El protestantismo en Michoacán representado por las iglesias presbiterianas, bautistas y metodistas, se fortaleció durante el gobierno de Aristeo Mercado gracias a que las leyes en materia de culto público se aplicaron de manera laxa y por igual a todas las denominaciones religiosas, situación que suscitó el apego de los protestantes a la política religiosa porfirista. Sin embargo, una vez iniciado el conflicto armado de 1910 la estabilidad de los protestantismos peligró y fue entonces que las denominaciones adoptaron disímiles posturas. Mientras que los presbiterianos tomaron partido al lado de los revolucionarios locales alineados a Venustiano Carranza y los bautistas idearon estrategias para evitar la nacionalización de sus propiedades, los metodistas atendieron la recomendación de las misiones extranjeras de no involucrarse en la revuelta armada y adoptaron una actitud acorde con los valores cristianos de respeto a las autoridades constituidas. A pesar de ello, formularon una serie de estrategias para seguir conservando sus espacios de culto, sus escuelas y la presencia de misioneros en las congregaciones. Para poder conocer la postura del metodismo en esta dinámica de hechos, se decidió dividir el ensayo en cuatro apartados que hablan sobre la llegada del metodismo a Michoacán; la actitud del clero católico, la postura de la misión ante el proceso revolucionario; y finalmente, las causas que suscitaron la retirada del metodismo en 1919.
La llegada del metodismo a Michoacán
En consonancia con la Ley federal de cultos de 1860 el gobierno de Michoacán emitió un reglamento de cultos en 1869, gracias al cual algunos protestantes pudieron adquirir propiedades donde establecieron los primeros espacios religiosos.1 Aunque de manera desigual, el protestantismo en Michoacán alcanzó un creciente grado de ocupación durante la etapa porfirista, limitado únicamente por el catolicismo exacerbado de su sociedad.
El metodismo llegó a México representado por dos denominaciones afines, la Iglesia Metodista Episcopal del Norte y la Iglesia Metodista Episcopal del Sur.2 Una vez establecidos, la misión sureña envió a México al misionero Guillermo Patterson quien se encargó de abrir congregaciones en los estados del centro, entre ellos Michoacán.3 Para lograr una mejor ocupación del campo, los metodistas del sur idearon una serie de estrategias. Primero, dividieron al territorio mexicano en varios distritos a cuya cabeza estaban las ciudades de mayor importancia; dentro de estos espacios se agruparon una serie de localidades atendidas por pastores mexicanos que eran supervisados por ministros extranjeros.
El hecho de que la mayoría de los predicadores fueran mexicanos se debió a tres necesidades esenciales. Primero, porque los nacionales aliviarían el prejuicio que se tenía sobre los estadounidenses y los indígenas se sentirían atraídos sabiendo que los dirigentes eran mexicanos. Segundo, porque los nacionales conocían el idioma y las lenguas indígenas, necesario para lograr la evangelización de los individuos. Por último, porque conocían la geografía del terreno con lo que podrían extender fácilmente la oferta religiosa.4
Otras consideraciones fueron que los misioneros ocuparon las principales calles en las ciudades cuidando que estuvieran cerca de la plaza pública y no pasar desapercibidos a la población. Asimismo, se cercioraron de que las ciudades estuvieran comunicadas por líneas del ferrocarril porque ello les garantizaba el arribo de misioneros, profesores, cargamentos de biblias, propaganda, libros y material didáctico para las escuelas. No obstante, aunque el transporte ferroviario favoreció la labor misionera, este no fue un factor determinante para la apertura de congregaciones puesto que llegó a ser costoso y la carencia de fondos impidió su uso de manera continua, sustituyéndolo por las mulas de carga o caballos.5 Esto se sostiene en el hecho de que hubo localidades alejadas de las líneas ferroviarias a las cuales también llegaron los predicadores, entre ellas Coalcomán, Apatzingán y Coahuayana, que no alcanzaron las vías del ferrocarril sino hasta después de la revolución y que, sin embargo, al finalizar el Porfiriato contaban con pequeñas congregaciones.
Finalmente, se debe decir que los individuos que conformaron las congregaciones tuvieron una composición heterogénea, aunque la mayoría perteneció a familias de escasos recursos, principalmente trabajadores en las ciudades e indígenas en los pueblos y los ranchos, que conocieron la nueva doctrina gracias a las labores de los colportores.6
Con base en esta estrategia de trabajo, en 1879 la misión metodista del sur envió a Morelia al predicador Tranquilino del Valle. La orden que llevaba fue la de agilizar la compra de algún predio para establecer una congregación,7 pero fue hasta 1881 en que Tranquilino rentó una casa en el centro de la ciudad ubicada entre las principales calles conformadas por la esquina de Estampa número 11 (hoy García Obeso) y la calle Enseñanza número 3 (hoy Corregidora). Finalmente, el 8 de febrero tras haber obtenido el debido permiso de las autoridades, la congregación abrió sus puertas al culto público bajo la dirección del predicador Bruno Guerrero Reyes.8 Tres años después, el 24 de noviembre de 1884 los misioneros Guillermo Patterson y R. K. Hargrove lograron formalizar la compra de la casa que contaba con 665 m2, donde se estableció de manera formal el primer templo metodista de Morelia.9
La misión llevó a cabo los cultos públicos formales “los domingos, los martes y los jueves, y los servicios de una escuela dominical”, además de una escuela de primeras letras para los hijos de los congregantes.10 Aunque esta fue la única propiedad metodista, en la memoria de gobierno de 1892, rendida por el gobernador Aristeo Mercado, se señalaba que existían en Morelia dos templos protestantes ─uno ubicado en la calle Estampa y el otro en la calle Perpetua de San Andrés─ a los cuales concurrían las personas a celebrar sus cultos públicos “con toda tranquilidad amparados en las leyes que las autoridades les otorga”.11 No se pudo precisar qué congregación era la que se reunía en la calle Perpetua, sin embargo, sabemos que desde 1875 se celebraban cultos en una casa acondicionada para tal propósito. Esta congregación no fue la única sin denominación, incluso desde 1870 se sabía que en el exconvento de San Francisco, que había comprado el extranjero de origen belga Wodon de Sorinne, se celebraban cultos protestantes.12
En el reporte enviado por el pastor de Morelia, Agapito Portugal, a la misión episcopal del sur en 1893, decía que
(…) este lugar es uno de los privilegiados por algunos años (…) ha cambiado el aspecto de los trabajos, tuvimos muy buenos cultos, una conferencia trimestral y los servicios revistieron un carácter solemne. La escuela dominical es una de las mejores organizadas (…) que nos den la oportunidad y veamos si no mejoran las clases trabajadoras (…) estableciendo principalmente entre las clases ignorantes y menesterosas católicas un sistema verdadero de educación.13
En víspera del proceso revolucionario, la misión metodista logró establecer congregaciones en las siguientes localidades:
1880 | Morelia | Francisco Basanta | Toluca | Guillermo Patterson |
1881 | Zitácuaro | Luis Luna | “ | - |
Uruapan | Tranquilino del Valle | “ | - | |
1884 | Morelia | Bruno Guerrero Reyes | “ | José Norwood |
1885 | Morelia | Severiano Gallegos Paz | “ | - |
Uruapan | Bruno Guerrero Reyes | “ | - | |
1886 | Morelia | Severiano Gallegos Paz | “ | - |
Coeneo | Eulogio Gómez Villalobos | “ | - | |
Tacámbaro | “ | “ | - | |
Zamora | “ | “ | - | |
Uruapan | Francisco Méndez | “ | - | |
1887 | Morelia | Aveyro | Michoacán | Aveyro |
Puruándiro | R. E. del Valle | “ | - | |
Uruapan | Eulogio Gómez Villalobos | “ | - | |
Tacámbaro | Francisco Méndez | “ | - | |
Pátzcuaro | “ | “ | - | |
1888 | Morelia | Ángel Blanco | “ | - |
Uruapan | Francisco Méndez | “ | - | |
Tacámbaro | “ | “ | - | |
Puruándiro | C. Martínez Sotomayor | “ | - | |
Pátzcuaro | “ | “ | - | |
Zirándiro | “ | “ | - | |
1889 | Uruapan | “ | San L. Potosí | J. W. Grimes |
Paracho | Francisco Méndez | “ | - | |
Puruándiro | C. Martínez Sotomayor | “ | - | |
Morelia | A. Espinoza | “ | - | |
1890 | Uruapan | Francisco Méndez | “ | Grimes |
Puruándiro | “ | “ | - | |
Ario | Francisco Méndez | “ | - | |
Morelia | Agapito Portugal | “ | - | |
1891 | Uruapan | Eugenio Campos | “ | - |
Puruándiro | Pedro Godínez | “ | - | |
Morelia | Severiano Gallegos Paz | “ | - | |
Ario | Francisco Méndez | “ | ||
1892 | Puruándiro | Pedro Godínez | “ | J. D. Scoggins |
Morelia | Severiano Gallegos Paz | “ | - | |
1893 | Puruándiro | Pedro Godínez | “ | - |
Morelia | Severiano Gallegos Paz | “ | - | |
Paracho | Manuel López | “ | - | |
1894 | Morelia | “ | “ | - |
Puruándiro | A. Álvarez | “ | - | |
Nahuatzen | Pedro Godínez | “ | - | |
1896 | Morelia | Agapito Portugal | “ | George B. Winton |
Nahuatzen | D. S. Espinoza | “ | - | |
Huetamo | “ | “ | - | |
Morelia | Davis F. Watkins | “ | - | |
1897 | Huetamo | Emilio del Toro | México | - |
Morelia | Agapito Portugal | San L. Potosí | George B. Winton | |
Nahuatzen | Manuel López | “ | - | |
1898 | Morelia | A. Navas | “ | W. D. King |
Nahuatzen | Eulogio Gómez Villalobos | “ | - | |
1899 | Morelia | A. Navas | “ | Agapito Portugal |
Nahuatzen | Eulogio Gómez Villalobos | “ | - | |
1900 | Morelia | M. Zavaleta | “ | F. S. Onderdonk |
1901 | Morelia | Francisco Reyes | México | - |
1902 | Morelia | “ | “ | Jackson B. Cox |
1905 | Morelia | “ | “ | - |
1906 | Morelia | B. J. Sandoval | Guadalajara | F. S. Onderdonk |
1907 | Morelia | “ | “ | - |
1909 | Morelia | Frank Pascoe | México | Jackson B. Cox |
1910 | Morelia | R. García | “ | - |
Fuente: De elaboración propia a partir dde los datos localizados en Annual report of the minutes, años de 1884-1911
Como se puede observar la distribución de las localidades estuvo en constante reacomodo. Aunque varias congregaciones no contaron con pastores o misioneros que se encargaran de ellas, este factor solamente retrasó su apertura y no fue un obstáculo para abrir centros misioneros. Finalmente, la dirección de las misiones recayó, en la mayoría de los casos, en los ministros extranjeros, lo cual fue el reflejo de una dependencia económica y religiosa ─hasta cierto punto lógica─ hacia las misiones madre de los Estados Unidos. De esta forma, la misión mencionaba un espacio geográfico ocupado casi en su totalidad en las principales ciudades cercanas a las líneas del ferrocarril, extendiéndose incluso al estado de Guanajuato en Acámbaro, Salvatierra y Yuriria. No obstante, hablando de cifras reales los metodistas constituyeron una minoría dentro de la minoría que representaba el protestantismo en el estado, lo cual se vio reflejado en la mínima cantidad de miembros que conformaban las congregaciones y que, por lo regular, no llegaba a los 50 individuos, entre otras cosas, por la intolerancia religiosa del clero y fieles católicos.
La cultura religiosa católica como condicionante del desarrollo protestante
A Michoacán los tres siglos de presencia colonial le habían proferido una personalidad propia marcada por especificidades de tipo religioso. Localidades como Zamora, Morelia, Maravatío y Zinapécuaro se perfilaron hacia un catolicismo ortodoxo y dominante que marcó la vida de su sociedad.14 Asimismo, al contar con un elevado número de parroquias y sacerdotes, el pensamiento, costumbres y actitudes de la población giraron en torno a la vida religiosa. Hacia 1900 por ejemplo, existían en Michoacán menos de 30 congregaciones protestantes entre metodistas, bautistas y presbiterianos; que compitieron con un total de 677 templos católicos entre parroquias, iglesias y capillas, además de 17 templos en construcción.15 De ellos, Morelia contaba con 83 templos, Zamora con 23, Pátzcuaro con 41, Taximaroa con 13 y Zinapécuaro con 17,16 que hicieron frente a uno o dos congregaciones protestantes por cada localidad mencionada.17
Por lo anterior se puede entender que la religiosidad católica exaltada de la población michoacana llevara a ciertos sectores a rechazar el elemento extranjero protestante. Morelia, por ejemplo, era vista por los metodistas como una localidad imbuida en el fanatismo religioso y, por lo tanto, “amargamente opositora a la introducción del protestantismo”. De esta manera se comprende también que las diversas localidades de Michoacán no fueran ni por mucho un centro de recepción del protestantismo metodista.18 Hasta 1919, Morelia, solamente contaba con dos iglesias protestantes una metodista y una bautista; de ellas la congregación metodista no tenía más de 40 individuos, debido, entre otras cosas a la animadversión del clero católico.
En 1875 por ejemplo, los fieles trataron de impedir a pedradas la inauguración del salón protestante, ubicado en el número 7½ de la calle Perpetua de San Andrés, enardecidos porque la casa había pertenecido a un sacerdote católico.19 Posteriormente, ante los primeros cultos metodistas, el arzobispo Ignacio Árciga publicó un edicto en enero de 1881. En el edicto se advirtió a los católicos, bajo pena de condenación, abstenerse de brindar ayuda a los protestantes que hicieran propaganda de su religión. Sin embargo, a pesar de la presión, las autoridades decidieron otorgarla a los metodistas siempre y cuando “se asegurara su posesión y se pagara la renta”.20
Debido a este suceso, los misioneros sureños elevaron una carta a las autoridades federales denunciando los hechos. En respuesta, el 22 de marzo de 1882, el presidente Manuel González hizo una recomendación al entonces gobernador de Michoacán Pudenciano Dorantes para que a la brevedad tomara “prontas y enérgicas medidas para evitar que se repitan semejantes actos y el castigo a los culpables”, sobre todo porque en ellas se encontraban extranjeros a los cuales debían de resguardar a toda costa y evitar una reclamación de las autoridades estadounidenses.21
Posteriormente, el arzobispo Árciga publicó un edicto en el marco de la inauguración del templo metodista de la calle Estampa en 1884. Atacó la propaganda protestante; se advirtió a los fieles que no debían afiliarse a las sectas, ayudar en las ceremonias religiosas y asistir a ellas; brindarles trabajo o favores y les pidió observar un positivo aislamiento respecto de ellas. Alentados por el edicto, en el mes de agosto, una turba apedreó el templo metodista;22 la prensa católica participó con artículos donde se acusaba al protestantismo de “incredulidad e indiferentismo…”23, Asimismo, “un jefe de alta graduación también tomó piedras y las arrojó sobre el templo evangélico”. El Explorador, periódico de carácter liberal, relató los acontecimientos diciendo que “el día lunes 18 de agosto de 1884… una turba de vagos apedreaban una casa situada en la esquina de la calle de la Estampa, donde vivían unos señores que se titulan ministros del culto evangélico”, a pesar de que la policía había intervenido.24
Ante los hechos, los misioneros volvieron a pedir protección a las autoridades federales quienes al parecer respondieron favorablemente, puesto que, en diciembre de 1884, a través del periódico El Abogado Cristiano Ilustrado la misión agradeció la “protección debida garantizada en las Leyes de Reforma para poder restablecer el culto…cuyo hecho ha sido para honra de los jefes del gobierno, buen orden y beneficio del público, ya está todo en paz”.25
No obstante, en 1887 con motivo del rumor del asesinato del obispo de Zamora, José María Cazares y Martínez, los fieles acusaron a los protestantes de su muerte tratando de linchar al ministro metodista de Morelia. Una nota que circuló señalaba que estos le habían pagado a un tal individuo de apellido Rojas una gran suma de dinero para que le quitara la vida, lo cual resultó ser mentira.26 Aunado a este incidente, el 2 de febrero de 1888, un predicador español católico que se hacía llamar “profeta” comenzó a predicar a los niños y jóvenes contra el protestantismo, ocasionando que la población apedreara de nueva cuenta los espacios de culto metodistas.27
Los ánimos de la sociedad moreliana se exaltaron todavía más cuando el arzobispo publicó un catecismo en julio de 1888, en el que se impidió a los católicos todo contacto con los “sectarios” para evitar su conquista intelectual; atacó la difusión de folletos, propaganda y libros metodistas que circulaban, y amenazó con boicots y con no enterrar a los difuntos. Asimismo, excomulgó a las autoridades por permitir el establecimiento de iglesias protestantes.28 Por si fuera poco, debido a un discurso liberal pronunciado en Morelia el 16 de septiembre, los católicos enardecidos exigieron al gobernador, Mariano Jiménez, la restitución de la religión católica como religión del estado. Aunque las autoridades sofocaron la protesta con la ayuda de las fuerzas federales, el conato de violencia hizo recordar el motín del cura Agustín Hilario Cabero de 1871, sin embargo, en esta ocasión “la cosa no pasó de ciertos preparativos entre bastidores”.29
El motín del cura Hilario Cabero resulta interesante por la magnitud que cobró el conflicto. La población católica de Morelia animada por las predicaciones del sacerdote, trató de linchar a los individuos que estaban viviendo en el ex convento de San Francisco. Cabero se quejaba de que eran protestantes y que estaban ocupando un recinto religioso que antes había pertenecido al clero católico. En el momento en que la policía trató de apresar al párroco, los fieles enfurecidos tomaron las calles gritando “vivas a la religión” y “mueras a los impíos y protestantes masones” para luego irrumpir en el templo atacando a las personas ahí reunidas, destruyendo y saqueando el inmueble. Arremetieron de igual forma contra la casa y tienda del protestante Manuel Reyes la cual estaba ubicaba en el barrio de San Juan. El incidente llegó hasta el extremo de propiciar la movilización de las tropas federales quienes prestaron auxilio al gobernador Justo Mendoza; aunque el motín logró ser sofocado, cobró la vida de varias personas.30
Como consecuencia de todas estas muestras de intolerancia religiosa, hacia 1900 la misión metodista de Morelia había sufrido una baja de miembros considerable, quedando no más de treinta individuos de los casi ochenta con los que contaba en los primeros años de existencia.31 Debemos decir, sin embargo, que a los misioneros metodistas no les preocupó mucho el hecho de que Morelia fuera considerada una ciudad levítica dentro del estado. Antes bien, su estrategia fue establecer congregaciones en centros urbanos con estas características para ganarle el paso al catolicismo.
La permanencia de los metodistas en algunas de las localidades y la reacción de la sociedad católica, se pueden analizar a partir de los datos proporcionados por la misión. En Pátzcuaro, por ejemplo, los pobladores mostraron cierta intolerancia hacia los misioneros cuando en 1891, al hacer la formal inauguración de los trabajos, “fueron recibidos a pedradas, insultados y tiroteados en el camino y en sus casas”. Asimismo, en 1908 las autoridades encarcelaron al colportor Antonio Torres de la Sociedad Bíblica Americana por distribuir propaganda, puesto en libertad por el juez de primera instancia.32 En Uruapan hubo enfrentamientos que ocasionaron el encarcelamiento tanto de protestantes como de católicos.33 En Tacámbaro la congregación contaba con pocos miembros debido a la animadversión de los fieles católicos. Coeneo fue retratada por los misioneros como una población católica fuerte.34 En Nahuatzen se dio el intento de linchamiento de Tranquilino del Valle cuando, el 25 de marzo de 1881, durante la Semana Mayor, los fieles trataron de asesinarlo por distribuir biblias.35
En el año de 1885 a pesar de los esfuerzos del gobierno para garantizar la libertad de culto, la iglesia metodista del sur mencionaba en su informe que el espíritu del catolicismo no había sido sometido y para muestra estaba la intolerancia religiosa de la que habían sido objeto varias congregaciones. Se hablaba de que en la congregación de Nahuatzen dos niñas habían sido expulsadas de la escuela pública porque “alguien las había escuchado cantar himnos evangélicos en sus casas”. El informe decía que “estas son algunas dificultades que tienen nuestros convertidos y trabajadores en el campo, algunos han muerto, hay algunos que han sido encarcelados, perseguidos o apedreados o de otra forma maltratados por los fanáticos católicos”. 36
En Quiroga hubo hostilidad católica al igual que en las congregaciones de Avío y Tecario. Finalmente, en 1888, la congregación metodista de Panindícuaro sufrió el intento de linchamiento del metodista Pedro Godínez,37 situación que obligó a los cuerpos rurales a ejercer un mayor control sobre las poblaciones de La Piedad, Zamora, Jiquilpan y Cotija, puntos clave y focos principales de levantamientos religiosos.38 Aunque hubo algunas localidades en las que el elemento católico se mostró menos intolerante con los metodistas, entre ellas Zirándaro, Huetamo, Cherán y Zacapu, hacia 1901 los reportes de la misión señalaban que en Morelia y Nahuatzen la población seguía siendo de las más fanáticas del distrito, incluso de la conferencia entera. Aún así, eran dos puntos fuertes del metodismo a pesar del fanatismo católico.39
Los metodistas durante el proceso revolucionario
Durante el Porfiriato, la política religiosa del gobernador porfirista Aristeo Mercado (1892 a 1911) se mantuvo dentro de una dinámica de tolerancia ambigua y de una acomodaticia conciliación con las iglesias. Con respecto de las diversidades, el gobierno logró atraerse la simpatía de las misiones brindándoles cierto tipo de protección que se ajustara a los parámetros legalmente constituidos en las Leyes de Reforma siguiendo la política federal que decidió dar “libertad a los luteranos para fortalecer las inversiones y conciliación a los católicos para vigorizar la autoridad interna de gobierno”.40 Al parecer tal política funcionó, ya que el resultado fue el aprecio y la admiración de los representantes de las misiones protestantes hacia las autoridades porfiristas que se tradujo en un respeto por las leyes que las reglamentaban.
Sin embargo, la evidente crisis social provocada por los descontentos sociales, las dificultades económicas y los problemas políticos causados por la posible reelección presidencial terminaron con la estabilidad protestante. Toda esta acumulación de crisis encontró un escape en el estallido revolucionario de 1910, en que las insatisfacciones y reclamos de los grupos inconformes y de las élites desplazadas se unificaron en torno al proyecto maderista.
En este contexto, los metodistas en Michoacán se mantuvieron a la expectativa de las circunstancias políticas pero sin opinar sobre ellas. El periódico El Evangelista Mexicano, órgano oficial de la iglesia metodista del sur en México, incluyó en sus páginas algunas referencias sobre el desarrollo de las dos Ligas Epworth establecidas en Morelia y Nahuatzen, una de ellas llamada Melchor Ocampo a cargo del pastor Antero Suarez, y de la violencia de parte de las facciones católicas quienes, aprovechándose de la situación por la que estaba atravesando el país, comenzaban a provocar actos de intolerancia religiosa en contra de sus congregaciones.41 Sin embargo, el proceso electoral federal de julio de 1910 fue retratado como unas elecciones tranquilas, no dio cuenta del encarcelamiento de Francisco I. Madero y no habló sobre el Plan de San Luis. Una vez iniciado el levantamiento armado no mencionó las razones de la insurrección y únicamente se concretó en denunciar los atropellos que las fuerzas revolucionarias zapatistas estaban causando a sus intereses y propiedades en algunos estados.42
No fue sino con motivo de los tratados de Ciudad Juárez el 21 de mayo de 1911, que determinaron el triunfo militar de la revuelta maderista, que la conferencia metodista del sur habló por vez primera y abiertamente de la situación política prevaleciente, exaltando las ventajas de la administración de Francisco I. Madero y su interés por implantar la “democracia”. Agradecieron su aprecio mostrado hacia los colegios metodistas, su consideración por los misioneros, su apoyo a los ciudadanos americanos y sus ideales de democracia que hacían posible la propaganda protestante. Acusaron al clero católico de ser el único culpable de la insurrección “por su influencia en la historia política del pasado y por haber moldeado los rasgos sociales y raciales de la población, que aunados con el espíritu revolucionario del tiempo han hecho que la sociedad se levante en armas y entre en un estado de inmoralidad”.43
En Michoacán, poco antes de ser concertados los arreglos de Ciudad Juárez el gobernador porfirista, Aristeo Mercado fue reemplazado por Miguel Silva, quien se hizo cargo del gobierno interino el 18 de mayo de 1911. Entre las primeras disposiciones en materia de religión envió una circular a los presidentes municipales en la que manifestó respetar todas y cada una de las libertades que la revolución había conquistado “…la libertad de pensar y opinar en materia religiosa (…) será para mi sagrada dentro de la órbita de la ley”.44
En realidad el campo religioso en Michoacán durante la transición política al maderismo no sufrió cambios drásticos. Amparados en las palabras de Miguel Silva los metodistas continuaron su labor y propaganda misionera vigilados de cerca por los misioneros extranjeros que seguían siendo los que tomaban las decisiones y ayudaban económicamente a las congregaciones. El hecho de que el trabajo misionero se hiciera sin hacer mención de los acontecimientos políticos, les dio un espacio propicio para fortalecer sus puntos de predicación sin entrar en confrontación con las diferentes facciones. Aunque por otra parte, se debe recordar que Michoacán no fue el foco central de la insurrección, los levantamientos fueron “en esencia heterogéneos, la mayoría de ellos poco secundados, con un tinte marcadamente localista y liderados por una multitud de actores que no estuvieron unificados en torno a un objetivo común”.45
Por lo anterior es que se puede explicar que la misión metodista en Michoacán se encontrara en calma a pesar de las noticias de los levantamientos y que siguieran con sus trabajos habituales impulsando la apertura de nuevas congregaciones y las labores escolares.46 Hacia finales de 1912 la misión seguía señalando con beneplácito que “prácticamente dominamos el territorio: tenemos una buena escuela en Morelia y contamos con los medios para poder hacer una vigorosa ocupación”.47 Por otra parte, el hecho de contar con ministros extranjeros al frente de las congregaciones, a pesar de que buena parte de ellos habían abandonado el país, corrobora el hecho de que en el estado el conflicto revolucionario no había afectado de manera importante el desarrollo del metodismo. Desde 1911 hasta 1919, por ejemplo, se puede corroborar que la dirección de las congregaciones estuvo a cargo de los misioneros estadounidenses.
Año | Localidad | Predicador | Distrito | Misionero extranjero |
---|---|---|---|---|
1911 | Morelia | B. I. Rebollo | México | L. B. Newberry |
1912 | Morelia | Antero Suarez | México | R. C. Elliott |
1913 | Morelia | “ | “ | “ |
1914 | Morelia | Santiago G. Figueroa | “ | “ |
1917 | Morelia | “ | México | L. B. Newberry |
1918 | Morelia | “ | “ | “ |
1919 | Morelia | Para suplirse | Monterrey | Jackson B. Cox |
Fuente: De elaboración propia a partir de los datos localizados en Annual report of the minutes, años de 1911-1919.
Solamente al sur del estado las gavillas de rebeldes que no aceptaron el licenciamiento ofrecido por el gobernador Miguel Silva comenzaron a asolar a las poblaciones. Uno de estos grupos, al mando de Jesús H. Salgado “salgadistas”, causó preocupación a las misiones metodistas quienes retrataron a Salgado como un
rebelde suriano (que) ha resultado un hombre que empieza a causar inquietud al Gobierno por su ataque a poblaciones importantes (…) el Gral. Figueroa anda tras él (…) sin que hasta ahora haya logrado la captura del rebelde suriano. Salgadistas y zapatistas se reparten por igual el honor de tener levantado el territorio del sur de la República (…).48
Además del problema de los bandoleros, otro inconveniente que trajo la revuelta armada fue un reavivamiento del anticlericalismo, una actitud casi generalizada entre las diversas facciones revolucionarias fincada en la aparente participación del clero católico en el asesinato de Francisco I. Madero; por haber brindado apoyo económico a Victoriano Huerta y de querer con ello recuperar su presencia en la vida política de la nación. Dentro de la ola de anticlericalismo en Michoacán las tropas revolucionarias y constitucionalistas no fueron la excepción; en realidad tanto villistas, carrancistas y zapatistas, en mayor o menor medida, participaron del asesinato de clérigos, el saqueo de templos, prohibieron los ritos católicos y los cultos públicos.49
El gobernador constitucional de Michoacán, Gertrudis Sánchez (1914-1915), confiscó las propiedades del clero, impuso préstamos, trató de expulsar a los sacerdotes y declaró la educación laica.50 Aunque el general villista José I. Prieto (1915) devolvió algunas de sus propiedades y declaró ser de su primordial interés el respeto total a las creencias religiosas de todos los habitantes en el estado,51 no alcanzó a desarrollar sus proyectos políticos porque la derrota villista supuso un cambio de gobernador, el general constitucionalista Alfredo Elizondo (1915-1917), quien recrudeció los ataques al clero. El nuevo gobernador volvió a intervenir sus propiedades y ordenó el cierre de los colegios católicos para que “no se conviertan en clubs en donde se propague la política clerical y el odio a los gobiernos, sino que sean unos verdaderos templos del saber en dónde con la ciencia se inculque el amor a los ciudadanos, el respeto al gobierno, la veneración por nuestros héroes y benefactores y el bien del interés general de nuestro estado”.52
Ahora bien, surge la pregunta de si cuando Alfredo Elizondo hablaba de escuelas particulares confesionales incluía a las escuelas protestantes. La respuesta es que en realidad esa no fue su intención. En el decreto expedido el 14 de octubre de 1915 se leía que “algunas escuelas clericales (…) anexadas a la instrucción oficial” eran las que seguían burlando el espíritu laico de la educación pública, “instituciones clericales donde se enseña a los alumnos burlarse de nuestras leyes, de nuestras instituciones liberales de los prohombres de nuestra Reforma y aún de la figura venerada de nuestros héroes, como Hidalgo y Juárez”.53 Argumentamos que no hubo razón para dirigir las restricciones a las escuelas protestantes en el hecho de que estas no se comportaron contrarias al sistema político porque la pedagogía cívica en estos colegios consistía en transmitir a los alumnos los ideales republicanos y nacionalistas, el estudio de la Constitución de 1857, el conocimiento de las Leyes de Reforma y privilegiaron la enseñanza de las materias de Historia y de Civismo.54
Otro argumento fue que estos centros escolares en ninguna manera fueron una competencia para las escuelas de gobierno por el hecho de que estaban dirigidos exclusivamente a los hijos de los congregantes. Aunque se aceptaba a los niños católicos, por lo regular estos no asistían por las amenazas de los sacerdotes. En realidad en las escuelas metodistas el número de alumnos no excedió los cincuenta niños por plantel y tampoco aumentó de manera significativa hasta 1919.55 Partiendo del ideal protestante de establecer una escuela de primeras letras donde existiera un templo evangélico, se observa que el número de espacios educativos era ínfimo con respecto de las congregaciones abiertas. Se observa también que las escuelas metodistas numéricamente fueron pocas, fundadas en las cabeceras municipales, dejando sin este servicio educativo a las congregaciones ubicadas en las rancherías.
Localidad | Denominación | Número | Nombre | Carácter |
---|---|---|---|---|
Cherán | metodista | 1 | - | - |
Nahuatzen | metodista | 1 | - | mixto |
Uruapan | metodista | 1 | - | - |
Morelia | metodista | 1 | - | niñas |
Fuente: De elaboración propia a partir de los datos localizados en Annual report of the minutes, año de 1916-1919.
Otra situación por la que argüimos que el gobernador Elizondo no incluía en su política la reducción de los espacios protestantes, ya fuera de culto o los planteles escolares, es porque durante su gobierno las autoridades permitieron que se llevaran a cabo discursos públicos de carácter anticlerical de integrantes metodistas, ante la creciente animadversión de los fieles y del clero católico.56 Por estas razones aseveramos que las iglesias evangélicas no fueron motivo de preocupación para las autoridades, esta idea se refuerza ante la actitud de obediencia a las disposiciones federales y estatales en materia de culto público de parte de los ministros. Por otra parte, la renuencia y protesta del clero ante las mismas disposiciones ocasionaron que las autoridades enfocaran la atención en contra de este.
En realidad las medidas anticlericales fueron un tanto focalizadas y se aplicaron bajo criterio de cada gobierno en particular, a tal punto que en algunos estados las escuelas católicas siguieron funcionando con regularidad y los templos continuaron abiertos. Carranza mismo no estaba tan convencido de que se debiera eliminar la educación religiosa de las escuelas privadas fueran estas católicas o protestantes, sino solamente de las escuelas de gobierno. Tampoco sentía antipatía por ninguna religión y lo demostró al presentar el proyecto de Constitución de 1916 que no incluía grandes cambios en materia religiosa y al tratar de reformar los artículos anticlericales en 1918.57 La iglesia metodista del sur fue sumamente clara sobre este asunto, mencionó que si en algunos estados los trabajos se encontraban paralizados se debía a las circunstancias mismas de la guerra y no por las medidas de los constitucionalistas, además en ningún momento consideraron a estas como una señal de hostilidad de parte de Venustiano Carranza hacia ellas.58
Aunque las misiones decidieron acatar las disposiciones federales que culminaron en las leyes anticlericales de la Constitución de 1917, la situación de inseguridad en algunos estados, provocada por las gavillas de bandoleros, la movilidad de la población que emigró buscando lugares más seguros, la animadversión de la población hacia los extranjeros estadounidenses y el consecuente sentimiento de nacionalismo en algunos pastores nativos, ocasionaron que la misión metodista del sur buscara estrategias para hacer frente a la situación.
La estrategia metodista y el abandono del campo misionero en Michoacán
Al saberse del asesinato de Francisco I. Madero y con motivo de los levantamientos armados al norte del país, las misiones protestantes se reunieron en la ciudad de Cincinnati con el propósito de buscar estrategias para hacer frente a la situación.59 Se propuso reducir el número de periódicos fusionando los existentes en una sola publicación, se instó a que una escuela elemental fuera instituida en donde se organizara cada congregación con más de 50 niños de ambos sexos, se recomendó el establecimiento de un instituto bíblico y de un seminario teológico y se tocó el tema de redistribuir el campo religioso mexicano entre todas las denominaciones.60
Debido al contexto de la guerra, se decidió que las pláticas serían retomadas en Panamá en 1916. Sin embargo, a los problemas existentes se sumaron un sentimiento de antiamericanismo de los mexicanos propiciado por la invasión del ejército estadounidense; y el problema de que los delegados mexicanos no participaron en los debates por no saber el idioma inglés.61 Después de debatir los temas, aunque las estrategias fueron aprobadas, de nueva cuenta no se pusieron en marcha por la publicación de los artículos anticlericales de la Constitución de 1917. La misión sureña formó un comité ejecutivo para hacer un estudio de la situación y recomendar algunas políticas sistemáticas y planes de trabajo para el futuro inmediato. En sus resoluciones declararon que los artículos estaban dirigidos solamente a la Iglesia católica, dejando fuera de toda duda que los constituyentes estuvieran interesados en perjudicar a las denominaciones protestantes.62 Se propuso que las escuelas de las iglesias protestantes no tuvieran nombres que hicieran alusión a temas religiosos y que vigilaran el patriotismo y el nacionalismo dentro de las aulas. Finalmente, se prohibió a los profesores impartir enseñanza religiosa porque para eso estaban las escuelas dominicales.63
En todo momento los metodistas exhortaron a sus congregaciones a aprovechar las facilidades ofrecidas por las autoridades estatales que las veían con buenos ojos.64 El aprecio de las autoridades hacia los protestantes se dejó sentir en varios estados y ello se debió a que durante 1918 el anticlericalismo en el país se disipó casi por completo, al punto tal que las autoridades de los estados apenas se interesaron en la ciudadanía de los ministros de culto, las escuelas religiosas reanudaron sus clases, se regresaron algunas propiedades al clero y los incidentes con este fueron aislados. De la misma manera, los ministros protestantes también ejercieron su ministerio a vista gorda de las autoridades locales y no se les expulsó de algún estado.65
En Michoacán las escuelas metodistas de Morelia y Nahuatzen siguieron funcionando bajo la dirección del pastor y maestro Paz. Una vez que conocieron la disposición gubernamental respecto al artículo 130, los metodistas se dirigieron a las autoridades para remitir “en obediencia completa” los datos que se les pedían. Sobre la congregación de Morelia, dijeron que el templo metodista seguía abierto al culto público, bajo la dirección del pastor mexicano Santiago G. Figueroa. Asimismo, proporcionaron los nombres de los vecinos encargados del templo, entre ellos, Ramón Hernández, Santiago G., Manuel Ramírez, Manuel Álvarez, Alfredo Anguiano y Abraham Hernández.66
A pesar de la disposición de la misión de mantenerse en obediencia a las autoridades y no obstante que las congregaciones en el estado se encontraban trabajando con normalidad, los puntos convenidos en Cincinnaty se aplicaron. Se estableció entonces una sola casa unida de publicaciones, un solo órgano periodístico semanal que llevó por título El Mundo Cristiano; se clausuraron los trabajos misioneros metodistas en determinados territorios atendiendo el número de congregaciones y diferentes denominaciones tomaron posesión de ellos.67 La repartición del campo misionero tuvo dos consecuencias inmediatas. Primero, el plan significó para algunas de ellas la pérdida de sus bienes conseguidos en más de cuarenta años de esfuerzo; se derivó de esta repartición la pérdida de miembros que abandonaron a las congregaciones por haber sido obligados a cambiar de denominación religiosa. En segundo lugar, debido a la animadversión que causó dicho plan de repartición, algunos pastores mexicanos se separaron de las misiones estadounidenses fortaleciendo el sentimiento nacionalista que culminó con el rompimiento de las misiones madre y consolidó el inicio de las iglesias nacionales mexicanas.
Lo anterior acarreó varios inconvenientes para los dirigentes misioneros, pues no pensaron que las denominaciones mexicanas podrían negarse a aceptarlos. El punto fue que era un disparate que de la noche a la mañana, por ejemplo, las congregaciones presbiterianas amanecieran bajo la denominación metodista y estas a su vez con la denominación congregacional, lo cual provocaría, como de hecho sucedió, una confusión y, al final, el debilitamiento de las misiones. La oposición al plan estaba respaldada por una cuestión doctrinal, dado que se pensó que
la mayoría de las iglesias se opondrán a abandonar sus creencias para hacerse de otra denominación, se perderán escuelas, se cerrarán las publicaciones, se cederán las mejores propiedades a otras denominaciones que no habían trabajado en conseguirlas y muchos no sacarán ningún provecho del reparto.68
El sentimiento de defensa por la patria ─desde que se vieron amenazados por la injerencia estadounidense bajo el corolario de la Doctrina Monroe─; el amor por la tierra que pertenecía al nacional y no al extranjero; la idea de que los mexicanos debían valerse con sus propios medios para sostener las iglesias sin necesidad de ayuda de las misiones; y las constantes intervenciones militares, aunado al hecho de que poco a poco se estaba haciendo necesario que las propiedades pasaran a manos de los mexicanos como una estrategia para evitar que fueran nacionalizadas por el Estado; fueron bases suficientes que fomentaron la esperanza de autonomía con respecto a las misiones estadounidenses.69
La misión metodista del sur ya notaba esta situación. En uno de sus reportes difundido en 1917, señaló que tenía conocimiento de que los pastores nativos estaban demostrando cierto tipo de animadversión en contra de los misioneros extranjeros a raíz de la conferencia de Panamá. Sugerían que esta animosidad provenía principalmente por una serie de demandas que tenían que ver con ciertos privilegios que creían poseer y que a todas luces estaban encaminadas a un control nacional de las iglesias. Es decir, “que bajo sus manos las iglesias serán independientes y podrán desarrollarse bajo su propio sostenimiento sin necesitar de las misiones estadounidenses”.70
El sentimiento de nacionalismo dentro de la iglesia metodista del sur no era nuevo, desde 1897 se había dado un cisma que tuvo como protagonistas a varios pastores de las congregaciones de Michoacán quienes en el marco de un exacerbado nacionalismo formaron la Iglesia Evangélica Mexicana. Bajo el lema “la base del sostenimiento propio”, se trató de que la nueva iglesia fuera sostenida con los fondos de los mexicanos, sin depender de la misión metodista del sur “el trabajo de esta iglesia naciente va a demostrar a todos los americanos que aunque sea de manera humilde, los mexicanos pueden sostener sus principios cristianos.” Argumentaban que la iglesia recién constituida ya no pertenecía a ninguna misión extranjera y no recibía “ni un centavo de ellas. No va en contra de las misiones, pero el dinero y los hombres que las gobiernen serán mexicanos”.71
Para establecer la naciente iglesia se organizó un grupo que incluyó tanto a miembros nacionales como extranjeros, entre ellos J. B Alarcón, J. G. Ramírez y Bruno Guerrero Reyes. La dirección recayó en el ministro Bruno Guerrero Reyes, quien en 1884 era el predicador de la congregación metodista de Morelia y, un año después, pastor de la congregación metodista de la ciudad de Uruapan.72 Los ministros Luis G. Prieto y David F. Watkins fueron nombrados secretario y tesorero respectivamente. Se debe recordar que Watkins había sido misionero predicador en las ciudades de Morelia, Nahuatzen y Huetamo durante los años de 1896 y 1897.73 La dirección pastoral quedó en manos del predicador metodista Luis Islas quien permaneció al frente de los servicios religiosos en un local acondicionado para ello, en el número 36 de la calle El Callejón de la Reforma de la ciudad de México.74
El motivo por el cual el grupo de Bruno Guerrero Reyes se separó de la misión metodista del sur fue porque el obispo extranjero W. W. Duncan, en la Conferencia Central del Distrito de San Luis Potosí que se llevó a cabo en la ciudad de Morelia los días 16 y 17 de octubre de 1896, pretendió dejar sin nombramientos a varios de los ministros mexicanos.75 Estos acusaron a los misioneros de atacar el “carácter de los mexicanos… (de haberse) apartado de los divinos principios y porque han hablado en contra del carácter de los mexicanos”. Terminaban la cita del periódico diciendo “pueblo evangélico mexicano, levántate, sacúdete la tutela y trabaja por el sostenimiento propio en medio de tu pobreza”.76
Los ministros mexicanos recriminaron al misionero W. D. King el hecho de que se hubiera referido de la población mexicana como “la raza” de los evangélicos mexicanos. Además, acusaron a la misión metodista del sur de propiciar una política de opresión y tiranía. A estas declaraciones se sumó el descontento por el traslado de Luis G. Prieto a la Conferencia Noroeste Mexicana sin tomar en cuenta su opinión particular y si este estaba dispuesto a cambiar de residencia.77 La misión argumentó que el traslado del pastor Prieto correspondía al derecho que tenía la misión sureña de cambiar a los pastores a campos más propicios, dado que estos se encontraban bajo un contrato monetario. Es decir, eran empleados de la misión, principios que todas las congregaciones conocían porque habían sido esbozados en un acuerdo firmado entre misioneros y nacionales en 1896.78
El sentimiento nacionalista y antiestadounidense de la iglesia mexicana fue evidente, ya que su discurso se centró en la formación de “una iglesia gobernada por mexicanos” y en la que no hubiera misioneros estadounidenses “que se creyeran de raza superior que lo único que traerán al país es una intervención yanqui”. Señalaron además que “la Iglesia Episcopal Mexicana no prestará su apoyo a ninguna iglesia metodista, presbiteriana, bautista o cualquiera que pertenezca a la República vecina (…) confiando en los mexicanos para su dirección y no en los extranjeros que pretendan dirigirnos y echarnos en cara que sostienen nuestras creencias con su dinero y que tienen el derecho de imponernos su voluntad (…).”79
La radicalización del proyecto de Iglesia Mexicana fue por demás evidente puesto que decidieron separarse de la misión metodista del sur no sólo en lo económico sino de manera doctrinal. El 23 de octubre de 1897 se emitió el acta de fundación de la Iglesia Episcopal Mexicana quedando conformada por 36 exmiembros de la misión metodista del sur. Comenzó de igual forma la publicación de su órgano periodístico La Bandera Cristiana80 que se encargó además de difundir su doctrina religiosa, de refutar los artículos publicados por otras denominaciones en temas de religiosidad y dogmas cristianos.81
Aunque pareciera ser contradictorio que hubiera entre las filas de la Iglesia Episcopal Mexicana un ministro extranjero estadounidense, como el misionero David F. Watkins, lo cierto es que no lo es. En las conferencias llevadas a cabo años después para poner en marcha el plan de Cincinnati, algunos de los misioneros extranjeros apoyaron los sentimientos de protesta que elevaron los pastores mexicanos, incluso más, siguieron llegando como apoyo tanto humano como material para seguir sosteniendo a las iglesias mexicanas. Esto se debió principalmente a que las determinaciones de Cincinnati se hicieron por misioneros que no habían estado trabajando en el campo mexicano y que ignoraban la situación prevaleciente dentro del mismo. Mientras que los que sí habían estado en México sabían de las complicaciones que significaba el trabajo en el campo religioso y por ello siguieron brindando su apoyo a los mexicanos.
La misión metodista no auguraba un buen desenlace puesto que por su experiencia el plan requeriría años para poder ponerlo en operación, implicaba tener que ceder parte de sus trabajos a otras denominaciones, además de que iba a ocasionar divisiones entre los miembros. A pesar de que no estaba cien por ciento convencida de si esta repartición le beneficiaría, se vio imposibilitada para cambiar la línea de la conferencia. Aunque una cosa sí podían y debían hacer “expedir dinero a los misioneros y colocarlos en lugares estratégicos”. Sabía además, que no podían obligar a los mexicanos a aceptar cambiar de denominación, por lo tanto se convino en que “los que quieran seguir siendo metodistas pueden retornar y continuar con su adoración, su organización y su ministerio”, era impensable y así lo expresaron, que “nosotros podamos transferir miembros sin su consentimiento”.82
Por su parte, los pastores nacionales rechazaron el plan argumentando varios motivos que implicaban errores tácticos y prácticos de aquellos que no conocían el país, entre ellos el hecho de que era un plan ideado solamente por los extranjeros quienes no tomaron en cuenta a los mexicanos; porque a todas luces era una forma de control exógena; porque la distribución del territorio no era equitativa ya que se favorecía a unas iglesias y se perjudicaba a otras; porque no se tomaban en cuenta la idiosincrasia de los mexicanos, sus puntos de vista, su forma de cultura y opinión sobre el asunto; y, finalmente, porque el dejar sus campos misioneros implicaba un reacomodo de familias enteras a otros lugares, otras ciudades y, en el peor de los casos, a otros estados, lo cual sería difícil de realizar.83
En respuesta a estos sentimientos, los metodistas del sur se mostraron en todo momento partidarios de que en todas las materias que concernían a las relaciones interdenominacionales con los mexicanos, el plan debería implicar su consulta y su cooperación. Sin embargo, en materia de política misionera, de extensión y de ajuste del territorio, considerando además que los gastos económicos provenían de ellos, señalaron que era sólo responsabilidad de los misioneros extranjeros determinarlo. Por estos motivos, apoyaron el reacomodo asumiendo la responsabilidad de ceder su territorio y de no entrar en aquellos que pertenecieran a las otras denominaciones. De esta forma y pese a los inconvenientes los metodistas aceptaron la repartición recomendándola a todas las misiones del país a través de sus representantes.84
Así, la misión metodista del sur cedió el campo michoacano a la misión presbiteriana del sur de los Estados Unidos en 1919, quien se hizo cargo de los trabajos en el estado de Michoacán y de las misiones de México, Guerrero y Morelos. De esta forma, la iglesia metodista del sur que había permanecido en el estado desde 1880 se trasladó a los estados del norte Chihuahua, Durango, Coahuila y Nuevo León. En adelante, la denominación presbiteriana del sur se encargó de fortalecer las congregaciones y puntos de misión ya existentes, además de abrir otros campos de predicación en diferentes partes del estado. En 1919 terminó la etapa de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur en el estado de Michoacán; pasarían más de ochenta años para que de nueva cuenta el metodismo decidiera volver a establecer centros misioneros en el estado.
Conclusiones
El arribo de la Iglesia Metodista Episcopal del sur al estado de Michoacán correspondió al plan estratégico de evangelizar cada uno de los rincones de México. La misión decidió establecer su centro de actividades evangélicas en la ciudad de Morelia bastión del catolicismo en el estado, con el propósito de eliminar el fanatismo religioso católico de los habitantes por medio de su oferta doctrinaria. Este factor fue en realidad el único obstáculo para que el metodismo se fortaleciera en la sociedad. A pesar de que la misión metodista estuvo presente hasta el año de 1919, año en que entregó el campo misionero a los presbiterianos del sur, constituyó la parte minoritaria del protestantismo en el estado. Sin duda a ello contribuyó el cisma que terminó por dividir y debilitar al metodismo y facilitó el traspaso del campo misionero a los presbiterianos.
El proyecto escolar metodista tampoco tuvo el éxito que se esperaba: de las tres escuelas que existían en 1900 sólo logró sobrevivir la escuela de primeras letras de Morelia de la que todavía se daba cuenta en los informes de la misión en 1919. Estos espacios educativos contribuyeron en la formación de los hijos de los miembros de las congregaciones, sin embargo, no constituyeron un elemento de fortaleza educativa dentro de la sociedad michoacana puesto que no compitieron con la educación de las escuelas de gobierno. Por este motivo no fueron vistas como espacios contrarios al sistema político.
El sentimiento nacionalista de los líderes mexicanos y su separación de las iglesias madre no nada más en lo económico sino en lo dogmático, significó que el metodismo no era tan sólido. Los conflictos internos repercutieron en el debilitamiento de las congregaciones y en la pérdida de su campo religioso ante la segmentación de sus miembros. La división del metodismo significó también el nacimiento de nuevos grupos sin una base doctrinal firme, además de la pérdida de creyentes que abandonaron las congregaciones. Estamos, pues, ante la presencia de un protestantismo nacional heterogéneo y dinámico que se ajustó a los procesos políticos para sobrevivir, pero que en el camino perdió parte de su legitimidad ante los fieles.
Este es el panorama que imperaba en las congregaciones protestantes de Michoacán al momento de que el general Francisco J. Múgica asumió la gubernatura del estado en 1920. En adelante, el campo protestante michoacano estuvo dominado por las misiones presbiteriana y bautista, ambas del sur de los Estados Unidos, quienes reorganizaron los trabajos misioneros en un contexto político de medidas anticlericales radicales.