Introducción
Plantear una relación entre las filosofías modernas y el psicoanálisis parece -comenta Jean Hyppolite al vincular a este último con Hegel- "curioso y enigmático" por "violar todas las leyes de la historia y el principio de la irreversabilidad del tiempo"2. Todo tipo de relación de este orden puede resultar forzada y extemporánea dado que el psicoanálisis, en principio, socavaría las bases de las filosofías modernas de la conciencia al introducir el inconsciente como un elemento que les quedaría por afuera. Si bien esta apreciación contiene un elemento de verdad, no es completamente precisa, pues ya la filosofía moderna (en particular el Idealismo alemán) realiza una crítica radical a la unilateralidad de la función que jugaría la conciencia en el pensamiento y, en general, la filosofía política moderna desarrolla su teoría a partir de aquellos elementos que se le escapan al orden racional3. Es en este último sentido que este artículo vinculará el pensamiento moderno con el psicoanálisis, en específico, para indagar por la función que podría jugar la pulsión de muerte en vínculo con la teoría política4.
En efecto, como si fuese el reverso de la Fenomenología del espíritu hegeliana, el psicoanálisis ha proyectado una escritura de lo que podríamos llamar una ciencia de la experiencia de la in-conciencia, para presentar aquello que permanece oculto al desarrollo del espíritu, considerando a éste como la manifestación del movimiento producido por la actividad (teórica y práctica) del hombre en el mundo. Sus dominios quedan velados al aparecer de los fenómenos, permaneciendo ocultos tras ellos e insertos dentro del registro de lo no escrito. Contra la lógica de la presencia, la investigación psicoanalítica tiene como clave de comprensión una lógica de la imposibilidad5 y la caracterización de esta imposibilidad por alcanzar al fin la reconciliación de las figuras de la conciencia, así como la descripción del fondo disgregante que imposibilita la construcción de un orden y, en específico, en el que estará dedicado este artículo, como es el orden objetivo, donde acontece propiamente el derecho y la política.
Como indica Jorge Alemán, el dictum freudiano "gobernar, educar, psicoanalizar son tareas imposibles"6 señala claramente el marco referencial con la que se guiará aquella vertiente psicoanalítica que acogerá las elaboraciones teóricas de Freud a partir de 1920, al poner como momento fundamental de la realidad su vínculo con la muerte, la que empuja hacia la disgregación y la desintegración de las formas establecidas, para hundirla en un lugar donde el arraigo se torna imposible.
En este sentido -al igual como se proponía Marx descubrir la lógica contenida en un elemento que parecía carecer de él, como es el capital-, el proyecto psicoanalítico continuaría la línea hegeliana (aunque sea de un modo inverso), en cuanto lo que pretende es encontrar el sentido, o bien, una lógica específica que subyace a la realidad, siendo tal lógica la que posibilitaría los esfuerzos (imposibilitándolos constitutivamente) por desarrollar las estructuras sociales, económicas y políticas. La teoría que parte del inconsciente lleva hasta sus últimas consecuencias el proyecto hegeliano, como es el de dotar de sentido o captar, no ya el desarrollo del espíritu objetivo, sino su móvil interior. Como lo señala el filósofo español Xavier Rubert de Ventós:
Hegel se había limitado a postular que "las formas concretas, los intereses particulares y los deseos egoístas" se articulan con el espíritu. Marx y Freud van a llevar el impulso de la filosofía idealista hasta el final: van a mostrar, en efecto, que esta realidad interior no sólo se articula con la razón, sino que es la auténtica razón histórica y psicológica.7
Ya no solo, pues, una confluencia de los elementos y facultades que componen la naturaleza del hombre, sino moviéndose dentro de un orden determinante de la una a la otra. Bajo este modelo la crítica al pensamiento moderno -en nuestro caso, a su vertiente política- no sólo no cumple con su objetivo, sino que, por el contrario, podría llegar, desde cierta perspectiva, a complementarla, haciendo comparecer frente a la razón moderna algo que le quedaba por fuera con fin a asumirlas mediante estas disciplinas.8 En efecto, al desvincular la teoría política moderna de todo rasgo teleológico, como se suele analizar (cuyo fin sería el Estado), quedan al descubierto elementos descarnados, cuyo realismo político puede ofrecer importantes aportes para un análisis contemporáneo en consonancia con los contenidos teóricos ofrecidos por las disciplinas positivas. En este contexto, y de manera más específica, este artículo establecerá un diálogo entre el pensamiento moderno (especialmente el hegeliano, por ser este, bajo muchos aspectos, el momento más alto dentro de esta época) con la pulsión de muerte, centrado en la exposición que hace de esta el propio Freud, en su relación con la política9.
La permanencia política de la pulsión de muerte
Un tópico de la filosofía posthegeliana es la mentada consigna de la "inversión de Hegel"10, que si bien va unida a la sospecha por parte de Marx, en cierto modo puede aplicarse a los elementos que se presentarán de la disciplina psicoanalítica, los que aparecen como el reverso de la teoría de la conciencia moderna. Al ingresar al terreno de las pulsiones lo que se presentará no serán quiebres al interior de la concepción de sistema en la modernidad, sino modos de pensar nuevos campos de aplicación de ellos en esta y, en lo fundamental, a aquello que corresponde al campo del derecho y de la política. Lo que hace confluir la voluntad de sistema moderna con el pensamiento psicoanalítico es un esfuerzo común: tanto el uno como el otro comienzan su trabajo en un fondo conflictivo11, y ambos tienen como fin no el fondo, sino la realidad que surge a partir de él. De modo que -como se señala en la cita de Ventós de la introducción-, en este punto el psicoanálisis radicaliza el proyecto moderno, al descubrir en él aquello que determina la realidad misma, no ya como una articulación, sino como su sentido último. Nada hay más allá de aquel fondo, pero a la vez, nada hay después de él. El vaciamiento es doble: el fondo inconsciente, del que parte la teoría analítica, se encuentra desfondado a la vez que desfonda toda posible organización. Este fenómeno señala una fractura constitutiva en la construcción política y social, semejante a la idea moderna del "estado de naturaleza" (que será mencionada más adelante en relación a Freud), el que punza al interior de la sociedad, amenazando constantemente con socavarla.
Esta relación no es casual: tal como señala Hegel, la naturaleza representa la posibilidad de la muerte, pues su inadecuación a la universalidad es justamente "su enfermedad originaria y la escondida semilla de la muerte."12 La tensión que se presenta en toda manifestación del espíritu (entendido este como realización histórica) lleva escondida esta presencia, pues para posibilitar su emerger tuvo que deshacerse de aquella "molesta" y extraña carga que significa lo natural. La pulsión revelaría de cierta manera este fondo que permanece escondido en la presentación fenoménica, pero que en sí mismo rehúye a la presentación, la cual, por sus características, podríamos llamarlo inmaterial, siendo en cambio puro movimiento, tensión latente.
Al situarnos dentro de este campo, nos encontramos en el interior de la segunda tópica freudiana, la cual no se inscribe únicamente en la consideración del inconsciente como subversión de un modelo racional previo, marcadamente moderno13. Frente la filosofía de la conciencia, el pensamiento del inconsciente de Freud introduce un elemento completamente diverso, al señalar que debajo de toda construcción racional consciente se encuentra punzando un elemento que se le escondía y que, no contento con ello, determinaba su actividad. Sin embargo, el propio Freud habría de reconocer que semejante limitación del inconsciente a lo reprimido no agota su total dimensión14. La estructura del deseo no logra dar cuenta de un fenómeno aún más irreductible, como es la repetición inconsciente de contenidos que lejos de producir placer, causan dolor. Y más intenso aún: estas experiencias traídas a presencia una y otra vez, no solo emergen para provocar dolor, sino que emergen, una y otra vez, de la misma manera. ¿Qué es lo que lleva al hombre -se pregunta Freud- a repetir algo que le produce dolor15? A través de este problema, surge la experiencia que asume la patencia de aquello que es irreductible: en el fondo de toda la organización se encuentra la muerte; el hombre se vuelve contra sí mismo, sin pretender encontrar cura a aquello que lo aqueja16. Esta consideración muestra lo radical del pensamiento freudiano. Se instala dentro de la formulación teórica no solo el momento de escisión que se da entre el yo (consciente) con el inconsciente, sino que pone en el centro de la actividad psíquica un principio que se vuelve contra el mismo hombre. Un principio que es, a la vez, puro movimiento y que por ello no logra afirmarse más que en su propia actividad destructiva, tal como es el Todestrieb, la pulsión de muerte.
Esta pulsión es expuesta dentro de la obra del psicoanalista por primera vez en el texto Más allá del principio del placer, de 1920, como un principio opuesto a este último (al principio de placer, por ello el más allá de él), el cual se encuentra determinado justamente por el opuesto: la pulsión de vida. Se rompe con ello la posibilidad de poner en el seno del psicoanálisis un principio hedonista, clausurado en el placer, o en la nivelación de las energías que causan, por esa nivelación, satisfacción. Por el contrario, con la inserción de la pulsión de muerte se hace ingreso a una dimensión tanto individual (si se asume desde un plano moral) como social (si se asume desde un plano político), poniendo un principio pesimista de la actividad humana.
Freud tiene conciencia del carácter disgregante y destructor que se encuentra en la base de la actividad pulsional. En uno de sus ensayos sociales, se suma a la posición política que caracteriza al pensamiento político moderno:
El ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. En consecuencia, el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo. "Homo homini lupus": ¿quién, en vista de las experiencias de la vida y de la historia, osaría poner en entredicho tal apotegma? Esa agresión cruel aguarda por lo general una provocación, o sirve a un propósito diverso cuya meta también habría podido alcanzarse con métodos más benignos. Bajo circunstancias propicias, cuando están ausentes las fuerzas anímicas contrarias que suelen inhibirla, se exterioriza también espontáneamente, desenmascara a los seres humanos como bestias salvajes que ni siquiera respetan a los miembros de su propia especie. Quien evoque en su recuerdo el espanto de las invasiones bárbaras, las incursiones de los hunos, de los llamados mongoles bajo Gengis Khan y Tamerlán, la conquista de Jerusalén por los piadosos cruzados, y, ayer apenas, los horrores de la última Guerra Mundial, no podrá menos que inclinarse, desanimado, ante la verdad objetiva de esta concepción.17
Inteligentemente Freud cita la frase latina "Homo homini lupus", que hiciera célebre Hobbes, pero lo hace tomándola de su fuente clásica, Plauto, de esta manera puede no adherir a un tipo de pensamiento al cual no se siente identificado, pero, con todo, lo hace para exponer lo que el filósofo inglés sostiene, afirmando que tal concepción pesimista del hombre es una "verdad objetiva"18. Aquella maldad natural, con la que el hombre es representado una y otra vez, tiene su fuente en la teoría psicoanalista en aquella dotación pulsional, la cual se resiste a ingresar en el universo simbólico y, por lo tanto, una y otra vez emergerá con la misma carga energética, como en los ejemplos históricos puestos por Freud, y a los que nosotros, mirando las contingencias mundiales, podríamos añadir algunos de igual o mayor crueldad que los suyos.
El carácter más trágico de este emerger de la carga pulsional, ya no entendida como una tendencia hacia la satisfacción del deseo, sino a su total supresión y a la posibilidad de la auto-aniquilación que surge con ella, aparece cuando se revisan sus consecuencias éticas y políticas y se descubre que tras la presencia de la pulsión de muerte no puede subsistir ningún elemento teleológico que ordene, pues acusa previamente el evidente hecho que antes de cualquier postura afirmativa de nuestra posible experiencia, esta ya se encuentra, de suyo, caída.
De hecho, la presencia trágica que señala la imposibilidad de encontrar afuera el motor que impulse la actividad exterior buscando el bienestar interior, tiene su realidad en la célebre afirmación freudiana, de que "todo ser vivo tiene que morir por causas internas"19. En efecto, los organismos aunque tengan como fin su conservación, aún en esta se esconde su "semilla de muerte", desvelando esta persistencia conservadora su cara más mordaz, pues la propia afirmación cerrada de sí puede conducir a la solidificación de un elemento particular del conjunto y, a través de él, convertirse en una enfermedad, la cual propiciaría la muerte de aquel mismo elemento que originalmente pretendía ser conservado. De hecho, en el escrito de 1920, Freud llega al análisis de la pulsión de muerte no exclusivamente a través de la compulsión a la repetición, sino a partir de sus "reflexiones sobre el Yo."
El Todestrieb, en efecto, tiene su origen en la radicalización de la pulsión de autoconservación, de las llamadas pulsiones del yo. En otros términos: la pulsión de muerte plantea el problema de qué une la conservación y la destrucción o, podríamos decir, la autoconservación y la autodestrucción. Freud, en efecto, llega a la pulsión de muerte a través del narcisismo. El narcisismo extremo, la defensa encarnizada de la identidad, conduce a la destrucción de la vida. Por el contrario, si la vida cede en relación a su protección, si sale de sí misma, si no defiende su identidad de forma narcisista, existe una posibilidad de lazo con el Otro [...] Encontramos aquí una idea fundamental del psicoanálisis: hay enfermedad, no cuando se debilita la identidad, sino cuando se produce un reforzamiento extremo de la misma.20
Se ha de resaltar, primero, que tal "idea fundamental del psicoanálisis" ya se encontraba presente en el análisis que hace Hegel de la enfermedad en la Filosofía de la naturaleza, cuando sostiene que "en la enfermedad, el animal está [...] fijado en uno de sus sistemas u órganos particulares contra la unidad de su vitalismo. Su organismo, como existencia con una fuerza cuantitativamente determinada, es capaz desde luego de sobrepasar su escisión, pero también de someterse a ella y de tener ahí un modo de su muerte."21 Las palabras de Hegel hacen mención al momento que una parte (que no miembro) rompe con la fluidez del todo, cerrándose sobre sí misma para afirmarse (esto es, identificarse) afuera de la unidad del conjunto, de esta manera el organismo se relaciona con la muerte. Aquí es donde surge un tipo de escisión al interior del organismo, o, lo que es lo mismo, donde en el interior de la unidad surge la diferencia, que puede ser sobrepasada y asumida como negatividad, pero que de persistir como un mero otro afirmativo frente otro afirmativo, sin una relación vinculante, esa posición positiva se aislará provocando la muerte.
Puesto en referencia con la política, esto es lo que acontecería con la vida del Estado y es lo que se encuentra implícito en la concepción de "razón de Estado"22. Si este había tenido su fin en la ley del conatus23, en cuanto tenía que procurar su conservación y crecimiento24, acá encuentra una formulación de cómo aquel primer objetivo del Estado ya señala su propia escisión interna si cada uno de los miembros no se encuentran ajustados a un vínculo que les proporcione su vitalidad. En materia política, tal hecho se puede ver reflejado en la crítica que realiza Marx al Estado moderno, donde la sociedad civil se presenta escindida del carácter orgánico, para comprenderla desprendida de una unidad ideal, y funcionando como la base de toda la estructura política25. En ese momento, según esta idea, Marx acierta a darle un golpe mortal al Estado moderno, sembrando en él su enfermedad. Desde ese momento y, fundamentalmente, desde la incursión de cada una de las ciencias positivas, al vincularlas con la política, el Estado no puede ser analizado más como el fin inmanente de los distintos elementos que componen la antigua comunidad política, pues esta se escinde en múltiples partes que abogan cada una para sí por mantener su autonomía. De esta manera, el Estado ya no es el que se sostiene en su defensa, sino que lo harán cada una de las partes que lo componen, pasando a ser él (el Estado) tan sólo uno de esas partes. Así, el Estado moderno pierde su jerarquía como instancia articuladora, así como también se pierde la idea que se tenía de él como algo irreductible a lo político, para convertirse en un simple momento específico dentro de la política. El Estado como parte de un acontecimiento mayor no puede reservarse el privilegio de pretender ser el fenómeno político por excelencia, sino que debe ajustarse a los otros elementos que también lo conforman26.
La parcelación de cada uno de los elementos que componen la sociedad política potencia la realización de cada una de estas partes, ya no orientada a un fin determinado, ni ajustado a un mecanismo de control. Sin embargo, la radicalización de cada uno de esos elementos potencia justamente aquella incomoda latencia que surgió del análisis que partía del narcisismo: la petrificación de una parte del organismo constituye a la vez su posible destrucción. Freud al hablar de estas pulsiones de autoconservación o "del yo" sostiene que "son pulsiones parciales destinadas a asegurar el camino hacia la muerte peculiar del organismo"27, muy por lejos de la idea que esta conservación es una forma de asegurar justamente lo que se intenta conservar: la vida del yo.
Teniendo presente toda la distancia teórica que existe entre un pensamiento y otro, ¿no habrá en esto algo semejante a la acusación que realiza Jacobi a Fichte, imputando a la teoría del Yo como nihilismo? Según analiza Hegel en su juvenil escrito Fe y Saber, la filosofía de Fichte permanece en la pura nada, pues es incapaz de establecer el segundo principio a partir del Yo, debiendo sólo asumirlo como un deber ser, esto es, dejarlo anclado en la pura idealidad del pensamiento para poder incorporarlo sin perder la pureza del Yo y, por tanto, no habiendo asumido su "infinita realidad" -es decir, la realidad empírica-. De este modo, la teoría fichteana sería impotente frente a la realidad, permaneciendo su principio tan unilateral como su opuesto28.
Lo interesante de la presentación que realiza Hegel en este escrito es que no sólo no critica el supuesto nihilismo fichteano, sino que critica el planteamiento inconsecuente realizado por Fichte. Este se basa en la imposibilidad de pasar del pensamiento al ser y así el idealismo de Fichte deja aún dispersos elementos empíricos que escapan de un filosofar que pretende deducirse con plena pureza. Al perpetuarse en esa unilateralidad, enfrentada la idealidad de la realidad, Jacobi acusará a Fichte de nihilista, pues su filosofía del Yo reduce todo a nada, o lo que es lo mismo, a un Yo puro.29 Desde esta inconsecuencia Hegel establece la necesidad de consumar el nihilismo, para hacer de él el punto de partida del filosofar30, esto es, la filosofía deberá asumir la propia nada como su inicio.31
Ahora bien, ¿cuál es la relación entre esta apertura a la nada, a la misma muerte, a la que hemos hecho mención, con aquella otra, que surge desde el interior del individuo como una pulsión y que nada tiene que ver con una construcción conceptual de ella?
La necesidad filosófica de la muerte surge de la cosa misma del filosofar, como una necesidad interna para su desarrollo, pero la planteada por el psicoanálisis tiene una dirección diversa, pues ella procura reducir toda formación espiritual a nada, a su momento primero y constitutivo: a un estado inorgánico. Pues bien, el vínculo que existe entre ambas es justamente su carácter de apertura radical que queda cada vez que la muerte acecha, ya que debe observarse que no es la muerte la que le interesa al psicoanálisis (esto es Thanatos) sino la tendencia a... el empuje hacía... la pulsión de... y no el estado inorgánico propiamente tal. Tal empuje o tendencia es lo que socava cada vez toda construcción que se pretenda establecer en lo objetivo, pero a la vez lo que posibilita el acto de construcción mismo: de no ser por aquella carencia constitutiva que revela el acto de tender, cualquier tendencia -esta vez hacia la construcción- perdería sentido. La apertura que abre cada vez que se presenta la pulsión de muerte, a esa base violenta que constituye las relaciones sociales, es lo que justifica la filosofía política moderna y esta presentación de la violencia en su grado máximo -esto es, la guerra- cuando en la filosofía hegeliana se abre paso la historia universal32, del mismo modo, como fue citado anteriormente, es en la guerra donde para Freud se revela con mayor patencia la actividad de la pulsión de muerte.
Conclusión
La actividad que ejerce la pulsión de muerte iría revelando el fondo político o, más propiamente, lo real político. En efecto, como fue dicho, la presentación de esto real no puede darse ni menos captarse de manera fenoménica, pues ahí donde aparece ya se ha ajustado a los registros culturales, adoptando formas que concuerdan a los parámetros logrados a través del desarrollo del hombre. Esta es la dificultad que surge al procurar establecer ciertos mecanismos para hablar de ella. Más bien resulta que, por el contrario, tal cosa es imposible, ya que este elemento disgregante solo puede llegar a presentarse como aquello otro de lo propiamente afirmado. La pulsión de muerte surge como los desechos que se desprenden de una organización determinada. De hecho, ella "muestra que un resto pulsional, un plus pulsional, un triebhafter, no se deja gobernar por el programa de la Cultura. Se trata de un resto que contrasta con toda ideología de progreso y de liberación".33 Si la pulsión de muerte es un plus, eso quiere decir que, pese a que su acción es destructiva, en sí misma se da positivamente, esto es, moviliza al cuerpo en el que acontece34. En el nivel político, la muerte se inscribe dentro de los ámbitos de la guerra, ya sea interna o externa. La guerra externa, entre naciones, es para Freud la marca latente de la acción de la pulsión de muerte funcionando activamente en la historia. Sin embargo, no acontece con menor fuerza su acción de manera interna. Ya fue dicho: "todo ser vivo tiene que morir por causas internas"35, y esto acontece por la propia actividad que, pese a buscar su afirmación, lo que logra es la aniquilación, dada esa secreta herida que corroe toda actividad humana.