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En-claves del pensamiento

versión On-line ISSN 2594-1100versión impresa ISSN 1870-879X

En-clav. pen vol.12 no.24 México jul./dic. 2018

 

Artículos

Estudio y sabiduría popular en Los Ensayos. De Michel de Montaigne

Study and popular knowledge in The Essays. By michel de montaigne

José Morales González* 

* Universidad de Puerto Rico, Puerto Rico. Correo electrónico: jose.morales23@upr.edu


Resumen

El presente trabajo explora la noción de estudio en Los ensayos de Michel de Montaigne destacando el papel que juega en él la sabiduría popular. Desde su perspectiva, el estudio es entendido como la ocupación de la persona sobre el sí mismo en pos de la libertad y se contrapone a la educación escolar. Montaigne alude a la naturaleza humana, las costumbres, la fortuna y la muerte como referencias principales, que a su juicio quedan integradas en la sabiduría popular, siendo guía llana para el estudio. Se concluye caracterizando el estudio, en la peculiaridad del autor, con un conjunto de técnicas, tales como el retiro, filosofar sin filósofos, el uso del lenguaje llano y el empleo de relatos extraordinarios.

Palabras clave: Estudio; Educación; Sabiduría popular; Montaigne

Abstract

The present work explores the notion of study in Michel de Montaigne’s The Essays highlighting the role that popular knowledge plays in it. From his perspective, the study is understood as the occupation of the person on the self in pursuit of freedom and is opposed to school education. Montaigne alludes to human nature, customs, fortune and death like main references that -in his opinion- are integrated in popular wisdom, being a simple guide for study. It concludes characterizing the study, in the peculiarity of the author, with a set of techniques, such as retirement, philosophizing without philosophers, the use of plain language and the use of extraordinary stories.

Keywords: Study; Education; Popular Knowledge; Montaigne

Introducción

La escuela es una “verdadera cárcel”,1 expresa Michel de Montaigne, quien preferiría que un hijo suyo aprendiera a hablar en una taberna antes que en una escuela de parlería2 y afirma que la ignorancia es el partido más seguro del mundo.3

Sirvan estas expresiones para marcar el sendero que Montaigne traza en Los ensayos, si se atiende a sus opiniones que sobre la educación hace de forma más bien intermitente y que aquí se agrupan forzando una síntesis. La crítica a la escuela y la preferencia por lo pedestre se hacen desde la anchura de la ignorancia, que el autor asume como su condición natural pero también como su postura filosófica.

Si bien se han incorporado las ideas de Montaigne para la pedagogía,4 se ha hecho de forma parcial, reseñando básicamente lo que expone en dos capítulos de su libro (I, 24 y 25). Irónicamente se quiere recuperar para la técnica pedagógica5 a un autor a quien “La formación de los hijos” (I, 25) es lo contrario a llevarlos a la escuela y “La pedantería” (I, 24) es eso: ejercer la pedagogía. Por ello, hay que señalar que Montaigne establece una distinción, que se mantiene con bastante claridad a lo largo del libro, entre la educación y el estudio. Mientras que la educación, a la que suele adjetivar de “escolar” o “docta”, no tiene nada que ver con la formación auténtica de la persona, el estudio sí, en tanto se ocupa de la persona misma; estudiar es siempre conocerse a sí mismo, es ocuparse de la vida propia.

En Los ensayos, mayormente en el “Primer Libro”, se encuentran críticas a la educación escolar breves y severas. Pero sobre el estudio, no solo hay una profusa exposición de lo que puede ser, sino que se tiene una demostración a través de toda la escritura que Montaigne traza reafirmando reiteradamente que su libro es él mismo, con la evidente aporía: “no he hecho más mi libro de lo que mi libro me ha hecho a mí”.6

Aunque la obra de Montaigne -compuesta sólo por este libro y por el Diario de viaje a Italia en parte dictado a su secretario- suele leerse como un conjunto de ensayos sobre los más diversos temas, se trata de un libro unitario -“mi libro es siempre uno”- y abierto, cuyo principal tema es él mismo. El ensayista los escribió y reescribió durante más de veinte años sin acabarlos (1570-1592),7 pintando su retrato en tránsito, expresando literariamente continua mudanza. Así que dicha unidad es importante al buscar cierta conceptualización en un libro que se desdice “sin tregua y sin esfuerzo”.

El presente texto considera Los ensayos como una unidad hermenéutica que provee el horizonte necesario para la creación de significados con un sentido particular; emplea cinco categorías para exponer su noción de estudio: naturaleza, costumbres, muerte, fortuna y la sabiduría popular.8 Éstas son, si se quiere, maestras para Montaigne, que, como se verá, mientras las primeras cuatro guardan para él un sabor agridulce, la última le genera una especial simpatía y es, en cierto modo, una síntesis feliz de las anteriores. La naturaleza, gracias a su infinita diversidad y mudanza, ofrece la imposibilidad de conocer de forma absoluta cualquier cosa -“no veo el todo en nada”-. Las costumbres muestran la extraordinaria variedad de la vida humana y la tiranía de su rigidez; la fortuna es lo posible siempre presente desde la cuna hasta la tumba y, por tanto, también destino; la muerte, lo risible de todo proyecto humano; en tanto que la sabiduría popular se aprecia como una reunión clara y sencilla brindando una senda llana para el juicio, la acción y la sociabilidad; y, el estudio es un acto de retiro que busca la libertad y que Montaigne realiza acompañado de estas maestras.

Hay que señalar que en Los ensayos abundan expresiones cercanas a sabiduría popular, tales como opinión popular, virtud popular, condición popular, disposición popular, etcétera. De igual forma le sirve de sinónimo “común” a popular. Se ha optado por la expresión sabiduría popular porque conduce a estudio; la sabiduría no es sino saber gobernarse a sí mismo, virtud ajena a la ignorancia docta o escolar.

En adelante, este escrito procura guardar el tono de Montaigne al parafrasear con apego sus ideas e intercalar numerosas citas textuales. Entiéndase esta licencia como un recurso estilístico que busca no etiquetar al autor o a sus ideas, pues eso ya se ha hecho en demasía (conservador radical,9 machista10, humanista,11 etcétera). Este remedo que se usa aquí sigue una inútil pretensión: asumir la postura del texto jugando al círculo hermenéutico y así enmarcar desde su perspectiva el tema de este trabajo. Inútil porque ya se sabe que en la escritura es imposible la mímesis y que en un punto la interpretación se encuentra con la ventriloquía; se simula que el texto habla por sí mismo cuando está diciendo lo que se está leyendo.

Se empleó la edición y traducción de Jordi Bayod Brau. Todas las referencias a Los ensayos le pertenecen salvo excepciones que se indican.

Crítica a la educación escolar

Si bien la educación puede fortalecer las disposiciones naturales del ser humano, apenas las modifican y superan. Las cualidades originales de las personas no se extirpan, se esconden, pues la naturaleza lo puede y hace todo; si ésta no ayuda, es difícil que el arte y la habilidad dada por la educación lleguen muy lejos.12 Por ello, no deberíamos dedicar tanto tiempo al crecimiento y al aprendizaje, sino que hay que emplearnos más pronto en algún oficio y ocupación; quizá la ciencia y la experiencia incrementen con la vida, pero la vivacidad, rapidez y firmeza, “características mucho más nuestras, más importantes y esenciales se marchitan y languidecen”.13 Sucede que después de quince o dieciséis años dedicados al estudio, la persona se vuelve inepta para poner manos a la obra. Si el alma no progresa, si el juicio no se ha hecho más sano, mejor hubiera sido que jugara a la pelota; al menos habría ganado agilidad, pero ahora ya es más necia y presuntuosa gracias a su latín y su griego, que le hincha el alma.14

El esfuerzo y el gasto de nuestros padres en llevarnos a la escuela no busca otra cosa que amueblarnos la cabeza de ciencia sin ocuparnos del juicio y la virtud, se llena entonces la memoria y se olvida la conciencia.15 Michel de Montaigne, como en todo, expone su persona y confiesa que en su caso la falta de memoria fortalece otras facultades, como el ingenio, el juicio y la brevedad. Además de que olvida las ofensas recibidas y vuelve a los libros ya leídos con una fresca novedad.16 “Como no tengo memoria natural, me hago una de papel”.17

Los escolares usan la ciencia para la sola ostentación y el entretenimiento, que, para colmo de males, resulta útil, pues hoy se ve que mejora bastante la bolsa, pero no las almas. Desde que hay doctos, faltan buenos; la persona ha de esforzarse en no dejarse corromper por la educación, que enseña para la escuela no para la vida.18 Además, ¿para qué tantos títulos como linajes? “Por más variedad de hierbas que haya, todo se comprende bajo el nombre de ensalada”.19 No hay que prolongar nuestro nombre con títulos, pues en qué fundamentamos el renombre tan perseguido, que no es sino pura voz... o tres o cuatro trazos de pluma.20

Aunque somos más ricos de lo que pensamos, nos educan para el préstamo y la mendicidad acostumbrándonos a servirnos de lo ajeno más que de lo nuestro. “Guardamos las opiniones y la ciencia de otros, pero es preciso que las hagamos nuestras. […] ¿De qué sirve tener la barriga llena de alimento si no lo digerimos?”,21 Ésta es una forma de ignorancia, la ignorancia docta, engendrada por la ciencia,22 que aunada a la enseñanza del miedo a profesar nuestra propia ignorancia nos sumerge en el engaño.23 Nadie está libre de decir simplezas, la desgracia es decirlas seriamente.24

La crítica a la educación escolar resulta en denuncia sólo comparable a la acusación que Montaigne hace, sin tapujos, a los europeos en la conquista de América. El elemento común es su condena a la crueldad. “Si llegas a un colegio en el momento de la tarea, no oyes más que gritos de niños torturados y de maestros ebrios de cólera”.25 El único resultado de los azotes es la cobardía y la malicia del alma que se pretende educar.26 Deplora de la misma forma la disciplina y denuncia toda violencia hacia el alma tierna que se quiere formar en el honor y la libertad. “Hay no sé qué de servil en el rigor y en la obligación”. Evítese entonces la rigurosidad en las labores escolares pues son una forma de violencia; se apoya en el decir de que “algunas obras apestan a aceite y a lámpara, debido a cierta violencia y rudeza que el trabajo imprime en aquella donde interviene mucho”.27 Él mismo confiesa que evita la laboriosidad en la escritura, pues con mucha frecuencia interrumpe su narración por falta de aliento e incluso acomoda la materia a su propia fuerza.28 Otro tanto le ocurre en la lectura, pues “hace veinte años que no le dedico una hora seguida a ningún libro”.29 Si se quiere conseguir algo bueno para el estudio, se debe proceder con “alegría y libertad”.30

Habrá que pintar las escuelas de gozo y alegría; “ojalá allí donde está su provecho estuviera también su diversión. Los alimentos que son saludables para el niño deben azucararse y amargarse los que le son nocivos”.31 Ante todo, conservar la alegría, pues el estudio es algo placentero y los libros, agradables; si con ellos perdemos la alegría y la salud, hay que dejarlos.32 Incluso el estudio debe llevarse con moderación pues la filosofía en exceso puede esclavizarnos con sutilezas, ajenas al camino llano que nos ha sido dispuesto de forma natural. En este caso, la moderación encuentra sabiamente el límite de lo que es necesario en el saber, advierte contra el embotellamiento de la cabeza con ciencia y se consuela con saber que “una mente santa requiere pocas letras”.33 No obstante, la filosofía es propia y necesaria para los niños pues les enseña a vivir y se puede encontrar en todas partes no sólo en los libros.34 “Uno puede seguir estudiando en cualquier momento, pero no yendo a la escuela. ¡Qué cosa más necia un viejo que aprende el abecé!”.35

Naturaleza humana

La particular noción de estudio de Michel de Montaigne encuentra su fundamento en la naturaleza humana que, para nuestro autor, es infinitamente diversa y variada,36 al grado de que es imposible conocerla del todo. Sin embargo, ella nos brinda un gran servicio: enseñarnos lo que exactamente necesitamos.37

Si se examinan las acciones humanas resulta difícil hacerlas encajar unas con otras, pues se contradicen de tal manera “que parece imposible que hayan salido del mismo taller”.38 Somos una amalgama y mezcolanza de piezas débiles y deficientes, en la que cada parte actúa por su cuenta, pues somos solo fragmentos, solo informes.39 Así, es difícil fundar un juicio firme sobre el hombre, objeto vano, diverso, fluctuante40 e incierto, que “con un levísimo movimiento cambia de un estado a otro muy distinto”.41

Así la naturaleza humana, así la naturaleza en general: “La semejanza no iguala tanto como la diferencia distingue”.42 Los acontecimientos son siempre diferentes por lo que toda comparación es incierta,43 encontrar leyes seguras imposible,44 inútil la pretensión de encontrar las causas de las cosas,45 dudosa la relación entre medios y fines46 e indebido juzgar los planes por los resultados.47 “El mundo no es más que perpetuo vaivén”.48

El sí mismo cambia tanto más: “yo ahora y yo hace un momento somos dos”.49 Basta examinarse detenidamente para advertir que no se encuentra uno dos veces en el mismo lugar.50 Tanta es nuestra inconsistencia que “jamás dos hombres juzgaron lo mismo de la misma cosa, y es imposible ver dos opiniones exactamente similares, no ya en hombres distintos, sino en el mismo hombre en momentos distintos”.51 En fin, somos más diferentes a nosotros mismos que a los demás52 e incluso “hay más distancia de tal a cual hombre que de tal hombre a tal animal”.53

Nada es raro con respecto a la naturaleza, aunque sí lo sea para nuestro conocimiento, que si viera todo lo que no ve, percibiría una perpetua multiplicación de formas; Las cosas tienen muchas caras y nuestra alma, que muda con gran rapidez, las mira con ojos siempre diferentes.54 Se representa entonces una imagen falsa de las cosas55 y en nuestra ignorancia -nunca reconocida lo suficiente- ocurren los milagros, pero no en la naturaleza que goza de infinita potencia.56 Encima de esto, nada de lo que se conoce satisface el deseo humano y “andamos embobados tras las cosas futuras y desconocidas, pues las presentes no nos sacian”.57 Por ello el conocimiento, el deseo más natural de todos,58 nos proyecta más allá de nosotros mismos, a lo ajeno y a lo futuro.59 Y esta anticipación es la “desquiciada curiosidad de nuestra naturaleza”, como si no tuviera el hombre suficiente trabajo con digerir las cosas presentes,60 cuando, al final, “el deseo y la posesión nos afligen de la misma manera”.61 La ciencia no ha hecho otra cosa que magnificar nuestras adversidades tratando de defendernos de nuestra propia naturaleza.62 “Pero aunque la ciencia logre realmente lo que dicen, embotar y abatir la violencia de los infortunios que nos persiguen, ¿qué hace sino aquello que hace de manera mucho más pura y evidente la ignorancia?”.63

El conocimiento resulta entonces instrumento principal de la vanidad y la miseria humana. Sólo la flaqueza hace que nos demos por satisfechos en la búsqueda de conocimiento, pero “sus persecuciones carecen de término y forma; su alimento es la admiración, la caza, la ambigüedad”.64 Si las cosas tienen pesos y medidas en sí mismas, el alma les adjudica unas a su antojo,65 siendo el hombre incapaz de percibirlas en su simplicidad y pureza.66 En su lugar, se impresiona con las circunstancias y las imágenes superficiales de los objetos.67 “Existe el nombre y la cosa. El nombre es un sonido que representa la cosa”, pero le es exterior; es la misma relación que tiene el hombre con la gloria,68 y lo lleva a juzgar falsamente. Toda discusión es verbal y se trueca una palabra por otra cada vez más desconocida, disipando la verdad con tantas interpretaciones.69

El hombre es un animal miserable: si logra disfrutar al fin un placer íntegro, su razón lo recorta.70 No es capaz de definir lo que necesita, pues el sufrimiento y el placer se asocian “por no sé qué articulación natural” -“nuestro máximo placer tiene cierto aire de gemido y lamento”-.71 La razón resulta un arma de doble filo: en los asuntos humanos cualquier partido goza de muchos argumentos que lo confirman.72 Se elige entre dos cosas por alguna distinción imperceptible que, sin embargo, el alma siente atracción; entonces seguimos las inclinaciones de nuestro apetito a izquierda y derecha, arriba y abajo, por igual, “según nos arrastre el viento de las ocasiones”.73

Al ser la vanidad nuestro más aprobado desvarío, el hombre no mira como vicio el afán de reputación y gloria.74 Se prolonga el ser en cualquier flanco, hasta en el cuerpo con las vestimentas y la sepultura.75 ¿Por qué juzgar al hombre “envuelto y empaquetado” si esconde aquello por lo que podría ser valorado verdaderamente?76 “Podemos muy bien montarnos sobre zancos, pues aun sobre zancos hemos de andar con nuestras piernas. Y en el más elevado trono del mundo, estamos sentados sobre nuestro trasero”.77 Las cualidades humanas son mera fantasía, excepto la presunción.78

Las costumbres, segunda naturaleza

“La costumbre es una segunda naturaleza”, pero no por eso menos poderosa. Fuerza las reglas de la naturaleza de forma suave, lenta y humilde hasta que establece una autoridad tiránica que impide que levantemos los ojos ante ella. “Maestra violenta y traidora” la costumbre; lo puede todo y forma nuestra vida a su antojo. Y cuando logramos razonar sobre ella, sus mandatos se advierten en otros, no en uno mismo. No soportamos luego una forma diferente a la propia y adoptamos una acritud tiránica.79

Cada cual llama barbarie a lo que no está acostumbrado cuando no se tiene otro ejemplo que el del país de uno. Aunque la ley de leyes es que “cada uno observe las del lugar donde está”, es una “peligrosa e insoportable burrada” pensar que el mundo transcurre como sucede en casa. Si esto es excusable, no lo es el dejarse cegar por la autoridad del uso actual según la moda y cambiar de opinión a cada mes.80

Sin embargo, al comparar costumbres se verá que las cosas humanas están en continua variación, que las costumbres vuelven imposible aquello que en verdad no lo es y que se clarifica y afianza nuestro juicio evitando que nos burlemos de nosotros mismos a propósito de nuestro vecino.81 Por esta razón, una de las más bellas escuelas son los viajes,82 nos permiten librarnos del “violento prejuicio de la costumbre” al mostrarnos que muchas cosas que se admiten indudablemente, no tienen más fundamento que “la barba y las arrugas”. La verdad no es más sabia por vieja.83

Se llama contrario a la naturaleza lo que sólo es contrario a la costumbre. Y la razón le ayuda, pues a ésta le aturde la novedad y la consigna como error.84 Quizá entonces la costumbre es un regalo de la naturaleza, pues adormece los sentimientos.85 Pero la naturaleza, no obstante, se filtra con fuerza ante la dilatada costumbre; aquel que se piensa superior al resto y desdeña como falso algo por parecer inverosímil,86 olvida “que no hay fantasía tan enloquecida que no se corresponda con algún ejemplo de uso público”.87 Nada que exista es contrario a la naturaleza.88 De lo posible se encarga la fortuna.

La fortuna todo lo puede

Puesto que la vida, como la armonía del mundo, está compuesta de elementos contradictorios, se debe aprender a sobrellevar lo que no puede evitarse.89 En eso consiste la firmeza, aceptar nuestras disposiciones naturales y jamás arrepentirse. Se puede desear ser otro y condenar nuestra propia forma de ser, pero esto no es arrepentimiento; nuestras acciones se ajustan a nuestra condición:90 “Acuso mi fortuna, no mi obra”.91

La mayor parte de las cosas se hacen por sí mismas, tanto así que los resultados de nuestras acciones hablan poco de nuestra capacidad, pues no podemos y no sabemos de la acción y sus efectos.92 En los asuntos públicos Montaigne ejerce su libertad con despreocupación: que la acción acierte si puede. Ni siquiera logramos someter al propio cuerpo; la cara nos traiciona revelando nuestros secretos ante los presentes. ¡Tampoco a la propia voluntad!, a la que hay que tachar de rebelión y sedición por su desorden y desobediencia: “¿Acaso quiere siempre lo que querríamos que quisiera?”.93 Ejemplo de esto lo son las prostitutas, que venden su cuerpo, pero no pueden vender su voluntad.94

En cada deliberación y decisión interviene de tal modo la suerte y buena ventura, que “todo cuanto puede nuestra sabiduría es poca cosa”.95 El razonamiento no logra dar una regla precisa sobre las acciones humanas que la fortuna no pueda reclamar derecho sobre ella. Habría que ver si en los juicios generales acierta quien los dice o acierta la fortuna sola; hay que delimitar las sentencias, pues generalizar es como saludar “a todo un pueblo en masa y en tropel”;96 “Me entregaría de buena gana a la decisión de la suerte y de los dados”,97 pues de cualquier forma la buena y la mala suerte son potencias supremas:98 “Mis acciones la fortuna las abate demasiado”.99

Montaigne confiesa que aborrece los vicios por mera fortuna, no gracias a la razón. Sus virtudes son accidentales y fortuitas y se lo debe a disposiciones naturales, que le vienen de su padre y de su nodriza. Otra suerte hubiera tenido y “mi caso hubiera sido deplorable”.100 No obstante dice: “limítate a reformarte a ti mismo, pues en esto lo puedes todo; en cambio frente a la fortuna no tienes otro derecho que la paciencia”.101

La fortuna es en gran parte autora de Los ensayos: “Si he de confesar la verdad, las más de las veces echo la pluma al viento, como suele decirse, y me abandono a la merced de la fortuna”.102 Aprovecha cualquier tema que casualmente se presenta, todos son igualmente buenos.103 “Me sucede también que no me encuentro donde me busco; y me encuentro más por casualidad que por indagación de mi juicio”.104 No sigue otro orden que el fortuito, gracias a esto Los ensayos tienen un cuerpo grotesco y monstruoso, sin figura determinada.105

La fortuna presenta toda clase de semblante; en ocasiones se ríe de nosotros en el momento preciso, a veces resulta medicina, en otras situaciones supera nuestro arte o incluso dirige nuestras decisiones y las corrige. Así, se vuelve impropio querer la muerte abruptamente, por puro ardor, pues ante todas las desgracias, uno puede esperar cualquier cosa gracias a la fortuna.106

Saber morir para vivir en libertad

Para enseñar a vivir hay que enseñar a morir. Filosofar nos expone a la muerte al alejarnos de nosotros mismos a través del pensamiento y mostrarnos que no se le debe temer a la muerte.107 “La vida nada tiene de malo para aquel que ha entendido bien que la privación de la vida no es un mal”.108 Y para entenderlo, hay que seguir el camino contrario al común: familiarizarse con ella tanto que no tengamos nada tan presente en la cabeza como la muerte. Al igual que los accidentes -Montaigne recuerda el que sufrió cabalgando-, la filosofía resulta una experiencia que nos ejercita en la mayor tarea que debemos afrontar.109

Esta premeditación de la muerte es libertad, pues en perderle el miedo radica la verdadera y suprema libertad: “Quien ha aprendido a morir ha desaprendido a servir”.110 Es vital perder el miedo al sufrimiento dándose cuenta que quien teme sufrir, ya está sufriendo y de que, si se muere, no es porque se esté enfermo: “te mueres porque estás vivo”. La enfermedad brinda el servicio de volver poco a poco incómoda la vida, para así irse despidiendo de ella.111 Hay que despedirse del mundo y soltar amarras, salvo de uno mismo; deshacerse de empresas y esperanzas, renunciar todos los días a lo que se tiene.112 Montaigne no se apasionó por ver cómo terminaba su libro, pues no se proponía nada de larga duración -el mínimo zumbido de una mosca mata su espíritu-113; Los ensayos no era su empresa: “si me dedicase a componer libros, haría un registro comentado de las diferentes muertes”.114

El estudio mismo ha de ponerse a prueba con la muerte. “Remito a la muerte la prueba del fruto de mis estudios. Veremos entonces si mis discursos surgen de mi boca o de mi corazón” puesto que en todos los otros momentos de la vida puede haber fingimiento, pero en este último acto de nuestra comedia cae la máscara y descubrimos quién realmente somos. Así también ha de juzgarse la vida: por su final.115

Pero si la muerte es el final de la vida, no es su finalidad, la vida debe ser nuestro propósito:116 “Mi oficio y mi arte es vivir”.117

Sabiduría popular, maestra de maestras

De forma integradora, la sabiduría común supone las lecciones que se recogen de la muerte, la fortuna, la costumbre y la naturaleza humana. Pero esto no es una conclusión a la que Michel de Montaigne llegue argumentativamente, sino -ya se intuye- afortunadamente, mero azar y destino.

Por mandato de su padre, Montaigne fue criado lejos de la comodidad de su castillo, con una familia pobre en sus propias tierras, para formarse en la fortuna de las leyes populares y naturales, en sobriedad y frugalidad.118 Goza, dice él, de cierta inclinación natural a las creencias comunes, a las que se remite para tomar decisiones.119 Pero argumenta que esta sabiduría popular se encuentra naturalmente en cualquiera: “Recógete; encontrarás en ti mismo los argumentos de la naturaleza contra la muerte. [...] Son los que hacen morir al campesino y a pueblos enteros, con la entereza de un filósofo”.120 Y es que confiesa no tener más miedo a nada que al miedo; este sentimiento puede ser más insoportable que la muerte, hace perder la razón y su causa es extraña. Por ello, admira a los pobres, quienes viven alegremente y sin miedo, mientras que otros preocupados por sus bienes pierden hasta el descanso. El pueblo no necesita remedio ni consuelo sino hasta que llega el golpe, pues sabiamente no se preocupa por el futuro.121 El afán de anticipar todas las adversidades de la naturaleza produce la misma aflicción que el haberlas sufrido; por ello la mejor forma de asegurarse frente a ellas es experimentándolas, “dicen”.122 La sabiduría se contenta con el presente y se ocupa de lo propio, Platón lo advierte: “haz lo tuyo y conócete a ti mismo”.123

“La forma de vivir más habitual y común es la más bella”.124 Y ante la muerte, “la gente rústica y de baja condición” muestra mayor serenidad.125 La simpleza en nuestra vida nos conduce a un estado muy feliz.126 Incluso es preferible mantenerse en la senda común y no ser sutil y refinado. Es cierto que los filósofos antiguos lograron la libertad de espíritu procurando un camino recto y juicioso, pero quien no sepa conducirse es mejor que use anteojeras.127 Además, si el espíritu es muy perspicaz no es útil para la vida práctica y el trato público, hay que entorpecerlo y embotarlo, para hacerlo más obediente al ejemplo y a la práctica, para darle la proporción de la vida terrenal.128

Por todo ello, Montaigne relata numerosas experiencias provenientes de gente rústica, muchedumbre sin educación, que igual que la naturaleza, nos ofrecen las mejores enseñanzas.129Los ensayos se alimentan tanto de autoridades clásicas -que no se molesta en citar-130 como de anécdotas cotidianas escuchadas por él mismo o encontradas en libros. “Las costumbres y las palabras de los campesinos me parecen en general más ajustadas a la prescripción de la verdadera filosofía que las de nuestros filósofos”, y enseguida cita a Latancio: “El vulgo es más sabio, porque sólo sabe lo que necesita”.131 A final de cuentas, la verdad no se razona, se siente:132 “Me dejo llevar por la ley general del mundo. La conoceré bastante mientras la sienta”.133

Sirva el siguiente argumento de ejemplo sobre el lugar fundamental que ocupa aquí la sabiduría común y para ilustrar la sencillez con la que se aprecian complejas y perennes cuestiones como la de distinguir entre lo útil y lo bueno: “Me atengo al lenguaje común, que distingue entre las cosas útiles y las honestas; hasta el extremo de que algunas acciones naturales, no sólo útiles sino necesarias, las llama deshonestas y sucias”.134 Entonces se lamenta de que no se le de valor a los testimonios orales, que no sea crea a los hombres si no están en un libro, de que la verdad deba tener edad. De las ideas provenientes de la filosofía, él prefiere las más humanas:135 “Yo era platónico… antes de saber que existió un Platón en este mundo”.136

Afirma haber visto a cien artesanos y labradores más sabios y felices que los rectores de la universidad y asegura encontrar más acciones excelentes entre ignorantes que entre doctos, pues si en la escuela se estudian virtudes como la firmeza, la resistencia y la serenidad, en la gente pobre se encuentran como ejemplos.137 Valga una extensa cita, para ver de qué forma la educación docta es vana fantasía.

Sólo advertimos las gracias que son agudas, huecas e hinchadas de artificio. Las que se deslizan bajo la naturalidad y la simplicidad tienden a escapar a una mirada grosera como la nuestra. Su belleza es delicada y oculta; se requiere una mirada limpia y muy purgada para descubrir esa luz secreta. ¿Acaso la naturalidad no es, a nuestro entender, hermana de la simpleza y característica digna de reproche? Sócrates mueve su alma con un movimiento natural y común. Así habla un campesino, así habla una mujer. Nunca tiene en la boca otra cosa que cocheros, carpinteros, zapateros y albañiles. Se trata de inducciones y similitudes extraídas de las más vulgares y conocidas acciones humanas; todo el mundo le entiende. Bajo una forma tan vil, nosotros nunca habríamos distinguido la nobleza y el esplendor de sus admirables concepciones, nosotros que consideramos chatas y bajas todas aquellas que la ciencia no realza, que sólo nos percatamos de la riqueza cuando se hace gala y ostentación de ella. Nuestro mundo sólo está habituado a la pompa. Los hombres no se llenan sino de viento, y rebotan como las pelotas.138

A modo de conclusión: el estudio según Miguel de Montaigne

La naturaleza, la costumbre, la fortuna, la muerte y la sabiduría popular son referencias fundamentales para comprender Los ensayos en lo que al estudio se refiere. Otorgan al pensamiento de Montaigne su cariz particular sin por ello constituir doctrina alguna.139 Con tales referencias adquieren sentido las técnicas que Montaigne realiza y que aquí se enlistan como si fueran un conjunto para caracterizar su noción de estudio: 1) El estudio tiene por asunto el sí mismo, pero por objetivo la libertad, y encuentra su lugar en el retiro; 2) propone filosofar sin filósofos; 3) recurre a la contradicción como recurso del pensamiento; 4) a falta de leyes seguras confía en la palabra dada del lenguaje llano, abierto y libre; 5) se refiere habitualmente a relatos extraordinarios en busca de lo posible; y, finalmente, 6) advierte de la ardua empresa que es estudiarse a sí mismo.

1) Retiro y soledad. “Debemos reservarnos una trastienda del todo nuestra, del todo libre donde fijar nuestra verdadera libertad y nuestro principal retiro y soledad...”. Tal como los animales que borran su rastro al entrar a su guarida, hay que retirarse para hablar consigo mismo, pero asegurándose al mismo tiempo de dejar fuera la aprobación ajena que de todos los placeres ningún otro es más peligroso.140 “Aprecio poco mis opiniones, pero no aprecio más las ajenas”.141 Es preciso retirarse, incluso, de uno mismo, sacando fuera el alma de nosotros, puesto que “arrastramos nuestras cadenas [… volviendo] la vista a lo que hemos dejado”; hay que apartarse del pueblo pero para retirarse de sí.142

Con el mismo objetivo, hay que distanciarse de la filosofía. Hay que escribir sin compañía de libros para no interrumpir la forma de nuestra propia escritura.143 Ya que ni la filosofía ha logrado una vía buena y general para la vida, “¡que cada uno la busque en su fuero interno!”.144 Así que hay que proponerse “filosofar sin Aristóteles”,145 en quien Montaigne no logra reconocerse, pues ha artificializado la naturaleza del hombre para uso de la escuela.146 Es preferible el trato natural y espontáneo que el sutil y artificioso de las ciencias.147 Por ello, gusta de los libros que van directo al grano y no se pierden en prefacios o definiciones: “entiendo de sobra qué es la muerte y el placer; que no se entretengan anatomizándolas”. Los libros que se andan por las ramas “son buenos para la escuela, para el tribunal o para el sermón, donde tenemos tiempo de echar una cabezada y, un cuarto de hora después, podemos retomar el hilo”.148 Quien quiere decirlo todo, harta y hastía.149 “Yo que soy el rey de la materia de la que trato, y que no le debo cuentas a nadie, sin embargo, no me creo del todo”.150

2) Filosofar sin filósofos. “Mi manera de comportarme es natural; para forjarla no he apelado al auxilio de disciplina alguna… ¡Nueva figura: un filósofo impremeditado y fortuito!”;151 “¿Forjar libros sin ciencia, no es acaso como hacer una muralla sin piedra o cosa semejante?”.152 Quizá, pero es preferible ser entendido en uno mismo que entender a Cicerón. “Con mi experiencia sobre mí me basta para hacerme sabio, si fuese buen estudiante”.153 La lectura sirve entonces para despertar con objetos distintos, para activar el juicio, no la memoria.154 “Prefiero forjar mi alma a amueblarla”;155 y confiesa no haber estudiado para escribir su libro o formar su opinión, aunque previamente sí, “si es que rozar y pellizcar, por la cabeza o por los pies, a veces a un autor, a veces a otro es en alguna medida estudiar” y no simplemente servirse.156 Por ello, muchas veces no cita a los autores que usa. Si alguien quisiera saber de dónde proceden tales versos o ejemplos, lo pondría en dificultades.157

Lo suyo no es filosofar sino tontear y fantasear que es dudar en mayor medida.158 Cuando los filósofos dicen “dudo” ya están afirmando. Montaigne, prefiere la expresión interrogativa “¿Qué sé yo?” para escapar al lenguaje hecho de proposiciones afirmativas.159 La ignorancia que se conoce, juzga y condena no es ignorancia, “para serlo, debe ignorarse a sí misma”.160

La modestia en Montaigne no es mera virtud, sino un esfuerzo metodológico de cultivar la ignorancia. Distingue entre dos tipos de ignorancias, una rudimentaria propia de espíritus simples que creen en las leyes y se mantienen bajo ellas. La otra, es la ignorancia docta, engendro de la ciencia. La segunda destruye a la primera, sin dejar de ser una buena creyente. En medio de las dos ignorancias, “-el culo entre las dos sillas entre los cuales estoy yo y tantos otros- son los peligrosos, ineptos importunos. Son estos los que turban el mundo”. En la medida de mis fuerzas regreso a la primera y natural posición, “de donde en vano he intentado salir”.161

Su entendimiento avanza, pero también retrocede, incluso al estar a punto de acabar consigo mismo, más que de rehacer otro.162 “Alabo la vida huidiza, sombría y muda”.163 Hay que excusarse del mundo, gozándolo sin ocuparse de él, llevando una vida que no pese “ni a mí ni a los demás”, pues a veces abstenerse de actuar es tan noble como la acción.164 “Me dejo ir tal como he venido. No lucho contra nada”,165 ni siquiera contra la contradicción.

3) La contradicción como recurso del pensamiento. No es la contradicción un defecto del pensamiento. Los juicios contradictorios despiertan y ejercitan, a Montaigne no le ofenden, alteran o asombran por más opuestos que sean a su propia opinión, que ella misma se desliza fácilmente a la forma contraria.166 Para ello, echa mano de argumentos contradictorios procedentes de diversas fuentes -tanto de filósofos antiguos como de labradores vecinos-, que ilustran y contrastan por igual su endeble posición. Por ejemplo, aunque él mismo se resiste a igualar al hombre con los animales, expresa a la vez que ponerlos por debajo es pura vanidad. Hace esto relatando de forma extensa múltiples ejemplos de creencias fantásticas que atribuyen lenguaje y razón a los animales e incluso religión; en ellos se da de forma natural lo que en los humanos sólo se logra con grandes esfuerzos.167 Si esto no es contradicción, sí es una distinción; “Distinguo es el componente más universal de mi lógica”.168

No existe razón que no tenga otra contraria,169 por lo que resulta lícito hablar de todo tanto a favor como en contra.170 Encima, el hombre fluctúa entre opiniones dispares: “nada queremos libremente, nada absolutamente”171 y no encuentra dificultad en amar dos cosas diversas y contrarias.172 Mejor será tomarlo todo indiferente y mantenerlo en suspenso y en equilibrio.173 “Abrazo pocas cosas, y, por consiguiente, me apasiono por pocas”.174 Incluso a las letras, “las estimo, pero no las adoro”.175 El estudio de los libros languidece el espíritu, en cambio la discusión que se da de forma natural, enseña y ejercita la contradicción, si guarda cierto orden.176 Y esta discusión tiene muchas semejanzas con la charla entre amigos con chanzas y bromas. Él mismo escribe a modo de charla y no de dictamen.177

4) La palabra, no la ley. A falta de leyes seguras confía en la palabra dada del lenguaje llano, abierto y libre. El fundamento de nuestra conducta debe ser acaso la palabra: la mitad de ella pertenece a quien habla, la otra mitad a quien escucha.178 La palabra de otros es de fiar, si se dice libremente,179 y antes se han de romper leyes y murallas que quebrantar la propia palabra.180 “Sólo por la palabra somos hombres y nos mantenemos unidos entre nosotros”.181 Por tanto, falsear la palabra es traicionar a la sociedad, dejamos de estar unidos, de conocernos a nosotros mismos.182 Además, puesto que hoy día “nuestra verdad no es lo que es sino aquello de lo que se persuade a los demás”,183 hay que protegerse de la retórica con educación y buen consejo.184 La mentira es más antisocial que el silencio, pues al tener muchos rostros crea conflictos.185 En tanto los secretos, mejor no saber de ellos y procurar un lenguaje abierto, que como “el vino y el amor”, abre otros lenguajes.186 En contra de lenguajes oscuros -que pueden verse en los contratos- hay que educar a los hijos a hablar de forma no resolutiva, con palabras que ablandan la temeridad de las ideas: “acaso, en cierta medida, un poco, se dice, pienso”. Así, se conserva la forma de aprendices a los setenta años y se evita que los niños se asemejen a los doctores.187 O adoptar el estribillo de Sócrates: “según se pueda”.188

5) Lo posible, lo extraordinario. De la palabra dada y de la naturaleza humana, se desprende una estrategia para el estudio: buscar lo posible. Montaigne lo explica así: por la variedad y el número de acontecimientos sobre nuestra conducta suelen darse testimonios fabulosos y son útiles tanto como los verdaderos por ser posibles; han de preferirse los más singulares, puesto que si otros autores registran lo que acontece su objetivo sería hablar de lo que puede ser, “si supiera alcanzarlo”.189 No debe juzgarse qué es posible y qué no por parecer creíble o increíble a nuestro entendimiento.190 Se da cuenta que si hay algo monstruoso en el mundo es él mismo, pues gracias al estudio puede habituarse a cualquier extrañeza, pero cuanto más se trata y se conoce “más me asombra mi deformidad, menos entendido soy en mí mismo”.191

La huida, que tiene un tanto de contradicción y otro de extraordinario, le sirve a Montaigne mejor para el estudio que el seguimiento (o imitación). El horror ante la crueldad le puede empujar más a la clemencia que cualquier ejemplo mismo de clemencia. “Estos tiempos son apropiados para corregirnos haciéndonos retroceder por disconformidad más que por conformidad, por diferencia más que por acuerdo”.192 En un tiempo en el que es tan común hacer el mal, dedicarse a hacer algo inútil es casi loable. Y como me encuentro tan inútil en este siglo me entretengo en aquel otro.193

6) El estudio es una empresa ardua. Los ensayos si no son nada, son muy poco: “tendré éxito si no pierdo el poco que había ganado”.194 Tan estériles y pobres, que no hay en ellos ninguna ostentación.195 Son asunto doméstico:196 “Recientemente me retiré a mi casa, decidido a no hacer otra cosa… que conversar conmigo mismo”.197 Y más aún, son asunto privado: “Hace muchos años que mis pensamientos no tienen otro objeto que yo mismo, que no me examino y estudio sino a mí mismo. Y si estudio otra cosa, es para aplicarla de inmediato a mí, o en mí, por decirlo mejor”.198

Pero esta empresa es ardua, pues nuestra naturaleza humana a nada nos encamina más que a la sociedad199 al punto de poder afirmar que “no somos más que ceremonia”200 y que no podemos distinguir entre la piel y la camisa pues “la mayoría de nuestras acciones son teatrales”. Los preceptos del mundo empujan al hombre fuera de sí, “al servicio de la plaza pública”, y no es raro que los sabios juzguen las cosas por su utilidad, no por lo que son.201 Montaigne recomienda seguir las ceremonias, las reglas de la cortesía y todo arte de la sociabilidad sin que coarten nuestra vida, pues éstas, aunque son “vanas obligaciones” tienen cierta utilidad, son los primeros accesos a la sociedad, a instruirnos con ejemplos ajenos y a exhibir nuestro ejemplo. En casa “prescindo de todo ello” pues mejor que ofendan a alguno alguna vez que todos los días a mí mismo, “sería una sujeción continua”.202 “Hagamos que nuestra dicha dependa de nosotros mismos, desprendámonos de todas las ataduras que nos ligan a los demás”;203 “El hombre de entendimiento nada ha perdido si se tiene a sí mismo”.204

Por todo lo anterior, “prepárate para acogerte; sería una locura confiarte a ti mismo si no te sabes gobernar”.205 “No me cuesta imaginar a Sócrates en el lugar de Alejandro; a Alejandro en el lugar de Sócrates, no puedo”, uno sabe subyugar el mundo, el otro conducir su propia vida.206 Hay que contentarse con los verdaderos bienes, que se gozan a medida que se entienden, “sin ansias de prolongar la vida ni el nombre”.207 “Me adhiero a lo que veo y a lo que tengo, y apenas me separo del puerto”,208 pues la grandeza del alma no está en ascender, sino mantenerse en orden y circunscribirse:209 “Tienes trabajo de sobra dentro de ti, no te alejes”.210

Agradecimientos

Deseo agradecer a quienes evaluaron este artículo, lectores de buena fe. Sus comentarios fueron de utilidad para mejorar este trabajo y para continuar leyendo a Montaigne, inagotable.

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1Michel de Montaigne, Los ensayos (Barcelona: Acantilado, 2007), 214.

2Ibid., 1383.

3Ibid., 1536.

4Maurice Debesse y Gaston Mialaret, Historia de la pedagogía (Barcelona: Oikos-tau, 1973); Carlos Rojas, Filosofía de la educación (Universidad de Antioquia, 2010).

5José Penalva, “La teoría de la enseñanza en M. Montaigne”, Historia de la Educación, núm. 25 (noviembre 2013): 361-378; Guillerno Marini, “Michel Montaigne como formador de profesores: la necesidad de ensayar la propia posición pedagógica”, Trans/Form/Ação, núm. 38 (2015): 117-132.

6Montaigne, Los ensayos, 1003.

7Stefan Zweig, Montaigne (Barcelona: Acantilado, 1942).

8En una primera lectura se crearon más de cuarenta categorías que organizaron las fichas de las citas textuales. Luego se depuraron a quince para entonces componer el este texto con sólo cinco categorías.

9Ann Hartle sostiene que el conservadurismo de Los ensayos se basa en la generosidad del autor, abierto de corazón a la diversidad humana y a la bondad del hombre ordinario que lo lleva a encontrar la alegría en la vida cotidiana. Montaigne se contenta con en el conocimiento pre-reflexivo que impera en la sociedad y que le otorga a ésta libertad e imperfección, al mismo tiempo que muestra desconfianza en la fuerza mental individual que se empecina por alcanzar lo que debe ser, al uso de los liberales; en Ann Hartle, “Montagine’s Radical Conservatism”, Modern Age, vol. 55, núm. 4 (otoño, 2013), 19-29.

10Harold Bloom, polemizando con “las feministas”, dice que en Los ensayos “las mujeres no acaban de ser humanas”, aunque Montaigne reconoce la responsabilidad de los hombres en esto (160). En su batalla contra los estudios culturales y su corrección política, Bloom comete este desliz para luego afirmar que no se le puede encasillar como estoico, escéptico, católico, humanista, epicúreo o cualquier idea preconcebida. Harold Bloom, El canon occidental (Barcelona: Anagrama, 1995).

11Peter Burke reclama que no es posible entender a Montaigne sin la tradición humanista, aunque matiza que fue un humanista muy especial que, por ejemplo, no daba demasiado crédito a la enseñanza clásica, desconfiaba de la razón y admiraba a Sócrates; en Peter Burke, Montaigne (Madrid: Alianza, 1985).

12Montaigne, Los ensayos, 93, 178, 1210.

13Ibid., 475.

14Ibid., 173.

15Ibid., 170.

16Ibid., 48.

17Ibid., 1632.

18Ibid., 170, 176-177, 1384.

19Ibid., 400.

20Ibid., 344, 405.

21Ibid., 172.

22Ibid., 451.

23Ibid., 1536.

24Ibid., 1179.

25Ibid., 214.

26Ibid., 559-560.

27Ibid., 54.

28Ibid., 125.

29Ibid., 1404.

30Ibid., 54.

31Ibid., 215.

32Ibid., 334, 751.

33Ibid., 214, 269, 1549, la cita textual es a su vez una cita de Séneca.

34Ibid., 217.

35Ibid., 1056.

36Ibid., 1176.

37Ibid., 1505.

38Ibid., 479.

39Ibid., 1017, 447, 669.

40Ibid., 12.

41Ibid., 80.

42Ibid., 1590.

43Ibid., 1589.

44Ibid., 872.

45Ibid., 1530.

46Ibid., 12.

47Ibid., 1393.

48Ibid., 1201.

49Ibid., 1437.

50Ibid., 485.

51Ibid., 1593.

52Ibid., 488.

53Ibid., 378.

54Ibid., 321.

55Ibid., 1357.

56Ibid., 133, 236.

57Ibid., 447.

58Ibid., 1589.

59Ibid., 19.

60Ibid., 56.

61Ibid., 927.

62Ibid., 1550.

63Ibid., 716.

64Ibid., 1595.

65Ibid., 438, 321.

66Ibid., 1014.

67Ibid., 1248.

68Ibid., 938.

69Ibid., 1597, 1593.

70Ibid., 270.

71Ibid., 2015.

72Ibid., 987, 988.

73Ibid., 923, 481.

74Ibid., 374.

75Ibid., 825.

76Ibid., 380.

77Ibid., 1668.

78Ibid., 709, 714.

79Ibid., 1506, 127, 1614, 140, 1386.

80Ibid., 279, 144, 1087, 431.

81Ibid., 1618-1619, 307, 1387. Véase en “Libro I”, capítulo 49, cómo Montaigne “apiña” numerosos ejemplos de costumbres diversas sobre mismos asuntos de la más variada índole, como hasta de limpiarse el culo. Tizziani afirma que este abordaje de la costumbre cumple la función de crítica a la ley natural y política al mostrar su valor convencional desprovisto de todo fundamento místico. Manuel Tizziani, “En el camino de la contingencia. Montaigne y el fundamento místico de la ley”, Tópicos, núm. 27 (2014): 62-84. Disponible en <http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1666-485X2014000100004&lng=es&nrm=iso>.

82Ibid., 71,

83Ibid., 141, 1615.

84Ibid., 1070.

85Ibid., 1447.

86Ibid., 1211, 234.

87Ibid., 132.

88Ibid., 1070.

89Ibid., 1628.

90Ibid., 62, 1215.

91Ibid., 1216. Tanta importancia le da Montaigne a la “diosa fortuna” que el Vaticano condenó Los ensayos en el siglo XVII poco después de su muerte. Según la nota al pie en la página 461 de la edición de Gredos traducida por Marie-José Lemarchand, 2005.

92Ibid., 1394, 1396, 42

93Ibid., 117, 118, 119.

94Ibid., 1317.

95Ibid., 281. La cita pertenece a la edición bilingüe de Javier Yagüe, Montaigne, Ensayos, 416.

96Ibid., 526, 1298.

97Ibid., 988.

98Ibid., 1395.

99Ibid., 1409.

100Ibid., 613.

101Ibid., 1473.

102Ibid., 987.

103Ibid., 437.

104Ibid., 55.

105Ibid., 240.

106Ibid., 33, 505.

107Ibid., 97-98, 84.

108Ibid., 93.

109Ibid., 533, 92.

110Ibid., 93.

111Ibid., 1631.

112Ibid., 95, 1055.

113Ibid., 1617.

114Ibid., 97.

115Ibid., 82.

116Ibid., 1569.

117Ibid., 546.

118Ibid., 1640.

119Ibid.,1204.

120Ibid., 1550.

121Ibid., 77, 1570.

122Ibid., 1567.

123Ibid., 20

124Ibid., 1650.

125Ibid., 107.

126Ibid., 728.

127Ibid., 835, 837.

128Ibid., 1017.

129Ibid., 1566.

130Sobre el desdén de Montaigne a las autoridades canónicas, véase Harold Bloom, Ensayistas y profetas. El canon del ensayo (Madrid: Páginas de espuma. 2005).

131Montaigne, Los ensayos, 997.

132Ibid., 1636.

133Ibid., 1603.

134Ibid., 1189.

135Ibid., 1615, 1664.

136Ibid., 1556.

137Ibid., 711, 712, 1552.

138Ibid., 1546.

139Ibid., 544.

140Ibid., 327, 337, 934.

141Ibid., 1217.

142Ibid., 84, 325.

143Ibid., 1306.

144Ibid., 939.

145Ibid., 1203.

146Ibid., 1306.

147Ibid., 1305.

148Ibid., 595. Se ha recuperado el estilo ensayístico no-lineal de Montaigne para defender una escritura no academicista o cientificista para la filosofía controlada por unos cuantos por su lenguaje especializado. Pablo Lazo, “De Montaigne a Pascal: orientaciones para la escritura del ensayo filosófico”, La Colmena, (60-2008): 20-25. Disponible en <http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=446344570003>.

149Ibid., 1315.

150Ibid., 1408.

151Ibid., 814.

152Ibid., 1204.

153Ibid., 1603.

154Ibid., 1223.

155Ibid., 1223.

156Ibid., 1004.

157Ibid., 983-984.

158Ibid., 503.

159Ibid., 782. Sobre la importancia de la filosofía pirrónica, Manuel Tizziani, “Nada que temer de ese pensamiento”, Ideas y valores, vol. 63, núm. 156 (2014): 207-221. Disponible en <http://www.revistas.unal.edu.co/index.php/idval/article/view/39655>. Nada que temer de ese pensamiento. El autor argumenta que su adhesión intelectual al escepticismo de Sexto Empírico le otorgó una postura moderada frente al conflicto entre católicos y protestantes. Por su parte, Miguel Ángel Crespo Perona aclara que la filosofía de Pirrón es accesible a través de Sexto Empírico y Diógenes Laercio, autores que Montaigne cita con frecuencia. Miguel Ángel Crespo, “Dos lecturas del escepticismo pirrónico: Montaigne y Nietzsche”, Daimon: Revista de Filosofía, núm. 36 (2005): 65-70. Disponible en <http://revistas.um.es/daimon/article/view/15791>.

160Ibid., 738.

161Ibid., 453.

162Ibid., 1437, 1508.

163Ibid., 1524.

164Ibid., 1420, 1528.

165Ibid., 1582.

166Ibid., 1378, 1379, 1618.

167Ibid., 623, 701.

168Montaigne, Ensayos, 667.

169Montaigne, Los ensayos, 924.

170Ibid., 408.

171Montaigne, Ensayos, 663.

172Montaigne, Los ensayos, 1273.

173Ibid., 1058.

174Ibid., 1496.

175Ibid., 629.

176Ibid. 1378.

177Ibid., 1401, 1542.

178Ibid., 1626.

179Ibid., 37.

180Ibid., 1441.

181Ibid., 50. Sobre la importancia de la palabra, véase Jesús Navarro, Pensar sin certezas. Montaigne y el arte de conversar (México: Fondo de Cultura Económica, 2007), en particular § “2. El valor de la promesa”.

182Ibid., 1006.

183Ibid., 1005.

184Ibid., 443.

185Ibid., 50.

186Ibid., 1186.

187Ibid., 1536.

188Ibid., 1224.

189Ibid., 123.

190Ibid., 1087.

191Ibid., 1535.

192Ibid., 1377.

193Ibid., 1410, 1488.

194Ibid., 1174.

195Ibid., 1002.

196Ibid., 1134.

197Ibid., 44.

198Ibid., 545.

199Ibid., 243.

200Ibid., 954.

201Ibid., 1509, 1500.

202Ibid., 65.

203Ibid., 326.

204Ibid., 327.

205Ibid., 337.

206Ibid., 1209.

207Ibid., 338.

208Ibid., 974.

209Ibid., 1209, 1654.

210Ibid., 1497.

Recibido: 08 de Enero de 2018; Aprobado: 05 de Septiembre de 2018

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