En su crónica de viaje de 1544 fray Tomás de la Torre1 cuenta que fray Bartolomé De las Casas, ya consagrado obispo de Chiapas, organizó una travesía con el fin de llevar con él frailes dominicos que lo apoyaran en la tarea evangelizadora en Ciudad Real, hoy San Cristóbal De las Casas, Chiapas.2 Un primer grupo, encabezado por De las Casas, partió de Salamanca y recorrió a pie el camino hasta Sevilla, adonde se les unieron otros religiosos llegados de distintas partes de España (de la Torre, 2011, p. 55). De ahí partirían rumbo a las Indias para establecerse finalmente en Chiapas, pasando por Sanlúcar, La Gomera, Santo Domingo, Campeche y Tabasco (Martínez, 1983, p. 237).
En su matalotaje3 incluyeron lo necesario tanto para el viaje por mar como para después del desembarco, además de una docena de cajas de libros propiedad de fray Bartolomé (de la Torre, 2011, p. 34). A pesar de que no se conocen con exactitud los títulos de los libros que llevó consigo De las Casas, se asume que, además de ser para su uso personal, también serían, por el encargo de evangelizar a los indígenas y su amor por ellos -amén de su nombramiento como obispo de Chiapas-, una herramienta de trabajo e instrumento de enseñanza espiritual para los misioneros.
Cabe señalar que los libros que acompañaron tanto a religiosos como a conquistadores y civiles que cruzaban el Atlántico no eran solamente utilitarios; a pesar de que muchos impresos versaban sobre temas religiosos que ayudaron a mantener la esperanza y fortalecer la fe durante la travesía, hubo literatura de caballería y de aventuras, cuya lectura hacía más tolerable el viaje. Muchos libros viajaron como mercancías y algunos manuscritos se produjeron a bordo, como las bitácoras de viaje y los registros comerciales y científicos, sin descartar los diarios personales (Leonard, 2006). De acuerdo con Sánchez (2003, p. 154), en las travesías los religiosos participaban en lecturas colectivas y “se ocupaban de leer, estudiar, orar, predicar, enseñar a la gente que iba en el navío de manera que siempre estuviesen ocupados”.
Tipos de encuadernaciones que acompañaron a los viajeros a indias, siglo XVI
Las diferencias de uso y destino de los libros y cuadernos así como el estatus social, político y religioso del propietario se evidenciaba -aún se evidencia- en las características de la encuadernación (Pickwoad, 1991). Las encuadernaciones lujosas, con tapas rígidas de madera o cartón, recubiertas en piel con decoraciones en gofrado4 o dorado, eran propiedad de personajes de alto rango, como el obispo De las Casas, que podían pagar el costo de esos trabajos. Como ejemplo, se puede citar la encuadernación mostrada en la Figura 1, resguardada en la Biblioteca Nacional de México (BNM).5 Hecha en piel entera sobre tapas de madera, perteneció a fray Juan de Zumárraga (Figura 1c), primer obispo de México. Su lujo es notorio tanto en el empleo de madera para las tapas (Figura 1a), la costura elaborada sobre cuatro soportes y la cabezada tejida (Figura 1b) como en los elementos estéticos: el decorado de la piel y los broches metálicos. Es, indiscutiblemente, una encuadernación costosa.
En las bibliotecas personales de figuras como Zumárraga o De las Casas, ese tipo de encuadernaciones convivió con las ordinarias, para libros de uso común, en pergamino flexible, cuyo costo era mucho más accesible y, por lo tanto, de mayor presencia en España (y el resto de Europa), en los navíos y en la Nueva España (Figura 2).
En ocasiones los libros destinados al comercio se transportaban con una encuadernación temporal en papelón6 o desnudos, sin cubiertas, sólo como cuerpos cosidos (Leonard, 2006; Pickwoad, 2011); de esa manera, el librero se ahorraba el costo de la cubierta y reducía los impuestos causados por el peso y el volumen de las piezas. Al llegar a su destino final, el comprador podía mandarla encuadernar como eligiera, de acuerdo con su gusto y la capacidad de su bolsillo (Pickwoad, 2011).
El viaje y el naufragio de los libros del obispo Bartolomé de las Casas
Al zarpar, los dominicos difícilmente podían haber imaginado que se embarcaban en un viaje que, por muchas razones, circunstancias y malas decisiones, iba a ser penoso, largo y de alto riesgo. Luego de sobrevivir y sobreponerse al “pánico ante las tempestades […] las miserias acumuladas: calor, ahogamiento, sed, hambre, suciedad, mareos, piojos, pestilencia; el barco mal lastrado que bogaba inclinado y en el que usaban a los frailes como lastre” (Martínez, 1983, p. 236), y a cuanto más relata fray Tomás en su bitácora de viaje, los frailes y su señor obispo llegaron a Campeche, de donde partirían rumbo a Tabasco.
La travesía se debía hacer en canoas (barcas grandes) y eso representaba un problema, por razón de que las embarcaciones disponibles eran pocas, el grupo, numeroso y, además del menaje de casa que llevaba fray Bartolomé y una parte del matalotaje, cargaban una inmensa cantidad de libros.
En condiciones inseguras para la navegación, a los viajeros los sorprendió un norte; su lancha hacía agua, la mercancía la absorbía e incrementaba el peso, que la desestabilizaba aún más. Después, una gran ola azotó contra la nave con tal fuerza que las cajas y los frailes que iban sentados en ellas cayeron al agua. Dice fray Tomás que, seguida de esa ola que ahogó a varios hermanos y civiles, vino otra que terminó por tender la lancha de lado sobre el agua. El oleaje siguió azotando el navío; algunos de sus pasajeros y tripulantes se fueron ahogando, mientras que los que se asieron mejor lograron sobrevivir (Martínez, 1983, p. 274).
Terminó la tormenta con un saldo de treinta y dos ahogados, nueve de los cuales eran religiosos; la marea llevó la barca a encallar en la Isla de Términos. Los sobrevivientes
hallaron diez o doce cajas que echó allí la tormenta; estaban enterradas en cieno en las orillas de aquella laguna, y para sacarlas, ellos se metían en el río, que les daba a veces a la garganta […], y no tenían otro remedio sino llevar unos palos gruesos y largos, y cuando se iban sumiendo hacíanse de aquellos palos y con ellos y ayuda de una mano sacaban las cajas que no se hundían tanto (de la Torre, 2011, p. 104).7
Después de recuperarlas, revisaron las condiciones de los libros que había en ellas y se dieron cuenta de que estaban cubiertos de fango tan fino que penetraba entre las hojas. Mostraban una apariencia tan desastrosa que los dominicos pensaron que ya eran inservibles: “Los libros estaban tales que no pensamos poderlos aprovechar, cubiertos de cieno, y era tan ralo que se metía entre las hojas y seco era peor que engrudo…” (de la Torre, 2011, p. 104).
Para entender las acciones emprendidas por el contingente dominico para la atención de los libros del obispo es necesario conocer un poco las características de las encuadernaciones8 de las obras que transportaban los frailes en las cajas anegadas.
Las encuadernaciones del siglo XVI y sus sistemas constructivos
La diferencia entre las encuadernaciones de tapa rígida y las de pergamino flexible (Figura 3) es, además de la apariencia, el tiempo invertido en el proceso de encuadernación: el sistema constructivo es distinto en ambos tipos. En el caso de la hecha en pergamino flexible -una encuadernación aparentemente sencilla, sin decoración-, cuando está cerrada se ven los elementos principales de unión entre la cartera y el cuerpo del libro (Figura 4a). Al abrirla se descubre el resto de los elementos de unión. En ocasiones, aparte de las prolongaciones de las almas de las cabezadas y de los soportes de costura enlazados a las tapas (Figura 4b), están los endoses y las guardas. El sistema de unión es totalmente mecánico y está reforzado sencillamente por la adhesión de los demás elementos. Esas características permiten que la cubierta se retire fácilmente y pueda sustituirse por otra igual o más elaborada. Los adhesivos utilizados eran de origen animal, como la cola, o vegetal, como los engrudos, que pueden reblandecerse con agua.
En comparación, para las encuadernaciones con tapas rígidas, ya sean de cartón o de madera, era necesario cortar las tapas; luego, hacer los alojamientos para el enlazado, realizar éste, recubrir y, después, unir todo el sistema interno (Figura 5). Finalmente, se decoraba. De ahí que las encuadernaciones en piel fueran más costosas que las de pergamino, no solamente por el gasto en el material sino también por los procesos de trabajo (Pickwoad, 1994).
En cuanto a los libros destinados al comercio, ya fueran cuerpos cosidos o parcialmente unidos, desnudos o encuadernados, se prefería transportarlos empacados en barriles o cajones de madera para protegerlos de la humedad durante el viaje por mar y asegurar que llegaran a puerto completos y ordenados (Leonard, 2006).
Otro tipo de encuadernaciones encontradas a bordo de los navíos fueron las de los cuadernos. Generalmente son flexibles, con recubrimiento en piel o pergamino y, en ocasiones, con cierres y solapas (Figura 6). Debían ser encuadernaciones ligeras, que permitieran una apertura completa para escribir libre y cómodamente, además de que la flexibilidad de sus cubiertas era de gran utilidad para amoldarse a las circunstancias de uso y transporte.
Intuiciones y prácticas en el salvamento de libros náufragos
Los libros hallados por los frailes dominicos se trasladaron en canoas a Xicalongo, a 6 leguas9 de donde los encontraron, para lavarlos en agua dulce. Invirtieron seis días de trabajo para “curar los libros y lavarlos, deslodarlos, despegarlos […] y así con trabajo de todos se aprovecharon los más, especialmente los que tenían encuadernaciones de pergamino que se les pudieron quitar; pero quedaron con pestífero olor que jamás se les quitó. Después hemos visto que sin tocarlos se van ellos pudriendo y gastando…” (Martínez, 1983, p. 227). Es aquí donde cobra sentido la anterior explicación de las estructuras de las encuadernaciones, porque, como se dijo, por sus uniones mecánicas características, las cubiertas en pergamino flexible se pueden remover con facilidad.
Por razones lógicas y jerarquías de uso y valor, para el rescate de libros los frailes dieron prioridad a la recuperación de los textos;10 perder la encuadernación no era motivo de preocupación. La decisión de remover las carteras de pergamino se tomó porque hacerlo facilitaba el lavado de las hojas. Es necesario mencionar que las pieles y pergaminos empleados en la encuadernación reaccionan rápidamente al contacto con el agua, de modo que retirar las cubiertas impidió que al secarse se encogieran y, en consecuencia, jalaran y deformaran las estructuras, sometiendo el cuerpo cosido a esfuerzos para los que no estaba diseñado (Clarkson, 2003).
El valor de los libros transportados era tal que, después del rescate y la recuperación de esos ejemplares, se envió a un par de hermanos a recorrer otras costas en busca “de los cuerpos de los difuntos y los libros” (Martínez, 1983, p. 227).
En aquel entonces, el salvamento y la recuperación de bienes y personas durante o después de un naufragio estaban determinados por el costo y el valor que se le daba a cada uno, tomando en cuenta el propósito del viaje o de la misión del viajero (Pérez-Mallaína, 1996).11 Para fray Bartolomé De las Casas, los libros y los dominicos tuvieron prioridad: no dejaría perder parte de su patrimonio ni a sus hermanos.
La reacción intuitiva o, tal vez, empírica que guio el salvamento de los libros sobrevivientes del naufragio en el siglo XVI en bahía de Términos, aunada a la improvisación ante las condiciones de espacio y tiempo, son muy similares a las acciones de rescate que se llevaron a cabo en Florencia, Italia, en 1966, tras el aluvión de noviembre.
Florencia, 1966: acciones de rescate y recuperación de libros
Las lluvias torrenciales provocaron el desbordamiento del río Arno, dejando la ciudad sepultada bajo el agua y el fango, al igual que gran parte de su patrimonio bibliográfico y documental resguardado en distintos recintos culturales (Carniani y Paoletti, 1991), in cluida la Biblioteca Nacional de Florencia.
Cuando descendió el nivel del agua, los libros estaban cubiertos de fango y, proveniente de los sistemas de calentadores que se habían roto, de petróleo. El agua reblandeció los adhesivos naturales y varias cubiertas se desprendieron de los cuerpos encuadernados (Etherington, 2018). Las cubiertas de piel y pergamino se encogieron y deformaron. Los libros apilados presentaban aberturas preferenciales por donde había corrido el agua, que se mezcló con el pergamino para formar una masa aglutinada, en tanto que muchos otros ya estaban invadidos de moho (Waters, 2018). De acuerdo con Waters (2018), “los libros del siglo XVI sufrieron menos porque el adhesivo usado era almidón y no cola. Los libros encuadernados en pergamino flexible resistieron mejor que la mayoría”.
Etherington (2018)12, quien participó en la recuperación de los libros, narra que, a la llegada del contingente inglés a Florencia, encabezado por Peter Waters,13 las acciones ya habían iniciado. Las decisiones inexpertas causaron más daños que beneficios: algunos libros mojados o húmedos ya se habían enviado a los hornos de secado de tabaco y grano; si bien es cierto que se secaban, también sufrían quemaduras en los cantos, y las pieles y papeles se deshidrataban. Otros se colocaron verticalmente para secarlos frente a los calefactores, provocando que el agua y la gelatina del pergamino escurrieran, lo que causó que esta última se concentrara entre los dobleces del lomo de los cuadernillos y los pegara o debilitara. Las carteras y cubiertas de piel que originalmente estaban adheridas al lomo se desprendieron con más desesperación que cuidado, jalando los hilos de costura que, a su vez, rasgaban los cuadernillos en el doblez del lomo (Waters, 2018).
En general, los libros pasaban por un proceso de secado, se envolvían -aun los más deformes- y luego se almacenaban. Por instrucciones del director responsable del grupo de voluntarios y estudiantes, los libros se debían limpiar antes de secarlos; cuando el lodo estaba seco, se desprendía con espátula o con un instrumento similar y, si aún contenía humedad, se retiraba con esponjas húmedas. Era indispensable abrir los ejemplares antes de llegar a las estaciones de secado (Waters, 2018).
Reunidos en Florencia, especialistas en encuadernación provenientes de distintas nacionalidades que contaban con conocimientos en restauración de libros, tras varias discusiones llegaron a la conclusión de que era necesario actuar de otro modo. Ante la magnitud del problema y la cantidad de libros que debían tratarse, Peter Waters ideó un sistema para la atención en serie, consistente en una línea de trabajo que, de acuerdo con Sheila Waters (2018) y Christopher Clarkson (2003), incluyó:
1. Limpiar y desglosar.14 Se continuó eliminando el lodo seco mediante espátula o bisturí. Las carteras y los cuadernillos se separaron cortando las costuras y los soportes de costura. Las fojas se intercalaron con papeles resistentes a la humedad para poder lavarlos. Las imágenes coloreadas se fijaron con nylon a 3% en alcohol.
2. Lavado y secado. Las hojas se colocaron en tablas que flotaban en el agua con topano. Después se escurrían y prensaban, para eliminar el exceso de agua. En ese paso, cuando era necesario, se hacía el blanqueado, el desacidificado y el reencolado. El secado se llevaba a cabo colgando las fojas en tendederos hechos con hilo de poliéster y expuestos al aire caliente de los calefactores o se colocaban en estantes de secado. Ya secas, un bibliotecario volvía a ordenar la obra.
3. Refuerzo de rasgaduras y lagunas. Se utilizó papel japonés y un adhesivo que permitía mantener las fibras unidas y flexibles en la unión (no se menciona el tipo de adhesivo).
4. Reencuadernar o envolver. Los libros pequeños se encuadernaron en pergamino flexible utilizando la estructura desarrollada por Clarkson,15 basada en las encuadernaciones italianas antiguas de ese tipo. Aquellos que requerían un proceso de encuadernación más elaborado, o de reencuadernación en sus carteras o cubiertas originales, se envolvían en papel (no se describen sus características) y se almacenaban de esa manera en espera de su encuadernación.
Como se puede ver, en el caso florentino, como sucedió con los libros de De las Casas, las cubiertas en pergamino se retiraron con mayor facilidad. Los cuerpos desnudos también se lavaron en agua limpia, para retirar el fango y despegar y separar las hojas, tal y como procedieron los religiosos siglos atrás. En una y otra tragedias lavar y eliminar el lodo fue una prioridad, al igual que secar tanto las carteras o cubiertas como los cuerpos de libros, para evitar el desarrollo de microorganismos que pudieran poner en riesgo los materiales y a las personas (Carniani y Paoletti, 1991).
Aunque tanto en el caso de los dominicos como en el de Florencia las decisiones para la atención de los libros fueron muy similares, los objetivos de las acciones realizadas fueron distintos. Aquéllos buscaban el salvamento de los libros que, además de ser de gran valor, por pertenecer al obispo y prácticamente ser imposibles de restituir, eran fundamentales para su misión en Chiapas. En el segundo hecho, en cambio, las acciones de recuperación se encaminaron al rescate del patrimonio bibliográfico, de Italia en particular y del mundo en general, en muchos casos, asimismo, imposible de reemplazar. En el caso del siglo XVI se rescataron los libros por su uso; en el del siglo XX, por su significado y valor patrimoniales.
Otra de las grandes diferencias en la intención de los rescates fue que en Florencia se consideró seriamente la evidencia histórica, técnica y material de los libros para la toma de decisiones. Se realizaron registros escritos y fotográficos, y los elementos que se removían, ya fuera para intervenir las obras o por razón de que el agua los había desprendido de cada libro se colocaron en un sobre que se almacenó junto con aquél (Etherington, 2018).
A pesar de la idea recurrente de que los libros son frágiles por su naturaleza material, en ambos siniestros, sucedidos con 400 años de distancia, varios de los anegados resistieron el agresivo tránsito por agua sucia o salada, seguido de las costras lodosas y, finalmente, del procedimiento de rescate en baños de agua limpia o, como menciona fray Tomás, dulce (de la Torre, 2011), y el secado.
Centralidad de la resistencia material y las técnicas en el rescate y recuperación de libros
La resistencia de los materiales y técnicas empleados en la encuadernación y, por lo tanto, en la producción de libros, ha sido determinante para los procesos de rescate y recuperación de esos bienes documentales. Aunada a los casos anteriores, otra prueba de la resistencia de los materiales constitutivos de los libros, por lo menos de los manufacturados con papeles hechos de trapo, de pieles y de pergaminos elaborados antes de la Revolución industrial, es el recubrimiento de piel de una encuadernación que debió ser de lujo, con el escudo de armas del rey Carlos I de Inglaterra grabado en dorado (1600-1649), recuperada del naufragio de un barco neerlandés, cerca de la isla de Tessel.16 El grabado en la encuadernación, junto con la riqueza de las demás piezas rescatadas, podría indicar que por lo menos parte de la carga era propiedad de los Estuardo, la familia real de Inglaterra (Forssmann, 2016). La pieza se exhibe en la exposición virtual del Museo Kaap Skil (Países Bajos), donde se explica que, además de esa cubierta de piel, se encontraron otras, también de piel -algunas con broches metálicos-, todas ellas en buen estado (Forssmann, 2016).17 Lamentablemente, en el texto no se da más información sobre el proceso de rescate y recuperación.
Un caso más de la sorprendente resistencia material de los componentes del libro es el pedazo de papel impreso de un ejemplar recuperado del naufragio, ocurrido en el siglo XVIII, del Venganza de la Reina Ana, navío propiedad de Barbanegra. La nota en el periódico inglés The Guardian dice que “se encontraron 16 fragmentos, cubiertos por una capa de lodo húmedo, dentro de la cámara de un cañón” (Flood, 2018). El texto en el impreso pertenece a la obra A voyage to the South Sea and round the world, del capitán Edward Cooke, impreso en 1712.18 Independientemente de que tal vez la obra se haya utilizado para mantener la pólvora en su lugar dentro del cañón, esos fragmentos dan evidencia de que había libros a bordo del barco pirata y resistieron tanto el paso del tiempo bajo el agua como los procesos de recuperación. En este caso, tampoco tenemos información sobre el proceso de rescate.
Conclusiones
Desde tiempos remotos los libros han sido fieles objetos de viajeros. Su compañía ha hecho más llevaderas las largas travesías, principalmente en el pasado, cuando un viaje podía demorar meses. El viaje de los objetos también se ha debido a los usos y funciones que se les ha dado a lo largo de la historia. En los casos de naufragio expuestos, el obispo De las Casas los lleva, junto con los frailes dominicos, como herramienta de trabajo y quizá para la evangelización de los naturales de Chiapas, mientras que en los dos casos restantes los libros eran parte de los bienes encontrados en la nave, propiedad de dueños definidos, para uso personal específico.
Las diversas circunstancias en las que se encontraron los libros y restos de libros comentados en este trabajo así como las condiciones de naufragio a las que se sometieron, y de las que en su mayoría fueron recuperados, demuestran que sus materiales constitutivos y sus estructuras fueron resistentes y duraderos. Pese a que los momentos históricos en los que sucedieron los hechos y los hallazgos citados abarcan libros europeos de los siglos XVI al XX, las características de calidad y resistencia de los materiales y de las técnicas constructivas de los libros, son similares. Ambas situaciones permiten hacer una comparación válida sobre el comportamiento de los materiales en condiciones de inundación, rescate y recuperación.
El aluvión de Florencia de 1966 y los procedimientos llevados a cabo para el rescate y recuperación del patrimonio documental afectado, resultado del intercambio de ideas y experiencias de gran número de restauradores de diferentes partes del mundo que trabajaron voluntariamente en el rescate, marcaron el surgimiento de la especialidad de conservación de libros dentro de la disciplina de conservación-restauración. A partir de ese trágico momento, se inició la formación de conservadores-restauradores especializados en libros, con conocimientos tanto de materiales como de estructuras de encuadernación. Como cualquier otra especialidad, ésta se mantiene en constante investigación y generación de conocimiento para el mejor tratamiento y conservación de las obras bibliográficas y, por supuesto, de sus encuadernaciones.
No obstante los avances teórico-prácticos en el área, las prácticas de primera reacción de rescate para algunos casos de libros anegados -más aún si involucran agua salada o lodo- siguen incluyendo, si es posible, el lavado con agua dulce limpia. Seguramente hubo avances en el cuidado de los libros del siglo XVI al XX, como lo demuestra el libro de Douglas Cockerell impreso en 1901, Bookbinding. The Classic Arts and Crafts Manual, en el que incluye una sección dedicada al cuidado de libros encuadernados y otra más a la preservación de encuadernaciones antiguas; sin embargo, no fue sino hasta 1966, a causa de la experiencia florentina, cuando se establecieron los principios teóricos y éticos de la conservación de libros. Ese suceso abrió, asimismo, varias rutas de investigación y desarrollo para la conservación de libros y la formación de conservadores de material bibliográfico profesionales.
Florencia sentó las bases para la arqueología del libro, que también ha planteado nuevos acercamientos para el estudio e interpretación de la encuadernación como elemento integral del libro que protege. En ese sentido, queda por localizar los libros anegados y rescatados de De las Casas para su estudio y análisis, con lo que obtendremos información nueva para la historia de la encuadernación y la conservación de libros en México.