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Revista Chapingo serie ciencias forestales y del ambiente
versión On-line ISSN 2007-4018versión impresa ISSN 2007-3828
Rev. Chapingo ser. cienc. for. ambient vol.19 no.1 Chapingo ene./abr. 2013
https://doi.org/10.5154/r.rchscfa.2011.10.077
Los procesos de desertificación y las regiones áridas
The processes of desertification and arid regions
Diódoro Granados-Sánchez1*; Miguel Á. Hernández-García1; Antonio Vázquez-Alarcón 2; Pablo Ruíz-Puga3
1División de Ciencias Forestales.
2Departamento de Suelos, Universidad Autónoma Chapingo. km 38.5 Carretera México-Texcoco. C. P. 56230. Chapingo, Texcoco, Estado de México. Correo-e: didorog@latinmail.com (*Autor para correspondencia).
3Facultad de Estudios Superiores Iztacala-Universidad Nacional Autónoma de México. Av. de los Barrios núm 1. Los Reyes Iztacala, Tlalnepantla, Estado de México.
Recibido: 17 de octubre de 2011
Aceptado: 28 de noviembre de 2012
Resumen
En este trabajo se realizó una revisión de la desertificación, un proceso de degradación de la capacidad productiva de la tierra, en particular en las regiones áridas y semiáridas del mundo. Debido a que la desertificación aumenta progresivamente, se estudian las causas que originan y agudizan este fenómeno en todo el mundo. En general, las causas de la desertificación se derivan de la presión combinada de un clima adverso y fluctuante, y de la sobreexplotación de los recursos naturales. Se describen aspectos relacionados con la extensión y severidad de la desertificación mundial, así como las particularidades de la degradación de la tierra en México. Se plantean, además, las características de los procesos de desertificación. Se considera la intrincada red de relaciones existentes entre las condiciones ambientales, las actividades productivas y sus efectos sobre los recursos bióticos, edáficos e hidrológicos. Finalmente, se presenta una serie de propuestas relacionadas con la aplicación de medidas preventivas y correctivas que tienden a prevenir y detener la desertificación.
Palabras clave: Clima, vegetación, suelo, erosión.
Abstract
This paper presents a review of desertification, a process of degradation of the productive capacity of the land, particularly in arid and semiarid regions of the world. Because desertification increases gradually, the reasons why this worldwide phenomenon occurs and worsens were studied. In general, desertification results from the combined pressure of an adverse and fluctuating climate and overexploitation of natural resources. Aspects related to the extent and severity ofdesertification worldwide are explored, as well as the particularities of land degradation in Mexico. Moreover, the characteristics of desertification processes are outlined, taking into account the intricate network of relationships between environmental conditions and productive activities and their effects on biotic, edaphic and hydrological resources. Finally, a series of proposals relating to the application of preventative and corrective measures that tend to prevent and curb desertification are presented.
Keywords: Climate, vegetation, soil, erosion.
Introducción
La desertificación se define como la degradación de las tierras de zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas, que resulta de factores de origen climático y de actividades antropogénicas como la deforestación, el sobrepastoreo, la expansión de áreas agrícolas hacia áreas frágiles y la sobreexplotación de la vegetación para uso doméstico. La precipitación es escasa o poco uniforme en muchas regiones áridas del mundo; así, muchas áreas carecen de agua suficiente para permitir la vida, excepto en forma limitada. La sobrepoblación humana y de animales intensifica el agotamiento del agua subterránea. La desertificación, el proceso por el cual las tierras se hacen más secas, está aumentando en todo el mundo. Más de 6,100 millones de hectáreas son zonas áridas y semiáridas. El 40 % de la superficie del planeta son tierras secas, parte de las cuales se han convertido en desiertos. Se estima que 70 % de las tierras secas productivas están actualmente amenazadas por diversas formas de desertificación. Esto afecta directamente el bienestar y el futuro de una sexta parte de la población mundial. La desertificación es una ruptura del frágil equilibrio que hizo posible el desarrollo de la vida en las zonas áridas del planeta. El objetivo de este trabajo es abordar el concepto de desertificación para su control.
La palabra "desertificación" apareció por primera vez en 1949 (Intergovernmental Negotiating Committee for the Elaboration of an International Convention to Combat Desertification [INCD], 1994b), al realizar estudios de degradación ambiental en regiones áridas, los cuales describen el reemplazo de los bosques por sabanas en África. Desde el decenio de 1950, diversos organismos de las Naciones Unidas se han preocupado por los problemas de las zonas áridas y semiáridas. En 1974, la Asamblea General de las Naciones Unidas recomendó que la comunidad internacional adoptara, sin demora, medidas concretas para detener la desertificación y contribuir al desarrollo económico de las zonas afectadas. De este modo, en 1977, se convocó a una Conferencia de las Naciones Unidas sobre la desertificación, donde se adoptó el Plan de Acción para Combatir la Desertificación. Después, en la Asamblea General de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y el Desarrollo, celebrada en 1992, el tema fue nuevamente analizado, aprobándose el Capítulo 12 "Ordenación de los ecosistemas frágiles: lucha contra la desertificación y la sequía" como parte del Programa 21. Finalmente, la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación en los países afectados por sequía grave o desertificación, compromete a los países signatarios a preparar y ejecutar acciones para combatir la desertificación y mitigar los efectos de la sequía (United Nations Conference on Desertification [UNCOD], 1977). En la actualidad se acepta que la desertificación es un problema que ocurre en las regiones áridas y semiáridas del mundo. El término se usa en un contexto espacial más amplio y se aplica a un medio en el que ocurre cierta degradación de la tierra. Sin embargo, es en las regiones áridas y semiáridas donde, a causa del mal manejo de los recursos naturales, se observa una mayor susceptibilidad al deterioro desencadenando una serie de procesos negativos. Algunos de éstos son: pérdida de suelos por erosión eólica e hídrica, empobrecimiento químico del suelo, reducción del nivel de agua del subsuelo, alteración general del ciclo hidrológico, regeneración natural menor de plantas herbáceas y leñosas, reducción severa de la productividad de los ecosistemas y pérdida de la diversidad biológica.
Existen tres categorías ambientales marcadas por las características climáticas, particularmente por la ocurrencia de lluvia, que definen la susceptibilidad de las regiones áridas de acuerdo con su grado de aridez. Dichas categorías son: época del año en la que la evapotranspiración potencial excede a la precipitación, probabilidad de una alta variabilidad en la precipitación total de un año a otro y probabilidad de eventos de sequía. Puede decirse que la desertificación es el resultado de la interacción de dos sistemas: a) el físico-biológico natural y b) el humano económico-social. Éstos se expresan en una disminución espacial y acusada de la biomasa y de la productividad biológica de los sistemas naturales como bosques, matorrales y pastizales, y humanizados como campos de cultivo, tanto en regadío como en secano (López, 1996).
Existen, principalmente, siete procesos responsables de la desertificación: i) degradación de la cubierta vegetal, ii) erosión hídrica, iii) erosión eólica, iv) salinización, v) reducción de la materia orgánica del suelo, vi) encostramiento y compactación del suelo y vii) acumulación de sustancias tóxicas para los seres vivos. De éstos, los cuatro primeros se consideran procesos primarios de desertificación, debido a que sus efectos son amplios y tienen un impacto muy significativo sobre la producción de la tierra, y los tres últimos se consideran secundarios. La desertificación se evalúa con base en tres criterios: estado actual, velocidad y riesgo, considerando cuatro clases de desertificación: ligera, moderada, severa y muy severa. De este modo, las regiones áridas en su totalidad son susceptibles a la desertificación (Cuadro 1). Estas áreas soportan una población de alrededor de 850 millones, tanto en naciones desarrolladas como en desarrollo y en todos los continentes permanentemente poblados.
Causas de la desertificación
En las regiones áridas, la desertificación se ha atribuido tanto a factores relacionados con las acciones humanas como a eventos climáticos. En la desertificación se halla todo un conjunto de procesos interrelacionados; físicos, biológicos, históricos, económicos, culturales y políticos, cuya manifestación plantea una diversidad de niveles de resolución, tanto en escala espacial como temporal (Ibáñez, González, García, & Saldaña, 1997). A pesar de esto, la identificación clara de las causas de la desertificación puede ser severamente obstaculizada por la interacción de los eventos antropogénicos y naturales (Figura 1), pero también por la confusión de los cambios cíclicos de corto plazo en el medio ambiente con aquellos que representan la degradación a largo plazo. Ante esto, el monitoreo de los cambios ambientales a largo plazo, a través del uso de imágenes satelitales, comienza a arrojar una luz significativa en este punto; contribuyendo de forma importante a nuestro entendimiento sobre la dinámica de los ecosistemas en las regiones áridas. Esto, a su vez, está conduciendo al creciente punto de vista acerca de que las acciones humanas causan la desertificación, aunque éstas pueden, bajo algunas circunstancias, ser disparadas por eventos climáticos que inciden permanentemente en los ciclos de los ecosistemas.
Presiones sociales. La presión social más obvia proviene de la necesidad de producir alimentos, ya sea mediante la intensificación de la producción de las tierras agrícolas existentes o por la incorporación de nuevas áreas a la producción. La creciente escasez y degradación de los recursos agrícolas y del ambiente, relacionada directa o indirectamente con la satisfacción de las necesidades de alimentos e ingresos para una población mundial en aumento, presenta una contradicción; por una parte intenta lograr el equilibrio entre población y disponibilidad de alimentos, y por otra enfrenta la necesidad de evitar el deterioro ambiental (García, 2000). En este marco, aunque el espacio agrícola mundial se extiende sólo sobre el 11 % del total de tierras (alrededor de 1,500 millones de ha) y si a esto se añaden las zonas de pastizales, buena parte de las cuales equivalen a antiguos bosques o matorrales, resulta que un tercio de la superficie terrestre se dedica a la actividad agrícola o ganadera. Si el otro tercio se halla ocupado por montes y bosques bajo explotación, entonces la actividad agrícola, ganadera y forestal constituye el uso del suelo más extenso del planeta (Molinero, 1990) que al mismo tiempo representa una actividad cuyo límite y potencial debería descansar en el equilibrio de los ecosistemas.
El término desertificación no siempre se utiliza con el mismo significado. Hoy en día es evidente que no sólo describe las condiciones climáticas adversas (estrés climático) en los periodos de sequía de larga duración, sino también las interacciones complejas que incluyen intervenciones, sobre todo humanas, en la vegetación y el paisaje. Un periodo seco es característico de áreas secas (desierto). No es sólo la poca cantidad de agua disponible después de la precipitación junto con las altas temperaturas, sino también la distribución temporal, espacial y episódica de esta precipitación lo que no se puede anticipar. En la región subsahariana, por ejemplo, los periodos de sequía que duran varios años siempre se han producido, tal como lo demuestran los informes de las fuentes históricas y la interpretación de los antiguos sedimentos de los lagos. El periodo reciente de sequías en el Sahel ha tenido consecuencias catastróficas, ya que fue precedido por un periodo relativamente húmedo, y la población (que ha crecido considerablemente) no estaba preparada para esto en su uso de la tierra. Con todo ello, el impulso a las innovaciones de suministros médicos y técnicos (pozos profundos para agua del grifo) mejoró las condiciones de pastoreo y el número de animales aumentó continuamente.
Datos meteorológicos recientes indican grandes diferencias regionales en la cantidad de precipitación, pero la tendencia general de aumento de la sequía es apenas visible. No es correcto considerar a los ecosistemas de zonas secas como sistemas lábiles. Estos sistemas están adaptados a una variabilidad climática extrema. Las plantas y los animales autóctonos son capaces de adaptarse de muchas maneras y, por tanto, son capaces de sobrevivir en esas condiciones. La población humana en las zonas secas también sabe cómo mantener el suministro y se prepara para las variaciones en el rendimiento. La Figura 2 muestra un esquema de la desertificación con las causas más importantes y la consecuente degradación de la tierra en las regiones secas. Es importante tener en cuenta la discrepancia entre el crecimiento de la población y -a pesar de todos los avances tecnológicos- la disponibilidad limitada de recursos renovables, así como la sustitución de las formas tradicionales de gestión (el estilo de vida nómada) por el pastoreo de las formas modernas y la agricultura en los campos secos. En los últimos años, la población humana en todo el Sahara se ha quintuplicado (Schulze et al., 2005). Hoy en día se pueden encontrar ejemplos de la agricultura poco adaptados en todas las áreas cercanas a los desiertos. Algunos de ellos son la agricultura en el noreste de Siria o Jordania Oriental con precipitaciones inferiores a 200 mm·año-1, el cultivo de forraje animal con agua fósil de más de 1,000 m de profundidad en los oasis de Argelia y el suministro de agua potable para los animales en el Ferlo del Sahel, donde la vegetación se degrada aún más. La influencia humana sobre la vegetación en las zonas secas no está tan vinculada a la introducción de especies foráneas en la flora de la región, sino más bien a la alteración de los sitios y la cubierta vegetal original. Así, las plantas leñosas han desaparecido en muchas regiones debido a la mayor necesidad de leña.
La naturaleza dispersa, así llamada a la vegetación contraída, es dañada por el exceso de pastoreo, manifestándose en la disminución de la cobertura y la producción primaria, y un cambio de la constitución florística. Las plantas de buena calidad forrajera se han extinguido localmente en las zonas áridas, y éstas son invadidas por especies de plantas tóxicas o espinosas. En última instancia, la pérdida de especies es de esperarse. Los cambios locales resultantes de la mayor pérdida de la vegetación se observan en la recuperación de la movilidad de las dunas y el aumento del número de tormentas de polvo. También las relaciones de agua de las zonas se ven afectadas por las instalaciones de riego modernas, que dan lugar a la salinización de los suelos y al aumento de halófitas. Sin embargo, en todas las zonas áridas del Viejo Mundo hay ejemplos de una rápida recuperación de la vegetación después de la precipitación. Obviamente, la capacidad de regeneración en las regiones áridas depende de la variabilidad de las precipitaciones y de las tensiones naturales vinculadas, que probablemente han sido subestimadas. Sin embargo, a pesar de esto, el hombre puede ser la causa de los cambios en las zonas secas a través del cambio climático global, como resultado de alteraciones en el albedo (fracción de radiación reflejada hacia la atmósfera), la carga de polvo cada vez mayor en la atmósfera y los cambios en la humedad del suelo.
Algunos otros rasgos humanos que acentúan la creciente vulnerabilidad a la desertificación, incluyen tanto la ignorancia de los productores, políticos y planificadores acerca de las condiciones del medio como del contexto de un mundo globalizado. Éste integra a los países pobres a una economía de mercado que los subordina a la producción de cultivos y productos comerciales, pero que desentiende que la desertificación representa una de las causas principales de destrucción del hábitat en las regiones áridas del planeta (Ferrandis & Martínez, 2000).
Disparadores ambientales de la desertificación. La erosión causada por el agua y por el viento, la sedimentación, los depósitos eólicos, la salinización, la lixiviación y la acidificación son procesos naturales que, a pesar de todo, causan degradación cuando han sido acelerados o inducidos por la acción humana (Colomer & Sánchez, 2000). Por ello, cuando se producen en las regiones áridas y semiáridas pueden conducir a la desertificación, como resultado de la mala gestión de estos ecosistemas.
La degradación del suelo es el proceso de disminución de la capacidad actual y potencial del mismo para producir bienes o servicios, y se manifiesta como una serie de cambios físicos, químicos y/o biológicos en las propiedades y procesos edáficos. Los efectos erosivos del agua y el viento han sido bien estudiados; éstos se producen cuando una superficie de suelo con vegetación es despojada de su cobertura natural incrementando el potencial erosivo. Éste también depende de las dimensiones y velocidad de las gotas de lluvia, de la intensidad de la precipitación y de la fuerza del viento. La degradación de la cubierta vegetal incrementa el albedo, el cual se manifiesta en una disminución de la radiación neta, cuya consecuencia es la disminución de la evapotranspiración que en un ambiente semiárido puede representar entre 60 y 80 % del balance hídrico (Wallace, 1994). A su vez, la evapotranspiración influye en la reducción de la formación de nubes y con ello de la precipitación (Rowntree, 1991). Con la pérdida de la cubierta vegetal, la incidencia de materia orgánica disponible para incorporarse al suelo es menor y la estructura de éste se hace más inestable. Esto produce una reducción en el almacenamiento de humedad, además de un aumento de la escorrentía superficial y de los procesos de erosión hídrica, mostrando que existe una retroalimentación climática a largo plazo entre la atmósfera y la vegetación (Charney, 1975).
Con las lluvias fuertes puede darse un movimiento en masa de suelo y material suave (esquistos, margas, arcillas, creta, anhidrita y yeso) que se traduce en inundaciones y sedimentación catastróficas que pueden afectar significativamente a todo el paisaje. Por ello, fue de gran relevancia que en 1977, considerando que se cultivaban alrededor de 1,500 millones de ha, se estimó que a lo largo de la historia se habían perdido aproximadamente 2,000 millones de ha y que más del 50 % de las tierras agrícolas de riego mostraban procesos de salinización, con lo que se perdían 300,000 ha anualmente (UNCOD, 1977). En las zonas áridas, la desertificación se hace irreversible cuando ha desaparecido todo el material suave y desmenuzable, y en su lugar queda sólo el material de la roca desnuda, ya que no hay posibilidad de almacenar agua para el establecimiento y supervivencia de las plantas. Otros procesos secundarios incluyen la salinidad, después de la desaparición de la vegetación en áreas de filtración, la deforestación en las líneas divisorias de agua, las prácticas erróneas de riego y los recurrentes incendios. Si a esto se suma que una de las primeras consecuencias de la degradación del suelo se inicia con la eliminación de arbustos y árboles que contribuyen al funcionamiento de ecosistemas no degradados, entonces se altera irreversiblemente un equilibrio sistémico en el que las especies leñosas desempeñan un papel importante. La importancia de estas especies se refleja en la extracción de nutrientes de las capas profundas del suelo, la utilización de las capas freáticas profundas, la fijación de nitrógeno, la reducción de la salpicadura de las gotas de lluvia, la disminución de la velocidad del viento a nivel del suelo, el aumento de la producción de materia orgánica y, por tanto, en la productividad general del ecosistema (Hernández-García, Granados-Sánchez, & Sánchez-González, 2003). Pero además, en las regiones áridas, durante la estación seca que dura unos diez meses, los árboles y arbustos son la única fuente de forraje verde para la fauna silvestre o doméstica y, por tanto, el único suministro de proteínas y betacaroteno. La cobertura arbórea y arbustiva proporciona también la mayoría de los minerales, especialmente el fósforo, puesto que la hierba seca prácticamente no tiene fósforo, nitrógeno ni vitaminas. Por tal razón, cuando los árboles y arbustos se destruyen, el ganado no puede mantenerse (Godínez, 1998).
Desertificación: extensión y severidad
La desertificación es un fenómeno de rápida progresión y, a pesar de que las estimaciones sobre su magnitud varían de acuerdo con las fuentes y que no se dispone de datos confiables que permitan determinar con precisión el grado de avance, se sabe que año tras año millones de hectáreas se convierten en terrenos no aptos para el cultivo y el pastoreo. Algunos datos de United Nations Environmental Programs (UNEP, 1992) e INCD (1994a) proporcionan una idea aproximada de la dimensión del proceso de desertificación que comprende las áreas secas del planeta. Los datos establecen que dicho proceso: a) afecta el 70 % de las tierras áridas (3,600 millones de ha), aumentando su marginalidad, b) recae sobre unos 1,000 millones de humanos (sexta parte de la población mundial) y c) en las regiones áridas y semiáridas, el 30 % de las tierras de riego (alrededor de 500,000 ha) entrarán a un proceso de desertificación cada año a causa de la salinización del agua y del suelo (Organización de la Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación [FAO], 1998).
Más de 100 países presentan riesgos de desertificación, de los cuales sólo 18 industrializados o productores de petróleo disponen de recursos financieros para hacer frente a los problemas. Se estima que alrededor de 150 millones de personas están en riesgo de ser desplazadas a consecuencia de la desertificación. En América del Norte, del total de tierras agrícolas de las zonas secas, el 74 % están afectadas por algún tipo de degradación. En algunas regiones de Latinoamérica el problema se agrava rápidamente con la sobreexplotación forestal. En México, las causas que provocan la degradación de las tierras son complicadas y están relacionadas con aspectos técnicos, pero también con determinantes de carácter social y político. La degradación de tierras es significativa tanto en su cantidad como en sus consecuencias, aunque tiene una solución práctica, cuando no se ha alcanzado un estadio avanzado de desertificación (Chapela, 2003). Las zonas áridas en el país abarcan más de la mitad del territorio, con una dimensión aproximada de 100 millones de ha. Cerca del 30 % de la superficie de este tipo de zonas en América Latina (516 millones de ha) es susceptible a la desertificación. Sin embargo, ésta afecta en diversos grados (desde el más leve hasta el más severo) a más del 70 % del territorio nacional (Havastad, Huenneke, & Schlesinger, 2006). La velocidad de la desertificación es cientos de veces mayor que la velocidad de recuperación en los ecosistemas dedicados a la producción agrícola, pecuaria y forestal. Por lo anterior, a México le llevaría varias décadas igualar la velocidad de desertificación con la recuperación y rehabilitación de los suelos (Figura 3).
El 52 % de las regiones secas en México se caracterizan por su cobertura vegetal formada por matorrales, que constituyen uno de los tipos de vegetación más afectados por las actividades humanas, las cuales inducen su reducción en 0.89 % cada año. Las actividades que causan la desertificación en las regiones áridas, semiáridas y subhúmedas secas de México son el sobrepastoreo, el cambio de uso del suelo, la deforestación, la labranza postcosecha y el mal manejo del suelo (Hernández, 2006). Esto ha dado lugar a que el 59 % de la superficie de la república mexicana se haya desertificado por degradación del suelo, exceptuando el centro del Desierto Chihuahuense (Chihuahua, Coahuila y Durango), el Gran Desierto de Altar (Sonora) y la península de Baja California (Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales [SEMARNAT], 2003). Además de la erosión, la degradación de las tierras reviste muchas formas. Una idea de su magnitud en México se sintetiza en el Cuadro 2.
Las áreas de más alto riesgo de desertificación son las semiáridas, es decir, las que se extienden sobre la franja de zonas áridas. Dregne (1983) reconoce cuatro grados de desertificación. La desertificación ligera es aquella en la que existe poco deterioro de la cubierta vegetal o del suelo, ocasionado por las actividades humanas. La mayoría de los desiertos del mundo caen en esta categoría, pues la vegetación en estado natural está muy esparcida. La desertificación moderada, de acuerdo con las características de la vegetación, reúne las condiciones para la realización regular del pastoreo y el 25 al 50 % de las plantas son especies clímax. La desertificación severa es aquella en la que las hierbas no deseables y los arbustos reemplazan a los pastos y arbustos deseables en una gran extensión, y sólo 10 a 25 % de las especies clímax permanecen. Además, la erosión hídrica y eólica remueve la vegetación de la superficie. Finalmente, la desertificación muy severa posee condiciones de deterioro irreversibles, con menos de 10 % de especies clímax en la comunidad. Las zanjas (cárcavas) que se forman por erosión son grandes y numerosas, según se observa en áreas que han sido deforestadas. Un ejemplo lo tenemos en el bosque deforestado de Morelia, Michoacán.
Los procesos de desertificación se localizan generalmente en los países más pobres del mundo, principalmente en Asia, África y América (Figura 4). Dregne (1983) estimó globalmente 1,731 millones de km2 de terrenos con cultivos de temporal que fueron al menos moderadamente afectados, y una afectación de 0.271 millones de km2 en las áreas de cultivos con riego (Reynolds et al., 2006).
Para inicios de los años 90, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente advierte que el 35 % de la superficie de los continentes puede considerarse como área desértica, en territorios que acogen a unos 1,000 millones de personas que sobreviven en condiciones persistentes de sequía y escasez de alimentos (Middleton & Thomas, 1997). Además, la desertificación se incrementa en aproximadamente 6 millones de ha·año-1 en todo el mundo sin esperanzas de recuperación y 20 millones de ha·año-1 pierden parcialmente su capacidad para servir de base a las actividades productivas, agrícolas o ganaderas. Asimismo, miles de millones de hectáreas se encuentran en algún lugar de la escala de degradación continua, entre el extremo de las tierras totalmente productivas y el de aquellas cuyo grado de desertificación las coloca fuera de toda esperanza de recuperación.
Los procesos de la desertificación
Los ecosistemas naturales situados en las regiones áridas pueden soportar sequías prolongadas, prácticamente sin daños, siempre que el impacto humano sea somero. La causa de la degradación de la tierra no es el clima y la sequía, puesto que la vegetación y los suelos se han adaptado a estas condiciones durante miles de años, cuando la presión del hombre y su ganado fue ligera. La novedad es que dicha presión es ahora tan grande que, cuando se presenta la sequía, el ecosistema es demasiado frágil para sobrevivir a los efectos degradantes de la lluvia y el viento. La sequía es un fenómeno complejo que puede darse de varias formas: 1) meteorológica, cuando hay un prolongado déficit de agua que causa desgracias; 2) agrícola, cuando el agua para cosechar es insuficiente; 3) hidrológica, cuando hay insuficiencia de agua para sostener los niveles requeridos de la corriente en un río; 4) económica, que resulta de una escasez de agua, la cual causa una caída en la producción industrial. A pesar de esto, los factores humanos tienen un impacto mayor que los procesos físicos sobre los ecosistemas. En este marco, el proceso de desertificación se origina por factores pasivos, representados por la marginalidad y la susceptibilidad natural de ciertas áreas a la degradación de la vegetación y del suelo y por los factores dinámicos, que están asociados con las actividades humanas que impulsan cambios hacia el ambiente. Muchos de esos factores operan indirectamente al incrementar la presión de los ambientes naturales, mientras que otras actividades son directamente responsables de la degradación (Boyko, 1966).
Condiciones ambientales. Las zonas áridas se caracterizan por su precipitación pluvial anual baja con lluvias intensas que frecuentemente caen como tormentas aisladas, especialmente al comenzar la estación lluviosa, cuyos inicio y término pueden variar año con año. También la humedad relativa durante la estación seca es a menudo baja y es frecuente la presencia de fuertes vientos que, combinados con las altas temperaturas, producen un alto potencial de evapotranspiración. En estas zonas, los procesos de desertificación se sintetizan en una alteración del sistema suelo-planta-atmósfera, que tiende a acentuar las condiciones que combinan los altos grados de estrés (climático, hidrológico, edáfico y geomorfológico) y la perturbación que han de soportar las plantas y la fauna. Todo ello puede generar cambios en el microclima del suelo por modificaciones en la absorción de energía solar, flujos de calor sensible, temperatura y evaporación. La composición florística también puede modificarse, favoreciendo la invasión de especies vegetales específicas de suelos degradados y la expansión del xerofitismo: estructura, composición, morfología, patrones espaciales, tipos biológicos, sistemas radiculares y proporciones de reproducción.
Modificaciones en el patrón de lluvias y sequía. La variación anual de la lluvia y la consecuente acentuación de los periodos de sequía, como principal factor de desertificación, pueden reducir el agua disponible debido al deterioro de los flujos hídricos. También pueden alterar los factores ecológicos e interferir en las actividades humanas, pues la agricultura orientada a la producción de alimentos necesita lluvias regulares y abundantes, no sólo para mantener los niveles de humedad del suelo o cubrir los requerimientos de evapotranspiración sino también para mantener la productividad de los cultivos.
Sobreexplotación agrícola y ganadera. Las áreas agrícolas son abandonadas cuando las prácticas de cultivo agotan los nutrientes del suelo y los rendimientos tienden a reducirse. El sobrepastoreo ocurre al incrementar la cantidad de ganado o al disminuir el área aprovechable para pastorear; en ambos casos, hay un incremento en el número de individuos en una unidad de área, provocando daños a la producción anual de pastura y a la vegetación en general. Con esto se reduce la infiltración y el suelo queda expuesto a la erosión y subsecuente desertificación, pues la cubierta vegetal, además de ser un efectivo rompevientos y proteger al suelo de la lluvia, permite la infiltración del agua, reduce la temperatura del suelo e incrementa la humedad relativa. En estas condiciones, hay deterioro e incluso pérdida de la estabilidad estructural del suelo y se inicia un proceso de degradación biológica del mismo (pérdida de nutrientes). Además, se favorece la tendencia a la compactación y formación de costras; en concomitancia, disminuyen la porosidad, la capacidad de infiltración y contenido de humedad del suelo, a la vez que se incrementan la escorrentía superficial y su potencial erosivo.
Erosión. La alteración de la cubierta vegetal acelera la erosión hídrica y eólica, es decir, la decapitación de los horizontes edáficos superiores y la acumulación de sedimentos al pie de las laderas, vaguadas, lechos fluviales y embalses; aumenta también la pedregosidad del suelo y afloramiento del material parental. En los ambientes más o menos áridos, estos procesos se caracterizan por ser recurrentes, intermitentes, progresivos e irreversibles (López, 1996). En estas condiciones, la estructura de la cubierta vegetal se degrada y sólo pueden sobrevivir las especies (con mayor resiliencia) adaptadas (Boer, 1999).
Vegetación. La vegetación de las regiones áridas está fuertemente influida por la estacionalidad de la precipitación, a menudo por la naturaleza esporádica de las lluvias y dominada por las especies adaptadas a sequías prolongadas. Algunas especies florecen y fructifican antes del inicio de las lluvias y otras sobreviven al aprovechar los recursos de agua del terreno. En condiciones naturales, la cubierta vegetal decrece durante la estación seca, haciendo que las áreas sean naturalmente propensas a la desertificación. Si este proceso se agudiza a causa de las actividades productivas, suceden cambios y deterioro en la ecodiversidad terrestre, pero también se reduce la biomasa (productividad primaria neta, relación biomasa radicular/biomasa aérea) y se degrada la cubierta vegetal (la vegetación primaria es sustituida por formaciones secundarias cada vez más espaciadas que pueden desaparecer con el tiempo). La degradación y eliminación de la vegetación inducen la erosión, a menudo preferencialmente material fino, incluyendo materia orgánica y nutrientes. Con la repetición ad infinítum de este proceso, el microclima de la tierra llega a ser más austero, lo cual combinado con la pérdida de suelo reduce la probable regeneración de la vegetación. Así, la desertificación es un proceso que por sí mismo se acelera y los costos de rehabilitación son altos.
Riego, salinización y desertificación. El riego, suministro de agua a los campos de cultivo por medios artificiales, ha aumentado la producción agrícola de manera radical en regiones que suelen recibir pocas lluvias. En las últimas décadas, la superficie de las tierras de riego en el mundo ha aumentado radicalmente. Sin embargo, esta expansión tiene ahora el contrapeso de otra tendencia alarmante consistente en la acumulación de sales en el suelo hasta el grado en que disminuye o suspende el desarrollo de las plantas. De este modo, por el hecho de que el alto contenido de sales en el suelo sea tan tóxico que impida el desarrollo de las plantas, la salinización se considera una forma de desertificación. Con la evapotranspiración elevada que se produce en los meses de verano, periodo en que más riego requieren los cultivos, se favorece el ascenso de las sales y su acumulación en la superficie (Colomer & Sánchez, 2000). Se calcula que para el año 2015, al menos la mitad de las tierras de riego habrán reducido su productividad a causa de este proceso de salinización, puesto que cada año se incorporan 1.5 millones de ha al riego. En Estados Unidos, el problema es muy grave en la zona del Valle Bajo del Río Colorado y en el Valle de San Joaquín, California, pues en estas zonas un total de 160,000 ha se han vuelto improductivas. Además, se añade el problema del agotamiento de los mantos freáticos, debido a que cada vez los volúmenes de extracción del líquido vital para destinarlo al riego son más elevados (DeBuys & Myers, 1999).
Hacia la aplicación de acciones preventivas y correctivas
El mundo pierde áreas agrícolas a un ritmo alarmante a causa de la erosión, desertificación, salinización y urbanización. Tales pérdidas se encuentran en camino de entrar en colisión con la sustentabilidad. ¿De quién es entonces la responsabilidad de producir los cambios? En general, la política agrícola es contraria a los métodos ecológicos y a la adopción de sistemas de cultivo sustentables, en particular los que se fundan en la rotación de cultivos, prácticas de conservación del suelo, reducción del uso de insecticidas y el aumento en la utilización de medios biológicos y agrícolas para el control de plagas. Si los objetivos de la agricultura ecológica son, en términos generales: 1) mantener un mantillo productivo, 2) que los alimentos estén asegurados y sean saludables, 3) reducir el uso de pesticidas y fertilizantes químicos, y 4) conservar la viabilidad económica de la producción (Queitsch, 2000); entonces, ¿cómo establecer políticas sustentables a pesar de los intereses de los grupos con intereses particulares?
En la actualidad, para intentar corregir las prácticas del pasado, se han adoptado diversas opciones para el cultivo: en franjas, rotación de cultivos, terrazas, uso de maquinaria menos pesada y disminución o suspensión del uso de los agentes químicos. También, un número pequeño pero creciente de agricultores experimentan y perfeccionan, por iniciativa propia, sistemas alternativos de producción (Grupo TRAGSA, 2003). Pero además, un impulso vigoroso para cambiar al cultivo orgánico sustentable proviene de los consumidores, que por diversas razones buscan alimentos así cultivados. Tal demanda brinda un incentivo económico a cada vez más agricultores para que adopten los métodos agrícolas sustentables, aunque su oferta se reduzca al mercado local, pero con la confianza en que restablecen una relación entre el consumidor, el productor y el suelo.
Manejo tradicional de ambientes áridos. A pesar de la inclemencia de los ambientes áridos, hay poblaciones humanas habituadas a vivir en ellos. Los habitantes han aprendido a manejar sus características y recursos; poseen suelos someros fácilmente cultivados y, aunque son deficientes en algunos nutrientes, cuentan con elementos inorgánicos abundantes; existen condiciones para un rápido desarrollo de los cultivos, buenas cosechas y buen forraje durante los periodos de lluvia. Por ello, los agricultores y pastores practican estrategias diseñadas para minimizar los riesgos de la sequía, enfermedades y sobreexplotación del campo.
La agricultura de temporal se concentra en los mejores suelos, en áreas donde la lluvia cae en cantidades y regularidad razonables o en áreas de alta humedad como los suelos aluviales profundos, que reciben suelo y nutrientes durante las inundaciones anuales. En las áreas cultivadas, los agricultores han aprendido a elegir cosechas resistentes a la sequía y cultivar variedades que reduzcan el riesgo de cosechas malogradas. El largo periodo de barbecho podría ser usado para permitir la regeneración del suelo mientras que el pastoreo que realizan a pequeña escala reduce los riesgos de erosión de la cubierta vegetal.
Presión política y económica. La desertificación se suma opresivamente al problema del desarrollo en aquellos países sometidos a considerables presiones políticas y económicas. En los países atrasados, generalmente existen situaciones que se caracterizan por la opresión a la que se somete al sector agropecuario. Algunas de ellas son: mantenimiento artificial de precios bajos a los alimentos producidos por los campesinos; a menudo, al sector agrícola se le exigen altos impuestos; al sector agrario se le priva, cada vez en forma más acentuada, de recursos provenientes del gobierno central y todavía se espera una producción alta. Por tal motivo, para obtener mejores ingresos es una práctica común ejercer una agricultura que sea lo más redituable posible.
El monocultivo continuo, como el algodón y otros, tiene un efecto negativo sobre la fertilidad del suelo, proceso que es atenuado con el uso de fertilizantes inorgánicos, no siempre eficaces; por lo demás, el monocultivo incrementa significativamente la susceptibilidad a las plagas. Del mismo modo, el pastoreo ha sido confinado a ciertas áreas, a costa del abandono del pastoreo tradicional, el consecuente sobrepastoreo sobre los recursos y la futura degradación. Aunado a esto, los conflictos políticos e interétnicos son el escenario de la ruptura más dramática y resquebrajamiento de las comunidades rurales y su medio ambiente. La imposición de sistemas políticos inapropiados a países en proceso de desarrollo presenta muchos conflictos internos (Reynolds et al., 2006).
Control de la desertificación
Como se ha descrito, la desertificación es un proceso complejo que depende de un gran número de factores interrelacionados. Entre los más importantes se encuentran: a) las propiedades del suelo, b) las condiciones climáticas, c) el relieve del lugar, d) la capa vegetal, e) la dirección y el grado de influencia de la actividad humana sobre la naturaleza, la cual se resume en el plano de su utilización, f) los cultivos agrícolas y en general las prácticas productivas. Por tanto, las medidas tendientes a minimizar los peligros de la desertificación deberían incluir, de acuerdo con la Agenda 21 (INCD, 1994b), los siguientes mecanismos:
1. Evaluación de la desertificación y mejoramiento del manejo y uso del suelo. a) Cuantificar en el país la magnitud y extensión de la desertificación, sus causas y efectos a través de monitoreos dinámicos de tierras áridas. Introducir métodos ecológicos de uso y manejo en las áreas afectadas. b) Inducir la participación pública integral para prevenir y combatir la desertificación.
2. Medidas correctivas contra la desertificación. a) Introducir técnicas para el manejo del agua. b) Mejorar la agricultura con el uso y manejo de fertilizantes y terrazas tradicionales, para la estabilización de los suelos y mejora de su retención. c) Determinar en cada país las prioridades para el desarrollo de agricultura de riego. d) Restaurar y mantener la cubierta vegetal para estabilizar y proteger el suelo. e) Conservar la flora y la fauna en áreas sujetas a desertificación.
3. Recomendaciones socio-económicas. a) Analizar y evaluar los factores políticos y económicos en las áreas afectadas por la desertificación, a nivel nacional, regional e internacional. b) Minimizar la demanda de energía y hacer uso de la energía solar y eólica.
4. Ciencia y tecnología. a) Generar tecnología que pueda ser adaptada en condiciones locales. b) Emplear fuentes de energía que puedan ser protegidas. c) Establecer plantaciones de especies leñosas. d) Utilizar la energía del viento y del sol, provisión de carbón y aceite para gastos orgánicos. e) Difundir información sobre la desertificación. Existen dos estrategias para la conservación del suelo y los recursos naturales: a) identificar y aislar las áreas susceptibles a la desertificación y ajustar el uso de la tierra en áreas que sean conservadas como reservas, y b) la susceptibilidad a la desertificación puede ser aceptada pero minimizada a través de controles mecánicos, opciones de cosechas y otros procedimientos. En la Figura 5 se muestra cuál puede ser la respuesta básica para controlar la desertificación.
5. Integración de planes de desarrollo. En el documento "Desarrollo sostenible de tierras áridas y lucha contra la desertificación", la FAO (1998) puntualiza su posición sobre el tema y plantea cinco principios para el desarrollo en las zonas áridas, semiáridas o subhúmedas amenazadas por la desertificación, desde un enfoque global y participativo:
a) Integración. Implica asociar las necesidades de corto plazo, como la alimentación, salud, educación e ingresos, con las de medio y largo plazo, que incluyen defensa, rehabilitación y valoración de los recursos disponibles.
b) Concertación. Se apoya en la participación de la población y se ejerce a varios niveles: con la comunidad local, en torno a sus propios proyectos; con las comunidades entre sí, para sumar capacidades en el espacio común, generalmente una cuenca hidrográfica; con las comunidades e instituciones regionales o nacionales y, finalmente, por medio de la concertación entre los propios organismos de ejecución y de ayuda al desarrollo.
c) Enfoque geográfico planificado. El instrumento fundamental es la ordenación del territorio regional, considerando la resolución de conflictos de uso de recursos e intereses en el plano comunidad y, asimismo, las correspondencias con la política nacional de ordenamiento y preservación del medio natural.
d) Descentralización de decisiones y de medios de acción. La organización base ocurre en la comunidad rural. En el ámbito regional se ejercen funciones técnicas y de gestión, así como, de concertación y de decisión. En el plano nacional, un centro de coordinación supervisa y estimula la respuesta del servicio público nacional a las iniciativas locales y regionales, coordina e integra las decisiones nacionales y promueve las acciones de apoyo necesarias.
e) Duración y flexibilidad de la ayuda. Esto significa que los gobiernos y donantes se comprometan a seguir prestando su apoyo financiero hasta alcanzar una etapa de maduración. La flexibilidad implica la adaptación del apoyo técnico y financiero a las cambiantes necesidades y posibilidades locales.
Las luchas contra la desertificación y la pobreza son con frecuencia una misma lucha en la que plantean el desarrollo sostenible de las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas. Deben entenderse también como una batalla en el plano político. Las poblaciones rurales deben disponer de un entorno jurídico, legislativo, social y económico, sensible y propicio, para las iniciativas encaminadas hacia la sostenibilidad del desarrollo. Los programas para combatir la desertificación podrían, de ser posible, estar formulados de acuerdo con amplias guías de planes de desarrollo nacional.
En México, los procesos de la desertificación/degradación de la tierra se manifiestan en: 1) degradación de la cubierta vegetal (deforestación, sobrepastoreo, talas, incendios, cortes de leña y otros), 2) erosión hídrica (1 cm de espesor de suelo equivale a 100-150 t·ha-1), 3) erosión eólica, 4) ensalitramiento, 5) compactación, encostramiento y afloramiento de horizontes subsuperficiales, 6) disminución de la materia orgánica (millones de hectáreas de suelos dedicados a la producción agropecuaria tienen menos de 1 %), 7) pérdida de nutrimentos, 8) acumulación de sustancias tóxicas, y 9) sequía, que en conjunto constituyen un proceso que afecta a más del 70 % del territorio nacional (Anaya & Rodríguez, 1993). Sin embargo, aunque se cuenta con tecnología autóctona, tradicional y moderna para hacer reversibles todos estos procesos, se requieren cuando menos cuatro décadas para que la velocidad de la degradación sea igual a la de recuperación y rehabilitación de ecosistemas degradados. Los procesos de la desertificación se evalúan al considerar su estado actual, la velocidad con que ocurren los procesos de degradación, y el riesgo potencial por la susceptibilidad que tiene una localidad para ser degradada por un determinado proceso. Además, se debe considerar que el problema no es de tipo tecnológico sino de carácter económico-social. Ante esto, para lograr la prevención y control de la desertificación, los programas y proyectos deberán conjugar la voluntad y decisión política; elaborar planes rectores a escala nacional, estatal y municipal; aplicar la legislación; así como contar con una normatividad y organización específicas que contemplen el financiamiento de las acciones (Anaya, 2002). Algunos de los desafíos en el manejo sustentable de los ecosistemas desérticos consisten en detener o impedir la desertificación en áreas poco degradadas o en buen estado mediante medidas preventivas, restaurar la productividad de las tierras medianamente degradadas con medidas correctivas y recuperar la productividad de áreas extremadamente degradadas con medidas de rehabilitación y saneamiento.
Desde el punto de vista tecnológico, la FAO (1998) considera que todos los terrenos son utilizables por el hombre en la medida que el aprovechamiento esté basado en la potencialidad de los sitios de acuerdo con su condición actual. De esta manera puede combatirse la desertificación en el largo plazo, por medio de la producción silvoagropecuaria o del manejo de áreas silvestres. Lo importante es que el manejo de las zonas áridas y semiáridas se realice desde un enfoque de desarrollo sostenible, lo que significa que las tecnologías aplicadas sean ambientalmente no degradantes, técnicamente apropiadas, económicamente viables y socialmente aceptables.
Conclusiones
La desertificación está en aumento a nivel mundial y la causa predominante parece ser la actividad humana, más que las condiciones ambientales, provocando cambios en el uso de los recursos naturales y del agua. El Plan Mundial de Acción propuesto en 1977 para prevenir y combatir este fenómeno, tuvo un éxito muy limitado porque se centraba en el entorno físico y no tenía en cuenta los factores socioeconómicos o de crecimiento de la población. Asimismo, aunque se han emprendido medidas como el desarrollo de la agrosilvicultura, los logros han sido superados por la magnitud de la destrucción, pues se ha degradado dos o tres veces más tierra de la que se ha protegido o rehabilitado. Ante esto, deben considerarse acciones que, al mismo tiempo que detengan la desertificación, hagan posible el mejoramiento de las condiciones de vida de quienes habitan esas regiones. De esta forma, las comunidades rurales podrían maximizar la producción de sus tierras, pues aunque se conocen las dificultades que enfrentan en las zonas áridas y a pesar de que muchas comunidades emigran en tiempos de sequía hacia regiones más húmedas, también muestran persistencia para reintegrarse a la vida en esas regiones.
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