Realizado como texto final para la Maestría en Historia de la Universidad Industrial de Santander (Colombia), Gabriel David Samacá Alonso pone en consideración Historiógrafos del solar nativo. El Centro de Historia de Santander, 1929-1946, publicado por la misma universidad en el marco de la Colección de Autores Regionales. Trabajo que es bien recibido toda vez que llega para atenuar un vacío historiográfico: “era muy poco lo que se conocía sobre la manera que funcionaban estas instituciones, sus miembros, actividades y, en general, sobre el significado de la escritura académica del pasado” (p. 19). Escritura que se funda en la siguiente hipótesis: “se sostiene que el Centro mantuvo una posición suprapartidista, que no excluía la militancia de sus miembros en cualquiera de los dos partidos” (p. 258); tesis que controvierte lo que hasta el momento ha sido establecido en relación con la escritura de la historia por organismos oficiales, y es el de considerarlos “como trincheras de las más rancias oligarquías locales” (p. 19).
No obstante, no manifiesta el autor que esta posición suprapartidista no fue exclusiva ni del Centro de Historia de Santander, ni tampoco un baluarte del siglo XX. Como lo ha mostrado Patricia Cardona Zuluaga, 1 las inclinaciones políticas de corte conservador de José María Quijano Otero, no fueron obstáculo para que el gobierno en 1868 decidiera que éste escribiera un Compendio de Historia Patria. Del mismo modo, Renán Silva Olarte ha mostrado cómo al interior de la Radiodifusora Nacional —en pleno gobierno de la República Liberal en el siglo XX— “[…] el objetivo manifiesto fue el de mantener la Radio Nacional sustraída a toda influencia de secta o partido”, exponiendo con claridad y sobriedad —dos virtudes extrañas al fanatismo político colombiano— la obra del Gobierno, pero teniendo únicamente en cuenta los intereses superiores de Colombia, con el fin de fomentar entre los colombianos el hábito de colaboración y difundir la consciencia de la personalidad de la Nación”. 2 Deseable que Samacá hubiera al menos registrado dicha información, con lo cual tendríamos una idea de la tan mentada singularidad del Centro de Historia de Santander.
Sin embargo, lo que más llama la atención, es que si bien Samacá en múltiples apartados da por confirmada la hipótesis en relación a la posición suprapartidista del Centro, no logra explicar ni la génesis ni el mantenimiento de dicha actitud. Más que una explicación, nos encontramos con una serie de sentencias que aprueban la tesis. ¿Es acaso suficiente mencionar que los hombres de letras santandereanos desarrollaron sus actividades “en clave patriótica”? (p. 39). Asimismo, sugiere el autor que el hecho de que los miembros del Centro hayan experimentado el periodo regenerador, la Guerra de los Mil Días y la separación de Panamá, se tradujo en la “necesidad de formar un espíritu de reconciliación que sumara las concepciones políticas conservadoras y liberales bajo las banderas del republicanismo” (pp. 61-62). Afirmaciones que no presentan demostración alguna sobre por qué el sostenimiento de la postura suprapartidista. Del mismo modo, Samacá parece querer dar solidez a su tesis, cuando asevera que entre los miembros del Centro de Historia de Santander se fraguó un “acuerdo tácito por dar a Santander el lugar que merecía” (p. 84), pacto que cree hallar en los prolegómenos de los estatutos que instituyeron la necesidad de “velar por la conservación de las tradiciones departamentales” (p. 85).
Sin embargo, ¿Se puede desprender de la escritura de unos estatutos la posición suprapartidista endilgada a la corporación? Lo cierto es que la mención a unos “lazos de pertenencia a la región” (p. 93), o el hecho de que el Centro haya sido designado como “órgano consultivo al Gobierno del Departamento” (p. 131), hasta señalar que los volúmenes XI y XII de la Biblioteca Santander “confirman el carácter suprapartidista de la institución” (p. 461), no logran funcionar como elemento de validación de la tesis y son afirmaciones poderosas y llamativas que tras de sí no alcanzan a mostrar el mecanismo por medio del cual la posición suprapartidista pudo gestarse, moldearse, reafirmarse y consolidarse. Más bien, el autor hubiera podido explorar con mayor profundidad, la veta de las “relaciones personales”, los “enlaces matrimoniales” y la “noción de amistad” (p. 157) como forma explicativa del origen y mantenimiento de la posición suprapartidista.
En relación a las referencias teóricas apropiadas por Samacá, las sitúa en los postulados de Peter Burke y los linderos de la historia cultural; aunque, con el fin de ser más específico, sentencia que se posa sobre lo que se ha dado en llamar “historia de la memoria”, la cual le permite enfocarse “en la manera como los poderes establecidos se fundan a partir de la recreación de un pasado que postulan como compartido” (p. 22). Deben añadirse los conceptos de intelectual, hombres de letras —desde la obra de Roger Chartier—, hasta llegar a los de elites intelectuales y sociabilidad asociativa —propuestos por Juan Camilo Escobar Villegas y Maurice Agulhon respectivamente—. Finalmente, la conjunción de los cuatro conceptos se hace explícita al momento de asegurar que:
Con base en lo planteado, el estudio del CHS como una sociabilidad asociativa entraña la revisión de su composición social, la reglamentación interna, su influencia pública, las actividades y relaciones entre sus miembros y otros actores sociales, políticos y culturales desde el ámbito local hasta el internacional. Al hablar de sociabilidad formal y erudita intentamos recoger el carácter de los miembros que la conforman (hombres de letras), los objetivos y actividades que desarrollaron en torno al pasado regional y local en clave patriótica y las redes de relaciones de las que hicieron parte (p. 39).
Precisamente es la mención a las redes de relaciones —Segunda Parte del libro compuesta por los Capítulos II y III— en donde queremos ahondar. Como lo ha expuesto Bertrand, 3 el uso de la red como forma de explicar relaciones debe tener en cuenta tres aspectos. El primero —aspecto morfológico— tiene que ver con los sujetos (individuales o colectivos) que materializan una relación. Seguidamente, y más allá de la estructura, la red comporta una dimensión relacional que se manifiesta en “un sistema de intercambios mediante el cual los lazos reconstituidos como manifestaciones de relaciones permiten una circulación de bienes o servicios”. Finalmente —y este es el punto de discusión con la obra de Samacá—, el componente denominado dinámica relacional que debe señalar “la versatilidad y la variabilidad de los lazos”. Tal punto es el de mayor dificultad, pues deben mostrarse los periodos y causas de adormecimiento, los de no activación, así como los cambios en los contenidos y servicios intercambiados. El texto de Samacá, si bien da cuenta del aspecto morfológico e igualmente de la dimensión relacional que sostuvo el Centro de Historia de Santander, no tuvo el mismo acierto en señalar y mostrar la dinámica relacional. ¿A qué obedeció que en los años cuarenta del siglo XX los contactos entre el Centro de Historia de Santander y la Biblioteca Nacional se redujeran? (p. 246) ¿Qué significa cuando el autor señala que el Centro tuvo “cierto contacto” con la Escuela Normal Superior y el Instituto Etnológico Nacional”? (p. 248).
Un tercer aspecto a discutir es el tema concerniente a la intención “por conocer quiénes y cómo habían escrito la historia regional” (p. 19). Si bien el quiénes logra un tratamiento adecuado en el Capítulo IV titulado “Los proyectos editoriales del CHS: Revista Estudio, Biblioteca Santander y Crónicas de Bucaramanga”, no podemos decir lo mismo del cómo. Con el conocimiento sobre los enfoques que han estudiado los impresos, ya desde su materialidad, hasta los estudios de consumos, pasando por los intelectuales que se reúnen para fundar un proyecto editorial (pp. 359-360), Samacá da puntadas importantes que sin embargo no logran adentrarse en el proceso de la escritura del pasado regional. Valga como ejemplo que si bien reconoce que se dieron rechazos a colaboraciones enviadas a la revista —“las razones esgrimidas fueron claras y contundentes: el carácter eminentemente literario del trabajo no correspondía con el énfasis de investigación histórica de la revista” (p. 389)—, no hay una explicación plausible al por qué de dicha decisión. 4 Finalmente, y habiendo estudiado tanto los contenidos como los consumos de los proyectos editoriales, se dejó de lado una explicación sobre el por qué fueron escritos de esa manera y no de otra, o mejor dicho, como lo ha expresado Cardona Zuluaga: “los modos concretos mediante los cuales se narra”. 5 Es claro que Estudio, la Biblioteca Santander y las Crónicas fueron escritas teniendo en cuenta el reconocimiento de tradiciones narrativas que ayudaron a dar pertinencia e inteligibilidad (pp. 45-47); tradiciones que no son mostradas por el autor.
Otros puntos a mencionar son los correspondientes a las fuentes utilizadas, así como la justificación del marco temporal de la investigación. En relación con lo primero, la revisión de más de dos millares de cartas —en tanto recibidas y enviadas—, así como la observación y análisis de “casi tres centenares de sesiones”, son un corpus de fuente primaria que le permitió a Samacá “establecer el contraste entre el decurso de la vida institucional en sus reuniones periódicas y la activa comunicación que trabó la institución desde el nivel local hasta el internacional” (p. 50). Con tales indicaciones, se comprende por qué el segundo grupo de documentos primarios correspondieron a las sesenta y nueve entregas del órgano institucional del Centro —la revista Estudio—, revisión que permitió “reconocer la producción histórica del Centro, el contacto con el mundo y las preocupaciones e intereses de los socios de la institución” (p. 51). En relación con el segundo aspecto, se justifican las fechas de 1929 y 1946 con base a que la primera obedece al año de inicio de labores, mientras que la segunda “corresponde al tránsito que se dio a la condición de Academia” (p. 23).
Nos queda finalmente el hacer explícito que la labor de Samacá Alonso se tradujo en una obra de gran valía historiográfica, no solamente para los intereses regionales, sino porque es una muestra de la necesidad de adelantar trabajos de este corte en otras latitudes con el fin de poder establecer singularidades y similitudes. No obstante, es preciso hacer un llamado de atención a la Universidad Industrial de Santander y, más específicamente, a la Dirección Cultural y personal encargado de las publicaciones, ya que lastimosamente, el proceso de producción de esta obra, en el tema concerniente a los materiales y las tapas del libro, desmerecen este trabajo historiográfico.