaciones de azúcar en la parte norte de Jamaica. A menudo los españoles capturaban allí esclavos negros, que después llevaban a Cuba. Por eso, en la correspondencia entre los gobernadores jamaiquinos y los reyes de Inglaterra, varias veces se mencionaba la necesidad de fortalecer la costa norte de Jamaica y utilizar los privateers ingleses como soporte para la seguridad de los plantadores. Un ejemplo de la vasta documentación que intercambiaban las autoridades tanto españoles como ingleses son las cartas de acusaciones. En una fechada el 13 de diciembre de 1752, Charles Renowles, vecino de Mosquitia, escribió al gobernador de Jamaica avisándole haber atrapado un bergantín corsario campechano bajo el mando del capitán Juan de Torres, quien con tres embarcaciones españolas atacó varios buques ingleses en las cercanías de la costa de Mosquitos y la isla Roatán. El inglés mencionaba que, desde el fin de la guerra de la Oreja de Jenkins o del Asiento en 1748, los corsarios españoles violaban permanente los acuerdos del tratado de paz y continuaban “cazando” los barcos mercantes británicos que navegaban entre Inglaterra, Jamaica, costa de Mosquitos, Walis y las Trece Colonias Norteamericanas. Esta situación también queda demostrada en la correspondencia hispana, donde Fernando VI en carta a los virreyes y gobernadores de Indias fechada el 23 de agosto de 1751, mencionaba que “los ingleses de Jamaica hicieron muchas presas de embarcaciones españolas, dando maltratos a la gente que se encontraban en ellas”.48
Pero no sólo en la alta mar se enfrentaban ambas potencias. Se ha mencionado sobre la alianza de los ingleses con zambos-mosquitos, quienes según Juan Bosch eran feroces enemigos de los españoles y “dondequiera que actuó un pirata o un capitán inglés en esa región [golfo de Honduras], allí estuvieron los zambos-mosquitos combatiendo a su lado; y como era un pueblo belicoso su alianza fue de gran utilidad para Inglaterra en el Caribe”.49 Una primera noticia del siglo XVIII sobre acciones conjuntas fue la incursión de una fuerza que actuó en la bahía de Chetumal, alcanzando la laguna de Bacalar y llegando a los poblados de Chamuxub y Chunhuhub, los cuales fueron saqueados.50
Las empresas bélicas en el golfo de Honduras no sólo se llevaban a cabo por parte de los gobernadores de Yucatán y Cuba, sino también de los oficiales de las provincias de Guatemala, Honduras y Costa Rica, quienes en sus jurisdicciones tuvieron que enfrentarse contra los asentamientos británicos tanto de las islas Guanajas, como de la costa de Mosquitos, río Tinto y Bluefields, donde la migración británica aumentó entre los años veinte y cuarenta del siglo XVIII. Las primeras informaciones sobre ello las aporta el gobernador de la provincia de Honduras, don Diego Gutiérrez de Arguelles, quien en una carta al rey de fecha 22 de diciembre de 1721, dio cuenta de una expedición inglesa y de los zambos compuesta de dos navíos, una balandra armada y 11 embarcaciones de menor calado, la cual ancló en la cercanía del paraje llamado cayos Cochinos con el propósito de desembarcar 300 negros y negras para establecer plantaciones británicas en la zona. El gobernador reaccionó inmediatamente enviando la tropa de Comayagua con pólvora y municiones, la cual obstaculizó los planes de los invasores y los obligó a retirarse a la región de la costa de Mosquitos.51
Durante los siguientes años sólo se realizaron pequeñas incursiones contra los establecimientos ingleses y sus aliados zambos-mosquitos. Sin embargo, con el estallido de la guerra de la Oreja de Jenkins (1739), las autoridades españolas empezaron a planear el desalojo de los ingleses de la zona. La empresa de mayor preparación, que sin embargo por falta de recursos no tuvo éxito, fue la propuesta ante el Consejo de Indias de 1743 de utilizar la escuadra de La Habana, para expulsar a los ingleses de la isla Roatán. Al terminar la guerra del Asiento (1748), en la zona de Honduras y Costa Rica de vez en cuando surgieron fricciones, sobre todo por cuestiones de contrabando. En diciembre de 1754 el capitán general de Guatemala, don Alonso de Arcos y Moreno, informó al rey Fernando VI estarse preparando una expedición armada contra los ingleses del río Tinto, en la provincia de Honduras. Sin embargo, la campaña se suspendió por falta de recursos, los cuales fueron utilizados en la construcción del castillo San Fernando en Omoa. Curiosamente, para los trabajos de esta fortaleza se dio permiso para comprar esclavos negros en la Mosquitia. El fuerte terminado no disminuyó la presencia británica en la región, sólo permitió vigilar mejor las costas de la provincia hondureña.52
Uno de los combates más sangrientos que hubo entre españoles e ingleses se dio en el valle de Matina, la principal zona de contrabando de cacao y negros en Costa Rica. El encuentro armado del que dejó un relato el gobernador de Costa Rica don Manuel Solar, tuvo lugar el 28 de agosto de 1759, cuando una compañía española se enfrentó con más de 120 contrabandistas y zambos-mosquitos de los cuales los hispanos capturaron la mayoría.53
La mayor operación militar que se realizó en la costa caribeña de la Capitanía General de Guatemala, sucedió durante la guerra de la Independencia de las Trece Colonias donde Francia y España vieron la oportunidad para la revancha de las amargas derrotas y humillación que sufrieron tras la pérdida de la guerra de los Siete Años. El primer objetivo de las autoridades españolas fue el ataque contra los establecimientos ingleses y zambos-mosquitos para asegurar y fortalecer la presencia hispana en la Capitanía, ya que desde los años sesenta del siglo XVIII se sabía sobre el proyecto que en secreto prepararon los oficiales reales en Londres y Jamaica sobre la apertura de un corredor interoceánico. Por eso los británicos deseaban conquistar alguna de las provincia del Reino guatemalteco para realizar su proyecto, donde aparte de los fines económicos también se veía una gran oportunidad para dividir el imperio español en las Indias en dos partes, lo que a su vez influiría en su vulnerabilidad e inseguridad.54
Las campañas que se dieron en el frente del Reino marcaron victorias y derrotas del ejército hispano que actuaba en la región bajo el mando del capitán general de Guatemala, Matías de Gálvez, el hermano de José, ministro de las Indias. Durante 1779, año cuando España oficialmente entró en el conflicto, se dieron dos batallas importantes. La primera del cayo de San Jorge frente de Walis, la cual permitió a los españoles mantenerse en la zona y resguardar sus conexiones entre Bacalar, Cuba, Puerto Caballos y Trujillo y la segunda en Omoa.55 Al hablar sobre este último lugar, a mediados de octubre de 1779, los británicos tomaron la iniciativa cuando una compañía compuesta de 500 soldados, tras un corto asedio, tomó el castillo de San Fernando. Los invasores se mantuvieron en la fortaleza apenas cinco semanas debido a que el clima no les favoreció y además les llegaron noticias que Gálvez estuvo formando un contingente militar en San Pedro Sula para reconquistar Omoa. El capitán general de Guatemala se presentó frente de la fortaleza el 21 de noviembre y después de unos días de sitio, la tomó. Cabe señalar que los británicos dejaron una guarnición reducida y se retiraron a Jamaica con un botín de plata que encontraron en dos barcos españoles anclados en el puerto.56
Sin embargo, el abandono de Omoa por los británicos no significó el fin del conflicto, en realidad fue apenas anuncio de lo que vendría. Así, a finales de febrero de 1780, un ejército bajo las órdenes del capitán John Polson y escoltado por el joven capitán de navío Horatio Nelson, quien aseguraba el convoy a bordo de la fragata HMS Hinchinbrook, salió de Jamaica y desembarcó en la boca del río de San Juan para proceder su avance hacia los grandes lagos de Nicaragua.57 El 4 de marzo las tropas británicas llegaron a la fortaleza la Inmaculada Concepción, la cual después de un mes de asedio se rindió. La pérdida de la fortificación que resguardaba el acceso al interior de la provincia no causó gran temor entre los españoles quienes ya desde principios de 1780, bajo el mando de Matías de Gálvez, organizaron la defensa de la ciudad de León y además se fortificaron en San Carlos, donde reunieron 500 soldados y goletas corsarias. El capitán Polson, después de la toma del castillo de la Inmaculada decidió detener su avance hacia la capital de la provincia para reorganizar y reforzar sus tropas con nuevos soldados. Esta decisión fue crucial para la campaña ya que los británicos debido al clima insalubre comenzaron a enfermarse de fiebre amarilla y a morir rápidamente, lo que finalmente obligó al comandante inglés a abandonar la empresa y volver a Jamaica. La operación terminó en el fracaso completo y costó la vida más de 2,500 hombres.58
A partir de este momento los españoles tomaron nuevamente la iniciativa en el teatro de la guerra en el Caribe. Cabe señalar que desde que España y Francia entraron en el conflicto, se diseñó un plan de invasión a Jamaica para arrebatar a los británicos su principal base naval y militar en la región. Sin embargo, esta empresa bélica fracasó tras la derrota de la armada francesa en la batalla de los Santos. Otro proyecto con el mismo fin fue la campaña de Matías de Gálvez contra la Mosquitia. El capitán general durante varios meses de 1781, se estuvo preparando para dar el golpe decisivo a los asentamientos ingleses y zambos-mosquitos. Para reforzar su operación recibió el apoyo económico de la Nueva España. Además, los apostaderos navales de Veracruz, La Habana y Campeche se comprometieron a soportar su fuerza con los buques de la marina y los corsarios.59
Al terminar los preparativos, los españoles comandados por el tenaz capitán general de Guatemala se dirigieron a “limpiar” la isla de Roatán. El 16 de marzo de 1782 se dio la batalla donde después de un día de bombardeo hispano, se echó a la tierra 800 soldados quienes vencieron una escasa guarnición británica y capturaron 135 civiles y más de 300 esclavos. Después de esta victoria, la fuerza española se destinó al río Tinto donde arribó el 2 de abril y tomó sin gran esfuerzo los poblados de Quipriva, Mister Crik y el fortín “El Caribe”. Los británicos, sólo en el primer poblado intentaron espantar a los españoles con cañoneada, sin efecto, y a través de la selva se retiraron a cabo Gracias a Dios. La alegría de Matías de Gálvez por otro triunfo no perduro mucho tiempo ya que en pocos días le llegó la noticia sobre la victoria del almirante británico George Rodney en la batalla de los Santos. El acontecimiento detuvo el avance español hacia Mosquitia y obligó a regresar al capitán general a la capital para reorganizar los planes defensivos del Reino de Guatemala. Antes de su partida, Matías de Gálvez obligó a su gente a reparar los fuertes de Quepriva y “El Caribe”, donde dejó un contingente militar de 300 soldados comandados por el capitán Tomás de Julia.60
Los británicos, bajo el mando de Edward Marcus Despard, respondieron en agosto cuando después de reunir a los pobladores, esclavos libres, zambos-mosquitos y refuerzos de Jamaica en cabo de Gracias a Dios, se dirigieron a recobrar sus establecimientos perdidos. La fuerza británica contaba con alrededor de 1,200 individuos y fue apoyada por un escuadrón de la marina británica y buques mercantes. En Quepriva encontraron un pequeño contingente español, el cual fue completamente sorprendido y masacrado. El ataque sobrevivió sólo un hombre, Manuel Rivas quien después de su fuga contó lo acontecido a sus compatriotas del poblado de “El Caribe”.61
Finalmente, el 28 de agosto la fuerza británica se presentó frente del fortín. El comandante español de Julia en el primer momento decidió no rendirse. Sin embargo, tras el intercambio de las cartas con el coronel Despard, el 31 de agosto tomó la decisión de capitular. Según los acuerdos, los españoles dejaron los cañones y fueron escoltados por la escuadra inglesa a la fortaleza de San Fernando de Omoa, donde tuvieran que permanecer sin levantar las armas contra los británicos hasta el fin de la guerra. Este fue el último acto de las acciones bélicas que se jugaron en el frente caribeño del Reino de Guatemala ya que a finales de 1782, comenzaron las negociaciones de paz que se formalizaron el 3 de septiembre de 1783 en el Tratado de París, el cual puso fin a la guerra.62
Reflexiones finales
El propósito de esta aportación ha sido presentar los cambios geopolíticos y conflictos militares a nivel de una importante subregión del Caribe: el golfo de Honduras. El territorio que desde el cuarto viaje de Cristóbal Colón causó varias disputas y desacuerdos, principalmente entre los conquistadores españoles quienes al enterarse que hubo oro en la región del lago de Nicaragua, comenzaron la “carrera” para dominar administrativamente ese espacio. En dicha competencia participaron los principales centros administrativos de las Indias del siglo XVI: Santo Domingo bajo el mando de la Audiencia Real, Panamá gobernado por Pedrarias Dávila, Cuba de Diego Velázquez y Nueva España sujetado a Hernán Cortés.
Estas fricciones desde el principio convirtieron la región en una frontera donde colisionaban los intereses y ambiciones de los conquistadores, lo que a su vez obstaculizó el fortalecimiento del poderío real en la zona. Esto, más la lejanía de los centros administrativos, causó que pronto los extranjeros comenzaran a interesarse por dichas tierras. Primeramente ejerciendo la rapiña y el contrabando, para luego, a partir de la década de los 1630, se establecieran sus primeras poblaciones en lugares donde no llegaba la jurisdicción hispana. Estos pequeños asentamientos a lo largo del siglo XVII y XVIII se convirtieron en “las gotas que rebasaron el cáliz de amargura”, provocando en múltiples ocasiones los conflictos bélicos y diplomáticos entre España y Gran Bretaña, los imperios que estaban presentes en el área, y quienes quisieron obtener el mayor provecho geopolítico y administrativo para asegurar sus compromisos económicos.
Así, por un lado los hispanos buscaban fortalecer su frontera caribeña del Reino guatemalteco, mientras que los británicos con sus aliados zambos-mosquitos, buscaban debilitar el dominio español en la región para poder asegurar sus negocios de corte de palo de Campeche, contrabando y algunas empresas expansionistas, como la de tomar el control sobre el río San Juan y los lagos de Nicaragua, lo cual hubiera permitido separar a los virreinatos americanos y a su vez abrir paso hacia el Mar del Sur para los británicos.
Esta situación bélica y de permanente amenaza convirtió a Centroamérica en una región fronteriza de continuas disputas político-militares, que perduraron hasta los tiempos contemporáneas, en el cual después de la ruptura del imperio español, solamente cambiaron los principales actores en el escenario regional, donde el nuevo colonialismo primeramente ejercían Gran Bretaña y Francia (siglo XIX), y a partir de la siguiente centuria los Estados Unidos, el país que fortaleció la idea de que Centroamérica es una frontera de los intereses diplomáticos, militares y económicos para las principales potencias del mundo.