Introducción
Las comunidades indígenas forestales del centro de México son poseedoras de diversos etnoconocimientos, entre los que destacan los referentes a los HCS y sus saberes asociados. La presente investigación, de tipo cualitativo, se basó en el análisis de los espacios en donde dichos productos son recolectados, comercializados y distribuidos, con lo que se obtuvieron datos sobre el aprovechamiento y uso que los actores locales hacen sobre los HCS.
De particular importancia son los conocimientos respecto a la ubicación, taxonomía y temporalidad de los hongos, elementos que más adelante nos permitirán discutir las posibles interacciones entre sociedad, naturaleza, cultura y turismo. El objetivo de este trabajo es analizar la importancia de los etnoconocimientos micológicos como elementos prioritarios para la generación e implementación de actividades micoturísticas, que puedan ser aprovechadas, por las propias comunidades indígenas, en el contexto de la turistificación de los espacios forestales.
El escrito está integrado por cuatro secciones: en la primera, se presenta un análisis sobre la importancia del etnoconocimiento en el desarrollo local, a partir de la percepción de estos saberes empíricos como un capital intelectual susceptible de ser aprovechado como una fuente de interpretación turística de los recursos locales. En la segunda parte, se reflexiona sobre el papel de la etnobiología, en particular de la etnomicología, y sus posibles vínculos con el turismo micológico. En la tercera sección, se desarrolla un apartado metodológico y enseguida se muestran los resultados y la discusión de los datos obtenidos, sobre los recolectores matlatzincas y sus intersecciones con la actividad turística que se está gestando en la comunidad. Finalmente, se concluye que los conocimientos micológicos matlatzincas muestran la coevolución entre este grupo étnico y el ecosistema boscoso, lo que conforma una base sólida que puede ser de utilidad en el desarrollo de nuevas actividades productivas, como es el caso del micoturismo con una visión sustentable.
Etnoconocimiento y desarrollo local
Las transformaciones sociales de las grandes urbes, en conjunto con la pérdida del dinamismo económico del sector agropecuario en el medio rural latinoamericano (FAO, 2014), han generado la necesidad de desplegar alternativas productivas como estrategias de desarrollo local. En este sentido, destaca el importante papel que las actividades no agropecuarias (como el turismo) han jugado en la diversificación de las actividades tradicionales.
Lo anterior corresponde a una serie de reestructuraciones sociales, económicas y culturales en la relación campo-ciudad, que pueden ser mejor entendidas desde la perspectiva de la nueva ruralidad (Carton de Grammont, 2008), de la cual se destacan tres rasgos esenciales: i) la orientación productiva del campo hacia actividades no agropecuarias, ii) las nuevas funciones estéticas y funcionales de los espacios rurales y iii) la diversificación productiva de los actores.
Así, los espacios rurales se convierten en foco de interés de las políticas de desarrollo, muchas de ellas basadas en los recursos naturales, vistos como capital rural (Garrod et al., 2006). El sesgo de dichas políticas hacia los recursos naturales de los espacios rurales implica el soslayo de otros recursos intangibles, necesarios para el diseño de propuestas de transformación social, basadas en los recursos específicos de un territorio.
Tal es el caso de los saberes tradicionales, pocas veces contemplados en las políticas de desarrollo, con lo que se pierden elementos valiosos para la apropiación y reinterpretación de los recursos locales. Ello nos invita a pensar en el desarrollo local desde una visión sistémica y compleja (Morin, 2008; Vizcarra y Thomé, 2014) con un enfoque transdisciplinario1 (Nicolescu, 1999), donde los recursos locales y sus saberes asociados sean recuperados a través de interpretaciones innovadoras, que respondan a las actuales necesidades sociales.
En contraste, cabe destacar que la racionalidad instrumental de la ciencia (Contreras, 2006), en muchas ocasiones, se opone a la tradición intelectual de los pueblos originarios, ensamblada entre la teoría y la acción frente al universo natural, particularmente cuando se persigue la valorización de los recursos naturales. Por lo tanto, el etnoconocimiento (Toledo y Barrera, 2008) es un insumo sustantivo para el desarrollo local, que debe ser apreciado desde un plano distinto al de la visión utilitarista y occidental alrededor de los recursos naturales.
La industrialización del campo, fomentada por la revolución verde (Collantes, 2007), confirió un papel central al discurso positivista de las ciencias y al uso de nuevas tecnologías agrícolas asociadas con la química, la genética y los combustibles fósiles. Lo que influyó en: i) la expansión de la lógica capitalista en la producción de alimentos, ii) la integración de ciertas áreas rurales a la economía de mercado y iii) el incremento de la productividad agrícola para satisfacer una creciente demanda urbana (Worster, 1990).
Lo efectos adversos del modelo de producción fordista fueron el punto de partida para una contratendencia crítica a la industrialización del campo. Con ello, deviene la agroecología, disciplina centrada en el estudio del manejo tradicional de los recursos naturales (Toledo y Barrera, 2008). Los primeros estudios sobre etnoconocimiento se realizaron de manera fragmentaria, por unidades (plantas, animales y suelos) o dimensiones (sistemas clasificatorios y procesos utilitarios). La tendencia actual de esta disciplina tiene un carácter sistémico y complejo, asociando aspectos ambientales y culturales en una misma unidad analítica (Toledo, 2002).
A partir del hecho de que las acciones humanas implican un sistema cognitivo, es decir, que a toda praxis corresponde un corpus de conocimiento (Barahona, 1987), es posible comprender el papel que los conocimientos locales cumplen en la reproducción de la sociedad desde tiempos primigenios hasta la actualidad (Toledo y Barrera, 2008).
Los etnoconocimientos son el conjunto de innovaciones y prácticas de las comunidades indígenas, relacionadas con los recursos locales y destinados a la subsistencia del grupo (Herrera y Rodríguez, 2004). Son un conjunto acumulado y dinámico del saber teórico, experiencia práctica y representaciones del medio natural (Endere y Marciano, 2013), cuya posesión está vinculada al lenguaje, las relaciones sociales, la espiritualidad y una particular visión del mundo (UNESCO, 2006).
Actualmente, existe una revalorización social del etnoconocimiento más allá del ámbito local en que se desenvuelve, puesto que este acervo de saberes contribuye a la discusión sobre problemáticas de interés más general, como la seguridad alimentaria, la producción campesina, la diversidad biológica y la diversidad cultural. De esta manera, los etnoconocimientos juegan un papel relevante en las discusiones sobre el bienestar futuro de la sociedad.
Como es posible observar, el medio rural ha evolucionado de ser un ámbito exclusivamente agrario a una nueva entidad sociocultural donde las actividades agropecuarias, son una parte (considerable e importante) del complejo entramado de actividades productivas, pero no son las únicas (Lázaro, 2008). La reestructuración productiva del medio rural abre oportunidades para aquellas áreas donde, junto con las actividades económicas tradicionales, surgen nuevas funciones como la conservación de la naturaleza, la producción local de calidad, las energías renovables o el turismo. Especialmente, el turismo rural trata de posicionarse como una modalidad de uso consciente de los recursos naturales y culturales (Garduño et al, 2009), además de brindar valor agregado a productos y servicios (Thomé, 2008), que apunten hacia el desarrollo local.
Es justo en este punto, donde los conocimientos de los grupos étnicos cobran un importante papel en la definición del bienestar futuro de la sociedad, en múltiples sentidos que van desde la disponibilidad de insumos, los ciclos de regulación biológica, hasta el mantenimiento del sustrato cultural de la humanidad (Boege et al., 2008).
A partir de las características específicas del etnoconocimiento, es preciso establecer la necesidad de un distanciamiento entre el turismo étnico y el “enfoque sustentable” del turismo que, bajo la premisa neoliberal de subsanar la degradación económica y ambiental de las comunidades indígenas, propone el usufructo de sus recursos naturales y culturales a cambio de una “compensación” económica. En contraste, se propone la pertinencia de la “sustentabilidad ecosociocéntrica” (Miranda y Santana, 2013), que se basa en un sentido de solidaridad y reciprocidad impulsado desde la naturaleza. Ello representa una alternativa autoreflexiva al modo de vida capitalista, e involucra cosmovisiones, creencias y códigos necesarios en el desarrollo de estrategias turísticas más razonables; involucra también al capital social, las redes y relaciones sociales de los grupos, indispensables para la implementación de un turismo equitativo e incluyente. Ciertamente, ello devela uno de los aspectos críticos en la reestructuración productiva de los espacios rurales de cara al turismo: la justicia social en convergencia con el respecto irrestricto a la naturaleza.
Etnoconocimientos sobre el tiempo y el espacio, un capital intelectual para el turismo rural
Toledo y Barrera (2008) explican cómo el etnoconocimiento se moviliza a través de las dimensiones del tiempo y el espacio, mediante un repertorio de saberes y acciones que influyen en la reproducción de la estructura social. De esta manera, tiempo y espacio son dos ejes sustantivos para el desarrollo del turismo cultural (Zorrilla, 2011), siendo ambos puntos de intersección entre la actividad turística y el etnoconocimiento.
El etnoconocimiento contiene una serie de saberes prácticos acerca de la temporalidad que aportan elementos clave para la generación de productos y servicios turísticos en el espacio rural. Dichos elementos contienen tres dimensiones sustantivas: a) la dimensión histórica del conocimiento, contenida en la transmisión de saberes entre generaciones; b) la dimensión sociocultural del conocimiento como una experiencia compartida por los miembros de una misma generación; y c) los ciclos productivos reflejados en la experiencia personal y particular del propio productor, mediante sus prácticas productivas (Toledo y Barrera, 2008).
Existe otro conjunto de saberes prácticos acerca de la espacialidad que son importantes en los procesos de interpretación turística de los recursos locales. Al respecto se pueden mencionar tres elementos: a) la visión holística de los espacios rurales donde convergen tanto aspectos materiales como simbólicos de una misma realidad; b) el conocimiento de las relaciones bioculturales de los espacios; y c) la localización de los recursos (naturales y culturales) asociados a un territorio específico. En ambos sentidos se puede decir que el etnoconocimiento es un dispositivo dinámico, movilizado a través del lenguaje. Su reproducción y estructuración depende de redes de comunicación que fluyen del pasado al futuro y viceversa. Se trata de una sucesión continua e ininterrumpida de conocimientos que se convierten y adaptan de manera paralela a las transformaciones de la identidad de cada pueblo.
En el etnoconcimiento se refleja la doble estructura (biológica y cultural) de todo ser humano, por lo que estos saberes forman parte de un proceso de coevolución entre las sociedades y el medio que les rodea. Por otra parte, se reconoce la dimensión individual y colectiva de estos conocimientos, pues cada productor y comunidad hacen uso de estos saberes antiguos y presentes; colectivos y personales (Toledo y Barrera, 2008), asegurando la reproducción social a través del tiempo y el espacio.
Saberes abstractos y saberes empíricos como base de la interpretación turística de los recursos locales
La utilización de los saberes tradicionales en las actividades turísticas hace uso de dos aproximaciones cognitivas contenidas en el etnoconocimiento: sabiduría y conocimiento. El conocimiento es el conjunto de saberes asociados con formas abstractas de aproximación a la realidad, que cada sociedad presenta a través de un cuerpo teórico medianamente establecido. La sabiduría se forma en la experiencia concreta, por lo que es un saber empírico compartido por los individuos acerca del mundo circundante y robustecido mediante la práctica (Toledo, 2002).
De acuerdo con lo anterior, es posible afirmar que el etnoconocimiento se fundamenta, simultánea- mente, sobre las bases de un razonamiento objetivo y subjetivo basado en creencias más o menos aceptadas por un colectivo. Así, los conocimientos indígenas se orientan a través del conjunto de prácticas que integran los procesos de producción de la cultura, por medio de los cuales se logra la reproducción de la sociedad.
Lo anterior, justifica la importancia de una racionlidad ambiental (Leff, 2010) donde los potenciales ecológicos y la cultura apunten hacia la construcción de mundos sustentables, planteando al etnoconocimiento como base intelectual para la implementación del turismo rural gestionado por las comunidades indígenas, puesto que este conjunto de saberes específicos ha constituido, desde tiempos ancestrales, un dispositivo adaptativo, mediante el cual los grupos humanos han coevolucionado con la naturaleza. En las condiciones actuales, se trata de averiguar si tal dispositivo es capaz de proporcionar herramientas para la apropiación de los recursos locales a través de formas innovadoras como es el turismo, toda vez que esta actividad es una de las nuevas dimensiones productivas del campo.
El etnoconocimiento constituye un sistema de conocimientos (corpus) y un sistema de creencias (kosmos), que cobra sentido a través de las prácticas (praxis). Dicho engranaje de conocimientos, creencias y prácticas conforma la identidad específica de cada grupo étnico (Toledo, 2002), motivo por el cual su presencia en las nuevas funciones del territorio como las turísticas se han mostrado, en algunos casos, como mecanismos útiles para la reproducción de la cultura.
Lo anterior, significa que el etnoconocimiento, visto como patrimonio cultural, puede ser un elemento clave para el desarrollo de una sociedad en constante cambio, al mismo tiempo que el progreso material y humano de los productores son aspectos sustantivos para la reproducción de las prácticas en extinción como la recolección de hongos.
El caso del que se ocupa este artículo, hace referencia a los conocimientos biológicos de las comunidades poseedoras de HCS y sus saberes asociados, motivo por el cual el punto de partida de la discusión será la etnobiología.
Etnobiología, saberes tradicionales y nuevas competencias territoriales
Los recursos naturales de las comunidades indígenas, vistos como fuente de bienestar y salud, cobran un creciente interés para la humanidad en su conjunto. Derivado de lo anterior, la etnobiología se ha desarrollado como un campo de estudio de carácter interdisciplinario, basado en disciplinas naturales (botánica, zoología, micología) y sociales (arqueología, lingüística, etnohistoria). A través de estos estudios es posible reconocer el potencial que los saberes tradicionales tienen para la generación de nuevas actividades productivas en el espacio rural. Para ello es necesario especificar el papel de los saberes y las prácticas de los pueblos originarios en el contexto del mundo contemporáneo.
Reconocer los valores culturales del conjunto de saberes y prácticas productivas tradicionales, es fundamental para la construcción de estrategias de desarrollo local fundamentadas en una racionalidad más proxima a la lógica ambiental (Leff, 2005), donde la generación de conocimientos aplicados responda a las transformaciones estructurales de la sociedad, en un marco de respeto a la diversidad de los distintos contextos socioculturales.
De manera específica, los conocimientos etnobiólogicos son necesarios para identificar, describir y clasificar aquellos recursos naturales que pueden resultar de interés turístico. Asimismo, son importantes para conocer su distribución (espacial y temporal), sus relaciones ecológicas, su valor de intercambio y sus modos de aprovechamiento culturalmente construídos (Maldonado, 2001). Todo lo anterior resulta indispensable de determinar en los procesos de interpretación turística del patrimonio natural y cultural del espacio rural.
El aprovechamiento turístico del patrimonio étnico implica la necesidad de que las comunidades indígenas obtengan una justa valorización social de sus etnoconocimientos, convertidos en capital rural a través del turismo (Garrod et al., 2006). Tal es el caso del turismo micológico como estrategia de desarrollo local, donde la posesión y saberes alrededor de los HCS, en países como México, se encuentran en manos de grupos étnicos, por lo que debería plantearse que el turismo vinculado con estos recursos sea una actividad que beneficie, primordialmente, a las comunidades poseedoras de estos conocimientos.
Etnomicología y turismo micológico
Los conocimientos etnomicológicos, además de su carácter histórico y formativo en la cultura de los pueblos (Illana, 2007), sobresalen por su nivel de precisión en aspectos como la ubicación, caracterización, identificación y utilización de los HCS. La etnomicología ha contribuido al conocimiento de la relación entre los grupos humanos y los hongos, incluidos los usos que se han dado a estos recursos. Más allá de los aspectos taxonómicos de los hongos, se estudia su dimensión cultural y ambiental, desde una perspectiva dinámica (Estrada-Martínez et al., 2000). Estos conocimientos se transmiten de generación en generación, ya sea a través de hábitos, relatos, rituales u otros medios (Garibay, 2014).
Los recursos micológicos han demostrado ser importantes para la diversificación económica de las zonas rurales forestales (Lázaro, 2008). A pesar de no ser una nueva forma de aprovechamiento forestal, que históricamente ha sido una fuente de ingresos complementarios para la economía familiar, el aprovechamiento micológico se ha caracterizado por su escasa repercusión en la calidad de vida de los recolectores, debido a la fuga de valor, asociada con su venta exclusiva como materia prima (Lázaro, 2008). Pese a ello, el potencial económico de los HCS se ve incrementado tanto en su dimensión comercial como en sus usos recreativos.
En el caso de México, los estudios micológicos se han abordado desde la biología, con énfasis en cuestiones taxonómicas, así como en su uso alimentario y su localización espacial. La experiencia de la Unión Europea sobre el aprovechamiento turístico de los recursos micológicos (Lázaro, 2008) muestra nuevas áreas de oportunidad que pueden ser exploradas en algunas zonas del centro de México. Ello supone un antecedente para que la actividad micoturística sea considerada una estrategia de desarrollo local, que confluya con las demandas de ocio y tiempo libre de las grandes ciudades.
El turismo micológico es una actividad recreativa centrada en el conocimiento, recolección y consumo de los hongos comestibles silvestres y sus paisajes asociados. Su objetivo es crear valor añadido a los hongos mediante sinergias entre actores territoriales, con incidencia en la mejora económica, directa e indirecta de las comunidades. Es una actividad que vincula recursos naturales y culturales, mediante la articulación entre el turista y la naturaleza, así como una interpretación de las culturas locales a partir de sus expresiones gastronómicas.
En México existe una cultura micofágica, primordialmente indígena, que desde hace tiempo ha aprovechado a los hongos para usos rituales y medicinales y a su vez ha atraído la presencia de visitantes como en el caso paradigmático de María Sabina, en Huautla, Oaxaca. En otro sentido, la presencia de los hongos en diveros platos de las cocinas regionales, ha dado pie a la implementación de ferias y festivales temáticos como: la Feria de Cuajimoloyas, Oaxaca; la Feria de Senguio, Michoacán; la Feria de Cuajimalpa, Ciudad de México, y el Festival de Acaxoxhitlán, Hidalgo.
Metodología
El presente trabajo se basó en el método de estudio de caso (Stake, 2000) con un enfoque cualitativo, que desde las tradiciones de la Antropología de la Alimentación y la Sociología Rural, aborda la relación existente entre etnoconocimiento y turismo micológico. Para ello, se analizó que el papel del etnoconocimiento puede jugar en el diseño de una oferta micoturística en una comunidad indígena del Estado de México que actualmente se inicia en la actividad turística. Se estudiaron ocho recolectores de hongos, cuyas características comúnes eran: i) un conocimiento entomicológico, reconocido socialmente; ii) haber recibido ese conocimiento de manera intergeneracional; iii) ser la colecta e intercambio de hongos parte de sus actividades económicas estacionales, y iv) mostrar interés por el turismo como herramienta de diversificación de sus actividades de recolección. Los actores participantes fueron determinados a partir de la técnica de muestreo no probabilístico de bola de nieve (Martín-Crespo y Salamanca, 2007).
Se realizó una investigación etnográfica basada en la observación, a través de 16 visitas a mercados donde se comercializaban las especies recolectadas, se participó en 16 recolectas de hongos y se aplicaron 8 entrevistas a profundidad. Todo ello durante dos periodos anuales de lluvias comprendidos entre los meses de abril y octubre de 2013 y 2014.
Con los datos obtenidos se elaboró un inventario de los HCS referidos por los recolectores. De ellos se describieron: usos alimentarios, paisajes asociados, taxonomía local y temporada de recolección; con lo que se desarrollaron las articulaciones entre medioambiente, ser humano, cultura y turismo.
La investigación comprendió tres fases. La primera, consistió en una revisión de literatura sobre micoturismo y etnoconocimiento para plantear el estado del arte sobre este campo relativamente inexplorado en México. La segunda, se refirió a un periodo intensivo de trabajo de campo en el que se aplicaron técnicas etnográficas y el reconocimiento físico del territorio. La tercera, fue relativa a la interpretación de los datos obtenidos mediante relaciones causa-efecto, entre el etnoconocimiento y sus aportes para el desarrollo de propuestas turísticas como estrategias de desarrollo.
San Francisco Oxtotilpan
Pequeña comunidad matlatzinca perteneciente al municipio de Temascaltepec, Estado de México, cuyas principales actividades económicas son el aprovechamiento forestal, la agricultura y recientemente los servicios. Se ubica a 36 km de la ciudad de Toluca dentro del sistema orográfico del Nevado de Toluca. Su ecosistema es boscoso, formado de coníferas (pinos, encinos, oyameles y ocotes) lo que le confiere una importante micodiversidad, que a su vez da origen a la cultura micofágica del lugar.
Aproximadamente tiene 1 500 habitantes establecidos en un patrón de asentamiento disperso, en casas distribuidas en zonas de montaña, ladera y valle. El 47.63% son hombres y 52.37% son mujeres (INEGI, 2010).
27.09% se dedica al sector primario; 13.52% al sector secundario y 23.66% al sector terciario, lo que implica una relectura de la multifuncionalidad de este territorio rural y la pluriactividad de sus actores. La mayoría de las personas son bilingües, pues además del castellano dominan el matlatzinca, su lengua materna. Se trata de un espacio en proceso de reestructuración cultural y productiva, derivado de fenómenos sociodemográficos como la migración hacia las ciudades con diversos propósitos.
La tenencia de la tierra combina la propiedad privada, las tierras ejidales y comunales. Los pobladores son pequeños propietarios de las parcelas donde viven y trabajan, mientras que los ejidos y tierras comunales son espacios donde se articula la vida colectiva. Los matlatzincas de San Francisco Oxtotilpan complementan su economía con el trabajo asalariado en las ciudades periféricas.
Recientemente (2013), se inició un proceso de inserción turística en el territorio, a través del despliegue de infraestructuras de alojamiento, alimentación y servicios financiado por la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI). Además de las infraestructuras, el territorio no cuenta con una oferta turística consolidada, por lo que algunos actores de la comunidad han observado la oportunidad de integrar los recursos locales y los saberes autóctonos como parte de los atractivos que la etnia matlatzinca puede ofertar a los turistas.
Resultados y discusión
Los Hongos Comestibles Silvestres de San Francisco Oxtotilpan
De acuerdo con la información obtenida durante los periodos de trabajo de campo, se detectó el aprovechamiento de las veintiún especies de HCS, las cuales son recolectadas, comercializadas y consumidas durante la temporada de lluvias, que abarca el periodo comprendido entre la segunda mitad de abril y la primera mitad de octubre.2 Siendo los meses de junio, julio y agosto, aquellos que los recolectores ubican como la temporada de hongos. Lo anterior, implica que el micoturismo sería una actividad sujeta a las condiciones climáticas, estacionales y a la disponibilidad variable de este recurso. El tiempo es un factor crucial en la determinación de las épocas en que esta modalidad turística puede ser efectuada.
Los HCS se aprovechan mediante su comercialización, para generar ingresos adicionales y como una contribución a la dieta matlatzinca, a través del autoconsumo. Los recolectores de San Francisco Oxtotilpan desconocían, hasta el inicio del proceso de investigación, que los HCS pueden ser atractivos turísticos, con lo que se podrían poner en valor las infraestructuras turísticas financiadas por la CDI. La lógica mediante la que se ha impulsado el turismo en esta zona tiene que ver con la construcción de infraestructuras de servicios, pero carece de un producto turístico integral que refleje la identidad cultural de los matlatzincas. El turismo micológico puede constituir un elemento de diferenciación territorial de la oferta de ocio, además de observarse un interés de los recolectores por participar de la actividad turística.
La mayoría de las especies recolectadas son empleadas para autoconsumo y el excedente es comercializado o intercambiado en la comunidad y en mercados cercanos. De las veintiún especies referidas, veinte cuentan con un nombre matlatzinca, esta nomenclatura alude a la apariencia, lugar de crecimiento y vegetación asociada al hongo. De esta forma, la clasificación autóctona de los hongos implica el conocimiento preciso de sus características macroscópicas, organolépticas y de los paisajes asociados con la formación de los hongos.
Se detectó que la disponibilidad de ciertas especies de HCS tiene una relación inversamente proporcional con la valoración económica y simbólica del recurso, siendo los hongos de mayor disponibilidad menos apreciados. Uno de los problemas que enfrentan los recolectores de hongos es la fuga de valor que sus productos sufren al ser comercializados como materia prima (Lázaro, 2008). Por lo que es indispensable la búsqueda de estrategias de agregación de valor, como lo es el turismo, proponiéndose el aprovechamiento de aquellas especies en las que no se comprometa el derecho al consumo local de los hongos más apreciados.
Todos los HCS referidos por los recolectores, se asocian con parajes boscosos de montaña, lo que hace alusión a modalidades turísticas donde la interacción entre naturaleza y cultura tiene un carácter esencial.
Los recolectores de hongos
En todos los casos analizados, la recolección de hongos fue una actividad familiar y una especialización productiva restringida a un limitado número de familias depositarias de estos saberes. El conocimiento de los hongos comestibles silvestres, es transmitido de generación en generación, de manera oral y mediante el aprendizaje empírico. La recolección de hongos es una actividad predominantemente femenina que se asocia con el conocimiento culinario, pues el uso alimentario es el más importante que tienen los hongos en San Francisco Oxtotilpan. El carácter familiar, femenino y hermético que tiene la recolección de hongos, supone que el micoturismo, debiera ser una nueva actividad especializada para las familias y mujeres recolectoras, con la que puedan generar ingresos adicionales y agregar valor a su trabajo tradicional.
La unidad familiar se destaca como un espacio de reproducción del etnoconocimiento micológico. Las familias recolectoras matlatzincas muestran preocupación por que este conocimiento no se pierda y dedican momentos específicos de la educación infantil a la enseñanza de la búsqueda, recolección e identificación de HCS. Lo anterior da muestra de la dependencia entre las variables culturales y biológicas en las comunidades rurales indígenas. Esto implica la posibilidad de que dentro de la oferta turística de San Francisco Oxtotilpan, fuertemente sesgada a los recursos naturales, los recolectores puedan posicionarse como un eslabón clave de las expresiones culturales locales.
Saber etnomicológico matlatzinca y turismo
La puesta en valor de los hongos como atractivos turísticos requiere la articulación entre conocimientos especializados, capacidades técnicas y saberes tradicionales. Se observa que cualquier tipo de aprovechamiento de los HCS en San Francisco Oxtotilpan está asociado con el conocimiento micológico tradicional matlatzinca. Los recolectores de la comunidad poseen información específica sobre la nomenclatura de los hongos y su singular taxonomía étnica.
Son los recolectores quienes tienen conocimientos ecológicos sobre la temporada en que crecen los hongos, los parajes en los que éstos se localizan y la identificación de las especies comestibles. Igualmente, son quienes conocen cuáles son las especies comercializadas, su procedencia, los precios, especies preferidas y los usos (culinarios y medicinales) que tiene el recurso.
De acuerdo con lo anterior, el saber tradicional se convierte en el reservorio de conocimientos a partir del cual es posible fincar las coordenadas temporales y espaciales de una eventual propuesta de micoturismo. Ello no sólo confiere identidad local a la propuesta, sino que pone en el centro de la misma al conjunto de conocimientos que han sido desarrollados de manera colectiva y a lo largo del tiempo.
¿Qué aporta el saber etnomicológico matlatzinca al turismo?
Los etnoconocimientos aportan un conjunto de saberes que pueden ser aprovechados por las comunidades rurales como insumos para la actividad turística. Entre ellos, los recolectores matlatzincas de HCS tienen conocimientos precisos sobre los elementos de la naturaleza, las relaciones que se establecen entre dichos elementos y su potencial utilitario.
De particular relevancia para la actividad micoturística son los conocimientos que estos actores tienen sobre plantas, animales, hongos, rocas, nieves, aguas, suelos y paisajes. Son relevantes sus saberes sobre procesos físicos, biológicos y ecológicos como los ciclos climáticos e hidrológicos, ciclos de vida, periodos de floración, fructificación, germinación y fenómenos de recuperación de ecosistemas o de manejo de paisajes. Lo anterior denota la importancia de los matlatzincas como sujetos centrales en la conservación de sus recursos naturales, lo que significa que a partir del sistema de información ambiental que poseen existe la posibilidad de generar estrategias de aprovechamiento sustentable que impacten positivamente en la manutención de sus bosques (Boege et al., 2008).
El etnoconocimiento matlatzinca de los recolectores de HCS permite un acercamiento a los elementos estructurales de la naturaleza de San Francisco Oxtotilpan, define sus sistemas clasificatorios, identifica las relaciones entre los recursos micológicos, así como sus usos tradicionales, siendo un conocimiento específico, necesario para la implementación de propuestas turísticas en la comunidad.
Es posible reconocer distintos ámbitos de acción del etnoconocimiento de los recolectores de HCS de San Francisco Oxtotilpan:
Se identifica un ámbito cultural, pues se trata de un conjunto de conocimientos que representan el saber característico de diferentes grupos étnicos de México y el mundo que recolectan, comercializan y consumen HCS.
Tiene un ámbito regional, que refleja la territorialidad y la representación cultural de la naturaleza, a través de actitudes micofílicas y micofágicas (Ruan-Soto et al., 2014) de los pueblos indígenas forestales.
Presenta un ámbito colectivo, como una forma de conocimiento cohesionada y homogénea propia de una colectividad en la que se inscribe la identidad matlatzinca en general y de manera particular la identidad de los recolectores de HCS de la comunidad.
Tiene un ámbito doméstico, referente al cúmulo de conocimientos relativos a los secretos y saberes de recolección, comercialización y preparación de HCS, que tiene cada familia recolectora.
Finalmente, refiere a un ámbito individual como la forma subjetiva en que el individuo, mediante un capital cultural incoporado (Bourdieu, 1987) a través de la práctica, se apropia del saber etnomicológico matlatzinca.
Estos diferentes ámbitos permiten reconocer cómo el etnoconcimiento vincula la colectividad con las particularidades individuales, a través de un espacio de negociación y consenso alrededor de la apropiación de los recursos micológicos.
La siguiente figura resume la principales relaciones encontradas entre el saber etnomicológico matlatzinca y el turismo. Destacan algunos aspectos esenciales como: diseño de productos y servicios ligados al territorio, calendarización, planificación, zonificación, gestión sustentable, caracterización de los espacios, ubicación espacio-temporal de los atractivos, usos de los recursos y creación de narrativas turísticas, siendo los saberes tradicionales un capital intelectual que puede aprovecharse localmente a partir de la generación e inserción de propuestas turísticas.
Etnoconocimiento | Objetos | Uso turístico |
CONOCIMIENTOS ASTRONÓMICOS | Conocimiento de la bóveda celeste y su relación con las prácticas productivas | Oferta contemplativa, calendarización de las actividades |
CONOCIMIENTOS (GEO) FÍSICOS | Conocimientos de la atmósfera, hidrosfera y litosfera | Planificación de actividades complementarias |
ETNOEDAFOLOGÍA | Conocimiento biofísico y utilitario del suelo | Zonificación y apropiación turística de los suelos (Oudwater y Martin, 2003) |
CONOCIMIENTOS AGROECOLÓGICOS | Manejo sustentable de tierra y agua | Gestión sustentable del turismo |
ETNOBIOLOGÍA | Conocimiento de plantas, animales y hongos (Fidalgo Hirata, 1979; Guzmán, 1997) | Oferta de micoturismo, herbolaria, observación de flora y fauna |
ETNO - TAXONOMÍAS | Terminología para designar y clasificar los recursos | Caracterización autóctona de los recursos turísticos |
CONOCIMIENTO RELACIONAL | Relaciones entre objetos y eventos dentro de un escenario productivo | Ubicación espacio - temporal de las actividades turísticas |
CONOCIMIENTO DINÁMICO | Conocimiento de las dinámicas naturales | Sencuenciación de las actividades turísticas |
CONOCIMIENTO UTILITARIO | Conocimiento de los recursos materiales locales | Usos turísticos de los recursos locales |
CONOCIMIENTO SIMBÓLICO | Saber simbólico para la interpretación de la realidad | Narrativa simbólica de los planteamientos turísticos |
Fuente: Elaboración propia con base en las categorías del etnoconicimiento de Toledo (2008).
Dadas las características sociohistóricas del manejo colectivo de los recursos micológicos y sus saberes asociados es relevante plantear la importancia de un enfoque ecosociocéntrico como base para el desarrollo del turismo micológico en San Francisco Oxtotilpan. Lo anterior, implica partir del conocimiento relacional de la naturaleza y contar con la participación activa de las comunidades indígenas que la habitan, pues son ellos “quienes tienen las llaves, los códigos, símbolos y secretos de la sustentabilidad” (Miranda, 2011). De esta forma, el turismo tiene el potencial de convertirse en una herramienta para enfrentar la migración y la pobreza que afectan a las comunidades rurales; ser un mecanismo de conexión intercultural entre anfitriones y visitantes; al mismo tiempo que provea medios para la recuperación y la reproducción de los recursos naturales que sirven de base para las actividades recreativas.
Conclusiones
Los conocimientos tradicionales son un capital intelectual sustantivo para la integración de las diferentes actividades productivas de las comunidades rurales indígenas del centro de México. Dicha aportación del etnoconomiento a las actividades económicas, no sólo se refiere a las actividades tradicionales, sino también a las innovaciones territoriales como puede ser el turismo, donde dichos conocimientos se reinterpretan de cara a las nuevas funciones sociales que adquiere el espacio rural.
El aprovechamiento turístico de los HCS (a través de senderos micológicos, programas de educación ambiental y una oferta etnogastronómica) pone de relieve la necesidad de articular diferentes saberes físicos, edafológicos, biológicos, geográficos y simbólicos, pertenecientes a las y los recolectores de hongos, siendo estos conocimientos el punto de partida para la planificación, diseño, gestión y ejecución de una propuesta micoturística.
En este sentido, podría definirse al micoturismo como una “modalidad híbrida del ocio turístico que se construye a partir de una oferta cultural, étnica, ecológica y gastronómica en la que se funden diferentes motivaciones de viaje, situadas en un punto intermedio entre la naturaleza y la cultura”. De acuerdo con ello en el saber etnomicológico matlatzinca, se expresa la coevolución entre este grupo étnico y el ecosistema boscoso, con lo que se tiene una base sólida de saberes y prácticas que pueden ser de gran utilidad para el desarrollo de nuevas actividades productivas como puede ser el turismo micológico.
En otro sentido, sería importante considerar que el cambio climático y la creciente presión social sobre los recursos naturales, son aspectos que amenazan la disponibilidad a largo plazo de los HCS. Motivo por el que es necesario alertar sobre los riesgos potenciales de la actividad micoturística y la necesidad de plantear un aprovechamiento planificado y sustentable, basado en la misma lógica que ha permitido la continuidad del recurso a lo largo del tiempo.
La sostenibilidad del micoturismo se relaciona con la presencia de un turista responsable, comprometido con el cuidado del entorno, respetuoso de la cultura y dispuesto a realizar intercambios económicos justos, a través de sus actividades de ocio y recreación. Ello pone de manifiesto la necesidad futura de estudiar la existencia de un mercado turístico consciente y de pequeña escala, que evite la depredación de la expresión local de la naturaleza.
Pese a que el presente trabajo centra su interés, exclusivamente, en el análisis turístico de los saberes etnomicológicos, se asume que existe una oportunidad de ampliar los horizontes de la investigación a partir de una visión integral del bosque y de sus temporalidades, con lo que se apunte a la creación modelos holísticos de gestión forestal que incluyan al turismo.
La naturaleza social e histórica de los conocimientos micológicos nos invita a pensar en la necesidad de un modelo micoturístico, donde se exprese la solidaridad en un sentido de transfomación colectiva, socioeconómica y cultural. Ello se traduce en que el micoturismo que implique a grupos étnicos sea respetuoso de sus formas de organización, bajo los principios de reciprocidad y ecoetnicidad.