Introducción
El cambio climático es uno de los más grandes desafíos para la sociedad contemporánea, por eso desde hace más de dos décadas los científicos generan conocimiento de sus impactos para establecer estrategias apropiadas de mitigación y adaptación. El descubrimiento de Keeling en 1958 del aumento del CO2 en la atmósfera del planeta inició una preocupación progresiva sobre los efectos de las actividades antropogénicas en el clima y condujo en 1979 a la primera conferencia mundial en la cual se consideró al cambio climático como una amenaza para el mundo (Beck, 2008). Así, en 1988 surgió el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) formado por expertos internacionales, encargados de elaborar periódicamente informes especiales. Un estudio cientométrico del tercer informe de evaluación del IPCC mostró que 88% de referencias científicas revisadas para la elaboración de este documento corresponden a las ciencias de la tierra y biológicas; de este porcentaje, 2% son estudios sobre la agricultura. El 12% restante involucra investigaciones realizadas desde las ciencias sociales, teniendo un papel preponderante la economía al aportar 4% de las mismas (Bjurström y Polk, 2011).
De este modo, la agenda científica del estudio del cambio climático está determinada por académicos de las ciencias naturales, 80% de los cuales proceden de países pertenecientes a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Hulme et al., 2007). El enfoque predominantemente positivista de estos investigadores posiciona al cambio climático como un problema ambiental y excluye la posibilidad de discutir muchos aspectos de carácter político y social, que explicarían su origen como resultado de las asimetrías y desequilibrios estructurales en el ámbito mundial provocados por la lógica del capitalismo industrial de los países más desarrollados. Una lógica basada en la extracción y el uso acelerado de los recursos naturales en varias regiones. Por lo tanto, se considera que los conocimientos generados desde este enfoque son valiosos y necesarios, pero no suficientes para entender las motivaciones que las sociedades agrícolas en los países pobres tienen para realizar o no acciones encaminadas a su adaptación.
Con base en lo anterior, el objetivo de este ensayo es responder a la pregunta eje: ¿Cuál es la responsabilidad social de la ciencia en la adaptación de la agricultura ante el cambio climático? Este cuestionamientos es importante cuando la agenda científica liderada por el IPCC ha favorecido el estudio del cambio climático desde las ciencias naturales, ubicándolo como un fenómeno que sucede en el entorno de la sociedad, limitando la generación de conocimiento desde las ciencias sociales, evitando con ello la construcción de un paradigma nuevo sobre la adaptación que implique una relación distinta entre sociedad y naturaleza. Una relación compleja que se expresa extraordinariamente en la agricultura; al ser una actividad emisora de gases de efecto invernadero y a la vez, una víctima de los cambios que éstos generan en el clima.
Adaptación ante el cambio climático: disyunción entre dos formas de pensar y hacer ciencia
El estudio de la adaptación al cambio climático, hasta la década de 1990 se enfocó en la disponibilidad y el acceso a los recursos necesarios para realizar dicha adaptación (López-Marrero, 2010). Sin embargo, pocas investigaciones habían adoptado una perspectiva que permitiera identificar y comprender los límites y las barreras socioculturales en la adaptación de la sociedad ante éste fenómeno (Jones y Boyd, 2013). El origen de este descuido aparente está relacionado con la historia de la investigación del cambio climático asociada principalmente al quehacer científico de climatólogos y meteorólogos, y a la escasa o nula resonancia que las sociedades tienen en las agendas políticas nacionales al ser excluidas en la definición de los procesos de desarrollo y consideradas por los investigadores sólo como objetos de estudio.
Asimismo, el número reducido de investigaciones sobre el cambio climático desde la dimensión sociocultural ha sido también influenciado sustancialmente por la agenda científica global liderada por el IPCC, la organización que define los tipos de adaptación, la exposición a los impactos y hasta los conceptos que se utilizan para aludir a éste fenómeno. Esto significa una agenda unívoca liderada por el conocimiento científico derivado de los modelos y las previsiones (Lampis, 2013). Modelos que intentan representar la complejidad inherente del clima asociada al comportamiento emergente de la sociedad, siendo representaciones parciales de la realidad elaborados con base en versiones simplificadas del comportamiento de la atmósfera, los océanos y de la sociedad (Yearley, 2009). Ese conocimiento obtenido sin duda resulta valioso, pero limitado.
Estos modelos son resultado del trabajo conjunto de investigadores y de una gran cantidad de recursos, por lo cual dicho trabajo se realiza en pocos centros de investigación en el mundo, entre los que destacan: El Instituto de Meteorología de Max Plank en Alemania, el Centro Canadiense de Modelización y Análisis del Clima, el Centro Hadley para la Predicción e Investigación del Clima en Inglaterra y El Centro Nacional de Investigación Atmosférica de los Estados Unidos de América (Yearly, 2009). Ello origina que los escenarios creados por este quehacer científico respondan más a un contexto económico y social determinado. Sin embargo, esta información es la que dispone el IPCC y utiliza para la definición de las políticas de mitigación y adaptación, principales líneas de acción que deben ser consideradas por sus países miembros (Hulme et al., 2007).
Esta agenda científica convertida en una agenda política, conceptualiza a la adaptación ante los efectos del cambio climático como un proceso que implica resolver las causas de la vulnerabilidad desde la perspectiva biofísica, soslayando la importancia de la dinámica sociocultural de las sociedades donde se desea implementar. Asimismo, no considera al cambio climático como resultado de un modelo de desarrollo ambientalmente insostenible, cuyos efectos están exacerbando las profundas desigualdades sociales y económicas ya existentes (Lampis, 2013). Aspecto crítico cuando se sabe que el cambio climático es un fenómeno global pero con efectos locales diferenciados; siendo el trópico, una de las regiones más vulnerables del planeta y donde se encuentran ubicados gran parte de los países más pobres del mundo (IPCC, 2007).
En consecuencia, el papel de la ciencia en los procesos de adaptación de la sociedad ante el cambio climático es parcial, porque los conocimientos generados por la agenda del IPCC desde una posición epistemológica predominantemente positivista no son suficientes para reflexionar sobre las relaciones económicas, políticas y de poder que subyacen a su origen; además, no favorecen la comprensión de cómo nuestras sociedades están respondiendo en el nivel local y cuál es la racionalidad que le subyace (Timmons, 2010). En otras palabras, el sesgo de sus aportes no ha permitido reconocer al cambio climático como resultado de procesos económicos, políticos, legales y tecnológicos generados por la propia sociedad.
La incomprensión de estos procesos sociales estaría a su vez impidiendo la generación de conocimiento que pudiera coadyuvar otros procesos de adaptación en beneficio de la misma sociedad. Esto conduce a pensar que la producción de conocimiento respecto al cambio climático, no puede entenderse al margen de la historia política y económica del origen y funcionamiento del IPCC, el cual al ser un organismo referente en cuanto al estudio de este fenómeno, tiene la capacidad de influir en las agendas científicas locales. En contrasentido a dicha agenda, es necesario realizar estudios del cambio climático desde dimensiones poco exploradas como la sociocultural. Para abordar esta dimensión se requiere del posicionamiento de paradigmas alternativos con enfoques teórico-conceptuales que faciliten la comprensión de la complejidad del cambio climático como un problema socioambiental.
Hasta ahora la mayoría de los estudios considerados como aportación desde las ciencias sociales, son básicamente estudios económicos de los impactos del cambio climático (Bjurström y Polk, 2011). Por lo cual se requieren investigaciones que generen el entendimiento y promuevan el debate social sobre las relaciones de poder subyacentes al problema, proceso que puede facilitar el cuestionamiento de la ética y la voluntad de quienes toman decisiones y conducen a acciones de adaptación que no siempre tienen como prioridad el beneficio de la sociedad. Este planteamiento es fundamental cuando se trata de diseñar y establecer acciones encaminadas a la adaptación de la agricultura, actividad de importancia económica, eminentemente social, que se desarrolla en una perspectiva histórica y expresa la cultura de quienes la llevan a cabo.
Adaptación de la agricultura ante el cambio climático: posible aporte desde la dimensión sociocultural
La adaptación de la sociedad al cambio climático implica la adaptación de la agricultura a este fenómeno (Fowler, 2008), debido a que ésta es la base de la alimentación mundial y la generadora de materias primas utilizadas en la satisfacción de otras necesidades en el orbe. Sin embargo, los estudios sobre su adaptación son relativamente recientes, proceso que se fortaleció con las aseveraciones de los expertos en el cuarto Informe de Evaluación del IPCC en 2007; el cual planteó a la adaptación como prioridad al considerar que los efectos del cambio climático estarían impactando la economía, la salud, la alimentación y la seguridad de la población, especialmente en las naciones en desarrollo (Lara, 2013).
Este señalamiento justificó, de manera oficial, el esfuerzo de científicos alrededor del mundo interesados en comprender los procesos de adaptación desde otras dimensiones de estudio y el reconocimiento de la existencia de un vacío de conocimiento en cuanto a la identificación y la comprensión de las barreras socioculturales en la implementación de acciones de adaptación. Al respecto, investigaciones recientes han concluido que toda respuesta ante el cambio climático está influenciada por la cultura (Adger et al., 2013; Jones, 2013; Leonard et al., 2013).
Lo anterior, es fundamental cuando se trata de la agricultura, actividad que expresa la relación compleja entre sociedad- naturaleza, al estar asociada a múltiples dimensiones: sociocultural, económica, política y tecnológica; así como, a las respuestas no lineales del clima (Ojeda et al., 2010). El cambio climático ha significado la modificación progresiva del comportamiento de las principales variables agroclimáticas: temperatura y precipitación (Howe et al., 2013), afectando a especies y variedades locales desarrolladas desde hace varios miles de años bajo condiciones climáticas relativamente estables (Kostel, 2009). Ante esta situación, algunos productores han comenzado a tomar decisiones que se expresan en cambios en las prácticas de manejo en sus agroecosistemas. El conocimiento generado sobre este proceso es valioso y debe ser incorporado al diseño de estrategias de adaptación de la agricultura a mediano y largo plazo (Habiba et al., 2012).
Por tanto, la investigación de los procesos de adaptación de la agricultura ante el cambio climático desde la dimensión sociocultural es urgente, al requerirse de conocimientos para el diseño y el establecimiento de estrategias social y culturalmente aceptables. Asimismo, es necesario realizar estudios multi, inter y transdisciplinarios que involucren a las ciencias sociales, especialmente a la sociología. Los conocimientos generados pueden coadyuvar a la continuidad de las actividades productivas, a fin de que la agricultura cumpla con su función social en el abasto de alimentos y materias primas, y eventualmente la generación de servicios ambientales.
Lo anterior implica la necesidad de comprender diversos aspectos, por ejemplo, por qué la disposición y el acceso a los recursos económicos no son condiciones suficientes para que un agricultor se adapte a la variabilidad climática (López-Marrero, 2010). Además, interpretar la racionalidad que le subyace a las respuestas de los productores, las cuales pueden ser variadas y consideradas por los tomadores de decisiones y “expertos” como disímiles e irracionales; sobre todo, cuando dichas acciones están enmarcadas en un modelo de desarrollo de carácter técnico normativo, en el cual la agricultura no es considerada un sector estratégico (Matus, 1989).
Estudiar el proceso de adaptación de la agricultura ante el cambio climático desde la dimensión sociocultural, también implica considerar a los productores como sujetos del desarrollo agrícola con necesidades diferenciadas producto de su historia y cultura, en cuyo quehacer incide el efecto conjunto de las crisis ambientales y económicas, entre ellas, el cambio climático y la globalización económica. Este abordaje permitiría explicar por qué la disposición de sistemas de información meteorológica como herramienta útil en la toma de decisiones ante los efectos del cambio climático y la construcción de la infraestructura hidroagrícolas, vistos desde la esfera gubernamental como vías para lograr dicha adaptación, son insuficientes y resultan desaprovechados dependiendo del tipo de productor del cual se trate, convirtiéndose en estrategias onerosas e ineficaces (Coles y Scott, 2009).
En consecuencia, si el estudio de la dimensión sociocultural del cambio climático sigue siendo ignorado o abordado de forma marginal, las respuestas ante la adaptación probablemente no serán las más apropiadas. Lo anterior se debe a que la cultura se expresa en cada uno de los modos dominantes de producción (Adger et al., 2013) y la agricultura no es la excepción. La cultura es dinámica y se transforma por lo sucedido en la política, la economía, la tecnología e incluso por los mismos efectos del cambio climático (Barnes et al., 2013). Si la ciencia no responde a las necesidades de aquellos dedicados al quehacer agrícola con conocimientos que permitan diseñar y establecer estrategias a mediano y largo plazo, los efectos del cambio climático pondrán en riesgo la seguridad alimentaria de los sectores más vulnerables, lo cual puede ser presagio de conflictos sociales (Postigo, 2013). Sin embargo, es imperativo señalar que la generación de dicho conocimiento no es suficiente para lograr la adaptación, sin la voluntad y la ética de quienes toman decisiones (Lara, 2013).
Conclusión
La generación de conocimiento sobre el cambio climático es un proceso que ha resultado de una agenda científica global impulsada por el IPCC a la cual subyace cierta perspectiva epistemológica, disciplinaria e ideológica que no permite comprender al cambio climático como un fenómeno que se origina en el funcionar de la sociedad moderna y que cualquier acción para lidiar con sus impactos implica considerar aspectos hasta ahora poco explorados como el papel del poder y la cultura en este proceso. Los estudios en este sentido son una frontera emergente del conocimiento, abordarlos podrá permitir reflexionar sobre hacia quienes, para qué y cómo debe dirigirse la adaptación de la agricultura.