Introducción
Desde el punto de vista alimentario, político, económico y social el maíz es el cultivo más importante del país (Fernández, 2013) con un consumo per cápita en forma de tortilla de 70 kg (Salinas et al.., 2010). El 80% de la superficie sembrada es de temporal (5 650 795.84 ha) principalmente para autoconsumo en productores a pequeña escala. Más de la mitad de la producción nacional de maíz proviene de este sistema pues contribuye con la seguridad alimentaria de los estratos rurales con mayor pobreza (Turrent, 2012).
Según Turrent (2012), una de las estrategias para mitigar el déficit de grano de maíz, estimado en cerca de 10 millones de toneladas anuales, con valor aproximado de 2.5 mil millones de dólares, es incrementar la producción a través del mejoramiento genético de las variedades híbridas y eficiencia en el riego.
Al respecto podemos comentar que en el año agrícola 2015, la superficie sembrada con maíz grano en la Península de Yucatán fue de 382,661.29 hectáreas, 96.6% de temporal y 3.4% de riego. El 66.1% de esta superficie se sembró con semilla mejorada y el resto con semilla criolla. De donde se obtuvieron 571 052.11 toneladas de grano provenientes principalmente del estado de Campeche, quien aporta 76.3% de la producción total de la región y ocupa el lugar número 14 dentro del contexto nacional (SIAP, 2015a; SIAP, 2015b).
En su conjunto la Península de Yucatán tiene una participación de 2.3% de la producción nacional de maíz grano (SIAP a, 2015). Sin embargo, esta producción demanda un abasto de semillas de aproximadamente 7 168 toneladas, 38.4% corresponden a semilla mejorada y 61.6% a semilla criolla, con preferencia por el consumo de materiales de maíz de grano blanco (95.3%) por encima de los amarillos (4.7%). No obstante, en la región se producen solo 27 toneladas de semilla, lo que implica un déficit de alrededor de 7 140 toneladas (García et al.., 2014).
A nivel nacional esta semilla es ofertada por las grandes empresas quienes acaparan el mercado con una participación de 85.3%, seguidas de pequeñas empresas con 9.1%, sociedades de producción rural con 3.8% y las semillas que son producidas por personas físicas e instituciones de investigación equivalentes a 1.9% (García et al.., 2014).
Lo anterior ha ocasionado que en algunas áreas aisladas no tengan acceso a la semilla debido a que no son sujetos a crédito o porque la industria de semilla no se interesa en éstas áreas, pues sus ganancias son poco atractivas (García et al.., 2014), como es el caso de la Península de Yucatán. En cuanto a los productores comerciales que disponen por lo regular de grandes extensiones de tierra de cultivo superiores a 100 hectáreas (DPF, 2015), tienen como proveedores de semillas a comercializadoras como Monsanto, Pioneer y Syngenta.
Lo cierto es que en un período de 1985 a 2009, el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP) ha liberado cerca de 43 materiales de semillas mejoradas de maíz entre variedades de polinización libre e híbridos, para la región del trópico húmedo, con la finalidad de obtener altos rendimientos y la calidad de grano que requieren los industriales y consumidores (Coutiño, 2008). Sin embargo, esta innovación ha tenido un lento proceso de adopción.
Este estudio parte de considerar que la adopción es un proceso conformado por una serie de pasos. Para la American Association of Agricultural College Editors (citado por Cadena et al.., 2009) se conforma de cinco etapas: la primera es el conocimiento de la existencia de una nueva tecnología; la segunda etapa se define por el interés por integrar a otros individuos; la tercera surge el interés personal de probar la tecnología con el fin de evaluarla; la cuarta etapa consiste en que si la evaluación fue positiva el individuo estará en disposición de seguirla ensayando. El quinto paso es la adopción. Otros autores consideran que la adopción está íntimamente ligada al fenómeno de cambio y posición del adoptante ante la innovación. Explican que la adopción obedece a varias causantes: variables tecnológicas (incremento de la producción, mayor competitividad) variables demográficas y sociales, variables del entorno como: condiciones de mercado, costos de la tecnología, políticas públicas y variables personales: cognitivas, afectivas y actitudinales. Consideran que la adopción está permeada de juicios, creencias y valores sociales (Roth y Clementi, 2010).
De acuerdo con Aguilar et al.. (2005) los agricultores en el proceso de adopción, no deben ser considerados como agentes pasivos dispuestos a recibir y aplicar los paquetes tecnológicos, tampoco se debe partir de la creencia de que la adopción encuentra limitantes, en las dificultades que el agricultor enfrenta para llevarla a cabo. Esta visión, da por sentado que el agricultor siempre está dispuesto a asumir el cambio, aspecto que choca con la realidad. Por lo tanto, el objetivo principal de esta investigación fue identificar las preferencias de los productores por estas semillas y clasificarlos por categorías de acuerdo a su nivel de adopción.
Materiales y métodos
El trabajo de campo se realizó en la Península de Yucatán en las principales zonas temporaleras y con mayor superficie sembrada con maíz, distribuidos de la siguiente manera: cinco municipios del estado de Campeche (Tenabo, Calkiní, Hopelchén, Hecelchakán y Campeche), un municipio del estado de Quintana Roo (Othón P. Blanco) y seis municipios del estado de Yucatán (Tekax, Oxcutzcab, Valladolid, Suma, Cansacab y Teya).
Con información generada en dos proyectos: manejo integral de la heterogeneidad de los suelos mecanizables de la península de Yucatán (Proyecto Fiscal) (Uzcanga et al.., 2015) y evaluación del rendimiento de maíz en diez municipios del estado de Campeche durante el ciclo primavera- verano 2013 (Uzcanga et al.., 2015), se integró un base de datos con información de superficie sembrada por productor, misma que fue completada con datos proporcionados por la Unión de ejidos de Tekax, Yucatán, para finalmente obtener un marco de muestreo de 642 productores.
Tamaño de la muestra
El tamaño de muestra se estimó con muestreo estratificado aleatorio con distribución proporcional, precisión de 10% y confianza de 95% (Taro, 1967). Las unidades de muestreo fueron los productores arreglados en dos estratos de acuerdo al número de hectáreas sembradas por productor, de tal forma, que el estrato K1 se integró por productores con superficie sembrada de media y hasta cinco hectáreas y el estrato K2 de más de cinco hectáreas (Cuadro 1). El tamaño de la muestra se calculó con las siguientes ecuaciones:
La información se recolectó a través de un cuestionario con un guion semi estructurado. Los datos fueron tabulados y analizados con el paquete estadístico Predictive Analytical Software and Solut (PASS) versión 21. Se tomó como variable dependiente (superficie sembrada, edad del productor, número de dependientes económicos, número de años que conoce la semilla) e independiente (estrato) para realizar el test de Levene para homogeneidad de varianzas y contrastar la hipótesis H0: σ12= σ22= σ32. Además, se realizó la comparación de medias con Anova de un factor y contrastar la hipótesis H0: µ1= µ2= µ3 y encontrar diferencias significativas por estrato (Pérez, 2009; Nel, 2012).
Con los datos obtenidos del cuestionario se generó un indicador con valores de 1 a 0.2 para evaluar el nivel de adopción del componente tecnológico semilla. Este indicador consideró que, si durante un período de cinco años un agricultor siembra semillas del INIFAP, ha hecho una adopción de ellas. Para ello, se consideraron los años de uso de la semilla, el grado de satisfacción de los productos obtenidos, las ventajas agronómicas de la semilla y su disponibilidad en el mercado. El indicador tomó el valor de uno cuando el productor sembró ininterrumpidamente la semilla. El valor fue de 0.8 para los agricultores que durante el periodo de cinco años sembraron la semilla de manera inconstante o están interrumpiendo el proceso de adopción. El valor del indicador varió de 0.4 a 0.6 dependiendo del número de años que se haya sembrado la semilla. El nivel más bajo fue 0.2 y para el agricultor que está iniciando el proceso de adopción, o bien, probó la semilla y no le agradó, por lo que la adopción se consideró un proceso poco probable.
Con este indicador se tipificó a los productores dentro de tres categorías: a) si la conocen y si la adoptó; b) si la conoce e inició el proceso de adopción pero lo interrumpió; y c) si la conoce pero no la adoptó.
Resultados y discusión
El trabajo de campo se realizó durante los meses de noviembre y diciembre de 2014 y de julio a septiembre de 2015. En la práctica se realizaron 210 cuestionarios de los cuales 121 fueron del estrato K1 y 89 del estrato K2 (Figura 1).
Características de los agricultores de maíz
Las características sociodemográficas de los encuestados indican que 95.5% ha vivido toda su vida en la localidad de origen, todos fueron hombres casados, con edad promedio de 54 años, no se presentó diferencia significativa en el estadístico de Levene (p= 0.209) para la prueba de homogeneidad de varianzas y en el Anova (p= 0.273), debido a que se calcularon niveles críticos por encima de 0.05. El 56.2% de los encuestados cuentan con estudios de primaria principalmente (5.3 años), escolaridad característica de los productores de maíz para la zona de estudio (Uzcanga et al.., 2015). Asimismo, no hubo diferencia estadística entre el número de dependientes económicos por estrato, el cual se ubicó en 3.3 personas en promedio (Cuadro 2).
El 64.8% de los productores de la muestra tiene como actividad principal la producción de maíz y el resto, 35.2 %, además desempeña alguna otra actividad dentro del sector agropecuario: apicultura, ganadería y siembras de otros cultivos como piña, caña de azúcar y henequén; también se identificaron, aunque en menor frecuencia, oficios como albañilería, transportistas locales y empelados de algún negocio.
La producción se comercializa principalmente en mercados regionales o de manera local colocándola en molinos o entre sus vecinos como alimento para sus animales. Otro considerable porcentaje 38.2% de productores tanto agrícolas como pecuarios, producen maíz principalmente para su autoconsumo (Figura 2).
Tipificación de los agricultores por categorías
En un período de aproximadamente 51 años (1964-2015) los agricultores de la zona de estudio estan familiarizados con las semillas mejoradas de maíz. Este auge de conocimiento de la existencia de este tipo de semillas fue de 1997 a 2007 y de 2008 a 2015, periodos que registraron la mayor frecuencia entre los agricultores y que coincide con el período (1999 a 2010) de mayor oferta y demanda de híbridos generados por INIFAP, provenientes de 20 diferentes cruzas y líneas de progenitores (Larqué et al.., 2013).
Por otro lado, entre los agricultores del estrato K1 y K2, se encontraron diferencias para establecer una media e indicar desde hace cuánto tiempo conoce las semillas mejoradas. Para los agricultores del estrato K1 la media fue de 7 años, mientras que para los agricultores del estrato K2, la media fue de 12 años. La mayoría coincidió (34.3%), que conoció la semilla por un amigo o algún familiar, (17.1%) por el técnico de la Secretaría de Agricultura Ganadería Pesca y Alimentación (SAGARPA), en alguna parcela demostrativa de otro productor (13.3%), entre las más significativas.
Los entrevistados prefieren utilizar semillas mejoradas, se identificó que 53.8% de estos, no conocen las variedades polinización libre, criollo mejorado e híbridos del INIFAP y por tal motivo nunca las han sembrado, principalmente los agricultores del estrato K1 (31.4%) y en menor porcentaje (22.4%) del K2. El (46.2%) manifestó conocerlas de los cuales el 33.3%, ha cultivado alguna vez alguna variedad, entre las destacan el H-520 y VS-536, materiales que se adaptan a las condiciones de la Península de Yucatán (Cuadro 3).
Los resultaron indicaron que 16.7% de los agricultores, inicia el proceso de adopción pero en algún momento de los cinco años de evaluación, interrumpieron su uso, mientas que otro 12.9% manifestó conocer los materiales pero nunca los han cultivado y solo 7.1%, han adoptado las variedades (Figura 3).
Al preguntarles las razones por las que ya no siguieron sembrando fue porque no hay disponibilidad de semillas en el mercado y al desconocimiento de ¿cómo y dónde? comprarlas y de sus beneficios en rendimiento, lo que motiva el interés por probar otras semillas mejoradas por otra institución o empresa. En este sentido Flores y García (2016), enfatizan que la adopción de semilla mejorada implica un costo y que la falta de conocimiento sobre los posibles beneficios en rendimiento es un factor determinante al momento de adoptar o no la tecnología.
Existen estudios como los presentados por Kafle (2010), donde establecen que los factores que determinan la adopción de semillas mejoradas son de índole socio económico. Estos resultados son reforzados por diversos autores en diferentes condiciones como por ejemplo el caso de Zambia presentado por Kalinda et al.. (2014) donde concluyen que la adopción de semillas mejoradas mostró una relación positiva con el tamaño del predio o bien que para predios rentados o mayores a una hectárea, los agricultores prefieren invertir en semilla mejorada con todo el paquete tecnológico para asegurar los rendimientos (Sserunkuuma, 2005).
En México en los estados de Baja California y Sonora reportan la mayor adopción de materiales mejorados pero sus predios agrícolas son mayores a 12 ha (García y Ramírez, 2012). Otro factor que se ve involucrado en la adopción de estas tecnologías es el nivel de pobreza de la región (Bernard et al.., 2010) que repercute en el ingreso del productor que es otro factor determinante de la tasa de adopción (Flores y García, 2016).
Otro factor que influye en la preferencia por ciertos maíces, se relacionan con el uso como producto final, para la elaboración de masa fresca y tortillas, la demanda se inclina por maíces de color blanco (56.2%) y en menor medida, por el amarillo (37.1%), morado (3.4%), rojo (2.2%) y matizado (1.1%).
Esta preferencia que se detectó en la Península de Yucatán es válida para todo México (Coutiño et al.., 2008). Por ejemplo los genotipos H-563, H-520 y VS-536 identificados por los agricultores de la Península, son de grano blanco y cuentan con características físicas de calidad nixtamalera adecuadas para la industria de la masa y la tortilla. El primero es originario de Guerrero y los otros dos son de Veracruz y en general, los maíces blancos comerciales liberados en áreas del trópico húmedo son adecuados para esta industria (Salinas et al.., 2010).
No obstante, a pesar que las variedades mejoradas han mostrado ser superiores a las nativas, existen otros factores como el poder adquisitivo y la extensión de cultivo que influyen en la preferencia de los pequeños agricultores sobre las variedades locales. Además del valor añadido sobre la tradición, de que estos materiales genéticos han sido desarrollados por los agricultores a través de múltiples ciclos de selección empírica y los conservan y manejan bajo un esquema de agricultura tradicional como un sistema complejo de semillas (Aragón et al.., 2006; Gaytan et al.., 2013).
En la investigación se identificó que 83.8% de los agricultores de la muestra han sembrado alguna vez razas nativas entre las que destacan el Dzit-bacal (Figura 4).
Estas razas nativas tienen una amplia variedad de usos como indica Narváez-González et al.. (2007), quienes han identificado por lo menos tres usos, por ejemplo el Dizt-bacal es utilizado para tortillas, antojitos, botanas y similares, el Tuxpeño además de la elaboración de tortillas y otros productos relacionados se utiliza también para la elaboración de atoles y bebidas como el pozol al igual que el Olotillo y el Tepecintle (Férnández et al.., 2013) (Figura 5).
Los criterios de calidad reportados para usos comunes del maíz indican que las razas nativas destacadas para la elaboración de tortillas son el Tuxpeño y el Olotillo por tener granos duros o semi duros, además de características adecuadas para este fin (Fernández et al.., 2013).
Adicionalmente la preferencia por estos materiales criollos está influenciada por las ventajas que presenta para adaptarse a terrenos edafo-climáticamente limitados (Turrent et al.., 2012). Además de adaptación y estabilidad a las condiciones climáticas locales, por lo tanto baja demanda de labores agrícolas reduciendo costos en mano de obra e insumos necesarios para su producción (Fernández et al.., 2013).
Al respecto se identificaron algunas ventajas agronómicas manifestadas por los agricultores por tipo de semilla utilizada, sobresaliendo el rendimiento para el caso de variedades mejoradas, mayor vida de anaquel y mayor tolerancia a la sequía para razas nativas (Cuadro 4).
Actitud del agricultor ante innovaciones tecnológicas
El modelo de trabajo utilizado por el INIFAP comprende cuatro etapas: 1) experimentación: en la cual se genera el conocimiento que sustenta la tecnología; 2) validación: proceso en el que se evalúa la aplicabilidad de los resultados de la investigación en el contexto comercial; 3) trasferencia: actividad que se realiza con la difusión de las innovaciones tecnológicas a los usuarios; y 4) adopción: definida por la incorporación del componente tecnológico al sistema de producción (Laird, 1977).
Autores como Rogers y Svenning (1979), indican que el espíritu de innovación, entendido por el grado de anticipación con que el individuo adopta ideas nuevas respecto a otros miembros de la comunidad, es esencial para la adopción de una innovación tecnológica, en donde la difusión tiene un papel importante.
En este sentido se identificó que en la región 47.1% de los agricultores de la muestra saben a qué se dedica alguna de las instituciones de investigación agropecuaria como la Universidad Autónoma de Chapingo, Colegio de Postgraduados, CIMMYT e INIFAP, de estos 86.9% considera que lo que hacen es útil, pero solo 40% del total de productores de la muestra, busca los medios para estar informado sobre las innovaciones tecnológicas con respecto a su cultivo.
Debido a que la decisión de innovar la toma cada individuo y la tasa de adopción se estima por la proporción de individuos que aceptan la innovación en un período determinado, se podría suponer que la tasa de adopción de semillas mejoradas del INIFAP, durante los últimos cinco años para la Península de Yucatán, ha sido de 7.1%. Porcentaje bajo que se explica por la demanda heterogénea de semillas mejoradas en zonas de temporal y por lo tanto la adopción de estos materiales es incierta (Donnet, 2012).
Una de las razones del por qué la adopción de semillas mejoradas ha sido muy lenta por parte de los agricultores, se debe según Guillén et al.. (2002), a la percepción que tiene el productor sobre los beneficios que tienen las razas nativas más allá del rendimiento, pues los híbridos, comúnmente son asociados con ganancias limitadas frente a sus altos costos del paquete tecnológico. Adicionalmente el tamaño del predio y el ingreso por hectárea son factores principales para la adopción de semilla mejorada (García-Salazar y Guzmán-Soria, 2015).
Aunque el uso de semilla mejorada ha aumentado en los últimos 15 años, el padrón de adopción ha sido irregular y su uso se ha concentrado en zonas de producción comercial como el noreste y El Bajío (García y Ramírez, 2014).
Conclusiones
A pesar de tener el conocimiento de la existencia de las semillas mejoradas del INIFAP, el proceso de adopción de se ve interrumpido por factores como disponibilidad de estas semillas en el mercado o la falta de recurso para la adquisición de está; sin embargo, los productores que si han preferido estas semillas mejoradas se han inclinado por las variedades H-520 y VS-536, ambos materiales adecuados para el trópico húmedo.
Existen productores que no se ven interesados por adoptar ningún material mejorado debido a la extensión de siembra y arraigo a materiales criollos de las razas Dzit-bacal y Tuxpeño, las cuales manifestaron los productores, presentan características de adaptación en campo favorables y los productos elaborados a partir de las cosechas (tortillas, masa, atole y pozol) satisface sus exigencias organolépticas.
Falta mayor difusión entre los productores de los materiales que se han generado en el INIFAP, además de buscar estrategias y alternativas para satisfacer las necesidades del mercado.