Introducción
En diversas ocasiones la historiografía médica mexicana ha abordado el estudio de la Facultad de Medicina de la Real Universidad de México, sin embargo, lo ha hecho desde una perspectiva un tanto llana, pues no ha atendido apropiadamente el funcionamiento de la institución, tanto a nivel interno como externo. Es decir, que los trabajos que han versado acerca de la medicina académica colonial no han tomado en cuenta la manera en que el gremio médico se relacionaba con las complejas estructuras universitarias y, por lo tanto, con su entorno social. Sin embargo, la historiografía universitaria ya ha hecho algunos acercamientos a la importancia de las cátedras médicas durante el primer siglo virreinal. Armando Pavón ha estudiado el caso concreto de las incorporaciones en la Facultad de Medicina en el siglo XVI, con una perspectiva centrada más hacia el interior de la corporación (Pavón, 2010). Y Mariano Peset por su parte ha analizado las oposiciones de las cátedras de prima y de vísperas a finales de dicha centuria (Peset, 1996 y 2012).
El tema de este estudio tiene que ver precisamente con una de las formas que tenían los médicos novohispanos de relacionarse con la sociedad. A través de un hecho, que a primera vista parecería no tener mayor importancia, como lo fue la lectura de una cátedra sin valor curricular, se intenta demostrar que los complejos mecanismos burocráticos, regulados desde el poder centralizado de la monarquía hispánica, permeaban y determinaban las funciones y prácticas universitarias. A mediados del siglo XVII existió en la Real Universidad de México una cátedra extraordinaria en la Facultad de Medicina. Se trataba de la lectura del Método de Galeno, la cual había sido abierta oficialmente a principios de 1621 y cerrada tan sólo unos meses después. El dato de que haya habido una cátedra sin valor oficial resulta interesante en el contexto de la época. A mediados de la centuria del seiscientos, Juan de Palafox y Mendoza realizó una visita a la Real Universidad. Dicha visita significó un cambio importante en la regulación de la vida de la institución. El visitador real tuvo un interés particular por la Facultad de Medicina y por el recientemente fundado Tribunal del Protomedicato, instituciones que terminaron estrechamente relacionadas a raíz de la intervención palafoxiana. En este proceso de vinculación institucional, las cátedras de la Facultad de Medicina cobraron un nuevo significado. Ahí es donde se enfocará la atención de este trabajo.
A continuación se abordará la importancia que tuvo la conformación de la Facultad de Medicina en la Nueva España. Luego se hará un recuento de la apertura de las cátedras en dicha facultad. Después se analizará la lectura del Methodo medendi, para finalmente concluir con una reflexión acerca de la importancia de las cátedras en la trayectoria académica y social de los médicos que lograron colocarse en las altas esferas de la política sanitaria novohispana.
Los inicios de la Facultad de Medicina
En 1579 en la Real Universidad de México comenzó a dictarse la primera lección de medicina. Este hecho marcó un punto axial en el proceso de traslación de la medicina occidental a la Nueva España, pues significaba el fin de la hegemonía del gremio médico local, que se había afianzado a la sombra del cabildo de la ciudad de México y, a su vez, determinaba el inicio del modelo de institucionalización de la enseñanza de la medicina hipocrático-galénica al otro lado del Atlántico. Era un reajuste en el sistema colonial que se hacía sobre la marcha —el cual repercutió directamente sobre la salud de los vasallos novohispanos— y que quedaba enmarcado dentro del conflicto entre encomienda y monarquía. En dicha pugna, los intereses económicos y de profesión de los primeros médicos estaban del lado de los encomenderos. A partir de la segunda mitad del siglo XVI, la encomienda comenzaba a debilitarse frente al poder de la Corona, que empezaba a extender su potestad más allá del océano mediante el envío de representantes reales y la instauración de nuevas instituciones.
Así, en 1551, el príncipe Felipe dio la orden de fundar una universidad en la Nueva España para que “los naturales y los hijos de los españoles fuesen instruidos” (Méndez, 1952: 121), sin embargo, la clasista realidad social del nuevo virreinato prevaleció y el estudio mexicano se abrió exclusivamente para la educación de las élites españolas y criollas. En los inicios de la vida universitaria mexicana no se crearon cátedras de medicina (Pavón, 1994: 1333), aunque sí se comenzó a conjuntar un cuerpo colegiado de médicos. La manera en que comenzó a consolidarse el gremio médico universitario fue mediante la incorporación de grados de médicos que habían estudiado y obtenido sus títulos en algunas universidades peninsulares. Por ejemplo, el primer médico incorporado a la Real Universidad de México fue Joan Alcázar, quien el 10 de agosto de 1553 presentó ante las autoridades universitarias novohispanas su título de doctor en medicina por la Universidad de Lérida.2
De esta manera, la Facultad de Medicina mexicana empezó a conformarse con médicos llegados de la metrópoli. Desde el inicio de las funciones universitarias, en 1553, hasta la apertura de la primera cátedra médica se incorporaron al menos doce galenistas (Martínez, 2012: 10-11) entre quienes sobresalía el doctor Juan de la Fuente, a la postre ganador de la cátedra de prima en 1578.
Como se ha mencionado, con la apertura de la primera cátedra de medicina iniciaba el derrocamiento de la estructura política que los médicos habían construido a partir de 1527, cuando el ayuntamiento de la ciudad de México decidió nombrar anualmente a un par de médicos como protomédicos de la ciudad,3 costumbre que se mantuvo vigente hasta 1603 cuando el virrey conde de Monterrey impuso como Protomédico general del virreinato a Jerónimo de Herrera.4 Al mismo tiempo se abría una nueva etapa en el desarrollo de la medicina occidental en la Nueva España al iniciarse la educación de los médicos en una institución de carácter regio como lo era la universidad.
Una vez iniciado este proceso de institucionalización y, por lo tanto, de sujeción al poder real, se sucedieron una serie de hechos que delinearían la enseñanza y la práctica médica en la Nueva España. Entre esas acciones estuvieron la visita del protomédico general Francisco Hernández en 1571, la intromisión de los virreyes en los asuntos sanitarios a finales del siglo XVI, el nombramiento de un protomédico general en 1603, la publicación de la real pragmática de 1617 que reformó la manera en que se calificaba y avalaba la formación de los galenistas, la creación del Real Tribunal del Protomedicato de la Nueva España a finales de la década de 1620 y la visita a la Universidad que realizó Juan de Palafox y Mendoza a principios de la década de 1640.
En medio de esa cadena de sucesos se fueron abriendo nuevas cátedras en medicina, las cuales dotaron de una mayor fortaleza a la facultad. En este rubro de las cátedras se centrará principalmente la atención. Sin embargo, en alguna medida u otra, se retomarán los hechos relevantes de la política sanitaria novohispana ya descritos para tratar de brindar una mejor explicación al tema de las cátedras, pues la finalidad de este estudio es explicar, dentro de un contexto social e institucional, la existencia de una lección sin validez curricular en la formación de los médicos de la Real Universidad de México durante varios años del siglo XVII.
Un breve acercamiento a la apertura de las cátedras de medicina en la Real Universidad de México. Siglos XVI y XVII
Al principio de este trabajo se señaló que en 1579 se inició la lectura de la primera cátedra de medicina en la Nueva España, sin embargo, el proceso de creación de esta cátedra se sitúa unos años atrás, en 1575, cuando el rector Valdés de Cárcamo propuso al Claustro Universitario remover la cátedra de retórica para que en su lugar se instaurara una de medicina. El intento del rector no rindió frutos inmediatos. Fue dos años más tarde que el Claustro decidió aumentar el número de cátedras, entre las que se contemplaba una para la Facultad de Medicina (Fernández, 1953: p. 88). Así, en mayo de 1578 las autoridades universitarias “mandavan y mandaron que en la dicha universidad se críe e ponga la dicha cáthedra de medicina, e para que de aquí en adelante se lea y aya curso della”.5 El único médico que se presentó a la oposición fue el doctor Juan de la Fuente. El 21 de junio de ese mismo año se acordó nombrarlo como lector de medicina para el siguiente cuadrienio, pues en un inicio se determinó que la cátedra de prima fuera temporal, lo que significaba que tenía que vacar y concursarse cada cuatro años. No obstante, en 1582, después de la segunda oposición, a la que nuevamente sólo se presentó Juan de la Fuente, se determinó que la cátedra se volviera de propiedad, es decir, que la ostentaría el catedrático titular hasta su muerte (Fernández, 1953: 96). De esta forma, Juan de la Fuente tuvo el cargo de catedrático hasta el 27 de febrero de 1595,6 día de su deceso (Plaza y Jaén, 1931a: 170).
Antes de continuar con la fundación de las restantes cátedras en la Facultad de Medicina, vale la pena abrir aquí un breve paréntesis para explicar las características de las mismas. Había dos clases de cátedras en la Real Universidad: las de propiedad y las temporales. El primer tipo, como ya se vio, agrupaba las lecciones de carácter vitalicio, las cuales eran regentadas por sus propietarios hasta su muerte. Un catedrático titular podía solicitar su jubilación después de veinte años de lectura. Ya jubilado él seguía ejerciendo como titular y continuaba cobrando su estipendio. Después de la jubilación la cátedra era puesta a concurso cada cuatro años para que la leyera un sustituto. Se declaraba vacante sólo hasta la muerte del catedrático titular, estuviera o no retirado, y entonces se abría un concurso para designar a un nuevo propietario. En la Facultad de Medicina las cátedras de prima y, posteriormente, la de vísperas fueron de propiedad.7 De igual forma, la cátedra independiente de astrología y matemáticas, que era una lección obligatoria para los bachilleres médicos, era de propiedad.8 El segundo tipo de cátedras eran las temporales, cuya regencia duraba cuatro años, por lo que se concursaban al final de cada periodo o cuando fallecía el lector. Las cátedras de vísperas (que después se volvería de propiedad en 1694), de cirugía y anatomía, y de Metodo medendi, conocida coloquialmente como “Método”, eran de carácter temporal (Pérez, 1998: 15-60).
Continuando con la apertura de nuevas lecturas en la Facultad de Medicina, la siguiente en ser estatuida fue la de vísperas. Su proceso de adjudicación se dio en un ambiente ríspido, puesto que justo en ese momento, 1598, había un fuerte debate entre el virrey conde de Monterrey y el ayuntamiento de la ciudad de México en torno a la política sanitaria del virreinato.9 El problema radicaba en que el representante del monarca proponía la creación de una segunda cátedra de medicina, aduciendo que “esta arte no se save con fundamento en esta tierra ni se platica con la seguridad que conviene” y proponía que un médico “venga de España para leer y criar algunos disçípulos y platicantes que puedan reparar este daño”.10 Con dicha propuesta, el virrey intentaba pasar por encima de las autoridades universitarias, sin embargo, éstas se anticiparon al conde de Monterrey, abriendo, precisamente, un concurso de oposición para erigir la segunda cátedra de medicina. Mediante esta actuación la institución reconocía que sí hacía falta mejorar la calidad de la enseñanza de la medicina, pero no iba a permitir que el virrey interfiriera con su vida normativa. Durante el mes de diciembre de 1598 se realizó el proceso de provisión de la cátedra de vísperas, a la que asistieron Diego de los Ríos, Juan de Plasencia, Juan de Cárdenas y Francisco Gómez. Todos los opositores se habían formado en la Real Universidad de México bajo la tutela del primer catedrático Juan de la Fuente. De esta forma, el proceso de elección del segundo catedrático en medicina fue la manera en que la universidad respondió al virrey y su pretendido catedrático peninsular. Al final, el 23 de diciembre de 1598, se adjudicó la cátedra de vísperas de medicina al doctor Juan de Plasencia, quien inició su lección el 9 de enero de 1599 (Peset, 1996: 217-239).
La siguiente cátedra que se abrió en la Facultad de Medicina mexicana fue la de cirugía y anatomía, en 1621. La apertura de esta lección tampoco estuvo exenta de discusiones entre autoridades universitarias y reales. La cuestión había comenzado cuatro años atrás. El 7 de noviembre de 1617, el rey Felipe III había expedido una real pragmática que, entre muchas otras cuestiones tocantes a asuntos de la medicina y sus instituciones,11 decretaba que “no se puedan dar grados de bachilleres en ninguna universidad a ningún estudiante sino fuere en las tres universidades principales12 o en las que por lo menos haya tres cátedras de prima y vísperas y la tercera de cirugía y anatomía” (Fernández, 1953: 115-123).
En 1617, en la Real Universidad de México sólo existían las cátedras de prima y de vísperas, por lo que parecía que el estudio novohispano se vería obligado a establecer una tercera cátedra. Y la estableció tres años más tarde, en febrero de 1621, sólo que se trataba de la de Methodo medendi y no la de cirugía y anatomía. Por esta razón, el doctor Francisco de Urieta pidió que se cumpliera cabalmente con las “ordenanzas y leyes en lo tocante a la facultad de medicina” (Fernández, 1953: 124), y el doctor Rodrigo Muñoz alegaba que “si en esta universidad no hubiese precisamente la dicha cátedra de cirugía y anatomía, todos los grados que se diesen serían nulos de que resultarían muy grandes inconvenientes” (Fernández, 1953: 128).
Rodrigo Muñoz pidió que le fuera concedida la cátedra de cirugía y anatomía y para ello presentó una larga digresión acerca de la medicina y la cirugía, sin embargo, no mostró ninguna prueba documental que avalara su formación y, por lo tanto, su pertinencia a ocupar la lectura que solicitaba. Ante el caso omiso de la institución a sus pretensiones, Muñoz comenzó a descalificar al lector de Método. Los argumentos que Muñoz usó en contra de Cristóbal de Hidalgo Vendabal, catedrático de Método, fueron que la tercera cátedra era extraordinaria y que no era lo que “se tiene ordenado y mandado por su real pragmática” (Fernández, 1953: 132).
A los ataques de Muñoz, Hidalgo Vendabal respondió que en su cátedra ya se enseñaba la cirugía y anatomía. Sin embargo, la reacción que puso punto final a la discusión fue la del rector Juan de Salcedo, quien ordenó que Hidalgo Vendabal leyera, en lugar del Método de Galeno, la cátedra de cirugía y anatomía. Además, el rector aprovechó la situación para remarcarle a Hidalgo Vendabal que no recibiría estipendio alguno por su trabajo como catedrático. Finalmente, el 29 de noviembre de 1621 se formalizó la enseñanza de la cirugía y la anatomía en la Nueva España.
Antes de abordar el caso de la reapertura de la cátedra de Método, se debe atender la creación de la cátedra de matemáticas y astrología, que, como ya se ha mencionado, era de carácter independiente, es decir, que no formaba parte de ninguna facultad de la Real Universidad. No obstante, cursarla era obligatorio para los estudiantes de medicina, quienes estaban obligados a escucharla durante un año. El aprendizaje de los movimientos del cosmos dentro del currículo de los médicos se debía a que la teoría hipocrática de la medicina afirmaba que el cuerpo humano se hallaba en una estrecha interrelación con el cosmos. Distintas enfermedades eran diagnosticadas siguiendo el curso de los astros, pues se creía que las alteraciones humorales del cuerpo podían ser producidas por la posición de los planetas. De igual manera, la aplicación de ciertas terapias se llevaba a cabo de acuerdo con la observación de la bóveda celeste.
La astronomía formaba parte integral de la medicina humoral desde los inicios de ésta. Cuando surgieron las primeras universidades durante la Edad Media, la enseñanza de la astronomía se comenzó a dictar en ellas, por ejemplo, en la Universidad de Salamanca se estableció su lectura en 1460 (Chabás, 2006: 29). Siguiendo la añeja tradición de la medicina humoral y la medieval universitaria, en 1637 la Real Universidad de México abrió la cátedra de astronomía y matemáticas (Fernández, 1953: 114). Al frente de la lección quedó el mercedario fray Diego Rodríguez, una de las más destacadas figuras de la ciencia novohispana del siglo XVII. Otra figura sobresaliente de la ciencia mexicana que ocupó la cátedra de astronomía a finales del mismo siglo fue Carlos de Sigüenza y Góngora, quien la regentó de 1672 a 1697.
La cátedra extraordinaria de Método y su reinstalación oficial en 1666
Después de haber trazado de forma breve la consolidación de la Facultad de Medicina a través de la inauguración de sus cátedras, ahora se retoma el caso de la cátedra de Método. Como ha sido señalado, la cátedra de Método se abrió por primera vez en febrero de 1621 para ser cerrada en noviembre del mismo año, a favor de la apertura de la cátedra de cirugía y anatomía, la cual tenía un carácter urgente debido a la prescripción de la real pragmática de 1617.
Unos años después de la suspensión de la lectura de Método, para ser precisos en abril de 1640, el catedrático de cirugía y anatomía, Cristóbal Hidalgo Vendaval, solicitó una sustitución temporal en su labor debido a que se encontraba enfermo.13 Para reemplazarlo durante su convalecencia la universidad aprobó el nombramiento como catedrático sustituto de Juan de los Ríos Zavala, catedrático de retórica.14 En la aprobación de sustitución se apuntó que Ríos Zavala había estado leyendo de manera extraordinaria la cátedra de Método. Lo que no se especificó en el documento fue el tiempo que llevaba haciéndolo.
Dos años más tarde, el doctor Diego García Daza solicitó al claustro universitario permiso para dictar de forma extraordinaria la cátedra de Método. En respuesta, el pleno respondió que le daba
licencia para leer de extraordinario la facultad de Methodo medendi en la dicha Real Universidad, y atento a lo dispuesto por estatutos de esta Real Universidad y los que visitando la ordenó el señor arçobispo don Pedro Moya de Contreras en el título diez y seis, de cómo an de leer los leientes y a qué horas, y cómo an de oír los oientes, en el párrafo sexto se dispone que si hubiera algún pretendiente o persona que quisiere leer extraordinario, el rector le dé licencia con calidad y condición que no se encuentre en horas ni materias con los cathedráticos de dicha universidad, en cuya permisión, y atendiendo a las letras y partes del dicho doctor Diego García Dasa, le daba y dio licencia para que pueda leer Methodo medendi en la dicha Real Universidad a la hora que el sussodicho tuviere comodidad como no sea a las que leen los cathedráticos de prima, vísperas y sirujía y anatomía, leiendo las materias que los estatutos de Salamanca están señalados al cathedrático de Método, y mandaba y mandó no se le impida al dicho dotor la letura.15
Las sustituciones por breves periodos de tiempo, como la que solicitó el catedrático de anatomía, eran un beneficio con el que contaban los docentes universitarios. Los catedráticos estaban obligados a leer desde un día después de San Lucas, 19 de octubre, hasta el 7 de septiembre, día en que iniciaban las vacaciones generales. Durante el curso escolar los catedráticos tenían derecho a descansar por algunas semanas y para que los cursos no quedaran inconclusos, el titular tenía la facultad de designar un lector sustituto. A esta figura docente se le conocía como sustituto de San Juan, porque solía tomar el lugar del catedrático propietario el día de San Juan, 24 de junio, y terminar el curso el 7 de septiembre (González, 1991: 89). Igualmente, los titulares tenían permiso de ausentarse por cuestiones de enfermedad, siempre y cuando presentaran un documento firmado por un médico que avalara la convalecencia. Lo interesante, sin embargo, radica en que a mediados del siglo XVII un catedrático sustituto declaró que leía el Método de Galeno de forma independiente. Y aunque se leía dicha cátedra, ésta carecía de valor curricular para los estudiantes de medicina. Los expedientes de la Facultad de Medicina anteriores a 1666 —año de la reapertura oficial de la cátedra de Método— no muestran constancia alguna de que se haya dado certificación del curso de Método a los estudiantes.16 Otro dato importante que se puede apreciar en la cita anterior es que las cátedras extraordinarias estaban legisladas en la Real Universidad desde el siglo XVI. Los estatutos referidos en la disposición dada al doctor García Daza eran los que ordenó hacer el visitador Pedro Moya de Contreras en 1586, de los cuales actualmente no se conoce ninguna copia. No obstante, en el proyecto de estatutos que mandó elaborar el virrey marqués de Cerralvo en 1626 se retomó lo apuntado por Moya respecto a las lecciones extraordinarias:
Yten, se hordena que si ubiere algunos pretendientes o personas que quieran salir a leer extraordinariamente, lo puedan haser, dando dello primero noticia al rretor, con que en la lectura no se enquentren con las materias que las demás cátedras de aquella facultad leyeren o tuvieren asignadas aquel año, ni concurran en las mismas horas de las demás cátedras (González, 1991: 87-88).
Otro asunto notable que se encuentra en la respuesta del rector a la petición de la lectura del Methodo medendi es la referencia a los estatutos de la Universidad de Salamanca. Como bien se sabe, la Real Universidad de México se fundó bajo el modelo salmantino, sin embargo, la realidad colonial condujo al estudio novohispano por su propio camino (Peset et al., 1998: 245). De hecho, una de las principales discusiones que hubo al interior de la universidad desde su gestación y hasta la segunda mitad del siglo XVII fue la de la aplicación de una fuente normativa única. En el debate se hallaban dos grupos: el clero secular, encabezado por el arzobispo, que pugnaba por la aplicación de los estatutos salmantinos y el virreinal, representado por el virrey y la audiencia, que proponía la creación de un corpus legislativo propio (González, 1991: 23-30). A pesar de tener como referencia legislativa los estatutos de Moya de Contreras, el rector ordenó que los contenidos de la cátedra extraordinaria de Método se leyeran siguiendo la normativa de la universidad del Tormes, lo que demuestra que a mediados del siglo XVII todavía había una indefinición reglamentaria en el estudio novohispano, misma que continuaría hasta la aceptación de los estatutos de Palafox en 1668.
En 1642, año en que se dio licencia a García Daza para leer el Método, las leyes vigentes en la Universidad de Salamanca emanaban de una recopilación estatutaria elaborada en 1625. En lo tocante a la cátedra de Método este corpus estipulaba que:
El primer año se han de leer los libros De methodo de Galeno. De San Lucas a Nabidad dexando el primero, y segundo libro, comienze a leer el tercero, y acábelo. De Nabidad hasta fin de hebrero lea todo el quarto libro. Desde principio de mayo hasta San Iuan se lea el libro sétimo, dexando el sesto, porque se lee bastantemente en la cátedra de cirugía, y del libro sétimo ha de acabar los seis capítulos primeros, y de San Iuan a vacaciones ha de acabar todo el sétimo libro.
El segundo año de S. Lucas a Nabidad, prosiguendo los libros De methodo, dejando el octavo, lea todo el nono. De Nabidad hasta fin de hebrero lea del libro dézimo desde principio de março hasta fin de abril lea el libro undézimo, hasta el capítulo catorze. Desde principio de mayo hasta S. Ioan acabe el libro. De S. Iuan a vacaciones lea el libro doze.
El tercero año, començará a leer el libro nono De Rasis ad Almasorem. De San Lucas a Nabidad leerá el capítulo segundo, y tercero, que son De soda, De vertigine, Phrenitide. De Nabidad hasta fin de hebrero, ha de leer los capítulos de letargo, y todos lo De soporis afectibus, De apoplexia, & Epilepsia. De principio de abril hasta fin de mayo, ha de leer los capítulos De paralysi, De convulsione, De melancholia, De mania. Desde principio de mayo, hasta S. Iuan, ha de leer De affectibus oculorum, & aurium. De S. Iuan a vacaciones leerá la materia De angina, y De catarro.
El cuarto año, se ha de leer prosiguiendo esta misma letura. De San Lucas a Nabidad los capítulos De syncope, De asthmate, y después Sanguinis: Desde Nabidad hasta fin de hebrero, lea la materia De pleuretide, Empyemate, De phithisi. Desde principio de março hasta fin de abril lea De affectibus ventriculi. Desde principio de mayo hasta S. Iuan, lea De affectibus intestinorum. Desde S. Iuan a vacaciones De affectibus iecoris, & rerum (Rodríguez-San Pedro, 1990: 177-178).
El libro de Galeno De methodo medendi, o sobre el método terapéutico, abordaba temas como los tipos y la localización de la enfermedad y las formas de tratamiento que debían seguirse. También describía las propiedades y combinaciones de los medicamentos elementales y el valor de los fármacos compuestos, a los que se les daba una clasificación basada en los efectos farmacológicos. Galeno recomendaba conocer a fondo a cada uno de los enfermos de acuerdo con los síntomas y el medio ambiente para determinar las alteraciones producidas por el proceso morboso y poder actuar en consecuencia. Según la teoría humoral de la medicina la intervención del médico en el proceso natural de la enfermedad podía llevar al restablecimiento de la salud.
Hoy en día se conserva un ejemplar de esta obra en el Archivo General de la Nación, el cual, seguramente, sirvió para dictar la cátedra de Método. El título que porta es Cl. Galeni methodo medendi. Id est, de morbis curandis libri quatordicim denuo magna diligentia Martini Gregorii recogniti Thoma Linacro Anglo interprete Liber Primus (Viveros, 1994: 65). Se trata de la traducción latina realizada por el médico inglés Tomás Linacre en 1519 y que tuvo varias reimpresiones en Europa.
La Real Universidad de México se había quedado sin un espacio oficial donde se leyera el Método de Galeno en noviembre de 1621. Tuvo que transcurrir casi medio siglo para que se restaurara formalmente su lectura. En noviembre de 1666, el doctor Luis de Céspedes17 (Plaza y Jaén, 1931a: 459):
alegó no haber en esta universidad cátedra de Methodo medendi, y ser útil y necesaria para que los estudiantes de la Facultad de Medicina aprendiesen el método de la curación de las enfermedades, pidiendo a su excelencia, como patrón de la Real Universidad, concediese permiso al claustro para que le diesen y honrasen con el nombramiento de catedrático. Remitido al claustro para que informase, con el informe y parecer del doctor Manuel de Escalante y Mendoza, fiscal de su majestad, por mandamiento del excelentísimo virrey marqués de Mancera en nombre de su majestad, le fue hecha merced de la cátedra de Methodo medendi al doctor Luis de Céspedes, sin salario alguno, como lo había pedido, para que la leyese y regentease en esta Real Universidad, a la hora competente que se le señalase, nombrándole por examinador de los estudiantes que se graduasen en la Facultad de Artes; entrando en turno, en tal manera, que en un año entrase por examinador y el siguiente, el doctor o maestro que nombrase el claustro; que así continuase en lo futuro (Plaza y Jaén, 1931b: 40).
Llama la atención que en la petición del doctor Luis de Céspedes se diga que no había lectura de la cátedra de Método, lo que quizá pueda significar que para esas fechas ya no se leía de forma extracurricular. Por otra parte, a la petición anterior el claustro dio como respuesta que:
El doctor don Luis de Céspedes, catedrático de Methodo medendi, después de haber ajustado el que los cursantes de la Facultad de Medicina cursasen el cuarto curso acompañado con la referida cátedra de Método, tomó posesión en siete de noviembre de mil seiscientos y sesenta y seis a las diez de la mañana. Fue el segundo catedrático de esta cátedra, que la continuó leyendo hasta cumplir los cuatro años de su lectura (Plaza y Jaén, 1931b: 47).
A pesar de que se notificó al doctor Luis de Céspedes de que no se le daría remuneración alguna por la lectura que llevaría a cabo, dos años más tarde, con la entrada en vigor de los estatutos palafoxianos, se estipuló que se le dieran cien pesos de salario. Pero a pesar del estímulo económico, Luis de Céspedes abandonó su cátedra a sólo seis años de haberla comenzado. La razón por la que el doctor Céspedes decidió hacer la dejación fue “por ser la hora de la lectura incómoda de dos a tres de la tarde” (Plaza y Jaén, 1931b: 97).
Como se puede apreciar, la reapertura oficial de la cátedra de Método ocurrió en un momento clave en la vida de la universidad. En 1666 todavía estaba abierto el debate sobre la aplicación de un cuerpo estatutario que pusiera orden al interior del estudio. Los estatutos que elaboró don Juan de Palafox y Mendoza durante su visita a la universidad en la primera mitad de la década de 1640 no habían sido aceptados por el claustro, sin embargo, algunas de sus disposiciones ya eran empleadas. Por ejemplo, en el caso de la cátedra de Método, el corpus de Palafox ya contemplaba un salario para el lector de Método, el cual se comenzó a pagar en cuanto dichos estatutos estuvieron vigentes (Real Universidad de México, 1668: f. 19). Igualmente, en el mismo año en que se formalizó la aceptación de la reglamentación palafoxiana, el entonces rector, fray Marcelino de Solís y Haro consultó al virrey acerca de la situación de las cátedras de cirugía y Método que, según las disposiciones de Palafox “eran temporales [...] y que habían cesado los nombramientos” de sus catedráticos (Plaza y Jaén, 1931b: 59). La cuestión que estaba irresuelta era si se daba continuidad a los lectores de esas cátedras o se abría un nuevo proceso de oposición. El virrey determinó que los entonces catedráticos “prosigan en sus lecturas de sus cátedras conforme a estatutos” (Plaza y Jaén, 1931b: 59).
Con la restitución de la cátedra de Método se completó el cuadro curricular de los estudiantes novohispanos de medicina. Así, los futuros médicos estaban obligados a cursar las cátedras de prima y vísperas durante cuatro años y a aprobar un año en las de cirugía y anatomía, astrología y matemáticas, y Método. Pasaría más de un siglo para que en la Universidad se abriera una nueva cátedra: la de botánica en 1788.
A manera de conclusión. La importancia curricular y social de las cátedras
Al contemplar el apremio que mostraban algunos universitarios por llegar a hacerse cargo de una lectura, a tal grado que ofrecían dar lecciones extraoficialmente o sin paga, obliga a cuestionar la importancia que tenían las cátedras dentro del desarrollo académico, social e incluso político de los universitarios. Y es que universidad y sociedad en el antiguo régimen estaban estrechamente ligadas. Como bien lo ha demostrado Armando Pavón, la universidad representó una oportunidad de ascenso social para las élites criollas y fueron éstas las que terminaron definiendo el modelo de universidad colonial (Pavón, 2010), pues desde los orígenes del estudio se mostraron dispuestas a darle una vida académica mediante una intensa participación al interior de la institución. A su vez, los grados universitarios representaban un plus en el currículo si se quería destacar en los ámbitos político o social del virreinato. Esto era especialmente marcado en la parte criolla de la sociedad, que se mantenía excluida de los altos mandos del control colonial. Para lograr un ascenso social muchos criollos pusieron sus esperanzas en el camino de las letras, es decir en la vida al interior de la universidad, que por otro lado también les daba una proyección al exterior y a ciertas aspiraciones políticas (Aguirre, 1998)
El caso de la Facultad de Medicina dentro de este marco social y político ha sido escasamente estudiado debido a que la profesión médica no tenía los alcances sociales que tenían las otras disciplinas universitarias. La mayor parte de los bachilleres médicos tenían como destino el ejercicio de su profesión de forma particular o al interior de alguna institución. En cambio, las facultades de artes, teología, derecho y cánones daban a sus estudiantes una mayor posibilidad de colocación en la conformación del aparato burocrático civil y eclesiástico del virreinato, el cual requería de personal calificado. La universidad, en este sentido, servía como un centro de formación de los cuadros administrativos que la creciente, y cada vez más compleja, monarquía castellana requería. Un grado universitario, en teoría, calificaba a su poseedor para ejercer un oficio dentro del entramado gubernamental. Sin embargo, en el caso de la medicina otra era la realidad, pues aunque comenzaron a surgir instituciones que dieron orden a las profesiones sanitarias, éstas no poseían la importancia primordial que tenían otros asuntos de gobierno.
Por lo anterior, dentro de las instituciones médicas se dio una enconada disputa por ocupar los escasos lugares que la burocracia virreinal ofrecía. La Facultad de Medicina y el Protomedicato comenzaron por separado su existencia y desarrollo, pero el proceso de centralización del poder terminó fusionando a estas dos instituciones a mediados del siglo XVII, por lo que el acceso a sus puestos de control se hizo cada vez más reducido. Entonces, la vía que se impuso para acceder a los mandos de dichos establecimientos fue la trayectoria académica. Es aquí donde la posesión de una cátedra adquirió, dentro del cursus honorum del médico, una relevancia fundamental.
Durante su visita a la Real Universidad a mediados del siglo XVII, Juan de Palafox se mostró muy interesado y preocupado por la situación de la Facultad de Medicina. Su corpus estatutario, resultado de esta visita, contiene una minuciosa reglamentación sobre la formación de los estudiantes de medicina (Martínez, 2009: 87-106). Pero no sólo eso, igualmente, durante la inspección al estudio, el también obispo de Puebla llevó a cabo la unión entre la Facultad de Medicina y el Real Tribunal del Protomedicato al estipular que el catedrático de prima de medicina se convirtiera automáticamente en el presidente del tribunal y que el decano de la misma facultad ocupara el cargo de segundo protomédico. El tercer y último puesto dentro de la composición tripartita del Protomedicato, lo dejó a consideración del virrey, siempre y cuando contara con la aprobación del monarca.18 Estas determinaciones las tomó luego de cerciorarse de que los virreyes habían estado acomodando a sus médicos personales en estos puestos, por ello también estableció que el acceso a la cátedra de prima de medicina, y por lo tanto al control del Protomedicato, se hiciera con base en los méritos académicos.
El camino a la cátedra de prima era largo y plagado de aristas, pues se habían creado intereses políticos a su alrededor. La cátedra de prima se había convertido en la culminación de la trayectoria académica que varios médicos perseguían. Pero para llegar a ella había que comenzar desde abajo, es decir, haciendo lecturas de sustitución o leyendo cátedras extraordinarias, para luego pasar a las lecturas temporales y, por último, a acceder a la propiedad de la de prima. Esto significa que después de la etapa formativa y de obtención de grados, la siguiente etapa dentro del recorrido académico de los médicos era el acceso a las cátedras.
Si un médico recién graduado quería seguir haciendo carrera dentro de la universidad el acceso a las cátedras era el siguiente paso. Siendo así, el novel galenista tenía que iniciar haciendo breves sustituciones de cátedras, como las de San Juan, o por enfermedad, o bien leyendo de extraordinario sin salario alguno. Luego trataría de ganar, mediante oposición, una de las cátedras temporales, que tenían una baja remuneración, como las de cirugía y anatomía y Método. Por último, disputaría la titularidad y un mejor salario, leyendo la de vísperas o prima (Real Universidad de México, 1668: 19).19
Para ilustrar lo anterior, la trayectoria del médico Juan de Mesa resulta reveladora: Mesa se graduó como bachiller en junio de 1639. Ostentado este grado se presentó en 1643 a la oposición por la cátedra de vísperas, de la cual fue excluido, junto con otros cuatro médicos, por no tener el grado de doctor. Al año siguiente obtuvo el grado de doctor y meses más tarde hizo una sustitución de San Juan en la cátedra de prima. Repitió sustitución en la misma cátedra en 1645. En 1647 concursó sin éxito en la oposición por la cátedra de vísperas. En 1655 se hizo cargo de la cátedra de prima por la enfermedad y muerte del propietario Alonso Fernández de Osorio. Por fin, después de perder otra oposición a la cátedra de prima en marzo de 1661, en octubre de ese mismo año accedió a la cátedra de vísperas (Martínez, 2014: 402-403).
Mayor éxito tuvo el sucesor de Mesa en la cátedra de vísperas, Juan de Torres Moreno, quien inició su carrera lectora aproximadamente en 1645 leyendo cirugía y anatomía. Dos décadas después, a la muerte de Juan de Mesa, Torres Moreno ganó la oposición para hacerse cargo de la lección de vísperas. En 1670, tras el fallecimiento del titular de prima, Lucas de Cárdenas, accedió a la regencia de ésta (Martínez, 2014: 397-398) y, por ende, a la presidencia del Protomedicato.20
En síntesis, la existencia de la cátedra extraordinaria de Método a mediados del siglo XVII se comprende de mejor forma si se tiene como referencia el significado y alcance de las cátedras universitarias dentro del ámbito social y político de la Nueva España. En aquellos años, la Facultad de Medicina pasaba por un proceso de restructuración, con el cual pretendía evitar que los reducidos espacios de dirección fueran cooptados por los médicos de los virreyes. El visitador Palafox y Mendoza decidió poner punto final a tal abuso decretando que fueran los méritos académicos los que definieran a las autoridades sanitarias del virreinato y no el favoritismo. En la base de esos méritos académicos estaba el acceso a las cátedras. Y para acceder a ellas había que comenzar practicando, y los espacios para ejercer dicha práctica eran las sustituciones breves o una cátedra sin valor oficial.
Por último, cabe apuntar que en el rubro económico la realidad de las cátedras era, hasta cierto punto, precario, ya que en la época era habitual la escasez monetaria y, por lo tanto, lo eran también las deudas con los funcionarios y catedráticos. Un caso que aclara esta condición es el del catedrático de vísperas de medicina, Joseph de Prado, a quien en 1662, después de diez años de haber fallecido, la universidad todavía le debía 600 pesos, los cuales reclamaban sus familiares.21 Pero a pesar de estas restricciones financieras, el verdadero valor de las cátedras radicaba en la promoción que representaban para escalar dentro de la jerarquía virreinal.