INTRODUCCIÓN
Colombia es un país que se ha caracterizado históricamente por su fragmentación, tanto geográfica como social y cultural.1 De ahí, la existencia de actores y grupos sociales que no se han reconocido en el modelo de sujeto social legitimado por la institucionalidad tradicional. Grupos inconformes buscaron participar en la vida pública por medio de tres dispositivos: la prensa, la educación y las asociaciones. En este conflicto socio-cultural, el estudio del hecho religioso se hace fundamental, ya que el catolicismo ha sido, sin lugar a dudas, una de las principales fuerzas moldeadoras de la nación y de gran parte de las subjetividades históricas que se han ido conformando desde la época colonial y durante gran parte de la vida republicana. De tal manera que un acercamiento a las estrategias y tácticas utilizadas por otras opciones religiosas alternativas, permitirá una caracterización matizada de la vida cultural de la sociedad y de la constitución de los sujetos nacionales. Se analizan las estrategias de las asociaciones establecidas por evangélicos en una temporalidad clave para su proceso identitario en Colombia.2 El periodo se extiende desde 1900, con el registro de la primera asociación, hasta mediados de los años cincuenta, década de profundas transformaciones a causa de los procesos de modernización laboral, estatal y cultural.3
El acercamiento conceptual a las asociaciones evangélicas se realiza mediante la categoría “sociabilidad”. Maurice Agulhon la presenta como una experiencia asociativa de individuos que se vinculan y comparten espacios mediante afinidades ideológicas, familiares o de camaradería.4 La categoría no se refiere a los procesos de cohesión social, sino al comportamiento asociativo de individuos mediante asociaciones o “círculos” que permite considerar relaciones reales o supuestas de sujetos alrededor de fenómenos socio-históricos concretos.5 En esa medida, la referencia al estudio del “círculo burgués de la primera mitad del siglo XIX francés”, permitirá reconstruir los procesos asociativos evangélicos con el fin de analizar esa representación y construcción identitaria del sujeto protestante alrededor de la circulación de sus impresos. Para el caso colombiano, Gilberto Loaiza caracteriza la expansión asociativa a partir de la década de 1820. Asociaciones liberales, conservadoras, masónicas, espiritistas y católicas, disputaron la hegemonía sociocultural y política del país. La naturaleza tradicional o moderna se dio en referencia a su carácter secularizado y secularizador, siendo en conjunto reproductoras de un lenguaje político moderno.6
En 1886 se impuso el modelo católico-conservador de nación colombiana; sin embargo, la disputa asociativa continuó latente durante la primera mitad del siglo XX. En ese contexto, ingresaron las misiones protestantes y organizaron sus primeras experiencias asociativas. De esta manera, la propuesta teórico-metodológica de Agulhon nos permite indagar cómo las sociedades evangélicas participaron en la búsqueda de espacios sociales para una agencia allende al poder religioso hegemónico. Abordaje investigativo que detalla el funcionamiento de las relaciones comunitarias que se extendieron al interior de estos grupos y su relación con otras instancias de la sociedad.
Desde la perspectiva planteada, se pretende averiguar cuáles fueron los alcances socio-culturales, políticos y espaciales de las asociaciones evangélicas en Colombia. En este sentido, se caracterizan las agendas y formas de relacionarse con el entorno social de las sociedades femeniles y juveniles, ya que las mujeres y los jóvenes se constituyeron en los grupos nodales del crecimiento de los grupos evangélicos.7
LA ESTRATEGIA ASOCIATIVA EVANGÉLICA
El estudio de las asociaciones evangélicas colombianas permite matizar dos tesis de larga data. Por un lado, la “tesis modernizante”, en la cual se lleva a extremos las afirmaciones de Jean-Pierre Bastian sobre la impronta modernizante de las misiones y sociedades protestantes que, con valores alternativos a la sociedad corporativista y jerárquica católica, contribuirían significativamente a la modernización cultural de los países latinoamericanos.8 Esta tesis idealiza ciertas prácticas socio-históricas de los evangélicos en Hispanoamérica como proyectos de progreso cultural moderno, caracterizando al romanismo como una institución homogénea y promotora de la tradición y opositora del progreso. Para el caso colombiano, existen investigaciones que contrastan dicha tesis, matizando el catolicismo en una perspectiva de diversidad eclesiológica y pluralidad dogmática.9
Por otro lado, está la tesis que considera que las agencias protestantes se desentendieron de las cuestiones temporales —desde los fundamentos de una teología trascendente y ultramundana—, por ende, no afectaron, más allá de promover un ideario moral alternativo, sustancialmente la estructura social.10 Esta tiene varias contradicciones en cuanto a la práctica social de los evangélicos. Si bien varias agencias evangélicas se identificaron como instituciones apolíticas, en su quehacer y práctica social identificamos un comportamiento religioso que configuró relaciones socio-culturales y políticas en espacios de incidencia pública.11 De hecho, en la prensa es posible reconocer dos modelos de sociabilidad evangélica, uno de tintes modernizantes —promovido desde las páginas de El Evangelista Colombiano y El Mensaje Evangélico— y otro más tradicional —promovido desde los periódicos El Heraldo Bautista y De Sima a Cima—. Modelos de sociabilidad que mantuvieron relaciones fluctuantes durante las primeras décadas del siglo XX.12
La prensa evangélica logró posicionarse como una institución medianamente consolidada que permitió a las sociedades femeniles y juveniles un proceso de debate, pero a su vez de relacionamiento con otro tipo de asociaciones nacionales y extranjeras, las cuales se registran en los periódicos. Respecto a su incidencia geográfica, los evangélicos lograron visibilizarse en espacios locales y regionales en los que existía una apertura modernizadora. Ciudades como Cali, Barranquilla, Ibagué, Bucaramanga, Bogotá y Medellín fueron claves para el desarrollo de sus ideas. Aunque su intención fue lograr una mayor representación en el territorio nacional,13 no fue sino en dichas urbes o, en aglomerados cercanos, que lograron distinguirse y, a su vez, establecer relaciones con otras asociaciones locales. Por ejemplo, existieron ciertas relaciones amistosas con gobernantes municipales como es el caso del alcalde del municipio El Espinal (Tolima), quien ayudó a los misioneros Allan y Chapman a salir ilesos del “toque de las campanas”.14 Por otro lado, el esfuerzo editorial permitió establecer relaciones con otras sociedades que compartían ciertos intereses sociales. Es el caso de El Evangelista Colombiano que, por su paso en Barranquilla durante la década de 1910, se imprimió en la imprenta “A Vapor del Progreso” administrada por una asociación de industriales manufactureros.15 Aunque a lo largo de la primera mitad del siglo XX, esas sociabilidades tendieron a perderse o a transformarse.
En cuanto a su carácter organizativo, las sociedades evangélicas fueron espacios relativamente democráticos, nacionales y sociales —en el sentido del trabajo a favor de la comunidad allende a las fronteras meramente eclesiales—, en contraste con las iglesias institucionalizadas. Sin embargo, la política de todas las misiones coincidía en que las asociaciones de laicos debían estar sujetas y rendir cuentas a la institución eclesial. A los pastores se les invitaba a ser miembros honorarios y asesores de cada sociedad y, a su vez, los distintos comités organizados por el laicado debían prestar ayuda a las iglesias locales en aspectos variados, desde lo logístico propio del servicio religioso (culto), hasta lo propiamente proselitista (evangelismo).16
Un ejemplo de la relación iglesia-asociación fue la Convención de Iglesias Presbiterianas de Dabeiba en 1925, en la que sociedades presbiterianas tuvieron participación, rindieron informes y señalaron perspectivas a futuro, entre las que se encontraba un mayor engranaje con las iglesias locales.17 Sin embargo, dichas relaciones no siempre fueron sencillas ni armoniosas. Algunos misioneros veían con preocupación los tintes sociopolíticos que tomaron algunas asociaciones y buscaron la “armonización” de las mismas a partir de un direccionamiento más espiritual, tal como lo señala Orlando Fals Borda en una breve semblanza histórica del movimiento juvenil evangélico publicada en febrero de 1941.18 Un ejemplo sobresaliente del choque de fuerzas entre sociedades e iglesias fue el de la Unión Femenil Misionera, que conglomeraba 13 sociedades, y la Convención Bautista Colombiana (CBC) en 1952, ya que dicha asociación de mujeres antecedió a la iglesia y no estaban claros los fueros de cada una, por lo que finalmente se decidió que la Unión sería un departamento de la CBC, aunque con la autonomía en la búsqueda de sus recursos en el exterior.19
La dirección de la prensa evangélica fue consciente de la efectividad que la estrategia asociativa católica había tenido a través del modelo de caridad y del lugar privilegiado dado a la mujer a la hora de consolidar la hegemonía cultural católica. Respecto a la implementación del modelo de caridad se acusó, desde las páginas de El Evangelista Colombiano de febrero de 1926, a las asociaciones católicas de hacer competencia desleal a los talleres particulares de manufactura, al valerse del privilegio de la exención de los impuestos industriales; como también a frailes y monjas de que, bajo el pretexto de las obras de caridad, establecían uno o varios talleres de carpintería, zapatería, lavado, planchado, entre otros, en los cuales explotaban a su mano de obra, exigiéndoles el máximo de producción, con lo cual “acaparaban el mercado en inmejorables condiciones, contribuyendo así a la ruina del pequeño comercio”.20
En relación con la utilización de la mujer como estrategia privilegiada del avance católico, El Evangelista Colombiano de noviembre de 1925 señalaba: “[…] las mujeres son más fácilmente atraídas por las mujeres. La mujer hoy en día es el fuerte del Romanismo, y en muchas de nuestras Iglesias en el país el sexo femenino es el que escasea. Conquistemos para Cristo a la mujer colombiana y bien pronto se multiplicarán los hogares cristianos en la tierra”.21 Por lo tanto, en convenciones evangélicas, como las de Dabeiba en 1925, se impulsó deliberadamente la creación de sociedades femeniles que, efectivamente, tuvieron su auge en la década de 1920 y continuaron con sus labores hasta finales de la década de 1950.
El acento de la estrategia asociativa evangélica no recayó del todo en la mujer, sino también en la juventud. La expansión de asociaciones y sociedades conformadas por jóvenes evangélicos entre los 15 y 30 años de edad venía teniendo lugar desde finales del siglo XIX con el modelo asociativo de Esfuerzo Cristiano en el seno de la misión presbiteriana, como también en las misiones representadas por El Mensaje Evangélico desde la década de 1910, las cuales, a su vez contaron con su propio modelo de sociabilidad juvenil: Embajadores Reales. El tema de los jóvenes fue central en toda la prensa evangélica durante la primera mitad del siglo XX. Sociedades y confederaciones juveniles tuvieron secciones dentro de El Evangelista Colombiano. Por el lado de El Mensaje Evangélico, se tiene registro de cartas enviadas por las directivas de dichas asociaciones y un número de artículos considerable que exhortaba a la unidad de las mismas. Finalmente, en el periódico De Sima a Cima se encuentran artículos dirigidos al fortalecimiento de la sociabilidad juvenil.
Al igual que las otras asociaciones evangélicas, el periodo de auge de las sociedades juveniles comienza en la década de 1920 y llega hasta los años de 1940, en los cuales se organizó e institucionalizó el movimiento juvenil evangélico en el marco de una estrategia continental que buscó establecer redes de apoyo entre la juventud evangélica latinoamericana y, de esta manera, lograr incidir en terrenos que iban desde el plano puramente espiritual, pasando por lo cultural, hasta llegar a lo político y económico. Movimiento de unidad que en Colombia se vio menguado a comienzos de la década de 1950, dada la falta de apoyo de las iglesias y de un liderazgo estable, para nuevamente tomar impulso a mediados de 1955 y terminar por disolverse a finales del decenio por la incompatibilidad entre la dirección cada vez más espiritualista de la institución eclesiástica y los aires cada vez más sociales de algunos sectores de dicha sociabilidad juvenil, los cuales terminarían identificándose más con el movimiento ecuménico.
SOCIABILIDAD FEMENINA EVANGÉLICA
En el periodo 1930-1957 las mujeres colombianas adquirieron un protagonismo significativo en el escenario nacional, concretamente en el contexto de la industrialización que les obligó a organizarse para reivindicar sus derechos. En estos años el movimiento tomó tintes emancipatorios, al buscar impugnar las bases que sostenían la posición de cada género en aspectos como: el manejo de los bienes por la mujer casada, el acceso a un mayor nivel educativo y el derecho al sufragio. Sin embargo, sus luchas reivindicativas se remontaban a la década anterior, ya que desde mediados de la década de 1920 se introdujo en la agenda del debate público la cuestión de las capitulaciones matrimoniales y se publicaban revistas como Letras y Encajes, fundada en Medellín en 1925, en la que se promovía la creación de una escuela de domesticidad, manteniendo aún la visión maternalista de lo femenino; muy diferente al enfoque de revistas de la década de 1940, como Agitación femenina, en la que se evidenciaba otra perspectiva del lugar de la mujer en la sociedad.
La primera sociedad femenil evangélica de la que se tiene registro fue la Sociedad Tabita, fundada en Barranquilla el 19 de mayo de 1915 por iniciativa de las misioneras norteamericanas Martha Bell Hunter y Lelia W. Kirby, quienes propusieron un trabajo misionero en Barranquilla bajo la dirección de señoritas colombianas. El nombre hacía relación a una mujer practicante de obras caritativas mencionada en el libro bíblico de Hechos de los Apóstoles. Su énfasis principal fue social, bajo un modelo de caridad. En los diez primeros años de vida, mediante la contribución de sus miembros y de algunos simpatizantes, habían adquirido dos casas. Una destinada a ser una escuela y otra un salón de cultos. En sus inicios la sociedad tuvo como ideal edificar un asilo para los ancianos pobres de las iglesias evangélicas, pero al no tener los fondos suficientes para su sostenimiento, el local se terminó destinando a la escuela.22
Dos años después, el 16 de abril de 1916, se fundó la Sociedad Misionera de Señoras y Señoritas de Barranquilla, cuyo propósito inicial fue “promover la causa de la evangelización en Colombia, ayudando con la oración, los bienes materiales y el servicio personal”. Se nombró presidenta, tesorera y secretaria, aunque los nombres de las mismas no aparecen explícitos en El Evangelista Colombiano. Para su sostenimiento material establecieron un sistema de colectas y algunas de sus miembros generaban ganancias por la venta de costuras que permitían un aumento de los fondos. A los 10 años de su existencia, en 1926, habían colectado poco más de $ 1 800, los cuales se venían repartiendo anualmente para ayudar a la difusión evangélica y para fomentar las actividades de algunas iglesias evangélicas de la ciudad. Algunas de sus obras sociales fueron la atención a huérfanos de la ciudad y las ofrendas a los leprosos de Caño de Loro. También impulsaron económicamente el área eclesial con ayudas a algunas iglesias, principalmente en la construcción de sus templos y en obras de beneficencia.23
La sociedad funcionó de forma ininterrumpida hasta, por lo menos, la década de 1950. Durante algunos años se concentró principalmente en lo espiritual.24 Sin embargo, bajo la dirección de María Borda de Fals retornó a su vocación social. Borda fue una líder presbiteriana, nacida en Chivolo, Magdalena, pero formada en Bogotá. Su participación en la vida pública la inició con su militancia en las sociedades de damas locales, tanto en Bogotá como en Barranquilla, y como docente del Colegio Americano, para luego tomar el liderazgo nacional al ser elegida como presidenta de la Sinódica Femenil en agosto de 1955. Durante la década de 1940 fue una dirigente social en la capital del Atlántico, tal como lo señala su hijo Orlando Fals Borda.25 Lideró lo que fue, probablemente, la primera campaña contra el cáncer en el país, además, trabajó con ciertos sectores infantiles del Atlántico. Escribió ocasionalmente en El Evangelista Colombiano y organizó la primera hora radial femenil de Barranquilla en 1948. El Espectador dedicó uno de sus artículos del viernes 22 de diciembre de 1950 a su labor social, que titulaba “La única Campaña sobre el Cáncer” y en el cual se describía su labor en los siguientes términos: “Hay que reconocer que la señora doña María Borda de Fals realiza en esta ciudad una magnífica labor social, desde los micrófonos de la Emisora Atlántico, en la hora “temas Feministas”, y con su campaña contra el cáncer, cruzada que ha tenido resonancia nacional”.26
Otra de las sociedades femeniles que tuvo eco en las páginas de El Evangelista Colombiano fue la Sociedad Misionera de señoras y señoritas de Bogotá, fundada en 1925. Su propósito inicial fue fortalecer los lazos de fraternidad para la realización de un trabajo de extensión de la obra evangélica que fuese más eficiente, colecta de fondos y la construcción de un hospital donde los evangélicos pudiesen ser atendidos satisfactoriamente, sin que “tuviesen que ir a otros lugares a recibir enseñanzas contrarias a sus conciencias” y “maltrato si no se confesaban y comulgaban”.27 Su directora fue una nacional, Paulina de Borrás y su vicepresidenta una misionera, Margarita de Allan, quien además fue administradora de El Evangelista Colombiano entre 1927 y 1936.
Dentro del ámbito presbiteriano también se referencian en El Evangelista Colombiano otras sociedades femeniles como Sociedad de Esfuerzo Cristiano del Colegio Americano para Señoritas que inició sus actividades durante la década de 1920 y cuya misión fue ayudar a la obra hospitalaria evangélica y La Sociedad de Señoras fundada en Pereira en 1934, dirigida por Gladys de Bryson. En El Mensaje Evangélico no se hace mención explícita de sociedades de mujeres. No obstante, por el lado de los Bautistas del Sur, se tiene noticia de una red de sociedades denominada Unión Femenil Misionera, que para 1952 cobijaba 13 sociedades y que buscaba unificar los esfuerzos de las mujeres bautistas colombianas y promocionar el sostenimiento de las misiones nacionales y mundiales.28
Los datos aportados por los periódicos acerca de la sociabilidad femenina evangélica son parciales, el número de sociedades femeniles evangélicas con seguridad fue mayor, así lo sugiere la organización de redes, como la Unión Femenil, que cobijaba a distintas asociaciones de mujeres. En el caso presbiteriano, la Convención de Dabeiba en 1925 llegó a la conclusión de que los evangélicos necesitaban urgentemente aprovechar mejor la ayuda y las habilidades del sexo femenino, ya que se reconocía el descuido que se había tenido en no aprovechar el potencial que se tenía para extender el ideario evangélico a través de la mujer. Por tal razón, se dio la aprobación al establecimiento en las congregaciones del departamento de Antioquia de la Liga Evangélica de Señoras que, entre sus primeras labores en los meses de febrero y marzo de 1926, se dedicó a apoyar al cementerio evangélico de Medellín con la instalación del agua y el cultivo de un jardín, además de expandir su obra social a través del dinero recolectado por la venta de mercancías, la adquisición de un bono de la carretera al mar por valor de $ 60 y la donación de artículos en especie para su comercialización (carne, huevos, leche).29 Esfuerzo por la unificación del laicado femenino que, finalmente, se consolidó en la esfera nacional con la conformación de la Sinódica Femenil en 1955, bajo la dirección de María Borda de Fals.
Las sociedades femeniles evangélicas se organizaron en un principio fundamentalmente en torno a un modelo de caridad (maternal), con el cual, aunque no contaban con los recursos y la infraestructura de la competencia católica, buscaban agenciar una participación social por medio de obras como orfanatos, hospitales y asilos para personas allende a las fronteras eclesiales, aunque siempre con predilección por el trabajo con población evangélica. Fue desde mediados del decenio de 1920, en el marco de la búsqueda de un trabajo unificado, que algunos sectores se unieron a la lucha por las reivindicaciones civiles frente al orden hegemónico católico, como en el caso del apoyo brindado al cementerio de Medellín y, más concretamente, desde las décadas de 1940 y 1950 con la participación de algunas de sus dirigentes en el movimiento feminista, aunque sin perder nunca de vista su naturaleza esencialmente religiosa y espiritual.
SOCIABILIDAD JUVENIL EVANGÉLICA
La fuerza de la estrategia asociativa evangélica, tanto en Colombia como en otros países latinoamericanos, radicó en el trabajo con la juventud. Aunque según el joven Orlando Fals Borda, en un artículo escrito para El Evangelista Colombiano en diciembre de 1940, titulado “La juventud de Colombia frente a la obra del Señor”,30 la participación de los jóvenes en las iglesias durante los primeros años de la obra evangélica en el país fue tímida debido a dos factores: la organización eclesial estuvo a cargo de experimentados veteranos del extranjero y la falta de credibilidad hacia las personas menores en la asignación de responsabilidades por parte de estos mismos misioneros. Sin embargo, algunos jóvenes comenzaron gradualmente a alcanzar puestos de importancia en las escuelas dominicales,31 de tal manera que un sector de los misioneros, entre los que se encontraban Candor, Seel, Allan, Vandebilt y Wise, decidieron impulsar la conformación de asociaciones laicas de jóvenes. Estas primeras sociedades juveniles “fueron centros de discusión que a veces tenían aspecto político”,32 en las cuales no se lograron dar los consensos suficientes para la conformación de un trabajo unificado que, desde el punto de vista de Fals Borda, solo se pudo a partir de su despolitización.
En la lectura de la prensa evangélica se pueden reconocer dos formas de sociabilidad juvenil. La primera conformada según el modelo de Esfuerzo Cristiano y promovida desde las páginas de El Evangelista Colombiano. La segunda constituida a partir del modelo de Embajadores Reales e impulsada por El Mensaje Evangélico y De Sima a Cima. A continuación, se presenta una caracterización de estos modelos de sociabilidad, sus intentos de unificación y las relaciones que tuvieron entre sí, para finalmente determinar los alcances socio-culturales del movimiento juvenil evangélico y su vinculación con el naciente movimiento ecuménico a finales de la década de 1950.
LA SOCIEDAD DE ESFUERZO CRISTIANO
La Sociedad de Esfuerzo Cristiano es una red de asociaciones juveniles evangélicas a nivel mundial que sigue en funcionamiento hasta el día de hoy. La primera sociedad fue fundada el 2 de febrero de 1881 con un grupo de 45 jóvenes de la Iglesia Congregacional de Willinston, Portland (Maine), Estados Unidos, quienes firmaron su primera constitución dirigidos por Francis E. Clark.33 Para 1883 contaban ya con 53 sociedades conformadas por más de 2,600 miembros y en 1884 se habían establecido ya en varias ciudades de Estados Unidos, Inglaterra y Australia. Aunque nació en el seno de la iglesia congregacionalista, se expandió rápidamente a la iglesia presbiteriana y a otras de corte teológico calvinista.34
Los propósitos de Esfuerzo Cristiano hasta la actualidad giran en torno a la discusión de las enseñanzas bíblicas desde la mirada de la praxis cotidiana y el servicio social, tanto individual como colectivo; la capacitación de sus miembros mediante “el aprender por el hacer” en las disciplinas espirituales, la dirección de grupos y la acción social; la vinculación activa con la iglesia local; la promoción del compañerismo interdenominacional y la planificación y ejecución de proyectos sociales. Su estructura organizacional consta de presidente, vicepresidente, secretario, tesorero y los comités (membrecía, misiones, social, entre otros). Las sociedades se organizan en estructuras concéntricas que van desde la esfera internacional, pasando por la nacional, las regionales y las locales. Por eso, desde sus inicios organizaban convenciones en países como Estados Unidos, Gran Bretaña, Australia, China, India y varios en Latinoamérica.
Algunas de estas sociedades impulsaron y a la vez fueron promovidas por la prensa evangélica. Por ejemplo, en Estados Unidos se difundió a través de El Congregacionalista (1881), en España por El Esfuerzo Cristiano (1903) y en Colombia por El Evangelista Colombiano (1912). Tenían secciones a cargo en estos periódicos y se relacionaban entre sí a través de los mismos.
En Colombia la estrategia de Esfuerzo Cristiano fue asentarse primero en las grandes ciudades del país y desde allí extender su margen de acción. La primera en fundarse fue la sociedad de Medellín en junio de 1900, bajo la dirección de Celia J. Riley, quien llegó a la ciudad antioqueña en 1898, después de su paso por Bogotá, y donde contó con el apoyo de Touzeau, fundador del primer Evangelista Colombiano. Su propósito inicial fue “instruir a los jóvenes en la fe cristiana y educarlos para el servicio de la obra”.35 Para 1925 contaba con 50 miembros y tenía comisiones de evangelización, cultos, vigilancia, social, visitas, temperancia, literatura y publicaciones. Entre 1925 y 1926 se les asignó una sección permanente en El Evangelista Colombiano en la que relataban la historia de Esfuerzo Cristiano a nivel mundial.36 Dicha sociedad funcionó de manera ininterrumpida hasta la década de 1940, en la que con apoyo del Instituto Bíblico de Medellín contribuía con fondos para la evangelización en Antioquia.37
La segunda Esfuerzo Cristiano que se constituyó fue la de Bogotá, aunque desconocemos la fecha de su fundación. Para 1925 nombró su nueva junta directiva integrada principalmente por mujeres, entre las que se encontraba Margarita de Allan como tesorera, quien además fue administradora de El Evangelista Colombiano desde agosto de 1927 hasta mayo de 1936. En 1930 tenía comisiones de vigilancia, visitas, trabajo personal, literatura y pro-templo (construcción de salones para culto).38 Mientras que en Barranquilla la asociación juvenil presbiteriana recibió el nombre de Sociedad Josué y Caleb. Fundada en 1921, sus sesiones ordinarias se celebraban las noches de los martes, en ellas se desarrollaban temas bíblicos enfocados en el desarrollo de la juventud. Su propósito principal fue “fundar un hogar para el estudio de los jóvenes y de su socialización lejos del alcohol y los vicios.
También se fundaron Esfuerzo Cristiano en ciudades menos importantes en el plano nacional, pero que se constituían en lugares centrales de la obra presbiteriana en el país, como es el caso de Cereté (Córdoba). Esta se organizó desde la década de 1920 y se tienen registros de su existencia hasta 1955. En 1926 informaron a través de El Evangelista Colombiano de un trabajo de agricultura que venían llevando a cabo para la obtención de recursos, el cual fue desarrollado principalmente por su personal femenino.39 La Sociedad de la Helvecia fue fundada a finales de 1933, para 1935 contaba con 30 miembros activos (bautizados), 21 miembros asociados, siete miembros honorarios y seis miembros corresponsales, con un total de 64 y tenía sociedades adjuntas como El Esfuerzo Cristiano Intermedio, El Esfuerzo Infantil y Los Exploradores, la última dedicada exclusivamente al proselitismo evangélico desde la zona urbana hacia la rural.
Sin embargo, en un artículo de diciembre de ese mismo año (1935) su presidente, Juan Crisóstomo, tuvo que defender la legitimidad de su existencia, ya que ciertos sectores de la iglesia evangélica de la ciudad venían con recelo a las asociaciones juveniles, a lo que Crisóstomo respondió: “[…] lejos de ser un peligro la asociación entre jóvenes […] ha llegado a ser una escuela práctica donde se aprende a perder el temor a predicar […] se han llevado a cabo grandes empresas”.40 Hecho que refuerza la idea de que no siempre fueron cordiales las relaciones entre institución eclesial y asociación laica, como tampoco fueron claras las áreas de acción de cada una.
Durante sus primeros 25 años, las sociedades bajo el modelo de Esfuerzo Cristiano resultaron ser iniciativas aisladas con poca visibilidad. Fue hasta la convención evangélica de Medellín en 1926 que se dieron los primeros pasos para conformar la Sociedad Unida de Esfuerzo Cristiano Colombiano, cuya primera mesa directiva fue conformada por miembros de la sociedad de esa misma ciudad —por ser la mejor organizada en el momento—, directiva en la que todos eran nacionales y la mayoría laicos, a excepción del secretario de correspondencia, cargo para el cual fue nombrado el reverendo Sebastián Barrios B. El ideal era que las sociedades se unieran y se tuviera, como en otros países, una estructura unificada. Lo que se buscaba era un trabajo conjunto en el que, por medio del “estrechamiento fraternal entre las sociedades”, las distintas asociaciones se pusieran al corriente de sus adelantos y sus iniciativas, como también de sus problemas. Se exhortó, así, a los directores de cada sociedad local de Esfuerzo Cristiano a inscribirse para “obtener orientación y generar programas nuevos”.41 Cada sociedad mantendría su autonomía, pero se cobijaría bajo los principios universales de Esfuerzo Cristiano. La Convención recomendaba, además, que las sociedades fueran mixtas si era posible, porque la experiencia les había demostrado que daban mejores resultados.42
La página impresa se constituyó en una de las prioridades de Esfuerzo Cristiano, como se puede observar en las descripciones de las distintas sociedades la mayoría contaban con comités de literatura. Por lo cual, en la convención de Medellín se buscó también unificar este esfuerzo cultural al proponerse la formación de una biblioteca para la cual ya se contaba con un edificio en la capital del país. La idea era “poder generar un espacio para la juventud en el que se pudiera instruir en temas bíblicos, otras lecturas y de discusión, como también, ser un espacio de socialización en torno a la razón”.43 Sin embargo, no se encuentran mayores alusiones a esta biblioteca en los números siguientes de El Evangelista Colombiano.
El periódico se utilizó como herramienta fundamental para mantener y fortalecer la conexión entre la mesa directiva ubicada en Medellín y las sociedades locales. A partir del número 185 de marzo de 1927, se publicaron regularmente circulares del presidente de la sociedad unida, Santiago Benítez L., a los presidentes y comités ejecutivos de las sociedades de Esfuerzo Cristiano locales. En la circular número 2 de abril de 1927, se instaba a unificar los temas de estudio devocional y se pedía a las sociedades que no lo habían hecho que se notificaran a la mayor brevedad, señalando cuál era su estado, especialmente las del Sinú, Cartagena, Barranquilla, Tolima, Cundinamarca, Santander, Antioquia y Valle del Cauca, ya que algunas todavía no hacían parte de la unión. También se instaba a formar un fondo nacional para emprender obras de edificios, de periodismo o de otra índole.44
La iniciativa de fortalecer los grados de conexión entre las distintas sociedades juveniles, y así generar un trabajo unificado, cristalizó en la fundación de la Federación Juvenil Evangélica de Colombia (FEJECO) el 7 de agosto —fiesta patria— de 1939, la cual, realizó convenciones anuales y regionales bajo los principios de Esfuerzo Cristiano en ciudades como Bogotá, Medellín (1943), Cali y Barranquilla (1940). La federación contó con una comisión de propaganda y evangelización, que promovía su ideario por medio de prensa, radio y literatura; y una de estadística e información, que editaba y distribuía boletines informativos a las sociedades federadas.45
La orientación de la federación fue claramente ecuménica, sentando líneas programáticas en dicho sentido. La convención de 1942 propuso a las denominaciones que tenían sociedades juveniles asociadas la conformación de una Iglesia nacional evangélica; la formación de un seminario, un concilio de cooperación y una casa productora de la literatura evangélica de carácter interdenominacional que fomentara el intercambio de publicaciones; el intercambio temporal de obreros y pastores entre las diversas denominaciones; y la afiliación del movimiento juvenil evangélico nacional a los movimientos mundiales ecuménicos. Propuestas que no tuvieron eco en el grueso de los grupos evangélicos en el país y que generó una oposición que obligó a las iglesias más conservadoras o fundamentalistas a agruparse en torno a sus sociedades juveniles para tomar distancia y diferenciarse.
El interés por el desarrollo de la literatura evangélica fue marcado. Desde sus inicios se tuvo el proyecto de fundar un órgano periodístico, propio de la federación, pero al no contar con los recursos necesarios se realizaron acercamientos con la Iglesia Presbiteriana Cumberland que les ofreció una sección permanente en la Revista Aurora, además de la sección que se le dio en El Evangelista Colombiano desde febrero de 1942.46 Realizaron también campañas de lectura por medio de concursos literarios locales y nacionales entre los jóvenes de las distintas sociedades.47
La federación comenzó a tener un enfoque social, más allá de lo específicamente religioso; la cultura, la economía y la política comenzaron a ser dimensiones integradas tanto a sus discursos como a sus prácticas. Incluso se interesó, de manera tangencial, en participar de los grandes debates que realizaban, incipientemente, algunos movimientos sociales, tanto en Colombia como en otros países, al empezar a reflexionar en torno a la superación de “las barreras de disparidad social y étnica entre nosotros”,48 “la responsabilidad del joven cristiano frente a los problemas del mundo actual”49 y el tema de la cuestión indígena (aunque desde la perspectiva de su evangelización), como también, a generar sistemas de cooperativas.50 Curiosamente no se encontró ningún artículo sobre el papel de la mujer en la sociedad.
Si bien para 1942 las perspectivas de FEJECO eran prometedoras, como un delegado de Cali señalaba en El Evangelista Colombiano: “las sociedades se están haciendo fuertes, las iglesias están cumpliendo su misión con los jóvenes de manera amplia, los movimientos juveniles tienen aceptación”,51 el apoyo que se esperaba por parte de las iglesias no se hizo efectivo y gradualmente se produjo un distanciamiento entre la institución eclesiástica (más litúrgica que social) y el movimiento juvenil evangélico, de tal manera que para mediados de la década de 1950 poco quedaba ya de la federación. En marzo de 1955 apareció un artículo en El Evangelista Colombiano que hablaba de su “resurgimiento” en la región occidental y la organización de nuevas sociedades en lugares como Jordán, Saiza, Dabeiba y El Rodeo (Santa Fe de Antioquia). La crisis se atribuyó a la ausencia de dirigentes regionales y nacionales, aunque las asociaciones locales se mantuvieron.
EMBAJADORES REALES
A diferencia de El Evangelista Colombiano, la relación entre El Mensaje Evangélico y las asociaciones juveniles no fue tan estrecha. Sin embargo, en la correspondencia se encuentran algunos intercambios comunicativos entre las directivas de algunas sociedades y la dirección del periódico, como también noticias acerca de las mismas. Aunque sí se apoyó de manera decidida una iniciativa de estas sociedades denominada “Reunión de la Juventud”, la cual se llevaba a cabo en ciudades importantes del suroccidente del país, los días 20 de julio —fiesta patria— y en la que participaban jóvenes miembros de sociedades juveniles organizadas o en proceso de organización de los departamentos del sur del país, pertenecientes a distintas denominaciones como Presbiteriana, Alianza Misionera y Unión Misionera.52 Cabe destacar de esta filiación variada que no todas las facciones de la iglesia presbiteriana se habían acogido al modelo de Esfuerzo Cristiano, ya que al interior de la misma existió pluralidad teológica e ideológica —como se verá más adelante al comparar ambos modelos de sociabilidad juvenil— al igual que la existencia de asociaciones para la juventud en otros grupos evangélicos distintos a aquellos que publicaban periódicos de esta confesión.
La conformación de un trabajo unificado de las asociaciones juveniles que confluyeron en El Mensaje Evangélico fue más tardía que la realizada por Esfuerzo Cristiano. Tan solo se logró dar a principios de la década de 1940 con la promulgación de una constitución unida de la Sociedad Embajadores Reales (SER), publicada en De Sima a Cima,53 que buscaba agrupar a todas las asociaciones de jóvenes del país que no estuvieran bajo la tutela de FEJECO. Patricio Symes de la Cruzada Mundial, y director de De Sima a Cima, fue unos los mayores impulsores de este esfuerzo unificador a través de los editoriales que escribía en su periódico.
Los propósitos expuestos en la constitución eran de carácter eminentemente espiritual, devocional y litúrgico. El interés por la acción social o la participación en las esferas cultural, política y económica fue nulo. El artículo III, correspondiente a la declaración de fe, fue el más extenso y se dedicó principalmente a “protestar” contra el “modernismo”, “el sistema de libre interpretación” de las doctrinas cristianas y el esfuerzo de formar una Iglesia sin credo fundamental común, como también a delinear los fundamentos esenciales de la doctrina, en un claro esfuerzo de diferenciación de otros grupos evangélicos que en su práctica y discurso se habían abierto al diálogo con el mundo moderno y habían tomado la bandera del cambio social desde categorías no específicamente religiosas, como era el caso de las asociaciones cobijadas por FEJECO.
En lo organizativo, las sociedades se conformaban por jóvenes entre 15 y 30 años que por voto popular anualmente elegían cuatro dignatarios: presidente, vicepresidente, secretario y tesorero. Además, tenían cuatro comités: cultos, vigilante, misionero y social, este último dedicado a ofrecer espacios de socialización a los jóvenes por medio de “fiestas sociales” bajo los parámetros de una estricta moral. Finalmente, se decretaba que todas las actividades juveniles debían estar bajo el control y la censura de los consistorios de las iglesias.
Desde 1942 realizaban convenciones anuales los días 20 de julio, continuando con la práctica de la “Reunión de la Juventud”, de las cuales El Mensaje Evangélico proporciona alguna información. Por ejemplo, en la VI, realizada en Armenia en 1947, se reunieron 22 delegaciones y se propuso fundar una revista como órgano juvenil, para lo cual se creó un comité prosociedades juveniles que tendría como fin la publicación de un boletín y otras actividades de organización, el periódico se llamó El Embajador y fue dirigido por Ángel Quintana. En la VIII reunión, realizada en Palmira en 1951, asistieron representantes de Medellín, Honda, Bogotá y los llanos de Casanare. En la IX convención, realizada en Armenia en 1952, llegaron delegaciones de 25 sociedades pertenecientes a denominaciones como Alianza Cristiana, Unión Misionera, Cruzada Mundial, Interamericana y Asambleas de Dios.
MOVIMIENTO JUVENIL EVANGÉLICO
La unificación de los esfuerzos juveniles evangélicos en Colombia no fue posible, ya que los dos modelos existentes, representados por FEJECO y SER, contraponían dos visiones de incidencia social. La primera buscaba organizar un frente unido de participación en las dinámicas socio-culturales y económicas del país, aún por encima de las diferencias doctrinales, lo que les acercaba a las agendas de otros movimientos sociales no necesariamente religiosos. La segunda tenía como centro el afianzamiento de un corpus doctrinario propiamente evangélico, que relegaba los asuntos temporales a la moral, lo que no significa un repliegue total de la responsabilidad social, ya que estos mismos imperativos morales llevan a prácticas de asistencia a los necesitados, formación de escuelas, campañas en contra de los “vicios”, entre otras. Visiones contrapuestas que no permitieron el desarrollo de las iniciativas tendientes a la “comunión más estrecha entre las dos sociedades54 las cuales no pasaron del intercambio de delgados en las convenciones de ambos lados y de algunos esfuerzos esporádicos de evangelización conjunta.
Sin embargo, un sector representativo de la juventud evangélica colombiana llegó a ser parte de un movimiento mayor a escala latinoamericana y mundial. En noviembre de 1942 FEJECO se unió a la Unión Latinoamericana de Juventudes Evangélicas (ULAJE).55 La red de sociedades juveniles continental que se formó a partir del impulso dado por el congreso de Lima de 1941 y que llegó a constituirse en un hito durante varios años para los movimientos juveniles cristianos y ecuménicos. En Lima se delinearon las bases para la vinculación de los liderazgos nacionales frente a la responsabilidad de responder a la “bancarrota de los sistemas sociales” del momento —debe recordarse que eran los años de la II Guerra Mundial— por medio del trabajo conjunto “[…] para la solución de problemas morales, espirituales y sociales […] comunes a las naciones latinoamericanas debido a su origen semejante y casi paralelo”, la lucha contra las ideologías materialistas y el “[…] esfuerzo para salvar a América Latina del odio, de la deshumanización y del desequilibrio total, conservando el equilibrio democrático de libertad, igualdad y fraternidad que se procura destruir por medio de los regímenes de fuerza y violencia”.56 Formaron parte de la organización del congreso de Lima representantes de las Confederaciones evangélicas de Brasil, Juventudes metodistas y presbiterianas de Chile, Juventud Evangélica metodista de Perú, Juventud Evangélica de Uruguay y Ligas Juveniles Evangélicas de Argentina.57 Por parte de la delegación colombiana se nombró para participar a Luis Quiroga, de Bogotá, y a Héctor Valencia,58 de Barranquilla.59
El segundo congreso, realizado en La Habana en 1946, tuvo una participación de 5,000 jóvenes, a la cabeza de la delegación nacional estuvo nuevamente Héctor Valencia. Según el informe dado por Valencia a través de El Evangelista Colombiano, entre los delegados se encontraban profesionales en medicina, doctores en filosofía, docentes y ministros ordenados, que representaban a un total de 10 denominaciones, siendo la más numerosa la metodista. Entre las recomendaciones dadas se encontraba el fortalecimiento de la educación teológica, su masificación entre los líderes juveniles, y el fomento de “círculos de lectura, estudio, discusión de problemas político-sociales, económicos e internacionales”. La contribución colombiana fue preparada por la joven Gloria Saavedra de Barranquilla, quien redactó una disertación acerca de la libertad desde el punto de vista social.60 Para 1956 el congreso continental de la ULAJE se reunió en Bogotá.61
A su vez el movimiento latinoamericano se inscribió en las directrices brindadas por el Congreso Mundial de la Juventud Cristiana, que tuvo lugar en Ámsterdam en julio de 1939, el cual siguió los principios de los congresos mundiales evangélicos de Oxford (1937) y Edimburgo (1938). Este congreso reunió cerca de 1 350 delegados, procedentes de 71 países y representando a 220 organizaciones, los cuales, fueron escogidos entre miembros militantes nacionales entre 18 y 35 años, el 50% provenientes de las iglesias y el otro 50% de organizaciones de carácter estudiantil y social.62 El representante de FEJECO fue Héctor Valencia, quien además fue nombrado como parte de la organización del siguiente congreso mundial en Oslo (1940).63
El movimiento ecuménico juvenil latinoamericano desembocó en el Movimiento Iglesia y Sociedad en América Latina, gestado por el impulso de los departamentos de responsabilidad social de las conferencias evangélicas de Brasil y Chile, el cual desde 1959 contó con un órgano informativo denominado Cristianismo y Sociedad, cuya finalidad fue la promoción del interés en el estudio de la responsabilidad social cristiana y que terminó delineando en buena medida el pensamiento sociopolítico y cultural de los sectores más progresistas del mundo evangélico latinoamericano durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX.
CONCLUSIÓN
Las sociabilidades evangélicas retomaron a su manera —propiamente religiosa— las inquietudes de las grandes masas que migraron a los centros urbanos a causa de los procesos de industrialización y modernización de la sociedad colombiana. Sin embargo, sus propuestas de incidencia social no se inscribieron uniformemente en visiones modernas, pero tampoco tradicionales, de la vida cultural. Por una parte, algunas de las sociedades femeninas y juveniles, fueron reproductoras de viejos modelos tradicionalistas de tipo corporativo, caritativo y jerárquico. Por otra, existieron aquellas que, sobre todo desde mediados de la década de 1940 y más concretamente de la de 1950, trasegaron a modelos más “progresistas”. Una minoría dentro del evangelicalismo que entró en diálogo con la modernidad, sus saberes y prácticas, y que tuvo intentos —la mayor parte fallidos— de tener cierta representatividad social, cultural, política y económica.
Las relaciones de tensión entre la Federación Juvenil Evangélica de Colombia y la Sociedad Embajadores Reales, son muestra de este proceso de fragmentación y atomización del campo religioso que venía produciéndose desde mediados del siglo XX. La primera, de carácter ecuménico y progresista, no encontró asidero en las iglesias constituidas; mientras que la segunda, de índole exclusivista y fundamentalista, delineaba lo que vendría a ser el cristianismo evangélico, e incluso pentecostal, durante la segunda mitad del siglo. Aunque no se debe exagerar la dualidad entre estos dos modelos, ya que ambos se consideraban a sí mismos de naturaleza evangélica y se presentaban como espacios de socialización alternativos, en los cuales se tejían redes basadas en una moral distinta a la hegemónica y distanciadas de aquellos círculos sociales cuyas prácticas no estaban de acuerdo con el ideario evangélico.
Es difícil determinar el grado de incidencia en la política partidista que tuvo la disidencia evangélica durante la primera mitad del siglo XX, dada su casi nula representatividad en las esferas de decisión nacional y en su poca capacidad de influencia en las contiendas electorales durante el periodo. Sin embargo, desde una concepción de la política más amplia, que incluya la participación ciudadana en las distintas instancias de la organización social, dentro de sus asociaciones sí se configuró un cierto tipo de subjetividad política propiamente evangélica. En todo caso, para la década de 1940, los evangélicos ya se consideraban una amenaza real para la institucionalidad católica ya que, poco a poco, gracias a sus estrategias proselitistas, iban ganando terreno en el tutelaje moral y religioso de un pequeño sector de familias colombianas de la clase baja y media baja. Hecho que se constata en la reacción antiprotestante encabezada por la dirección de la Revista Javeriana y en las investigaciones que sobre los evangélicos empezaron a realizarse en esa época.