Introducción: la expansión de la educación superior en América Latina
La dinámica y las modalidades de la expansión de la educación superior (ES) en América Latina constituyen una problemática de relevancia creciente en la producción académica regional.1 Tal como ha subrayado Ristoff (1999), en las últimas décadas la ES se ha convertido en un imperativo estratégico prioritario para la mayoría de los países de la región en virtud de la importante contribución que puede ofrecer para el desarrollo de esos países, siempre que su expansión promueva una mayor equidad y justicia social, aumentando así el carácter democrático, inclusivo, emancipador y sustentable de cada sociedad.
Los datos disponibles muestran con nitidez que en las últimas dos décadas el acceso a la ES en América Latina ha crecido en forma significativa (Cambours y Gorostiaga, 2019), aunque con ritmos y magnitudes diferentes en cada país, expresión de una marcada heterogeneidad intrarregional (Ezcurra, 2019). En cualquier caso, el incremento sostenido de la matrícula parece indicar que la masificación en la ES ya es una tendencia global e irreversible (Ezcurra, 2011a), pero por sí mismo nada dice sobre los beneficios que eventualmente pueda implicar, es decir, si se trata de un incremento deseable per se, o con consecuencias beneficiosas per se. En efecto, “en la expansión educativa, la cuestión clave es si reduce la desigualdad al proveer más oportunidades a personas de estratos sociales en desventaja, o si la magnifica al ampliar de modo desproporcionado las oportunidades de aquellos que ya son privilegiados” (Arum et al., 2007: 124).
En este sentido, son de especial interés las diversas hipótesis sobre los efectos de la masificación en la igualdad social, o bien en la desigualdad social, formuladas por Ezcurra (2011b): ingreso a la ES de sectores sociales que han permanecido excluidos -masificación inclusiva-, inclusión estratificada según posición social -inclusión y desigualdad-, desigualdad diversa en el ingreso, en la permanencia y en la graduación, y aparición de nuevas formas de desigualdad social, entre ellas una inclusión centrífuga o excluyente.
Pero es necesario, también, mirar al sesgo.
El desafío a enfrentar en América Latina en un contexto de expansión del acceso a la educación superior
Mirar al sesgo los temas teóricos no es sólo un intento orientado a hacer más accesible la teoría, y entonces ahorrarnos el trabajo de pensar; responde, más bien, a la convicción de que “esa escenificación de los temas teóricos saca a la luz ciertos aspectos que de otro modo seguirían inadvertidos” (Žižek, 2002: 17). Además de delinear el perfil general del edificio teórico sobre la expansión de la ES en algunos países de América Latina, mirar al sesgo también permite dar cuenta de “los detalles menudos que la recepción predominantemente académica [...] suele pasar por alto [y] discernir rasgos que por lo general se sustraen a una mirada académica ‘de frente’” (ibid.: 10).
Un “detalle” en absoluto menudo es que el fenómeno de la expansión de la ES no se agota en la cuestión de la magnitud y de las modalidades y efectos del incremento del acceso a ese nivel, de enorme e inequívoca relevancia. Muchos especialistas en la materia (por ejemplo, Arocena y Sutz, 2016; Cambours de Donini y Gorostiaga, 2016; Ristoff, 2011; Silva Júnior y Catani, 2013) coinciden en destacar la importancia que reviste la ES -y su expansión- para enfrentar, en un marco de equidad social, las exigencias y desafíos crecientes del mundo contemporáneo.
Siendo así, además del aumento del acceso a la ES en procura de una mayor equidad social y de la provisión de una enseñanza de calidad para todos, también resulta crucial la expansión y optimización de la investigación y de la extensión universitaria, que son otras dos funciones tradicionales inherentes a la ES y en especial a la universidad, en tanto institución social centrada en la producción y la difusión de conocimiento; se trata de dos funciones que, naturalmente, también deben cumplir a cabalidad con los requisitos de calidad, equidad y justicia social.
El desarrollo del capitalismo global, monopolista y de predominio financiero, en gran parte del mundo ha dado lugar a la instalación de un proceso de mercantilización de la producción y de la difusión del conocimiento que se produce en las universidades (Burawoy, 2015). Entre sus principales efectos se destaca el gran crecimiento de las universidades privadas como brazos del capital corporativo, en detrimento de las públicas, la proliferación de rankings mundiales, regionales y nacionales, la profundización del rol de las universidades como máquinas expendedoras de credenciales (Calderón et al., 2011), la consolidación de la concentración de recursos en las universidades más ricas y su dominación del campo al momento de establecer los problemas a investigar y las modalidades más adecuadas para su abordaje.
En este contexto, el gran desafío a enfrentar, como ha destacado Catani (2009) para el caso de Brasil, es expandir la ES pública, gratuita y con estándares de calidad aceptables, de acuerdo con parámetros aceptados universalmente, en instituciones en las que enseñanza, investigación y extensión caminen juntas, integradas. En Argentina y en Uruguay la primera parte del desafío se está cumpliendo de modo satisfactorio; empero, por lo menos en las organizaciones de ES de Uruguay, aún no se ha logrado que enseñanza, investigación y extensión caminen efectivamente integradas. Esbocemos alguna explicación plausible.
Principales efectos nocivos de la mercantilización de la producción y de la difusión del conocimiento
El proceso globalizado de mercantilización de la producción y de la difusión del conocimiento ha conducido a que la investigación, tanto dentro como fuera de las universidades, quede subsumida en la lógica de la mundialización del capital, de su producción y circulación. En los ámbitos editoriales inscritos en esa lógica (journals, revistas especializadas de alto impacto internacional, en su gran mayoría privadas y anglófonas), que son aquellos en los que los investigadores universitarios se ven cada vez más impelidos a publicar sus obras, la utilidad social del conocimiento producido en las universidades, sobre todo en el campo de las ciencias sociales y humanas, está lamentablemente devaluada.
Tal como se expresa en el Manifiesto de Leiden, en muchas partes del mundo excelencia en investigación se asocia únicamente con publicaciones en inglés (Hicks et al., 2015). En muchos países la normativa explicita la conveniencia de que los investigadores publiquen en revistas de alto impacto,2 pero el factor de impacto se calcula exclusivamente para revistas indexadas por Web of Science, que en su enorme mayoría son en inglés. Este sesgo es bastante más problemático en las ciencias sociales y humanas, campos en los que la investigación suele estar más orientada a temas regionales y locales y en los que las inequidades inherentes a la geopolítica del conocimiento son más manifiestas e inhiben la consolidación de “un pensamiento propio [y crítico] latinoamericano […] como reacción frente a modelos académicos que se consideran intrusivos” (Mignolo, 2001: 20). En cualquier caso, algunos de los efectos de esas inequidades se evidencian en la muy baja cantidad de universidades latinoamericanas -apenas diez-3 incluidas en los principales rankings mundiales y en la posición muy marginal que ocupan en ellos (Maldonado, 2017).
A la devaluación de la utilidad social del conocimiento producido en las universidades también contribuyó la intensidad con la que el individualismo neoliberal opera en este campo (Borón, 2020) y su efecto en la degradación de lo social: lo social se alienta sólo si contribuye a optimizar las relaciones de producción (Han, 2014a).
Por lo pronto, hace tiempo que la utilidad social ha dejado de ser un criterio de calidad para la evaluación de la producción académica, si es que alguna vez lo fue en un grado apreciable. La ideología neoliberal imperante, subsidiaria de la lógica del capital, deja a un lado la utilidad social del conocimiento y restringe el espacio de la cooperación interpersonal, al tiempo que privilegia los aspectos rentables y exacerba la competencia.
En este contexto, a las presiones del sistema sobre el productor académico se suma, con mayor fuerza, su propia auto-exigencia: “Quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En esto consiste la especial inteligencia del régimen neoliberal” (Han, 2014b: 18); éste opera, naturalmente, favoreciendo la eficacia del sistema: “La propia explotación es más eficaz que la explotación extraña, pues va acompañada del sentimiento de libertad. El sujeto del rendimiento se somete a una coacción libre, generada por él mismo” (Han, 2013: 92). Esta auto-explotación -el sujeto no dirige su resistencia contra el sistema sino contra sí mismo- pone en evidencia el influjo de la astucia del régimen neoliberal (Han, 2014b).
En esta lógica de mercantilización, las revistas científicas -en tanto son, en su enorme mayoría, privadas- alientan la privatización de un bien de carácter público; el conocimiento se convierte en un commodity que los imperios editoriales oligopólicos negocian por volumen más que por la calidad de su contenido.4 Se instala, así, un feroz escenario hobbesiano en el que los investigadores ponen todo de sí para que los journals les publiquen sus papers -y para que sus colegas los citen, cuantos más mejor- y las universidades para alcanzar puestos altos en los rankings globales (por ejemplo, en el listado del Times Higher Education o en el ranking de Shanghai), ya que a escala internacional la cantidad de papers publicados es uno de los principales indicadores para evaluar a las universidades. Pero el empleo de métricas cuantitativas para la elaboración de rankings o para la evaluación del impacto de papers y journals,5 aun cuando esté bien intencionado, puede dar lugar a inequidades y producir resultados peores que los sistemas que reemplazaron (Edwards y Roy, 2017).
Esta suerte de “paperfilia” ya está sólidamente instalada y, en tanto expresión del proceso de mercantilización inherente al capitalismo (Han, 2014b), parece ser un fenómeno irreversible. En este contexto, los papers publicados, los factores de impacto de las revistas y los rankings se erigen como fines en sí mismos, casi con carácter de fetiches. Bastante antes de que se consolidara este escenario, según una sentencia atribuida a Einstein, algo distintivo de la ciencia era (en su época) la perfección de medios y la confusión de fines; una derivación previsible está recogida en la denominada Ley de Goodhart, reivindicada por Edwards y Roy (2017): cuando una medición se vuelve un fin, deja de ser una buena medición. La perfección de medios y la confusión de fines sigue siendo una combinación vigente, aunque los medios actuales -rankings, papers, factores de impacto, métricas e indicadores cuantitativos de productividad, etcétera- distan mucho de ser perfectos.6 Una notoria “imperfección” es que las mediciones no consideran los contextos socio-culturales, económicos y académicos en los que se producen las investigaciones ni distinguen si se trata de investigación básica o aplicada ni los campos disciplinares en los que se sustentan teórica y metodológicamente, ya que las prácticas de producción, de publicación y de citación en un campo científico difieren con las de otros. Además de que distan mucho de ser perfectos, esos medios producen efectos que pueden llegar a ser perversos.
Los efectos más nocivos conducen a la erosión de la credibilidad y de la calidad de la producción científica que se publica y, por extensión, de la producción científica en general. Freeland (2004), por ejemplo, destaca el aumento de malas prácticas y de falseamiento de resultados en los papers, lo cual, para Smaldino y McElreath (2016), conduce a una selección natural de mala ciencia. En un sentido concordante Edwards y Roy (2017) afirman que los factores y las métricas pueden ser manipuladas -y que a menudo lo son- y que la presión que las instituciones ejercen sobre los académicos los lleva a privilegiar la cantidad de papers publicados en detrimento de su calidad: los papers son cada vez más breves, superficiales y pobres metodológicamente. Asimismo, como apunta Lorite (2019), se multiplican los refritos, esto es, la reformulación de papers ya publicados a efectos de que sus autores puedan mantener el ritmo exigido de publicación.
Edwards y Roy (2017) aseveran que la calidad de las revisiones (peer reviews) se ha reducido, a lo que se añaden preocupantes conductas inmorales, como por ejemplo la solicitud a los autores, por parte de algunos revisores, de que citen sus propios artículos para que sus papers sean aceptados. Otra de las prácticas, mencionada por Lorite (2019), es que grupos de investigadores académicamente bien posicionados envían unos cuantos papers a alguna revista de prestigio relativamente bajo y se citan entre sí para aumentar su posicionamiento (y, por ende, el de la revista).
En definitiva, una considerable cantidad de investigadores, enajenados por las métricas y a contramano de sus auténticos intereses de investigación, con el propósito de que sus papers sean publicados en revistas de alto impacto internacional incurren en conductas claramente reñidas con la ética profesional. (También ocurre que algunos directores de proyectos instan a “sus” investigadores a que en sus papers incorporen como coautores a colegas que no participaron en la investigación.) La conclusión de Edwards y Roy (2017), reafirmada por Meagan Day (2018), es lapidaria: si nada se hace al respecto, habremos de crear una cultura académica corrupta.
La efectiva integración de enseñanza, investigación y extensión, una aspiración cada vez más esquiva
Los principales efectos de la mercantilización de la producción y de la difusión del conocimiento reseñados en el apartado precedente -la privatización y la devaluación de la utilidad social del conocimiento producido en las universidades, la tendencia cuantofrénica, la erosión de la credibilidad y de la calidad de la producción científica, la competencia inescrupulosa, el individualismo exacerbado, la emergencia de otros aspectos miserables del yo, los papers como fetiches, el deslizamiento hacia prácticas académicas corruptas- contribuyen a obturar el logro de una efectiva integración de enseñanza, investigación y extensión.
Lo que aquí interesa destacar es que esos efectos, y en especial la hipervaloración de la publicación de papers y de los factores de impacto como fines en sí mismos, dan lugar a una situación que se constituye como un difícil obstáculo para aquel logro: muchos docentes universitarios deciden privilegiar sus actividades de investigación -siempre teniendo en la mira la escritura de papers a ser enviados a algunos journals de presunto alto impacto internacional- en desmedro de las actividades de enseñanza y de extensión universitaria.
Si obviamos el perjuicio que esta decisión le ocasiona a la mayoría de los destinatarios de la enseñanza -los estudiantes- y de la extensión universitaria -ciudadanos que gracias a ella podrían mejorar su calidad de vida-, quedamos en condiciones de admitir que se trata de una decisión entendible, ya que es sensato que en todo ámbito laboral el trabajador priorice la realización de aquellas tareas a las que se somete la evaluación de su desempeño y, entonces, pueda asegurar su permanencia en su cargo.
En el ámbito universitario latinoamericano actual la publicación de papers en revistas de alto impacto internacional es el ítem de mayor valor en los baremos que se aplican en la evaluación del desempeño profesional del docente (por ejemplo, al momento de la renovación de su contrato o de su postulación a un cargo académico de mayor jerarquía),7 mientras que la evaluación de sus actividades de enseñanza y de extensión universitaria suele ser, cuando existe, accesoria y bastante laxa. En consecuencia, es muy frecuente que los profesores universitarios más calificados ocupen la mayor parte de su tiempo en investigar para publicar, reduciendo el tiempo que le destinan al dictado de cursos y, sobre todo, a la preparación de clases, atención a estudiantes, escritura de libros de divulgación,8 actividades de relacionamiento y de intercambio de conocimientos con el medio social, etcétera.
De hecho, por lo menos en el caso de Uruguay, los docentes universitarios que le dedican la mayor parte de su carga horaria a actividades de extensión -función enfáticamente destacada en los discursos y documentos oficiales universitarios- suelen tener grados académicos más bajos que los que se dedican en forma mayoritaria a actividades de enseñanza -función sine qua non de la universidad-, y éstos grados académicos más bajos que los que le dedican la mayor parte de su jornada laboral a la investigación… y, sobre todo, a recorrer el febril proceso orientado a la publicación de papers.9
Además, no se debe soslayar que las herramientas con las que cuentan los agentes universitarios son, en su mayoría, cada vez menos adecuadas para valorar a aquellos docentes que, pudiendo hacerlo, no se involucran en la competencia por publicar papers y optan, en su lugar, por privilegiar actividades de enseñanza y de extensión universitaria, de enorme importancia social y política.
Consideraciones finales: los universitarios como sujetos sujetados
La expansión de la educación superior pública en América Latina es un proceso ya consolidado y, seguramente, irreversible. El acceso a ese nivel de sectores sociales antes excluidos y las acciones que se ejecutan para promover la persistencia y el éxito de los estudiantes10 tienen un efecto democratizador que debe ser enfáticamente destacado. En esa línea se inscribe el ya citado planteo de Catani (2009): el gran desafío a enfrentar es expandir la educación superior pública, gratuita y con estándares aceptables de calidad, en instituciones en las que enseñanza, investigación y extensión caminen juntas, integradas.
No obstante, la expansión de la ES pública no debe restringirse a la ampliación y democratización del acceso. De acuerdo con lo expuesto antes, la creciente primacía de la lógica del capital y de la competencia inherente a la ideología neoliberal dificulta en alto grado la posibilidad de alcanzar estándares elevados de calidad y, sobre todo, de que las funciones de enseñanza, investigación y extensión se desempeñen de forma genuinamente integrada.
Más relevante aun, la sujeción a la lógica del capital está alejando a la ES pública de su sentido profundo, viciando la convivencia entre actores universitarios y, en cierta medida, erosionando algunos atributos sustantivos que las universidades comenzaron a forjar desde la irrupción del movimiento de Córdoba, hace ya cien años: la autonomía de pensamiento, la reflexión crítica, la deliberación sistemática, la cooperación interpersonal, todo ello orientado a la transformación social con base en la solidaridad y en la justicia social como tarea colectiva. Siendo así, tal vez debamos avalar la percepción de Žižek (2002: 12) en cuanto a “la inconmensurabilidad fundamental que existe entre el dominio simbólico de la igualdad, los derechos, los deberes, etcétera, y la particularidad absoluta del espacio fantasmático, es decir, de los modos específicos en que los individuos y las comunidades organizan su goce”.
Hecho eso, se vuelve turbador reconocer que una cantidad creciente de universitarios, orgullosos y autoproclamados partícipes de comunidades académicas, y sometidos a potentes exigencias institucionales e imperativos externos, organizan su goce -cuando no su miedo- en torno a la pulsión de encontrar sus nombres estampados encima de los abstracts de cada paper que febrilmente publican.
Pero no se trata, en absoluto, de culpabilizar a las víctimas: los actores universitarios somos, mal que nos pese, sujetos sujetados. Si bien muchos académicos nos han mostrado la lógica y algunos mecanismos de la sujeción, hasta el momento no hemos sido capaces de mitigarla, y mucho menos de resistirla.
Uno de los caminos a nuestro alcance pasa por capitalizar el impulso y las potencialidades de las nuevas generaciones, habida cuenta de que a los que recién se incorporan al mundo académico -estudiantes, docentes noveles- tal vez les resulte más difícil reconocer que se los acuesta en un cruel lecho de Procusto, y que no llegará ningún hermano, ningún Teseo, a hacer justicia.11
Al igual que en tantos otros ámbitos sociales, contribuir a forjar ese reconocimiento es tarea de todos. En definitiva, es cada vez más imperioso asumir la máxima que la coalición Herri Batasuna tomara de Jesús Ibáñez (1994): cuando algo es necesario e imposible, hay que cambiar las reglas del juego con el que juegan con nosotros.