Vie de M. Descartes
1.
Había otro tratado en forma de discurso intitulado Olímpicas [Olympica], de sólo doce páginas, y que contenía en el margen, con una tinta más reciente, pero de la propia mano de Descartes, una anotación que aún hoy ocupa a los más curiosos. Esta anotación al margen decía:
XI. Novembris 1620, cœpi intelligere fundamentum Inventi mirabilis…1
De tal anotación, ni Clerselier2 ni los otros cartesianos nos pudieron dar explicación. Esta observación se encuentra delante de un texto que nos persuade que este escrito es posterior a los demás que se encuentran en el registro y que no se empezó sino hasta el mes de noviembre de 1619. Este texto dice en latín:
X. Novembris 1619, cum plenus forem Enthousiasmo, et mirabilis scientiæ fundamenta reperirem…3
2.
En el nuevo ardor de sus descubrimientos, Descartes se comprometió a ejecutar la primera parte de sus proyectos, que sólo consistía en destruir. Ciertamente, ésta fue la más fácil de las dos partes. Pero pronto se dio cuenta que deshacerse de los prejuicios no es tan fácil para un hombre como quemar la propia casa. Ya se había preparado para esta renuncia desde que dejó el colegio4 y había realizado algunos intentos: primero durante su retiro en el suburbio de Saint Germain de París,5 y después durante su estancia en Breda.6 Con todas estas disposiciones, no podía sufrir menos que si tuviera que despojarse de sí mismo. Sin embargo, pensó que con todo aquello ya había culminado su empresa. Y, a decir verdad, para hacerle creer que había llegado a tal estado, era suficiente que su imaginación le presentara su ingenio completamente desnudo. Descartes sólo tenía amor por la Verdad, cuya búsqueda sería, de ahora en adelante, la ocupación de su vida. Esta fue la razón de los tormentos que hicieron sufrir a su ingenio por aquellos días. Pero los medios para alcanzar esta feliz conquista no le causaron menos perplejidad que el fin mismo. La investigación que quería hacer con esos medios sumergió su ingenio en violentas agitaciones, que aumentaron cada vez más por la continua tensión en que lo tenían, sin sufrir que los paseos y las compañías fueran una diversión. Descartes se fatigó tanto que se le inflamó el cerebro, lo que le hizo caer en una suerte de entusiasmo que se apoderó de él, lo que dejó su ingenio abatido. El abatimiento de su ingenio lo colocó en un estado en el que pudo recibir las impresiones de sus sueños y de sus visiones.
Cuenta Descartes que el 10 de noviembre de 1619 se fue a dormir lleno de entusiasmo y con la idea de haber descubierto ese día los fundamentos de una ciencia admirable. Aquella noche tuvo tres sueños consecutivos, que se figuró que sólo podían haber venido del cielo.
❖ [Primer sueño]
Después de haberse dormido, su imaginación fue afectada por la representación de algunos fantasmas que se le aparecieron y lo asustaron con tal fuerza que, creyendo caminar por las calles,7 se vio obligado a apoyarse sobre su lado izquierdo para poder avanzar hasta donde quería ir, porque sentía una gran debilidad en el costado derecho que no le permitía sostenerse de pie. Avergonzado por caminar de esa manera, hizo el esfuerzo de enderezarse, pero sintió un viento impetuoso que, llevándolo en una especie de torbellino, le hizo dar tres o cuatro vueltas sobre su pie izquierdo.8 Sin embargo, no fue esto lo que más lo asustó. Su mayor horror fue la dificultad que tuvo para arrastrarse, que le hizo pensar que caería a cada paso, hasta que, viendo un colegio abierto en su camino, entró en éste para hallar refugio, así como un remedio para su mal.
Trató de llegar a la capilla del colegio, donde su primer pensamiento fue ir a hacer una oración; pero al darse cuenta de que se había cruzado con un conocido suyo sin saludarlo, quiso volver sobre sus pasos para hacerlo con cortesía, pero fue rechazado con violencia por el viento que soplaba contra la capilla. Al mismo tiempo, a la mitad del patio del colegio vio a otra persona que le llamó por su nombre en términos corteses y gentiles y que le dijo que, si quería, buscara al señor N. porque éste tenía algo que darle. Descartes imaginó que el señor N. le daría un melón que había traído de algún país extranjero.9 Pero lo que más le sorprendió fue ver que quienes se reunían alrededor de esta persona para conversar estaban erguidos y firmes sobre sus pies, mientras que él estaba todavía inclinado y tambaleante sobre el suelo, además de que el viento —que pensó que lo derribaría varias veces— había disminuido mucho.
Despertó de este sueño y de inmediato sintió un dolor real, que le hizo temer que fuese obra de un genio maligno que había intentado seducirlo.10 De inmediato se volvió sobre su lado derecho, porque estaba acostado del lado izquierdo cuando se quedó dormido y tuvo el sueño. Hizo una plegaria a Dios para que lo guardara del efecto malvado de su sueño y para que lo protegiera de todas las desgracias que pudieran amenazarlo como castigo a sus pecados, pues reconocía que sus pecados eran suficientes para atraer la ira del cielo sobre su cabeza, aunque hasta ese momento había llevado una vida bastante irreprochable a los ojos de los hombres.
❖ [Segundo sueño]
En esta situación, volvió a dormirse, después de un intervalo de casi dos horas en el que estuvo metido en pensamientos diversos sobre los bienes y lo males de este mundo. Inmediatamente le vino un nuevo sueño, en el que creyó escuchar un ruido estridente y retumbante, que tomó por un trueno. 11 El susto que le dio ese estruendo lo despertó de golpe; y abriendo los ojos, vio muchas chispas de fuego regadas por toda la habitación. Esto ya le había sucedido en otras ocasiones, y no le era extraño el despertar a medianoche y tener los ojos tan destellados para entrever los objetos más próximos a él. Pero en esta última ocasión, quiso acudir a razones tomadas de la filosofía, obteniendo razones favorables para su espíritu después de observar —abriendo y cerrando los ojos alternadamente— la cualidad de las especies que se le presentaron. De modo que su miedo se disipó y se volvió a dormir con gran calma.
❖ [Tercer sueño]
Un momento después, Descartes tuvo un tercer sueño, que no tenía nada de terrible como los dos primeros.12 En ese último sueño, encontró un libro sobre su mesa, sin saber quién lo había puesto ahí. Lo abrió y al notar que era un Diccionario, estaba contento con la esperanza de que pudiera serle de gran utilidad. En ese mismo instante, se encontró otro libro bajo su mano, que no le era nuevo, aunque no sabía de dónde había venido. Encontró que tal libro era una recopilación de poesías de diferentes autores, intitulado Corpus poetarum. 13 Tuvo la curiosidad de leer ahí alguna cosa, y, al abrir libro, dio con el verso «Quod vitae sectabor iter?».14
En ese momento apareció un hombre que no conocía, pero que le presentó un fragmento de verso que comenzaba por «Est et non»,15 que presumía como una obra excelente. Descartes le dijo que sabía de qué se trataba y que esa pieza estaba entre las Églogas de Ausonio, que se encontraban en el Corpus poetarum que estaba sobre su mesa. Él mismo quiso mostrársela a tal hombre desconocido, y comenzó a hojear el libro, del cual se jactaba conocer perfectamente en orden y contenido. Mientras buscaba el pasaje, el hombre le preguntó de dónde había sacado ese libro y Descartes le respondió que no podía decirle cómo lo había conseguido; pero un momento atrás había tenido otro que acababa de desparecer, sin saber quién se lo había dado ni quién se lo había llevado. No había terminado de hablar cuando volvió a ver el libro en el otro extremo de la mesa. Pero se percató de que ese Diccionario no estaba tan completo como el que había visto la primera vez. Sin embargo, encontró las poesías de Ausonio en el Corpus poetarum que estaba hojeando, y al no poder encontrar la obra que comenzaba por «Est et non», le dijo a aquel hombre que conocía una poesía del mismo poeta aun más bella que la otra y que comenzaba con las palabras «Quod vitae sectabor iter?».16 El hombre le rogó que se la mostrara, y Descartes comenzó a buscarla, cuando encontró varios pequeños retratos en huecograbado que le llevaron a decir que este libro era muy bello, pero que no tenía el mismo aspecto que el otro que conocía. Estaba en eso cuando, de pronto, los libros y el hombre desaparecieron y se desvanecieron de su imaginación, pero sin despertarlo. Lo singular a notar es que, dudando si lo que acababa de ver era un sueño o una visión, no sólo decidió —mientras dormía— que era un sueño, sino que también hizo su interpretación, antes de que el sueño lo abandonara.17
Consideró que el Diccionario significaba todas las ciencias compiladas en un mismo lugar, y que la antología de poesías, intitulada Corpus poetarum, representaba en particular, y de una manera muy distinta, a la filosofía y la sabiduría juntas. Porque no creyó que nos debiéramos de sorprender mucho al percatarnos de que los poetas, inclusive aquellos que sólo dicen tonterías, están llenos de sentencias más importantes, más sensatas, y mejor expresadas que aquellas que se encuentran en los escritos de los filósofos.18 Y atribuyó tal maravilla a la naturaleza divina del entusiasmo y a la fuerza de la imaginación, que hacía brotar las semillas de la sabiduría (que se encuentran en el ingenio de todos los hombres, como las chispas del fuego en las piedras) con mucha más facilidad, y con el mismo o con mucho más brillo que el que puede hacer la razón en los filósofos.19 Descartes, continuando la interpretación de su sueño mientras dormía, consideró que la obra en verso sobre el discernimiento del tipo de vida que debemos escoger —y que comienza por «Quod vitae sectabor iter?»— significaría el buen consejo de un hombre sabio o inclusive la teología moral.
En esto, dudando si soñaba o si meditaba, Descartes despertó sin emoción y continuó, con los ojos abiertos, la interpretación de su sueño siguiendo la misma idea. Consideró que los poetas reunidos en el Corpus poetarum significaban la revelación y el entusiasmo, del que no desesperaba de verse favorecido. Por el fragmento «Est et non», que es el «Sí y no» de Pitágoras,20 consideró la verdad y la falsedad en los conocimientos humanos y en las ciencias profanas.21 Al ver que la interpretación de todos esos elementos la lograba tan bien a su voluntad, osó persuadirse de que era el Espíritu de Verdad quien había querido abrirle, por ese sueño, los tesoros de todas las ciencias. Y como lo único que le quedaba por explicar eran los pequeños retratos en huecograbado, que había encontrado en el segundo libro, ya no buscó la explicación tras la visita que le hizo un pintor italiano al día siguiente.
Ese último sueño, que sólo tenía cosas dulces y agradables, señalaba, a su parecer, su porvenir; significaba lo que le sucedería por el resto de su vida. Pero tomó los dos sueños precedentes como advertencias amenazadoras relacionadas con su vida pasada, en la que podría ser inocente ante los ojos de los hombres, pero no ante los de Dios. Consideró que tal era la razón del terror y del pavor del que sus dos sueños anteriores estuvieron acompañados. El melón, que le querían dar como regalo en el primer sueño, representaba los encantos de la soledad, pero buscados solamente para las ocupaciones netamente humanas. 22 El viento que lo arrojaba contra la capilla del colegio, cuando sintió un dolor en el costado derecho, no era otra cosa sino el genio maligno que trataba de arrojarlo con fuerza lejos de un lugar al que él deseaba ir voluntariamente.23
Por eso Dios no le permitió que avanzara más lejos y se dejó llevar, incluso a un lugar santo, por un espíritu que no había enviado. Como sea, Descartes estaba muy convencido de que había sido el Espíritu de Dios el que le había hecho dar los primeros pasos hacia la capilla. El terror que lo estremeció en el segundo sueño representaba, a su parecer, su sindéresis, es decir, los remordimientos de su conciencia relacionados con los pecados que pudiera haber cometido durante el curso de su vida hasta entonces. El trueno, del cual escuchó su estruendo, era la señal del Espíritu de la Verdad que descendía sobre él para poseerlo.24
Ese último sueño tenía ciertamente algo de entusiasmo, y nos podría conducir, gustosamente, a considerar que Descartes había bebido esa noche antes de irse a dormir. En efecto, era la víspera de san Martín y, en aquella noche, se tenía la costumbre de entregarse al libertinaje, tanto en el lugar donde él se encontraba25 como en toda Francia. Pero Descartes aseguró que había pasado toda la noche y todo el día en una gran sobriedad, y que hacía tres meses enteros en los que no había bebido vino. Agregó que el genio, que excitaba en él el entusiasmo que inflamó su cerebro durante algunos días, había inspirado estos sueños antes de irse a la cama y que el espíritu humano no tenía parte en ello.
En cualquier caso, la impresión que le quedó de sus agitaciones le hizo reflexionar al día siguiente sobre la parte que él debía tomar. La vergüenza en la que se encontraba le hizo acudir a Dios para pedirle que le hiciera conocer su voluntad y para que lo iluminara y lo condujera en la búsqueda de la verdad. Después se dirigió a la santa Virgen para encomendarle la búsqueda que consideraba que era lo más importante de su vida. Y para tratar de interesar, de manera más apremiante, a esta santísima Madre de Dios, aprovechó la ocasión del viaje que esperaba realizar a Italia días después para hacer el voto de un peregrinaje a Nuestra Señora de Loreto.26 Su celo iba aún más lejos, y por ello le prometió a la Virgen que, a partir de Venecia, haría el peregrinaje a pie hasta Loreto; y que, si sus fuerzas fueran inferiores a sus fatigas, tomaría al menos la exterioridad más devota y humillada que le fuera posible, para así cumplir con su voto. Descartes pretendía emprender su viaje antes de que concluyera el mes de noviembre. Pero Dios dispuso de él de manera distinta a lo que había deseado. Descartes tuvo que posponer el cumplimiento de su voto para otra ocasión, hallándose obligado de diferir su viaje de Italia por razones que no hemos podido saber, y no lo realizó sino casi cuatro años después de tal resolución.27
El entusiasmo lo dejó pocos días después, y si bien su ingenio reanudó su actitud ordinaria y volvió a su calma original, Descartes no se volvió más resuelto sobre las decisiones que había tomado. El tiempo en su cuartel de invierno lo transcurrió poco a poco en la soledad de su estufa y, para hacerlo menos fastidioso, comenzó a escribir un tratado, que esperaba terminar antes de las Pascuas de 1620.28 A partir del mes de febrero pensaba buscar editores para tratar con ellos la publicación de tal obra. Como sea, hay mucha evidencia que muestra que ese tratado fue interrumpido y que desde entonces permaneció incompleto. Ignoramos aquello de lo que podría haber tratado ese texto, y es posible que jamás haya tenido título. Sin duda las Olímpicas fueron escritas entre finales de 1619 e inicios de 1620, por lo que tendrían algo en común con el tratado anunciado por Descartes que no fue terminado. Sin embargo, hay muy poco orden y relación entre el contenido de las Olímpicas y el resto de los manuscritos de este tiempo, por lo que es fácil concluir que Descartes, seguramente, jamás consideró hacer de las Olímpicas un tratado formal y cuidado, menos aún publicarlo.
Cogitationes privatae29
1.
Fue en el año 1620 que he comenzado a comprender el fundamento de un descubrimiento admirable.30
En noviembre de 1619, tuve un sueño, en el cual recitaba el poema 7 de Ausonio, que comienza así: «Quod viae sectabor iter?…».31
2.
Ser reprendido por los amigos es tan útil como ser alabado por los enemigos; y deseamos la alabanza por parte de los enemigos y la verdad por parte de los amigos.
3.
Hay en todo ingenio algunas partes que, al ser ligeramente afectadas, excitan fuertes pasiones. Así, un niño de alma fuerte, si lo regañamos, no llorará, sino se enfadará; otro, llorará. Si nos dicen que sucedieron muchas y grandes desgracias, nos entristecemos; si agregamos que alguien malo estuvo involucrado, nos enojaremos. El paso de una pasión a otra se hace por las pasiones vecinas; a veces, sin embargo, hay pasos violentos a través de los opuestos: como cuando en una alegre reunión se nos anuncia de improviso un hecho triste.
4.
Así como la imaginación se vale de figuras para concebir los cuerpos, también el entendimiento se vale de ciertos cuerpos sensibles para figurarse las cosas espirituales, como el viento o la luz. De donde se sigue que, al filosofar en la forma más elevada, por el conocimiento, podemos conducir a la mente por las alturas.
Puede asombrar encontrar sentencias profundas en los escritos de los poetas, más que en los de los filósofos. La razón es que los poetas escriben más por entusiasmo y por la fuerza de la imaginación. Hay en nosotros semillas de ciencia, como en la sílice hay semillas de fuego; éstas son extraídas por los filósofos a través de la razón, pero los poetas las arrancan través de la imaginación y brillan más.32
6.
Antes de que termine noviembre, arribaré a Loreto, y eso será a pie desde Venecia, si puedo convenientemente, y si tal es la costumbre. Si eso no es posible, daré al menos a ese peregrinaje toda la devoción que ordinariamente nadie puede dar.
Pero, de cualquier manera, terminaré mi tratado antes de la Pascua. Si es que los libros no me faltan, y si me parece digno, lo publicaré como lo he prometido hoy, 23 de febrero de 1620.34
7.
Hay en las cosas una fuerza activa única: el amor, la caridad, la armonía.
Las cosas sensibles nos permiten concebir las olímpicas:35 el viento significa el ingenio; el movimiento con la temporalidad significa la vida; la luz significa el conocimiento; el calor significa el amor; la actividad instantánea significa la creación. Toda forma corporal actúa conforme a la armonía. Hay más cosas húmedas que secas, y más frías que calientes: de lo contrario, las fuerzas activas habrían obtenido la victoria demasiado rápido,36 y el mundo no habría durado tanto tiempo.
8.
Diciendo que Dios separó la luz de las tinieblas, el Génesis quiere decir que Dios ha separado a los ángeles buenos de los malos. No podemos, en efecto, separar una privación de una cualidad positiva, y esto así porque el texto no puede ser comprendido literalmente. Dios es pura inteligencia.
9.
El Señor ha hecho tres maravillas: las cosas desde la nada, el libre arbitrio y el Hombre-Dios.37
10.
El hombre no conoce las cosas naturales más que por similitud de lo que cae en sus sentidos. El mejor filósofo y el más profundo es el que asimila con mayor facilidad las cosas buscadas en los objetos de la experiencia sensible.38
11.
La perfección absoluta que notamos en ciertas actividades de los animales nos hace sospechar que ellos no poseen el libre arbitrio.39