INTRODUCCIÓN
La Guerra del Pacífico fue un enfrentamiento militar en el que Chile combatió contra la alianza de Perú y Bolivia. Las primeras campañas militares en Antofagasta y Tarapacá fueron exitosas para el primer país. Ese resultado se repitió en la campaña de Tacna y Arica, gracias a las victorias en las batallas de Tacna (26-05-1880) y Arica (07-06-1880). Ambas fueron fundamentales para el curso del conflicto, porque Chile rompió la alianza y se preparó para la campaña de Lima, al tiempo que la guerra se globalizó, convocando la atención de Estados Unidos que medió en las Conferencias de Arica para restablecer la paz.
La Guerra del Pacífico ha sido estudiada por la historiografía clásica de los países involucrados1 y por una historiografía crítica, con marcos teóricos y metodológicos innovadores, basada en una epistemología peculiar, en algunos casos “binacional”.2 En el primer caso, la característica principal es el discurso positivista-decimonónico que, mediante el “relato oficial”, naturaliza una perspectiva de las causas, desarrollo y consecuencias de la guerra.3 Así, se privilegian los hechos bélicos e institucionales, cubriéndolos de un nacionalismo que desplaza otras formas de solidaridades sociales. Al contrario, la historiografía crítica renueva los temas sobre la guerra, fundando la producción del conocimiento en una hermenéutica de las fuentes centrada en la dimensión socio-cultural. Específicamente, para los historiadores “binacionales”, es capital pensar el conflicto desde una ética y moral que supere el sesgo nacionalista prevaleciente.4
Varios investigadores miran el fenómeno en perspectiva transnacional cuestionando el papel de otros Estados durante la guerra.5 Una de las principales fuentes de este enfoque es la prensa, aunque la acción de los periódicos estadounidenses en la constitución de imaginarios nacionales durante 1880, aún no se ha detallado.6
Cabe recordar que cuando en Sudamérica estalló la guerra, en Estados Unidos la industria periodística vivía su “edad dorada”. Durante el conflicto, la comunicación transcontinental se realizó por telégrafos y transportes marítimos. Por entonces, la conexión telegráfica entre Chile, Perú y Estados Unidos era eficaz; Bolivia carecía de este ensamble. Dentro de esta red comunicativa, Panamá y Londres fueron importantes porque mientras la primera vinculó América de norte a sur, la segunda puso en contacto a las capitales del Cono Sur con la costa este de Estados Unidos. Según Caimari, en ese territorio sudamericano emergieron noticias “extranjeras”, transfigurando el espacio de forma contradictoria, pues la centralidad de algunos lugares desplazó la relevancia de otros. Esta desigualdad creó una “conciencia de mundo difusa compuesta por la sincronía de numerosos puntos del planeta”.7
Sin embargo, la fluidez del sistema experimentó problemas. Uno de ellos ocurrió comenzando la guerra, cuando la Cable Company del Pacífico Sur sufrió cortes de línea. A esta irregularidad se sumó la de Iquique, donde, después de la ocupación chilena, los telégrafos fueron puestos al servicio del vencedor. En Arica también hubo cortes antes de la ocupación para impedir su conexión con Iquique y Mollendo,8 vías arregladas para unir ese puerto con Iquique y Santiago luego de la batalla. En este contexto, es pertinente preguntarse qué función tuvieron el telégrafo y la comunicación marítima en la producción noticiosa sobre el conflicto y, desde un punto de vista discursivo, qué género periodístico prevaleció. Ambas cuestiones buscan comprender qué imaginarios nacionales se constituyeron hacia los Estados combatientes y Estados Unidos.
Nuestra hipótesis afirma que, debido a la guerra, la prensa configuró imaginarios sobre Chile, Perú, Bolivia y Estados Unidos y que mientras los tres primeros fueron pensados como Estados desorganizados, belicosos y “bárbaros”, el último fue autorrepresentado con solidez institucional y “civilizado”. Entre los sudamericanos, la consolidación del estereotipo dependió de cuatro acontecimientos político-militares: la caída de los presidentes de Perú y Bolivia; las batallas de Tacna y Arica; la creación de los Estados Unidos Peruano-Bolivianos y las Conferencias de Arica. Cada uno de ellos se verá por separado, después de precisar el contexto ideológico y mediático, así como nuestro acercamiento teórico-metodológico.
CONTEXTO IDEOLÓGICO Y MEDIÁTICO
Los tópicos de la desorganización, el belicismo y la “barbarie” se desprendieron del contexto ideológico dominante en los Estados Unidos de mediados del siglo XIX. Allí, El Origen de las Especies de Charles Darwin influyó en las creencias sobre la evolución y organización social diferencial de las sociedades. Las interpretaciones, condensadas en la máxima de la “sobrevivencia del más fuerte”, se nutrieron con la sociología de Herbert Spencer, quien aplicó algunos postulados de Darwin al mundo social. La obra del inglés fue leída con profusión en Estados Unidos, en momentos en que los prejuicios sobre la incultura de las repúblicas nacidas del arruinado imperio español eran comunes.9
Para Spencer, las sociedades podían clasificarse en incivilizadas y civilizadas (extintas, decadentes y recientes) y en militares o industriales.10 El desarrollo material del imperio británico, producido por la Revolución industrial, lo convenció de que allí podía visualizarse una sociedad civilizadaindustrial. Entre sus miembros prevalecía la racionalidad y la organización voluntaria, a diferencia del comportamiento incivilizado, donde predominaban personalidades caprichosas, impulsivas y belicosas.
En Estados Unidos, las condiciones materiales y psicológicas, similares a las del Reino Unido, influyeron sobre intelectuales y políticos, quienes vieron en el darwinismo y spencerismo ideologías justificadoras del racismo, el capitalismo y el imperialismo.11 Puntualmente, la instrumentalización de las ideas de Spencer les permitió pensar y actuar por el futuro nacional, cristalizándose así, con “ciencia”, la teleología del destino manifiesto.
Los epígonos del darwinismo social de Spencer fueron los intelectuales estadounidenses William Sumner y John Fiske. Ambos creyeron que la lucha por la sobrevivencia producía ganadores y perdedores (fuesen individuos o pueblos). Estos actores ipso facto fueron valorados en clave “superior” e “inferior”. Sumner, un defensor del capitalismo, estuvo convencido de que los hombres exitosos debían tener mejor destino que los fracasados, quienes por su aversión al trabajo eran “sanguijuelas” indignas para Estados Unidos.12 Fiske, hacia 1880, iba más lejos. El filósofo creyó vivir una etapa nueva en la historia caracterizada por la dispersión global del “sistema político ario”. Durante esta eclosión, la población blanca anglo-americana sería fundamental para poblar y “civilizar” (mediante ciudades pujantes, ferrocarriles y telégrafos) el planeta.13
La prensa estadounidense que notició la Guerra del Pacífico publicó dentro de esta superestructura que cronológicamente coincidió con la PostGuerra Civil o “edad dorada” (1865-1901).14 Los rasgos principales del contexto de producción de la prensa fueron tres. Primero, el aumento notable de ejemplares (222 %) provocado por la industrialización de las imprentas entre 1870-1890.15 Este crecimiento satisfizo la necesidad por conocer las “últimas noticias” nacionales e internacionales en un momento de grandes transformaciones, encadenando lo propio con lo ajeno y definiendo la interpretación de las noticias. El segundo rasgo fue la aparición de periódicos independientes16 de los grupos políticos tradicionales. Este auge, que no hizo desaparecer a los periódicos partidistas, reconfiguró el “ecosistema informativo” hacia 1870.17 Por entonces, la riqueza de los empresarios periodísticos, basada en sus ventas a los miembros de los grupos políticos, palideció por la aparición de periódicos baratos para la masa. La independencia de los medios los ató al capital de quienes publicitaron productos industriales y comerciales. En algunos casos, la presión por vender diarios derivó en prácticas antiéticas traducidas en la venta de noticias falsas que, durante los años ochenta, consolidó el Yellow Journalism. El último rasgo fue la constitución de la prensa como modelador de la identidad nacional. En tanto medio masivo de reproducción diaria, la prensa ordenó los significados de los acontecimientos, marcando con rigidez etnocéntrica quienes formaban parte de la nación y no. El interés presentista fue enriquecido con visiones del pasado y del futuro. Las referencias históricas, por ejemplo, hacia el centenario de la Independencia o con motivo de efemérides de la Guerra Civil, construyeron memoria y unidad nacional.18
MARCO TEÓRICO: IMAGINARIOS EN LAS NOTICIAS
Los imaginarios son uno de los temas principales de la Historia Cultural, que explora, entre otras cosas, sus formaciones y evoluciones.19 Puntualmente, la Historia Cultural de la Prensa, ha reflexionado sobre este medio de comunicación, considerándolo como vector normativo, actor de la evolución socio-cultural y formador de identidades sociales.20 Bajo esta premisa, se interesa por definir y hacer operables los conceptos que construyen realidad mediáticamente. Para nosotros, esos conceptos principales son los imaginarios y los discursos divulgados por la prensa. Sin embargo, dada la abundante literatura que los discute, encuadramos arbitrariamente algunas pistas que orientan nuestro análisis, acercándonos a los abordajes filosóficos de Cornelius Castoriadis y Jean-Jacques Wunenburger, quienes desafían al historiador a probar empíricamente cómo la noticia contiene imaginarios.
Para Castoriadis, la cualidad inherente de estos es la “historicidad” de las imágenes, figuras y formas donde se adhieren. Por ello, percibe la historia como poiesis, en la cual la “imaginación productiva” de los sujetos, reflejada en el hacer y decir, es fundamental. Este hacer y decir se instituye históricamente, a partir de un momento, “como hacer pensante o pensamiento que se hace”.21 Sobre el último caso, el campo del pensamiento político es donde se evidencia más la intencionalidad de un discurso subjetivo, pues proviene de alguien que habla por él y “nosotros”. Un buen ejemplo es el de los pensadores políticos, quienes argumentan “filosóficamente” en nombre del ser, la razón o las leyes de la historia.
Castoriadis, en la relación entre imaginarios, pensamiento político, discurso y lenguaje, ve la imposibilidad humana de salir del último, aunque reconoce una movilidad ilimitada dentro de este. Mediante el lenguaje representamos simbólicamente, vinculando elementos del mundo social a simple vista separados, pero conectados por un “imaginario efectivo”. Los signos del lenguaje permiten que emisor y receptor den sentido al discurso. Esa comunicación está influida por la interpretación, pues escribir y hablar es elegir signos y dudar o rectificar dicha elección. Con todo, mediante el lenguaje comprendemos lo imaginario, pues este “ordena el mundo” distinguiendo lo que importa y no.
Esta distinción proveída por los imaginarios debe poner en guardia a los investigadores de otros conceptos similares. Para Wunenburger, la plasticidad conceptual del imaginario ha hecho que pueda confundirse con mentalidad, mitología, ideología, imaginería, ficción y temática. Por eso, sugiere comprenderlo como el conjunto de producciones mentales o materializadas en obras visuales (cuadros, dibujos, fotografías) y lingüísticas (metáforas, símbolos, relatos) coherentes y dinámicas concernientes a una función simbólica que articula sentidos propios y figurados.22 Lo imaginario tiene un contenido emocional con consecuencias más duraderas sobre los sujetos que las sensaciones momentáneas y, aunque puede describirse literalmente, favorece la interpretación. En términos más concretos, un imaginario está constituido por tiempo, espacio, personajes y acción.
Según Wunenburger, la discusión filosófica en torno al imaginario fue aprovechada por los “objetos de estudio” de las ciencias humanas. Algunos aportes interesantes de esas ciencias muestran que la comprensión del imaginario no se obtiene pensándolo como un conjunto de representaciones unidas mecánicamente, puesto que su existencia es producto de una “imaginación trascendental” que sobrepasa al sujeto. Por ello, el imaginario no puede separarse de obras mentales y materiales, ya que ambas construyen su sentido vital, el que activa otras representaciones simbólicas no siempre ortodoxas. Esta trasformación hace que sea más valiosos preguntarse por su uso que por su definición precisa.
MARCO METODOLÓGICO: EL ANÁLISIS DE CONTENIDO DE LA PRENSA
La metodología consideró la selección de 541 noticias sobre la guerra en Tacna y Arica publicadas en 114 periódicos durante 1880.23 El género periodístico que prevaleció fue el de información por encima del de opinión (Gráfico 1). El criterio por el cual una noticia se entendió como información u opinión, fue la tendencia del texto hacia la “objetividad” o la “subjetividad”.24 Específicamente, el estudio de las opiniones estadounidenses evidenció la inexistencia de editoriales y remitidos, y solo una opinión firmada por un boliviano. Por el contrario, como veremos, sí se utilizaron crónicas de corresponsales y correspondencias.
Las noticias fueron sometidas a un análisis cualitativo de contenidos de superficie,25 estudiándolas en su contexto comunicativo y buscando una interpretación dirigida por las preguntas de investigación26 y la teoría. En la hermenéutica, la inducción es relevante porque desglosa los textos en unidades de análisis orientándolas a sistemas de categorías. Esa inducción puede padecer problemas documentales como la falta de autenticidad, disponibilidad y capacidad de provocar inferencia.27 En nuestro caso, los dos primeros no afectan a la muestra, debido a la reproducción masiva de periódicos y al cuidado del que gozan en las hemerotecas estadounidenses.28 En relación al tercer aspecto, las inferencias favorecidas por las noticias están relacionadas con el tipo de unidad analizada, las que pueden ser “léxicas” (palabras), “temáticas” (conceptos) y “temático-evaluativas” (valoraciones).29
Algunos aspectos importantes que reveló el análisis de los cuerpos de las noticias son la alta frecuencia de aparición de las palabras y gentilicios correspondientes a Chile (1561), Perú (1115) y Bolivia (335). Esa relación fue reproducida en los titulares y subtitulares (Chile 93 y 69; Perú 92 y 66; Bolivia 5 y 14, respectivamente). En los titulares y bajadas de las noticias de información se aprecia la creatividad de los redactores estadounidenses, pues en varios casos una noticia publicada por diferentes medios no se tituló igual. Por otro lado, la principal ciudad de abastecimiento informativo fue Panamá, seguida de lejos por Nueva York, Londres, Lima y Valparaíso (Gráfico 2).30 No es coincidencia que la prensa dependiera del Star and Herald (Panamá) —una de las mayores fuentes de noticias para los anglohablantes del istmo31 con corresponsales en Santiago y Lima, que publicaba cartas properuanas redactadas en esta última capital— y otras fuentes (Gráfico 3).32 Aunque las noticias basadas en misivas demoraron tiempo en llegar, porque algunas fueron transportadas en los vapores, el telégrafo disminuyó el tiempo de espera, en general, a un solo día para informar sobre la guerra (Figura 1). Los telegramas, transformados en noticia, fueron puestos en la primera página (222) y en la segunda (152). En esas páginas, como en las otras que compusieron los periódicos, se utilizó la posición 1, 2, 3, 4, 5, 6 y 7 en 144, 83, 125, 85, 27, 30 y 19 veces, respectivamente.33
ANTES DE LAS BATALLAS DE TACNA Y ARICA
Al comenzar 1880 la guerra favorecía a Chile, pues dominaba el litoral boliviano y la provincia peruana de Tarapacá, después de la batalla homónima (27-11-1879). A consecuencia de esto, parte importante del ejército aliado se retiró hacia Arica donde esperaban reunir 11 000 hombres para reconquistar Tarapacá. En este momento, la guerra causó impresión, porque se sabía que el ejército aliado superaba en número al chileno.
Esta sensación fue acompañada por noticias peruanas que evaluaban la guerra. El Nacional de Lima, por ejemplo, publicó un texto desolador titulado en Estados Unidos “¿Qué significa la guerra para los conquistados?”, catalogando las calamidades sufridas, entre ellas, la pérdida del poder naval de Miguel Grau, de Pisagua e Iquique y de ferrocarriles. Este medio lamentó la pérdida territorial por el “oprobio” de funcionarios incompetentes.34
Por entonces, y a pesar de ese pesimismo, la alianza continuaba la guerra con esmero. La captura chilena del vapor británico Knight Templar luego que intentara desembarcar armas en Arica, según una carta peruana, fue “un camelo” de La Moneda para calmar a la opinión pública, enfurecida por la muerte de Manuel Thomson, encargado del bloqueo de Arica. La ruptura del mismo (17-03-1880) por la Unión —construida en Estados Unidos— fue informada por el canciller peruano al encargado de negocios en Nueva York, José Tracy, quien elogió a Villavicencio.35 Una opinión estadounidense al respecto transformó el episodio en moraleja, subrayando la ineficacia de los buques frente a las corbetas.36
En otro plano, el presidente peruano, Mariano Prado, fue noticia por sus decisiones políticas y militares. Desde Arica viajó a Lima (26-11-1879), donde había rumores de un golpe de Estado. El 18 de diciembre partió a Europa “abandonando” la guerra.37 En Panamá concedió una entrevista donde explicó que su viaje fue decidido súbitamente y su gabinete consideró efectuarlo de manera discreta debido al carácter “excitable” de los limeños.38 Según él, su objetivo era acelerar la compra de acorazados, aunque dudaba de su éxito, porque calculaba que el erario era insuficiente para pagarlos. A esta dificultad sumaba el pacifismo de las potencias que no estaban abasteciendo con buques de guerra a los beligerantes. Algunos medios insinuaron que Prado abandonó Perú por cobardía y que el viaje simbolizaba la desesperanza de un país donde los derrotados garantizaban su seguridad huyendo de una chusma “irracional como una manada de bestias”.39
En Nueva York, Prado se reunió con Tracy. Ahí fue entrevistado por reporteros del New York Times y el New York Tribune, quienes lo definieron como un hombre bien parecido y cortés, exitoso en los negocios, con profundos ojos negros característicos de sus paisanos.40 Fungió como traductor William Grace. Prado comentó que se había enterado recientemente del golpe de Estado dado por Nicolás de Piérola y que se contentaría con un triunfo peruano de cualquier gobierno. Aprovechó para negar su “huida”, afirmando que, como en su viaje a Arica, el gobierno quedó subrogado. Por último, le deseó éxito a su país, esperanzado en la superioridad militar aliada. Uno de sus compañeros de viaje reconoció la posición favorable a Chile en ese momento, pero aseveró que Perú cambiaría su destino. Ese acompañante dudó de que la marina chilena batiera las fortalezas de Arica y El Callao. Su testimonio fue uno de los primeros en afirmar en el exterior que Chile se había preparado para la guerra comprando acorazados en Inglaterra, los que, según él, podían luchar contra toda la armada estadounidense. El diálogo entre el reportero del Tribune y Prado fue como sigue:
—¿Continuará hacia Europa, o regresará a Perú? —Apenas puedo decir qué haré todavía. Conozco este asunto solo unas pocas horas, y debo considerarlo más antes de decidir. No tengo ninguna ambición personal. Mi mandato expira en agosto, después de lo cual no seré elegible para la reelección durante cuatro años. Si el país prosperara bajo Piérola, nadie estaría más complacido que yo.
—¿Es popular? (Piérola) —Tiene un grupo muy grande. —¿Cree que un cambio en la administración afectará de alguna manera la guerra con Chile? —Creo que la guerra continuará de la misma manera bajo Piérola. —Los peruanos afirman que es simplemente una guerra de agresión por parte de Chile para la adquisición de territorio, ¿no es así? —Sí. Si Chile tuviera éxito, tomaría la provincia de Tarapacá para sí misma; le daría a Bolivia, para asegurar su buena voluntad, la próspera provincia de Tacna.41
Piérola también fue noticia. La prensa publicó una biografía que subrayó su vasta experiencia administrativa y revolucionaria, asegurando que podía salvar al Perú de una vergüenza mayor. En un plano diplomático, la visita que efectuó al ministro plenipotenciario estadounidense Isaac Christiancy fue mencionada sin detalles. Por último, se comentó que Perú bajo su mando había aumentado el movimiento militar, producción de pólvora y ánimo popular, progresos contradictorios con las noticias sobre la pobreza del ejército.42
El presidente boliviano Hilarión Daza también fue atendido por la prensa. Daza, luego de las derrotas militares de 1879, fue depuesto de su cargo y se fugó del país. Esta información la entregó un cable de la legación chilena en París. Luego, se informó con imprecisión su sustitución por Eliodoro Camacho y Narciso Campero, y su llegada a Estados Unidos, desde donde viajaría a París. Una nota de Valparaíso aseveró que intentó refugiarse sin éxito en el vapor estadounidense Alaska, escondiéndose en Arequipa o Arica. Otra de Lima mencionó el estallido de una revolución contra su persona en Bolivia, sugiriendo al Perú aprovecharla para acordar la paz con Chile. Ello vengaría la deslealtad boliviana que le había hecho derramar sangre, mientras sus hombres no tomaban el peso del conflicto. El autor concluyó citando a Lord Palmerston para quien Bolivia era un “poder bárbaro”.43
Las opiniones contra Daza pueden sintetizarse en dos comentarios sobre su mala fortuna en la guerra. El primero, basado en un documento enviado por él a su cónsul en La Serena, jurando ir a Potosí con 10 000 hombres y recuperar Antofagasta en sesenta días. Su suerte hizo que esa profecía “sea más ridícula que la famosa profecía del tiempo de Mr. Seward en nuestra propia guerra”.44 El segundo texto valuó su actuar como el de un político abominable que sería recordado por su tiranía violenta y grosera.45
Por esos días fue anunciada una supuesta rendición de Bolivia, debido a un acuerdo con Chile, quien le cedería Iquique. Otros diarios informaron sobre la ruptura peruano-boliviana. Por ambas razones surgió una bolivianofobia periodística, sustentada en referencias de Lima que catalogaban a Bolivia de un íncubo militar, insubordinado, desorganizado y cobarde.46 Análogamente, un diario publicó una nota contraria hacia la milicia boliviana,47 mientras que otro compartió un análisis chileno referido al cambio de la opinión periodística peruana, enemistada con Bolivia. Como ejemplo, ese análisis se refirió a la huida de la caballería boliviana en la Batalla de Dolores (19-11-1879) y a la “inútil” división de Campero que no protegió bien ni siquiera los rebaños de ganado del ejército.48
Los triunfos chilenos produjeron artículos proclives a los “ingleses de Sudamérica”. Uno de estos, consideró el tamaño diferente de las poblaciones y ejércitos involucrados, favorable a los aliados, que desmontaba la sospecha de que Chile hacía una guerra de conquista.49 Además, sostuvo que la superioridad chilena era económica —gozaba de créditos en Europa, a diferencia de los aliados que estaban en bancarrota— y civil. Esta última le permitía vindicar el derecho de conquista en Sudamérica.
La antesala de las batallas de Tacna y Arica fue el desembarco chileno en Ilo (25-02-1880). Las noticias dieron a conocer la llegada a esa zona de 10 000 chilenos. La legación diplomática chilena en Washington recibió cablegramas que compartió a los medios con datos de la ocupación de Moquegua (12-03-1880), sin resistencia aliada, la victoria en la Batalla de Los Ángeles (22-03-1880) y los bombardeos y quema de una parte de Arica.50
Por el contrario, un conjunto de noticias falsas tomadas del Star and Herald, probablemente provista por informantes pro-aliados, afirmó que una derrota chilena había ocurrido allí, mencionando matanzas chilenas sobre civiles, mujeres y niños.51 La veracidad de este hecho contra civiles es incuestionable si comparamos las noticias al respecto con partes de Chile, Perú y Estados Unidos. Mientras los documentos chilenos aludieron los bombardeos contra Arica ordenados por las autoridades, un corresponsal peruano contabilizó dos mujeres muertas. La información estadounidense fue provista por una carta firmada por los norteamericanos en Lima, dirigida a Christiancy, en la que criticaron que las víctimas de los chilenos eran mujeres y niños.52
Las estrategias navales chilenas durante el bombardeo de Arica fueron utilizadas con un tono alarmista en la prensa. En San Francisco se publicó un análisis criticando la situación deplorable de las fortificaciones de su puerto frente a un posible ataque extranjero. Su vulnerabilidad guardaba relación con la potencia y disponibilidad de armas de largo alcance que permitirían situar a los acorazados enemigos a dos o tres millas de la playa Cliff House y bombardear la calle Montgomery (situada al otro extremo de la península). Esta situación hipotética se sustentó en lo noticiado sobre el bombardeo de Arica.53
Un cambio sutil en las representaciones prochilenas se experimentó poco antes de las batallas, debido a que gran parte de las informaciones publicadas provenían del Perú. Entre las acusaciones frecuentes hacia la marina chilena, por ejemplo, estaban los disparos hacia los trenes que comunicaban Mollendo con Arequipa, provocando la protesta de los cónsules contra esa conducta bárbara. Posteriormente, el New York Times se refirió al cambio de táctica anunciado en una ordenanza del ministro de guerra chileno para atacar todos los puertos fortificados, disparando contra trenes y lanchas para paralizar al enemigo.54
De manera similar, los diarios peruanos leídos en Panamá, y posteriormente utilizados como base de las noticias estadounidenses, acusaron la conducta chilena en las islas Chincha y, de nuevo, en Mollendo. Mientras las primeras fueron destruidas completamente, en la segunda los soldados abusaron de extranjeros y locales, sin respetar condición nativa, etaria o sexo. La prensa comentó que tal información probablemente era exagerada. El despacho, con base en una carta redactada en Arequipa, hizo pública la destrucción de la estación de tren de Mollendo y los robos efectuados por los oficiales chilenos en los baúles de las damas inglesas. Los militares de menor rango violaron a mujeres y a niñas. Por ello, “sus oficiales obligaron a los soldados a disparar a sus camaradas para contener su crueldad diabólica”.55
LAS BATALLAS DE TACNA Y ARICA
Al comienzo, las noticias sobre la Batalla de Tacna fueron breves, limitándose a noticiar la victoria de Chile y la marcha de su ejército sobre Arica. Luego, el New York Times fue el primero en detallar los acontecimientos. Un mes después, publicó el reporte del general Manuel Baquedano, quien mencionó cuantiosas pérdidas chilenas y peruanas y felicitó al ministro de guerra, afirmando que Perú no se recuperaría fácilmente del daño infringido.56 Concluida la batalla, Baquedano envío militares en son de paz a Tacna, quienes recibieron disparos de soldados ebrios. Pese a ello, la ciudad se rindió.
La Batalla de Tacna quebró la alianza, pues los bolivianos abandonaron la guerra. Un despacho recibido en Panamá así lo dio a conocer, asegurando que Campero fue a Bolivia aparentemente para reorganizar su ejército. Por su parte, el corresponsal del Star and Herald en Lima, destacó la valentía de Montero,57 mientras que otro despacho de esa capital afirmó que la tropa boliviana huyó de la batalla “sin vergüenza”, cuando los peruanos resistían el fuego del Ejército chileno. Este, compuesto por “el roto, como burlescamente le dicen los peruanos, no le teme al frío acero. El cuchillo es su arma favorita, y […] cuando tiene en sus manos un mosquete con bayoneta en su extremo […] es el enemigo más asesino”.58
Meses después de la batalla continuaron publicándose las “atrocidades” chilenas en Tacna. Una de ellas afirmó que solo la calle donde Baquedano levantó su cuartel no fue saqueada y que los prisioneros y heridos tacneños fueron asesinados. En el lugar del combate ningún herido fue encontrado con vida al día siguiente. Las mujeres y niñas fueron violadas y muchas asesinadas. En la campiña se cometieron delitos similares, asesinándose cada día alrededor de diez personas, las que eran enterradas días después.59
La victoria de Chile en la Batalla de Arica fue informada desde Londres tres días después.60 Otras informaciones afirmaron que los chilenos habían tomado Arica por asalto el 7 de junio, haciendo prisioneros y presenciando el hundimiento del Manco Capac.61 Contrariamente, dos diarios introdujeron un telegrama recibido por el cónsul general del Perú en Estados Unidos, quien notificó el asedio exitoso de Tacna por las tropas aliadas.62
De todas maneras, desde un comienzo no hubo un fechado certero para la conquista de Arica. Esto se infiere de la publicación, un mes después, de una noticia sobre los incidentes de las capturas de Tacna y Arica. En el último caso, varios periódicos afirmaron que Arica fue atacada por seis mil chilenos alrededor del 4 o 5 de junio y que, antes de la batalla, el comandante chileno solicitó la rendición de la plaza a Francisco Bolognesi, quien prometió luchar “hasta quemar el último cartucho”.63 Al día siguiente de la batalla, el Ejército chileno cortó las comunicaciones que unían Arica con otros puntos del Perú.
Las victorias chilenas en Tacna y Arica favorecieron el resurgimiento de opiniones prochilenas. Una editorial del Omaha Daily Bee dio prácticamente por concluida la guerra. Este medio comentó la conquista de Tarapacá y Arica y la destrucción aliada, así de cómo la primera de esas victorias significaba una recompensa de los gastos chilenos de guerra. La toma de Arica, además, separaba a Bolivia del mar y eliminaba toda guarnición, salvo las de Lima y El Callao. El Omaha comparó al Perú con Turquía, quien en la guerra de 1877-1878 enfrentó a Rusia con consecuencias desastrosas. Ahora Perú devino aislado de todas las comunicaciones, con su moneda devaluada, la paralización del comercio y a merced de Chile, que solicitaría grandes indemnizaciones y territorios. Por lo anterior, según el diario, Chile gozaba de la simpatía mundial, porque Perú había sido el agresor y aquel solo escuchó sus instintos viriles y guerreros. En definitiva, los chilenos eran “un pueblo más digno que los peruanos y bolivianos, por lo que su éxito es ampliamente merecido y muy pocas personas imparciales lamentarán el resultado de la guerra”.64 Una opinión afín comentó que después de sus victorias en Tacna y Arica, Chile no tenía más que hacer.65 Al contrario de esa adulación, el corresponsal del Star and Herald incidió en la valentía de los aliados y reprobó la conducta de los soldados chilenos, quienes saquearon a sus anchas e incendiaron la ciudad, destruyendo todas las casas.66
Como en otras noticias, se introdujo información equivocada sobre los lugares de la guerra, afirmando que, luego de Tacna, los chilenos habían avanzado hasta Lima y no hacia Arica.67 En ese lugar, se mencionaron las matanzas practicadas por el Ejército chileno en Azapa contra los peruanos. La imagen chilena se barbarizó, consolidándose con relatos peruanos del siguiente estilo: “Los buques de guerra extranjeros habían aceptado cientos de mujeres y niños de diferentes nacionalidades, de lo contrario, los horrores se hubieran multiplicado por mil”.68 O con referencias a la indisciplina de la soldadesca: “Los soldados victoriosos fueron liberados en la ciudad, las bodegas de vino se abrieron y, por la tarde, Arica estaba en llamas, no quedando ninguna casa en pie”.69 Solo el Sun y el Daily Intelligencer, indicaron que las afirmaciones anteriores se debían a un testigo ocular.
Estos y otros diarios comentaron que el almirante chileno Galvarino Riveros, declaró que la actitud de sus soldados se repetiría al llegar a Lima. Eso, según varios periódicos, sería un escándalo para Europa y las potencias civilizadas que tenían representantes allí, cuestión que podría prevenirse “si Estados Unidos y Europa hubieran abordado la cuestión después de que Mollendo fuera saqueado, Arica podría haberse salvado de la destrucción sin sentido, y Lima y sus mujeres y niños no estarían amenazados”.70 Con posterioridad, se publicaron los acontecimientos ocurridos en la Agencia Comercial de Estados Unidos en Arica, donde cuarenta y nueve peruanos habían buscado refugio, siendo capturados y masacrados por los chilenos.71
Las opiniones contra Chile continuaron perjudicando su imagen. Un periódico denunció la barbarie chilena, la cual desconocía su civilidad cercana a la raza anglosajona. Su brutalidad en Tacna y Arica vulneraba a la humanidad y desconocía los acuerdos de la Convención de Ginebra de 1864, evidenciando que la política internacional podía hacer leyes bellas en tiempos de paz para abolir barbaridades, “pero tan pronto como estalla una guerra, la vieja bestialidad sale a la superficie nuevamente y la gente masacra y saquea”.72 Solo ese carácter explicaba la conducta despiadada y ladrona de los soldados en Tacna y Arica, comparándoseles con los peores mercenarios europeos del pasado.73
A pesar del grado mayor de “civilización” de Chile en comparación con los aliados, que reconoció un periódico, debía prohibírsele su deshumanización militar y perpetración de “brutalidades con los asesinatos de hombres desarmados y de mujeres y niños […] que debería producir el sonrojo de vergüenza de los indios Sioux o Comanches”.74 Por tal razón, el Ejército chileno fue puesto por debajo del turco, el cual en sus últimos combates había mostrado respeto por el derecho de protección a los prisioneros y a las mujeres. Otras apreciaciones antichilenas reconocieron, de todos modos, la responsabilidad que en la guerra presente cabía al Perú por ofrecerse “pérfidamente”75 para arbitrar el conflicto chileno-boliviano estando unido al segundo país por un tratado secreto.
LA CREACIÓN DE LOS ESTADOS UNIDOS PERÚ-BOLIVIANOS
Días después de la Batalla de Arica, en Lima los aliados activaron un proyecto federal para constituir los Estados Unidos Perú-bolivianos (11-06-1880). Algunos órganos periodísticos lo criticaron, sosteniendo que era una estratagema peruana para impedir un acercamiento entre Chile y Bolivia,76 donde el primer país ofrecería Tacna y Arica al segundo. Para el New York Times y el Hermanner Volsjblatt, la unión era consecuencia de los triunfos chilenos que activaron el deseo aliado de mostrar más fuerza y coordinación.77 Además, como en América del Sur el método político tradicional, en medio de la derrota, era el derrocamiento de gobiernos y los aliados ya habían utilizado esa estrategia en 1879, ahora solo podían optar al plegamiento estatal. Empero, para esa prensa, las unificaciones eran propias de Europa, donde el caso alemán era paradigmático (18-01-1871), pues se hizo en medio del fervor militar, a diferencia del proyecto peruano boliviano. Por eso el articulista se preguntó: “¿Qué tienen especialmente en común, excepto la dudosa simpatía de una guerra mal protagonizada, iniciada por uno [Bolivia] en violación de un tratado, y retomada por el otro [Perú] en celos de un rival común?”.78
Otra crítica del New York Times hacia la confederación fue su origen improvisado y carente de medios para revertir la derrota. El artículo sostuvo que cuando se tornó adversa la guerra para la alianza, esta aumentó su nacionalismo. Luego, perdido el Huáscar, Perú intentó comprar acorazados; pero ahora creía que una confederación añadiría recursos para la victoria, cuando lo que se buscaba era impedir una negociación chileno-boliviana.79 El Sun también reprobó la unión por parecerle una estrategia desesperada que demostraba la debilidad aliada, unida por la desconfianza mutua entre sus gobiernos.80 Independientemente de esta y de las opiniones anteriores, algunos diarios se basaron en El Peruano para afirmar que en Perú y Bolivia la confederación había sido bien recibida.81
ANTESALA Y DESARROLLO DE LAS CONFERENCIAS DE ARICA
Mientras la prensa consideraba las victorias de Chile como “golpes mortales”, un diario comentaba que la esperanza de saquear Lima fortalecería a su ejército.82 Por ello, se tematizó la necesidad de finalizar la guerra con la mediación de un Estado “civilizado”.83
En Nueva York se publicó un cable enviado desde Londres, anunciando que el subsecretario de Relaciones Exteriores había declarado que Chile aún no respondía por los daños contra las propiedades británicas. En vista de eso, el representante británico en Perú recibió la orden de unirse con sus pares de Francia e Italia contra dichos abusos.84 En medio de esa situación, la prensa explicó que el secretario de Estado, William Evarts, notificó a Thomas Osborn —representante estadounidense en Chile— e IsaacChristiancy que Estados Unidos estaría dispuestos para interceder por la paz. Debido a los aprestamientos de Piérola, la prensa comentó que los peruanos desconocían que su causa estaba perdida y recordó que hacía un año Estados Unidos se había negado a colaborar con Inglaterra y Alemania para terminar la guerra. Y, como los intereses comerciales de ellos estaban siendo perjudicados, se temía que ambas potencias europeas coordinaran la paz.
El corresponsal del Star and Herald en Lima, enunció que Christiancy había salido en el Wachusett con dirección hacia Arica el 16 de agosto. En su opinión, pensaba que el diplomático se reuniría allí “con algún personaje importante de Chile, y probablemente el portador de despachos importantes de la Casa Blanca, y alguna idea de qué será aceptable para Piérola en Perú”.85 Varias noticias comentaron su estadía allá y las dificultades tenidas por su nave, confundida en los puertos chilenos con la Unión.
El corresponsal aseguró que, días después del viaje de Christiancy, los representantes de Inglaterra, Francia e Italia en Lima, enviaron hacia Arica un diplomático86 para convencer a Chile de que cesara sus conquistas territoriales. En medio de la incertidumbre sobre el papel pacificador estadounidense y la competencia europea, circuló un tratado de paz falso. El New York Times lo presentó como un rumor. Sus numerales establecían un nuevo orden territorial y económico entre los signatarios, reconociéndose la soberanía de Chile en todos los territorios conquistados. Ese país cedería a Bolivia, posteriormente, Moquegua, Tacna y Arica. Perú se comprometía a pagar a Chile todo el costo de la guerra.87
Otro rumor sobre las negociaciones de Christiancy con Chile circuló. Algunos diarios señalaron que este había conseguido que el Ejército chileno detuviera sus movimientos antes de recibir la respuesta peruana a sus condiciones de paz. El rumor, utilizando como fuente La Opinión Nacional de Lima, mencionó que Christiancy ordenó al Adams bombardear Arica si Chile no respondía por el incidente en el consulado estadounidense provocado por los soldados chilenos. Otras noticias afirmaron que ellos lo habían quemado.88
Las primeras informaciones relacionadas con la intervención estadounidense fueron recibidas en Londres, desde Valparaíso, mencionando que Arica había sido escogida para negociar. Allí los representantes de Chile, Perú y Bolivia discutirían los términos de la paz en torno a Christiancy. Una de las primeras estipulaciones tuvo relación con la continuidad de la guerra, independientemente del proceso de negociación.89
El New York Times aplaudió las gestiones estadounidenses en Arica. Según su visión, el obstáculo principal de Estados Unidos sería crear entre los beligerantes una base de acuerdo común, situación provocada por la actividad de la marina chilena en la costa peruana y por los aprestos de Piérola. Sin considerar el éxito o fracaso de la diplomacia estadounidense, el diario comentó que las mediaciones eran ingratas, pero finalmente nobles. Esta previsión guardó relación con el carácter “quisquilloso” de las repúblicas hispanoamericanas, cercanas a las formas de arreglos de los turcos, griegos y albanos.90 El mismo medio pronosticó que Chile exigiría Atacama, Tarapacá, Tacna y Arica. Como consecuencia de esta solicitud territorial, Chile fue responsabilizado a priori del fracaso de la paz, idea reforzada con publicaciones que hasta mediados de diciembre detallaron la movilización de treinta mil chilenos, salidos de Arica con dirección a Pisco.
Finalmente, las Conferencias de Arica se celebraron el 22, 25 y 27 de octubre, no apareciendo noticias breves ni desarrolladas hasta finales de 1880. Un vapor que llegó a Panamá portó un informe completo basado en fuentes peruanas.91 En este se publicó el discurso pacifista efectuado por Osborn y los miembros participantes. Durante la primera sesión tomaron la palabra Eulogio Altamirano (Chile), Antonio Arenas (Perú) y Mariano Baptista (Bolivia), quienes agradecieron la disposición de Estados Unidos. Las propuestas chilenas, tendientes a mantener los territorios conquistados durante la guerra, no fueron aceptadas por los aliados y las conferencias fracasaron.
Fruto de este impasse, el New York Times culpó a las repúblicas sudamericanas por actuar imprudentemente y desaprovechar el ofrecimiento de Estados Unidos. Sin embargo, la mayor culpa cayó sobre Chile, quien puso términos de paz duros para sus enemigos y desechó la propuesta aliada para que Estados Unidos arbitrara el conflicto. En el fondo, aceptar la propuesta chilena significaba que Bolivia quedaría aislada del mar para siempre y Perú entregaría el monopolio del suministro mundial del salitre.92 En el impasse, según la prensa, tuvo mucho que ver el temperamento sudamericano: los chilenos actuaban como conquistadores de sus enemigos; los peruanos parecían desconocer su situación de derrotados; sobre los bolivianos no se escribió nada.
CONCLUSIONES
Las noticias estadounidenses producidas en 1880 en torno a Tacna y Arica, revelan un gran interés por la Guerra del Pacífico. Esta inclinación no fue abstracta ni azarosa, pues supuso la definición de temas y objetos concretos con los cuales darla a conocer. Para eso, los medios codificaron los acontecimientos políticos y militares del sur peruano. Así, la función simbólica del lenguaje periodístico utilizó sus recursos estilísticos para que el público decodificara la guerra. En este proceso dual, los límites de la interpretación estuvieron dados por los discursos de las noticias que instituyeron un pensamiento arbitrario y, más o menos, definido de los países en guerra.
La importancia del telégrafo como tecnología capaz de transportar datos referidos a la guerra fue fundamental. Sin este y en ausencia de reporteros estadounidenses, la guerra no hubiera sido visible para la prensa. El telégrafo aportó noticias informativas, pero produjo escritos de opinión. Estos últimos, se vieron favorecidos por la producción de cartas en Lima que fueron portadas por sujetos anónimos, quienes las dejaron en las centrales telegráficas de Panamá, desde donde se codificaron para llegar luego a Estados Unidos.
Allí, como sugerimos en nuestra hipótesis, su recepción y publicación favoreció la creación diferenciada de imaginarios hacia Perú, Bolivia, Chile y Estados Unidos. En la prensa, el imaginario sobre Perú estuvo limitado por los componentes morales de sus líderes políticos y militares que actuaron sobre una estructura socioeconómica deficiente. Las descripciones del manejo del país por Prado, su salida a escondidas y su estadía en Nueva York, donde en una entrevista demostró pasividad e ignorancia sobre la guerra, perjudicó la imagen de su país. Si bien, en un sentido opuesto, las acciones de Piérola reflejadas en las noticias remarcaron su energía en la conducción de la guerra. El costo fue la transfiguración del régimen político peruano hacia una dictadura, reñida con la tradición democrática estadounidense. Posteriormente, las derrotas de su ejército en Tacna y Arica fueron “hechos” concretos del descalabro que se cernía sobre su administración, así como el fracaso de sus representantes en las Conferencias de Arica.
La prensa, a la par, iba constituyendo un imaginario sobre Bolivia. Este guardó bastantes similitudes con el imaginario respecto al Perú en el aspecto del liderazgo militar que, por extensión, permitió visualizar la poca valía de los militares bolivianos. La huida de Daza y la perplejidad de los actos de su sucesor en el poder político, fueron hitos de referencia que favorecieron la representación de un país anárquico, desorganizado y, en ocasiones, despreocupado de la guerra.
Chile, por el contrario, emergió en 1880 como un Estado de singular poder militar, con fuerzas armadas que dominaban rápidamente los territorios peruanos. Llama la atención que sus autoridades políticas no tuvieran atención periodística, pues la guerra se explicó en función de los líderes militares. Sin embargo, el rasgo definitivo del imaginario sobre Chile, relacionado con la emocionalidad transmitida por las palabras, fue su comportamiento criminal contra los civiles. Concretamente, la acusación de barbarie se posó sobre el Ejército chileno y, por extensión, sobre su identidad nacional. A ese símbolo se enlazó el belicismo, puesto que la diplomacia chilena en las Conferencias de Arica decidió continuar la guerra.
A diferencia de los imaginarios precedentes, detectar la institución de imaginarios sobre Estados Unidos, por medio de su misma prensa, encierra dificultades. La principal está relacionada con la centralidad del tema bélico en las noticias sobre Chile, Perú y Bolivia, destinándose poco texto al papel de Estados Unidos en esta. Dicho de otro modo, la gran cantidad de noticias publicadas sobre los países beligerantes se centró en la guerra misma, evidenciando más el imaginario hacia los Estados extranjeros que hacia sí mismo. Una comprensión más acabada del imaginario interno estadounidense debe efectuarse con un análisis de prensa mayor, lo cual escapa a nuestro objetivo. Con todo, la cuestión de acceso al imaginario estadounidense no bloqueó su emergencia desde la documentación. Este puede considerarse como un imaginario híbrido, pues está sostenido en palabras e ideas producidas en el extranjero, pero filtradas por la industria periodística. A esa hibridez se sumó un cambio notable, constituido por una posición de “observador” y otra de “mediador” de la guerra, este último puede apreciarse con claridad después de las batallas.
Pese a la poca pulcritud de algunas informaciones y a los desfases en el tiempo entre los “hechos” y su publicación, la fascinación de la prensa estadounidense hacia la Guerra del Pacífico y su resolución se explica por su interés en saber si intervendría alguna potencia europea, quebrando las lábiles vigas maestras de la Doctrina Monroe. Por lo tanto, al referirnos al imaginario estadounidense sobre sí mismo, parece ser más adecuado abstraernos y pensar en él como un fragmento de un imaginario total, del cual fueron parte sustancial los imaginarios hacia Perú, Bolivia y Chile. El rasgo fundamental de aquel imaginario parcial sería su creación incesante de alteridad nacional, comparándose con los Estados sudamericanos estudiados y comprendiéndolos como naciones con maneras diferentes de hacer política, pero sobre todo por carecer de una estrategia diplomática conducente de manera soberana, sin mediaciones de terceras potencias, hacia la paz.