En el año de 1980, Juan Rulfo fue nombrado miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua, ese mismo año el Instituto Nacional de Bellas Artes le rindió un homenaje en el que se expusieron por primera vez cien de sus fotografías. El evento contó, además, con la presencia de escritores y amigos de Rulfo, los cuales se dieron cita para charlar acerca de los lugares, climas, voces y silencios que habían experimentado durante la lectura de aquella prosa vibrante. Carlos Fuentes compartía su fascinación ante la presencia en Pedro Páramo del elemento clásico del mito que es la búsqueda del padre. Elena Poniatowska rememoraba al Rulfo reticente a hablar durante las entrevistas, que caminaba siempre con prisa y que al escribir sentía remordimientos. Fernando Benítez compartía con el auditorio las charlas nocturnas con el amigo amante de las letras y la música, ese Rulfo que a pesar de la soltura de su charla permanecía siempre en una lejanía insondable. Carlos Monsiváis señalaba el carácter clásico de las dos obras del homenajeado, las cuales se dirigen a la intimidad de sus lectores al tiempo que hablan un lenguaje universal. José Emilio Pacheco, por su parte, hizo suyo el enigma de aquella prosa y lo convirtió en poema. Cada uno de ellos ofrecía un texto que en realidad era una experiencia literaria, es decir, una experiencia de vida interior.
También se dio cita Gabriel García Márquez, quien habló de su descubrimiento de Juan Rulfo, ese “capítulo esencial de sus memorias”. El escritor colombiano recuerda que fue después de haber escrito sus primeros cinco libros, se encontraba en un callejón sin salida, buscando alguna rendija para escapar de ese andar en círculos concéntricos, pues sabía que su camino de escritor no estaba arribando al final, se hallaba en un punto ciego y necesitaba un tono convincente y poético que le permitiera definir el paso. En ese deambular a la redonda, Álvaro Mutis le presentó Pedro Páramo. La lectura de la novela lo dejó pasmado: “Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura. Nunca, desde la noche tremenda en que leí La metamorfosis de Kafka en una lúgubre pensión de estudiantes en Bogotá, había sufrido una conmoción semejante. Al día siguiente leí El llano en llamas, y el asombro permaneció intacto. […] El resto de aquel año no pude leer a ningún otro autor, porque todos me parecían menores”. La lectura detallada de aquellas casi trescientas páginas le señaló el camino para seguir escribiendo.
El homenaje de 1980 nos ofrece una muestra de la riqueza que contiene y desata la obra de Juan Rulfo. Obra indudablemente clásica que revela la verdad del alma humana hundida en la desdicha y que ha dejado una huella indeleble en el desarrollo de la literatura latinoamericana. Son incontables los artículos, tesis, libros especializados dedicados a Pedro Páramo y El llano en llamas. Hoy, a cien años de su nacimiento, los homenajes, charlas, escritos, siguen creciendo, intentando desentrañar el secreto que encriptan esas páginas, ya sea mediante el estudio de la compleja técnica narrativa, o señalando el universo simbólico que despliegan, o en la puesta en diálogo entre la literatura y la sociedad para dar cuenta de cómo estas obras nos hablan de nuestra forma particular de estar en el mundo. No son pocos los especialistas que han dedicado años de su trayectoria a la escritura rulfiana, ni pocos los estudiantes seducidos por las letras precisas del escritor jalisciense. Ramón Bárcenas es un lector fascinado (acaso más bien atrapado) por ese universo silencioso, sin tiempo ni espacio, donde deambulan almas atormentadas que desaparecen dejando un eco de estremecimiento. La Universidad de Guanajuato, bajo el sello de la Cátedra “José Revueltas” de Filosofía y Literatura, nos ofrece un libro de su autoría titulado El mundo sombrío de Luvina y Comala. En la presentación, el autor señala que la idea general del libro surgió en el Coloquio Internacional de Literatura Gótica de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ese Coloquio reúne a apasionados y conocedores de la literatura fantástica que conversan, con gran complicidad, sobre los elementos góticos que encuentran en obras literarias, musicales, cinematográficas, entre otras. Y es justo en un ambiente así, de complicidad, donde Bárcenas desarrolla lo que él denomina “los aspectos sombríos” presentes en la obra de Juan Rulfo.
El mundo sombrío de Luvina y Comala es una lectura que se detiene en el carácter oscuro de esas dos regiones. Repara en rasgos propios de la literatura fantástica que se hacen presentes en Pedro Páramo. Señala las voces sobrenaturales que constituyen el relato, el carácter de esos personajes-ánimas en pena vagando por las calles. Se detiene en el camino de Juan Preciado hacia Comala, en el hecho de que para entrar en ese lugar extraño es necesario tener la guía de Abundio el arriero, quien (como Caronte) tiene la habilidad de atravesar la cortina de humo detrás de la cual se desciende a la región. Anota cómo el andar de Juan en busca de su padre Pedro Páramo encuentra repetidos agüeros que le advierten su destino funesto: “hay se lo haga”, “más te vale”, augurios de que se introduce en una región muerta y de muertos que amenaza con sorberle la vida. Y así sucede, desde el inicio Juan Preciado entra en contacto con ánimas en pena, primero Abundio, luego Eduviges, Toribio, Damiana y finalmente el concierto de voces que le murmura desde los rincones del pueblo y lo lleva a un estremecimiento mortal. El libro reúne dichos rasgos para apuntar que Comala es un infierno, un paraíso caído en donde no cesa el sufrimiento.
En Comala, las ánimas en pena no tienen ya ilusión alguna, pues la muerte sólo les ha introducido a nuevas formas de sufrimiento. A esta mísera región se le aplica en toda su integridad la advertencia escrita en el dintel de la puerta del Infierno dantesco referida en el canto III del Infierno: «POR MI SE VA A LA CIUDAD DOLIENTE, POR MI SE VA AL ETERNO SUFRIMIENTO, POR MI SE VA A LA GENTE CONDENADA, […] DEJAD, LOS QUE AQUÍ ENTRÁIS, TODA ESPERANZA». Comala es un pueblo doliente habitado por almas condenadas al sufrimiento eterno.
Así, Ramón Bárcenas convoca al Infierno de Dante, la tragedia de Hamlet, y a la concepción cristiana del pecado, para dar cuenta del sentido oscuro de la novela. Por su parte, acude al discurrir filosófico sobre el tiempo y el espacio como principios organizativos que aporta el sujeto puro de la experiencia, para abordar el complicado asunto de la temporalidad en una región más allá de la existencia material. El autor parece un recolector de pistas: voces, murmullos, brumas, caminos, apariciones, que le confirman que se encuentra en un mundo sobrenatural. Para el caso de Comala, organiza estas pistas en dos grupos: los murmullos de las ánimas en pena y las voces de los cadáveres. Entre unos y otros, sin embargo, se alza la presencia de los hermanos esposos, ese episodio desconcertante de la novela que lo obliga a frenar sus pasos, a detenerse ante el misterio insondable de esa pareja. La parada en aquella casa, con su techo caído, le da la ocasión para hablar de la condición pecaminosa de Comala y sus habitantes. La vocación del autor del libro, de recolectar y organizar, se deja ver en otra enumeración, la de los pecados que han condenado a los moradores de aquel infierno: lujuria, incesto, acidia, ira, orgullo, asesinato, suicidio, adulterio, simonía, traición, etc. Con esto, encontramos la complejidad de la novela que, con sus elementos sobrenaturales, habla de la condición humana, del hombre como un ser arrojado del paraíso condenado a sufrir por causa de las potencias del cuerpo y las debilidades del alma. Condena que lo destina a sufrir aún después de la muerte.
El mundo sombrío de Luvina y Comala pone atención en el decir honesto de los cadáveres, el de Juan Preciado y el de Dorotea, quienes desde la tumba que comparten nos revelan su visión de mundo; pues la pena que sufre el alma no es igual a la del cuerpo: “El modo en que los difuntos enterrados perciben la Gloria es fundamentalmente distinto a la visión de las ánimas en pena. Éstas sufren porque están condenadas a vagar por la tierra sin poder retornar a su lugar de procedencia: el Cielo. El cuerpo, por su parte, al ser enterrado regresa a su lugar de origen y allí encuentra el reposo.” Juan (quién llegó a Comala en busca de su padre) y Damiana (quien gastó su vida tratando de encontrar al hijo perdido) rememoran sus vidas marcadas por la orfandad, ese espacio rectangular que comparten les da la única ocasión para curarse del vacío del desamparo.
La idea fundamental de Ramón es que Pedro Páramo construye una atmósfera sombría mediante la cual se revela la condición humana en el límite de la muerte. Esa atmósfera es el objeto de estudio de su libro. Así, para abordar el mundo sombrío desplegado en Comala, acude no sólo a la revisión de la novela, se dirige también a otra región que se alza como antecedente: Luvina. En esto sigue la pista proporcionada por el propio Juan Rulfo al indicar que la elaboración del cuento “Luvina” le dio la clave para penetrar en la atmósfera extraña de Comala. Esta pista ha sido seguida por otros estudiosos de la obra del Rulfo, como Yvette Jiménez; ella señala que “Luvina” prologa la caía del mundo patriarcal que tiene lugar en Pedro Páramo. Pero Ramón desarrolla otro sentido de cómo el cuento antecede a la novela: si Comala es un espacio de muerte, Luvina es el momento suspendido de la agonía. Esta idea es quizá la aportación original de El mundo sombrío de Luvina y Comala.
El primer apartado del libro, “La condición agonizante de Luvina”, nos proporciona una lectura que relaciona al cuento con la novela de una manera muy precisa: “Luvina” se acerca al tono que Rulfo buscaba para Pedro Páramo, y con ello logra algo mucho más notable, desenvuelve su propia tonalidad al desplegar el estado de agonía. Así, podemos leer el sentido doble de cómo el cuento preludia la novela a la vez que se enfatiza la fuerza propia del relato corto. El mencionado apartado desarrolla cuatro aspectos del cuento: la sensación de lejanía y extrañeza que perturba el espacio, la bruma que abraza como en un ahogo al pueblo, la suspensión del tiempo en el entorno miserable, y los habitantes sombríos.
También para llegar a Luvina, el profesor requiere de un arriero que lo encamine hacia el más alto de los cerros altos del sur; este arriero apenas deja al profesor con su familia en el pueblo y regresa como huyendo de un sitio maldito. Esta actitud cobra sentido cuando visualizamos el aspecto de aquel lugar seco sin vegetación, ni animales, ni comida, donde sopla un aire negro que muerde las cosas. Ese entorno mueve a una sensación de extrañeza y lejanía, donde la vida misma se está apagando y sólo queda esperar la llegada de la muerte. Así son sus habitantes, más que seres vivos parecen siluetas fantasmagóricas. Los viejos se sientan en el umbral de sus casas, solos y con sus miradas ya sin luz, a observar un horizonte que se apaga; a veces se deslizan pegados a los muros como movidos por el viento. Las mujeres, criaturas flaquísimas metidas en largos rebozos negros que les caen hasta los pies, salen por las noches con sus cántaros negros en busca de agua, caminan y murmuran quedo, haciendo un ruido como de murciélagos. Estos habitantes parecen esperar la muerte, en ellos el paso del tiempo responde a otro orden, se suspende y se estira, como en la agonía. Así, El mundo sombrío de Luvina y Comala nos señala estos rasgos del cuento para remarcar la atmósfera siniestra que despliega y el tono que se acerca al de la novela; se acerca, más no es el mismo, pues “Luvina” se define con autonomía. Comala y Luvina son dos regiones cercanas, y si la primera es un infierno, la segunda se afirma como un purgatorio.
Luvina, como Comala, es un lugar caído de la Gracia; un lugar lleno de desdicha y desesperanza. Y mientras que para llegar a Comala es necesario caminar cuesta abajo, como si se descendiera al centro de la tierra evocando así al Infierno de Dante, para arribar a Luvina hay que avanzar lentamente y con dificultad cuesta arriba por barrancos y despeñaderos hasta la cima más alta. Los cerros altos de Luvina recuerdan al Monte Purgatorio no sólo por su situación geográfica, sino ante todo porque es un lugar pleno de sufrimiento. Una diferencia fundamental es que en el Monte Purgatorio las ánimas aceptan con gozo el castigo impuesto, pues tienen la esperanza que con el tiempo podrán purificarse y ascender a la Gloria. En el purgatorio de Luvina, en cambio, la gente no padece tormentos porque tuviera que purgar alguna falta cometida; allí simplemente se sufre sin razón particular, como si su lamentable condición se debiera más bien a la pura fatalidad.
Ramón Bárcenas nos comparte su experiencia de lector que se sumerge en estas dos regiones, una experiencia interior que atisba la muerte y su umbral. Es una invitación para volver a la lectura de esa narrativa riquísima que no cesa de desplegar sentidos.