Sumario: I. Introducció́n. II. Atienza: la teoría estándar de la argumentació́n jurídica y sus críticas. III. Una breve descripció́n del enfoque argumentativo de Atienza. IV. Teoría estándar: racionalidad kantiana y racionalidad aristotélica. V. Conclusión. VI. Bibliografía.
I. Introducción
Como resulta ya suficientemente conocido, Manuel Atienza viene estudiando, sistematizando y valorando críticamente -al menos desde la década de los noventa de manera consistente- los rasgos fundamentales de las principales teorías contemporáneas de la argumentación jurídica. En el contexto de ese esfuerzo, ha acuñado el término “teoría estándar”1 para referirse a una teoría de la argumentación jurídica “tipo” -es decir, con algunas señas de identidad preponderantes- constituida básicamente por los modelos esencialmente coincidentes de Alexy y de MacCormick, sin descartar los de Aarnio, Peczenik o, incluso, Wróblewski.2 Ello ha sido realizado, aparentemente, con un doble objetivo. Por un lado, distinguirla de lo que podría entenderse como el conjunto de sus “precursores” -básicamente Viehweg, Perelman o Toulmin,3 a los que recientemente se ha añadido a Recaséns4-, y por otro lado, someterla a una valoración crítica en su conjunto, en orden a perfeccionarla a través de algunos retoques y del desarrollo de algunos aspectos complementarios de indudable importancia.
Desde entonces, la categoría “teoría estándar” ha sido utilizada cada vez más en la literatura especializada principalmente hispánica,5 sin dejar de levantar cierta polémica sobre diversos aspectos relacionados con ella.6 Dos de ellos -especialmente conectados, hasta el punto de parecerme en realidad dos modos distintos de enfocar un mismo problema- me interesan particularmente aquí. El primero tiene que ver con la utilidad o conveniencia de dicho rótulo, lo que llamaré en este trabajo “el problema sobre su indeterminación”. El segundo guarda relación con la adscripción a dicha categoría de los diversos modelos elaborados por los teóricos que se ocupan de la argumentación jurídica, a lo que me referiré cuando mencione “el problema de la adscripción”.
Respecto del problema de la indeterminación, resulta curioso que, por ejemplo, por un lado, Atienza critique a Haba que al atacar a la teoría estándar de la argumentación jurídica caiga en la “falacia de la indeterminación”, error que consistiría en “criticar una postura, una cierta teoría, eludiendo toda precisión”,7 y que, por su parte, García Amado haga una crítica semejante a Atienza -aunque sin la acusación de incurrir en falacia, desde luego- al señalar respecto de la teoría estándar que “al parecer, casi nadie sabe exactamente qué es ni quién la hizo”,8 y que, no obstante semejante observación, él mismo haga uso del término, aunque para criticarla.9 Me parece que este primer problema podría formularse de la siguiente manera: en vez de utilizar el término “teoría estándar” para aglutinar ciertos aspectos más o menos coincidentes de los modelos teóricos argumentativos de algunos autores ¿no sería de mayor utilidad ocuparse críticamente de cada modelo en particular y sin generalizaciones?
Respecto del problema de la adscripción, una vez más Atienza ha criticado de Haba, por ejemplo, que no incluya dentro de los autores que forman parte de la teoría estándar a MacCormick, pero que sí lo haga con Ferrajoli o Dworkin.10 Ahora bien, lo que tiene especial relevancia para este trabajo es que el profesor de Alicante parece rechazar -aunque no lo haga de una manera suficientemente clara- que el rótulo en cuestión acuñado por él pueda aplicarse a su propio modelo argumentativo.11 Me parece que este segundo problema podría formularse con la siguiente pregunta: ¿el enfoque argumentativo de Atienza puede adscribirse en algún sentido a la teoría estándar de la argumentación jurídica?
Para intentar alcanzar en este trabajo una respuesta convincente a ambas cuestiones, mi enfoque será predominantemente filosófico jurídico, y me conduciré a través del siguiente itinerario. En primer lugar, daré cuenta de lo que entiende Atienza por “teoría estándar”, y de las críticas que le formula. En segundo lugar, describiré muy sintéticamente los rasgos más saltantes del modelo argumentativo del profesor de Alicante. Finalmente, ensayaré una solución a las dos cuestiones principales del trabajo -el problema de la indeterminación, y el de la adscripción-, para lo que me valdré comparativamente de dos de los modelos históricos de racionalidad práctica que propusiera Alexy como paradigma: el kantiano y el aristotélico.
II. Atienza: la teoría estándar de la argumentación jurídica y sus críticas
En este numeral abordaré, en primer lugar, lo que entiende Atienza por “precursores” de la teoría estándar; en segundo lugar, me ocuparé de hacer una síntesis de los rasgos básicos que confiere a dicha teoría, y, finalmente, me detendré en dar cuenta brevemente de sus principales críticas.
1. Los precursores de la teoría estándar (y sus precursores)
Como Atienza ha insistido y resulta ya incontrastable, a mediados del siglo XX aparecieron importantes trabajos de los que son considerados generalmente ahora precursores de la teoría estándar de la argumentación jurídica, en tanto que pusieron de relieve las serias deficiencias del modelo formalista que casi reducía el razonamiento jurídico a la aplicación lógico-deductiva del silogismo, y llamaron la atención sobre la decisiva importancia de los aspectos materiales de la argumentación e interpretación jurídicas, aunque sin elaborar ellos mismos modelos teórico-prácticos refinados o cabalmente desarrollados;12 me refiero en concreto a las obras -las fechas entre paréntesis corresponden a la primera edición de las mismas- de Viehweg (1953),13 Recaséns (1956),14 Perelman (1958)15 y Toulmin (1958).16
Más recientemente, Atienza ha visto con claridad que no es suficiente remitirse a los precursores de la teoría estándar, sino que ha encontrado en Vaz Ferreira (1910)17 a un autor que sería una suerte de “precursor de los precursores” de las contemporáneas teorías de la argumentación jurídica.18 A su modo de ver, sería la procedencia geográficamente periférica y el idioma de la filosofía jurídica de autores como el uruguayo Vaz Ferreira -algo semejante a lo que habría pasado con el hispano-mexicano Recaséns Siches- lo que habría determinado que estos antecedentes latinos de la teoría estándar no se hayan conocido con suficiencia sino hasta hace relativamente poco tiempo. Atienza destaca, en concreto, que en el profesor uruguayo se dieran tres ingredientes y un presupuesto que irían en la línea de lo que -a su juicio- la filosofía del derecho necesita hoy para consolidarse como un modelo no positivista con un enfoque argumentativo prominente: a) un uso razonable del método analítico, b) un objetivismo mínimo en materia moral, c) la implantación social, y d) un pragmatismo filosófico entendido de una manera muy amplia como un sentido básico de concreción o de practicidad en la reflexión filosófica. Sobre estos aspectos volveré en el siguiente numeral.
Para terminar este acápite sólo me gustaría añadir una cosa. Me parece que no habría razones suficientes para restringir la búsqueda de antecedentes o precursores hispanos o latinos de la teoría estándar o, en todo caso, de una filosofía del derecho no positivista con un enfoque argumentativo prominente, a los del siglo XX. Uno de los precursores hispánicos de la teoría estándar como Recaséns, por ejemplo, ha dado cuenta de la relevancia que tienen los trabajos de autores españoles de mediados del siglo XIX como el de Balmes (1845),19 quien, no obstante su nítida conexión con la racionalidad que con Alexy podemos llamar “aristotélica”,20 resulta realmente inclasificable.21 En su obra se descubre una preocupación constante por la razonabilidad práctica y por la prudencia entendida como una virtud tanto intelectual como moral, la que se deja ver, por ejemplo, en su denuncia de la insuficiencia del silogismo y de la lógica deductiva,22 o en su interés en ocuparse de las formas de argumentación, así como de los paralogismos y falacias.23 Sobre la importancia de los modelos alexianos de racionalidad práctica para intentar resolver los dos problemas que enfrento en este trabajo, volveré en el cuarto numeral.
2. La versió́n estándar
Como señalé anteriormente, Atienza acuñó el término “teoría estándar” para referirse a un modo preponderante de teorizar sobre la argumentación jurídica cuyos principales referentes serían -aun proviniendo de tradiciones filosóficas y jurídicas muy distintas-24 las obras de Alexy25 y de MacCormick26 (1978). Tampoco es que haya tratado de circunscribirla a dichos aportes, puesto que, a su modo de ver, a dicha teoría cabría adscribir también al menos a Aarnio, a Peczenik y a Wróblewski,27 fijando además un conocido trabajo firmado por los dos primeros y por el propio Alexy como el de referencia para entender la teoría.28
Para el profesor de Alicante, sin embargo, las cosas habrían cambiado bastante desde la primera formulación que hizo de la teoría estándar, hasta el punto de que podría hablarse hoy de una “teoría estándar desarrollada”.29 Atienza hace mención en concreto a los avances en la argumentación en materia de hechos; a la contribución que para el enfoque argumentativo habría tenido la teoría de las razones para la acción y las obras de Dworkin y de Nino -no considerados por él originalmente como adscritos a la teoría estándar-; al interés por la profundización en el estudio de las falacias y de la lógica informal; al desarrollo de la teoría de la argumentación jurídica de Alexy, la que habría sido enriquecida por la explicitación de un concepto no positivista del derecho, y por avances en aspectos concretos del razonamiento jurídico como el de la ponderación,30 y, por último, por el alejamiento por parte de MacCormick del positivismo y por su acercamiento a modelos pospositivistas como los de Dworkin y Alexy.31
A pesar de que Haba32 ha señalado que existirían catorce rasgos que para Atienza identificarían a la teoría estándar -o quince, si se cuenta con el que el propio Haba añade críticamente: el “síndrome normativista”-, parece que a lo que Atienza se refiere con esas más o menos mismas características reproducidas en varios de sus trabajos no es a los rasgos definitorios de la versión estándar de la teoría argumentativa, sino a un fenómeno más amplio, aunque indudablemente ligado a la misma: el constitucionalismo o pospositivismo33 o, más recientemente, lo que él ha comenzado a llamar “constitucionalismo pospositivista”,34 y del que convendrá ocuparse recién en el tercer numeral de este trabajo.
En ese orden de ideas, si bien el profesor de la Universidad de Alicante no ha hecho una revisión exhaustiva o canónica de los rasgos que identificarían a esta versión “estándar”, me parece que de lo que ha afirmado en sus trabajos se puede reconstruir tanto una caracterización elemental o mínima, como un conjunto ordenado de críticas a la misma. Para cerrar este acápite, me ocuparé en seguida de lo primero.
Para Atienza, desde que se acuñó el rótulo, la teoría estándar habría tenido, por lo menos, dos rasgos claros. En primer lugar, el hecho de partir de una distinción bastante nítida entre dos momentos: a) la decisión judicial, y b) su discurso justificatorio; ocupándose casi exclusivamente de este último -lo que se ha llamado “contexto de justificación”-, y no del proceso mismo de la toma de decisiones con sus elementos psicológicos o sociológicos -lo que se ha llamado “contexto de descubrimiento”-.35
En segundo lugar, el esfuerzo por distinguir, pero también integrar, dos aspectos de la argumentación jurídica que viera con claridad Wróblewski:36a) el lógico-formal o de justificación interna, que se ocuparía ante todo del respeto por las reglas de la inferencia, y b) el de racionalidad práctica o de justificación externa, que, sin excluir la lógica formal, se detendría sobre todo en el establecimiento de las premisas con las que se realiza la inferencia.37
3. Las críticas a la teoría estándar
Respecto de las críticas a la teoría estándar, Atienza fue más exhaustivo desde el principio,38 aun cuando no haya dejado de matizarlas y ahondarlas recientemente.39 Considera que una teoría de la argumentación jurídica debe evaluarse respecto de su objeto, su método y su función, por lo que ha encontrado deficiencias de la versión estándar en cada uno de esos aspectos -las más profundas en el primero-, las que sintetizaré enseguida.
Respecto de su objeto, la teoría estándar: a) se ocuparía preferentemente de cuestiones normativas, descuidando la argumentación sobre hechos y, en concreto, la cuestión probatoria -aunque reconoce que bastante se ha avanzado en el último tiempo en estas materias-; b) se detendría sólo en la interpretación y la aplicación jurídicas -preferentemente en la de los tribunales superiores-, relegando los ámbitos de la producción y de la dogmática jurídicas; c) en parte como consecuencia de lo anterior, se concentraría en el proceso de adjudicación, olvidando los de mediación o negociación, y en concreto el de la racionalidad estratégica, e incluso llegando a entender “idealistamente” que todo discurso jurídico es un caso especial -una especie- del discurso práctico general, cuando ello no se verificaría, por ejemplo, con el discurso de los abogados o el de los legisladores;40d) por un lado, se haría cargo sólo del contexto de justificación, abandonando el de descubrimiento -sin que resulte claro que pueda o deba distinguirse siempre entre ambos nítidamente- y por otro lado, se centraría en el aspecto prescriptivo, prescindiendo del descriptivo: el de los argumentos que tienen lugar de hecho en la vida jurídica; lo que habría impedido una comprensión cabal no sólo del razonamiento jurídico en general, sino del mismo razonamiento justificativo en particular, si se toma en cuenta que existirían elementos explicativos que juegan un rol importante también en la justificación,41 y e) distinguiría sin los suficientes matices entre casos judiciales “fáciles” y “difíciles” -consiguientemente, entre justificación interna y externa-, sin ocuparse de los casos que podrían catalogarse más bien como “intermedios” y “trágicos”.
Respecto de su método, la teoría estándar: a) no habría elaborado un procedimiento que represente adecuadamente cómo los juristas justifican de hecho sus decisiones, y b) sólo habría construido criterios mínimos de racionalidad práctica para juzgar la corrección de las argumentaciones jurídicas.
Finalmente, respecto de sus funciones: a) en lo cognoscitivo, no permitiría una comprensión profunda o completa del fenómeno del derecho y de la práctica de argumentar jurídicamente; b) en lo práctico o técnico, no ofrecería una orientación útil en las tareas de producir, interpretar y aplicar el derecho, y c) en lo político o moral, no sería suficientemente crítica respecto de la práctica de la justificación jurídica al interior de los Estados constitucionales contemporáneos, por lo que podría terminar resultando ideológica.
Una vez sintetizada la versión estándar tanto en sus rasgos como en sus falencias según la entiende Atienza, en el siguiente numeral conviene que me ocupe brevemente de su modelo argumentativo, con el objeto de poder contrastarlo luego con la teoría estándar, y así poder ensayar una respuesta a las dos cuestiones esenciales de este trabajo en el cuarto numeral del mismo.
III. Una breve descripción del enfoque argumentativo de Atienza
En este numeral no intentaré hacer una síntesis del amplio y variado pensamiento filosófico jurídico de Atienza, sino que me concentraré sencillamente en elaborar una versión descriptiva y sintética de su enfoque argumentativo, intentando esclarecer, asimismo, su encaje en lo que el profesor de Alicante ha llamado un “constitucionalismo pospositivista”.
1. El constitucionalismo pospositivista
Para Atienza, el enfoque argumentativo en el derecho en general, sería un fenómeno que parte de los cambios sociales y jurídicos de fines del siglo XX trayendo como consecuencia la crisis definitiva del formalismo, de los positivismos normativista y realista, del iusnaturalismo y de las teorías críticas.42 Ahora bien, la construcción de una teoría de la argumentación jurídica para este tiempo, traería como presupuesto -como primer paso- una nueva concepción del derecho que se caracterizaría por los famosos catorce rasgos que Atienza consignó en El derecho como argumentació́n43 y que, como señalé en el primer numeral de este artículo, Haba impugnó erróneamente como características de la teoría estándar misma.44 A estos rasgos, Atienza ha sumado recientemente otros tres que, a su modo de ver, habrían estado de alguna manera implícitos en los anteriores.45
Lo que Atienza llamó “constitucionalismo” o “pospositivismo”46 y ahora ha perfilado y prefiere llamar “constitucionalismo pospositivista”47 se caracterizaría por los siguientes diecisiete elementos que sintetizaré, pero sin evitar los solapamientos que se dan indudablemente entre ellos: a) una estructura del sistema jurídico que se esclarece en la interacción de principios y reglas; b) una tendencia a la consideración de las normas sobre todo en su rol en el razonamiento práctico; c) la idea de que el derecho es una práctica social compleja que incluye no sólo normas, sino también procedimientos y valores;48d) la importancia de la interpretación vista, sobre todo, como un proceso racional; e) la interrelación entre el lenguaje descriptivo y el prescriptivo, y la reivindicación del carácter práctico del derecho; f) el paso de la validez meramente formal a una también sustancial-constitucional; g) el paso de una jurisdicción meramente legalista a una también principialista; h) la tesis de que entre derecho y moral existe un vínculo necesario o intrínseco; i) la tendencia a la integración de la razón práctica jurídica, moral y política; j) la idea de que la razón jurídica no es meramente instrumental, sino que está guiada por la corrección y la justicia; k) la defensa de algún tipo de pluralismo jurídico; l) la importancia de la justificación racional de las decisiones para la consolidación de la democracia; m) la convicción de que existen criterios objetivos que dotan de racionalidad a la justificación jurídica; n) la consideración de que la moral que incorpora el derecho no es sólo la positiva, sino también una “crítica” o racionalmente justificada; o) el pragmatismo filosófico, en el sentido de una primacía de la práctica; p) un objetivismo ético mínimo, y q) el reconocimiento de la ambigüedad del derecho fruto de su naturaleza tanto autoritativa como valorativa.49
A su modo de ver, este constitucionalismo pospositivista no sería definitivamente un “neoconstitucionalismo” -con las ambigüedades propias de este término al que realmente pocos se adscribirían-,50 ni tampoco un tipo de iusnaturalismo o de iuspositivismo -el primero definitivamente superado, mientras que el segundo en vía irremediable de serlo-.51 Se trataría más bien de una filosofía del derecho no positivista, y signada por el enfoque argumentativo,52 la que guardaría una relación directa, me parece, con lo que ha de ser -a juicio de Atienza- una filosofía del derecho para el mundo latino en particular, pero válida también para otras “regiones” del orbe.53
2. Hacia una teoría de la argumentació́n jurídica
En ese orden de ideas, la construcción de una teoría de la argumentación jurídica como la que Atienza va consolidando implicaría partir del constitucionalismo pospositivista descrito y dar un segundo paso de tipo “técnico”, en el que podría distinguirse tanto una parte general, como una especial.
La parte general estaría destinada a esclarecer la noción de argumentación a través de la distinción entre “concepto” y “concepciones” de la misma.54 Mientras que el concepto de argumentación sería muy abstracto y abarcaría diversos elementos como, por ejemplo, que los razonamientos guardan relación con un lenguaje o que los mismos se encaminan a la solución de un problema; las concepciones de la argumentación implicarían interpretar dichos elementos desde diversos enfoques: el formal, el material y el pragmático (y sus especies: el retórico o el dialéctico). El razonamiento jurídico, en concreto, requeriría de los tres, aun cuando el acento en uno u otro enfoque dependería del campo, del contexto o del operador del derecho al que se circunscriba:
El enfoque formal se ocuparía de problemas como los lógicos que hacen abstracción de los hechos, se centraría en la argumentación como resultado inferido, ofreciendo esquemas o formas argumentales deductivas o no deductivas, y su valor dominante sería la certeza.
El enfoque material presupondría el formal, se detendría en los problemas de corrección de los contenidos de los enunciados y se resolvería en una teoría de las premisas, y sus valores dominantes serían la verdad y la justicia.
Finalmente, el enfoque pragmático supondría los dos anteriores, contemplaría la argumentación como actividad lingüística, se ocuparía de los problemas de persuasión eficaz del auditorio (retórica) o de los que se dan al intentar alcanzar procedimentalmente un acuerdo respecto de la solución a un problema concreto (dialéctica), y sus valores centrales serían la aceptabilidad y el consenso.55
La parte especial implicaría contestar tres preguntas: ¿cómo analizar una argumentación jurídica?, ¿cómo evaluarla? y ¿cómo argumentar?56
Respecto del análisis de la argumentación, Atienza propone un método para la representación de argumentos: a través de diagramas, que se ocuparían de su estructura, y de flechas, que lo harían de su flujo; además de ofrecer, sobre la base de la propuesta de MacCormick en cuatro categorías,57 una clasificación propia de hasta ocho cuestiones controvertidas.
Respecto de la evaluación de los argumentos, Atienza propone un examen de la cuestión de la única respuesta correcta, distinguiendo la utilidad de proponer la misma dependiendo de los contextos en que se desarrolle la argumentación jurídica; además de ofrecer los criterios que a su juicio avalarían la objetividad del razonamiento jurídico: universalidad, coherencia, adecuación de las consecuencias, moral social, moral justificada y razonabilidad, esta última a modo de criterio de cierre y entendida básicamente como proporcionalidad, en el sentido de evaluación de costos y beneficios para tomar una decisión.58
Finalmente, respecto de la forma correcta de argumentar, su propuesta se enfoca en la distinción de las etapas que pueden identificarse en el proceso de solución racional de un problema jurídico.
Para el profesor de la Universidad de Alicante, un enfoque argumentativo como el que él propone saldría más o menos bien librado de las críticas que normalmente se lanzan contra la “teoría estándar” sin que éstas especifiquen con claridad a los destinatarios de las mismas.59
IV. Teoría estándar: racionalidad kantiana y racionalidad aristotélica
Me encuentro ahora en condiciones de encarar las preguntas que me han traído hasta aquí. ¿Vale la pena hacer referencia a una “teoría estándar” en orden al perfeccionamiento de las contemporáneas teorías de la argumentación jurídica? Por otro lado, ¿en qué sentido puede ser apropiado adscribir el enfoque argumentativo de Atienza a dicha categoría? Para responder a ambas cuestiones y con ello intentar esclarecer los problemas de la indeterminación y de la adscripción de la teoría estándar, creo que vale la pena distinguir primero entre dos de los modelos de racionalidad práctica destacados por Alexy: el kantiano y el aristotélico.
1. Alexy y los modelos histó́ricos de racionalidad práctica
Como es conocido, en un libro -El concepto y la validez del derecho-60 que marca un giro en su enfoque iusfilosófico al ocuparse de temas que hasta entonces no habían sido explícitos en su pensamiento,61 el profesor de la Universidad de Kiel intenta defender la existencia de la racionalidad o razón práctica, para lo que juzga con acierto que se requiere primero el esclarecimiento de su concepto, para lo que se vale de su análisis a través de cuatro modelos históricos de comprensión de la misma. Mientras que los tres primeros serían concepciones de la razón práctica que actualmente compiten entre sí, el cuarto -que el profesor alemán asocia históricamente a Nietzsche- implicaría más bien su crítica radical. De esta manera, Alexy asocia a cada una de estas tres concepciones de la racionalidad práctica un punto de referencia histórico, llamándolas: “aristotélica”, “hobbesiana” y “kantiana”; para luego defender su teoría del discurso en general y también la de los derechos humanos en particular62 como un modelo dentro de la concepción kantiana de la racionalidad. En lo que sigue me concentraré muy brevemente en caracterizar sólo el primer y el tercer modelo,63 los que podríamos llamar en su conjunto, por lo pronto, modelos “no positivistas” de racionalidad práctica.
Massini-Correas ha ensayado una comparación entre ambos modelos destacados por Alexy que puede ser de utilidad en este trabajo. A su modo de ver, los modelos “pragmático-constructivistas” -así llama a los que Alexy denomina “kantianos”- se caracterizarían por valerse del legado del filósofo de Königsberg para contrarrestar las consecuencias escépticas del irracionalismo y del iuspositivismo, buscando una justificación racional de los derechos humanos y de una teoría de la justicia a través de la remisión a alguna forma de objetividad transubjetiva y transpositiva, pero renunciando a cualquier alusión a las estructuras finalistas de la realidad que Aristóteles denominó “cosas humanas”. En el fondo, se trataría de un enfoque que implica tanto la renuncia a que el lenguaje práctico pretenda tener una dimensión “semántico-veritativa”, como la opción correlativa de adoptar un cognitivismo moral mínimo de base.64
Por otro lado, los modelos “iusnaturalistas realistas” -así llama el profesor argentino a los “aristotélicos” en la nomenclatura alexiana- se entenderían fuertemente deudores de la tradición del Estagirita acerca de la razón práctica, y se caracterizarían por sostener una continuidad entre derecho y eticidad en general, y por fundamentar dicha eticidad o moralidad -ya sea especulativamente, ya sea prácticamente― en las estructuras de la realidad humana de un modo “objetivista fuerte”,65 es decir, en lo que Alexy ha llamado críticamente “concepto enfático de metafísica”.66
A mi modo de ver, hay otro rasgo complementario que distingue a ambos modelos de racionalidad y que, estando conectado con el anterior, guarda relación ya no sólo con las fuentes materiales -por decirlo de alguna manera- de la objetividad moral que se concibe necesariamente vinculada con el derecho, sino también con el modo de proceder de la razón práctica incluyendo a la propiamente jurídica. Me refiero a que, mientras que los modelos de racionalidad kantiana tienden a entender la razonabilidad práctica como un método procedimental e instrumental de carácter ideal sólo aproximadamente aplicable a la realidad, los modelos aristotélicos se caracterizan por insistir en que dicha racionalidad es en gran medida fruto del ejercicio de una virtud moral e intelectual: la prudencia,67 en constante contacto, a través de la experiencia, con la contingencia de las realidades sociales en las que el razonamiento jurídico se concreta.68
Y dado que de lo que se trata en este trabajo no es ofrecer razones por las que un modelo pudiera ser considerado en teoría más solvente que el otro para encarar los problemas prácticos del derecho,69 en el último acápite de este numeral me limitaré sencillamente a ofrecer una respuesta a las dos preguntas principales de esta investigación asociadas respectivamente a los problemas de indeterminación y de adscripción de la teoría estándar.
2. Un ensayo de solució́n
Pues bien, lo primero que habría que decir es que Atienza -hipotéticamente, desde luego- podría poner una objeción de inicio a mi propuesta de comprensión de ambos modelos de racionalidad, o por lo menos, a que se le aplique sin más el que con Alexy hemos llamado “kantiano” y que hemos caracterizado aquí con dos rasgos principales: a) el de una moral objetiva mínima procedimentalmente construida sin referencia directa a la realidad estructural humana, y b) el de una racionalidad práctica procesal e ideal, en tanto que desvinculada de la realidad a causa de no plantearse como informada por la prudencia como virtud intelectual y moral que hace capaz a la razón de operar correctamente con las cosas contingentes a partir de la experiencia.
El profesor de Alicante podría remitirse para dicha defensa a muchos de sus escritos donde no sólo reprocha esa desconexión con la realidad que advierte él mismo en la teoría estándar,70 sino que antes bien evidencia su constante esfuerzo por ocuparse de la realidad tal cual es, a través, por ejemplo, del pluralismo jurídico y del pragmatismo que implica, a su modo de ver, un cotejo constante con casos prácticos reales.71 Incluso podría decir que la moral procedimentalmente justificada que asume en su modelo ético mínimo no excluye otras ideas morales más bien sustantivas que se nos presentan como objetivas, como la idea kantiana de dignidad, por ejemplo.72 Finalmente, podría poner incluso como testimonio definitivo de todos estos aspectos mencionados, el dato de que es precisamente esa conexión con la realidad, que luce clara en su enfoque y que se echa en falta en la teoría estándar, lo que ha cristalizado en su tesis de que no todo discurso jurídico resulta ser un caso especial del discurso práctico general, como lo entiende, por ejemplo, Alexy.73
Sobre esta hipotética defensa del profesor de Alicante, lo primero que habría que reconocer es que en Atienza -muy probablemente por su carácter cultural hispánico-74 se encuentra indudablemente una preocupación constante por los datos sociológicos y empíricos de la realidad, que no es propio de la tradición kantiana. No pretendo poner aquello en cuestión aquí. A lo que me refiero es a otra cosa: que es la matriz kantiana de entender la racionalidad práctica -la que es propia de la que él ha categorizado como “teoría estándar”- la que marca su propio enfoque hasta circunscribir el modo en que puede, por un lado, construir ese objetivismo moral mínimo75 y, por otro lado, abordar precisamente de manera metodológica e instrumental esa realidad social que tanto le preocupa.76
Dicho de otro modo, al problema de la “adscripción”, es decir, a la pregunta de si el enfoque argumentativo de Atienza puede adscribirse a la teoría estándar, es posible contestar negativa o afirmativamente, dependiendo de la perspectiva que se asuma.
En primer lugar, se podría contestar que Atienza no queda adscrito a la teoría estándar de la argumentación, como parece asumir él mismo, pero sólo si nos posicionamos en una perspectiva que llamaré aquí “interna” al modelo de racionalidad kantiano. Es decir, si reducimos la discusión sobre la teoría estándar a la que ocurre al interior del modelo kantiano de racionalidad práctica, o sea, al que ocurre entre sus cultores. Desde dicha perspectiva interna se puede decir sin problema que el profesor de Alicante no es un representante de la teoría estándar, pues muchas de las críticas que ha formulado a los modelos de Alexy, Aarnio y Peczenik -que representan algo así como el núcleo de adscripción a dicha teoría- son variadas, acertadas y profundas. Aunque si esa es la razón para excluir a Atienza, parece que habría también suficientes razones para hacerlo con los modelos de MacCormick o de Wróblewski, pues tampoco hay una coincidencia suficiente entre los suyos y el modelo de Alexy. Por ejemplo, MacCormick reconoció con Finnis la importancia para el razonamiento jurídico de la prudencia en el sentido aristotélico,77 aunque sin sacar las consecuencias que tal hallazgo debería haber tenido para la reformulación de su propio modelo, si se hubiese asumido también, por ejemplo, la tesis del profesor australiano respecto de la existencia de “absolutos morales”78-los que podrían entenderse como “prohibiciones morales no derrotables”-, y más bien Wróblewski habría estado bastante lejos de suscribir un objetivismo ético, por lo menos, como el que sostienen hoy Alexy o Atienza, me parece.79 Si extremamos este punto de vista, incluso habría razones para decir que Aarnio tampoco forma parte de este modelo, o no tan sencillamente.80 Con lo cual, parece que si asumimos la perspectiva interna al modelo de racionalidad kantiano, hablar de “teoría estándar” no sería útil para resolver esta vez el problema de la “indeterminación”, sino más bien podría resultar perjudicial, pues no tener suficientemente en cuenta las distincines entre los planteamientos, haría a la categoría vaga e indeterminada, por lo que podría llevarnos a confusiones respecto del objeto de la defensa o de la crítica de la teoría.
En cambio, desde una perspectiva que sugiero llamar aquí “externa” al modelo kantiano de racionalidad práctica -en el sentido en que desde él se opta por no reducir el análisis de la teoría estándar al que puede hacerse desde la propia racionalidad kantiana-, es posible decir que Atienza es, sin duda, un representante de la teoría estándar, en el sentido de que para desarrollar su teoría de la argumentación jurídica asume -más allá de los matices señalados- un modelo predominantemente kantiano y no aristotélico de racionalidad práctica. Pero desde luego, desde esta perspectiva “externa” de análisis, no sólo Atienza quedaría claramente adscrito a la teoría estándar, sino también lo estarían, al menos, MacCormick y Wróblewski. Por lo que me inclino a pensar que sólo la perspectiva externa al modelo de racionalidad kantiano haría que la categoría “teoría estándar de la argumentación jurídica” acuñada por Atienza, sea una herramienta conceptual útil para el debate sobre los modelos teóricos de argumentación jurídica no positivistas. Una perspectiva “externa” como la que propongo, ayudaría mejor a resolver el problema de la indeterminación y pondría de relieve, por ejemplo, que nos encontramos frente a modelos teóricos de argumentación que se sitúan principalmente dentro de lo que Alexy ha llamado racionalidad kantiana, y no dentro de aquellos que podrían desarrollarse desde una racionalidad predominantemente aristotélica, de los que ha dado cuenta recientemente, por ejemplo, Vigo.81
Me refiero a modelos no positivistas -pero no constructivistas-, que siendo marcadamente aristotélicos no han pretendido tampoco permanecer herméticos frente a la recepción de diversas tradiciones de pensamiento, como es el caso, curiosamente, de uno de los “precursores” latinos de la teoría estándar: el hispano-mexicano Recaséns,82 o el de alguno de los “precursores de los precursores” hispánicos de la misma del que ya tuve oportunidad de decir algo en el segundo numeral de este trabajo, me refiero a Jaime Balmes. Por supuesto, antes bien, un caso paradigmático de lo que podríamos llamar un modelo no-positivista de racionalidad aristotélica con un enfoque marcadamente argumentativo del derecho lo podríamos encontrar, por ejemplo, en Georges Kalinowski (1965),83 situado en el espacio-tiempo, curiosamente, a caballo entre los “precursores” y los “cultores” de las contemporáneas teorías de la argumentación jurídica.
V. Conclusión
Para terminar este estudio, quizá baste señalar que me parece que estos modelos argumentativos no positivistas de preponderante tradición aristotélica tienen la ventaja de que son capaces de ofrecer críticas o aportes “externos” a los modelos teóricos argumentativos predominantemente kantianos, precisamente, porque se trata de contribuciones peculiares a su propia tradición de pensamiento. Me refiero, principalmente, a la justificación racional de la moral material que postulan, o a la posibilidad de plantear una racionalidad práctica prudencial que sea capaz de minimizar la arbitrariedad en el contacto directo y experiencial con la contingencia de la realidad social. Me parece que se trata de elementos cuya discusión más habitual podría ser renovadora en orden a la mejora significativa de las contemporáneas teorías de la argumentación jurídica.
En ese orden de ideas, el uso del término “teoría estándar” para referirse a los modelos no positivistas kantianos de enfocar la argumentación, podría ser útil, pues permitiría visibilizar con mayor claridad las críticas y los aportes que provendrían de la perspectiva “externa” de entender la racionalidad práctica. Por lo que creo que, si este breve trabajo puede ayudar en ese sentido, habrá valido la pena escribirlo.