Introducción
Existen diversas investigaciones, tanto cuantitativas como cualitativas, sobre la relación entre los adultos mayores y las tecnologías digitales.1 Sin embargo, se ha subrayado que estas tienden a ser ricas empíricamente, pero pobres en sus aspectos teóricos (Sixsmith y Gutman, 2013). El área de envejecimiento y tecnologías digitales es cada vez más investigada; hay revistas específicas (en inglés) que presentan una gran cantidad de estudios de casos o análisis estadísticos de uso, habilidades o exclusión. Estos estudios comprenden adultos mayores de diversos países y de diversos contextos, desde personas que viven de manera independiente hasta quienes se encuentran en estado de vulnerabilidad social y de fragilidad.
El propósito de este ensayo no radica en llevar a cabo un resumen extenso y exhaustivo de la literatura sobre este tema;2 lo que debe aclararse es que, en general, parece que impera un optimismo en cuanto a que los adultos mayores se benefician intrínsecamente con el uso de internet y artefactos como smartphones o tablets (Russell, 2011; Seifert, Kamin y Lang, 2020; Schlomann et al., 2020; Etzioni, 2020).
La relación entre la tecnología y el envejecimiento está marcada en estos estudios por un tecno-optimismo imperante basado en una suerte de “solucionismo tecnológico” (Morozov, 2013) que propone una creciente intervención tecnológica para atender los diversos problemas sociales que emergen con el envejecimiento de las sociedades.3 Las tecnologías digitales aparecen como la panacea que podrá solucionar todos los problemas de nuestra vida y, particularmente, la de los adultos mayores. En relación con esto, el filósofo Nolen Gertz sostiene que:
A medida que nos acostumbramos a la ubicuidad y utilidad de las tecnologías, también nos acostumbramos a que las tecnologías configuren las formas en que vemos el mundo y actuamos en él […]. Porque hoy definimos “progreso” en términos tecnológicos, evitar una tecnología por miedo es arriesgarse a ser visto como temeroso del progreso, o como un ludita que -considerando los peligros que la tecnología de hecho nos propone- es un destino peor que la muerte (2018, párr. 3-4).4
Existe, también, un indicio de edadismo en este tipo de enfoques excesivamente tecno-optimistas, en la medida que los adultos mayores parecen ser objetos pasivos de la intervención tecnológica (Östlund, 2004; Peine, Rollwagen y Neven, 2014). Los comentarios críticos que van en contra de estas actitudes sugieren entender a esta población como individuos que tienen la capacidad crítica de usar o rechazar la tecnología en sus propios términos y decidir el papel de estas dentro de sus vidas, en lugar de visualizarlos como víctimas inocentes de la falta de habilidades tecnológicas (o que se las clasifique como tecnológicamente rezagadas) (Selwyn, 2006; Selwyn et al., 2003; Knowles y Hanson, 2018; Quan-Haase, Martin y Schreurs, 2016; König y Seifert, 2020; Hakkarainen, 2012).
En este sentido, en este ensayo se analizan investigaciones que critican la actitud de diseñadores, investigadores y formuladores de políticas que parecen conceptualizar la edad como una deficiencia y a los adultos mayores como incompetentes, cuyas necesidades se pueden mapear y resolver a través de intervenciones tecnológicas (Peine y Neven, 2018; Peine, 2019). En contraste, se muestra que negocian activamente con los diversos aparatos que componen su mundo y su vida, así como la transforman con sus prácticas (Lassen, 2017; Kuijer, Nicenboim y Giaccardi, 2017; Joyce y Loe, 2010). En este escenario, no utilizar dispositivos tecnológicos y evidenciar el rechazo hacia algunos de estos son resultados posibles válidos de sus negociaciones (Kania-Lundholm, 2019).
A partir de la reflexión sobre estos enfoques críticos, se propone prestar atención a nuevas aproximaciones teóricas influidas por los estudios sociales sobre ciencia y tecnología (STS, por su sigla en inglés), así como por autores posthumanistas como Barad (2007) o Haraway (1991), quienes han señalado un giro materialista en cuanto al envejecimiento y las tecnologías, y destacan los ensamblajes humano-tecnología y su co-construcción. Estos análisis han señalado que las posiciones humanistas como las de la apropiación (Casamayou y Morales, 2017; Morales y Rivoir, 2018), al considerar solo la agencia humana, pueden resultar incompletas al estudiar la relación entre los adultos mayores y la tecnología (Peine y Neven, 2018; Andrews y Duff, 2019ª; Höppner y Urban, 2018). Por lo anterior, se busca definir los límites de la apropiación de las tecnologías que asume un ser humano (adulto mayor) con una esencia preexistente a su interacción con la tecnología.
Este trabajo se desarrolla de la siguiente forma: primero se presenta la evolución de las concepciones binarias -ya anticuadas- basadas en el uso/no uso de la tecnología hacia otras definiciones complejas que han considerado el contexto del uso/no uso; además, se presenta la noción humanista de la agencia de los adultos mayores. Luego, en las dos secciones siguientes, se busca desafiar directamente estas posiciones, que son excesivamente humanistas, tecno-optimistas, deterministas y paternalistas, las cuales han contemplado que la tecnología impacta en sus vidas como un factor externo, lo que las convierte en necesarias; para ello resulta imprescindible contar con intervenciones tecnológicas a través de políticas públicas.
Mediante un ejercicio de contrastación de estos acercamientos, se presentan ideas del giro material y posthumanistas para el estudio del envejecimiento. Se concluye que la etnografía, como técnica de investigación, puede ser la más adecuada para dar cuenta de las formas en las que el envejecimiento está co-construido con diversos elementos sociotécnicos.
Concepciones binarias, complejas y agencia: ¿víctimas o decisores?
Investigaciones recientes enfocadas en la apropiación de la tecnología han tendido a adquirir un enfoque paternalista y determinista en cuanto al uso y la adopción de las tecnologías digitales por parte de los adultos mayores. Por lo general, estos estudios han sido optimistas y señalan que la tecnología interviene o impacta en su vida con el objetivo de incrementar su bienestar (Peine y Neven, 2018).
Una definición extensa de esta apropiación es la de Morales: “el movimiento que un sujeto individual o colectivo realiza para apoderarse, legítima o ilegítimamente, de un/unos recurso/s que ha definido como valiosos para sí, sea por la funcionalidad directa que esos recursos poseen o por el poder que su posesión y uso le reportan” (2018, p. 30).
Estos enfoques surgen debido a que se ha indicado que el uso de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) disminuye con la edad, lo que se ha denominado como brecha digital gris (Olsson, Samuelsson y Viscovi, 2019; Colombo, Aroldi y Carlo, 2015; Friemel, 2016; van Deursen y van Dijk, 2011; Millward, 2003); sin embargo, sostienen que su uso ayuda a que los adultos mayores se sientan empoderados, y fortalece su autoestima (Hunsaker y Hargittai, 2018; Czaja, 2017; Weisman, 1983; Farris et al., 1995; Karavidas, Lim y Katsikas, 2005; Gagliardi et al., 2007; Shapira, Barak y Gal, 2007; Abbey y Hyde, 2009).
Las tecnologías digitales se han señalado como factores que ayudan a los adultos mayores a reducir los niveles de soledad, mantenerse independientes e incrementar el contacto social y el bienestar general (Cotten, Anderson & McCullough, 2013; Winstead et al., 2013; Czaja et al., 1993; White y Weatherall, 2000; Seifert y Schelling, 2016; González, Ramírez y Viadel, 2012; Sixsmith, 2013; Bosch y Currin, 2015; Seifert, Kamin y Lang, 2020; Etzioni, 2020). Estas investigaciones de carácter tecno-optimista se han centrado en los determinantes del uso y no uso de la tecnología por parte de estos (Schlomann et al., 2020; Marston et al., 2019; König y Seifert, 2020), y presentan el problema de reducir su experiencia al empleo de conceptos y variables que luego son analizados dentro de modelos estadísticos.
Estos enfoques son útiles para obtener una perspectiva descriptiva general del impacto de la tecnología en las vidas de los adultos mayores, pero presentan el problema de suprimir la complejidad intrínseca de la vida; es decir, de la experiencia social humana como algo que no puede ser fácilmente diseccionado y esquematizado. La realidad demuestra que la vida social suele ser desordenada y caótica (Law, 2004), donde las variables interactúan entre sí dentro de las acciones de las personas, y la información sobre esto no puede disecarse de una manera sencilla (Johnson y Kotarba, 2002; Kotarba y Fontana, 1987).
Los análisis cualitativos de la apropiación también han partido del principio que sostiene que el uso de la tecnología es una suerte de imperativo moral, y que el no uso es un problema social grave que debe ser atendido por medio de políticas públicas (ver, por ejemplo, Casamayou, 2016). En contraste, investigadores como Dickinson y Gregor (2006) han argumentado que no existe una evidencia clara de que el uso de la computadora beneficie a los adultos mayores y que, además, hay puntos teóricos que carecen de solidez en la literatura sobre el tema. Los autores argumentan que los estudios no logran determinar quién compone el grupo de esta población; los grupos de participantes en las investigaciones varían: contemplan personas mayores que viven de manera independiente, así como personas frágiles en hogares de ancianos. Asimismo, el bienestar como concepto no se define y se mide de diferentes maneras en múltiples estudios (Hunsaker y Hargittai, 2018).
Dickinson y Gregor (2006) critican la naturaleza de muchos estudios basados en intervenciones, donde los resultados podrían ser espurios debido a que las mejoras en el bienestar de los adultos mayores podrían atribuirse a las interacciones sociales cuando estos participan en las intervenciones (ya sea a través de las capacitaciones en informática o debido a su interacción con los investigadores). De acuerdo con estos autores, también podría haber una atribución errónea de causalidad: ¿es el uso de la computadora y la conectividad a internet lo que aumenta el bienestar?, o, ¿es la falta de bienestar lo que disminuye la conectividad a internet? Además, los investigadores indican que se han generalizado de manera inapropiada los resultados, lo que tiende a ignorar la heterogeneidad de esta población (Fernández-Ardèvol, Sawchuk y Grenier, 2017; Rosales y Fernández-Ardèvol, 2019).
Es evidente la dificultad que implica separar las circunstancias estructurales e individuales de la vida de los adultos mayores; en este sentido, Mead y Neves (2018) han hecho hincapié en la recursividad entre el contexto social y el uso de la tecnología, donde es imposible separar causas y efectos. Del mismo modo, Peek (2017) destacó la compleja relación entre el dinámico contexto social, físico y tecnológico en el que se desenvuelven; y, de forma más específica, Crow y Sawchuk (2014) criticaron los modelos estadísticos agregados, ya que medir de esa manera sus habilidades hace que los patrones de uso sean estadísticamente insignificantes y, por lo tanto, socialmente irrelevantes. De acuerdo con esto, es más útil describir el uso de la tecnología en términos de una ecología, un continuo o un espectro de usos, y enfatizar la historia, el dinamismo y la fluidez de la vida de las personas. Estos enfoques
proporcionan un análisis relacional y sensible al contexto de las condiciones, prácticas y motivaciones para el uso de la tecnología en términos que interrumpen y desplazan a los binarios que tienden a representar a los usuarios más jóvenes como “nativos digitales” y usuarios mayores como “luditas”. Este enfoque considera a los usuarios de todas las edades como sujetos en proceso que se ubican espacial y temporalmente, cuyas vidas cambian, que nacen en períodos históricos y en diferentes generaciones con medios de comunicación específicos, que son extraordinariamente diversos pero que son a la vez parte de un conjunto más amplio de condiciones materiales, sociales y personales que influyen en el uso de los medios en un momento particular. Por consiguiente, es vital situar el uso de cualquier dispositivo dentro de un conjunto más amplio de posibilidades de comunicación, así como en un marco de tiempo histórico que tenga en cuenta la experiencia con los medios anteriores y evite la tentación de hacer predicciones fáciles sobre nuestro futuro tecnológico basado en una sola variable (Crow y Sawchuk, 2014 p. 280).
Lo anterior implica concebir a los adultos mayores como agentes en el uso de medios digitales en lugar de ser definidos por estructuras, lo que permite entenderlos como capaces de tomar decisiones, activos sobre el papel que la tecnología ocupa en sus vidas (Selwyn, 2006).
El uso de las tecnologías es un tema complejo en el que intervienen múltiples variables; esto se entiende si consideramos que la vida de los adultos es dinámica y que ellos son capaces de tomar decisiones en función de sus circunstancias. Esta ha sido una conclusión de Peek, en los Países Bajos:
El envejecimiento es complejo, dinámico y personal, y esto también se refleja en el uso de tecnologías por parte de las personas mayores. Los períodos de estabilidad y los períodos de cambio ocurren naturalmente […]. Muchos factores podrían influir potencialmente en por qué los adultos mayores continuarían o cambiarían el uso de tecnologías en el hogar. Estos incluyen la ocurrencia de eventos de la vida, el declive relacionado con la edad, los cambios en la orientación de objetivos personales y varios tipos de influencias sociales (2017, p. 161).
Estas conclusiones afirman que la vida de los adultos mayores cambia, lo que impacta la manera en la que se relacionan con las tecnologías digitales. Esto destaca que el uso de las tecnologías digitales es un espectro que fluctúa de acuerdo con los cambios naturales en las circunstancias de la vida de una persona, lo que podría llevarla a adoptar, cambiar usos o dejar de utilizar una tecnología (König y Seifert, 2020). Así, los adultos mayores, como seres humanos que han vivido más tiempo, en lugar de ser considerados como víctimas excluidas de la sociedad de la información en contra de su voluntad, demuestran que tienen la experiencia vital necesaria para asumir el valor apropiado de la tecnología en sus vidas, en las cuales pueden encontrar significado y usos, o, de manera consciente, pueden optar por rechazarlas.
Se ha asumido, con frecuencia, que la relación entre los adultos mayores y las tecnologías digitales es más compleja que el uso/no uso, por lo que diversos investigadores han desarrollado diferentes tipologías para describir las interacciones persona mayor-tecnología digital (Kania-Lundholm, 2019; Neves y Amaro, 2012; Casamayou, 2016; Gil y Rodríguez-Porrero, 2015). Por lo tanto, la inclusión tecnológica debería ser más una opción que un imperativo moral (Joyce et al., 2017; Neven y Peine, 2017), y el no uso presentarse como una decisión perfectamente válida que no significa, en automático, ser incapacitado por fuerzas externas como la brecha digital (Wyatt, 2014).
Agencia, tecnología y no uso
El uso de tecnologías digitales como decisión más que como exclusión, debe ser comprendido considerando la agencia de los adultos mayores frente a sus circunstancias. Sallinen, Hentonen y Kärki plantean que se ha prestado poca atención a este tema, y se preguntan: “¿son las decisiones concernientes al uso de tecnología hechas por los adultos mayores o para ellos?”5 (2015, p. 28). El concepto agencia es clave y ampliamente discutido en las ciencias sociales, del cual existen diversas conceptualizaciones (Emirbayer y Mische, 1998).
El finlandés Jyrki Jyrkämä (2008) ha propuesto un modelo teórico que denomina modalidades de agencia: en este esquema los adultos mayores deben concebirse mediante la contemplación de diversos elementos interrelacionados: 1) cómo el individuo decide usar, o no, una función social particular; 2) el saber cómo y las habilidades propias de la persona; 3) el estar capacitado física y mentalmente; 4) las motivaciones y objetivos personales; 5) las opciones con las que el individuo cuenta; y 6) sus obligaciones, sus valores y sentimientos. El autor afirma: “la agencia es algo que se origina, toma forma y se renueva dentro del proceso entrelazado y dinámico de estas modalidades” (Jyrkämä, 2008, p. 195, citado en Rasi y Kilpeläinen, 2015, p. 152).
Esta forma de entender la agencia considera tanto limitantes estructurales como individuales, y a la vez subraya la intención de la persona para actuar de una manera particular, lo que incluye la capacidad decisoria como un aspecto a considerar en el uso de las tecnologías digitales por parte de los adultos mayores. Lipponen (2007), por su parte, ha definido que la agencia frente a los medios contempla también la resistencia y el desafiar las estructuras tecnológicas imperantes (en Rasi y Kilpeläinen, 2015, p. 156).
Selwyn (2006) indicó que la relevancia de la tecnología en la vida de las personas es un factor crucial, y subrayó que el papel de la elección en el uso de las TIC debe ser de acuerdo con las necesidades personales de cada individuo. Como se mencionó anteriormente, Jyrkämä (2008) también propuso que la agencia de las personas frente a la tecnología implica la posibilidad de su no utilización.
El no utilizar las tecnologías se relaciona con las decisiones individuales sobre el rol de la tecnología en la vida, así como existen “sutiles matices en las diferentes formas de uso de la tecnología” (Baumer et al., 2015, párr. 2). Reconocer esto refiere al enfoque de capacidades desarrollado por Nussbaum y Sen (1993), ya que la tecnología debería ser una forma de empoderar a las personas para vivir una vida mejor y desarrollar su capacidad de agencia dentro de sus circunstancias. De esta manera, los individuos tienen la capacidad de rechazar la tecnología, y esto es algo que debe asumirse y respetarse (Hakkarainen, 2012). Como señalan Fernández-Ardèvol et al.: “no usar una tecnología en particular es una forma en que el adulto mayor articula su experticia sobre su propia vida de la misma manera en que atribuye nuevos significados a las tecnologías que decide usar. Así es como los adultos mayores expresan su agencia y autonomía a través de su uso y no uso de tecnología” (2019, p. 48).
Estas apreciaciones describen que la utilidad de los diferentes aparatos que componen el mundo de la vida no debe darse por sentada, sino que debe “calificarse en términos de usos y contextos pertinentes, a la par con el reconocimiento de que, en algunas ocasiones, las situaciones tecnológicas son innecesarias” (Richardson et al., 2011, p. 132). Para esto, es importante considerar las necesidades reales de las personas y las formas en las que estas son negociadas con la tecnología, así como prestar atención a los matices de adopción a fin de comprender equilibradamente el uso de las tecnologías digitales como dependiente, tanto de factores estructurales como de circunstancias vitales individuales. Un factor que debe contemplarse es el rol de la familia y los llamados warm experts (Bakardjieva, 2005), que pueden transformar a un adulto mayor en usuarios proxy (Toczyski, Kowalski y Biele, 2019; Castleton, 2019).
Asimismo, si una persona está feliz y satisfecha con su vida, y no considera que la adopción de la tecnología es de utilidad, ¿para qué usar una computadora o acceder a internet? (Rasi y Kilpeläinen, 2015; Hakkarainen, 2012). El no utilizar las tecnologías no representa una fuente de marginalidad, exclusión y, por consecuencia, un imperativo ético de inclusión -como generalmente se presume-, sino que deben contemplarse los matices de uso, las decisiones y las necesidades de las personas, a las cuales las políticas públicas deben responder de formas que no sean exclusivamente tecnológicas.
En este sentido, Wyatt (2003) ha escrito en su estudio sobre quienes no utilizan internet que “los no usuarios también importan”. En su investigación describe cómo, en general, las políticas públicas asumen que las personas quieren convertirse en usuarios de la tecnología, lo cual es una premisa que ha guiado la mayoría de estas políticas con respecto al acceso a internet. Para remediar la exclusión de acceso a la red, los gobiernos recurren a brindar servicios, educación y capacitación, pero lo que Wyatt (2003) afirma es que puede que la decisión de no acceder a internet no sea un problema de intrínseca desigualdad o desventaja.
En lugar de ser receptores pasivos, cuyas vidas se mejorarán positivamente por la tecnología, los adultos mayores, en muchos casos, son agentes que la entienden de diferentes maneras y negocian su significado dentro de sus contextos (Richardson et al., 2011); incluso, hay quienes tienden a sentirse “más viejos” debido a que se sienten estereotipados (Caspi, Daniel & Kavé, 2019). Por otra parte, Wyatt (2014) insiste en que hay un amplio espectro de personas que usan internet de acuerdo con sus propias necesidades y otras que voluntariamente no lo hacen (Selwyn et al., 2003).
Asimismo, al prestar atención a las formas en las que las personas usan las tecnologías de manera creativa, se desafía el asumir que los adultos mayores son tecnológicamente ignorantes (Joyce, Loe y Diamond-Brown, 2015; Giaccardi, Kuijer y Neven, 2016). Es necesario ser lo suficientemente cuidadoso como para distinguir entre el rechazo de internet, en su conjunto, y elegir no utilizar algunos aspectos de este, ya que existen quienes adoptan ciertos elementos en sus rutinas y rechazan otros (Kania-Lundholm, 2019). En general, la noción del no usuario también muestra la necesidad de incluirlos como una categoría en los procesos de diseño porque, como se pregunta Wyatt: “¿harían los teléfonos móviles ruidos tan irritantes si los no usuarios hubieran estado involucrados en su diseño?” (2014, p. 78).
Para estudiar el impacto de la tecnología en las vidas de los adultos mayores debe considerarse un enfoque complejo que incluya la interacción entre el contexto social y la elección individual responsable de las personas, lo que abarca la no utilización. Al resumir el uso y el no uso a un problema de agencia, se excluyen otros elementos que definen el envejecimiento y lo que implica ser un adulto mayor. Dentro de estos elementos se podrían mencionar: normas, discursos, marcos políticos, diseñadores de tecnologías, y las tecnologías en uso. A continuación, se hace un recuento de la literatura que utiliza herramientas de los estudios sociales sobre ciencia y tecnología (STS), que describe el envejecimiento como un problema social, discursivo, político y normativo, además de material.
Hacia una perspectiva sociomaterial sobre el envejecimiento y la tecnología más allá del determinismo y paternalismo
La gerontología crítica ha subrayado que las narrativas existentes sobre el envejecimiento mezclan intereses de mercado, políticas y estereotipos (Gilleard y Higgs, 1998; Higgs y Gilleard, 2014; Baars, 1997). Influenciados por estas aproximaciones críticas, los académicos que utilizan la perspectiva de los STS han criticado repetidamente la dinámica simplista de inclusión y exclusión relacionada con el acceso a las tecnologías digitales que a menudo se describen en la literatura, así como la concepción de estas como una solución externa e independiente a los problemas del envejecimiento (Peine et al., 2014; Joyce et al., 2017).
Estos estudios han enfocado sus críticas a visiones en las que las tecnologías son herramientas clave en la promoción de soluciones para el cambio demográfico, como el envejecimiento activo (Peine, et al., 2015; Lassen y Moreira, 2014). Se ha destacado, contrariamente, en la configuración social de la tecnología por parte de los adultos mayores (Peine, 2019; Peine y Neven, 2018; Östlund, 2004), para entender que la tecnología ejerce influencia en el ámbito social de una manera interna, en combinación con factores no tecnológicos (Aibar, 1996).
Además, las críticas han recalcado que se ha ignorado que la vejez, considerada como idea social, es co-producida con diferentes aparatos tecnológicos (Peine, 2019; Peine y Neven, 2018; Joyce et al., 2017; Joyce et al., 2015; Wanka y Gallistl, 2018; Höppner y Urban, 2018; Neven, 2015).
El envejecimiento ha sido entendido como una parte del curso de la vida dominado por el deterioro físico y cognitivo, donde la tecnología puede intervenir y analizarlo como un problema social, para el cual proporciona un “triple triunfo” en la medida que alivia las consecuencias sociales del envejecimiento, brinda a los adultos mayores una vida mejor y fomenta el crecimiento económico debido al desarrollo e innovación de tecnologías para los adultos mayores (Neven y Peine, 2017; Neven, 2015).
Así entendidas, la ciencia y la tecnología estarían separadas de las experiencias del envejecimiento, y es por eso que Peine et al. (2014) , p. 199) sugirieron que los adultos mayores deberían entenderse más bien como “co-creadores activos”, ya que ellos han sido y son, en muchos casos, consumidores activos y usuarios ingeniosos, más que ineptos receptores (Kuijer, Nicenboim y Giaccardi, 2017). Por lo tanto, ellos están “bien preparados para usar la tecnología como un recurso, es decir, para seleccionar, modificar y usar activamente la tecnología para dar significado e identidad a sus vidas” (Peine et al., 2015, p. 203).
Por otra parte, si se entiende a los adultos mayores de modo contrario, Peine et al. sugieren que esto implica una perspectiva paternalista que minimiza “la capacidad de los adultos mayores para estar a cargo de sus entornos técnicos” (2015, p. 204), donde existe el riesgo de que predominen las nociones e ideologías de los diseñadores (Oudshoorn, Neven y Stienstra, 2016). Además, como el consumo activo ha sido un área fundamental de gran parte de esta población en la actualidad, es necesario considerar cómo les dan significado a las cosas materiales.
Larsson (2009), por ejemplo, describió la forma en la que los adultos mayores organizan y reorganizan activamente sus posesiones, y cómo deciden sobre las cosas que poseen. Esto, a menudo, significa deshacerse de las cosas o negarse a adoptarlas consciente y deliberadamente, en lugar de ser un problema atribuible a su falta de capacidad. Por lo tanto, el enfoque del análisis debe centrarse en la co-construcción de la tecnología y los adultos mayores, a medida que estos introducen o rechazan artefactos en su vida cotidiana, o la manera en que los ponen en usos imprevistos (Kuijer, Nicenboim y Giaccardi, 2017; Giaccardi et al., 2016).
Es más útil e innovador enmarcar las relaciones entre la tecnología y el envejecimiento en una perspectiva sociomaterial que incluya la co-construcción entre objetos tecnológicos y el orden social (Peine et al., 2015; Östlund et al., 2015). De esta manera, se tiene una mejor posición para comprender cómo la cultura material ha moldeado la constitución del envejecer, cómo se construyen las ideas sobre el envejecimiento junto con los aparatos tecnológicos, cómo la agencia que los adultos mayores desarrollan en su vida diaria sucede de manera co-productiva con la tecnología, y de qué manera se crea identidad y significado en medio de la creciente constelación de artefactos que componen sus vidas (Peine et al., 2015; Twigg, 2013).
La materialidad que integra el mundo de la vida de las personas, y las formas en que estos se relacionan con ella, son fundamentales para tener una comprensión más profunda del envejecimiento. Un ejemplo de esto lo ofrece Loe (2010), quien describe en su estudio que adultos mayores en el norte del estado de Nueva York (mujeres nonagenarias en su estudio, a las que denomina como “tecnogenarias”) desarrollan usos creativos de la tecnología cotidiana dentro de sus vidas. Loe notó que los participantes en su investigación se constituyen mutuamente con la tecnología en la medida en que negocian con diversos aparatos para lograr autoeficacia, bienestar y establecer conexiones sociales; ambos “[están] integrados y [los adultos mayores] construyen sentido en mundos sociales donde cada uno actúa recíprocamente e influye sobre el otro” (2010, p. 321).
Otro ejemplo lo proporcionan Joyce y Loe (2010), quienes señalaron la creatividad de los adultos mayores cuando se relacionan con la tecnología: “las personas mayores no son consumidores pasivos de tecnología como dispositivos que les ayuden a caminar o de medicamentos, sino que utilizan creativamente los artefactos tecnológicos para hacerlos más adecuados a sus necesidades” (p. 172). De este modo, más que ser víctimas de intervenciones tecnológicas, las autoras hacen hincapié en la agencia y las estrategias que ellos tienen para resaltar su autonomía por medio del uso de un amplio conjunto de artefactos. En este sentido, Joyce et al. (2017, p. 163) también mencionan que la negociación de los adultos mayores con la tecnología resalta su agencia al decidir de qué maneras estas herramientas serán utilizadas o no; asimismo, al reapropiarse y resistirse a la tecnología, dan forma a la cultura del envejecimiento que las tecnologías definen.
Estos ejemplos desafían la tendencia de asignar a los adultos mayores el papel de objetos en lugar de sujetos capaces de tomar decisiones (Östlund, 2004, p. 46-47). Esto exige poner distancia de la “investigación técnica” en la que el investigador se ve impulsado a aplicar conocimiento técnico para resolver problemas y pone el foco en el comportamiento práctico y en el contexto donde suceden las relaciones sociales entre los adultos mayores y la tecnología.
Lo anterior implica considerar que, cuando se realiza una investigación empírica, el uso de artefactos no debe considerarse como un imperativo moral, sino que los investigadores deben centrarse en los matices de las relaciones entre la estructura de la vida cotidiana y las formas en las que una tecnología logra o no integrarse en las rutinas diarias de la población considerada (Östlund, 2004, p. 50). Así, se logra de una manera más justa entender la relación en su complejidad, a partir de establecer una distancia adicional de los puntos de vista esencialistas, lo cual permite comprender las maneras en que los adultos mayores toman decisiones significativas sobre el rol de las tecnologías digitales en sus vidas.
Estas formas de comprender la relación adulto mayor-tecnología han sido profundizadas en diferentes estudios que han adoptado una perspectiva posthumana (Andrews y Duff, 2019a) y se enfocan en el “giro material”. Al incluir componentes materiales como actores clave, han prestado atención a las formas en las que el envejecimiento se co-produce en interacciones, discursos y artefactos técnicos.
Además, se ha establecido una simetría entre actores humanos y no-humanos al definir el proceso de envejecimiento (Andrews y Duff, 2019b; Peine y Neven 2018; Neven, 2015). Höppner y Urban describen, en este sentido, la coproducción de la edad: “tecnologías, discursos y espacios deben ser entendidos como potenciales coproductores en el análisis del envejecer como potenciales agentes entre otros agentes” (2018, p. 5).
Esto implica un cambio ontológico radical, como lo explica Suopajärvi (2015), quien llevó a cabo un estudio sobre adultos mayores y vida diaria en Oulu, Finlandia, mediante el empleo del concepto de intra-acción de Barad. La intra-acción refiere a que los elementos materiales de la vida social y sus significados no preexisten a su relación, sino que se constituyen mutuamente. La autora nota que “el mundo no es un lugar de relaciones estables o de claros límites entre agentes, sino que es un constante estado de surgimiento” (Suopajärvi, 2015, p. 114), y destaca el rol de los discursos en la determinación de su identidad:
la sociedad de la información y sus discursos sobre las personas mayores como “tecno-fóbicas” o como “navegadores grises” afecta la manera en que experimentan su propia relación con las TIC y a sí mismos como miembros de la sociedad de la información. Cuando la norma es ser capaz y tener la voluntad de usar las nuevas tecnologías, las personas tienen que inventar estrategias para incorporarse a la definición actual de ser un buen ciudadano (Suopajärvi, 2015, p. 113).
Una propuesta interesante para contemplar la coproducción de adultos mayores y la tecnología en este marco es la praxeología material de envejecer con tecnología, desarrollada por Wanka y Gallistl (2018), quienes incorporan la noción de habitus de Bourdieu (1977) y proponen que “la edad surge en la conjunción de políticas, saberes, cuerpos, científicos, tecnologías, diseñadores, espacios y mucho más” (Wanka y Gallistl, 2018, p. 7). De este modo, proponen que es necesario considerar las relaciones de poder en los distintos campos sociales, la agencia tanto de actores humanos como no humanos, y las prácticas sociales que emergen como resultado de las interacciones entre los diversos agentes.
Estos análisis posthumanistas son novedosos en la medida que distribuyen la agencia entre las personas y la tecnología, y se enfocan en sus ensamblajes (Haraway, 1991), por lo que evitan presuponer la primacía de unos sobre otros. Esto es algo que Bruno Latour (2005) ha propuesto en su teoría del actor-red, a través de la cual critica la “sociología de lo social” tradicional que considera lo social como un fenómeno determinante o como una variable independiente; a partir de esto, el autor promueve una “sociología de las asociaciones”, donde lo social es una consecuencia de la asociación de entidades humanas y no humanas. Para este autor, las entidades no humanas tienen la misma agencia y capacidad de actuar que nosotros y, por lo tanto, son elementos clave para entender el mundo social, a pesar de que han sido “las masas olvidadas” de la teoría sociológica (Latour, 1992).
La teoría del actor-red también ha propuesto que las identidades de las diferentes entidades -humanas y no humanas- que actúan en lo social se definen mutuamente de acuerdo con las redes en las que están insertas (Callon, 1986); es decir, existe tanto una simetría agencial como ontológica entre humanos y no humanos, donde no hay esencias preexistentes, sino que emergen en interacciones (Barad, 2007; Haraway, 1991).
Así, estos enfoques pueden captar la relación entre los adultos mayores y las tecnologías digitales de una forma más compleja que la simple apropiación. Los análisis basados en el giro material posthumanista consideran la interacción entre políticas, normas y discursos, instituciones, materialidades y ciencia e investigación (Wanka y Gallsitl, 2018), a fin de comprender la emergencia y constitución mutua tanto de la persona como de la tecnología.
Conclusiones
Este ensayo crítico propone, por un lado, que la apropiación de la tecnología incluya a los adultos mayores como tomadores de decisiones sobre el papel que juega en su vida diaria. Esto significa observar más detenidamente los factores que dependen del individuo en relación con su circunstancia social. Las circunstancias estructurales tienen un rol que determina la elección de no utilizar tecnología por parte de algunas personas; sin embargo, en ocasiones, el no uso podría implicar “tácticas de resistencia” conscientes a través de las cuales afirman el control sobre sus vidas (Selwyn et al., 2003, p. 111).
Por esto es necesario considerar la relación de los adultos mayores con la tecnología como fluida y dinámica, ya que podrían encontrar diferentes artefactos útiles en algunos momentos de sus vidas y en otros momentos no (König y Seifert, 2020; Kania-Lundholm, 2019; Peek, 2017). A este respecto, Selwyn et al. (2003) afirman:
los comentaristas sobre temas de tecnología y sociedad deberían evitar la tentación de asumir que la tecnología siempre está disponible y es una cosa “buena” […]. Existe el peligro de que los investigadores operen en una “sociedad de la información” imaginaria que no existe más allá de su entorno laboral y doméstico reificado y rico en tecnología. Los comentaristas de clase media a menudo olvidan el hecho de que la tecnología no es tan ubicua en la sociedad como lo puede ser en sus vidas (p. 112).
Por otro lado, este comentario destaca la perspectiva posthumanista al proponer que las prácticas sociomateriales ofrecen un punto de partida útil para comprender la constitución mutua entre el envejecimiento, los adultos mayores y las tecnologías digitales, al asumir que la tecnología contribuye en la definición de ser adulto mayor (Peine et al., 2015; Peine, 2019). Asimismo, esta perspectiva permite considerar las intra-acciones de diversos agentes y examinar cómo se establecen las identidades humanas y materiales en las negociaciones que esta población y las tecnologías establecen en sus ensamblajes diarios (Castleton, 2019; Gómez, 2015). En este sentido, resulta interesante prestar atención a las formas en las que los artefactos actúan sobre las personas; por ejemplo, cuando ellos tienen que modificar sus prácticas debido a la agencia de estos (Suopajärvi, 2015; Castleton, 2019).
El enfoque posthumano permite comprender las formas en que el envejecer se conforma social, discursiva y tecnológicamente, para el que análisis cualitativos son cruciales. La etnografía, al prestar atención a los “esfuerzos escondidos de domesticación” (Peine, 2019, p. 60) por parte de los mayores, se presenta como una estrategia metodológica clave para desafiar la idea de que los adultos mayores son pasivos receptores en quienes “impacta” la tecnología (Östlund, et al. 2015; Neven, 2010).
Además, por medio de observaciones etnográficas detalladas, se permitiría analizar de manera detallada los ensamblajes adultos mayores-tecnología en sus contextos normativos, discursivos culturales y políticos, a la vez que proporcionaría las herramientas clave para estudiar sus intra-acciones.
Los STS, particularmente la teoría del actor-red (Latour, 2005), han reiterado que nunca enfrentamos objetos o relaciones sociales de manera aislada, sino que nos enfrentamos a cadenas de asociaciones entre agentes humanos y no humanos, y proponen un tratamiento simétrico de entidades humanas y no humanas con el objetivo de seguir etnográficamente por el campo a los actores que se analizan (como seres discursos, normas, tecnologías, humanos, etcétera), y describir las formas en las que se co-constituyen (Callon, 1986).
Esto puede indicar que es un buen momento para que los investigadores vayamos más allá de la apropiación y nos enfoquemos en la co-construcción de los adultos mayores y las tecnologías digitales que utilizan o no, usan con -o por medio- de otros, o que interrumpen su uso. De esta manera, podemos dar cuenta de cómo el envejecimiento es co-constituido por diversos elementos y así obtener una visión más clara de lo que significa ser un adulto mayor en un mundo cada vez más mediatizado digitalmente.