“Por grandes que sean las excelencias, no basta a satisfacer el con cepto, y como le hallan engañado con la exorbitante expectación, más presto le desengañan que le admiran”. Esta sentencia del jesuita Baltasar Gracián sirve de apertura al reciente libro editado por Pablo Berrios y Alejandro Viveros: Ensayos sobre la filosofía de la cultura en Bolívar Echeverría, publicado en Santiago de Chile. La referencia a Gracián es estratégica, pues asechó mi lectura de los cinco ensayos de este libro en la medida que, cada uno a su manera, vuelve sobre un concep to tan amplio y poroso como es el de cultura. Para los editores, la revitalización de categorías esencialistas, nacionalistas y fascistas en la región demanda la urgencia de leer críticamente las “grietas de nuestro proceso civilizatorio” (10). De allí la utilidad razonable, y comprometida, de pensar de la mano con los aportes de Bolívar Echeverría, uno de los filósofos más gravitantes del pensamiento latinoamericano contemporáneo.
El libro parte con una intro ducción que despliega un recorrido bio-bibliografía de los formativos de Bolívar Echeverría en Ecuador y Alemania. De su trayectoria se enfatiza su vocación militante en movimientos artísticos y culturales, su ingreso a la Universidad Nacional Autónoma de México durante los años setenta y la puesta en marcha de una producción intelectual marcada por un marxismo heterodoxo -lo suficientemente elástico- que le permitió abarcar problemas como la técnica, la cultura y el lugar de América Latina dentro del proce so más amplio de la modernidad capitalista. La introducción también revisita la recepción de la obra del Echeverría tras su muerte en 2010, las recepciones y traducciones anglosajonas y alemanas de su obra, al igual que su creciente recepción en América del Sur de la mano de publicaciones colectivas en Ecuador, Bolivia, Colombia, Argentina y Chile. Por sobre la trayectoria regional de Echeverría, los editores discuten la clasificación “latinoamericanista” de Echeverría, reclamando su condición de “filósofo a secas”.
El primer ensayo, “Temporalidad, historicidad e historización”, fue escrito por Andrés Luna Jiménez. En él revisa la definición crítica y materialista de la cultura desplegada por Echeverría en contra de la dicotomía entablada por el debate entre estructuralismo y existencialismo. Para ello, revisa con detalle las nociones de transnaturalización y ontología fenomenológica que le permiten a Echeverría fundamentar su aproximación política de lo humano como un proceso semiótico. Desde esa base, y en diálogo con la teoría de los actos de habla de Jakobson, las experiencias particulares de temporalidad conforman una historización que tensiona el repertorio de significaciones que se encontrarían contenido en la estructura o la lengua. Esta “ontología histórica” (44) reconoce una precariedad inherente a toda identidad histórica, por lo que exige una historización genealógica de la cultura, atenta a los indicios de los conflictos sistemáticamente reprimidos o negados sin negar aquellas “identidades elementales”, compuestas por aquellos compromisos históricos de larga duración. En síntesis, Jiménez demuestra que, para Echeverría, la existencia social permite temporalidades diversas que responden a compromisos históricos y estratos de determinación identitaria diferentes. Así, la historicidad es siempre una dimensión posibilitante.
El segundo capítulo corresponde a la lectura de Alejandro Viveros sobre las nociones de comunidad, modernidad y modernidad alternativa. Del concepto de comunidad en Echeverría, Viveros destaca el entrelazamiento de la dimensión cultural con la vida social por medio de la categoría de existencia social. Al igual que Luna, Viveros enfatiza la perspectiva semiótico-ontológica de Echeverría al momento de concebir la cultura como un estado de código y la noción de transnaturalización que explica el mundo de la vida como un conflicto constante entre lo natural y lo humano. Esta conflictividad que se traslada al ámbito de lo político, concebido como la socialidad de convivencia, permite comprender la perspectiva histórica de la Modernidad en la cual Echeverría distingue su fundamento de su esencia, es decir, la diferencia entre la dominación planetaria y el reto emancipatorio. Por ese motivo, la modernización capitalista es solo uno de los modos posibles de la modernidad. De allí radica la riqueza del concepto de ethos histórico (realista, romántico, clásico y barroco) y sus proyectos civilizatorios siempre en tensión con el hecho capitalista (72). Como precisa Viveros, la modernidad alternativa sería, por tanto, no capitalista y compromete la refundación de la noción de comunidad y un nuevo ethos histórico capaz de reestablecer una neotécnica sin perjuicio del mundo extrahumano.
El tercer capítulo, a cargo de Pablo Berríos , se titula “Tres claves para la comprensión del concepto de modernidad en Bolívar Echeverría”. Para Berríos, la primera clave es situar el proyecto civilizatorio moderno como un efecto y no una causa de las transformaciones técnicas del siglo x. Es a partir de ellas que se rompe con la oposición entre lo humano y la Naturaleza que servía de base al esquema civilizatorio tradicional, habilitando la emancipación de lo Otro. Estas transformaciones en las condiciones del propio mundo explican la segunda clave: la modernidad como proyecto y como “configuración histórica” (84). En sintonía con Viveros, Berríos enfatiza que para Echeverría el capitalismo altera la esencia de la modernidad al encausarla en una dirección de aparente hegemonía, dejando como promesa la emancipación de lo humano. La tercera clave corresponde a los compartimientos de la modernidad: el humanismo, el progresismo, el urbanicismo, el individualismo y el nacionalismo. Como indica Berríos al final del ensayo, las características de estos com portamientos y su inscripción histórica permiten hilar más fino en las particularidades de la modernidad y evitar homologacio nes a rajatabla con fenómenos como el colonialismo, el capitalismo y el patriarcado.
El cuarto ensayo lleva por título “Motivos fenomenológicos y hermenéuticos en la articulación echeverriana sobre los ethos históricos” y cuenta con la autoría de Rafael Polo Bonilla y Ángeles Smart. En sintonía con los ensayos previos, Bonilla y Smart se detienen en el proyecto ontológico crítico de Echeverría de concebir la cultura como diagramas de “composición de formas posibles”. Para ello, explican la categoría de ethos histórico de Echeverría desde su sintonía con la fenomenología de Husserl y su recepción hermenéutica en Heidegger. El ethos histórico comparte con estas categorías la noción de horizonte histórico y cultural desde cual todo sujeto experimenta el contacto con el mundo. No obstante, el ethos histórico es también un “mirador” de la vida cotidiana cruzada por la contradicción específica de la existencia social en una época determinada (113). Este foco influenciado por la dialéctica marxista le permite a Echeverría recuperar el sentido griego de ethos y sus múltiples sentidos (costumbre, hábito, uso, morada, guarida, establo, cuadra), reuniendo, sin las dicotomías propias del marxismo ortodoxo, la infra y la superestructura. Por eso, el ethos histórico representa la totalidad de las prácticas, las instituciones y las subjetividades conectadas en articulaciones “siempre contingentes” capaces de su propia reproducción o diferenciación (116). Esta particularidad conceptual le permite a Bonilla y Smart poner en diálogo la filosofía de Echeverría con otros proyectos como el de Jacques Rancière, pues ambos prestan atención a las prácticas culturales materiales donde se deciden las distintas formas de articular lo social y su dimensión política.
El último ensayo se denomina “La clave barroca de La Araucana. Una lectura del poema de Alonso de Ercilla y Zúñiga a partir del ethos barroco de Bolívar Echeverría”. Escrito por Benjamín Iglesias Calonge, a diferencia del resto de los capítulos, este es el único ensayo que no remite a una reflexión conceptual, sino que propone una interpretación a partir del relato sobre la conquista del Reino de Chile en la clave lírica de La Araucana. Iglesias se adentra en las características del ethos barroco de los siglos XVI y XVII tal como sugiere Echeverría, en particular en el abandono del proyecto civilizatorio de conquista y colonización de América tras la campaña de la Contrarreforma. Según Iglesias, Alonso de Ercilla tuvo que lidiar con la realidad insoportable de la conquista transfigurando poéticamente dicho diagnóstico en la expedición a la isla de Chiloé. Sería en los últimos cantos donde se declara la apuesta por un tercer excluido al poner en escena otro nuevo mundo que pone entre paréntesis el realmente existente. Pese al interés de la propuesta, resulta lamentable el somero análisis literario y no queda del todo claro la diferencia entre la retórica barroca utilizada por Ercilla y la posibilidad efectiva de un proyecto alternativo de conquista, tal cual sugiere el autor.
Por sobre la diferencia de énfasis, los ensayos editados por Alejandro Viveros y Pablo Berríos constituyen una contribución valiosa para la comprensión de algunos aspectos claves del pensamiento de Bolívar Echeverría. En ese sentido, Ensayos sobre la filosofía de la cultura en Bolívar Echeverría es un libro que logra su objetivo al situar al concepto de cultura bajo el dinamismo temporal. No es casual que la mayoría de los ensayos se vean en la obligación de detenerse en la categoría de ethos histórico como un nodo articulador de la propia cultura y su necesaria contingencia temporal. En unas humanidades asediadas por el debate del Antropoceno y la crisis de los regímenes temporales de Occidente, la filosofía de Echeverría nos invita a pensar en el lugar de la cultura más allá de nociones petrificantes, conservadoras o desvinculadas de nuestras experiencias temporales.