Desde hace algunas décadas, la educación artística se viene configurando en ambos lados del Atlántico como un campo de indagación con identidad propia. Sus temas, problemas, enfoques y perspectivas teóricas y metodológicas, se vinculan con la investigación educativa, y se nutren de las más distintas y actuales investigaciones sobre el arte (Marín, 2011: 271-273). Hoy, en los albores del siglo XXI, esta rama del saber está asumiendo nuevos retos desde lo trans, inter o multidisciplinar. Asimismo, entre las corporaciones multilaterales, la UNESCO tiene un especial interés por hacer de la educación artística un referente fundamental en la vida toda de las sociedades.1 Sobra decir que en este tenor, cada vez más se está haciendo visible el lugar de la educación artística en las políticas culturales y educativas de América Latina.2
En nuestro país, sin embargo, en lugar de convertirla en la plataforma imprescindible para contar con una educación universal de calidad, su presencia -ya exigua- ha disminuido en todos los niveles educativos, sobre todo en la primaria, donde según cifras de la Secretaría de Educación Pública (SEP) en 2013-2014 se formaban 14.6 millones de alumnos en escuelas públicas y privadas. Si a principios del siglo XXI se destinaba para esta asignatura un 5% (40 horas) de las 800 horas de trabajo en el ciclo escolar -a diferencia de las 360 para español o 240 para matemáticas-, luego de la Reforma Integral de la Educación Básica (2010) el número de horas en este nivel aumentó a 1 400, pero se redujo la impartición de esta materia a un 2% (80 horas), contra una variación entre primero y sexto grados de 480 a 320 horas en español o de 360 a 280 en matemáticas (Plataforma Educativa, 2006: 13-14; SEP, 2011: 73-74).3
A contracorriente de las recomendaciones emitidas por la UNESCO (2006, 2010) y la Cumbre Regional para América Latina y el Caribe sobre Educación Artística (2009), lo que muestra el actual currículum es una muy pobre valoración de la educación artística "como agente catalizador de las competencias socio-emocionales, matemáticas y comunicativas de los niños" (Canales, Cortés, et al. , 2005). Aprender con y a través del arte no es una política prioritaria de Estado. El lugar privilegiado de esta asignatura en las políticas culturales de las primeras seis décadas del siglo xx -con Justo Sierra, José Vasconcelos y Jaime Torres Bodet, por ejemplo-, duerme el sueño de los justos, y la formación humana, integral, para hacer ciudadanos del mundo, pasa a un segundo plano.
El mercado y las empresas "no necesitan hombres y mujeres cultos, sino especialistas estrechos, aquellos que Marx llamaba 'cretinos profesionales"' (García, 2007: 64).
Por eso, el nacimiento de un libro como éste es digno de celebración, tanto más si nos propone un largo viaje para vislumbrar y comprender urdimbres y tramas que, invisibles, nos atañen; pues como escribió Braudel, la historia "no es otra cosa que una constante interrogación a los tiempos pasados en nombre de los problemas y curiosidades -e incluso las inquietudes y las angustias- del presente que nos rodea y asedia" (Braudel, 1989: 7).
Educar en el arte. Protagonistas, instituciones y prácticas en el curso del tiempo nos invita a transitar por distintos senderos, teniendo como faro seguro las luces de la historia, a sabiendas de que ninguna de sus miradas hacia el pasado es inocente: "si el pasado cuenta es por lo que significa para nosotros" (Chesneaux, 1977: 22). Los datos de la historia, "no pueden ser puramente objetivos, ya que se vuelven datos históricos precisamente en virtud de la importancia que les concede el historiador" (Carr, 1985: 162).
Luego entonces, si la historia -al decir de la manida frase de Kundera- "no es más que la estrecha hebra de lo recordado sobre el océano de lo olvidado", hay un deber moral y un esfuerzo ético de los historiadores por encontrar y difundir las huellas de lo que desde su perspectiva y sus particulares afanes debe incorporarse al devenir social como presencia, patrimonio, savia o necesidad vital del alma.4 Así, con distintos niveles de profundidad, Educar en el arte nos ofrece un diverso y amplio rescate del pasado; sus miradas son un bálsamo, un menú de quehaceres académicos e improntas que, en su mayoría y por su profesionalismo, dejan un buen sabor de boca: tienen la virtud de motivarnos intelectualmente.
En México, la historia de la educación y la formación artísticas es un campo que recién se está roturando con especial ahínco; en él convergen investigadores jóvenes y académicos con trayectoria. Sin que pierda su importancia el Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México UNAM, hay un desplazamiento hacia otras instituciones donde no sólo se cultiva la historia de las artes sino también es posible hacer historia de su aprendizaje y enseñanza. Este libro, que es una suma de esfuerzos, es un ejemplo de ello.
Aquí, en este volumen, se presiente y palpa no sólo el trabajo de los coordinadores, sino también su amplia capacidad de convocatoria en el ámbito nacional e internacional. Los autores de los capítulos laboran en instituciones educativas de España, Colombia, Brasil y México. Este hecho hace posible que se puedan conocer y contrastar en el tiempo, en el espacio y temáticamente distintos procesos históricos, los cuales enriquecen la historia de educación y la formación artísticas. Además, la lectura del libro nos ofrece al mismo tiempo un haz de perspectivas teóricas y metodológicas, complementarias de la visión global que pretende transmitirnos. A través de sus páginas rezuman y se desgranan voces y búsquedas, claroscuros... propuestas meditadas de análisis, incluso algunas nostalgias y el rescate de la cultura regional, con nueva lente: lo uno y lo diverso sobre un mismo horizonte.
Si todo convive en la luz lechosa de la tarde, ello no quiere decir que el volumen sea una suma desarticulada de capítulos; al contrario, su idea de educación artística se sustenta en una perspectiva de largo aliento e integradora. En momentos que aún suelen confundirse la historia de la educación y la historia de la pedagogía, este libro desde su génesis conceptual rescata para sí los escenarios de la educación que propusiera nuestro querido maestro Antonio Santoni Rugiu, quien desde la historia social subrayó la importancia de lo histórico en la construcción de lo pedagógico y lo educativo y se propuso articular en una sola mirada las contribuciones de la antropología, las ciencias sociales y las teorías de la cultura.
Para Santoni, la educación es:
Una trama de concretas reacciones conocidas y desconocidas ante estímulos de enseñanza formal e informal, pero también de experiencia de vida, de continuas modificaciones de la mentalidad heredada y formada en edades precedentes en la micro o macro comunidad en que se ha crecido. Ésta es una de las razones por las que la educación no puede limitarse sólo a la instrucción escolar o universitaria.
En realidad se nos continúa educando hasta el último día, mientras se tienen experiencias de vida propia y de relación con otros hombres y otras cosas en todo tipo de campos, mientras que se interacciona o reacciona en cierta medida (Gramigna, 2004: 541-542).
Metodológicamente, empero, el proceso educativo puede considerarse en tres escenarios claramente diferenciados, aunque no por ello incompatibles entre sí. Hay un espacio institucional con sus formas escolarizadas dirigidas al plano de lo formal; otro social-comunitario, donde se ponen en juego comunidades y grupos de distinto tipo y procedencia, y uno más, difuso y extendido, donde dejan su huella las distintas influencias ejercidas por las personas, los hechos y las circunstancias de la vida de cada quien (Santoni, 2001: 27).
Como apuntó Ortega y Gasset (1951:30) , "La realidad de la vida consiste, pues, no en lo que es para quien desde fuera la ve, sino en lo que es para quien desde dentro de ella es, para el que se la va viviendo mientras y en tanto que la vive. De aquí que conocer otra vida que no es la nuestra obliga a intentar verla no desde nosotros, sino desde ella misma, desde el sujeto que la vive."
Con esta base, Educar en el arte nos lleva de la mano por el entramado de distintos escenarios que igual nos remiten a la formación de actores y dramaturgos en la Inglaterra de los siglos XVI-XVII, como a los proyectos de formación artística de la Facultad de Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana o aun al arte del canto, la oración y los remedios caseros menonitas en Chihuahua. Más allá del análisis en contexto de las manifestaciones artísticas; de las valoraciones particulares sobre la importancia de la artes en el proceso civilizatorio y la defensa de las libertades, o de su lugar en la políticas de Estado, un punto a destacar es su despliegue a lo largo de la historia y, con ello, el surgimiento y configuración de nuevos espacios formales e informales para la enseñanza, el aprendizaje y el goce estético.
El libro es una importante contribución al debate sobre el pasado y los posibles caminos de la educación artística. Si para Philippe Ariès (1988 26:8) la historia ya "no es sólo una técnica de especialista, sino que se convierte en una manera de ser en el tiempo, propia del hombre", Educar en el arte apuesta por una historia viva. Vayan con ella nuestros fantasmas, sueños y deseos... los mundos que fuimos, las memorias que somos y las tierras que soñamos.